jueves, 4 de julio de 2019

Unidad 2 La Revolución Industrial


TEMA 2. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL



INTRODUCCIÓN

La Revolución Industrial supuso el cambio de una economía agraria y artesanal a otra dominada por la industria y la producción mecanizada. La Revolución Industrial se generalizó en Gran Bretaña durante las primeras décadas del siglo XIX, y desde allí se extendió, con formas y ritmos desiguales, a los principales países de la Europa continental y a Estados Unidos. Entre 1750 y 1850, la población creció tanto como en los mil años anteriores. Las nuevas formas de producción industrial modificaron estilos de vida, estructuras económicas, ideas y costumbres. Pero también hicieron crecer las diferencias de riqueza entre las nuevas clases sociales.



1.    LA INDUSTRIA ANTES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Las economías agrarias tradicionales comenzaron a transformarse durante el siglo XVIII, cuando en ciertas zonas y regiones europeas creció la producción de la industria rural dispersa (manufacturas textiles). Este proceso ha sido denominado con el término de protoindustrialización.

En Gran Bretaña tuvo lugar la primera manifestación histórica del crecimiento económico moderno, que se materializó en el continuo crecimiento de la producción y en el aumento de la población y de los ingresos medios de los habitantes. Esa aceleración del crecimiento tuvo como causa una serie de transformaciones económicas y sociales profundas, que supusieron el inicio de la Revolución Industrial.

El concepto de Revolución Industrial se introdujo en el vocabulario histórico hacia 1880. Los contemporáneos percibían los cambios en la organización de la producción y del trabajo, pero no eran conscientes de estar viviendo una “revolución” económica y social. En la actualidad se prefiere hablar de industrialización o de procesos de industrialización. Incluso en el caso británico, el primero de estos procesos y uno de los más rápidos, las transformaciones económicas y sociales fueron más lentas de lo que el término revolución induce a pensar. La sociedad industrial no se consolidó hasta mediados del siglo XIX, aunque sus raíces se hunden en el siglo XVIII, en una serie de procesos que fueron erosionando las estructuras económicas y sociales preindustriales.



1.1.        LAS ECONOMÍAS PREINDUSTRIALES

En las sociedades preindustriales, la mayoría de la población vivía de un escaso salario o de unos ingresos agrarios que no superaban, habitualmente, los gastos necesarios para poder sobrevivir, ya que los precios de los productos alimenticios y de los manufacturados eran muy altos.

 La característica principal de estas economías era la escasez, ligada a una baja productividad. La mayor parte de la población, en torno a un 80 o un 90%, era campesina, ocupada en un trabajo agrario poco productivo.

En la Europa preindustrial existía un enorme contraste entre la miseria de los más pobres y la opulencia del limitado número de ricos. La renta estaba repartida de forma muy desigual; la caridad o las donaciones en períodos de paz, o el robo y la rapiña durante las guerras, eran formas comunes de distribuir la riqueza.

Cuanto más baja era la renta que percibía una familia, más recursos dedicaba a los bienes de primera necesidad; sobre todo, a la compra de alimentos. En las sociedades preindustriales, la mayoría de la población gastaba el 80% de sus ingresos solo en alimentación; ello explica que las malas cosechas, o las subidas en los precios de los productos de primera necesidad, provocasen hambres y carestías cada pocos años. Con frecuencia, se producían motines y revueltas de los desfavorecidos, que luchaban por conseguir que bajasen los precios. En cambio, las minoritarias clases acomodadas, después de los gastos alimenticios, disponían de un 70% de sus ingresos para consumir todo tipo de productos y emplear a un gran número de criados y sirvientes.

Además, la escasez de los ingresos hacía muy difícil el ahorro. Por tanto, no abundaba el capital para invertir en nuevas empresas o actividades económicas. Al no existir instituciones financieras, tal como las entendemos hoy, la gente se guardaba el dinero. La riqueza se medía, casi siempre, por la cantidad de tierra que se poseía. A más tierra, mayor nivel de renta.



