Es en el propio siglo XVIII con la Revolución Industrial cuando surgió entre los reformistas la inquietud al comprobar las largas jornadas laborales y las duras condiciones de trabajo que padecían los niños en las fábricas textiles (molinos de algodón).
En este trabajo nos vamos a centrar en las dos primeras, la de 1802 y 1819. En esta historia tendría un papel fundamental Sir Robert Peel (1750-1830), uno de los principales fabricantes textiles, y que inspiró las dos reformas que aquí vamos a tratar.
La primera, como hemos expresado, fue aprobada en 1802, regulando las condiciones de las fábricas, especialmente para los menores empleados en las fábricas de algodón y algodón. Establecía muchas cuestiones. En primer lugar, todas las dependencias fabriles debían estar bien ventiladas y ser encaladas dos veces año, como medidas higiénicas. Los niños debían disponer de dos equipos completos de ropa para el trabajo. Los que tuvieran entre 9 y 13 años podían trabajar un máximo de ocho horas diarias. Los que estuvieran en la franja de edad de 14 y 18 años podían tener una jornada más larga, de hasta 12 horas. Pero los menores de 9 años no podrían trabajar. Los niños que trabajasen en las fábricas debían estar inscritos en las escuelas primarias que los dueños de las fábricas tenían obligación de establecer. Tenían que aprender lectura, escritura y aritmética durante los cuatro primeros años de trabajo. La educación o instrucción religiosa se desarrollaría durante una hora lo sábados.
La jornada laboral de los niños empleados comenzaría a las seis de la mañana y debía terminar, como máximo a las nueve de la noche.
Los niños y las niñas deben dormir en habitaciones diferentes, y no debían dormir más de dos niños por cama.
Los dueños de la fábrica estaban en la obligación de atender cualquier enfermedad contagiosa que padeciesen los niños.
La Ley establecía multas por incumplimientos de los preceptos de la misma, pero el grave problema fue que no se estableció un sistema de supervisión e inspección, por lo que fue muy común no cumplir con lo dispuesto. Otro problema era que esta disposición regulaba las condiciones laborales solamente de los considerados como “niños aprendices”, tutelados, en cierta medida en la fábrica, como hemos visto en relación con la educación y el alojamiento, pero no de los “niños libres”, es decir, de aquellos que eran contratados, pero no adquirían la condición de aprendices.
Peel, a instancias de Robert Owen, quiso profundizar, y presentó otro proyecto de ley en 1815 para limitar más el número de horas de la jornada laboral de los niños. Al final, salió aprobada la Factory Act de 1819, pero mucho menos ambiciosa que lo que planteaba el proyecto. Owen llegó a acusar a Peel de no haberse movido rápidamente en el Parlamento ante la oposición a la reforma.
Al final, estas primeras reformas, a pesar de su espíritu filantrópico no cambiaron la situación de los trabajadores infantiles porque se incumplieron al no establecer un sistema de inspección, aspecto que habría que afrontar en futuras reformas.