El motín de Barcelona
(1835)
La asonada de Reus, cuya noticia produjo en Barcelona una
impresión precursora de los desórdenes que la siguieron y a los que dio
principio, sirvió de señal para que estallase el descontento que entre los
concurrentes a la función de toros que se daba en la tarde del 25 de julio
produjo la flojedad del ganado lidiado en ella. Como la atmósfera en que se
agitaba el sentimiento popular se hallaba sobrecargada de elementos
inflamables, rompió la explosión en el mismo anfiteatro tauromáquico. No
contentos aquellos de los concurrentes, que sin duda venían dispuestos a turbar
el sosiego público, con proferir en gritos amenazadores contra la empresa,
entregáronse a destrozar los tendidos y a arrojar a la plaza las astillas de
los asientos y de los palcos; ínterin los más ardientes y emprendedores ataban
el último toro muerto a un trozo de la contrabarrera y lo sacaron arrastrando
por las calles en medio de una espantosa gritería, pábulo del desorden que no
tardó en cundir por toda la ciudad.
Un oropel de agitadores acudió al convento de los
Agustinos arrojando un diluvio de piedras sobre sus ventanas, agresión de la
que fue igualmente objeto el convento de San Francisco. Lo imponente y lo
general del tumulto sorprendió a las autoridades desprevenidas o impotentes
para atajar el desorden, y aunque pusieron sobre las armas la fuerza pública,
consiguiendo que algunos grupos se dispersasen, volvían otros a formarse instantáneamente
en diferentes puntos y la efervescencia y el motín crecieron en términos de
hacer ineficaces los esfuerzos de la autoridad para dominar el conflicto.
Dueños del campo, los agitadores dieron rienda suelta a
la ira en que ardían los amotinados grupos y aplicaron mechas incendiarias a
los conventos de Carmelitas descalzos y al de los calzados, ejemplo que otros
émulos siguieron prendiendo igualmente fuego a diferentes conventos, cuyos
habitantes huyeron aterrados, buscando su salvación en las casas donde pudieron
hallar refugio y pereciendo no pocos de ellos a manos de sus perseguidores.
Viose igualmente atacado el vasto edificio del nuevo
Seminario, pero en él encontraron inesperada resistencia los incendiarios, pues
desde las ventanas recibieron un fuego que los rechazó, con pérdida de no pocos
heridos.
En el momento de prender fuego a los conventos de
Capuchinos y Trinitarios, detuviéronse los agresores, ante el temor de que el
incendio se propagase a las casas adyacentes e igual respiro logró el convento
de Servitas por haber cundido la voz de hallarse muy inmediato el depósito de
pólvora perteneciente al cuerpo de artillería.
La noche y el cansancio pusieron fin al furor de la plebe…
Historia General de España, de Modesto Lafuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario