miércoles, 27 de noviembre de 2013

Introducción a la teoría política del liberalismo en España

Versión del 18 de noviembre 2021 a las 9:23

 

Introducción a la teoría política del absolutismo

Durante el Antiguo Régimen (siglos XVI-XVIII) la mayor parte de los estados europeos estaban gobernados por monarquías absolutas de derecho divino. El rey concentraba los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, es decir promulgaba[1] las leyes, gobernaba y nombraba a los jueces.

El rey poseía todo el poder político (la soberanía) porque Dios lo había elegido, por eso el rey estaba por encima de la ley.

Las asambleas de origen medieval (Cortes en España, Estados Generales en Francia, Parlamento en Gran Bretaña), formadas por representantes de los tres estamentos, y que se reunían para aprobar los nuevos impuestos, apenas fueron convocadas en el siglo XVIII.

El sistema político, social y económico del Antiguo Régimen era desigual, y se pensaba que esa desigualdad estaba dispuesta por Dios.

Las personas nacían y morían dentro del mismo estamento (si se entraba en el estamento religioso o clerical ya no se podía abandonarlo), y cada estamento tenía leyes distintas. Las leyes, menos duras, que se aplicaban a la nobleza y al clero se llamaban privilegios.

No sólo había leyes distintas según el estamento al que pertenecía cada individuo sino que había una variedad de normas legales según donde viviera uno. Una parte de la tierra del reino era tierra de realengo, donde sólo se aplicaba la ley del rey, pero gran parte del territorio español estaba dividido en señoríos. Los señores feudales formaban la aristocracia (la alta nobleza con poder y riqueza) que poseía muchas tierras, pero parte de sus ingresos procedía de los impuestos que cobraban en sus señoríos a cambio de ejercer la justician nombrando a los jueces y alguaciles[2]. De este modo había una gran variedad de normas legales que entorpecían las relaciones económicas entre personas que vivían en distintos territorios.

 

Introducción a la teoría política del liberalismo en España

 

En el Antiguo Régimen la teoría política más extendida en Europa era el absolutismo. Esta era la ideología que defendía la monarquía absoluta de derecho divino, donde el rey tenía todos los poderes por elección del mismo Dios.

A partir de las revoluciones liberales de finales del siglo XVIII (Constitución de Estados Unidos, Revolución Francesa) surge una nueva teoría política: el liberalismo.

 

Bases teóricas del liberalismo

El liberalismo hereda parte de las teorías políticas surgidas durante la Ilustración (división de poderes[3], contrato social[4]). La base del liberalismo es el reconocimiento de que los ciudadanos poseen derechos o libertades individuales. Para defenderlos se constituyen en una comunidad política que es la nación. De ella procede todo el poder, la soberanía.

La soberanía es el poder político supremo dentro de un estado. En el Antiguo Régimen toda la soberanía estaba concentrada en el rey. En el régimen liberal la soberanía corresponde a la nación, la cual divide a la anterior en tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), este reparto se hace para evitar los abusos de poder que se podrían producir si todo el poder estuviese en una persona o institución (sistema de checks and balances), pues la base del régimen liberal es proteger los derechos o libertades individuales de los ciudadanos.

 Para evitar que los ciudadanos sufran abusos el rey, cuyo poder viene de la nación, éste debe compartir su poder con unas Cortes elegidas, que representan a la nación y tienen el poder legislativo, y con unos jueces que encarnan al poder judicial, independiente del rey.

Una de las ideas que dividía a los liberales era la de la soberanía. Para los liberales moderados la soberanía debía ser compartida entre el rey[5] y las Cortes. Según ellos ambos poderes tenían una legitimidad de origen, así el poder de las Cortes procedía de la nación y el del rey de la tradición. En el modelo liberal de soberanía compartida, la constitución establecía que el rey tiene el poder ejecutivo, pues es él quien nombra y cesa a los ministros que responden ante el monarca. Asimismo comparte con las Cortes el poder legislativo a través del derecho de veto. El rey podía vetar las leyes, o sea devolverlas a las Cortes para que se volviesen a discutir y aprobar.

Los liberales exaltados de Cádiz y los liberales progresistas del reinado de Isabel II rechazaban la teoría de la soberanía compartida. Para ellos sólo existía la soberanía nacional. El rey no podría vetar las leyes, y los ministros, nombrados por el soberano, respondían antes las Cortes, que podían rechazarlos.

