https://profesorcuyami.blogspot.com/2007/02/la-rmora-de-ser-andaluz.html
La
rémora de ser andaluz
Les pregunté qué sabían de las demás
provincias y respondieron: “en Sevilla, solo hay pijos y canis. En Cádiz son
homosexuales. En Jaén y Almería, todos moros. Los de Huelva… ¿esos son los
leperos, esos tan brutos? Todos los granaínos tienen mala leche y sin excepción
en Córdoba están atontados por culpa del calor de su verano”.
Últimos de febrero. Mañana, cumple años
Andalucía. Hoy escribo desde el Instituto. Más que nada porque estamos en plena
“semana cultural andaluza” y me aburre tanta patraña. Estaba echándole un
vistazo a la prensa y reflexionando sobre lo hermoso que es que se nos conceda
el privilegio de tener una identidad propia, que nos permitan hablar de un modo
especial y único y que no prohíban nuestra forma de decir “shoriso” como sí
hicieron con las hamburguesas demasiado grandes y con las hamburguesas que
tenían demasiado chorizo. Está claro: si a nuestros alumnos no se les
concediera el derecho a hablar en andaluz, ¿qué sería de nosotros? Aunque se
venda que nuestros chicos son políglotas, lo cierto es que muchos a duras penas
logran expresarse en la modalidad materna, así que existen dos opciones: o
hablan ahora andaluz, o callarán para siempre. Es su rémora: tienen la
desgracia de nacer de serie con una forma de expresarse que no posee prestigio
entre la gente culta, que se considera ruda en ciertos ámbitos, que suena
cateta: el andaluz. Es decir que será de mis alumnos, de quienes se reirán
cuando vayan a Madrid a pelear en desventaja por un puesto de trabajo. Es a
ellos a quienes remedarán en las series de televisión: serán la “chacha” y el
“gracioso del barrio”, pero jamás el ejecutivo ni el jefe. Por suerte y por
desgracia, hay cosas que ni pueden ni deben cambiarse: como los presentadores
de televisión no cecean, todos los que sí lo hacemos, hemos de sentirnos
acomplejados, condenados a un modo vulgar de relacionarnos con el mundo.
No ayuda nada. Entre que mis alumnos no
conocen muchas palabras y que siempre se ríen de ellos cuando salen del pueblo,
lo cierto es que la inmensa mayoría ha llegado a concienciarse de que el
andaluz es de por sí inferior, de que ellos también son inferiores a la mayoría
de los norteños educados, que sí tienen la suerte innata de pronunciar todas
las “eses”. Suerte o desgracia: el prestigio lingüístico está emparentado con
el dinero. Desde tiempos inmemoriales la forma de hablar de la corte es la que
todos los demás tratan de imitar. De hecho, cuando Sevilla era la capital de
medio mundo, allá por los siglos de oro, se consideraban graciosas las formas
ceceantes de nuestras doncellas. Un punto. A nuestro favor. Se perdió el
dinero, (¡es nuestro sino!) y sin él llegó la desgracia de sentirnos de forma
connatural y profunda una raza en desventaja: somos pobres y se burlan de
nosotros. Y eso le duele a la Andalucía que en su cumpleaños esta semana
volverá a padecer en silencio los mismos problemas de siempre: unos reinventan
las estructuras feudales acaparando tierras y otros maduran en unas escuelas
podridas que hasta caen del árbol, siendo abono sobre el campo, regándolo
después con sudores propios.
Yo me siento orgulloso de ser andaluz, pero
mis alumnos, no solo piensan que la bandera blanca y verde ondea en el mástil
en honor al Betis, sino que ni siquiera se saben muchos los nombres de las ocho
provincias, ni siquiera sabrían explicarme una sola cosa no ofensiva acontecida
en las provincias de la otra punta: a duras penas saben si Cádiz está arriba o
debajo de Sevilla, y poco les importa. Algo tiene mal arreglo, a pesar de que
las paredes del Centro son verdes y blancas. En eso se nota. En eso y en la
semana que pasamos corriendo tras ellos y organizando actividades que por algún
motivo que desconozco ya no les ilusionan. Están dormidos, se sienten catetos y
no tienen ni la menor intención de reivindicar que la tierra que sus papás y
mamás labran es suya. Se conforman con existir, mientras nosotros los
aguantamos a ellos, mientras cuatro o cinco acaparan la inmensa mayoría de las
subvenciones y tributos. Pero claro, afortunadamente, como aún hoy en día
siguen existiendo el fútbol y el vino, sabremos soportar todo esto... al menos
hasta que nos los prohíban también.
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