martes, 19 de mayo de 2015

El hallazgo de Wittstock

https://www.lavanguardia.com/internacional/20120807/54334772947/hallazgo-wittstock.html



Un día de marzo de 2007 la pala de la excavadora de una cantera de grava junto a la localidad de Wittstock, en Alemania del Este, se topó con restos humanos. Edgar Laurinat, el propietario, informó inmediatamente al ayuntamiento. Se comprobó que había una fosa común con muchos esqueletos y se temió que se tratara de un nuevo rastro de aquellas “marchas de la muerte” con las que los nazis vaciaron los campos de concentración al fin de la guerra, matando por el camino a los más débiles. Una de ellas había pasado por Wittstock en 1945.

Pero todos los esqueletos eran masculinos y los forenses adelantaron en un examen preliminar que los restos, muy deteriorados por el efecto de los pesticidas agrícolas, eran más antiguos.

Eran víctimas de la guerra, sí, pero de una guerra muy anterior: la guerra de los Treinta Años de la primera mitad del siglo XVII, que asoló el continente europeo, y especialmente Alemania, desde el Báltico hasta Italia y Catalunya.

En Wittstock, el 4 de octubre de 1636, hubo una importante batalla de aquella larga guerra, que en Brandeburgo se instaló durante quince años sucesivos, diezmando a la población y asolando sus campos y villas. Enseguida se acotó en el lugar una fosa de tres metros y medio de ancho por seis de largo en la que aparecieron 125 esqueletos, 88 de ellos íntegros.

“Fue un hallazgo muy importante porque en Europa nunca se había encontrado un enterramiento militar tan grande de aquella época, lo que excitó enseguida a la comunidad arqueológica”, explica Anne-Kathrin Müller, del departamento de patrimonio de la región de Brandemburgo.

El gobierno regional tuvo el buen sentido de promover un esfuerzo interdisciplinario alrededor de aquel enterramiento, poniendo en común a arqueólogos, forenses, genetistas, antropólogos, armeros e historiadores.

Cinco años después el resultado es una apasionante instantánea sobre los desastres de la guerra en el siglo XVII, que se exhibe en esta ciudad de 70.000 habitantes al oeste de Berlín y que en los próximos meses será expuesta en Múnich y Dresde.

Campesinos pobres, aventureros, forzados y criminales perdonados a cambio del servicio nutrían los ejércitos de mercenarios de la época. Era un conjunto internacional que mezclaba a gentes de toda Europa alrededor de las perspectivas de botín más que de las irregulares pagas, siempre inciertas.

No había uniformes - los soldados se ponían lazos en el brazo para distinguirse del adversario en el combate-, cada cual se organizaba su impedimenta y las armas se compraban a los oficiales. El resultado era un conjunto miserable que vivía de la población. No es extraño que por allí por donde pasaban los ejércitos sembraran calamidad: pillaje, violencia y enfermedades para la población local. Su presencia, idas y venidas, desordenaba el ciclo agrícola y sembraba el hambre.

Brandemburgo, la región que rodea Berlín, sufrió esos años peste bubónica, tifus y disentería. Su población se redujo en un 80% en las ciudades y entre el 40% y el 90% en las zonas rurales, un colapso demográfico del que el principado no se recuperó hasta el siglo XVIII tras incentivar la colonización de los hugonotes perseguidos en Francia.

Todavía hoy en obras de alcantarillado, tendidos de cables, o remodelación de edificios, aparecen tesoros particulares, enterrados en la región en aquella época ante la amenaza de la soldadesca.

Tampoco el destino del soldado era envidiable. El soldado sueco sobrevivía por término medio tres años y cuatro meses de servicio, ocho años los oficiales. No se moría en batalla sino sobre todo de penurias y enfermedades.

En toda la guerra de los Treinta Años se estima que murieron 1’7 millones de soldados, pero sólo uno de cada siete en batalla.

La vida del campamento era ruda, llena de carencias, frío y parásitos de todo tipo. La alimentación, complicada y variable: un día de hartazgo y aguardiente era seguido de largas y penosas carencias.

En caso de herida las posibilidades de sobrevivir disminuían cuanto más pobre era el herido. Los barberos cirujanos, que se pagaban ellos mismos el equipo, cobraban sus servicios. Las heridas graves no se trataban.

La batalla de Wittstock fue una de las más sangrientas de aquella gran guerra continental. Enfrentó al ejército imperial alemán de Melchor von Hatzfeld y del príncipe elector de Sajonia Johann Georg I con las tropas del mariscal sueco Johan Banér.

Antes de la batalla, la guerra estaba perdida para los suecos, pero Wittstock supuso un vuelco: se hicieron con toda la artillería, la intendencia, centenares de carros, incluido el de la plata y el de la correspondencia del elector sajón, y la mitad de los estandartes del adversario.

Fue un encontronazo entre dos grandes ejércitos de 23.000 y 19.000 hombres, respectivamente, del que los suecos, pese a su inferioridad numérica, salieron victoriosos por su superior táctica.

Murieron más de 8.000 soldados, especialmente cuando, tras una larga jornada de combate que comenzó a las dos de la tarde y se extendió hasta la puesta del sol, se produjo la desordenada desbandada de las tropas imperiales alemanas y los suecos emprendieron una persecución concluida en carnicería al día siguiente.

Testigo en el campo de batalla, Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen, relató el panorama de aquel día en su obra Simplicissimus Teutsch, un best seller alemán del XVII:

“No se veía nada entre el espeso humo y polvo levantado, como si el destino deseara cubrir la visión de tantos muertos y heridos, sin embargo, se escuchaba el triste quejido de los moribundos”.

En el campo de batalla no se encuentran objetos. Concluido el combate todo se peinaba para incrementar el ajuar del soldado. Los cuerpos de la fosa fueron enterrados desnudos, mezclados los dos bandos contendientes. La ropa, armas, utensilios e impedimenta desaparecieron. En el XVII se aprovechaba todo.

















Biografía del individuo 71. Un joven escocés al servicio de Suecia

El rallado esmalte de su dentadura revela serios problemas de nutrición en la infancia o haber padecido una grave enfermedad a los cinco años de edad. La porosidad de su bóveda palatina sugiere que padeció infecciones bucales. La carencia de vitamina D, tuvo por consecuencia una osteomalacia que ablandó sus huesos y explicaría la curvatura de sus tibias.

Unido a una inflamación de membranas y fibras óseas y, seguramente, al mal calzado, el joven sufrió problemas crónicos de cadera probablemente agravados por la sobrecarga física, bien durante el servicio, bien antes.

En cualquier caso, el individuo 71, uno de los 125 soldados de la fosa de Wittstock, debía sufrir en las marchas. El 4 de octubre de 1636 dejó de sufrir: recibió cuatro heridas graves, tres de ellas mortales.

Hilja Hoevenberg del Instituto forense de Brandemburgo, ha realizado una reconstrucción del aspecto físico de este personaje, un hombre de entre 21 y 24 años de edad, de 1’80 de estatura -el más alto de la fosa- cuyo color de pelo y ojos se ha establecido arbitrariamente por carecer sus huesos del necesario ADN.

Con un poco de documentación sobre indumentaria se llega al retrato de un chico pelirrojo y huesudo cuya cabeza es adornada por un sombrero con plumero. Otros miembros del equipo han realizado una completa aproximación al estado de salud del joven y han establecido con gran detalle las circunstancias de su muerte.

Lo primero fue el disparo de pistola, por la derecha, de un soldado de caballería. La bala de plomo se le incrustó en el hombro y se lo astilló. Tocado, pero no desahuciado, a continuación, recibió un fuerte golpe de alabarda en combate cuerpo a cuerpo que le fracturó el cráneo. La herida era mortal y el joven perdió el conocimiento.

Tendido en el suelo, alguien le remató con una cuchillada en la garganta por delante, tan fuerte que le alcanzó la segunda vértebra cervical tras atravesarle la tráquea y el tubo digestivo. Un cuarto golpe o fuerte pisotón le fracturó en tres partes la mandíbula inferior. Pero para entonces nuestro joven pelirrojo ya era un cadáver.

Los estudios han permitido establecer, o sospechar con gran posibilidad de acierto, el origen de 116 de los 125 soldados encontrados en el enterramiento de Wittstock: 27 alemanes, 27 italianos, 3 suecos, 6 letones, 4 finlandeses, 5 españoles y 42 escoceses, lo que da una idea del carácter heterogéneo e internacional de los mercenarios reclutados en ambos ejércitos.

La presencia mayoritaria escocesa en la fosa confirma la importancia que los mercenarios escoceses tuvieron, particularmente en el ejército sueco, en la guerra de los Treinta Años. Se estima que 50.000 escoceses, es decir una quinta parte de la población masculina útil de Escocia de la época, participó en la guerra. En el ejército sueco había trece regimientos escoceses. Uno de sus integrantes era el “Individuo 71” de piernas curvadas.

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