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No estamos apestados 25
MAR 2020
Los historiadores somos
gente humilde, paciente y además curiosa. Somos humildes porque sabemos que el
halo de luz de nuestras pequeñas linternas solo es capaz de iluminar pequeños
espacios de nuestro pasado, tenemos que tener mucha paciencia para ir rastreado
como detectives o forenses los indicios que nos permitan saber lo que ocurrió,
y somos curiosos porque seguimos el viejo lema del poeta latino Terencio, que
decía "soy humano y nada humano me es ajeno".
Los historiadores
sabemos muy poquitas cosas, pero lo que sí sabemos es que para explicar lo que
ocurrió primero hay que saber lo que pasó. Y de la misma manera también sabemos
que, como dijo un gran teólogo medieval, "no hay que multiplicar los entes
sin necesidad", o lo que es lo mismo, que una explicación simple es mejor
que una más compleja, y que por eso si algo se puede explicar con los métodos
históricos admitidos y cuyo valor ha sido contrastado desde hace muchos años,
no necesitaremos ni recurrir a ciencias que se consideran más alambicadas de lo
que son, ni a la famosa "inteligencia extraterrestre", que explica
todos los misterios del pasado en el canal de Historia.
En la vida y en la
historia siempre buscamos comparaciones y una muy socorrida en la situación de
emergencia médica en la que estamos es que "esto es como la peste";
"estamos apestados" y huyamos o apartémonos unos de otros porque la
peste es muy contagiosa. Pero, ¿qué fue la famosa Peste Negra, que asoló Europa
entre 1346 y 1353? Para saberlo tomaré como guía el libro de Ole J. Benedictow,
La peste negra (1346-1353). La historia completa, Akal, Madrid, 2011, 597
págs.), que podría ser un buen compañero en estas vacaciones enclaustradas que
se nos avecinan.
La Peste Negra es una
enfermedad que solemos asociar con la Edad Media, pero que se reprodujo por
ejemplo en Londres en el año 1664-1665 causando, según los registros
funerarios, 68.596 muertos, y que todavía es hoy endémica en países pobres como
Madagascar, Zimbabue, Mozambique, Tanzania, Kenia, Zaire, Botsuana y Uganda; o
Vietnam, China, India. Mongolia, Kazajistán y Myanmar, así como en Bolivia,
Brasil y Perú. La peste negra actual es una enfermedad de pobres, y es conocida
por los médicos de organizaciones como Médicos sin Fronteras, o por los
misioneros de diferentes iglesias, pero no interesa nada a los habitantes del
primer mundo. Nosotros, los habitantes del primer mundo, no nos alarmamos si
hay una pandemia en Sudán, Siria o en cualquier otro país, porque creemos que
es normal que sus habitantes se mueran por falta de recursos, o que sean
masacrados en guerras y en atentados terroristas continuos, pero entramos en
pánico cuando la pandemia pueda afectar a nuestra salud y nuestro bienestar,
porque nos hace caer en la cuenta de que somos mortales.
En la Edad Media la
gente sabía que era mortal, que su vida era frágil y no valía casi nada, pues
la mortalidad infantil, las hambrunas, las guerras y muchísimas enfermedades se
llevaban a la gente por miles o millares. No en vano la figura de la muerte
lleva una guadaña para segar nuestras vidas. Por eso si sobrevenía la peste se
consideraba como un desgracia, o quizás un castigo por los excesivos pecados
cometidos, pero no como algo totalmente inexplicable. Se pensaba que quizás los
sufrimientos que podía causar a inocentes tendrían recompensa en algún otro
lugar, y por eso se esperaba a que, antes o después, se fuese del lugar.
El causante de esa
enfermedad fue un bacilo, el Yersinia pestis, del que son portadores más de 300
especies de roedores que son inmunes a él. No son los roedores los que lo
transmiten, sino las pulgas que viven en ellos. Puede pasar de unas especies de
roedores a otras, y unos son más susceptibles al bacilo que otros, pero el que
históricamente se lleva la palma es el Rattus rattus, o sea, la rata doméstica
negra o marrón. Cuando esas ratas son infectadas mueren de una infección masiva
y tienen unos niveles de microbios tan altos en su sangre, que pasan a las
pulgas a través de sus picaduras. Los médicos consideran que la pulga parásita
de la rata, Xenopsylla cheopis y la de la humanos, Pulex irritans, debieron ser
los principales transmisores de la peste.
