14. DESARROLLO Y CRISIS DEL FRANQUISMO (1960-1975)
1.
Liberalización económica y
desarrollismo
A mediados de
la década de 1950, el fracaso de la autarquía había llevado a la economía
española a una fuerte crisis y al borde de la suspensión de pagos del Estado.
La única solución era conseguir créditos de los organismos internacionales
(FMI, OECE) lo que solo era posible a cambio de reformas que liberalizasen la
economía y pusiesen fin a la autarquía.
El Plan de
Estabilización y su impacto
A partir de 1957,
los gobiernos nombrados por Franco incorporaron a una nueva generación de
políticos, algunos de ellos vinculados al Opus Dei. Su perfil más técnico que ideológico y su mayor
preparación profesional (abogados, economistas, etc.) les valió la denominación
de tecnócratas. El nuevo
gobierno tecnócrata elaboró un Plan de
Estabilización (1959) que diseñó una reforma profunda del sistema
económico. El principal objetivo del Plan era salir de la crisis, acabar con la
autarquía e implementar una economía de mercado a través de:
· Estabilizar la economía para reducir la inflación. Se elevaron los tipos de interés, se limitaron los créditos y se
congelaron salarios.
· Liberalizar el mercado interior, eliminaron organismos interventores y la reglamentación de precios
· Liberalizar el mercado exterior, facilitando la entrada de mercancías extranjeras y a la inversión de
capitales.
Además,
diversos organismos internacionales concedieron préstamos a España para evitar
una suspensión de pagos y hacer frente a la grave situación económica, Las
reservas del Banco de España se incrementaron y la inflación se redujo al 2%
por el descenso del consumo, la caída de la producción y la extensión del paro,
que se mitigaría con la emigración exterior.
Los
Planes de Desarrollo
Tras las medidas de Estabilización, se
pusieron en marcha unos Planes de Desarrollo Económico y Social. Se trataba de
una planificación orientativa para impulsar la actividad del sector público y
ofrecer previsiones y ayudas a los inversores privados. Se promulgaron tres
planes cuatrienales (1964-1967, 1968-1971 y 1972-1975), y para controlar su
funcionamiento se creó una Comisaría del Plan de Desarrollo, presidida por
Laureano López Rodó, tecnócrata vinculado al Opus Dei.
Las inversiones públicas en
infraestructuras y productos básicos como el acero, el carbón o el aluminio, se
acompañaron de inversiones en algunas empresas privadas seleccionadas. También
se crearon unos polos de desarrollo que pretendían reducir los desequilibrios
regionales promoviendo nuevas empresas en zonas de escasa industrialización.
Los resultados de la planificación
franquista fueron muy limitados porque en muchos casos los recursos se
invirtieron de forma ineficaz. Sus objetivos no se cubrieron ni por la
iniciativa privada ni por la pública. No comportaron la transformación de la
geografía industrial ni tampoco fueron causa última del crecimiento. Su mayor
logro residió en dotar al país de algunas infraestructuras (electrificación,
refinerías de petróleo, carreteras, etc.) y de materias básicas.
El Plan de
Desarrollo (...) instrumenta una amplia e intensa acción del Estado a favor de
las zonas menos desarrolladas con el fin de conseguir una mayor aproximación
entre los niveles de renta de las distintas regiones españolas. (...)
El mayor esfuerzo
económico se emplea a favor de la mejora agraria (...).
Para acelerar la
industrialización, el Plan prevé el establecimiento de polos y polígonos.
Mediante los primeros se trata de crear importantes núcleos industriales. (...)
Mediante los polígonos, la acción del Estado se extenderá a aquellas
poblaciones que, sin reunir las condiciones para crear polos de desarrollo,
permitan el establecimiento de industrias.
Primer Plan de
Desarrollo, 1964.
La
industria, motor del desarrollismo
La industria actuó como motor del
desarrollo económico junto a la expansión de los servicios. El crecimiento de
la producción industrial, hasta 1973, presenta tres principales
características:
- Aumento del 10% anual gracias a la mejora
de la productividad; a la importación de maquinaria, tecnología, petróleo, y
primeras materias; a la inversión extranjera directa, y a la incorporación
masiva de una mano de obra en buena medida procedente del campo y con bajos
costes salariales.
- Diversificación de la producción
industrial que provocó una mayor relevancia para los bienes de consumo
asociados al sector metalúrgico (automóviles, electrodomésticos); la
electricidad y productos derivados; el sector químico (farmacéutico, plásticos,
detergentes), y la alimentación. Se reestructuran sectores tradicionales como
el textil, la siderurgia y la construcción naval, y crecieron industrias muy
competitivas con bajos costes de producción como el vestido, el calzado y los
muebles.
- Concentración en zonas con mayor
tradición fabril: Cataluña (el 48,9%) y País Vasco (el 24,7%). También se
extendió por nuevas zonas sobre todo en Madrid (12,75%), y en ciudades como
Ferrol, Vigo, Sevilla, Huelva, Valladolid, Valencia, Pamplona y Vitoria.
Asimismo, es necesario resaltar el boom de
la construcción, vinculado con la inmigración de millones de personas a las
ciudades, procedentes del campo. Estimularon la edificación y el crecimiento de
las periferias urbanas y ciudades dormitorio.
La necesidad de financiación de las nuevas
actividades económicas promovió el desarrollo del sector bancario, que invirtió
cuantiosos capitales en nuevas industrias, concedió crédito a empresas y a
particulares y actuó como intermediario en las inversiones de capital
extranjero. Se produjo una notable concentración hasta el punto que en 1970,
los siete mayores bancos españoles controlaban más del 80% de los recursos
financieros y estaban bien imbricados en los consejos de administración de las
principales industrias, formando una poderosa oligarquía.
