TEMA 2. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
INTRODUCCIÓN
La Revolución Industrial supuso el cambio
de una economía agraria y artesanal a otra dominada por la industria y la
producción mecanizada. La Revolución Industrial se generalizó en Gran Bretaña
durante las primeras décadas del siglo XIX, y desde allí se extendió, con
formas y ritmos desiguales, a los principales países de la Europa continental y
a Estados Unidos. Entre 1750 y 1850, la población creció tanto como en los mil
años anteriores. Las nuevas formas de producción industrial modificaron estilos
de vida, estructuras económicas, ideas y costumbres. Pero también hicieron
crecer las diferencias de riqueza entre las nuevas clases sociales.
1.
LA
INDUSTRIA ANTES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Las economías agrarias tradicionales
comenzaron a transformarse durante el siglo XVIII, cuando en ciertas zonas y
regiones europeas creció la producción de la industria rural dispersa (manufacturas
textiles). Este proceso ha sido denominado con el término de
protoindustrialización.
En Gran Bretaña tuvo lugar la primera manifestación
histórica del crecimiento económico moderno, que se materializó en el continuo
crecimiento de la producción y en el aumento de la población y de los ingresos
medios de los habitantes. Esa aceleración del crecimiento tuvo como causa una
serie de transformaciones económicas y sociales profundas, que supusieron el
inicio de la Revolución Industrial.
El concepto de Revolución Industrial se
introdujo en el vocabulario histórico hacia 1880. Los contemporáneos percibían
los cambios en la organización de la producción y del trabajo, pero no eran
conscientes de estar viviendo una “revolución” económica y social. En la
actualidad se prefiere hablar de industrialización o de procesos de
industrialización. Incluso en el caso británico, el primero de estos procesos y
uno de los más rápidos, las transformaciones económicas y sociales fueron más
lentas de lo que el término revolución induce a pensar. La sociedad industrial no
se consolidó hasta mediados del siglo XIX, aunque sus raíces se hunden en el
siglo XVIII, en una serie de procesos que fueron erosionando las estructuras
económicas y sociales preindustriales.
1.1.
LAS
ECONOMÍAS PREINDUSTRIALES
En las sociedades preindustriales, la
mayoría de la población vivía de un escaso salario o de unos ingresos agrarios
que no superaban, habitualmente, los gastos necesarios para poder sobrevivir,
ya que los precios de los productos alimenticios y de los manufacturados eran
muy altos.
La característica
principal de estas economías era la escasez, ligada a una baja productividad. La
mayor parte de la población, en torno a un 80 o un 90%, era campesina, ocupada
en un trabajo agrario poco productivo.
En la Europa preindustrial existía un
enorme contraste entre la miseria de los más pobres y la opulencia del limitado
número de ricos. La renta estaba repartida de forma muy desigual; la caridad o
las donaciones en períodos de paz, o el robo y la rapiña durante las guerras,
eran formas comunes de distribuir la riqueza.
Cuanto más baja era la renta que percibía
una familia, más recursos dedicaba a los bienes de primera necesidad; sobre
todo, a la compra de alimentos. En las sociedades preindustriales, la mayoría
de la población gastaba el 80% de sus ingresos solo en alimentación; ello
explica que las malas cosechas, o las subidas en los precios de los productos
de primera necesidad, provocasen hambres y carestías cada pocos años. Con frecuencia,
se producían motines y revueltas de los desfavorecidos, que luchaban por
conseguir que bajasen los precios. En cambio, las minoritarias clases
acomodadas, después de los gastos alimenticios, disponían de un 70% de sus
ingresos para consumir todo tipo de productos y emplear a un gran número de
criados y sirvientes.
Además, la escasez de los ingresos hacía
muy difícil el ahorro. Por tanto, no abundaba el capital para invertir en
nuevas empresas o actividades económicas. Al no existir instituciones
financieras, tal como las entendemos hoy, la gente se guardaba el dinero. La riqueza
se medía, casi siempre, por la cantidad de tierra que se poseía. A más tierra,
mayor nivel de renta.
1.2.
