Bloque 3. La Revolución Industrial
Contenidos
La revolución industrial. Desde Gran Bretaña al resto de Europa.
La discusión en torno a las características de la industrialización en España: ¿éxito o fracaso?
Criterios de evaluación
1. Describir los hechos relevantes de la revolución industrial y su encadenamiento causal.
2. Entender el concepto de “progreso” y los sacrificios y avances que conlleva.
3. Analizar las ventajas e inconvenientes de ser un país pionero en los cambios.
4. Analizar la evolución de los cambios económicos en España, a raíz de la industrialización parcial del país.
Estándares de aprendizaje evaluables
1.1. Analiza y compara la industrialización de diferentes países de Europa, América y Asia, en sus distintas escalas temporales y geográficas.
2.1. Analiza los pros y los contras de la primera revolución industrial en Inglaterra.
2.2. Explica la situación laboral femenina e infantil en las ciudades industriales.
3.1. Compara el proceso de industrialización en Inglaterra y en los países nórdicos.
4.1. Especifica algunas repercusiones políticas como consecuencia de los cambios económicos en España.
El socialismo marxista
El marxismo o socialismo científico fue
elaborado por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895). La estancia
de Engels en Manchester, donde se ocupó de la fábrica de su padre, le permitió
tomar conciencia de la situación de los obreros, conocer a Owen y empezar a
colaborar con Marx. En 1848 publicaron juntos el Manifiesto del Partido
Comunista (conocido como Manifiesto comunista), un resumen de su
doctrina social y política.
El Manifiesto comunista hizo
posible la unificación de las viejas tesis de los socialistas utópicos con las
de algunos historiadores burgueses, basadas en la idea de que la historia de la
sociedad no ha sido más que la historia de la lucha de clases.
Según los marxistas, las relaciones sociales
derivadas de la producción determinan la estructura socioeconómica de cada una
de las etapas de la evolución de la humanidad. Marx denominó a estas etapas
modos de producción. En el seno de cada modo de producción se desarrollan
siempre nuevas fuerzas productivas que engendran una nueva clase social en
antagonismo con la antigua clase dominante. Este antagonismo, es decir, la
lucha de clases, es para los marxistas el motor del cambio social en la
historia.
En la época de Marx y Engels se estaba
desarrollando el modo de producción capitalista: la sociedad se dividía en dos
clases antagónicas, burguesía y proletariado. Esta etapa se caracterizaba por
la lucha entre los burgueses, que poseían los medios de producción, y el
proletariado, que solo poseía su fuerza de trabajo que vendía al patrono a
cambio de un salario.
La burguesía había sido revolucionaria
en el pasado, hasta que acabó con todos los vestigios del mundo feudal; pero
luego quedó anclada en las contradicciones del sistema capitalista, lo que
–según Marx- llevaría a la destrucción de este sistema.
El trabajo más importante e influyente
de Marx fue El capital, cuyo primer volumen se publicó en 1867. En esta
obra se planteaba que hay una gran diferencia entre el valor de lo que produce
el obrero y la retribución que le da el patrono por su trabajo. Esta
diferencia, a la que Marx denomina plusvalía, es la base de la acumulación
capitalista y sirve para medir la explotación del trabajador, ya que cuanto más
alta sea la plusvalía, mayor será la explotación del trabajador por parte del patrono.
El socialismo marxismo postulaba la
conquista violenta del poder por el proletariado, la sustitución del sistema
capitalista por otro sin clases y sin propiedad privada, y la transformación
del “Estado burgués” en una dictadura del proletariado, forma transitoria de
Estado hasta alcanzar la sociedad comunista, en la que el Estado no sería
necesario.
El marxismo fue la base ideológica de
una parte de los movimientos revolucionarios de la segunda mitad del siglo XIX
y todo el siglo XX. Se expandió tras la Revolución rusa de 1917.
Transformaciones económicas y sociales
durante el siglo XIX en Andalucía
El impacto de las desamortizaciones
Las desamortizaciones propuestas
tuvieron importantes consecuencias en la estructura de la propiedad agraria
andaluza. Un gran volumen de parcelas pasaron a manos privadas, lo que
significó la consolidación de la gran propiedad agraria en Andalucía, sobre
todo en el valle del Guadalquivir (Sevilla y Córdoba).
De este modo, la reforma agraria liberal
consolidó la división social entre grandes propietarios y una enorme cantidad
de campesinos sin tierras (jornaleros), más empobrecidos todavía al verse
privados del uso de las parcelas comunales y de sus beneficios.
Tampoco comportó una modernización
agrícola: se siguió con los cultivos tradicionales, la utilización intensiva de
mano de obra barata y escasa mecanización. No obstante, hubo una expansión del
olivar y se ampliaron los cultivos de algodón, la caña de azúcar y el tabaco.
La vid atravesó una primera etapa
expansiva, pero pronto le afectó la plaga de la filoxera (1878). A pesar de
ello, aumentó la exportación de vinos jerezanos y de aceite en los últimos años
del siglo XIX.
El fracaso de la industrialización
A principios del siglo XIX, Andalucía
tenía grandes posibilidades de liderar en España la industrialización. Poseía
abundantes recursos agrícolas y mineros, capitales provenientes del comercio
americano y una población relativamente abundante. Sin embargo, a finales de
siglo se hizo evidente el fracaso del modelo industrializador.
Las razones que frustraron los intentos
industrializadores en Andalucía tienen mucho que ver con la ausencia de una
burguesía industrial. La gran burguesía comercial andaluza, enriquecida por el
tráfico comercial con América, mostró poco interés en invertir en la industria.
La burguesía, al igual que las grandes
fortunas nobiliarias, se dirigió más a la compra de tierras, de fincas urbanas
y de acciones ferroviarias que a la consolidación de una estructura industrial
propia sostenida por un sector financiero andaluz.
También influyeron la falta de
combustible a buen precio (carbón) y la debilidad del mercado como consecuencia
de la escasa capacidad de consumo de los campesinos, en su mayoría jornaleros
pobres.
El resultado de todo ello fue el
mantenimiento de una estructura económica basada en la agricultura, escasamente
modernizada, y en la que los beneficios se invertían, en todo caso, fuera de la
región.
Industria y minería
La industria siderúrgica andaluza se
ubicó a finales de la década de 1820 en Málaga, con la construcción en Marbella
de los hornos de fundición de La Concepción. En los años siguientes surgieron
otras empresas similares en diversas zonas de Málaga y Sevilla.
Aprovechando las guerras carlistas, que
paralizaron las ferrerías del norte de España, las siderurgias andaluzas
vivieron una etapa de expansión que se vio favorecida por la construcción, a
partir de 1859, de las primeras líneas de ferrocarril.
La industria textil con el objetivo de
satisfacer la demanda del mercado regional se desarrolló, sobre todo en Málaga.
Este impulso industrial se extendió también
por Sevilla (fábrica de loza de La Cartuja), Cádiz (industria vitivinícola
jerezana) y Almería (industria de fundición).
La actividad minera se reactivó en la
década de 1820. Se explotó el plomo de la zona almeriense, pero entró en
declive a finales de siglo. A mediados de la centuria la obtención de plomo se
inició en la Sierra Morena (Linares, La Carolina…).
A finales del XIX se explotaron los
yacimientos carboníferos (Peñarroya), las minas de hierros en las sierras
almerienses de Los Filabres y Bédar, y las de cobre en Huelva (Riotinto).
Una sociedad agraria
Durante el siglo XIX, la población
andaluza casi se duplicó, y finales de la centuria alcanzaba los 3.400.000
habitantes.
La sociedad andaluza siguió dominada por
una oligarquía agraria, formada por grandes terratenientes, muchos de ellos
nobles que habían comprado tierras desamortizadas y se habían enriquecido con
la subida de los precios agrarios. La burguesía comercial, muy importante en
las zonas costeras, se vio perjudicada por el hundimiento del mercado americano
y, gran parte, se dedicó a las finanzas o incluso a la compra de tierras para
poder vivir también de las rentas agrarias.
La vieja nobleza y la nueva burguesía
agraria constituían la élite social que junto a la iglesia controlaban la vida
social, política y cultural andaluza. Emparentados entre sí, tejieron una red
de relaciones sociales e impusieron unos modos de vida muy ligados a la
tradición.
Los campesinos constituían más del 70%
de la población y muchos de ellos eran jornaleros sin tierras. No podemos
olvidar la existencia de minorías tan importantes como los gitanos, que vivían
una fuerte marginación social. Las miserables condiciones de vida de los grupos
más desfavorecidos dieron lugar a huelgas y acciones reivindicativas, y hacia
finales de siglo empezaron a emigrar a otras regiones españolas, América Latina
y Argelia.
Conflictos sociales y organizaciones
obreras
La precaria situación de campesinos y
asalariados urbanos se agravaba con las periódicas crisis de subsistencia
(malas cosechas, aumento del precio del pan, etc.), que provocaban hambre en
muchas zonas. La crispación social se plasmaba en el campo, en acciones
similares a los movimientos de carácter ludita (asaltos, robos, incendios de
pajares y cosechas, etc.). Las cuencas mineras también fueron un foco de
conflicto, sobre todo en Huelva.
El pensamiento anarquista se extendió
rápidamente por Andalucía alcanzando los 60.000 afiliados, muy concentrados en
Málaga, Cádiz y Sevilla. Por su parte, los socialistas tuvieron un crecimiento
mucho más débil, aunque en 1885 se crearon en Málaga la primera Agrupación
socialista de Andalucía.
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