La
agricultura se moderniza
Durante la década de 1960 se produjo la
crisis de la agricultura tradicional de escasa productividad y sustentada en la
abundancia de mano de obra. La combinación de tres factores estimuló la
modernización del campo:
• Éxodo rural hacia el extranjero y zonas
industriales, que provocó la despoblación de determinadas zonas agrarias.
• Cambios en la producción gracias a la
mecanización (se pasó de 56.845 tractores en 1960 a 379.070 en 1975), el uso de
fertilizantes químicos y la expansión del regadío.
• Diversificación de la producción asociada
a los cambios en la dieta de una población cada vez más urbanizada, que aumentó
el consumo de carne, lácteos, fruta y verdura.
La estructura de la propiedad agraria
cambió ya que las explotaciones menos rentables fueron desapareciendo y muchas
otras experimentaron profundas transformaciones. De esta forma, se avanzó en la
intensificación de los cultivos y la creación de modernas explotaciones
agropecuarias.
La
población crece y se desplaza
La tasa de crecimiento anual de la
población en los años 60 fue la más elevada del siglo XX (aumentó un 1,2% anual)
y la población pasó de 30’4 millones de habitantes en 1960 a 33’8 en 1970 y 35’7
en 1975. El descenso de la mortalidad, el aumento de la esperanza de vida (73’3
años de promedio), la alta natalidad (en 1975 se situaba en 2’8 hijos por
mujer) y el descenso de la mortalidad infantil explican este crecimiento. El
resultado fue una sociedad joven (los menores de 14 años, en 1970, constituían
el 27’8% del total) y un cierto incremento de los mayores de 65 años (el 10’4%
en 1970).
Ahora bien, el fenómeno demográfico más
relevante fueron los movimientos migratorios, ya iniciados anteriormente, que
afectaron a unos 4 millones de personas. La mitad aproximadamente se
trasladaron de una región a otra en el interior de España y 1,5 millones
aproximadamente se fueron al extranjero. Se huía de la miseria y de la falta de
trabajo, acentuada por los cambios técnicos, mientras las oportunidades
laborales y de mejora social en las grandes ciudades ofrecían nuevas
expectativas. En consecuencia, se produjo un fuerte desequilibrio territorial
con el despoblamiento de zonas rurales y el crecimiento urbano.
El mercado de trabajo cambia
A lo largo de
estos años la población activa pasó de unos 11’8 millones en 1960, a más de 13’3
en 1975. El cambio estructural más importante se produjo en la composición de
la población activa ya que hubo una drástica reducción de los trabajadores
agrarios. Desde 1971, el segundo sector con más trabajadores pasó a ser la
industria y el mayoritario lo formó el sector terciario. En una década la
fuerza de trabajo pasó de ser predominantemente agraria, a expandirse en el
sector secundario y los servicios, en fiel reflejo de la transformación de la sociedad
y de su urbanización.
La
participación femenina en el mercado de trabajo aumentó, aunque la contratación
formal en 1970 solo alcanzó el 17’9% del total, lejos de los estándares
europeos (29’4% en Francia, 32’6% en Gran Bretaña). Además, la incorporación
era intensa hasta la edad de 25 años, pero a partir de ese momento caía de
forma significativa: el nacimiento de los hijos se mantuvo como una barrera
para el trabajo profesional femenino. La aprobación de la Ley sobre Derechos de
la Mujer (1961) puso fin a algunas de las discriminaciones más degradantes,
como la obligación de abandonar el puesto de trabajo por matrimonio.
La llegada del turismo masivo
A partir de la
década de los 60, España experimentó un gran auge del turismo, pasando de 6
millones de turistas en 1960 a 34 en 1973. Ello supuso una elevada fuente de
ingresos y un aumento de la actividad hotelera (hoteles, apartamentos y otras
instalaciones), de los servicios complementarios y de la construcción. El
turismo fue decisivo en la aportación de divisas y en la generación de puestos
de trabajo, y contribuyó directamente a la expansión de los servicios,
estimulando las redes de comercio interior y exterior y los medios de
transporte y de comunicación.
Sin embargo,
España se especializó básicamente en el turismo masivo de "sol y
playa", es decir de una afluencia estacional, en verano. Se concentró en
las zonas de la costa mediterránea, en las islas Baleares y las Canarias, que
sufrieron una transformación urbanística acelerada, muy caótica y con escaso
respeto al entorno natural.
2. La
fragilidad del modelo desarrollista
La
dependencia del exterior
Entre 1960 y 1975, la economía española
conoció una larga etapa de crecimiento económico, con tasas anuales de aumento
del PIB superiores a la media europea, generó un incremento del 40% en la renta
por habitante, y la mejora del nivel de vida de los españoles, que fue
progresivamente acercándose a la media europea. Esta transformación fue el
resultado no tanto de la política económica del franquismo como de su
vinculación al mercado internacional y al aprovechamiento de la ola de
expansión económica que vivió Europa aquellos años.
En efecto, los enormes recursos financieros
invertidos para evitar la quiebra de la economía española a finales de la década
de 1950 y posibilitar el desarrollo económico provenían del exterior,
preferentemente de Europa. Estos llegaron a España básicamente por tres vías:
las remesas de los emigrantes, las divisas aportadas por los turistas y las
inversiones realizadas por empresas extranjeras. El mercado español empezaba a
ser atractivo para los inversores extranjeros por los reducidos costes fiscales
y salariales en comparación con los europeos y la alta rentabilidad de las
empresas que se instalaban en España.
De este modo, España recibió, sobre todo de
países europeos, los recursos financieros que permitieron equilibrar el déficit
en la balanza de pagos por las importaciones de tecnología, de maquinaria y de
los productos imprescindibles para modernizar y hacer más competitiva su
estructura productiva.
Lejos
del estado del bienestar europeo
Ahora bien, la rapidez y la profundidad de
las transformaciones experimentadas estos años no ocultaban la debilidad del
modelo económico. Su dependencia del exterior implicaba grandes gastos (compra
de patentes, maquinaria, etc.) y la supeditación a los intereses de las
empresas extranjeras. El desarrollo exigía el aumento del gasto público tanto
en la provisión de servicios (educación, sanidad, pensiones…) como en la
inversión en infraestructuras.
El aumento que se produjo (del 14,8% del
PIB en 1960, al 24,7% en 1975) fue insuficiente para atender unas necesidades
largamente acumuladas y estaba lejos de la media de los países de la OCDE (del
31,5% al 44,3% del PIB). Esta falta de recursos públicos derivaba de la reforma
fiscal que se implementó, ya que no tuvo carácter progresivo sino que aumentó
la tributación sobre el trabajo y el consumo (impuestos indirectos que suponían
más del 60% del total) mientras que la presión sobre sociedades y rentas altas
fue baja y tolerante con el fraude. También se inició un limitado sistema de
Seguridad Social (1963), financiado con las cotizaciones de empresarios y
trabajadores y, con una escasa contribución estatal.
Todos estos factores alejaron a España del
estado del bienestar europeo. La dictadura fue ineficiente en la redistribución
de rentas, en el impulso de las infraestructuras que diesen solidez y
continuidad al crecimiento económico o en el desarrollo de servicios públicos
que atendiesen las demandas de la población. La crisis económica mundial de
1973 puso en evidencia estos déficits y la propia fragilidad del sistema.
3.
Una sociedad en transformación
Crecimiento
urbano y periferias
El aumento de la población urbana se
vinculó principalmente a la inmigración, que se concentró en las ciudades de
más de 100.000 habitantes (un 37% en 1970). En contrapartida, los municipios de
menos de 2.000 habitantes disminuyeron un 11%, mientras determinadas zonas
rurales del centro y Sur de España perdieron casi el 40% de su población en
veinte años.
En las ciudades se formaron grandes áreas
metropolitanas que concentraban a mucha población e incluían varios municipios,
algunos de los cuales llegaron a multiplicar sus habitantes por diez en veinte
años. Estas periferias superpobladas, que concentraron decenas de miles de
personas, configuraron la otra cara del desarrollo urbano porque crecieron de
forma desordenada y su construcción estuvo a menudo sometida a los intereses de
los grupos inmobiliarios, con buenas vinculaciones con la administración.
Los grandes bloques de viviendas, de mala
calidad, identificaron un nuevo barraquismo vertical y la urbanización presentó
graves deficiencias de servicios y equipamientos: transporte, asfaltado,
escuelas, centros sanitarios, de ocio, deportivos… Además el ritmo de
construcción fue insuficiente para atender a la demanda, sin que las
autoridades impulsasen una política pública de vivienda.
Una
nueva estructura social
La modernización y el crecimiento económico
comportaron importantes cambios en la composición del país, configurándose una
sociedad capitalista avanzada, con amplios y diversificados sectores de
trabajadores y una clase media en transformación. Esta nueva sociedad se
caracterizó por:
● Pérdida de peso del mundo rural, que
significó una reducción sustancial de los pequeños propietarios y jornaleros
agrarios que diluyó la cuestión social en el campo.
● Aumento del proletariado urbano que
alcanzó los cuatro millones de personas, la mitad de todos los asalariados. Por
primera vez en la historia española, el número de obreros industriales era
superior al de campesinos. Muchos de ellos eran antiguos jornaleros agrícolas
que, forzados a emigrar, se ocuparon en los sectores asalariados menos
cualificados (la construcción, la industria y el comercio) y se ubicaron,
preferentemente, en las zonas más industrializadas como Cataluña, Madrid, País
Vasco y Asturias.
● Impulso de una nueva clase media asociada
a la industrialización (trabajadores autónomos de talleres automovilísticos,
eléctricos), a los servicios (turismo, comercio), a la administración y a los
servicios públicos (enseñanza, sanidad). También aumentaron los nuevos
profesionales asociados a actividades técnicas y a la urbanización.
● Una burguesía asociada a las empresas
internacionales y al sector público. El sector financiero, bien imbricado con
la industria, se consolidó como muestra la amplia participación de directivos
de la banca en consejos de administración de las grandes empresas.
El arranque de
la sociedad de consumo
La renta per
cápita aumentó notablemente, duplicándose entre 1960 y 1975. Ello conllevó un aumento del poder adquisitivo de la población
gracias al aumento del salario, la extensión del empleo en las ciudades -donde
las retribuciones eran más elevadas que en el campo- y el pluriempleo.
El consumismo fue el primer signo
evidente de estos cambios y los hogares españoles se equiparon con los modernos
electrodomésticos: frigorífico, lavadora, televisor, aparatos de cocina…
También se popularizó el automóvil, sobre todo a partir del utilitario SEAT
600, que se convirtió en el vehículo de muchas familias. Los nuevos hábitos
como las vacaciones (campings, hoteles…) y la ampliación del ocio y los
espacios culturales, multiplicaron el consumo.
Mientras el
comercio iniciaba una transición que generó grandes superficies e implantó la
venta a plazos, la publicidad irrumpía con artículos que convertía en objetos
de deseo. En definitiva, se fue instalando la sociedad de consumo en España, si bien con estándares todavía
inferiores a los europeos.
Nuevos
comportamientos sociales y formas de vida
Las
transformaciones sociales propiciaron el progresivo abandono de buena parte de
las actitudes, normas de conducta e incluso de la rígida moralidad de la postguerra.
La sociedad se hizo más abierta y plural a medida que iban imponiéndose los
hábitos sociales y culturales que predominaban en Europa. Esta modernización se
evidenció fundamentalmente en los siguientes aspectos:
· Progresivo proceso de laicización y
secularización que distanció a la sociedad de las
rígidas normas y la férrea tutela ejercida por la Iglesia durante el primer
franquismo.
·
Acceso a la
enseñanza básica de todos los españoles, incluidas las
mujeres, y aumento considerable de los universitarios. La Ley General de
Educación de 1970 reorganizó el sistema educativo y posibilitó el incremento de
la población escolarizada a todos los niveles.
· Modificación de la estructura familiar que comportó el tránsito de la familia amplia, propia de los ambientes
rurales, a la familia nuclear (padres e hijos) típica del mundo urbano. La gran
capacidad de penetración e influencia de los medios de comunicación (cine,
televisión), el contacto con el turismo y los viajes al extranjero impusieron
las pautas de comportamiento familiar predominantes en Europa.
· Cambio del papel de la mujer. El acceso a los estudios y la incorporación al trabajo asalariado, así
como la propagación del feminismo que propugnaba la igualdad entres sexos,
impulsaron el progresivo abandono de la reclusión de la mujer en el
hogar.
· La eclosión de la juventud comportó una ruptura generacional acentuada por el intenso encorsetamiento
social y cultural del franquismo. Fue un desafío cultural, estético y sexual a
las normas establecidas que se acompañó de la contestación a la dictadura.
4. Reformismo sin democratización
El franquismo
necesita cambiar su imagen
El 25 aniversario del fin de la guerra en 1964 dio lugar a una gran
operación de propaganda, difundida como 25 años de paz. Con ella, se intentaba
crear una nueva imagen de Franco y del régimen, asociada a la paz y al
progreso, aunque sin renunciar a la Victoria.
Los gobiernos de la década de 1960, formados a partir de la influencia de
Carrero Blanco, en los que cada vez tenían más presencia los tecnócratas, se
orientaron esencialmente hacia la promoción del desarrollo económico, pero
también hacia una renovación política que implicase la modernización de la
administración, la legislación y las instituciones del país.
Esta adaptación a los nuevos tiempos comportó un conjunto de reformas
políticas que adecuaban el régimen a las transformaciones económicas y sociales
que se estaban produciendo y que, al mismo tiempo, enmascaraban algunos de los
aspectos más autoritarios del franquismo. Las reformas buscaban mejorar la
imagen ante la Comunidad Económica Europea (CEE), aumentar su representatividad
y adaptarse a los nuevos patrones sociales, pero sin reconocer las libertades
fundamentales ni aceptar la democracia.
Detrás de este tímido reformismo había la convicción de que la prosperidad
y el bienestar social suplirían la falta de libertades y de un gobierno
democrático. Se creía que el desarrollismo consolidaría el régimen franquista
al aumentar el consenso social de amplios sectores de la sociedad.
La continuidad de la
represión
La primera evidencia de que el franquismo no estaba dispuesto a reconocer
las libertades democráticas y los derechos humanos fue el mantenimiento del
aparato represivo como pieza fundamental del régimen. El único cambio relevante
fue su desmilitarización parcial a partir de la creación del Tribunal de Orden
Público (TOP, 1963). Fue una jurisdicción civil para los delitos vinculados al
ejercicio de las libertades políticas, salvo en casos excepcionales que
continuaron en manos militares. Este tribunal estuvo vigente hasta 1977 y por
él pasaron 50.714 personas de las cuales más de 9.000 fueron procesadas.
Los consejos de guerra continuaron celebrándose (1.817 civiles fueron
procesados entre 1969 y 1975), adquiriendo especial relieve los que impusieron
penas de muerte ya que provocaron cada vez mayores manifestaciones de rechazo,
también en el exterior. En 1963, fue ejecutado el dirigente comunista Julián Grimau
por su acción durante la Guerra Civil, y los anarquistas Francisco Granado y
Joaquín Delgado acusados de un atentado que no habían cometido. Entre 1974 y
1975, antes de la muerte de Franco se produjeron nuevas ejecuciones.
También se recurrió frecuentemente a proclamar el estado de excepción
(1967, 1969, 1970...) para frenar las movilizaciones y acabar con la oposición.
Por otro lado, la violencia policial y la Brigada Político-Social incrementaron
su actividad represiva.
Las
reformas institucionales y legislativas
En 1966, el ministro Manuel Fraga Iribarne
promovió la nueva Ley de Prensa. Se trataba de una ley liberalizadora, que
suprimía la censura previa, pero imponía limitaciones a la libertad de
expresión y fijaba sanciones a autores y editores por el contenido ideológico y
político de las publicaciones.
El mismo año, el ministro José Solís Ruiz
estimuló la participación de los trabajadores en las elecciones sindicales para
dotar de representatividad la Organización Sindical. En 1967 se aprobaron nuevas
leyes como la de libertad religiosa, aunque la religión católica siguió siendo
la propia de la nación española, o la de elección de procuradores familiares a
las Cortes, que eran elegidos por los cabezas de familia y las mujeres casadas.
La mayor relevancia legislativa recayó en
la Ley orgánica del Estado, aprobada en 1967 en un referéndum lleno de
irregularidades. Participó casi el 90% del censo electoral y el “sí” obtuvo el
96% de los votos. Esta nueva ley fundamental confirmaba la institucionalización
monárquica del régimen, fijaba los poderes del jefe del Estado separando el
cargo del nuevo presidente del gobierno, y actualizaba leyes fundamentales como
la Ley de Cortes.
Poco después, en julio de 1969, y de
acuerdo con lo estipulado en la Ley de Sucesión, Franco designó al príncipe
Juan Carlos de Borbón, hijo de Juan de Borbón, como su sucesor. Este
nombramiento significaba la culminación del programa de institucionalización y
sucesión del franquismo. Fue entonces cuando Franco aseguró que la continuidad
del franquismo estaba garantizada: “Todo ha quedado atado y bien atado”
Las
discrepancias dentro del franquismo
Las reformas provocaron diferencias entre
las distintas familias del régimen, que siempre habían estado contenidas por la
autoridad indiscutible del Caudillo. Estas corrientes fueron:
-
Quienes
defendían el reforzamiento del Movimiento para hacer más representativas sus
organizaciones como Solís Ruiz.