1.2.        LA INDUSTRIA CASERA: LA PROTOINDUSTRIALIZACIÓN

En el siglo XVIII, en algunas regiones europeas, era frecuente que las familias campesinas simultanearan el trabajo agrícola con la elaboración de productos textiles, que los comerciantes vendían en mercados lejanos. Para definir este hecho, observado por primera vez en Flandes, se acuñó el concepto de protoindustrialización.

Tejedores e hiladores hacían uso de sus sencillos instrumentos de trabajo (ruecas, telares manuales), y hasta tres cuartas partes de las familias campesinas se ocupaban de esta producción manufacturera, que proporcionaba unos ingresos complementarios. Con este sistema se producía más, aumentaron los ingresos y, al mejorar la alimentación, también se incrementó la población.

Pronto se encontraron muchos más casos que mostraban que, a mediados del siglo XVIII y antes de la Revolución Industrial británica, había regiones en Centroeuropa, Gran Bretaña, Holanda y el Mediterráneo (norte de Italia, Cataluña, etc.), en las que se estaba difundiendo una industria rural dispersa, que no solo producía mercancías textiles para atender la demanda de la localidad o de las villas y lugares cercanos, sino también excedentes destinados a mercados lejanos.

En esta primera fase se trataba de un proceso autónomo, y por ello la actividad productiva se reducía en las épocas de siembra y la recolección, cuando aumentaba el trabajo en el campo. Los campesinos dedicados a estas actividades artesanas eran dueños de sus instrumentos de trabajo (ruecas, telares, etc.), y ellos mismos llevaban parte de sus manufacturas a los mercados más próximos, donde las intercambiaban por un precio acordado con los comerciantes. Es lo que se conoce como domestic system.

En una segunda fase, el campesino fue perdiendo su autonomía para decidir cómo y cuánto debía producir. El comerciante -el capital comercial- terminó controlando este proceso productivo tan disperso: suministraba materias primas (sobre todo si había que traerlas de espacios geográficamente lejanos, como el algodón), distribuía por los domicilios de los campesinos los instrumentos para hilar y tejer, y fijaba los precios. En la práctica, los campesinos, más que un precio por su trabajo, recibían una especie una especie de salario, que era fijado, de forma casi unilateral, por el comerciante. Este se convirtió, en realidad, en una especie de empresario de la industria rural dispersa, fenómeno que se conoce con el nombre de putting out system.

 Hacia las últimas décadas del siglo XVIII, esta actividad era cada vez más rentable, y se fue extendiendo por muchas zonas. Los problemas de suministrar materias primas y controlar la   producción de las familias campesinas en territorios dispersos, así como las contradicciones de este sistema protoindustrial, se resolvieron con la concentración del capital de los comerciantes o de las empresas comerciales, y reuniendo en un mismo local a los trabajadores y a las máquinas y herramientas. Es el llamado factory system.



2. La Revolución Industrial británica

La Primera Revolución Industrial se inició en Gran Bretaña, hacia las últimas décadas del siglo XVIII, coincidiendo con una serie de factores (demográficos, económicos, políticos, etc.) que la hicieron posible y que explican su despegue inicial.



2.1. El factor demográfico

En Gran Bretaña, durante el siglo XVIII, se inició un crecimiento continuado de la población en el que influyeron diferentes factores. Sin duda, el más importante fue la disminución de la mortalidad, cuyas tasas, entre 1800 y 1900, se redujeron de 27 a 18 defunciones por cada mil habitantes, mientras que la natalidad seguía creciendo en torno a 30 nacimientos por mil habitantes. La consecuencia fue un espectacular crecimiento de la población. Gran Bretaña pasó a tener 5.800.000 habitantes, en 1700, a multiplicarse por siete en doscientos años y superar los 40 millones, a pesar de los 17 millones de personas que se establecieron en las colonias y en Estados Unidos. En total, Europa, con una población de 187 millones de habitantes en 1800, tuvo un crecimiento de más de 400 millones a lo largo del siglo XIX. Otras causas que influyeron en el acelerado y continuo crecimiento demográfico fueron la mejora de la alimentación, debida al aumento de la producción agraria en el siglo XVIII, y los progresos en la medicina y en la higiene.

