Pequeñas grandes mentiras (de madre)
(*contiene spoilers)
Un asesinato dentro la comunidad escolar
pone bajo sospecha la tranquila vida de varias madres de clase alta y gustos
aparentemente anodinos en la ciudad costera de Monterey. Madres perfectas
entregadas a sus retoños que, bajo quilos de maquillaje y cinismo, escoden una
larga carrera de renuncias, frustración matrimonial y sexual, amores
prohibidos, miedo, rabia, ira, celos y envidias, e incluso malos tratos
continuados en el marco de una familia idílica. Big Little Lies (HBO) es un
thriller -con golpes de dramedia- que engancha desde el primer minuto porque
revela muchas de las verdades (y más mentiras) del oficio de ser madre. Una
serie que aporta una mirada mucho más compleja y honesta sobre la maternidad y
sus dificultades, con concesiones para la irresponsabilidad y el hedonismo.
La narración, más descriptiva que
emotiva en muchos casos, acaba posicionando al espectador incómodamente al lado
de madres imperfectas, mujeres egoístas que mienten -muchas veces a sus hijos-
para mantener a salvo el status público de la bendita maternidad. Y que acaban
mintiendo, simplemente, por pura sororidad.
Memorable la escena en el coche de Reese
Whiterspoon y la maravillosa Nicole Kidman, después de haberse derrumbado la
segunda asegurándole que en realidad, ser madre, ya no la satisfacía por
completo. Dos mujeres eufóricas, en la plenitud de sus vidas, gritándole al
mundo que tienen mucho más que ofrecer.
Big Little Lies muestra a madres
orgullosas de serlo pero que viven dentro de esa olla a presión para “sentirse
afortunadas por tener hijos sanos, dinero y un marido que las quiere” cuando la
sociedad se empeña en reducir el éxito femenino solamente a eso.
Hace poco escuché por boca de una madre
que una de las cosas que más le fastidiaban de serlo es que ya nadie le
pregunta por ella misma. Cualquier llamada, especialmente de su propia madre o
de su suegra, se acababa convirtiendo en un cuestionario sobre la salud y los
progresos de sus hijos. Como si de repente, ser madre, le hubiese negado el
privilegio de ser hija.
Y cada vez menos ajenos a esas pequeñas
grandes mentiras, aparecen los hijos. Niños adorables como Chloe o Ziggy o la
adolescente Abigail, que con curiosidad, ternura y rebeldía, se enfrentan a las
incoherencias de los adultos dentro de ese perímetro de seguridad que tejen las
madres.
Todas
las madres, incluso aquellas que no comenten homicidios y recuerdan quién es tu
padre, desarrollan una red de pequeñas grandes mentiras y un lenguaje propio
como estrategia interpretativa delante de sus hijos. Por eso he incluido una
breve recopilación de clásicos de ayer, hoy y siempre.
“Papá
puso una semilla…” (todavía no existe una versión oficial de cómo llega la
semilla). “Si no te lo comes todo…” (lo que va detrás de esto SIEMPRE es
mentira). “Vamos a dormir que mañana vienen los Reyes” (já). “Los niños no
mueren y los papás de los niños tampoco” (hasta que se muere un niño de tu
clase y aparece el cielo de los niños). “Mira, un avión”. “Eres lo mejor que me
ha pasado en la vida”. “Eres lo peor que me ha pasado en la vida”. “Fue un
embarazo muy feliz”. “No cambiaría por nada un fin de semana en familia”. “En
la puerta del colegio hay señores que dan caramelos con droga” (a mí nunca me
tocó la droga por más caramelos que me comí, lo juro). “Nada me divierte más
que jugar con mis hijos”. “Te prometo que si me lo cuentas no me enfadaré” (qué
estrategia más sucia, por favor). “Si te lo comes todo, serás más alta que
papá”. “Si no fuese por vosotros, jamás discutiría con tu padre”. “Yo era mucho
más moderna que tú”. “Yo nunca disgusté a mis padres”. “No me importa que te
vayas con un chico” (siempre que le digas quién es, dónde vive, en qué trabajan
sus padres y le facilites la ficha policial). “Me encanta que pases tiempo con
tus amigas”. “La carta de tu novio apareció abierta al buzón” (la que llevabas
en la carpeta del instituto, también). “Nunca miro tu Facebook”. Sobre por qué
no duermes el sábado en casa “si te pregunto esto es porque te quiero”. “No
pasa nada porque no vengas a comer el domingo”. “Yo a tu edad” (siempre algo
mejor que tú). “Hazte respetar” (construcción polisémica que en boca de una madre
sólo tiene un significado). Y, las más ruines de todas, “a mí me lo puedes
contar todo” porque “yo no soy tu madre, soy tu amiga”.
Y
entonces, cuando los niños crecen un poco y son conscientes de la asombrosa
naturalidad con la que sus madres les mienten desde que nacen, desarrollan su
propio código de mentiras absolutamente irreprochables, que incluyen “tengo que
hacer un trabajo en casa de Paula el sábado a las 10”, “me tiene manía”, “me
sentó mal la hamburguesa” y ”te juro que
ya salí sin bragas de casa”.
Definitivamente,
la mentira está infravalorada.
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