Las intrusas. 100 años del sufragio de las mujeres
Arantxa Elizondo
10 de febrero de 2018 20:15h
En 2018 se cumplirán 100 años desde que en muchos
países europeos se reconoció el derecho de voto de las mujeres; son los casos,
entre otros, de Alemania, Austria, Estonia, Hungría, Irlanda, Letonia, Rusia y
el Reino Unido. En muchos de estos lugares se están preparando numerosos
eventos conmemorativos de diversa índole, desde congresos y jornadas académicas
hasta celebraciones militantes y actos institucionales.
El Reino Unido constituye uno de los más claros
ejemplos de cómo la cuestión del voto de las mujeres se convirtió en un tema
candente en la agenda política que generó un importante debate social y un
vigoroso movimiento de protesta a finales del Siglo XIX. Allí se disponen a
celebrar la aprobación de la Representation of the People Act de 1918, ley que
amplió el electorado de 7,7 millones a 21,4 millones de personas y que permitió
que muchas mujeres británicas (no todas, solo las mayores de 30 años, las que tenían propiedades o
títulos universitarios) pudieran votar. Que nadie piense que el proceso fue
sencillo. El Estado liberal representativo se construyó partiendo de la
exclusión de gran parte de la sociedad, no lo olvidemos: la de muchos hombres y
la de todas las mujeres. Durante más de un siglo en muchos países europeos el
derecho de voto fue ampliándose progresivamente mediante la eliminación
paulatina de las restricciones del sufragio censitario para los hombres. En el
caso del Reino Unido, ya en 1866 el filósofo liberal John Stuart Mill presentó
por primera vez en el Parlamento una petición a favor del voto para las
mujeres, demanda que fue rechazada.
A partir de entonces lo habitual fue que en cada
reforma electoral hubiera voces que solicitaban la extensión de ese derecho
para las mujeres, pero siempre ganaron los argumentos que señalaban que no
estaban capacitadas para ejercer ese derecho, que el orden natural de las cosas
señalaba que la política no era asunto para mujeres, es decir, que eran unas
intrusas en los espacios políticos. Similares negativas se vivieron en
numerosos países con sistemas políticos liberales. Desde finales del siglo XIX,
el movimiento por el sufragio de las mujeres fue creciendo en dimensión y
fuerza en los Estados Unidos y en Europa, de manera particular en el Reino
Unido. Asociaciones moderadas y radicales concentraban el grueso de la lucha de
miles de sufragistas que no sólo realizaron una aportación clave en el
reconocimiento del derecho de voto sino que, y esto no se ha subrayado lo
suficiente, con su propia actividad contribuyeron de manera significativa a la
transgresión del rol que tradicionalmente estaba asignado a las mujeres.
Paradójicamente, uno de los principales factores que
dio el impulso definitivo a las reformas electorales de 1918 fue la Primera
Guerra Mundial pues se hizo insostenible la incongruencia de que millones de
soldados que volvían después de haber estado defendiendo a su país no tuvieran
derecho de voto. Asimismo, era difícilmente justificable que las mujeres
siguieran siendo privadas de ese derecho cuando su papel había sido
imprescindible durante la guerra tanto participando en labores asistenciales en
la retaguardia como trabajando en los puestos de trabajo que habían dejado los
hombres al marchar al frente.
Precisamente, el texto de la ley británica reconocía
explícitamente que tanto los excombatientes como las mujeres merecían el voto
por ese motivo. Así que la clave no fue tanto el reconocimiento de un derecho
básico sino un premio por la aportación a su país durante el conflicto bélico.
El derecho de voto de las mujeres abrió el paso también al reconocimiento del
derecho a presentarse a las elecciones y, con ello, a entrar a los parlamentos
y los gobiernos.
¿Significó esto el fin de la exclusión política de las
mujeres? Es cierto que a partir de entonces fueron accediendo a las instituciones
ejecutivas y legislativas en la mayoría de los Estados, lugares en los que
antaño estaba vedada su presencia y en los que al principio fueron consideradas
intrusas. No obstante, su incorporación no fue rápida ni progresiva puesto que
75 años más tarde el diagnóstico general mostraba que la presencia de mujeres
seguía siendo una rareza en muchísimos países: en 1995 su proporción en los
parlamentos del mundo era 11,3%. Las cuotas, porcentajes obligatorios para
asegurar la presencia equilibrada de mujeres, fueron el siguiente avance y
gracias a este mecanismo se ha logrado aumentar su presencia pero, incluso así,
en 2017 el porcentaje de mujeres en los parlamentos de todo el mundo es el
23,5% y el porcentaje en el caso de los
Estados miembros de la Unión Europea asciende a 29,8%.
Los datos del último siglo se empeñan en mostrar que
las mujeres no acceden a la política en la misma medida que los hombres. ¿Cómo
se explica que las mujeres sigan siendo minoría en los espacios donde se toman
las decisiones públicas? ¿Por qué sigue ocurriendo esto a pesar de las medidas
legales que impulsan su presencia? Los estudios que abordan esta cuestión
reconocen que los motivos son numerosos y diversos: el peso de las
responsabilidades domésticas y familiares, la falta de apoyo del electorado o
de los partidos políticos, la falta de apoyo del entorno, la falta de confianza
en una misma, la falta de experiencia en funciones de representación o la falta
de recursos financieros. Hay un factor que engloba prácticamente a todos los
demás y consiste en el conjunto de actitudes culturales predominantes relativas
al papel de las mujeres en la sociedad, actitudes que aún hoy las excluyen
considerándolas extranjeras y ajenas a la política. La exclusión se ejerce por
muchas personas que probablemente no sean ni conscientes de su nefasta
influencia. Pueden contribuir a la exclusión personas que ocupan cargos
políticos, líderes sociales, tertulianos y tertulianas, periodistas, ciudadanos
y ciudadanas. La expresión de estas actitudes puede adoptar una forma leve o
manifiesta, puede ser delicadamente paternal o directamente violenta, puede
aparecer en comentarios denigrantes o en ridiculizaciones caricaturescas, puede
reflejarse en fotografías desconsideradas o humillantes, pero, en todo caso,
hace que muchas mujeres se sientan incómodas, fuera de lugar y forasteras en
los espacios políticos.
Hace 100 años las mujeres de gran parte de Europa
obtuvieron el derecho de votar como primer paso hacia la participación en las
decisiones políticas; hace 20 años ese derecho se completó con el
establecimiento de las cuotas para asegurar su presencia en las instituciones.
¿Cuál ha de ser el siguiente paso? Agotadas las medidas legales para su entrada
en política, no queda más remedio que mirar hacia los mecanismos de exclusión y
trabajar para neutralizarlos. Personalmente estoy convencida de que es
fundamental aumentar el respeto social hacia las mujeres, por eso, cada vez que
alguien hace un comentario despectivo hacia una alcaldesa en televisión, un periódico
publica una fotografía que menoscaba la imagen de una ministra, un tertuliano
de radio se mofa del aspecto de una parlamentaria o un columnista escribe con
sorna sobre la ropa de la líder de un partido tenemos que hacerle saber que
está contribuyendo a que la exclusión se perpetúe y a que la mitad de la
sociedad se siga sintiendo intrusa en las esferas donde se toman las decisiones
que afectan a nuestra convivencia colectiva.
*Arantxa Elizondo. Profesora de Ciencia Política en la
Universidad del País Vasco
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