595 PALABRAS
REFLEXION SOBRE LA EDUCACIÓJN
Viéndose inferior a las potencias occidentales, sin
recursos naturales y estancado en su desarrollo, Japón tomó en 1872 la decisión
que cambiaría su destino y con el tiempo convertiría su sociedad en la más
avanzada del mundo. El Código Fundamental de Educación, aprobado ese año, fue
el principio de una transformación basada en la idea de que la ciudadanía era
el principal recurso de la nación y que su futuro dependería de su capacidad
para prepararla mejor. El modelo ha sido seguido por otros países asiáticos,
modernizados en tiempo récord gracias a apuestas similares. Singapur, que en
los años 60 compartía índices de desarrollo con Kenia, tiene hoy la tercera
mayor renta per cápita del mundo. Taiwán, Corea del Sur y China se han sumado
al club de naciones punteras que invirtieron en educación y han visto cómo sus
sociedades eran transformadas en apenas una generación.
Por supuesto, también se puede hacer lo contrario: dar
la espalda a la educación, limitar las posibilidades de quienes deberán sacar
tu país adelante y emprender un viaje seguro hacia la decadencia. Es la opción
elegida por España.
Los escolares españoles comenzarán en pocos días un
nuevo curso con una ley educativa recién aprobada -la séptima en tres décadas-
que los gobiernos autonómicos han decidido aplicar a su antojo y que de todas
formas tiene fecha de caducidad, porque todo el mundo sabe que la oposición la
derogará el día que llegue al poder.
Arranca así otro año con los profesores de colegios,
institutos y universidades desmoralizados. Escuelas donde la autoridad ha sido
invertida en favor de los alumnos. Modelos de enseñanza anticuados. Y una cultura
educativa que arrincona la excelencia y promueve la mediocridad, que
inevitablemente se extiende después a la empresa o la política. Un estudiante
japonés de secundaria tiene hoy los mismos conocimientos que un graduado de
universidad español, según la OCDE. No tenemos una universidad entre las 100
mejores del mundo. En matemáticas, ciencias o comprensión lectora, nuestros
alumnos están lejos de los países con los que deberán competir en un mundo
globalizado. España es líder en la Unión Europea en fracaso escolar, con una
tasa del 21,9% que dobla la media comunitaria.
En un momento de crisis que nunca fue sólo económica,
cuando más falta hacía tomar el camino japonés y poner en marcha nuestro Código
Fundamental de Educación, ese gran plan sin intereses partidistas ni
sectarismos, nuestros líderes han vuelto a fallar a las nuevas generaciones.
El Gobierno recortó las partidas de educación al poco
de llegar al poder, impuso a las escuelas una mayor concentración de alumnos
por clase -ahora dice que permitirá este año volver a los ratios de 2012-,
forzó el despido de miles de profesores y dejó a niños sin libros de texto,
porque sus familias no podían pagarlos. Las becas se redujeron. Y, finalmente,
se optó por aprobar sin consenso una ley que ya está siendo desmontada y que
siempre tuvo entre sus objetivos contentar a la parroquia propia.
Kido Takayoshi, el ministro de educación del emperador
japonés Mutsuhito y uno de los impulsores de la reforma educativa japonesa del
siglo XIX, explicó la necesidad de su plan asegurando que sus ciudadanos no
eran inferiores a los americanos o los europeos, salvo en que no disponían de
la misma determinación para educar a su población. Tampoco un estudiante
español es más torpe que un japonés: simplemente tiene la inmensa desventaja de
que su educación académica está en manos de políticos incapaces de entender que
es en las escuelas donde empieza a transformarse un país.
elmundo.es
DAVID
JIMÉNEZ 30/08/2015
Viéndose
inferior a las potencias occidentales, sin recursos naturales y estancado en su
desarrollo, Japón tomó en 1872 la decisión que cambiaría su destino y con el
tiempo convertiría su sociedad en la más avanzada del mundo. El Código
Fundamental de Educación, aprobado ese año, fue el principio de una
transformación basada en la idea de que la ciudadanía era el principal recurso
de la nación y que su futuro dependería de su capacidad para prepararla mejor.
