domingo, 24 de febrero de 2019

Una historia acerca del infanticidio

Una historia acerca del infanticidio

Black, Sue: Escrito en los huesos. Los recuerdos que custodia nuestro esqueleto.

“Aunque la mayoría de las personas celebran la llegada de un nuevo miembro a la familia, por desgracia no todos los bebés son deseados, y no es raro encontrar cuerpos de fetos o bebés recién nacidos ocultos en lugares inesperados. Suele pasar cuando se levantan tablones del suelo o se arrancan viejas baldosas del baño, cuando se abren o se limpian chimeneas, cuando se aíslan buhardillas o cuando se descubren viejas maletas al fondo de armarios olvidados. Los embarazos no deseados pueden encubrirse y  el diminuto cuerpo de un bebé recién parido, ya sea vivo o muerto, puede esconderse fácilmente con la convicción de que nadie descubrirá ninguna prueba de que existió. Pero a menudo se descubre, a veces varios años después. Muchos de los casos que nos toca analizar se remontan setenta o más años atrás, cuando la vida era más dura. Los abortos eran ilegales y peligrosos, pero eso no disuadía a las mujeres que habían decidido llevarlos a cabo ni impedía que las tramas clandestinas los realizaran. Las mujeres a menudo recurrían a este procedimiento obligadas por la pobreza, por la imposibilidad económica de dar de comer a una boca más, o por la vergüenza y el estigma asociados a los hijos ilegítimos.

[La autora luego habla de cómo una pareja compra una casa en una isla escocesa lejos de todo y hallan huesos de varios bebés durante las obras. A continuación comienza una investigación]

La historia que descubrieron se fundamentaba en habladurías de la gente de por allí, pero encajaba con las pruebas y más adelante contentaría al fiscal. Se remontaba a la época de la Primera Guerra Mundial, cuando la comunidad de esta isla remota vivía de forma aislada sin teléfono, electricidad, agua corriente ni transporte público. La vida era dura y la mayoría de las familias sobrevivían con lo poco que obtenían de la tierra o del mar. Las casas eran pequeñas, frías, húmedas y oscuras, con gruesos muros de piedra, tejados de paja, ventanas diminutas y suelos de madera directamente sobre la tierra. Violet, una mujer soltera, vivía sola en la típica casita de dos cuartos a solo cien metros del cottage donde se encontraron los huesos. Los chismosos del pueblo la consideraban una mujer de dudosa moral y muchos la describían como fulana, mujerzuela, Jezabel o, en gaélico, siursach o striopach. Se decía que, para subsistir, Violet ofrecía sus servicios a los soldados estacionados en una base naval cercana y a comerciantes adinerados de la zona. Se la veía vestir ropas sospechosamente holgadas con cierta frecuencia y había épocas en las que se mudaba al cottage con su avasalladora madre Tamina, para después reaparecer y retomar su rutina. Lo relevante en relación con los restos que se encontraron bajo el suelo era lo que sucedía durante esos periodos con la madre.

En un tiempo en que la anticoncepción dejaba mucho que desear, los embarazos no deseados eran un riesgo inherente a la supuesta profesión de Violet. En el pueblo se decía que había parido hasta once niños en total, aunque los chismosos siempre tienden a exagerar. Fuera cual fuera la verdad cuando murió en la década de 1950 solo tenía un hijo vivo. La gente de la zona recordaba que el parto había sido de nalgas y había requerido atención médica. Quizá eso fue lo que lo salvó. Se decía que, como no tenía medios para abortar, Violet llevaba los embarazos a término y se mudaba con su madre cuando llegaba el momento de dar a luz. Puede que sus parientes miraran hacia otro lado cuando se quedaba embarazada con la esperanza de que sufriera un aborto espontáneo. Quizá incluso se beneficiaban del dinero que ganaba. Sea como fuere, en aquellos tiempos la descendencia ilegítima era pecado a ojos de la Iglesia y una mancha en la reputación de toda la familia; además, el abuelo de Violet era pastor laico. Si bien se podía hacer la vista gorda con un embarazo discreto, un hijo bastardo no habría podido tolerarse. Pero, por lo visto, el infanticidio sí. Se tenía más miedo a la condena de la Iglesia que al largo brazo de la ley.

Según las habladurías, en cuanto el bebé nacía, Tamina se lo llevaba y lo ahogaba en un viejo cubo oxidado que usaban para el pescado. Luego arrojaba el cuerpo bajo los tablones de la casita, que con el tiempo se descomponía hasta que solo quedaban los huesos.

El hijo de Violet, ya fallecido cuando se encontraron los restos, aseguraba que su madre había reconocido en el lecho de muerte que había dado a luz a cinco bebés y que, según ella, la abuela había ahogado a los otros cuatro. También le había dicho que él estaba vivo gracias al médico que asistió el parto, porque eso hizo que hubiera constancia de su nacimiento; de haber desaparecido el bebé, les habrían hecho muchas preguntas. Si no hubiera sido así, Tamina también podría haberlo ahogado.

Él no llegó a conocer a su temible abuela. Violet temía tanto a Tamina que mantuvo al niño escondido hasta que llegó el momento de enviarlo a la escuela y fue imposible seguir ocultando su existencia.

No pruebas de nada de esto y es probable que la mayor parte sean rumores obscenos. Antes de tachar a Tamina de asesina fría y malvada, pensemos en la mentalidad de aquella época. Las acciones del pasado no siempre encajan con la moral actual. Puede que Violet pidiera ayuda a su madre; puede que trabajaran juntas para conservar los escasos ingresos de la familia, que decidieran ignorar las habladurías y que ese fuera el modo de evitar el escarnio social.

La ilegitimidad y el infanticidio estaban lo bastante extendidos como para que, en 1809, las leyes escocesas se reformaran y se redujera la condena por ocultar un embarazo y por no pedir ayuda en el parto. Estos delitos estaban equiparados al asesinato desde el siglo XVII, pero a partir de entonces se castigaron con una pena mucho menos severa de dos años de prisión. Y si las acusaban, las mujeres podían alegar que el bebé había nacido muerto con la esperanza de que las trataran con indulgencia.”


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