Cuando tu amigo es tu acosador
Diana López Varela, 24 de
agosto de 2023
De todas las cosas
que se han dicho desde la malograda celebración del Mundial de Fútbol Femenino
la que más me irrita es la justificación de la caverna mediática alegando que
un beso forzado es solo un pico entre dos amigos que se llevan genial, y tonto
el que no lo vea. Desde el primer momento en que se denunció la conducta del
señor Rubiales hacia la futbolista Jenni Hermoso, las compañeras periodistas
señalaron, muy acertadamente, que ese no era un beso entre amigos, sino un acto
de acoso sexual entre un superior y su subordinada. Ya conocemos la relación de
poder que se da entre un hombre y una mujer en una jerarquía profesional, pero
¿qué ocurriría si, efectivamente, este fuese un beso entre amigos? ¿Qué
ocurriría si un aparente beso entre dos colegas escondiese también una agresión
sexual? ¿Sabemos distinguir las preposiciones "entre" de
"contra"? ¿Acaso un amigo, por bueno que sea, tiene derecho a comerle
los morros a una mujer sin que medie el deseo de ella en ese acto íntimo?
Toda esta historia me
hizo recordar, inevitablemente, la cantidad de violencia sexual que muchas
mujeres hemos tolerado a lo largo de nuestras vidas por parte de pseudoamigos y
coleguitas de turno. Hombres que han sabido ejercer su poder patriarcal desde
la cómoda e infalible posición de la amistad verdadera. Esos que no han
desperdiciado un momento de euforia, vulnerabilidad, bajón, intoxicación
etílica, o desgracias varias para arrimar los morros más de la cuenta, o para
meter la mano bajo la ropa al fundirse los cuerpos en un cálido abrazo. Esos
amigos en cuyos brazos hemos llorado creyendo que nos consolaban atentamente,
cuando el único consuelo que buscaban era el de su entrepierna. Esos
fantásticos amigos que siempre han estado ahí cuando los hemos necesitado,
esperándonos con una erección al otro lado de la puerta.
Difícil no encontrar
una mujer que no se haya llevado un disgusto de este tipo con algún buen amigo.
Difícil no encontrar a una mujer que haya transigido, tolerado, reído incluso,
ante el cariño desmedido de ese colega que siempre aprovecha una ocasión para
tocarte sin importarle si tú estás cómoda o no. Si tú lo deseas o no. Ese amigo
que entiende muchísimo de lenguaje corporal cuando un señor se lleva las manos
a la polla en medio de una celebración futbolística, pero muy poquito cuando es
la suya la que te roza sin venir a cuento. Ese colega que, sin maldad ninguna,
como diría el presidente de la RFEF, te aprieta contra una esquina o contra una
pared, se te declara cada vez que tiene ocasión, y boicotea todas tus
relaciones de pareja porque "ese mamón no te merece". Ese amigo que
te lleva en coche a las afueras de la ciudad cada vez que estás agobiada porque
para ejercer la amistad auténtica se necesita intimidad. Ay, ese amigo, un
cielito de hombre, psicólogo y hermano, que es capaz de regalarte
un juguete sexual en el día de tu cumpleaños porque tú lo que
tienes es que olvidarte de tu ex y pasártelo bien. Y si no
sabes cómo funciona lo probamos juntos jijí-jajá.
No hablo de amigos a
los que les gustas o a ti te gustan, o no, porque el enamoramiento entre amigos
es tan legítimo (o más) como el que surge en un match de Tinder. No hablo de amigos que te
intentan conquistar y lo consiguen, o no, y aquí paz y después gloria. No hablo
de amistades que se convierten en otra cosa por el deseo y la connivencia de
ambos. No hablo de rollos entre amigos que se quedan como una anécdota y cuyo
recuerdo te produce una sonrisa y no asco y arrepentimiento. No hablo del juego
de la seducción y de sus consecuencias, ganes o pierdas, amigo. Yo, que siempre
he estado a favor de las relaciones de pareja surgidas a partir de la amistad
porque ya tienes medio trabajo hecho, no hablo de eso, claro que no. Yo hablo
de esos otros amigos, los amigos que todas sabemos.