LA
INDUSTRIA CASERA: LA PROTOINDUSTRIALIZACIÓN
En el siglo XVIII, en algunas regiones europeas,
era frecuente que las familias campesinas simultanearan el trabajo agrícola con
la elaboración de productos textiles, que los comerciantes vendían en mercados
lejanos. Para definir este hecho, observado por primera vez en Flandes, se acuñó
el concepto de protoindustrialización.
Tejedores e hiladores hacían uso de sus
sencillos instrumentos de trabajo (ruecas, telares manuales), y hasta tres
cuartas partes de las familias campesinas se ocupaban de esta producción manufacturera,
que proporcionaba unos ingresos complementarios. Con este sistema se producía
más, aumentaron los ingresos y, al mejorar la alimentación, también se
incrementó la población.
Pronto se encontraron muchos más casos que
mostraban que, a mediados del siglo XVIII y antes de la Revolución Industrial
británica, había regiones en Centroeuropa, Gran Bretaña, Holanda y el
Mediterráneo (norte de Italia, Cataluña, etc.), en las que se estaba difundiendo
una industria rural dispersa, que no solo producía mercancías textiles para
atender la demanda de la localidad o de las villas y lugares cercanos, sino también
excedentes destinados a mercados lejanos.
En esta primera fase se trataba de un
proceso autónomo, y por ello la actividad productiva se reducía en las épocas
de siembra y la recolección, cuando aumentaba el trabajo en el campo. Los campesinos
dedicados a estas actividades artesanas eran dueños de sus instrumentos de
trabajo (ruecas, telares, etc.), y ellos mismos llevaban parte de sus
manufacturas a los mercados más próximos, donde las intercambiaban por un
precio acordado con los comerciantes. Es lo que se conoce como domestic system.
En una segunda fase, el campesino fue perdiendo
su autonomía para decidir cómo y cuánto debía producir. El comerciante -el
capital comercial- terminó controlando este proceso productivo tan disperso:
suministraba materias primas (sobre todo si había que traerlas de espacios geográficamente
lejanos, como el algodón), distribuía por los domicilios de los campesinos los instrumentos
para hilar y tejer, y fijaba los precios. En la práctica, los campesinos, más
que un precio por su trabajo, recibían una especie una especie de salario, que
era fijado, de forma casi unilateral, por el comerciante. Este se convirtió, en
realidad, en una especie de empresario de la industria rural dispersa, fenómeno
que se conoce con el nombre de putting
out system.
Hacia las últimas décadas del siglo XVIII,
esta actividad era cada vez más rentable, y se fue extendiendo por muchas
zonas. Los problemas de suministrar materias primas y controlar la producción de las familias campesinas en
territorios dispersos, así como las contradicciones de este sistema
protoindustrial, se resolvieron con la concentración del capital de los
comerciantes o de las empresas comerciales, y reuniendo en un mismo local a los
trabajadores y a las máquinas y herramientas. Es el llamado factory system.
2. La Revolución Industrial británica
La Primera Revolución Industrial se inició
en Gran Bretaña, hacia las últimas décadas del siglo XVIII, coincidiendo con
una serie de factores (demográficos, económicos, políticos, etc.) que la
hicieron posible y que explican su despegue inicial.
2.1. El factor demográfico
En Gran Bretaña, durante el siglo XVIII,
se inició un crecimiento continuado de la población en el que influyeron
diferentes factores. Sin duda, el más importante fue la disminución de la
mortalidad, cuyas tasas, entre 1800 y 1900, se redujeron de 27 a 18 defunciones
por cada mil habitantes, mientras que la natalidad seguía creciendo en torno a
30 nacimientos por mil habitantes. La consecuencia fue un espectacular
crecimiento de la población. Gran Bretaña pasó a tener 5.800.000 habitantes, en
1700, a multiplicarse por siete en doscientos años y superar los 40 millones, a
pesar de los 17 millones de personas que se establecieron en las colonias y en
Estados Unidos. En total, Europa, con una población de 187 millones de
habitantes en 1800, tuvo un crecimiento de más de 400 millones a lo largo del
siglo XIX. Otras causas que influyeron en el acelerado y continuo crecimiento
demográfico fueron la mejora de la alimentación, debida al aumento de la
producción agraria en el siglo XVIII, y los progresos en la medicina y en la
higiene.