El crecimiento de la población fue un factor esencial en el progreso económico e industrial, ya que, a mayor población, mayor demanda de productos; si la población no aumenta, el crecimiento industrial puede frenarse o paralizarse.

El factor demográfico no fue el único determinante en la industrialización, pues en la vecina Irlanda la población se duplicó entre 1760 y 1840, y este aumento no tuvo como consecuencia un proceso de industrialización, sino la emigración masiva a partir de 1848. La presión demográfica por sí sola no bastaba para poner en marcha un proceso industrializador, pero sí lo acompañó necesariamente en sus inicios, porque si una importante demanda no habría sido necesaria la fabricación masiva.



2.2. Las transformaciones agrarias

Los cambios en la agricultura fueron de tal envergadura que se ha afirmado la existencia de una revolución agrícola en Gran Bretaña a lo largo del siglo XVIII, revolución que precedió a la industrial y que contribuyó a hacerla posible.

Cuando empezó a desarrollarse la gran industria, ya se practicaba una agricultura avanzada: una elevada productividad, que permitía comercializar los excedentes; un avanzado grado de mecanización, y unos propietarios que no se planteaban esa actividad como rentistas, sino como empresarios que querían obtener el máximo rendimiento de sus tierras. Esta revolución agrícola se puso de manifiesto en las numerosas transformaciones técnicas, y en las reformas de la estructura y la distribución de la propiedad.

El barbecho fue eliminado gradualmente y sustituido por la rotación de cultivos (plantas forrajeras, maíz, patatas, nabos, lúpulos, etc.), que, intercalados con los cereales tradicionales, regeneraban la tierra, evitando así tener que dejarla uno o dos años sin sembrar. Además, se seleccionaron semillas, se ampliaron las superficies cultivadas mediante el drenaje de zonas húmedas y la reducción de algunas zonas de bosque, a la vez que se intensificaba la especialización ganadera y la producción de carne y leche.

La tecnología agrícola se trasformó lentamente: desde el arado, mejorado en su forma y con un uso más adecuado del hierro, hasta los herrajes de los caballos y los primeros modelos de sembradoras (en torno a 1730) o trilladoras mecánicas (hacia 1780). Todos estos cambios explican que la productividad del trabajo agrícola aumentara en un 90% entre 1700 y 1800. La producción de excedentes permitió exportar cereales, junto con otros productos agrarios y ganaderos, a mercados especializados, así como alimentar a unas poblaciones urbanas cada vez más numerosas.

Las transformaciones en la estructura de la propiedad no fueron menos intensas. Al proceso de concentración de la propiedad contribuyeron las llamadas Leyes de Cercamiento (Enclosure Acts). El Parlamento, a instancias de los grandes propietarios, establecía "la división, el reparto y el cercamiento de los campos, praderas y dehesas abiertas y comunes, y de las tierras baldías y comunes" situados en cada parroquia. En 1750, la mitad de Gran Bretaña tenía sus campos cercados, y entre 1760 y 1820 se promulgaron 1.800 Enclousure Acts, que supusieron la reorganización de la propiedad de más de tres millones de hectáreas.

Los perjudicado por estos cambios fueron los campesinos, sobre todo jornaleros y pequeños propietarios. Los primeros no podían competir con las máquinas y se quedaban sin trabajo o con salarios muy bajos, que ni siquiera cubrían la subsistencia: los pequeños propietarios no disponían de capital para cercar sus campos; la mayoría tuvo que vender sus tierras a los grandes propietarios y emigrar a los nuevos barrios industriales de los centros urbanos.

Las transformaciones agrarias contribuyeron de tres formas a que se hiciera realidad la primera industrialización británica: alimentando a una población creciente, incluida la de los nuevos centros industriales; permitiendo un aumento de la capacidad de demanda y el poder de compra de los nuevos productos industriales; y, por último, suministrando parte del capital necesario para financiar la industrialización y para mantenerla en marcha.



2.3. El papel del comercio internacional

Al constante crecimiento de la demanda interior se añadió la demanda exterior de la Europa continental y de sus posesiones de ultramar, en la que el imperio británico tenía una posición privilegiada. Gran Bretaña ya exportaba tejidos de lana a precios más bajos que el resto de los países manufactureros, que producían estos bienes con el trabajo de los artesanos urbanos agrupados en gremios. La exportación de tejidos aumentó notablemente y, hacia 1750, las tres cuartas partes de las mercancías salidas de los puertos británicos se dirigían a los puertos europeos. Otro lugar de exportación era América, en especial, las colonias norteamericanas: el 87% de todo lo que estas importaban procedía de la metrópoli inglesa. Las relaciones comerciales con las colonias son otra clave del desarrollo económico británico. Las compañías comerciales inglesas compraban productos tropicales (especias, té, café, tabaco, etc.), que reexportaban a otros países europeos.

Los excedentes laneros no eran muy apropiados como moneda de cambio en los países calurosos. Por esta razón, en la segunda mitad del XVIII, el sector textil británico comenzó a producir tejidos de algodón, que se vendían en todo el mundo a ricos y pobres, independientemente de si el clima era cálido o frío. La Revolución Industrial comenzó, precisamente, en este sector, y, por primera vez en la historia, nació una gran industria de consumo sobre la base de una materia prima, el algodón, que no se producía en el propio país. La balanza comercial británica muestra que, hacia 1800, las exportaciones de manufacturas de lana habían descendido, mientras que aumentaron las de los nuevos tejidos de algodón.

Este desarrollo del comercio exterior contribuyó a acelerar la Primera Revolución Industrial mediante estos mecanismos: proporcionó a la nueva industria materias primas (algodón, hierro) que aumentaron y abarataron la gama de productos industriales; amplió la demanda de productos industriales en las colonias o en los países pobres; creó un excedente económico y una acumulación de capital que permitieron financiar las siguientes etapas de la Revolución Industrial, y propició el desarrollo del sistema financiero.



2.4. Los transportes

En Gran Bretaña, el transporte y las comunicaciones eran fáciles y baratos, ya que ningún punto del país dista más de 100 km del mar. Durante el siglo XVII se desarrolló un sistema de canales interiores que, hacia 1800, contaba con 2.500 km navegables y con el doble a mediados del siglo XIX. Asimismo, se mejoraron los procedimientos de construcción y mantenimiento de los caminos. Por otro lado, la facilidad del transporte aproximaba la oferta y la demanda de productos, lo que favorecía la formación de un mercado interior entre Inglaterra, Gales y Escocia.

Gran Bretaña fue pionera también en la construcción del ferrocarril, aunque en 1830 solo existían 100 km en servicio. El nuevo medio de transporte no formó parte de la primera fase de la industrialización británica.



3. Industrias y fábricas

Las nuevas fábricas significaron una concentración de capital y de trabajo. Surgieron, en primer lugar, en el sector textil (algodón y lana). Una larga serie de innovaciones tecnológicas y de nuevas máquinas contribuyó a su desarrollo.

El crecimiento de la población, los cambios en la agricultura, el volumen del comercio y la mejora de los transportes fueron las condiciones previas que favorecieron un progresivo aumento de la producción y del consumo. También provocaron continuos cambios en la estructura productiva y en las relaciones entre propietarios y trabajadores.

Estos hechos aceleraron las transformaciones tecnológicas, el uso de nuevas formas de energía, y la aparición de nuevas formas de producción y de nuevas relaciones económicas y sociales.

Estos procesos se desarrollaron en principio en la industria textil; en concreto, en la fabricación de tejidos de algodón, un sector que marcó inicialmente la pauta que luego seguiría el conjunto de la producción industrial. Las primeras fábricas significaron que el capital se había concentrado; también se concentró el trabajo y se sometió a los trabajadores a la disciplina del salario y del horario, perdiendo de este modo su autonomía y su anterior relación con la agricultura. La manufactura tradicional se centralizó en las fábricas, quedando bajo el mismo techo las máquinas de hilar y los hiladores, junto con los tejedores y los telares.



3.1. La lana y el algodón

La producción de lana tradicional creció lentamente durante el siglo XVIII sin que se introdujeran transformaciones técnicas de importancia. A los productores de lana, comerciantes, empresarios y artesanos o campesinos no les interesaba la competencia de unos tejidos de algodón que venían de fuera. Con su rechazo consiguieron que el Parlamento promulgara varios decretos prohibiendo el uso de tejidos de algodón "por los perjuicios que ocasiona a las industrias nacionales de la lana y de la seda". En algún momento, los tejedores atacaron a las personas que iban vestidas con telas de algodón, desgarrando sus trajes. Hasta el año 1774 no se levantó la prohibición contra los tejidos de algodón puro, pintados o estampados.

Posiblemente, la prohibición de importar las preciadas telas de algodón de India (indianas) precipitó el desarrollo de la industria británica del algodón. Se eliminó, por decreto, un enemigo exterior, pero se creó un adversario interior más peligroso, porque los tejidos prohibidos de algodón comenzaron a producirse en la propia Gran Bretaña: "Apenas se hubieron prohibido los calicós de la India y todos los tejidos estampados de procedencia extranjera, cuando hijos desnaturalizados de Gran Bretaña se pusieron a trabajar instruyendo a los obreros en la imitación de la destreza hindú", tal como figura en las quejas de los productores laneros hacia 1720.



3.2. Las máquinas de hilar y de tejer

La mecanización de la producción textil fue un proceso que se desarrolló a lo largo de casi un siglo. Representó, a pesar de su lentitud, novedades radicales en la técnica y la producción de tejidos. En 1733, John Kay inventó el telar de lanzadera volante con el que se tejía, en menos tiempo, una pieza de un tamaño mayor que el que, hasta entonces, permitía la distancia entre los brazos del tejedor. Mientras, el hilo de lana se seguía elaborando manualmente, a la manera tradicional.

Pronto se detectó el desequilibrio entre la nueva manera de tejer y la antigua manera de hilar, de modo que el hilo comenzó a ser escaso y a encarecer su precio. Hacia 1760 era frecuente que se convocasen premios para "el mejor invento de una máquina de hilar seis hilos de lana, lino, algodón o seda al mismo tiempo, y que exija el concurso de una sola persona para su mantenimiento”.

En 1765, James Hargreaves, carpintero de profesión y empleado en una manufactura de algodón, inventó la spinning jenny, una máquina de hilar de construcción sencilla, que funcionaba manualmente y ocupaba poco espacio. Su uso alteraba escasamente los hábitos de los trabajadores, y podía reemplazar a las ruecas, fortaleciendo de este modo la industria rural dispersa. Pero lo importante era que hacía el mismo trabajo que seis u ocho hiladores con la vieja rueca manual y producía el primer hilo que se conseguía sin la ayuda de los dedos humanos.

En 1767 Hargreaves fabricó algunas máquinas con intención de venderlas, pero los obreros de Blackburn se las destrozaron. Posteriormente sacó una patente en Nottingham y comenzó la explotación sistemática de su invento; muy pronto otros fabricantes cuestionaron la patente y consiguieron hacer caducar legalmente sus derechos de inventor. A pesar de ello, en 1788 había alrededor de 20.000 de estas máquinas en Gran Bretaña, dedicadas casi todas a hilar algodón y no lana.

Hacia 1779, Edmund Crompton inventó otra máquina de hilar que se denominaría mule, que era una especie de cruce entre la jenny, que producía un hilo más fino, y la water frame, que lo hacía más resistente y en mayor cantidad. La máquina de Crompton era un artefacto de dimensiones considerables, repleta de ruedas y cilindros metálicos, en los que se movían centenares de husos, hasta 650 al final, que enrollaban las madejas de hilos de algodón. Cuatro millones y medio de husos movían las mules en la Gran Bretaña de 1806.

Los nuevos telares, por su coste y dimensiones, contribuyeron a la desaparición de la industria doméstica y determinaron definitivamente el nacimiento de la fábrica (factory system). La aplicación de la máquina de vapor permitió liberar a las fábricas de la dependencia de los saltos de agua y facilitó la instalación de fábricas industriales urbanas.

Las máquinas de hilar se iban perfeccionando. Mientras que en 1760 se seguía tejiendo en telares manuales y los tejedores disponían de poco hilo, en 1790 empezaba a sobrar el hilo, que se producía ya de forma industrial. Este desequilibrio, que inicialmente exigió aumentar el número de tejedores, pronto provocó la aparición del telar mecánico. Edmund Cartwright, estudiante en Oxford, literato y sacerdote, que nunca había visto un telar ni sabía nada de mecánica, inventó el primer telar mecánico con la ayuda de un herrero y un carpintero. Lo patentó en 1785 y lo fue perfeccionando en años posteriores. En 1789 se puso de acuerdo con fabricantes de hilo de Manchester y crearon una gran fábrica con 400 telares mecánicos, movidos ya por máquinas de vapor.

En 1830 había ya más de 100.000 telares bastante perfeccionados. Paralelamente se mecanizaron otros procesos textiles, como el estampado o el teñido de las piezas. El sector lanero fue adoptando más lentamente la nueva tecnología, que se aplicaba al hilado y al tejido de algodón. Las hilaturas y los telares, asociados a las máquinas de vapor, fueron los primeros símbolos de un sistema fabril que se extendió a otros sectores productivos.



3.3. La energía y la máquina de vapor

El uso de energías distintas de la humana (animal, eólica o hidráulica) es uno de los rasgos esenciales de la industria moderna; sin ellas, a pesar de la existencia de máquinas, la producción se habría mantenido en límites muy bajos.

La distancia que media entre la manufactura y la fábrica no se habría franqueado sin la invención y la aplicación de la máquina de vapor. La máquina que James Watt inventó y perfeccionó, en 1781, fue la innovación más importante hasta esa época en el campo de la energía. Su origen se encuentra en las explotaciones mineras, donde se utilizaban bombas movidas por la combustión de carbón para extraer agua mediante un movimiento de abajo arriba. Watt encontró una solución que permitía transformar este movimiento vertical en otro movimiento continuo y circular, y organizó una fábrica en Birmingham que daba trabajo a 600 obreros.

La difusión de la máquina de vapor fue lenta al principio: en 1800, solo había instaladas 110 en Gran Bretaña. En las décadas siguientes se generalizó su uso, a la vez que se simplificaban y perfeccionaban los primeros modelos. En 1830 había ya 15.000 máquinas de vapor que movían las máquinas de las fábricas inglesas.



3.4. El hierro y la hulla

   La nueva energía del vapor exigía un mayor consumo de carbón, y las nuevas máquinas demandaban más hiero, más acero y nuevas técnicas siderúrgicas.

Desde principios del siglo XVIII, el carbón había sustituido a la madera para fundir y trabajar el hierro y, a finales de esta centuria, ya estaban listos los procedimientos para elaborar hierro más resistente y de mejor calidad. La asociación entre el carbón y el hierro fue característica de los primeros procesos de industrialización. En Gran Bretaña, las fundiciones y las nuevas industrias siderúrgicas se fueron concentrando cerca de las minas de carbón en los Midlands, donde destacaba el centro minero y fabril de Birmingham, y en el sur del País de Gales, que contaba con las salidas portuarias de Cardiff y Bristol.

La industria siderúrgica desempeñó en la industrialización británica un papel de estímulo y difusión, suministrando a bajo precio las mercancías más necesarias para las industrias y los equipamientos básicos. La continuidad de la industrialización dependía de la disponibilidad de carbón y hierro, y del desarrollo económico y tecnológico de ambos sectores.

La minería y la siderurgia británicas estaban en condiciones de responder a la masiva demanda de carbón y hierro que generó, desde 1830, las instalaciones del tendido del ferrocarril en las islas británicas.



4. La industrialización se extiende a otros países

La industrialización británica se explica por la combinación de un conjunto de factores que la hicieron posible, pero también por el hecho de ser la primera en la que se produjeron las grandes transformaciones. Otros países del continente europeo siguieron el ejemplo e industrializaron sus economías.



4.1. Gran Bretaña, el primer país industrial del mundo

Para explicar el origen de la primera industrialización en Gran Bretaña, se han alegado numerosas causas: la abundancia de recursos naturales (lana, algodón, hierro, carbón), el elevado crecimiento demográfico, las transformaciones agrarias, el crecimiento de la demanda, su posición favorable en el comercio internacional, la disponibilidad de capital, las innovaciones tecnológicas, la mentalidad protestante, etc.

Cada uno de estos elementos es una variable que depende de las demás y que, a la vez, influye en el conjunto, pues por separado no eran exclusivas de la sociedad británica a fines del siglo XVIII.

La Revolución Industrial británica se explica también porque fue la primera en el mundo. Gran Bretaña se convirtió en la primera potencia mundial, monopolizadora virtual de la industria, de la exportación de productos manufacturados y de la explotación colonial. La economía británica no tuvo competencia hasta bien avanzado el siglo XIX. La propia existencia de la Revolución Industrial en Gran Bretaña impidió que se produjera en otros espacios con la misma rapidez y de la misma forma.

Un adelanto similar de una economía nacional carecía de precedentes en la historia. Aunque las antiguas potencias europeas y los nuevos Estados Unidos intentaron emular las transformaciones económicas e industriales británicas, tuvieron que comenzar sus procesos de industrialización de modo más lento (Francia, Estados Unidos), o más tardío (Alemania, Rusia) y en un escenario muy diferente, porque en la economía internacional ya existía un capitalismo industrial poderoso con el que habría que competir.

Las doctrinas del liberalismo económico, elaboradas con anterioridad por el pensamiento ilustrado (Hume, Locke, Adam Smith...), fueron aplicadas por la economía y el Estado británicos, quienes patrocinaron y regularon la libertad de uso de los factores productivo: la tierra, el capital, el trabajo, el comercio...



4.2. La difusión de la industrialización en Europa continental

Los británicos intentaron, inicialmente, reservarse el conocimiento y la aplicación de las nuevas técnicas fabriles, pero las formas de organización de la industria inglesa se difundieron inevitablemente por la Europa continental, incluso en la época del enfrentamiento bélico de Gran Bretaña con la Francia napoleónica.

La difusión de la industrialización y del crecimiento económico fue una “conquista pacífica”, lenta y gradual, un proceso orientado desde el principio por las necesitadas y la voluntad de los nuevos y competitivos estados nacionales.

La industrialización europea se fijaba en el espejo británico, pero se desarrolló siguiendo unas pautas y una cronología propias. El despegue industrial de Bélgica y del norte de Francia, desde 1830, se vio favorecido por las tradiciones manufactureras y comerciales de estas regiones, por la disponibilidad de materias primas (carbón, hierro, etc.) y por una buena localización, tan próxima a Gran Bretaña como a las aéreas más desarrolladas de la Europa del norte. La región industrial del Ruhr se desarrolló más tarde, pero también más intensamente, sobre la base del carbón y del hierro, de la demanda de construcción de ferrocarriles, y de las crecientes necesitadas de un mercado y un Estado alemán unificados.

Otros focos destacados de industrialización textil o metalúrgica se encontraban en Cataluña, el norte de Italia, Alsacia, Silesia, Sajonia, Moravia, el País Vasco, etc.

Si en Gran Bretaña la industrialización se había desplegado sobre la base de la iniciativa privada, en el continente tuvieron más influencia las decisiones de los Estados, las orientaciones de su política económica y el papel de la banca, necesaria para las grandes inversiones de capital que exigía la industria pesada.

El desarrollo de la industrialización en los países europeos se mide al comparar sus principales indicadores económicos con los del primer país industrial. A finales del siglo XIX, Alemania y Francia habían reducido distancias en relación con Gran Bretaña. Pero los ritmos de crecimiento industrial y económico no fueron uniformes ni en el tiempo ni en el espacio. Bélgica, Francia o Alemania han sido caracterizados como first comers, porque fueron "los primeros en llegar" y los que más precozmente siguieron el ejemplo británico. Otro grupo de países, en los que se encuentran Rusia, Austria-Hungría, Italia y España, son los denominados late comers, pues solo muy avanzado el siglo XIX, o a principios del XX, se incorporaron al proceso de industrialización.



5. La revolución de los transportes

La Revolución Industrial no habría sido posible si no se hubiese producido, de forma paralela y unida a ella, una auténtica revolución de los transportes, ligada a la utilización de la máquina de vapor en el transporte terrestre (ferrocarril) y marítimo (buques de vapor). Inicialmente, las mercancías se trasladaban en Gran Bretaña y en los países pioneros en la industrialización en Europa a través de ríos y canales navegables.

La auténtica transformación se produjo con la llegada del ferrocarril: un medio que multiplicaba la velocidad de transporte terrestre hasta cotas inimaginables para los habitantes del siglo XVIII y principios del siglo XIX. El período comprendido entre 1835 y 1900 ha sido calificado como la "era del ferrocarril". La aplicación de la fuerza del vapor al transporte sobre raíles de acero constituye uno de los mejores símbolos del siglo XIX. El inglés Stephenson logró, en 1814, que una locomotora con 30 toneladas de peso circulara a una velocidad de 7 Km/hora. El invento comenzó a aplicarse al transporte de hulla en las zonas mineras. El mismo Stephenson ganó en 1829 el concurso para construir la línea férrea entre Liverpool y Manchester.

La primera red de ferrocarriles fue la británica. En 1850 estaban en funcionamiento las principales líneas que enlazaban Londres con los centros industriales y con las ciudades más importantes. Bélgica, Francia, España y Alemania trazaron sus líneas ferroviarias a partir de mediados de siglo, al igual que Estados Unidos.

El tendido del ferrocarril puso en marcha recursos económicos y humanos de dimensiones absolutamente desconocidas hasta entonces. Entre 1850 y 1880, la construcción de ferrocarriles se constituyó como un auténtico sector económico; el capitalismo del siglo XIX se apoyaba sobre la tríada fábricas, bancos y ferrocarriles.

Los 3.000 km de vía que estaban en funcionamiento en la Francia de 1850 se habían convertido en 49.500 en 1890; en las mismas fechas, Alemania pasó de una red de 6.000 km a tener en funcionamiento 43.000 km, y en1891 se emprendió el trazado del ferrocarril más largo del mundo, el Transiberiano, que unió Moscú con Siberia y con el mar del Japón (Vladivostok) en 1902. El ferrocarril se había convertido en un instrumento de unión para los mercados y las naciones, ya que había cambiado las dimensiones del mundo. Con este nuevo transporte, todo era más cercano y más accesible.

La aplicación del vapor a la navegación arrinconó los veleros y permitió construir buques de mayor tonelaje, así como aumentar el volumen del comercio internacional y abaratar los precios del transporte. La comunicación marítima avanzaba con los buques de vapor tanto como la comunicación terrestre lo estaba haciendo mediante el ferrocarril. Dos proyectos colosales como la apertura del canal de Suez (1869) y la del canal de Panamá (1914) responden a la necesidad de facilitar y acortar el tráfico interoceánico.

Por otra parte, el telégrafo eléctrico supuso el primer paso para la transmisión rápida de la información. En 1858 se habían colocado 160.000 kilómetros de cable; en 1900 se superaban los seis millones de kilómetros, después de atravesar el canal de la Mancha (1853) y el océano Atlántico (1878). El teléfono sonó por primera vez en 1876 en Estados Unidos.

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