Si no sabes nada de Lengua y Literatura, quizá puedas ser profesor “En tanto que de rosa y azucena, se muestra la color en vuestro gesto”... Así empezaba uno de los textos incluidos en la primera prueba a la que se sometieron hace unas semanas los aspirantes a profesor de Lengua y Literatura en la Comunidad de Madrid. La prueba, denominada Comentario de texto, incluía dos piezas más y varias preguntas o ejercicios (análisis morfológico, localización de figuras literarias...), siendo lo fundamental que el opositor reconociera la época y hasta al autor al que pertenecían tanto estos versos como los otros dos extractos. Algunos afirmaron que el soneto era de Góngora y otros, de Lope de Vega. Que no supieran que era de Garcilaso (que es como no saber, en Matemáticas, que dos y dos son cuatro) no habrá impedido que lleven varios años dando clase de Literatura como interinos. Esto se debe al delirante sistema de selección de profesores que impera en toda España, y que convierte las oposiciones en una prueba de resistencia que apenas guarda relación con la docencia propiamente dicha. Basta un poco de suerte, un 5.1 en 2008, para que alguien pueda dar clase durante unos meses a chavales que, al final del curso, sabrán más que el profesor de la materia que les ha impartido. Profesores sin vocación Recuerdo que allá en los años 90 muchos de los acababan la carrera dedicaban algunos meses a conseguir el CAP, o Curso de Adaptación Pedagógica. Pensaban que, si no encontraban trabajo de aquello en lo que se habían licenciado, quizá podrían acabar de profesores. Para opositar se pedía este Curso, que era un vergonzoso trámite de una inutilidad manifiesta. El hecho de que mucha gente vea la labor de los profesores como una salida laboral de emergencia tiene bastante que ver con la deficiente educación que reciben nuestros hijos. No parece lo más adecuado que los adolescentes pasen miles de horas al año en manos de personas cuyo único interés en las aulas fue que de algo había que vivir. La jugada que puede poner a una persona sin vocación ni apenas conocimientos en el puesto de profesor muchas veces ocurre de la siguiente manera. Alguien con el CAP o el Máster de Formación del Profesorado se presenta a unas oposiciones después de pasar por una academia preparatoria. En ella le dan hechos los temas y le proporcionan la programación que le pedirán en la segunda prueba de la oposición. Esta programación también puede comprarse a un profesor que ya tenga la plaza (práctica cuya falta de ética no pasa desapercibida). El opositor sin vocación alguna se estudia una decena de temas (hay más de setenta) y, si le asisten los dioses, puede encontrarse con un 5 de media debido a que, de los cuatro temas que se proponen a los opositores por sorteo, resulta que uno era el que más o menos se sabía. Entonces entra en la bolsa de interinos y, tras algunos meses de espera, es llamado para sustituir a una profesora que ha sido madre o a un profesor que se ha vuelto loco. Eso ya le hace ganar puntos para el año que viene. En las siguientes oposiciones se presenta y saca un cero. Ningún problema: puede seguir enseñando porque una vez sacó un cinco. Y así eternamente. Para evitar este vicio del sistema se estableció que el profesor interino debía haber aprobado al menos una de las dos últimas convocatorias. Con esto se consiguió que los buenos profesores, urgidos de aprobar cada dos convocatorias, desatendieran sus clases para poder seguir siendo profesores. (A día de hoy se tiene en cuenta la mejor nota obtenida en las últimas cinco convocatorias.) Negocio y sadismo El negocio que para la Administración suponen las oposiciones es curioso. El organismo que las convoca cobra 77 euros (Madrid, 2016) a cada aspirante. Sólo en Lengua y Literatura se presentaron este año unas 1600 personas. Muchas de ellas no tenían otra opción. Si habían aprobado anteriormente una oposición, pero no consiguieron plaza, están obligadas a presentarse a todas las convocatorias de su especialidad hasta que finalmente la consigan. La trampa se cifra en que muchos años es imposible conseguir plaza, incluso si el aspirante obtiene un 10. El endiablado cálculo de la nota final, que incluye un “baremo” relacionado con la experiencia, favorece siempre a aquellos que llevan más años como docentes, de modo que si -como ha sido habitual hasta este mismo año- la Administración tiene la desfachatez de convocar oposiciones y ofertar solamente 5 ó 6 plazas, miles de personas deberán pagar 77 euros solamente para no quedar fuera de la bolsa de trabajo de interinos, y corriendo además el riesgo de suspender y verse necesitados de aprobar la próxima vez para no pasar a una lista secundaria. El sadismo de la Administración con los opositores es extraordinario. En primer lugar, las oposiciones se convocan por sorpresa: se anuncia en abril una convocatoria para junio cuando hace falta como mínimo un año para prepararse. Así las cosas, los opositores se pasan estudiando la mayor parte del tiempo sin saber muy bien para qué. ¿Convocarán este año? ¿Cuántas plazas? ¿Cuáles serán los criterios de evaluación? ¿Por qué hay “criterios ocultos”? Los criterios de evaluación del examen se hacen públicos en muchas convocatorias después de que se realice el examen. El opositor no sabe qué penaliza y qué se valora, y hasta puede suspender si subraya palabras en su examen porque su tribunal considere eso “una marca”, es decir, una señal convenida con alguien que forma parte del jurado que lo evalúa (los exámenes son anónimos). Por si fuera poco desánimo, todos los años circulan rumores sobre personas que bordaron el examen como si supieran demasiado bien (“criterios ocultos”) qué les iban a pedir en él. Lo más inquietante es que la oposición para profesor de Lengua y Literatura no tiene nada que ver con ser profesor de Lengua y Literatura, pues apenas considera la realidad del trabajo que está ofertando, que es una realidad exactamente opuesta a estar en casa encerrado estudiando diez horas al día. El trabajo consiste en entrar en un aula llena de chavales con vidas, muchas veces, enormemente problemáticas. La exigencia rayana en la paranoia que encontramos en un examen de oposición -y que encima no impide que gente que no sabe nada acabe de profesor- resulta aún más ridícula si escuchamos a los propios miembros de los tribunales reconocer que ellos mismos no serían capaces de aprobar los exámenes que van a corregir. En fin, que nos vemos todos en septiembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario