sábado, 15 de septiembre de 2018

Texto sobre los monasterios

http://www.eyewitnesstohistory.com/monastery.htm


https://historiadees.wordpress.com/wp-content/uploads/2010/12/comentario-de-textos-historicos1.pdf


San Benito estableció la Regla Benedictina, que reflejaba los dos principios fundamentales de la vida monástica: Ora et labora (oración y trabajo). Los monjes vivían según un estricto horario de oración, trabajo y estudio. Gran parte de su jornada la dedicaban a transcribir la Biblia y los textos antiguos del Imperio Romano, preservando estas fuentes de conocimiento para las generaciones futuras.

El papa Gregorio I (conocido como "el Grande") fue cabeza de la Iglesia entre 590 y 602. Antes de su ascenso a este cargo, fue abad de San Andrés, un monasterio a las afueras de Roma. Escribió sobre su experiencia y nos ofrece una perspectiva de la vida cotidiana en un monasterio y de la estructura moral que regía la vida monástica.

 

Una de las reglas establecidas por San Benito especificaba que el monasterio debía ser una comunidad donde todas las posesiones eran comunes y se prohibían los bienes personales. Gregorio recuerda un incidente en el que a un monje se le encontraron tres monedas de oro y describe las consecuencias de esta transgresión:

 

Había en mi monasterio un cierto monje, de nombre Justo, experto en medicina... Cuando supo que su fin se acercaba, le comunicó a Copioso, su hermano carnal, que tenía escondidas tres monedas de oro. Copioso, por supuesto, no pudo ocultar esto a los hermanos. Buscó con cuidado y examinó todas las medicinas de su hermano, hasta que encontró las tres monedas de oro escondidas entre las medicinas. Cuando me contó esta gran calamidad, que afectaba a un hermano que había vivido en común con nosotros, apenas pude oírlo con tranquilidad. Pues la regla de nuestro monasterio siempre había sido que los hermanos debían vivir en común y no poseer nada individualmente.

 

Entonces, afligido por un profundo dolor, comencé a pensar qué podía hacer para purificar al moribundo, y cómo debería convertir sus pecados en una advertencia para los hermanos vivos. En consecuencia, tras llamar a Precioso, el superintendente del monasterio, le ordené que se asegurara de que ninguno de los hermanos visitara al moribundo, quien no debía escuchar ninguna palabra de consuelo. Si en la hora de la muerte preguntaba por los hermanos, entonces su propio hermano en la carne debía contarle cómo lo odiaban los hermanos por haber ocultado dinero; para que al morir el remordimiento por su culpa pudiese traspasarle el corazón y lo purificara del pecado que había cometido.

Cuando murió, su cuerpo no fue colocado con los cuerpos de los hermanos, sino que se cavó una tumba en el pozo de estiércol, y su cuerpo fue arrojado allí, y las tres piezas de oro que había dejado fueron arrojadas sobre él, mientras todos juntos gritaban: "¡Tu dinero perezca contigo!".

Cuando habían pasado treinta días desde su muerte, mi corazón comenzó a compadecerse de mi hermano difunto, a meditar en oraciones con profundo dolor, y a buscar que remedio podría hacerse por él. Entonces llamé ante mí a Precioso, superintendente del monasterio, y le dije con tristeza: «Hace mucho tiempo que nuestro hermano fallecido ha sido atormentado por el fuego, y debemos ser caritativos con él, y ayudarlo en todo lo posible para que pueda ser liberado. Ve, pues, y durante treinta días consecutivos a partir de hoy ofrece sacrificios por él. Asegúrate de que no pase ningún día sin que se ofrezca la misa de salvación para su absolución». Partió de inmediato y obedeció mis palabras.

Nosotros, sin embargo, estábamos ocupados con otras cosas y no contábamos los días conforme transcurrían. Pero Ío, el hermano fallecido, se apareció de noche a cierto hermano, Copioso, su hermano carnal. Al verlo, Copioso le preguntó: «¿Qué ocurre, hermano? ¿Cómo estás?». A lo que él respondió: «Hasta ahora he estado en tormento; pero ahora estoy bien, porque hoy he recibido la comunión». Esto Copioso lo contó inmediatamente a los hermanos del monasterio.

Entonces los hermanos contaron cuidadosamente los días, y era el mismo día en que se hizo la trigésima oblación por él. Copioso no sabía lo que estaban haciendo los hermanos por su hermano fallecido, y los hermanos no sabían que Copioso lo había visto; sin embargo, al mismo tiempo, él supo lo que habían hecho y ellos supieron lo que él había visto, y la visión y el sacrificio se unieron. Así quedó claramente demostrado el hecho de que el hermano que había muerto había escapado al castigo gracias a la misa de salvación.


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