-
Los
que promovían una apertura limitada como Fraga.
-
Los
tecnócratas que pretendían diluir el poder del Movimiento en beneficio de la
nueva institucionalización de la monarquía como Carrero Blanco. Confiaban que la
prosperidad económica estabilizaría el sistema.
En 1969, las diferencias políticas en el
interior del gobierno se hicieron públicas. El estallido del denominado
escándalo Matesa, una empresa de maquinaria textil conectada con el entorno del
Opus Dei, provocó una crisis gubernamental. Este caso de corrupción, en el que
se veían implicados varios ministros, fue ampliamente difundido por la prensa y
los sectores inmovilistas culparon a la excesiva tolerancia informativa de
haber contribuido al público descrédito del gobierno.
La crisis se resolvió con la victoria de
Carrero Blanco y con la formación del llamado gobierno monocolor, que supuso la
salida de los ministros más aperturistas, Manuel Fraga y José Solís Ruiz, a los
que se responsabilizaba del aumento de la contestación social.
5.
Los nuevos movimientos sociales y el antifranquismo
La
conflictividad obrera
En 1962, unas huelgas por reivindicaciones
laborales paralizaron las minas de
Asturias y generaron huelgas solidarias en
el País Vasco, Cataluña y Castilla. Arrancaba un movimiento obrero que comportó
un aumento de los conflictos tanto en las zonas de tradición obrera (Asturias,
Cataluña, Guipúzcoa y Vizcaya) como en las nuevas ciudades industriales
(Madrid, Pamplona, Ferrol, Vigo, Sevilla, Valencia y Valladolid). La mayoría se
originaron en reivindicaciones laborales, pero la represión provocó que la
militancia antifranquista denunciase la violencia y la falta de libertades y
derechos, y llamase a la solidaridad.
En esta dinámica, en 1962 se creó la
organización Comisiones Obreras (CC. OO.) formada por representantes elegidos
por los obreros con el fin de impulsar la lucha laboral (salarios, condiciones
de trabajo) y la política (libertad sindical, derechos). Era un movimiento, a
modo de sindicato, que defendía y canalizaba reivindicaciones obreras y agrupaba
diferentes opciones ideológicas: cristianos, comunistas, socialistas… Su estrategia
combinaba las acciones ilegales (huelgas) con los medios legales, presentándose
a la elección de enlaces sindicales para introducirse en el Sindicato Vertical
y actuar desde dentro. Su éxito en las elecciones de 1966 provocó su
ilegalización al año siguiente. Su dirección fue detenida y juzgada en 1972 en
el llamado Proceso 1001, que acabó con condenas muy severas a sus dirigentes,
entre ellos Marcelino Camacho.
Aunque Comisiones Obreras fue la
organización sindical más representativa, surgieron otras organizaciones
obreras vinculadas a las Juventudes Obreras Cristianas, que fundaron la Unión
Sindical Obrera (USO) en 1967. De los antiguos sindicatos, solo UGT mantuvo una
limitada actividad clandestina y la CNT estaba prácticamente desaparecida.
La contestación
se impone en la Universidad
La protesta universitaria creció de forma
espectacular y devino uno de los principales problemas del régimen, sobre todo
a partir de 1965 con la reivindicación de la amnistía, de sindicatos libres en
contra del obligatorio SEU (Sindicato Español Universitario) y la exigencia de
libertades. Entre 1966 y 1968 se organizaron sindicatos democráticos, legales en
Madrid, Barcelona o Valencia, que redujeron a la total inoperancia al SEU. No sobrevivieron
a la represión por las detenciones, multas o expulsión de los estudiantes y quedaron
desarticulados.
Desde 1968, la movilización se radicalizó,
a lo que colaboró la coyuntura europea y la expansión de culturas marxistas y
alternativas, a la vez que la represión se intensificaba con la policía
entrando en los campus. Se formaron comités de curso ilegales que canalizaron
el rechazo a la nueva Ley de Educación (1970), apoyaron las reivindicaciones
profesionales y exigieron la democratización de una Universidad que estaba
experimentando una gran masificación. En los últimos años del franquismo, los
campus universitarios se convirtieron en espacios de agitación permanente y de
rechazo al régimen.
La
protesta se amplía: de los barrios a la cultura
Los déficits de servicios y equipamientos
en las periferias urbanas originaron una movilización de las asociaciones de
vecinos para cubrir sus necesidades inmediatas (viviendas, escuelas, asfaltado,
alcantarillado, suministros básicos, transporte) e impulsar espacios de
sociabilidad. La inacción de las autoridades y la respuesta represiva
desprestigiaron a alcaldes y concejales, y estimularon el crecimiento de
asociaciones vecinales que reclamaban ayuntamientos democráticos.
La disidencia a favor de las libertades y
la democracia y la denuncia de la represión alcanzó entidades legales como
Justicia y Paz, colegios profesionales, intelectuales y personalidades del
mundo académico, cultural y artístico. La crítica se extendió también entre
determinados medios de comunicación como Triunfo, Cuadernos para el Diálogo o
Cambio 16.
LA HUELLA DE LAS
MUJERES
La reivindicación
feminista se inició en las grandes ciudades a finales de la década de 1960.
María Laffitte creó el Seminario de Estudios Sociológicos integrado por mujeres
vinculadas al catolicismo progresista. Criticaban el discurso de la Sección
Femenina y denunciaban las dificultades laborales de la mujer y su supeditación
a la familia patriarcal. Desde el antifranquismo, la abogada Lidia Falcón en Mujer
y sociedad (1969) defendió los derechos civiles y laborales de la mujer y
la escritora María Aurèlia Capmany plasmó su ideario feminista y defendió que
la mujer se liberase de su condición de “ángel del hogar”.