El modelo ha sido seguido por otros países asiáticos, modernizados en tiempo
récord gracias a apuestas similares. Singapur, que en los años 60 compartía
índices de desarrollo con Kenia, tiene hoy la tercera mayor renta per cápita
del mundo. Taiwán, Corea del Sur y China se han sumado al club de naciones punteras
que invirtieron en educación y han visto cómo sus sociedades eran transformadas
en apenas una generación.
Por
supuesto, también se puede hacer lo contrario: dar la espalda a la educación,
limitar las posibilidades de quienes deberán sacar tu país adelante y emprender
un viaje seguro hacia la decadencia. Es la opción elegida por España.
Los
escolares españoles comenzarán en pocos días un nuevo curso con una ley
educativa recién aprobada -la séptima en tres décadas- que los gobiernos
autonómicos han decidido aplicar a su antojo y que de todas formas tiene fecha
de caducidad, porque todo el mundo sabe que la oposición la derogará el día que
llegue al poder.
Arranca
así otro año con los profesores de colegios, institutos y universidades
desmoralizados. Escuelas donde la autoridad ha sido invertida en favor de los
alumnos. Modelos de enseñanza anticuados. Y una cultura educativa que arrincona
la excelencia y promueve la mediocridad, que inevitablemente se extiende
después a la empresa o la política. Un estudiante japonés de secundaria tiene
hoy los mismos conocimientos que un graduado de universidad español, según la
OCDE. No tenemos una universidad entre las 100 mejores del mundo. En
matemáticas, ciencias o comprensión lectora, nuestros alumnos están lejos de
los países con los que deberán competir en un mundo globalizado. España es
líder en la Unión Europea en fracaso escolar, con una tasa del 21,9% que dobla
la media comunitaria.
[…]
En
un momento de crisis que nunca fue sólo económica, cuando más falta hacía tomar
el camino japonés y poner en marcha nuestro Código Fundamental de Educación,
ese gran plan sin intereses partidistas ni sectarismos, nuestros líderes han vuelto
a fallar a las nuevas generaciones.
El Gobierno recortó las partidas de
educación al poco de llegar al poder, impuso a las escuelas una mayor
concentración de alumnos por clase -ahora dice que permitirá este año volver a
los ratios de 2012-, forzó el despido de miles de profesores y dejó a niños sin
libros de texto, porque sus familias no podían pagarlos. Las becas se
redujeron. Y, finalmente, se optó por aprobar sin consenso una ley que ya está
siendo desmontada y que siempre tuvo entre sus objetivos contentar a la
parroquia propia.
[…]
Kido Takayoshi, el ministro de educación
del emperador japonés Mutsuhito y uno de los impulsores de la reforma educativa
japonesa del siglo XIX, explicó la necesidad de su plan asegurando que sus
ciudadanos no eran inferiores a los americanos o los europeos, salvo en que no
disponían de la misma determinación para educar a su población. Tampoco un
estudiante español es más torpe que un japonés: simplemente tiene la inmensa
desventaja de que su educación académica está en manos de políticos incapaces
de entender que es en las escuelas donde empieza a transformarse un país. […]
1.
¿En qué año se aprobó el Código Fundamental
de Educación en Japón?
2.
¿Con qué país compartía índices de desarrollo
Singapur en los años sesenta?
3.
¿Qué otros países se han unido a Singapur en
el club de naciones que invirtieron en educación?
4.
¿Cuántas leyes educativas ha habido en los
últimos treinta años?
5.
¿Qué significa que la ley de educación recién
aprobada tiene fecha de caducidad?
6.
¿Qué dice la OCDE sobre los estudiantes
japoneses?
7.
¿Cuál es la tasa de fracaso escolar en España?
8.
¿Qué medidas tomó este gobierno en educación
cuando llegó al poder?
9.
¿Quién fue el ministro de educación japonés
que impulsó la reforma educativa del siglo XIX?
10. ¿Cómo
explicó el ministro de educación japonés la necesidad de su plan?
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