Una historia acerca del infanticidio
Black,
Sue: Escrito en los huesos. Los recuerdos que custodia nuestro esqueleto.
“Aunque
la mayoría de las personas celebran la llegada de un nuevo miembro a la
familia, por desgracia no todos los bebés son deseados, y no es raro encontrar
cuerpos de fetos o bebés recién nacidos ocultos en lugares inesperados. Suele
pasar cuando se levantan tablones del suelo o se arrancan viejas baldosas del
baño, cuando se abren o se limpian chimeneas, cuando se aíslan buhardillas o
cuando se descubren viejas maletas al fondo de armarios olvidados. Los
embarazos no deseados pueden encubrirse y
el diminuto cuerpo de un bebé recién parido, ya sea vivo o muerto, puede
esconderse fácilmente con la convicción de que nadie descubrirá ninguna prueba
de que existió. Pero a menudo se descubre, a veces varios años después. Muchos
de los casos que nos toca analizar se remontan setenta o más años atrás, cuando
la vida era más dura. Los abortos eran ilegales y peligrosos, pero eso no
disuadía a las mujeres que habían decidido llevarlos a cabo ni impedía que las
tramas clandestinas los realizaran. Las mujeres a menudo recurrían a este
procedimiento obligadas por la pobreza, por la imposibilidad económica de dar
de comer a una boca más, o por la vergüenza y el estigma asociados a los hijos
ilegítimos.
[La autora luego habla de cómo una pareja
compra una casa en una isla escocesa lejos de todo y hallan huesos de varios
bebés durante las obras. A continuación comienza una investigación]
La
historia que descubrieron se fundamentaba en habladurías de la gente de por
allí, pero encajaba con las pruebas y más adelante contentaría al fiscal. Se
remontaba a la época de la Primera Guerra Mundial, cuando la comunidad de esta
isla remota vivía de forma aislada sin teléfono, electricidad, agua corriente
ni transporte público. La vida era dura y la mayoría de las familias sobrevivían
con lo poco que obtenían de la tierra o del mar. Las casas eran pequeñas, frías,
húmedas y oscuras, con gruesos muros de piedra, tejados de paja, ventanas
diminutas y suelos de madera directamente sobre la tierra. Violet, una mujer
soltera, vivía sola en la típica casita de dos cuartos a solo cien metros del cottage donde se encontraron los huesos.
Los chismosos del pueblo la consideraban una mujer de dudosa moral y muchos la
describían como fulana, mujerzuela, Jezabel o, en gaélico, siursach o striopach. Se decía
que, para subsistir, Violet ofrecía sus servicios a los soldados estacionados
en una base naval cercana y a comerciantes adinerados de la zona. Se la veía
vestir ropas sospechosamente holgadas con cierta frecuencia y había épocas en
las que se mudaba al cottage con su
avasalladora madre Tamina, para después reaparecer y retomar su rutina. Lo
relevante en relación con los restos que se encontraron bajo el suelo era lo
que sucedía durante esos periodos con la madre.
En un
tiempo en que la anticoncepción dejaba mucho que desear, los embarazos no
deseados eran un riesgo inherente a la supuesta profesión de Violet. En el
pueblo se decía que había parido hasta once niños en total, aunque los
chismosos siempre tienden a exagerar. Fuera cual fuera la verdad cuando murió
en la década de 1950 solo tenía un hijo vivo. La gente de la zona recordaba que
el parto había sido de nalgas y había requerido atención médica. Quizá eso fue
lo que lo salvó. Se decía que, como no tenía medios para abortar, Violet llevaba
los embarazos a término y se mudaba con su madre cuando llegaba el momento de
dar a luz. Puede que sus parientes miraran hacia otro lado cuando se quedaba
embarazada con la esperanza de que sufriera un aborto espontáneo. Quizá incluso
se beneficiaban del dinero que ganaba. Sea como fuere, en aquellos tiempos la
descendencia ilegítima era pecado a ojos de la Iglesia y una mancha en la
reputación de toda la familia; además, el abuelo de Violet era pastor laico. Si
bien se podía hacer la vista gorda con un embarazo discreto, un hijo bastardo
no habría podido tolerarse. Pero, por lo visto, el infanticidio sí. Se tenía
más miedo a la condena de la Iglesia que al largo brazo de la ley.
Según
las habladurías, en cuanto el bebé nacía, Tamina se lo llevaba y lo ahogaba en
un viejo cubo oxidado que usaban para el pescado. Luego arrojaba el cuerpo bajo
los tablones de la casita, que con el tiempo se descomponía hasta que solo
quedaban los huesos.
El
hijo de Violet, ya fallecido cuando se encontraron los restos, aseguraba que su
madre había reconocido en el lecho de muerte que había dado a luz a cinco bebés
y que, según ella, la abuela había ahogado a los otros cuatro. También le había
dicho que él estaba vivo gracias al médico que asistió el parto, porque eso hizo
que hubiera constancia de su nacimiento; de haber desaparecido el bebé, les
habrían hecho muchas preguntas. Si no hubiera sido así, Tamina también podría
haberlo ahogado.
Él no
llegó a conocer a su temible abuela. Violet temía tanto a Tamina que mantuvo al
niño escondido hasta que llegó el momento de enviarlo a la escuela y fue
imposible seguir ocultando su existencia.
No
pruebas de nada de esto y es probable que la mayor parte sean rumores obscenos.
Antes de tachar a Tamina de asesina fría y malvada, pensemos en la mentalidad
de aquella época. Las acciones del pasado no siempre encajan con la moral
actual. Puede que Violet pidiera ayuda a su madre; puede que trabajaran juntas
para conservar los escasos ingresos de la familia, que decidieran ignorar las
habladurías y que ese fuera el modo de evitar el escarnio social.
La
ilegitimidad y el infanticidio estaban lo bastante extendidos como para que, en
1809, las leyes escocesas se reformaran y se redujera la condena por ocultar un
embarazo y por no pedir ayuda en el parto. Estos delitos estaban equiparados al
asesinato desde el siglo XVII, pero a partir de entonces se castigaron con una
pena mucho menos severa de dos años de prisión. Y si las acusaban, las mujeres
podían alegar que el bebé había nacido muerto con la esperanza de que las
trataran con indulgencia.”
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