Cuando se producía
una epizootia, que se llevaba de este mundo a decenas de miles de roedores
infectados por el microbio, sus pulgas inquilinas buscaban otros portadores y
se pasaban a los humanos. Pero los humanos no se contagiaban unos a otros la
enfermedad, porque nosotros no somos portadores del Yersinia pestis, y por eso
no nos lo podemos pasar de unos a otros. Dicho de forma coloquial: los
apestados no son apestosos ni contagiosos, los contagian las ratas cuando viven
aglomerados, cuando falla la higiene y cuando la mala alimentación facilita la
infección.
Prueba de esto es que
Islandia se libró de la peste porque en 1349 no llegó allí ningún barco. El
barco islandés que volvía a casa desde Noruega no arribó nunca porque
tripulación y pasajeros murieron en el viaje a causa de la enfermedad. Casi lo
mismo le pasó a Finlandia, muy poco poblada y casi sin ciudades, y sin apenas
contactos con los restantes países del Báltico, o a Polonia, Silesia y
Checoslovaquia.
¿Cómo era la peste?
Pues una vez picado por la pulga infectada, el paciente sufre una pequeña
necrosis, llamada 'carbón' en las fuentes medievales, y podía quedarse allí.
Pero eso no era lo normal. Lo normal es que pasase al sistema linfático, que
intentaba con sus macrófagos matar a los invasores, por lo que se dilataban sus
ganglios en la cara, algún miembro, la ingle, las axilas y los nódulos
cervicales. Estas son las 'bubas', que dieron nombre a la peste y que podían
llegar a tener el tamaño de un huevo o una naranja. Aparecían de cuatro a seis
días después del contagio. La infección podía pasar a los pulmones, y cursaba
con fiebre y desorientación, e incluso sepsis, haciendo que la piel se
ennegreciese. La muerte sobrevenía de cuatro a seis días del inicio de la
enfermedad.
Puede verse en el
mapa de Benedictow la expansión y difusión de la peste. ¿Que pasó en Santiago?
Según ese autor la peste llegó a Santiago desde La Coruña, y debió también
llegar de Coruña a Tuy, cuyo obispó murió al igual que el de Santiago en 1349.
Reproduzco su texto.
"La ciudad de
Santiago era uno de los destinos más importantes para los peregrinos de la Edad
Media, pues se creía que los huesos del apóstol Santiago reposaban bajo el
altar mayor de la Catedral, que también contenía muchas otras reliquias
preciosas. De la misma manera que la Meca atraía a peregrinos de la zona
asolada por la Peste Negra en el mundo musulmán y fue visitada por esta en una
fecha temprana, la Peste Negra realizó, sin duda, la notable hazaña de saltar
al rincón noroccidental de España con la ayuda de peregrinos horrorizados por
el terrible castigo epidémico enviado por el Señor y deseosos de atenuar su cólera
realizando una peregrinación al santuario jacobeo. Algunas de las personas que
deseaban con especial fervor ayudar a sus prójimos en aquel tiempo de
aterradora crisis de mortandad se convirtieron en víctimas de la ironía más
negra del destino y actuaron, en realidad, como portadores pasivos y
propagadores involuntarios de la Peste Negra. Los sacerdotes vinculados a la
Catedral para atender a las necesidades espirituales de los peregrinos y
ayudarles en sus problemas de alojamiento, alimentación e impedimentos físicos
habrían estado muy expuestos a las enfermedades epidémicas que los peregrinos
traían consigo, debido sobre todo a que viajaban en grupos por tierra o en
barcos atestados de pasajeros. Por tanto, los sacerdotes de la Catedral se
habrían expuesto muy pronto a la Peste Negra por la llegada de peregrinos desde
zonas sometidas a su furia; a causa de ello las dependencias donde residían
esos sacerdotes no tardarían en contaminarse de pulgas de rata infectadas
transportadas por los peregrinos en sus ropas. El lecho de muerte y el
fallecimiento de los sacerdotes de la Catedral y de otros clérigos inducirían
al obispo a aparecer en sus residencias con el fin de administrarles los
últimos sacramentos y participar en sus funerales. En consecuencia es muy
probable que el prelado contrajera la infección en una fase muy temprana del
desarrollo de la epidemia y que ésta hubiera aparecido alrededor de una semana
y media antes, es decir, entre el 1 y el 7 de junio. Así, el tiempo de la
muerte del obispo a causa de la Peste Negra podría entenderse como un indicio
de que la ciudad de Santiago fue infectada en el período del 20 al 27 de abril.
Esta fecha sorprendentemente temprana no admite duda alguna sobre el hecho de
que el contagio fue transportado por barco al puerto marítimo de La Coruña,
desde donde los peregrinos solían tardar dos días en recorrer los 50 kilómetros
que lo separaban de Santiago. Así, según estas suposiciones, el contagio habría
llegado a La Coruña en el período del 18 al 25 de abril." (pp. 120-121).
Así llegó la peste a
nuestra ciudad. Podemos completar estos datos con una descripción de la época
tomada de la Crónica de Praga:
"En aquel
momento unos estudiantes vieron que en la mayoría de las ciudades y castillos
por donde pasaron quedaban pocas personas vivas, que en algunos de ellos habían
muerto todas. Además en muchas casas, quienes habían escapado con vida se
hallaban tan debilitados por la enfermedad que nadie era capaz de dar a otro un
trago de agua ni ayudarle de ninguna manera, por lo que pasaron el tiempo
sumidos en una gran aflicción y angustia. Los sacerdotes que administraban los
sacramentos a los enfermos y los médicos que les proporcionaban medicinas
fueron también infectados y murieron. Así, muchos dejaban esta vida sin confesión
y sin los sacramentos de la Iglesia, pues los sacerdotes habían fallecido. Por
lo general, se abrían fosas grandes y anchas en las que se sepultaban los
cuerpos de los muertos. En muchos lugares, el aire estaba más infectado y era
más letal que la comida envenenada, debido a la corrupción de los cadáveres,
pues no quedaba nadie para enterrarlos. Además, de los mencionados estudiantes
regresó solo uno y todos sus compañeros murieron en el viaje" (p. 301).
Esto es lo que fue en
realidad la peste. Pero, ¿cuánta gente murió? En el año 1349 la península
Ibérica tenía unos seis millones de habitantes, a los que hay que añadir 1,5
más del reino de Granada. Como la densidad de población era muy baja, de unos
12 hab./km cuadrado la propagación pudo ser muy desigual, dependiendo de la
movilidad de las ratas infectadas y de sus pulgas, así como de su número en
viviendas y sobre todo ciudades.
Los historiadores
utilizamos fuentes para rastrear los hechos. En este caso las disponibles
pueden ser censos europeos, si los hay, o fuentes fiscales. Basándose en ellas
Benedictow calcula, a través del número de muertos sujetos al pago de tributos
y rentas y de sus familias, que en el reino de Castilla habría muerto el 60/65
% de la población, en el de Aragón el 60/70 % y en el de Navarra el 60/65 %.
En España esto no va
a ocurrir, pues ni la enfermedad es la misma ni nuestros medios lo son. El
problema que sí podemos tener a veces es el de la credibilidad de las fuentes y
de sus criterios, cuando hablan algunos políticos peculiares. Los señores
Puigdemont y Ponsatí comenzaron riéndose de los muertos de Madrid. Torra, luego
contagiado, quiso casi proclamar la independencia vírica de Cataluña. Y la
verdad es que escuchar al ministro Ábalos, autor de siete versiones de un mismo
hecho, no da mucha confianza, ni tampoco ver a Pablo Iglesias rompiendo su
cuarentena diciendo "quédate en casa". ¡Menos mal que hay muchísima
buena gente!
EL AUTOR ES
CATEDRÁDICO DE HISTORIA ANTIGUA DE LA USC
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