Me refiero al amigo que
es capaz de plantarte un beso en la boca en medio de una discoteca plagada de
gente (entre esa gente está tu novio) porque unos tipos que él no conoce (los
amigos de tu novio) vienen a hablarte y él desea, con todas sus fuerzas,
salvarte de pervertidos y de acosadores. Ese amigo que no es agraciado, y lo
sabe, pero míralo que entregado está y siempre contesta el móvil cuando lo
necesites para acabar hablándote de sexo, aunque a ti no te apetezca. Ese amigo
protector y un poquito obsesionado que te entiende más que cualquier otra amiga
porque él es hombre, él sabe cómo se comportan esos cerdos con las mujeres. Ese
amigo que está deconstruido, reconstruido y liberado de toda masculinidad, ese
amigo que se vende como un ser inofensivo: el peor. Yo me refiero a ese amigo
que si no fuese tan amigo como te ha convencido él mismo, tendría dos bofetadas
en cada una de sus mejillas y una denuncia en el juzgado. Fíjate amiga, que ese
amigo no es tu amigo, es tu acosador.
Hablo también de ese
colega de trabajo que aprovecha cada cena de empresa para babosearte sin
caérsele la cara de vergüenza al lunes siguiente. Ese amigo-admirador, el que
tiene un proyecto chulísimo pensado para ti que desaparece si no te vas con él
a dormir a un hotel. Ese al que le encanta darte la turra a sol y a sombra y
necesita quedar ciento cincuenta veces para resolver una chorrada y que insiste
en acabar cada reunión en su casa porque así estamos más cómodos. No me olvido
de aquel otro amigo que te manda un mensaje al día siguiente de emborracharos
juntos en una fiesta para recordarte que "si no fuésemos amigos ayer te
habría violado" ¡Qué amigo más mono! ¿Y qué me dices, querida, de ese otro
amigo que te compra entradas para conciertos, teatro, reserva cenas (¡y hasta
habitaciones de hotel!) y haces planes para los dos solos siempre que le sale
de los cojones y sin preguntarte primero? ¿Cómo le dices tú a ese amigo tan
riquiño que no quieres irte con él sola a ningún sitio cuando está claro que es
tan buen amigo? ¿Acaso él no se da cuenta de que, si tú quisieses ser su novia,
o acostarte con él, ya lo habrías hecho sin necesidad de tanta tontería ni de
gastar tanto dinero? Que tú eres una mujer del siglo veintiuno, y tu amigo, lo
sabe.
Puede que poco a poco
ese amigo al que le contabas todo con pelos y señales se convierta también en
el amigo que se enfada cuando tienes novio nuevo y deje de hablarte si te
enrollas con aquel otro que no te conviene nada. Porque él ya te ha avisado,
amiga, de que ese chico te va a hacer daño. Que pareces tonta. Ese amigo está
ahí para ayudarte a aclarar tus sentimientos, cabecita loca, y tú se lo pagas
liándote con cualquiera. Ese amigo que, en cuanto pierde la potestad en
exclusiva sobre tus planes y sobre tu vida, se comporta como ex más tóxico y
celoso que hayas tenido jamás. Y a mí no me vengas a llorar cuando estés mal,
¿de acuerdo? En cuestión de tiempo, puede que a ti ya no te apetezca darle más
explicaciones a ese amigo que se comporta como si fuese tu propietario. Puede
que quieres que se busque una novia o una nueva amiga (la pobre). Puede también
que le guardes un poquito de rencor que crecerá en ti como lava ardiendo hasta
el último día de vuestra supuesta amistad. Y por fin llegará el día en que se
te habrá pasado la necesidad de justificarte todo el rato con ese amigo,
dejarás de buscar su validación, te liberarás de su yugo y querrás perderlo de
vista para siempre. De paso, dejarán también de impresionarte todos los tipos
que simplemente no parecen unos gañanes, porque muchos de ellos también se agarran
los huevos cuando marca un gol su equipo y se pajean con tu foto, aunque tú no
los veas. Tendrás menos amigos, eso desde luego, pero al menos estos no
intentarán acosarte cada vez que te despistes. Por fin entenderás que consentir
no es desear y que desear tiene mucho que ver con la amistad real. Desear que
jamás ninguna mujer haga nada para complacer a un hombre. Lo bueno es que ese
amigo habrá desaparecido de tu vida en cuanto haya perdido toda esperanza de
meterla en caliente. Y eso amiga, es lo mejor que nos puede pasar.
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