El crecimiento de la población fue un
factor esencial en el progreso económico e industrial, ya que, a mayor
población, mayor demanda de productos; si la población no aumenta, el crecimiento
industrial puede frenarse o paralizarse.
El factor demográfico no fue el único
determinante en la industrialización, pues en la vecina Irlanda la población se
duplicó entre 1760 y 1840, y este aumento no tuvo como consecuencia un proceso
de industrialización, sino la emigración masiva a partir de 1848. La presión
demográfica por sí sola no bastaba para poner en marcha un proceso industrializador,
pero sí lo acompañó necesariamente en sus inicios, porque si una importante
demanda no habría sido necesaria la fabricación masiva.
2.2. Las transformaciones agrarias
Los cambios en la agricultura fueron de
tal envergadura que se ha afirmado la existencia de una revolución agrícola en
Gran Bretaña a lo largo del siglo XVIII, revolución que precedió a la
industrial y que contribuyó a hacerla posible.
Cuando empezó a desarrollarse la gran
industria, ya se practicaba una agricultura avanzada: una elevada
productividad, que permitía comercializar los excedentes; un avanzado grado de
mecanización, y unos propietarios que no se planteaban esa actividad como
rentistas, sino como empresarios que querían obtener el máximo rendimiento de
sus tierras. Esta revolución agrícola se puso de manifiesto en las numerosas
transformaciones técnicas, y en las reformas de la estructura y la distribución
de la propiedad.
El barbecho fue eliminado gradualmente y
sustituido por la rotación de cultivos (plantas forrajeras, maíz, patatas,
nabos, lúpulos, etc.), que, intercalados con los cereales tradicionales,
regeneraban la tierra, evitando así tener que dejarla uno o dos años sin
sembrar. Además, se seleccionaron semillas, se ampliaron las superficies
cultivadas mediante el drenaje de zonas húmedas y la reducción de algunas zonas
de bosque, a la vez que se intensificaba la especialización ganadera y la
producción de carne y leche.
La tecnología agrícola se trasformó
lentamente: desde el arado, mejorado en su forma y con un uso más adecuado del
hierro, hasta los herrajes de los caballos y los primeros modelos de sembradoras
(en torno a 1730) o trilladoras mecánicas (hacia 1780). Todos estos cambios
explican que la productividad del trabajo agrícola aumentara en un 90% entre
1700 y 1800. La producción de excedentes permitió exportar cereales, junto con
otros productos agrarios y ganaderos, a mercados especializados, así como
alimentar a unas poblaciones urbanas cada vez más numerosas.
Las transformaciones en la estructura de
la propiedad no fueron menos intensas. Al proceso de concentración de la
propiedad contribuyeron las llamadas Leyes de Cercamiento (Enclosure Acts). El Parlamento, a instancias de los grandes
propietarios, establecía "la división, el reparto y el cercamiento de los
campos, praderas y dehesas abiertas y comunes, y de las tierras baldías y
comunes" situados en cada parroquia. En 1750, la mitad de Gran Bretaña
tenía sus campos cercados, y entre 1760 y 1820 se promulgaron 1.800 Enclousure Acts, que supusieron la
reorganización de la propiedad de más de tres millones de hectáreas.
Los perjudicado por estos cambios fueron
los campesinos, sobre todo jornaleros y pequeños propietarios. Los primeros no
podían competir con las máquinas y se quedaban sin trabajo o con salarios muy
bajos, que ni siquiera cubrían la subsistencia: los pequeños propietarios no
disponían de capital para cercar sus campos; la mayoría tuvo que vender sus
tierras a los grandes propietarios y emigrar a los nuevos barrios industriales
de los centros urbanos.
Las transformaciones agrarias
contribuyeron de tres formas a que se hiciera realidad la primera industrialización
británica: alimentando a una población creciente, incluida la de los nuevos
centros industriales; permitiendo un aumento de la capacidad de demanda y el
poder de compra de los nuevos productos industriales; y, por último,
suministrando parte del capital necesario para financiar la industrialización y
para mantenerla en marcha.
2.3. El papel del comercio internacional
Al constante crecimiento de la demanda
interior se añadió la demanda exterior de la Europa continental y de sus
posesiones de ultramar, en la que el imperio británico tenía una posición
privilegiada. Gran Bretaña ya exportaba tejidos de lana a precios más bajos que
el resto de los países manufactureros, que producían estos bienes con el
trabajo de los artesanos urbanos agrupados en gremios. La exportación de tejidos
aumentó notablemente y, hacia 1750, las tres cuartas partes de las mercancías
salidas de los puertos británicos se dirigían a los puertos europeos. Otro
lugar de exportación era América, en especial, las colonias norteamericanas: el
87% de todo lo que estas importaban procedía de la metrópoli inglesa. Las
relaciones comerciales con las colonias son otra clave del desarrollo económico
británico. Las compañías comerciales inglesas compraban productos tropicales
(especias, té, café, tabaco, etc.), que reexportaban a otros países europeos.
Los excedentes laneros no eran muy
apropiados como moneda de cambio en los países calurosos. Por esta razón, en la
segunda mitad del XVIII, el sector textil británico comenzó a producir tejidos
de algodón, que se vendían en todo el mundo a ricos y pobres,
independientemente de si el clima era cálido o frío. La Revolución Industrial
comenzó, precisamente, en este sector, y, por primera vez en la historia, nació
una gran industria de consumo sobre la base de una materia prima, el algodón,
que no se producía en el propio país. La balanza comercial británica muestra
que, hacia 1800, las exportaciones de manufacturas de lana habían descendido,
mientras que aumentaron las de los nuevos tejidos de algodón.
Este desarrollo del comercio exterior
contribuyó a acelerar la Primera Revolución Industrial mediante estos mecanismos:
proporcionó a la nueva industria materias primas (algodón, hierro) que
aumentaron y abarataron la gama de productos industriales; amplió la demanda de
productos industriales en las colonias o en los países pobres; creó un
excedente económico y una acumulación de capital que permitieron financiar las
siguientes etapas de la Revolución Industrial, y propició el desarrollo del
sistema financiero.
2.4. Los transportes
En Gran Bretaña, el transporte y las
comunicaciones eran fáciles y baratos, ya que ningún punto del país dista más
de 100 km del mar. Durante el siglo XVII se desarrolló un sistema de canales
interiores que, hacia 1800, contaba con 2.500 km navegables y con el doble a
mediados del siglo XIX. Asimismo, se mejoraron los procedimientos de construcción
y mantenimiento de los caminos. Por otro lado, la facilidad del transporte
aproximaba la oferta y la demanda de productos, lo que favorecía la formación
de un mercado interior entre Inglaterra, Gales y Escocia.
Gran Bretaña fue pionera también en la
construcción del ferrocarril, aunque en 1830 solo existían 100 km en servicio.
El nuevo medio de transporte no formó parte de la primera fase de la
industrialización británica.
3. Industrias y fábricas
Las nuevas fábricas significaron una
concentración de capital y de trabajo. Surgieron, en primer lugar, en el sector
textil (algodón y lana). Una larga serie de innovaciones tecnológicas y de
nuevas máquinas contribuyó a su desarrollo.
El crecimiento de la población, los
cambios en la agricultura, el volumen del comercio y la mejora de los
transportes fueron las condiciones previas que favorecieron un progresivo
aumento de la producción y del consumo. También provocaron continuos cambios en
la estructura productiva y en las relaciones entre propietarios y trabajadores.
Estos hechos aceleraron las
transformaciones tecnológicas, el uso de nuevas formas de energía, y la
aparición de nuevas formas de producción y de nuevas relaciones económicas y
sociales.
Estos procesos se desarrollaron en
principio en la industria textil; en concreto, en la fabricación de tejidos de
algodón, un sector que marcó inicialmente la pauta que luego seguiría el
conjunto de la producción industrial. Las primeras fábricas significaron que el
capital se había concentrado; también se concentró el trabajo y se sometió a
los trabajadores a la disciplina del salario y del horario, perdiendo de este
modo su autonomía y su anterior relación con la agricultura. La manufactura
tradicional se centralizó en las fábricas, quedando bajo el mismo techo las
máquinas de hilar y los hiladores, junto con los tejedores y los telares.
