Cómo matar a Homero
Hay tres grandes religiones del libro: el judaísmo, el
cristianismo y el islam que se basan en un conjunto de libros sagrados,
recopilados y estudiados durante siglos con métodos filológicos, históricos y
teológicos. No sólo las religiones, también muchas culturas se identifican con
un gran libro o un autor que representa simbólicamente su identidad. Este fue
para los griegos Homero, cuya edición definitiva se realizó en la Biblioteca de
Alejandría, la misma ciudad en la que se tradujo la Biblia al griego. Homero
para los griegos y Virgilio para los romanos representaban la síntesis de todos
los saberes. Homero fue admirado y respetado por los grandes filósofos, como
Aristóteles, se consideró que sus obras sintetizaban todos los saberes y ni
siquiera el cristianismo se atrevió a acabar ni con él ni con Virgilio. Obispos
y monjes bizantinos lo estudiaron sistemáticamente junto con los libros de
Platón o la geometría de Euclides, la astronomía de Tolomeo y las grandes obras
de los médicos, naturalistas, geógrafos e historiadores de la Antigüedad. Y es
que durante 2.500 años nuestra cultura ha sido una cultura del libro, ya se
escribiese en papiro, papel o en un soporte electrónico, hasta que llegó el
momento en el que se predicó con entusiasmo su anhelada muerte en aras de un
conocimiento que consagra la mediocridad.
Un libro es un texto de una extensión más o menos amplia que
recoge información, la ordena y al que se accede mediante la lectura. Leer un
libro, ya sea un relato, una serie de argumentos filósoficos, o la
sistematización de una serie de descripciones, supone un esfuerzo de
concentración en el tiempo, exige el desarrollo de la memoria y presupone la
capacidad de abstracción, sistematización y visión de conjuntos, ya sean esos
conjuntos teoremas matemáticos, problemas complejos, sistemas económicos o
tecnológicos. Leer es saber asimilar información, pero también saber
sintetizarla globalmente, transformarla, y ser capaz de generar información y
sistemas nuevos, ya sea mediante la escritura, el pensamiento
físico-matemático, el discurso filosófico o el análisis de los sistemas
sociales, políticos o históricos. Leer es intentar entender el mundo, situarse
en él y ser capaz de actuar con una perspectiva global con vistas al futuro.
Leer exige el mismo esfuerzo que escuchar una obra musical compleja o seguir un
relato extenso. Son medios de profundizar en la realidad, en nosotros mismos y
de permitirnos intentar ser libres y dueños de nuestro propio destino.
Las universidades españolas, todo el sistema educativo y
políticos y sociedad a la par parecen predicar una nueva cruzada del
analfabetismo. Dicen algunas autoridades académicas que el libro ha muerto, que
la ciencia no se hace con libros porque cualquiera puede escribir un libro. Un
vicerrector propuso retirar de las bibliotecas de su universidad todos los
libros de más de 25 años, llevándoselos a una nave industrial porque según él
no se usaban. No se dio cuenta que así tendría que vaciar las facultades de
filología, en las que no sólo Homero o Cervantes, sino incluso Vargas Llosa
tendría ya libros obsoletos, y no digamos lo que le pasaría a los filósofos, al
Código Civil o a las Constituciones de casi todos los países, comenzando por
ese monumento al anacronismo que sería la de los EEUU. Otras autoridades han
llegado a pedir que solo se compren revistas digitales de física, química,
matemáticas, medicina o biología, dejando a un lado eso que se llaman letras.
En una ocasión aseveró un alto cargo que en la universidad no debería haber
gente a la que se les pague por leer novelitas: o sea filólogos, historiadores,
filósofos…; o bien que se puede prescindir de los libros porque “en la
universidad nadie lee libros, en tal caso se busca un dato”. Y es que los
libros no valen para nada, ni siquiera los de texto, ni siquiera los grandes
libros de referencia con los que enseña la medicina en todo el mundo, como la
“Anatomía de Grey”, que ha dado nombre a una serie de TV, o la economía, el
derecho…
Cualquiera puede escribir un libro; lo dicen aquellos que
firman artículos con otra docena de autores, acumulando sus méritos en un mundo
editorial en el que la producción en cadena de papers genera varios millones de
ellos al año. Se dice que los niños desde la educación infantil deben usar
ordenador, consiguiéndose así no solo que no desarrollen la capacidad de leer,
sino tampoco la de calcular ni pensar sistemáticamente. La cruzada del
anafabetismo ha conseguido generar el rechazo al pensamiento y la lectura en
casi todos los campos. Puede uno licenciarse en filosofía sin haber leido
ninguna gran obra filosófica y tras haber recibido años de clases en
powers-point copiados, y lo mismo courre en historia. La respuesta mayoritaria
en una encuesta a alumnos de este carrera a la pregunta de si habían leido un
libro de historia por placer fue “no lo he leido ni pienso hacerlo”. Los libros
son cosa del pasado, la historia también, pero ahora el pasado está anticuado.
Estudiantes de filología no quieren leer novelas; alumnos de clásicas han llegado
a tomar el resumen de la Ilíada de la wikipedia, para no leerla. En derecho no
se utilizan los grandes manuales y no se quieren ediciones de los códigos que
contengan la jurisprudencia porque eso es “letra pequeña”. Hay médicos que
aspiran a diagnosticar con el ordenador y a consultar datos en el móvil.
Nuestros estudiantes, guiados por sus profesores, van camino a un nuevo mundo
en el que todo es igual y nada es mejor, en el que hay que aceptarlo todo
porque es así, y en el que unos pocos, que seguirán pensando y leyendo libros
en sus centros educativos de élite, les enseñarán a obedecer y no pensar.
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