 

La organización territorial del Estado

Otro punto que separaba a los liberales era el carácter centralizado o descentralizado del Estado. Para los liberales moderados la nación era una, por tanto todo el poder debía concentrarse en el gobierno y parlamento nacionales. Estos harían leyes iguales para toda la nación sin tener en cuenta las particularidades regionales o locales y tomarían todas las decisiones (nombrar alcaldes de pueblos, contratar obreros en aldeas…). Para los liberales progresistas la soberanía también podía ejercerse en unidades territoriales más pequeñas, es decir los vecinos debían poder elegir a su alcalde y las regiones de España deberían poder gestionar lo más cercano. El modelo que triunfo en la España del siglo XIX fue el modelo liberal moderado, lo que se ve en el trazado de las vías de transporte (radiales y centralizadas en Madrid) y en el meticuloso control que se ejercía sobre los poderes locales (capitanes generales, gobernadores civiles –desde 1824-).

 

La constitución

El sistema liberal también se llama parlamentario o constitucional. Esto es por el papel central del parlamento (Cortes, asambleas) en su funcionamiento y por la existencia de una Constitución escrita.

Las constituciones son documentos que constituyen la ley fundamental de una nación. A partir de ella derivan todas las demás leyes. Una constitución o carta magna, es un documento que suele estar constituido por dos partes: una primera que es una declaración de derechos y libertades de los ciudadanos, una segunda que establece la organización de los tres poderes (gobierno, parlamento, judicatura) y la organización territorial del estado (municipios, regiones…).

Dentro del conjunto de las normas legales podemos distinguir leyes, decretos, reglamentos y otras.

Las leyes proceden del poder legislativo (parlamento, Cortes). Sólo son inferiores a la Constitución. Tiene validez indefinida hasta que son sustituidas por leyes nuevas o son derogadas.

Los decretos proceden del poder ejecutivo. Sólo se aplican el tiempo que dura el gobierno que los ha dictado. El siguiente gobierno puede anularlos sin problemas.

Los reglamentos y demás normas suelen aplicarse a casos más concretos y tienen una duración mucho más corta que leyes y decretos.

Recordemos que uno de los fundamentos del liberalismo es la idea de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.

 

El sufragio

En un sistema liberal el poder ejecutivo puede ser una monarquía constitucional o parlamentaria, o bien una república.

Nuestro sistema actual es una democracia liberal o parlamentaria, pero hay una significativa diferencia con el liberalismo del siglo XIX.

La mayoría de los liberales originalmente no eran demócratas. Consideraban que sólo deberían tener derecho al voto, y a ocupar cargos públicos, aquellos ciudadanos más preparados para dirigir los asuntos públicos, por su riqueza o por su formación académica. Así sólo unos pocos apoyaron el sufragio[6] universal (que tampoco era plenamente democrático sino que estaba limitado a los hombres), la mayoría estaba a favor del sufragio restringido o censitario[7].

A mediados del siglo XIX aparecerían los demócratas como un grupo político propio escindido[8] de los liberales progresistas.

 

Grupos políticos absolutistas y liberales en la España del siglo XIX

Desde 1812 a 1833 (de la Constitución de Cádiz al final del reinado de Fernando VII) tenemos por un lado a los absolutistas, también llamados realistas o “serviles”[9], por otro lado están los liberales divididos entre moderados y exaltados.

En el reinado de Isabel II (1833-1868) siguen existiendo los absolutistas pero ahora se llamarán carlistas o tradicionalistas. Los liberales moderados siguen existiendo, y los liberales exaltados son sustituidos por los progresistas.

En 1849 apareció el Partido Democrático, favorable al sufragio universal masculino, siendo sus miembros antiguos liberales progresistas.

En 1854 el general Leopoldo O’Donnell fundó la Unión Liberal, un partido que pretendía unir a los liberales progresistas con los moderados.

Más tarde de los demócratas se escindirán los republicanos.

 

Introducción a la teoría económica del liberalismo económico (capitalismo) y su aplicación en la España del siglo XIX

El liberalismo económico es una teoría económica surgida en el siglo XVIII, que en el siglo XIX se extendió y triunfó por toda Europa. Su primer autor fue Adam Smith autor de Una investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones (1776).

Para Smith la actividad económica debía regirse por el principio de libertad económica para crear empresas, contratar mano de obra y establecer las condiciones y los precios de los productos[10]. Esto incluía la libertad de mercado.

Lo contrario de lo anterior en el Antiguo Régimen eran los bienes de manos muertas y mayorazgos (que mantenían fuera del mercado muchas de las tierras), las compañías privilegiadas (que rompían la libertad de mercado, al ser monopolios), los gremios (que limitaban la libertad de producción y de contratación)….

Para Adam Smith el Estado no debía intervenir en la economía, porque ésta se ajustaba a sí misma de forma natural mediante la actuación de la llamada mano invisible del mercado. Es decir que la ley de la oferta y la demanda se encargaría de regular los precios de los productos y los salarios. Así, si había mucha oferta de productos o de mano de obra y poca demanda, el precio y los salarios disminuirían; si, por el contrario, la oferta era escasa y la demanda elevada, los precios y los salarios aumentarían.

El Estado debía limitarse a proporcionar ley y orden dentro del país, es decir protección contra el crimen y la delincuencia, y seguridad contra las amenazas de invasión exterior, mediante el ejército. Todo lo demás quedaba en manos de la sociedad y los individuos.

Adam Smith también era partidario de la división del trabajo, es decir; de que cada obrero se especializara en una fase del proceso productivo, pues así aumentarían la producción y la productividad. Más adelante otros economistas liberales plantearon que la especialización laboral debería tener un carácter regional, al centrarse cada región de un país en la elaboración de los productos que mejor sabía producir.

Por último, una idea fundamental del liberalismo económico o capitalismo es la plena propiedad.

En el Antiguo Régimen era muy común la distinción entre la propiedad de un bien y su posesión. Era habitual que diferentes personas tuvieran derechos sobre el mismo bien económico. Así, las tierras de la Iglesia y de la nobleza eran trabajadas por familias de campesinos que con derechos de arrendamiento que podían durar casi un siglo, llamados enfiteusis, y que eran fácilmente renovables a causa del peso de la tradición. Además, era muy común la presencia de la propiedad colectiva. Casi todas las aldeas poseían bosques y terrenos que pertenecían a toda la comunidad y de donde se extraía madera para combustible y muebles y se pastoreaba animales. Los dos rasgos anteriores iban en contra de principios liberales básicos como que la propiedad debía ser privada al asociarse a un individuo particular.

 

La sociedad liberal o burguesa en la España del siglo XIX

La sustitución del Antiguo Régimen por el régimen liberal durante el siglo XIX supuso un gran cambio social en España. La sociedad estamental, donde los grupos sociales venían determinados por el nacimiento y eran rígidos, fue sustituida por la sociedad de clases, donde los grupos sociales venían determinados por la riqueza individual y eran flexibles, es decir que a lo largo de su vida una persona podía pertenecer a distintas clases sociales en función de su riqueza en cada momento.

A pesar de la igualdad de todos ante la ley, uno de los elementos fundamentales del liberalismo, la sociedad liberal continuará siendo una sociedad desigual, pero esta vez debido a las diferencias en el reparto de la riqueza. Por ello a la sociedad de clases del siglo XIX también se la llama sociedad liberal y sociedad burguesa porque será la burguesía el grupo social dominante, con más poder y riqueza. Y por ello será la ciudad, donde viven la mayoría de los burgueses (incluidos los terratenientes absentistas), donde se concentre el poder político y donde tengan lugar los acontecimientos que influyan en todo el país.

A pesar de lo anterior la sociedad española durante el siglo XIX siguió siendo una sociedad básicamente rural, en la que la mayor parte de las personas vivían en localidades pequeñas y se ganaban la vida con las actividades agropecuarias[11]. Las ciudades crecieron lentamente en tamaño y todavía a finales del siglo XIX más de la mitad de los españoles vivían en localidades medianas y pequeñas.

Los tres grupos sociales principales eran las clases baja, media y alta.

La clase baja era la más numerosa y estaba formada básicamente por agricultores sin tierras (peones, jornaleros, braceros…), que realizaban trabajos de temporada o estación, y pequeños arrendatarios[12], a estos grupos sociales se le llamaba proletariado rural. La clase baja en las ciudades estaba formada por los sirvientes o criados, por el proletariado urbano, es decir los obreros de las fábricas, y por otros trabajadores.

La clase media o pequeña burguesía estaba formada en el campo por los pequeños y medianos campesinos, propietarios de sus tierras. En la ciudad estaba formada por los pequeños y medianos negociantes, que tenían tiendas o pequeños talleres, y por las profesiones liberales (médico, abogado, periodista…). En España la clase media urbana era mucho menos numerosa que en otros países de Europa occidental debido al retraso con que se desarrolló en nuestro país la Revolución industrial.

La clase alta o alta burguesía o gran burguesía estaba formada por los terratenientes o latifundistas, dueños de grandes extensiones de tierra (latifundios), muchos de ellos descendientes de la antigua aristocracia del Antiguo Régimen, por ello a veces se usa la palabra nobleza para designarlos, pero no es del todo correcto, pues esa categoría pertenecía al Antiguo Régimen. Los latifundistas, junto con los medianos propietarios formarían la burguesía rural. En las ciudades la alta burguesía estaría formada por los dueños de las fábricas, los bancos y de las grandes empresas.

 

El papel de la Iglesia española en el siglo XIX

A comienzos del siglo XIX la Iglesia era una institución de gran poder político, social y económico.