3.1. La lana y el algodón
La producción de lana tradicional creció
lentamente durante el siglo XVIII sin que se introdujeran transformaciones
técnicas de importancia. A los productores de lana, comerciantes, empresarios y
artesanos o campesinos no les interesaba la competencia de unos tejidos de
algodón que venían de fuera. Con su rechazo consiguieron que el Parlamento
promulgara varios decretos prohibiendo el uso de tejidos de algodón "por
los perjuicios que ocasiona a las industrias nacionales de la lana y de la
seda". En algún momento, los tejedores atacaron a las personas que iban
vestidas con telas de algodón, desgarrando sus trajes. Hasta el año 1774 no se
levantó la prohibición contra los tejidos de algodón puro, pintados o
estampados.
Posiblemente, la prohibición de importar
las preciadas telas de algodón de India (indianas) precipitó el desarrollo de
la industria británica del algodón. Se eliminó, por decreto, un enemigo
exterior, pero se creó un adversario interior más peligroso, porque los tejidos
prohibidos de algodón comenzaron a producirse en la propia Gran Bretaña:
"Apenas se hubieron prohibido los calicós de la India y todos los tejidos estampados
de procedencia extranjera, cuando hijos desnaturalizados de Gran Bretaña se
pusieron a trabajar instruyendo a los obreros en la imitación de la destreza
hindú", tal como figura en las quejas de los productores laneros hacia
1720.
3.2. Las máquinas de hilar y de tejer
La mecanización de la producción textil
fue un proceso que se desarrolló a lo largo de casi un siglo. Representó, a
pesar de su lentitud, novedades radicales en la técnica y la producción de
tejidos. En 1733, John Kay inventó el telar de lanzadera volante con el que se
tejía, en menos tiempo, una pieza de un tamaño mayor que el que, hasta
entonces, permitía la distancia entre los brazos del tejedor. Mientras, el hilo
de lana se seguía elaborando manualmente, a la manera tradicional.
Pronto se detectó el desequilibrio entre
la nueva manera de tejer y la antigua manera de hilar, de modo que el hilo
comenzó a ser escaso y a encarecer su precio. Hacia 1760 era frecuente que se
convocasen premios para "el mejor invento de una máquina de hilar seis
hilos de lana, lino, algodón o seda al mismo tiempo, y que exija el concurso de
una sola persona para su mantenimiento”.
En 1765, James Hargreaves, carpintero de
profesión y empleado en una manufactura de algodón, inventó la spinning jenny, una máquina de hilar de
construcción sencilla, que funcionaba manualmente y ocupaba poco espacio. Su
uso alteraba escasamente los hábitos de los trabajadores, y podía reemplazar a
las ruecas, fortaleciendo de este modo la industria rural dispersa. Pero lo importante
era que hacía el mismo trabajo que seis u ocho hiladores con la vieja rueca
manual y producía el primer hilo que se conseguía sin la ayuda de los dedos
humanos.
En 1767 Hargreaves fabricó algunas
máquinas con intención de venderlas, pero los obreros de Blackburn se las
destrozaron. Posteriormente sacó una patente en Nottingham y comenzó la
explotación sistemática de su invento; muy pronto otros fabricantes
cuestionaron la patente y consiguieron hacer caducar legalmente sus derechos de
inventor. A pesar de ello, en 1788 había alrededor de 20.000 de estas máquinas
en Gran Bretaña, dedicadas casi todas a hilar algodón y no lana.
Hacia 1779, Edmund Crompton inventó otra
máquina de hilar que se denominaría mule,
que era una especie de cruce entre la jenny,
que producía un hilo más fino, y la water
frame, que lo hacía más resistente y en mayor cantidad. La máquina de
Crompton era un artefacto de dimensiones considerables, repleta de ruedas y
cilindros metálicos, en los que se movían centenares de husos, hasta 650 al
final, que enrollaban las madejas de hilos de algodón. Cuatro millones y medio
de husos movían las mules en la Gran
Bretaña de 1806.