La
división de la Iglesia.
La jerarquía eclesiástica se había
mantenido firme en su apoyo al régimen hasta que, a principios de la década de
1960, el Concilio Vaticano II impulsó la renovación de la Iglesia y se
empezaron a oír voces críticas. En 1971, el Papa ascendió al arzobispo aperturista
Vicente Enrique y Tarancón a cardenal y a presidente de la Conferencia
Episcopal Española lo que marcó un punto de inflexión.
La gradual secularización de la sociedad
favoreció que la Iglesia fuese perdiendo influencia. Aumentaron los católicos y
sacerdotes jóvenes que se alinearon con las posiciones antifranquistas. La
división de la Iglesia puso en evidencia la desafección de uno de los pilares
fundacionales del régimen y lo afectó profundamente.
Si decimos que no
hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está en nosotros.
Así, pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos
a su tiempo ver verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro
pueblo dividido por una guerra entre hermanos.
Declaración de la
Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes españoles, septiembre de 1971.
La
agitación nacionalista
En Cataluña, se desarrolló un importante
movimiento cívico de reivindicación de la lengua y la cultura que se asoció a
la demanda de autonomía perdida en 1939. Su carácter transversal posibilitó la
creación de la Asamblea de Cataluña (1971), un organismo unitario que
popularizó el lema “Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía” y se coordinó
con los pueblos de España en la lucha democrática.
La Asamblea de Cataluña reunía no solo a
partidos antifranquistas como el Partido Socialista Unificado de Cataluña
(PSUC), partidos históricos como Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Unió
Democrática de Catalunya (UDC), nuevas organizaciones nacionalistas periféricas
de izquierda como Partit Socialista d’Alliberament Nacional (PSAN) o Front
Nacional de Catalunya (FNC) y de centro como Convergència Democràtica de
Catalunya (CDC), sino que también aglutinaba a entidades catalanistas,
movimientos sociales o Comisiones Obreras.
En el País Vasco, si bien el Partido
Nacionalista Vasco (PNV) permanecía como un referente e inspiraba al gobierno
vasco en el exilio, el hecho de mayor repercusión fue la aparición de ETA
(Euskadi Ta Askatasuna, Euskadi y Libertad) en 1959. Esta organización,
revolucionaria y nacionalista radical, propugnó a partir de 1968 la lucha
armada contra el franquismo, con atentados contra personalidades del régimen y
fuerzas del orden público. Especial relevancia tuvieron el asesinato del policía
de la Brigada Político-Social Melitón Manzanas (1968) y el del presidente del
gobierno Luis Carrero Blanco (1973).
Los
partidos de oposición
Las transformaciones sociales, el recambio
generacional y la pérdida de influencia del exilio político produjeron la
recomposición del antifranquismo en la década de 1960. Las organizaciones
opositoras cambiaron la forma de enfrentarse a la dictadura desacreditándola a
partir de la denuncia de las precarias condiciones de vida y de la falta de
libertades políticas. También plantearon la necesidad de superación de la
Guerra Civil y la reivindicación unitaria de la democracia.
La izquierda tuvo un claro protagonismo
político al estar presente en la mayoría de las movilizaciones y conflictos
sociales. El Partido Comunista de España (PCE), dirigido por Dolores Ibárruri y
Santiago Carrillo, tenía fuerte presencia en los movimientos de masas. El
activismo de una creciente militancia y de los mismos movimientos sociales le
erigió en principal partido del antifranquismo, no exento de problemas
internos. Así, militantes que no renunciaban a postulados revolucionarios
pasaron a formar un pequeño grupo, el PCE m-l (1963) que daría lugar al FRAP
(Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, 1970) que practicó la lucha armada.
El Partido Socialista Obrero Español
(PSOE), con menor presencia en los movimientos sociales, estuvo condicionado
por el enfrentamiento entre la dirección en el exilio y la militancia del
interior. En el Congreso de Suresnes (Francia), celebrado en 1972, estos
últimos se hicieron con el control del partido bajo la dirección de Felipe
González en 1974.
También se perfiló una oposición moderada
al franquismo compuesta en parte por disidentes del propio régimen (Dionisio
Ridruejo, Joaquín Ruiz Giménez) decepcionados ante la persistencia de la
política represiva y antidemocrática. En 1962, buena parte de la oposición moderada
-monárquicos, democratacristianos y liberales- junto con republicanos y
socialistas en el exilio, participaron en Múnich en el IV Congreso del
Movimiento Europeo para denunciar internacionalmente la dictadura de Franco.
El Congreso del
Movimiento Europeo (...) exige instituciones democráticas, lo que significa en el
caso de España, (...) lo siguiente:
1.° La
instauración de instituciones auténticamente representativas y democráticas
(...).
2.° La efectiva
garantía de los derechos de la persona, en especial los de libertad personal y
de expresión, con supresión de la censura gubernativa.
3.° El
reconocimiento de la personalidad de las distintas comunidades.
4.° El ejercicio
de las libertades sindicales sobre bases democráticas y de la defensa por los trabajadores
entre otros medios mediante la huelga.
5.° La
posibilidad de organizar corrientes de opinión y partidos políticos.
Resolución de los
118 delegados españoles reunidos en Múnich, 1962.
6.
Crisis y agonía del franquismo
Carrero Blanco y la continuidad del régimen
El nuevo gobierno nombrado en 1969 tenía a
Carrero Blanco como vicepresidente y mantuvo firme su voluntad de frenar
cualquier intento aperturista. Así, se modificó en sentido restrictivo la Ley
de Prensa y se ordenó reprimir sin contemplaciones toda manifestación
opositora. Su pretensión de acabar con las diferencias internas fracasó
notablemente como se evidenció ante la nueva Ley sindical (1971), que volvió a
enfrentar a tecnócratas y falangistas, o con la paralización de un proyecto de
Ley de Asociaciones Políticas dentro del Movimiento.
En junio de 1973, el almirante Carrero
Blanco fue nombrado presidente del gobierno, convirtiéndose en la persona clave
para asegurar la continuidad del franquismo después de la muerte de Franco.
Pero cuando, en diciembre de ese año, Carrero Blanco fue asesinado por ETA en
un atentado en Madrid, la fractura entre quienes apostaban por la permanencia
del régimen a toda costa, el llamado búnker, y quienes apuntaban hacia la
necesidad de un cambio progresivo, los aperturistas, fue haciéndose cada vez
mayor.
En enero de 1974 se formó un nuevo gobierno
presidido por Carlos Arias Navarro. Pretendía unir a aperturistas e
inmovilistas a partir del Espíritu del 12 de febrero, fecha en la que presentó
en las Cortes un proyecto de moderada reforma que permitía la creación de
asociaciones políticas dentro del Movimiento. Pero Arias no convenció ni a
franquistas ni a la oposición democrática. Ante la ausencia de auténticas
reformas, los ministros aperturistas salieron del gobierno mostrando así la
incapacidad del franquismo para democratizarse.
El
aumento de la movilización social
A partir de 1970 tuvo lugar un gran
crecimiento de la conflictividad social -obrera, estudiantil, vecinal- y los
diferentes gobiernos optaron por endurecer la represión, lo que atemorizaba a
la población, pero aumentaba el descontento y su desprestigio en el exterior.
La movilización contra el proceso de Burgos (1970), por las penas de muerte
impuestas a militantes de ETA, adquirió proporciones desconocidas hasta
entonces y obligó a Franco a conmutarlas.
Ante la inminente desaparición del
Caudillo, la oposición creó organismos unitarios para definir una alternativa
al régimen:
- La Junta Democrática (1974) creada en
torno al PCE integró a CC. OO., a partidos de izquierda e incluso
personalidades de la derecha democrática.
- La Plataforma de Convergencia Democrática
(1975) se creó en torno al PSOE y uniría a grupos democratacristianos, la UGT y
el PNV.
Los programas de ambos organismos proponían
la ruptura democrática por medio de un gobierno provisional que proclamase la
amnistía y convocase elecciones libres. Ambas acabaron fusionándose en 1976.
También se produjo una pequeña pero
significativa disidencia dentro del ejército español, la Unión Militar
Democrática (UMD, 1974), que fue desarticulada al año siguiente.
En esos años tuvo lugar un
recrudecimiento de la violencia, ya que ETA incrementó sus atentados con
matanzas indiscriminadas como la de la cafetería Rolando en la calle del Correo
de Madrid (1974), que consternó a la sociedad al provocar 13 muertos y más de
60 heridos. A estos atentados se sumaron los practicados por dos grupos
aislados de la izquierda radical, el FRAP y el GRAPO (creado en 1975), que
generaron el rechazo de la oposición democrática. En respuesta, el gobierno de
Arias Navarro intensificó la represión. En 1974, ejecutó a Salvador Puig
Antich, un joven militante anarquista. Además, en 1975 se aprobó una ley
antiterrorista que se proyectó como una amenaza sobre el antifranquismo y
fueron condenados y ejecutados cinco activistas de ETA y del FRAP.
El conflicto del Sáhara
El proceso de
descolonización africano había sorprendido a España sin tener ningún plan de
acción. En 1956, Francia pactó con el rey de Marruecos la independencia de la
zona francesa sin apenas informar al gobierno de España, que se vio forzado a
proceder de la misma forma con el protectorado español. Tras un breve conflicto
armado en 1957, España cedió completamente el territorio de Ifni a Marruecos en
1969, tras haber concedido la independencia a Guinea Ecuatorial en 1968.
Para proceder a la
descolonización del territorio del Sáhara, el gobierno español había aceptado
celebrar un referéndum de autodeterminación de ese territorio, a propuesta de
la ONU y del Frente Polisario, una formación independentista saharaui. En 1975,
aprovechando la grave enfermedad de Franco, Marruecos exigió la entrega de ese
territorio, rico en fosfatos y pesca, y el rey Hassan II organizó la Marcha
Verde, una invasión pacífica del Sáhara que movilizó a decenas de miles de
civiles. Ante el peligro de un conflicto bélico con Marruecos y con Franco
agonizando, el gobierno de Arias claudicó y el 14 de noviembre se firmó el
Acuerdo de Madrid, que suponía la entrega de ese territorio a Marruecos y a
Mauritania.
20-N: la muerte de Franco
En un contexto de condena
internacional de la represión franquista -retirada de embajadores europeos-, de
agudización de las tensiones en el propio régimen y de la crisis provocada por
el Sáhara, el 20 de noviembre de 1975 falleció el general Franco. Dejaba tras
de sí un régimen anacrónico y en evidente crisis. Pese a la pretensión de que
el futuro de España estaba “atado y bien atado”, cada vez era más evidente la
imposibilidad de un franquismo sin Franco.
7.
Andalucía en el modelo desarrollista franquista
Andalucía se incorporó lentamente al
proceso de crecimiento de la economía española en la década de 1960. Sin
embargo, a partir de 1964, la economía andaluza conoció una transformación
cuantitativa y cualitativa de la estructura productiva anterior: el sector
agrario perdió su lugar privilegiado, la industria se mantuvo, aunque el
aumento de la construcción sirvió de contrapeso, mientras que los servicios se
consolidaron como el sector económico predominante.
Población
y migraciones
La emigración, que alcanzó a unos dos
millones de personas entre 1950 y 1980, fue una de las consecuencias más graves
del modelo económico franquista. Tuvo una particular incidencia en las áreas
rurales del interior y en las provincias de Jaén, de la que partieron casi 180.000
emigrantes solo en la década de 1960, y de Almería.
La falta de trabajo, la estacionalidad del
empleo agrícola, los bajos salarios y la miseria popular fomentaron la
emigración masiva de andaluces y andaluzas hacia un triple destino: las
capitales de provincia, otras regiones más dinámicas (Cataluña, Madrid,
Valencia, País Vasco y, en menor medida, las islas Baleares) y la Europa
industrial (Alemania, Suiza, Francia y Bélgica).
El retroceso de la población andaluza
debido a la fuerte emigración se compensó, en parte, por una tasa de natalidad
más elevada que en otras regiones. La población creció moderadamente entre 1950
y 1975, y pasó de 5’6 a 6’1 millones de habitantes. Esto redujo el peso
demográfico de Andalucía con relación al conjunto español (de un 20% en 1950 a un
17% en 1975).
Lo importante era
ganar dinero para poder mandárselo a mis padres. Era el único de mis cinco
hermanos que podía ayudarles. (...) Me arreglaron el pasaporte y me dijeron que
iría a Alemania. Firmé un contrato, pero no sabía lo que había firmado. No
sabía qué clase de trabajo iba a hacer. Ni dónde. (...)
Me apeé. Me quedé
en el andén sin saber qué hacer, pensando que estaba perdido. Se me acercaron
tres hombres y uno de ellos empezó a hablar. Yo lo único que podía hacer era
encogerme de hombros. Me llevaron en coche a un bloque de apartamentos y me
dieron la llave de uno y me enseñaron el dormitorio, el baño, la cocina. (...)
A la mañana siguiente, volvieron y me llevaron a la fábrica. Vi que lo que
hacían eran tejidos. Firmé papeles de todas clases; me dieron 1000 marcos y
volví.
Testimonio de
Jesús Moreno, emigrante, recogido por R. FRASER: Mijas. República, guerra,
franquismo en un pueblo andaluz, 1985.
Desarrollo
agrícola e industrial
En la década de 1960, se inició una
capitalización de la agricultura andaluza, que implicó un proceso de
mecanización, de modernización agraria y un aumento de la superficie destinada
a regadíos (resultado de la política hidráulica del franquismo). Todo ello
comportó un aumento de la producción y de las exportaciones de productos
tradicionales, como el vino y el aceite. A su vez, el encarecimiento de la mano
de obra generada por la emigración elevó los salarios e impulsó la mecanización
para reducir los costes.
La industria se transformó de manera
significativa, aunque sin aumentar su importancia dentro de la economía
andaluza. El peso de la industria agroalimentaria disminuyó y crecieron de
forma notable otras actividades como la química básica, el refino de petróleo, la
industria del papel y la primera transformación de metales. Pero estos cambios
se produjeron a costa de actividades altamente contaminantes que explotaban los
recursos naturales de la región.
Las nuevas industrias incorporaron
tecnología moderna que convive con las formas obsoletas de la industria
anterior. Ejemplos característicos fueron los polos de desarrollo de Córdoba y
Granada, que, a diferencia de los instalados en Sevilla y Huelva, no
presentaron avances significativos en sus respectivos tejidos industriales. La
década de 1970 fue la del apogeo de la industria naval de Cádiz, incentivada
por las inversiones del INI en los astilleros, la renovación tecnológica de las
fábricas de San Fernando y la Ley de Protección a la Flota Pesquera de 1961.
Crecimiento
del turismo y los servicios
Entre 1950 y 1975, el turismo experimentó
un gran crecimiento en Andalucía, y muy especialmente en su litoral
mediterráneo. Se trataba de un nuevo modelo turístico ligado casi en exclusiva
al sol y playas, que sustituyó al tradicional turismo de ciudades monumentales
de la primera mitad del siglo XX. El turismo que visitaba Andalucía pasó de ser
nacional a extranjero, mayoritariamente nórdico y británico, que llegaba sobre
todo en avión.
Málaga, que contaba con un buen aeropuerto,
y en concreto la Costa del Sol, fue el centro receptor más destacado, seguido
por Granada, Cádiz, Almería, Huelva y Sevilla. En la década de 1960, la costa
malagueña fue pionera de una oferta de turismo de litoral cosmopolita, que
quedó reflejada en las lujosas urbanizaciones marbellíes.
El desarrollo del turismo provocó el
crecimiento del sector servicios a costa de una pérdida de peso del sector
agrícola. Así, el empleo en los servicios respecto al total de la economía
andaluza pasó de representar el 26% en 1955, al 43,3% en 1975, y en cuanto al
valor añadido generado, el sector servicios aportaba el 42,5% en 1955, mientras
que en 1975 llegaba al 51,3%.
La
nueva estructura social
En el cambio experimentado por la sociedad
andaluza destacó el aumento del peso de la clase media. La nueva estructura
social surgida a remolque de los cambios económicos de la década de 1960 quedó
configurada en tres grandes grupos:
• La gran burguesía terrateniente seguía
siendo la clase dominante, pero había diversificado su actividad, por lo que se
distinguían tres sectores: terratenientes que extendieron sus intereses a la
banca y la industria; quienes modernizaron sus explotaciones y constituyeron,
en muchos casos, empresas capitalistas, y terratenientes que no modernizaron
sus explotaciones, con el subsiguiente descenso de la rentabilidad de sus
tierras. La alta burguesía no terrateniente, vinculada al sector industrial y
bancario, era escasa por el deficiente desarrollo industrial.
• La pequeña y mediana burguesía había
aumentado su importancia y estaba constituida por personas dedicadas a los
servicios, técnicos y técnicas de grado medio, etc.
• La clase obrera del campo y de la ciudad
constituía las dos terceras partes de la población activa andaluza. Estaba
integrada por jornaleros y jornaleras sin tierra, obreros y obreras industriales,
personas dedicadas a la minería y trabajadores y trabajadoras del mar.
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