La
maternidad es cosa de todos
Diana
López Varela 23 FEBRERO 2018
GALICIA
ENCABEZA el récord histórico en el descenso de la natalidad, con una involución
en la maternidad que nos coloca sólo por detrás de Mónaco en cuanto al número
de hijos por mujer. En ningún país del mundo, salvo en el pequeño principado,
nacen menos niños: 7,03 por cada mil habitantes. En nuestro país para viejos,
en donde sólo se producen seis nacimientos por cada diez muertes, los mayores
de 64 años son ya la cuarta parte de la población. El retroceso de la natalidad
es una constante en todos los países industrializados y la falta de recambio
generacional es vista cómo la principal amenaza al impago de pensiones.
Con
un porcentaje muy elevado de jóvenes de entre 20 y 35 años expatriados desde el
inicio de la crisis, las dificultades económicas, principalmente la falta de
empleo, han contribuido negativamente al aumento de la natalidad en Galicia.
Pero, como decía Matías Prats ¡que no te engañen!, el impacto en los ingresos
del primer hijo repercute de manera muy distinta cuando se es mujer. Nuestras ganancias
llegan a reducirse casi un 30 por ciento en los meses posteriores al
alumbramiento, y es muy fácil que la vuelta de la raquítica baja maternal acabe
con una reforma de las condiciones laborales previas al parto. Hace pocos días
pude comprobar con estupor como una amiga que lleva diez años trabajando en la
misma empresa, era agasajada con una reducción de jornada y de sueldo para
poder conciliar con su bebé recién nacido. Las empresas no aman a las madres. Y
ni siquiera las aman muchos compañeros, que se convierten fácilmente en
enemigos de la madre por sus "privilegios" de crianza.
Y
no sólo de precariedad vive la baja natalidad.
La crisis tampoco
ha contribuido a un reparto igualitario de las tareas, ya que las tres cuartas
partes de las labores domésticas siguen recayendo sobre los hombros femeninos,
que regalan 26,5 horas de trabajo no remunerado a la semana por el bienestar
familiar, quitándoselo, principalmente, al tiempo de ocio. El cambio económico
ha venido acompañado de otra crisis, la "crisis identitaria", en la
que las mujeres que, como apunta Elisabeth Badinter en su libro La mujer y la
madre, han peleado por una buena carrera profesional y un estatus social, se
paralizan ante la posibilidad de perder lo conseguido por el deseo de ser madres.
La
libertad de elección se ha convertido en una trampa. La maternidad, cada vez
más exigente, está derivando en una profesión hiperespecializada en medio de
una presión social por la perfección. "Cuanto más libre se es de tomar las
propias decisiones, más responsabilidades y deberes se tienen", apunta
Badinter. Ahora que sabemos que las madres sufren y que muchas se arrepienten,
la posibilidad de "escoger" puede hacer sentir mucho más miserables a
las mujeres si la maternidad no sucede como esperaban.
No
sólo hay cada vez menos madres, sino que cada vez lo somos más mayores. Algunas
a edades en que las nuestras nos tenían prácticamente criados y otras eran ya
abuelas. Cuando mi madre tenía mi edad —casi 32— la acompañaban tres mocosos,
dos de diez y una de siete años. De las mujeres con formación universitaria que
me rodean, apenas un par de amigas cercanas han sido madres recientemente y, en
mi círculo de amigas íntimas, cuyas edades se extienden de los 27 a más de 40
años, ninguna ha tenido hijos. Sólo las amigas de mi pareja, casi diez años por
encima de mí, me devuelven a la realidad biológica de la mujer.
Así
que cada vez más mujeres posponen la maternidad al tiempo en que ya han
demostrado "todo" en sus empresas, mientras el reloj biológico marca
el tic tac de las horas perdidas en una carrera por el embarazo llena de
frustración, culpabilidad y dolor, en donde el miedo a no ser lo
suficientemente fértiles cae como lluvia ácida sobre el campo inmaculado de la
independencia económica. En España, uno de cada diez niños ya nacen a través de
técnicas de reproducción asistida, y algunas empresas empiezan a ofrecer
gratuitamente el servicio de congelación de óvulos a sus empleadas como
solución imaginativa a sus nulas políticas de conciliación.
El
peaje físico, intelectual, social, y laboral de la maternidad es tan grande,
que incluso las que lo son a tiempo completo y por propia voluntad, no
encuentran muchas veces la recompensa social que se merecen. Pero el tiempo de
las madres mártires ha terminado. Ahora que somos conscientes de todo lo que
hicieron nuestras madres, de todo lo que sacrificaron por estar dentro y fuera
sin ningún reconocimiento de aquellos hombres que se creyeron los padres del
Estado del Bienestar mientras recibían el plato caliente y a los hijos bañados
y planchados, las mujeres elevamos la voz pidiendo el respeto y el
reconocimiento que la crianza requiere. Sólo un cambio radical en las políticas
económicas y sociales puede devolver la maternidad al centro de la vida de las
mujeres. Porque la maternidad es cosa de todos. Que no te engañen.
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