La base teórica de la monarquía divina pasaba por el reconocimiento de la existencia de un dios único todopoderoso, del que era representante la Iglesia. Por tanto los Borbones habían intentado controlarla mediante la política regalista en el siglo XVIII. Gracias a la influencia de la Iglesia la mayoría de la población aceptaba sin discusiones el estado de cosas existente en la economía, la sociedad y la política.

La mayoría de la población española identificaba a la Iglesia con el Estado. Toda la vida de una persona (nacimiento, edad adulta, muerte) estaba marcada por su relación con la Iglesia (bautizo, matrimonio, funeral).

Económicamente la Iglesia era la institución más rica del país. Gracias a las donaciones de los fieles en dinero y en tierras (que nunca se perdían por la institución de los bienes de manos muertas) disfrutaba de unos ingresos enormes que no sólo se gastaban en el mantenimiento de los religiosos, de los edificios (templos, monasterios…) o en los encargos de obras de arte (imágenes, objetos litúrgicos de metales preciosos…), sino que la poca asistencia social que existía se pagaba con el dinero que la Iglesia obtenía gracias a las rentas que producían sus tierras. La Iglesia se encargaba de los enfermos, viudas, huérfanos y ancianos a través de hospitales, hospicios[13] e inclusas y alimentaba diariamente a gran parte de los pobres del país a través de instituciones como la sopa boba[14]. Además, la tierra de cultivo que poseía la Iglesia solía entregarse a los campesinos para que la trabajasen a cambio de rentas menores de las que solían pagarse a la nobleza, y se solía ser más flexible (en este contexto, menos exigente) a la hora de cobrarlas.

El liberalismo consideraba a la Iglesia una enemiga de la libertad de pensamiento, de la libertad de expresión, de la libertad religiosa o de culto y de la libertad de comercio.

La gran cantidad de tierras que permanecían en el sistema de manos muertas estaban fuera de la circulación comercial, no podían comprarse ni venderse, y la explotación que hacía la Iglesia no tenía objetivos económicos con lo que no mejoraba su productividad.

La creación del Estado liberal o burgués en el siglo XIX en España supondría un gran debilitamiento de la Iglesia en todos los ámbitos. El establecimiento de la soberanía nacional y de la libertad de pensamiento harían que durante el siglo XIX la mentalidad laica[15] hiciese retroceder a la religiosa. La población urbana se hizo cada vez más laica durante ese siglo, y también retrocedió la influencia religiosa en los espacios rurales.

Los procesos de desamortización arrebataron su riqueza a la Iglesia, que dejó de proporcionar servicios sociales a la mayoría de la población, y, como consecuencia, ésta pasó, en gran parte a depender de los ingresos que provenían del Estado.

Inicialmente la Iglesia se opondrá a las ideas liberales y al establecimiento del Estado liberal apoyando a Fernando VII y poniéndose del lado de los carlistas en la guerra civil[16]. Tras la victoria definitiva de los liberales en el segundo tercio del siglo XIX (1833-1866) cambiará su relación con la Iglesia. Para los liberales progresistas (y los grupos que surgieron de ellos como los demócratas y los republicanos) debía haber una clara separación entre la Iglesia y el Estado, y un reconocimiento de la libertad de culto y de religión, asociada a la libertad de pensamiento, en la constitución. Por su parte, los liberales moderados, que gobernaron la mayor parte del siglo XIX, consideraban que, una vez que la Iglesia aceptaba la existencia y el poder del Estado liberal, se podía colaborar con ella a través de la firma de concordatos[17]. Se consideraba que la Iglesia como institución colaboraba al orden social, evitaba las rebeliones y revoluciones al enseñar a las personas que debían aceptar el orden social existente. Además, todavía buena parte del sistema de enseñanza estaba en manos de la Iglesia. Por ello, en la segunda mitad del siglo XIX la Iglesia española volvió a ser vista como institución de carácter público, que se identificaba con el Estado dominado por la burguesía liberal moderada.

 

El sistema de partidos políticos: partidos de notables y partidos de masas

Los partidos políticos surgen con la aparición del parlamentarismo. Los miembros del parlamento se agrupaban según las ideas que compartían.

Podemos distinguir dos modelos de partido político: los partidos de notables y los partidos de masas.

Los partidos de notables fueron los más comunes en Europa durante el siglo XIX. Eran producto del sistema electoral liberal, donde predominaba el sufragio censitario o restringido. El partido estaba formado por grupos de notables, las élites de cada localidad (terratenientes, grandes empresarios), que influían directamente en los pocos individuos con derecho a voto. La pertenencia al partido tenía que ver tanto con las ideas como con los intereses particulares o las relaciones personales.

Los miembros de los partidos de notables, al ser personas con poder económico y político por sí mismas, actuaban muchas veces de forma autónoma respecto a los jefes del partido y se cambiaban con facilidad a otro partido si no se  sentían bien tratados en el suyo.

En este sistema, al estar reservada la representación política a los miembros de la sociedad más ricos, los políticos elegidos para cargos públicos no cobraban sueldo. Aun así buscaban esos puestos porque el poder que les daba les permitía defender sus intereses.

A partir de 1870 aparecen en Europa los partidos de masas, relacionados al principio con las reivindicaciones democráticas[18] y el socialismo. Estos partidos se caracterizan porque tienen una ideología muy clara, plantean un modelo de sociedad y ven la búsqueda del poder político como un medio para alcanzar esa sociedad ideal que plantean. Los partidos de masas eran partidos jerárquicos, es decir había un control de los miembros del partido por la dirección del mismo (carnet del partido, cuota de afiliación[19]), esto era porque, al carecer de poder económico e influencia social, el poder del partido se basaba en la capacidad de actuar todos sus miembros en la misma dirección.

Los partidos de masas, propios de las sociedades democráticas, también están a favor de establecer salarios para los cargos políticos elegidos, de manera que cualquiera pudiera ocupar estos puestos independientemente de su capacidad económica.



[1] Publicar una cosa de forma oficial, especialmente una ley, para que sea conocido por todos.

[2] Un alguacil es un empleado que ejecuta las órdenes de una autoridad.

[3] Montesquieu en su libro El espíritu de las leyes (1748) defiende la división de poderes como método para evitar los abusos de poder por parte de quien tiene la soberanía.

[4] Rousseau en su libro El contrato social (1762) defiende que los hombres se someten a las reglas de una sociedad, a un gobierno, por los beneficios que esto les supone (seguridad contra la delincuencia y el crimen, defensa frente a invasiones exteriores…). Por ello, tanto los gobernantes como los gobernados tienen que cumplir con sus obligaciones, y un mal gobierno debe ser cambiado por otro que haga mejor su labor.

[5] Rey, soberano y monarca son sinónimos.

[6] El sufragio es el derecho al voto.

[7] El censo (electoral) es la lista de los que tienen el derecho a voto. Actualmente todos los ciudadanos y ciudadanas adultos. En el siglo XIX sólo estaban en el censo los hombres que pagaban un mínimo de impuestos o tenían formación académica.

[8] Escindir es sinónimo de separar, cortar.

[9] Término despectivo usado por los liberales para referirse a los absolutistas.

[10] Para Adam Smith la economía consiste en la relación entre individuos particulares que son los propietarios plenos de los medios de producción (tierras, fábricas…) o de su propio trabajo.

[11] La agricultura, la ganadería, la silvicultura…

[12] Llamados así porque arrendaban poca tierra.

[13] Las inclusas eran establecimientos de beneficencia en que se acogía, albergaba y criaba a los niños expósitos, que antes se abandonaban a las puertas de las iglesias y conventos, para salvar la vida de estos niños y disminuir el impacto del infanticidio  debido a la pobreza u otras causas. También se daban casos en los que los progenitores no podían cuidar a sus hijos y los dejaban al cuidado del asilo durante un tiempo.

[14] Sopa boba es el conjunto de guisos que se repartía a los pobres que acudían a las puertas de los conventos.

[15] La mentalidad laica es la forma de ver el mundo en la que no tienen un lugar principal las ideas religiosas. Lo laico es lo opuesto a lo religioso.

[16] En 1834 se produjo el primer ejemplo de anticlericalismo (odio hacia la Iglesia) de origen popular en España. En el contexto de la Primera Guerra Carlista, fueron asaltados varios conventos de Madrid en julio de 1834 y asesinados 73 religiosos.

[17] Un concordato es un tratado internacional entre un Estado cualquiera y el gobierno de la Iglesia, al que llamamos Vaticano o Santa Sede, que trata asuntos eclesiásticos.

[18] En el último cuarto del siglo XIX en la mayoría de los estados de Europa occidental hubo un movimiento a favor del voto democrático. En muchos países se aprobó el sufragio universal masculino, y el femenino a comienzos del siglo siguiente.

[19] La cuota de afiliación era el dinero que se pagaba para mantener al partido y que servía para los gastos de este.

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ius sangui
ius solii


jueves, 21 de noviembre de 2013

TEMA 4: LIBERALISMO Y NACIONALISMO (1815-1871)




TEMA 3: LIBERALISMO Y NACIONALISMO (1815-1871)



I.               INTRODUCCIÓN


II.             RESTAURACIÓN, LIBERALISMO Y NACIONALISMO


A.        LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN


B.        EL LIBERALISMO Y EL NACIONALISMO


III.          LAS REVOLUCIONES LIBERALES Y NACIONALES


A.        LAS REVOLUCIONES DE 1820


B.        LAS REVOLUCIONES DE 1830


C.        LAS REVOLUCIONES DE 1848, LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS


IV.           LA CONSOLIDACIÓN DE LOS ESTADOS-NACIONES EN EUROPA


A.      LA UNIFICACIÓN DE ITALIA


B.      LA UNIFICACIÓN DE ALEMANIA


C.      EUROPA A FINALES DEL SIGLO XIX


V.             EL REINADO DE FERNADO VII (1814-1833)


A.    EL SEXENIO ABSOLUTISTA (1814-1820)


B.    EL TRIENIO LIBERAL (1820-1823)


C.    LA DÉCADA OMINOSA (1823-1833)


VI.           EL REINADO DE ISABEL II. LAS REGENCIAS (1833-1843)


A.      LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1840)


B.      LAS REFORMAS DE LOS LIBERALES PROGRESISTAS


C.      LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843)


VII.        EL REINADO DE ISABEL II. EL LIBERALISMO MODERADO (1843-1868)


A.    LA DÉCADA MODERADA (1843-1854)


B.    EL BIENIO PROGRESISTA (1854-1856)


C.    LA ETAPA MODERADA FINAL (1856-1868)

I.         INTRODUCCIÓN

En 1814, las potencias absolutistas derrotaron a Napoleón y restauraron la monarquía absoluta y el Antiguo Régimen en Europa.

Alguna gente se opuso a esa política reaccionaria y demandó los mismos derechos y libertades ya que habían ganado durante la Revolución Francesa. Como resultado de lo anterior, el siglo XIX, desde 1815 a 1871, estuvo caracterizado por continuas revueltas y por revoluciones liberales inspiradas en la Revolución Francesa que finalmente llevaron a cambios políticos y sociales y al triunfo de las ideas liberales en Europa.

Durante el siglo XIX Norteamérica y Sudamérica evolucionaron de modos muy diferentes. Mientras los Estados Unidos expandían sus fronteras para incluir nuevos territorios en el Oeste, las colonias españolas en América Central y del Sur consiguieron su independencia y llegaron a ser estados soberanos.

Las transformaciones culturales en el arte y la arquitectura reflejaron estos cambios políticos. Se desarrolló un nuevo estilo artístico llamado Romanticismo, que centraba su atención en la emoción, la creatividad, la libertad individual y el orgullo nacional.


II.   RESTAURACIÓN, LIBERALISMO Y NACIONALISMO


A.    LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN

Las potencias europeas que derrotaron a Napoleón se reunieron en el Congreso de Viena (1814-1815) con el objetivo de restaurar el absolutismo. Todos los monarcas que habían perdido el trono recuperaron sus reinos. Además, las grandes potencias –Rusia, Reino Unido, Prusia y Austria- repartieron el Imperio napoleónico entre los vencedores, y se firmó un tratado, la Santa Alianza, para ayudar militarmente a los monarcas ante cualquier amenaza de sublevación.

Parecía que las ideas de la Revolución francesa iban a desaparecer, pero a lo largo del siglo XIX hubo diversos levantamientos liberales y nacionalistas que se opusieron a la Restauración y acabaron triunfando.


B.  EL LIBERALISMO Y EL NACIONALISMO

El liberalismo es un sistema político que fundamenta la sociedad en el individuo:

·      El Estado debe garantizar los derechos y libertades individuales (como el derecho a la propiedad privada).

·      El individuo es un ciudadano. El conjunto de los ciudadanos forma la nación, y en la nación reside la soberanía, es decir, el poder. Esto es la soberanía nacional.

·      Se establece un sistema representativo. Las leyes se elaboran en una asamblea, el Parlamento, elegido por sufragio (votación).

·      Una Constitución debe regular el funcionamiento político y la división de poderes.

·      El Estado no debe intervenir en asuntos económicos.

El nacionalismo defiende el derecho de los pueblos a autogobernarse. La nación es un conjunto de individuos con unos lazos culturales propios (religión, lengua, pasado, tradiciones) y que desean vivir en común. Por esta razón sostiene que el Estado y nación coincidan, para así reagrupar en unas mismas fronteras a los miembros de una misma comunidad nacional.


III.   LAS REVOLUCIONES LIBERALES Y NACIONALES


A.      LAS REVOLUCIONES DE 1820

En 1820 hubo varios levantamientos liberales en Europa, pero la mayoría fueron vencidos por los ejércitos  absolutistas de la Santa Alianza. Sólo en Grecia triunfó una insurrección contra el Imperio de los turcos otomanos, y en 1822 Grecia se proclamó independiente.

En América, los habitantes de las colonias españolas se enfrentaron al gobierno de la metrópoli y se declararon independientes.


B. LAS REVOLUCIONES DE 1830

En 1830, otra vez, se produjeron varios levantamientos de carácter liberal que triunfaron en diversos países europeos. En esos países, la burguesía impuso un sistema político constitucional basado en el sufragio censitario: sólo podían votar aquellos que pagaban una cantidad mínima de impuestos.

Las revoluciones liberales de 1830 triunfaron en:

·      Francia, donde el monarca absoluto Luis XVIII fue substituido por un monarca constitucional, Luis Felipe de Orleáns.

·      Bélgica, que consiguió independizarse del Reino de los Países Bajos.

·      España, que pasó del absolutismo a un sistema liberal al aceptar el rey Fernando VII la Constitución de 1812.


C.  LAS REVOLUCIONES DED 1848. LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS.

En 1848 se produjeron en Europa varias revoluciones de carácter democrático. El pueblo pedía más derechos políticos, como el sufragio universal, la soberanía popular y la igualdad social.

La revolución triunfó en Francia, que dejó de ser una monarquía y se convirtió en una república social: se reconocieron los derechos de los obreros y se impuso el sufragio universal.

En el Imperio austriaco, en la Confederación Germánica y en los estados italianos hubo diversas revoluciones democráticas y nacionalistas, pero fueron reprimidas. En muchos casos triunfaron posteriormente, en la segunda mitad del siglo XIX.


IV.        LA CONSOLIDACIÓN DE LOS ESTADOS-NACIÓN EN EUROPA


En la segunda mitad del siglo XIX, en Europa se extendieron las ideas nacionalistas. En consecuencia aparecieron nuevos estados como Italia y Alemania, que lograron su unificación.


A.      LA UNIFICACIÓN DE ITALIA

Italia estaba dividida en seis estados. Sin embargo, sólo el Piamonte, con su monarca Víctor Manuel de Saboya, estaba de acuerdo con la unificación de todos los estados italianos.

En 1859, Cavour, jefe del gobierno piamontés, luchó contra Austria y se apoderó de la Lombardía. A su vez, Garibaldi dirigía un movimiento popular que derrocó a los estados del centro y del sur de Italia. De este modo, en 1861 Víctor Manuel fue proclamado rey de Italia.

En 1866, los austriacos abandonaron el Véneto y éste se unió a Italia. En 1870, los Estados Pontificios también fueron anexionados. La unificación italiana se había completado y Roma fue la capital del nuevo estado.


B.       LA UNIFICACIÓN DE ALEMANIA

Alemania estaba dividida en treinta y seis estados. El estado más importante de Alemania era Prusia. Su jefe de gobierno, el canciller Bismarck, consiguió la unificación de Alemania en 1871, después de derrotar a Austria y a Francia.

Una vez unificada Alemania se proclamó el II Reich (II Imperio) y el rey de Prusia, Guillermo I, fue coronado emperador.


C.      EUROPA A FINALES DEL SIGLO XIX

A finales del siglo XIX se mantenían, en Europa, dos problemas importantes:

·      En Europa oriental, los imperios absolutistas tenían sometidos a diversos pueblos. Los húngaros, checos y polacos deseaban independizarse del Imperio austríaco; y los servios, croatas y búlgaros querían independizarse del Imperio de los turcos otomanos.

·      En Europa occidental, la población continuaba luchando para conseguir la democracia: sufragio universal, mayores libertades y derechos sociales.


V.  EL REINADO DE FERNANDO VII (1814-1833)


A.  EL SEXENIO ABSOLUTISTA (1814-1820)

Tras su regreso a España en 1814, el rey Fernando VII cerró las Cortes reunidas en Cádiz, anuló la Constitución de 1812 y restauró el absolutismo.

Los liberales organizaron diversas sublevaciones militares (pronunciamientos), pero todas ellas fracasaron, y los militares que participaron fueron ejecutados.


B.  EL TRIENIO LIBERAL (1820-1823)

En 1820, un pronunciamiento dirigido por el coronel Riego logró triunfar y se inició la etapa del Trienio Liberal (1820-1823). El rey se vio obligado a jurar la Constitución de 1812, decretar una amnistía y convocar elecciones.

Pero Fernando VII pidió ayuda a la Santa Alianza europea, que envió a España un ejército llamado los Cien Mil Hijos de San Luis, dirigido por el duque de Angulema. Este ejército derrotó a los liberales españoles y restableció la monarquía absoluta de Fernando VII.


C.  LA DÉCADA OMINOSA (1823-1833)

A partir de 1833, la represión contra los liberales fue brutal. Pero se hizo evidente la crisis del absolutismo y la necesidad de reformas, pues los absolutistas fueron incapaces de resolver los problemas de España:

·      La crisis económica: el Estado estaba arruinado desde la Guerra de la Independencia.

·      El conflicto dinástico: en España existía la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres. Como Fernando VII había tenido sólo hijas abolió esta ley para que su hija Isabel pudiera reinar. Muchos absolutistas (carlistas) no aceptaron el cambio y defendieron el derecho a reinar de don Carlos, hermano del rey.


VI.   EL REINADO DE ISABEL II. LAS REGENCIAS (1833-1843)


Al morir Fernando VII le sucedió su hija Isabel, que tenía tres años de edad. La reina María Cristina, madre de Isabel, fue nombrada regente, es decir, ejercía el poder en nombre de su hija. La regente buscó el apoyo de los grupos liberales.

Entre los liberales, llamados cristinos o isabelinos, había burgueses, clases populares urbanas y campesinos del centro y del sur de España.


A.  LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1840)

Los sectores absolutistas no aceptaron como reina a Isabel II y apoyaron a don Carlos, hermano de Fernando VII, como pretendiente al trono. A estos se les llamó carlistas, sus objetivos eran mantener el Antiguo Régimen, la monarquía absoluta, los fueros (leyes propias de un territorio) y el predominio de la Iglesia.

Entre los carlistas había miembros de la nobleza agraria, y del clero y el campesinado del Nordeste de España.

En 1833 estalló la guerra entre isabelinos y carlistas. Las insurrecciones carlistas más importantes fueron en el País Vasco, Navarra, Cataluña, Aragón y Valencia.

La guerra acabó con el Convenio de Vergara (1839). Sin embargo, el carlismo existió durante todo el siglo XIX y todavía causó otras dos guerras civiles en España.


B.  LAS REFORMAS DE LOS LIBERALES PROGRESISTAS

Los liberales españoles se dividían en dos sectores: moderados, partidarios de reformas limitadas, y progresistas, partidarios de reformas más amplias.

En 1835, María Cristina dio el gobierno a los progresistas, que implantaron una monarquía constitucional:

·      Suprimieron los privilegios señoriales.

·      Pusieron a la venta las propiedades de la Iglesia y de los ayuntamientos (desamortización).

·      Desarrollaron el libre ejercicio de la industria y el comercio (librecambio), suprimieron las aduanas interiores y los gremios.

·      Elaboraron la Constitución de 1837. Reconocía la soberanía nacional, los derechos individuales y reducía las funciones del rey.




C.    LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843)

María Cristiana y los liberales moderados pararon las reformas. Los progresistas hicieron dimitir a la reina y dieron la regencia al general Espartero.

El autoritarismo de Espartero y su política librecambista, que perjudicaba a la naciente industria española, provocó su dimisión en 1843. Las Cortes proclamaron reina a Isabel II.


VII.      EL REINADO DE ISABEL II. EL LIBERALISMO MODERADO (1843-1868)


A.  LA DÉCADA MODERADA (1843-1854)

El Partido Liberal Moderado gobernó durante casi todo el reinado de Isabel II, consolidándose así un liberalismo conservador y centralista. Se impusieron:

·      El sufragio censitario (sólo votaban los más ricos).

·      La limitación de las libertades individuales y colectivas.

·      La intervención de la Corona en la política.

·      Los pronunciamientos militares para tomar el poder, que muestran la enorme influencia del ejército en la política.

La nobleza, la Iglesia y la burguesía apoyaban al régimen para frenar al carlismo y a los sectores progresistas y populares.

Se promulgó la Constitución de 1845, que estableció una soberanía compartida entre las Cortes y la monarquía. En 1851 se firmó el Concordato con la Santa Sede, que reconocía la religión católica como la propia de los españoles. También se disolvió la Milicia Nacional y se creó la Guardia Civil (1844).


B.  EL BIENIO PROGRESISTA (1854-1856)

El pronunciamiento militar de Vicálvaro (1854), apoyado pro progresistas y moderados descontentos (grupo de la Unión Liberal) dio paso a un gobierno progresista encabezado por Espartero. Durante el Bienio Progresista (1854-1856) se realizó una nueva desamortización y se impulsó la construcción del ferrocarril.


C.  LA ETAPA MODERADA FINAL (1856-1868)

La última etapa del reinado de Isabel II (1856-1868) fue moderada. En el exterior, se impulsó el colonialismo y se sostuvo la guerra de África (Marruecos). En el interior, surgieron grupos políticos demócratas (defendían el sufragio universal masculino), y republicanos (querían suprimir la monarquía).