El ombligo en la escueal de Pilar Rahola
Una escuela de Girona ha provocado la última noticia que nos devuelve a un debate recurrente. El colegio Les Alzines envió a casa a treinta chicas que vestían de manera muy exagerada. "Pero dónde van: ¿a la escuela o a la discoteca?", se preguntó la portavoz del centro y, a tenor de la descripción, sin duda las chicas iban a la discoteca.
Camisetas de tirantes, tacones altos, tal vez algún ombligo al aire y, si hago caso de lo que he visto en otras escuelas, incluso algún tanga escapado de los pantalones de cintura baja. No es que a la escuela se vaya como a la discoteca, es que muchos jóvenes creen que ambos lugares son el mismo. Y este problema que la escuela de Girona ha intentado resolver de manera expeditiva –después de aprobar una normativa– es el paisaje común de la mayoría de escuelas del país. Y no se trata de una exigencia moral, aunque el colegio esté vinculado al Opus. Pero antes de que toda la progresía saque el fusil porque es una escuela religiosa, habrá que reflexionar sobre la razón que tienen. Religiosa o no, la escuela no puede ser un lugar cualquiera, y tratarlo como tal es perderle el respeto. De hecho, el mismo respeto que se ha perdido hacia la mayoría de las instituciones de la sociedad, pérdida que ha ido paralela a la erosión que ha sufrido el concepto de autoridad. La escuela tendría que ser un templo, un espacio solemne donde el conocimiento, los valores y la convivencia, se concilian en la formación de los jóvenes. No es, pues, un lugar cualquiera. Muy al contrario, es el lugar más importante de la vida de un joven después de la familia. Sin embargo, desde que tuvimos una indigestión de mayosesentayochismo y confundimos la libertad con la jungla, hemos ido devaluando estas ideas fundamentales y la realidad es bastante explícita: ni el Parlamento, ni la policía, ni los médicos, ni los maestros, ni ninguna autoridad está bien vista y, en coherencia, se usa la pancarta de la libertad para cualquier acto de menosprecio, de imposición e incluso de vandalismo. Es como si quisiéramos retornar a los tiempos anteriores a las tablas de la ley, aquellas que nos enseñaron que la civilización nacía el día que supimos que no todo estaba permitido. Obviamente un ombligo al aire en la escuela no es el fin del mundo.
Pero es el síntoma de este pensamiento débil respecto a algunos de los conceptos más profundos de una sociedad. Es decir, es la expresión externa de un pasotismo que equipara inconscientemente aquello que es fundamental con aquello que es fútil. Por eso, muchos chicos confunden la escuela con la discoteca, porque no ven ninguna necesidad de establecer diferencias. Y, sin embargo, debemos enseñarles que no tienen nada a ver. A la discoteca van a divertirse, pero a la escuela van a formarse y, si no respetan este verbo fundamental de su existencia, nunca se respetarán a sí mismos.
Padre, madre, pásalo
Quique Peinado
10/07/2016
La vida del padre y la madre modernos es eso que pasa
entre cumpleaños infantil al que acuden con sus hijos y cumpleaños infantil al
que acuden con sus hijos. Es tal la densidad de conmemoraciones y vida social
de los niños de hoy en día que he llegado a dudar si no habrá más cumpleaños
infantiles que niños. Hablamos de galas complejas, coordinadas entre padres,
con invitaciones y programas de festejos. Estamos a un paso de que los
cumpleaños de críos se organicen como los festivales de música: al llegar al
evento te ponen una pulsera y hay varios escenarios para que elijas qué quiere
hacer tu niño.El otro día estaba en un cumpleaños infantil (mi vida es de casa
al trabajo y del trabajo a la celebración niñera de turno) y una madre dijo una
frase que me marcó: «Mi hija hace tantas cosas, estoy tan de taxista todo el
día, que casi te diría que descanso cuando voy a trabajar». Entonces pronuncié
en alto una frase por la que recibí un asentimiento unánime: «Alguien tiene que
parar esto». Sí, alguien tiene que hacerlo. Y ya que PAPEL me brinda esta
tribuna para expresarme, me erigiré en portavoz no elegido de padres y madres
de España.Propongo crear una ONU de progenitores con sede en un chiquipark de
las afueras y firmar un gran Tratado de No Proliferación de Cumpleaños
Infantiles. Empezaríamos por España, porque no sé si esta gravísima
problemática se da en otros países, pero si hay que extender el modelo, se
extiende. O quizá sea necesario un chiqui 15-M, con los padres yendo a las
plazas de sus barrios, reuniéndonos en asambleas y plantando huertos urbanos.
Creo que es un esfuerzo que debemos hacer entre todos para limitar esas vidas
sociales excesivas de nuestros hijos. Estamos criando pequeños Paris Hilton y
lo vamos a acabar pagando.Me caracterizo por asesinar toda nostalgia y arrasar
cualquier argumento tipocualquier tiempo pasado fue mejor, pero, maldita sea,
no recuerdo ser un niño con una vida social que implicara tanto a mi madre. De
hecho, la mujer trabajaba mucho y dudo a) que conociera demasiado a los padres
de mis compañeros de clase (de hecho, yo tampoco los trataba mucho más allá de
verlos dos minutos al entrar y salir del cole) y b) que me llevara jamás al
cumpleaños de otro niño, y mucho menos que se pasara allí la tarde. Yo, de
niño, hacía muchas actividades que luego me han servido para poco, pero no era
esta fiesta constante de los críos de hoy. Tenemos que racionalizar los
festejos antes de que sea demasiado tarde y nuestros vástagos acaben siendo
unos yonquis de la fiesta.Se puede salir del chiquipark. Hay vida al margen de
la piñata. Si queremos, podemos celebrar menos cosas con nuestros hijos.
Pásalo.
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