Los nuevos telares, por su coste y
dimensiones, contribuyeron a la desaparición de la industria doméstica y determinaron
definitivamente el nacimiento de la fábrica (factory system). La aplicación de la máquina de vapor permitió
liberar a las fábricas de la dependencia de los saltos de agua y facilitó la
instalación de fábricas industriales urbanas.
Las máquinas de hilar se iban
perfeccionando. Mientras que en 1760 se seguía tejiendo en telares manuales y
los tejedores disponían de poco hilo, en 1790 empezaba a sobrar el hilo, que se
producía ya de forma industrial. Este desequilibrio, que inicialmente exigió
aumentar el número de tejedores, pronto provocó la aparición del telar
mecánico. Edmund Cartwright, estudiante en Oxford, literato y sacerdote, que
nunca había visto un telar ni sabía nada de mecánica, inventó el primer telar
mecánico con la ayuda de un herrero y un carpintero. Lo patentó en 1785 y lo
fue perfeccionando en años posteriores. En 1789 se puso de acuerdo con
fabricantes de hilo de Manchester y crearon una gran fábrica con 400 telares
mecánicos, movidos ya por máquinas de vapor.
En 1830 había ya más de 100.000 telares
bastante perfeccionados. Paralelamente se mecanizaron otros procesos textiles,
como el estampado o el teñido de las piezas. El sector lanero fue adoptando más
lentamente la nueva tecnología, que se aplicaba al hilado y al tejido de algodón.
Las hilaturas y los telares, asociados a las máquinas de vapor, fueron los
primeros símbolos de un sistema fabril que se extendió a otros sectores
productivos.
3.3. La energía y la máquina de vapor
El uso de energías distintas de la humana
(animal, eólica o hidráulica) es uno de los rasgos esenciales de la industria
moderna; sin ellas, a pesar de la existencia de máquinas, la producción se
habría mantenido en límites muy bajos.
La distancia que media entre la
manufactura y la fábrica no se habría franqueado sin la invención y la
aplicación de la máquina de vapor. La máquina que James Watt inventó y
perfeccionó, en 1781, fue la innovación más importante hasta esa época en el
campo de la energía. Su origen se encuentra en las explotaciones mineras, donde
se utilizaban bombas movidas por la combustión de carbón para extraer agua
mediante un movimiento de abajo arriba. Watt encontró una solución que permitía
transformar este movimiento vertical en otro movimiento continuo y circular, y
organizó una fábrica en Birmingham que daba trabajo a 600 obreros.
La difusión de la máquina de vapor fue
lenta al principio: en 1800, solo había instaladas 110 en Gran Bretaña. En las
décadas siguientes se generalizó su uso, a la vez que se simplificaban y
perfeccionaban los primeros modelos. En 1830 había ya 15.000 máquinas de vapor
que movían las máquinas de las fábricas inglesas.
3.4. El hierro y la hulla
La nueva energía del vapor exigía un mayor consumo de carbón, y las
nuevas máquinas demandaban más hiero, más acero y nuevas técnicas siderúrgicas.
Desde principios del siglo XVIII, el
carbón había sustituido a la madera para fundir y trabajar el hierro y, a
finales de esta centuria, ya estaban listos los procedimientos para elaborar
hierro más resistente y de mejor calidad. La asociación entre el carbón y el
hierro fue característica de los primeros procesos de industrialización. En
Gran Bretaña, las fundiciones y las nuevas industrias siderúrgicas se fueron
concentrando cerca de las minas de carbón en los Midlands, donde destacaba el
centro minero y fabril de Birmingham, y en el sur del País de Gales, que
contaba con las salidas portuarias de Cardiff y Bristol.
La industria siderúrgica desempeñó en la
industrialización británica un papel de estímulo y difusión, suministrando a
bajo precio las mercancías más necesarias para las industrias y los
equipamientos básicos. La continuidad de la industrialización dependía de la
disponibilidad de carbón y hierro, y del desarrollo económico y tecnológico de
ambos sectores.
La minería y la siderurgia británicas
estaban en condiciones de responder a la masiva demanda de carbón y hierro que
generó, desde 1830, las instalaciones del tendido del ferrocarril en las islas británicas.
4. La industrialización se extiende a
otros países
La industrialización británica se explica
por la combinación de un conjunto de factores que la hicieron posible, pero
también por el hecho de ser la primera en la que se produjeron las grandes
transformaciones. Otros países del continente europeo siguieron el ejemplo e
industrializaron sus economías.
4.1. Gran Bretaña, el primer país
industrial del mundo
Para explicar el origen de la primera
industrialización en Gran Bretaña, se han alegado numerosas causas: la
abundancia de recursos naturales (lana, algodón, hierro, carbón), el elevado
crecimiento demográfico, las transformaciones agrarias, el crecimiento de la
demanda, su posición favorable en el comercio internacional, la disponibilidad
de capital, las innovaciones tecnológicas, la mentalidad protestante, etc.
Cada uno de estos elementos es una
variable que depende de las demás y que, a la vez, influye en el conjunto, pues
por separado no eran exclusivas de la sociedad británica a fines del siglo
XVIII.
La Revolución Industrial británica se
explica también porque fue la primera en el mundo. Gran Bretaña se convirtió en
la primera potencia mundial, monopolizadora virtual de la industria, de la
exportación de productos manufacturados y de la explotación colonial. La
economía británica no tuvo competencia hasta bien avanzado el siglo XIX. La
propia existencia de la Revolución Industrial en Gran Bretaña impidió que se
produjera en otros espacios con la misma rapidez y de la misma forma.
Un adelanto similar de una economía
nacional carecía de precedentes en la historia. Aunque las antiguas potencias
europeas y los nuevos Estados Unidos intentaron emular las transformaciones
económicas e industriales británicas, tuvieron que comenzar sus procesos de
industrialización de modo más lento (Francia, Estados Unidos), o más tardío
(Alemania, Rusia) y en un escenario muy diferente, porque en la economía
internacional ya existía un capitalismo industrial poderoso con el que habría
que competir.
Las doctrinas del liberalismo económico,
elaboradas con anterioridad por el pensamiento ilustrado (Hume, Locke, Adam
Smith...), fueron aplicadas por la economía y el Estado británicos, quienes
patrocinaron y regularon la libertad de uso de los factores productivo: la
tierra, el capital, el trabajo, el comercio...
4.2. La difusión de la industrialización
en Europa continental
Los británicos intentaron, inicialmente,
reservarse el conocimiento y la aplicación de las nuevas técnicas fabriles,
pero las formas de organización de la industria inglesa se difundieron
inevitablemente por la Europa continental, incluso en la época del
enfrentamiento bélico de Gran Bretaña con la Francia napoleónica.
La difusión de la industrialización y del
crecimiento económico fue una “conquista pacífica”, lenta y gradual, un proceso
orientado desde el principio por las necesitadas y la voluntad de los nuevos y
competitivos estados nacionales.
La industrialización europea se fijaba en
el espejo británico, pero se desarrolló siguiendo unas pautas y una cronología
propias. El despegue industrial de Bélgica y del norte de Francia, desde 1830,
se vio favorecido por las tradiciones manufactureras y comerciales de estas
regiones, por la disponibilidad de materias primas (carbón, hierro, etc.) y por
una buena localización, tan próxima a Gran Bretaña como a las aéreas más
desarrolladas de la Europa del norte. La región industrial del Ruhr se
desarrolló más tarde, pero también más intensamente, sobre la base del carbón y
del hierro, de la demanda de construcción de ferrocarriles, y de las crecientes
necesitadas de un mercado y un Estado alemán unificados.
Otros focos destacados de
industrialización textil o metalúrgica se encontraban en Cataluña, el norte de
Italia, Alsacia, Silesia, Sajonia, Moravia, el País Vasco, etc.
Si en Gran Bretaña la industrialización se
había desplegado sobre la base de la iniciativa privada, en el continente
tuvieron más influencia las decisiones de los Estados, las orientaciones de su
política económica y el papel de la banca, necesaria para las grandes
inversiones de capital que exigía la industria pesada.
El desarrollo de la industrialización en
los países europeos se mide al comparar sus principales indicadores económicos
con los del primer país industrial. A finales del siglo XIX, Alemania y Francia
habían reducido distancias en relación con Gran Bretaña. Pero los ritmos de
crecimiento industrial y económico no fueron uniformes ni en el tiempo ni en el
espacio. Bélgica, Francia o Alemania han sido caracterizados como first comers, porque fueron "los
primeros en llegar" y los que más precozmente siguieron el ejemplo
británico. Otro grupo de países, en los que se encuentran Rusia,
Austria-Hungría, Italia y España, son los denominados late comers, pues solo muy avanzado el siglo XIX, o a principios
del XX, se incorporaron al proceso de industrialización.
5. La revolución de los transportes
La Revolución Industrial no habría sido
posible si no se hubiese producido, de forma paralela y unida a ella, una
auténtica revolución de los transportes, ligada a la utilización de la máquina
de vapor en el transporte terrestre (ferrocarril) y marítimo (buques de vapor).
Inicialmente, las mercancías se trasladaban en Gran Bretaña y en los países
pioneros en la industrialización en Europa a través de ríos y canales
navegables.
La auténtica transformación se produjo con
la llegada del ferrocarril: un medio que multiplicaba la velocidad de
transporte terrestre hasta cotas inimaginables para los habitantes del siglo
XVIII y principios del siglo XIX. El período comprendido entre 1835 y 1900 ha
sido calificado como la "era del ferrocarril". La aplicación de la
fuerza del vapor al transporte sobre raíles de acero constituye uno de los
mejores símbolos del siglo XIX. El inglés Stephenson logró, en 1814, que una
locomotora con 30 toneladas de peso circulara a una velocidad de 7 Km/hora. El
invento comenzó a aplicarse al transporte de hulla en las zonas mineras. El
mismo Stephenson ganó en 1829 el concurso para construir la línea férrea entre
Liverpool y Manchester.
La primera red de ferrocarriles fue la
británica. En 1850 estaban en funcionamiento las principales líneas que
enlazaban Londres con los centros industriales y con las ciudades más
importantes. Bélgica, Francia, España y Alemania trazaron sus líneas
ferroviarias a partir de mediados de siglo, al igual que Estados Unidos.
El tendido del ferrocarril puso en marcha
recursos económicos y humanos de dimensiones absolutamente desconocidas hasta
entonces. Entre 1850 y 1880, la construcción de ferrocarriles se constituyó
como un auténtico sector económico; el capitalismo del siglo XIX se apoyaba
sobre la tríada fábricas, bancos y ferrocarriles.
Los 3.000 km de vía que estaban en
funcionamiento en la Francia de 1850 se habían convertido en 49.500 en 1890; en
las mismas fechas, Alemania pasó de una red de 6.000 km a tener en
funcionamiento 43.000 km, y en1891 se emprendió el trazado del ferrocarril más
largo del mundo, el Transiberiano, que unió Moscú con Siberia y con el mar del
Japón (Vladivostok) en 1902. El ferrocarril se había convertido en un
instrumento de unión para los mercados y las naciones, ya que había cambiado
las dimensiones del mundo. Con este nuevo transporte, todo era más cercano y
más accesible.
La aplicación del vapor a la navegación
arrinconó los veleros y permitió construir buques de mayor tonelaje, así como
aumentar el volumen del comercio internacional y abaratar los precios del
transporte. La comunicación marítima avanzaba con los buques de vapor tanto
como la comunicación terrestre lo estaba haciendo mediante el ferrocarril. Dos
proyectos colosales como la apertura del canal de Suez (1869) y la del canal de
Panamá (1914) responden a la necesidad de facilitar y acortar el tráfico
interoceánico.
Por otra parte, el telégrafo eléctrico supuso
el primer paso para la transmisión rápida de la información. En 1858 se habían
colocado 160.000 kilómetros de cable; en 1900 se superaban los seis millones de
kilómetros, después de atravesar el canal de la Mancha (1853) y el océano
Atlántico (1878). El teléfono sonó por primera vez en 1876 en Estados Unidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario