domingo, 13 de octubre de 2019

Bloque 3 LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN, actualizado el 18 de octubre de 2019


Bloque 3. La crisis del Antiguo Régimen



Contenidos

El nacimiento de EE. UU.

La Revolución Francesa de 1789: aspectos políticos y sociales.

El Imperio napoleónico.

El Congreso de Viena y el absolutismo, y las revoluciones liberales o burguesas de 1820, 1830 y 1848.

El nacionalismo: unificaciones de Italia y Alemania.

Cultura y Arte: Europa entre el neoclasicismo y el romanticismo.

La independencia de las colonias hispanoamericanas.



EL NACIMIENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS



La primera revolución democrática



Las colonias norteamericanas que se independizaron de Gran Bretaña constituyeron una nueva nación: los Estados Unidos de América. En la declaración de independencia se proclamaba la filosofía del derecho natural de la época y, de acuerdo con estos principios inalienables, se implanto el primer sistema político liberal y democrático como forma de gobierno. Este acontecimiento inició la era de las revoluciones democráticas en el mundo.

En la costa este de Norteamérica había trece colonias que pertenecían a la corona británica. En estas posesiones se creó la primera república, cuyo gobierno quedó regulado mediante una constitución. Para ello, sus habitantes tuvieron que liberarse del dominio británico e incorporar a su nueva organización política y social las principales ideas ilustradas y revolucionarias, que propugnaban la igualdad y la libertad.

La sociedad colonial era el resultado de sucesivas oleadas de inmigrantes y no compartía el rígido sistema feudal europeo ni la nobleza hereditaria. En las colonias del sur (Virginia, Carolina, Georgia), existía un sistema esclavista en el que medio millón de esclavos negros trabajaban en las plantaciones de tabaco, azúcar y algodón.

Esta sociedad estaba compuesta por grandes y pequeños propietarios de tierra; por trabajadores urbanos libres, con posibilidades de ocupar nuevas tierras y de explotar recursos en el oeste; por comerciantes, que controlaban un activo tráfico mercantil, y por la población esclava, que era más numerosa en las colonias del sur. La ciudad y el puerto más importante de las trece colonias era Filadelfia, que no pasaba de 25.000 habitantes en 1760.

La insurrección de las colonias británicas de América fue tanto una guerra de independencia como una revolución. El deseo de libertad contra Gran Bretaña se manifestó dentro de las propias colonias.

Las causas del conflicto se encontraban en que los colonos se sentían injustamente tratados, ya que aportaban riqueza e impuestos a la metrópoli y, sin embargo, estaban totalmente marginados de todas las decisiones que les afectaban. Esta situación provocó, desde mediados del siglo XVIII, un clima de opinión contraria a la dependencia de Gran Bretaña.

Después del triunfo de Gran Bretaña sobre Francia en la Guerra de los Siete Años (1748-1756), en la que la metrópoli recibió una gran ayuda de los colonos, tanto en lo militar como en recursos económicos, no se premió esta importante colaboración. Por el contrario, se agravó la presión fiscal para financiar los gastos de la guerra. Así, se crearon nuevos impuestos sobre el azúcar y otros productos. El 16 de diciembre de 1773 se produjo en el puerto de Boston un grave incidente, conocido como el motín del té. La causa de esta revuelta era un impuesto nuevo que el gobierno de Londres había asignado al comercio del té. Un grupo de jóvenes colonos, disfrazados de indios, lanzaron al mar la carga de tres barcos pertenecientes a la Compañía de las Indias Orientales, que había obtenido el monopolio de la exportación de té a Norteamérica. Las tropas inglesas reprimieron con contundencia esta revuelta, y el gobierno británico mandó cerrar el puerto de Boston; pero solo se consiguió que el descontento y la indignación se extendieran a la población.

Las medidas represivas del gobierno británico provocaron el inicio de la Guerra de independencia de los Estados Unidos, con la Declaración de independencia de julio de 1776. Los colonos formaron un ejército de milicianos y pusieron a su mando a George Washington (1732-1799). El primer problema con el que se encontró Washington fue que no tenía ni armas, ni municiones, ni mandos suficientemente preparados con los que poder equipar a sus tropas. Tampoco contaba con flota de guerra, por lo que la superioridad de los ingleses en el mar era total. Por ello, la solución consistió en buscar la ayuda de las potencias extranjeras. Francia, que era la gran rival de Gran Bretaña, envió el armamento y las municiones que George Washington necesitaba para su ejército. Las primeras batallas parecieron favorecer al potente ejército británico; pero, después de la batalla de Saratoga, en la que los insurrectos asestaron un duro golpe a uno de los cuerpos del ejército inglés, el desarrollo de la contienda comenzó a cambiar.

En 1779, la guerra se convirtió en un conflicto internacional: Francia y España decidieron entrar en la guerra. Los deseos de revancha por la derrota de Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), así como los de recuperar posesiones perdidas por España, como Gibraltar, llevaron a estos países a movilizar sus ejércitos contra Inglaterra. El 19 de octubre de 1781 capituló el ejército británico en Yorktown y, en 1783, Gran Bretaña reconocía la independencia de Estados Unidos en el Tratado de Versalles.



-La primera constitución democrática-

La constitución norteamericana de 1787 fue la primera carta magna que recogía los principios del liberalismo político. Una vez conquistada la independencia, todas las antiguas colonias tuvieron que ponerse de acuerdo, lo que resultó muy complicado.

Las asambleas de las colonias del sur estaban dominadas por terratenientes que vivían en sus grandes mansiones, dueños de importantes plantaciones trabajadas por esclavos negros. Formaban una sociedad aristocrática que se oponía a algunas de las medidas democratizadoras, como la abolición de la esclavitud. Propugnaban la creación de una confederación de estados, casi independientes unos de otros.

Por el contrario, las colonias del norte estaban controladas por burgueses y pequeños propietarios agrícolas. Sus líderes políticos proponían medidas más radicales, en cuanto a los derechos individuales, y una mayor unión política entre los estados miembros.

En 1787, cincuenta y cinco representantes de las antiguas colonias se reunieron en Filadelfia con el fin de redactar una constitución. Se llegó a un pacto entre las diversas tendencias: se creaba un único gobierno federal, con un presidente de la república y dos cámaras legislativas (Congreso y Senado); pero, al tiempo, cada estado podía tener un gobierno autónomo con muchas competencias en política interior.

La constitución de 1787 estaba inspirada en los principios de igualdad y libertad que defendían los ilustrados; estableció un régimen republicano y democrático, y, salvo algunas enmiendas, la constitución, definitivamente aprobada en 1789, es la que está vigente en la actualidad. Así nacieron los Estados Unidos de América como país independiente.

La independencia de las colonias británicas y su nuevo régimen republicano y liberal causaron un gran impacto entre los que creían que se debía acabar con el Antiguo Régimen en Europa. También fueron ejemplo a seguir para los liberales de todas las colonias españolas en el continente americano.

La Declaración de los derechos del hombre que acompañaba a la constitución no trataba con claridad el tema de la esclavitud de los negros, tan numerosos en las plantaciones de los estados sureños. Esta cuestión fue una de las causas de la guerra civil (Guerra de Secesión) que se produjo entre 1861 y 1865; tras esta contienda, se abolió la esclavitud, aunque los negros siguieron sin tener igualdad de derechos políticos y civiles.



LA REVOLUCIÓN FRANCESA DE 1789: ASPECTOS POLÍTICOS Y SOCIALES



I.         INTRODUCCIÓN



El estallido de la Revolución Francesa en 1789 significó el comienzo de la Edad Contemporánea (1789-actualidad).

En el siglo XVIII, antes de que empezase la Revolución Francesa, los déspotas ilustrados fracasaron en realizar las transformaciones políticas, económicas y sociales que los pensadores de la Ilustración habían propuesto durante ese siglo. Desde 1789 en adelante estos cambios fueron impuestos de manera violenta por revolucionarios, contra los deseos de los monarcas.

Una revolución política acabó con el Antiguo Régimen en Francia. A continuación, los revolucionarios realizaron varias reformas influidos por las ideas de la Ilustración estableciendo el nuevo régimen o sistema liberal.

Desde 1799, Napoleón Bonaparte fue gobernante de Francia e invadió varios países de Europa, donde impuso las ideas revolucionarias. Los revolucionarios transformaron la vida cotidiana de la población, introduciendo nuevos usos y costumbres.



La Revolución Francesa marcó la llegada de una nueva era, que simbolizó el famoso lema: “Libertad, igualdad y fraternidad”.



II.      LAS CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA



La Revolución Francesa fue una etapa de cambio político y social violento, que vio la abolición de la monarquía absoluta y el fin de la sociedad estamental propias del Antiguo Régimen.

Las causas de la Revolución Francesa fueron de dos tipos:

Las causas estructurales (estaban relacionadas con la misma existencia del Antiguo Régimen)

- Causas económicas: la población campesina estaba descontenta por la gran cantidad de impuestos que debían pagar al rey, a la nobleza y al clero que crecieron durante el siglo XVIII. Los burgueses estaban descontentos por los límites que el sistema señorila ponía a la compraventa tierras. También estaban en contra de la intervención del estado en la economía (monopolios, compañías privilegiadas...)

todos los miembros dle TErcer estado rechazaban que los estamentos privilegiados no pagasen impuestos

- Causas sociales La burguesía se había enriquecido durante el siglo XVIII, sobre todo gracias al comercio, pero, al pertenecer al Tercer Estado y carecer de privilegios, los burgueses no podían ocupar cargos públicos y no participaban en la toma de decisiones políticas. NO SE RECONOCÍA SU IMPORTANCIA.

- Causas ideológicas:

la burguesía francesa estaba muy influida por las ideas de la Ilustración e intentaba ponerlas en práctica. Por ejemplo, los burgueses demandaban que todos los súbditos franceses fueran libres e iguales ante la ley.

Las crisis de subsistencia: En los años anteriores al inicio de la Revolución Francesa hubo malas cosechas y, en consecuencia, los precios de los alimentos eran muy altos en las ciudades, con lo que el hambre afectaba tanto a los campesinos como a la mayoría de los habitantes de las ciudades.

Las causas circunstanciales (son las condiciones de un momento concreto que producen el estallido revolucionario)

- Causas económicas:

Las crisis de subsistencia: En los años anteriores al inicio de la Revolución Francesa hubo malas cosechas y, en consecuencia, los precios de los alimentos eran muy altos en las ciudades, con lo que el hambre afectaba tanto a los campesinos como a la mayoría de los habitantes de las ciudades.

La pequeña burguesía (artesanos y comerciantes modestos) sufría dificultades económicas a causa de la crisis de subsistencia, del aumento de los impuestos a causa de las guerras y de la creciente competencia de los productos ingleses, pues la industria británica se comenzaba a mecanizar en ese momento produciendo bienes más baratos que los franceses.

La monarquía francesa estaba en bancarrota (arruinada) por sus excesivos gastos. En las décadas anteriores a la Revolución Francesa los reyes de Francia tuvieron que pedir préstamos para poder participar en la Guerra de los siete años y en la Guerra de la independencia de los Estados Unidos. Además, la familia real gastaba grandes cantidades de dinero en palacios, bienes de lujo y fiestas muy lujosas. Para mejorar las finanzas del país, los ministros de Luis XVI sugirieron que aumentara los impuestos y que los estamentos privilegiados (nobleza y clero) pagaran impuestos como el resto de la población.

-Causas políticas:

La nobleza y el clero se negaron a pagar los impuestos que los ministros del rey estaban pidiendo que se pusieran. El rey no se atrevió a forzarlos a obedecerle y acabó convocando los Estados Generales.

- Causas sociales

la clase media (burguesía) y el campesinado estaban irritados por el lujoso estilo de vida de la familia real y de la corte que gastaba parte de los ingresos del estado en fiestas y productos de lujo, lo que era criticado por los escritores ilustrados.



III.   LAS ETAPAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA



A.      LA CONVOCATORIA DE LOS ESTADOS GENERALES Y LA ASAMBLEA NACIONAL (1789)



Hasta 1789 el rey Luis XVI [1774-1792] gobernó Francia como monarca absoluto. En 1778 Francia intervino en la Guerra de independencia de los Estados Unidos a favor de los rebeldes. Los gastos de este conflicto, más los heredados de la Guerra de los Siete Años, arruinaron al estado francés. A ello se unió una serie de malas cosechas. Como consecuencia de la crisis de subsistencia y de las deudas acumuladas varios ministros propusieron al rey como solución hacer pagar también impuestos a los estamentos privilegiados: el clero y la nobleza. Ante la oposición de ambos grupos Luis XVI se vio obligado a convocar los Estados Generales. En esta asamblea estaban representados los tres estamentos del reino de Francia y ella debería ayudar al rey a solucionar sus problemas económicos.

El clero (el Primer Estado) y la nobleza (el Segundo Estado) tenían 300 representantes en los Estados Generales y cada grupo poseía un voto. En contraste, la clase media y el campesinado (el Tercer Estado) tenían 600 representantes y un único voto.

Cuando en 1789 se reunieron los Estados Generales, el Tercer Estado propuso el voto por persona. Pero el monarca y parte de la nobleza no aceptaron la propuesta. En respuesta a lo anterior los representantes del Tercer Estado se proclamaron a sí mismos Asamblea Nacional, es decir encarnación de la voluntad de Francia. Este acto supuso el inicio de la revolución pues Francia se convertía en una monarquía parlamentaria, donde el rey había perdido su poder absoluto y debía compartirlo con la Asamblea Nacional.

 Ante esta situación el rey impidió a los diputados del Tercer Estado acceder a su sala de reuniones.



B.       LOS PROTAGONISTAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Revolución Francesa va a vivir distintas etapas con diferentes gobiernos y varias constituciones. Esto se debió a los diferentes grupos sociales que participaron en ella.

La nobleza y el clero se dividieron al comienzo de la revolución. Mientras la aristocracia y el alto clero se opusieron desde el principio a todos los cambios (los llamados realistas), otra parte de la nobleza y del bajo clero colaboraron con la revolución en sus etapas iniciales. Estos nobles y clérigos revolucionarios estaban a favor de una constitución en la que se estableciese la división de poderes, pero manteniendo al rey como jefe del poder ejecutivo por eso fueron llamados monárquicos constitucionalistas (Feuillants). Ellos fueron los que dirigieron las primeras etapas de la Revolución.

Los burgueses de París y otras ciudades francesas van a dirigir la revolución, pero desde diferentes puntos de vista:

·      Por un lado estaba la burguesía conservadora o moderada formada por los burgueses más ricos (comerciantes, banqueros, industriales…) favorables a unos cambios limitados del Antiguo Régimen (derechos individuales, constitución, separación de poderes), pero manteniendo al rey como poder ejecutivo encargado del gobierno, limitando el derecho a voto a una minoría de ricos (sufragio censitario o restringido), y manteniendo la desigualdad en la riqueza aunque todos los ciudadanos franceses fueron iguales ante la ley y los impuestos. Esta burguesía conservadora formaría el gobierno del Directorio.

·      Por otro lado estaba la burguesía radical formada por miembros de la pequeña burguesía (médicos, abogados, pequeños comerciantes…) que querían un régimen republicano (sin rey), con voto democrático y leyes que ayudasen a los ciudadanos más pobres (control de precios, asistencia a viudas y huérfanos…).

La burguesía radical recibió el apoyo de los sans-culottes de París, que eran los trabajadores urbanos de los gremios y de los negocios pequeños.

La mayoría de los franceses durante la Revolución Francesa eran campesinos que, cuando ésta comenzó, consiguieron apoderarse de las tierras de los señores feudales y pagar menos impuestos, de manera que durante toda la Revolución van a apoyar a cualquier gobierno que les permita conservar lo que habían conseguido. En algunas regiones de Francia (Vendée), donde los campesinos convivían en armonía con la nobleza durante el Antiguo Régimen, la Revolución Francesa no supuso ninguna ventaja sino un empeoramiento de sus vidas al implantarse el servicio militar obligatorio. Por eso durante la etapa de la Convención se produjeron varias revueltas campesinas en contra de la Revolución.



D.      LA MONARQUÍA PARLAMENTARIA O CONSTITUCIONAL (1789-1792)



1.        LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE (1789-1791)

Cuando el rey Luis XVI intentó que la Asamblea Nacional no se reuniera cerrando la sala que usaba, los integrantes del Tercer Estado se reunieron en una habitación del Palacio de Versalles reservada para el Juego de Pelota y allí juraron no separarse ni irse hasta que hubiesen elaborado una constitución para Francia que reflejara la voluntad de la mayoría de los franceses. Así fue como los diputados del Tercer Estado pasaron de ser Asamblea Nacional a Asamblea Nacional Constituyente.



El pueblo de París apoyó a los representantes del Tercer Estado y el 14 de julio de 1789 tomó la Bastilla, fortaleza y cárcel de París donde eran encerrados los presos políticos. De allí obtuvo armas con las que se armó una Guardia Nacional, una milicia formada por burgueses que apoyaría a la asamblea revolucionaria.

Mientras esos acontecimientos sucedían en París, durante el verano de 1789, estalló una gran rebelión campesina que abarcó todo el territorio de Francia y que fue conocida como el Gran Miedo (la Grande Peur). Los campesinos franceses estaban descontentos desde hacía meses a causa de las malas cosechas que estaban produciendo hambre. Mientras sucedían los acontecimientos de París se extendió por la campiña francesa el rumor de que había una conspiración de los aristócratas para matar de hambre a la población. En respuesta a lo anterior los campesinos se armaron y atacaron los castillos y las residencias de los señores destruyendo la documentación donde estaban recogidos los derechos señoriales.

Ante estos hechos, la Asamblea Nacional tomó en agosto dos medidas importantes: abolió los privilegios feudales y promulgó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano.

El efecto a largo plazo del Gran Miedo fue que la mayoría de los franceses, que eran campesinos, apoyaron los cambios que trajo la Revolución. Al abolirse los privilegios feudales muchos agricultores pagaron menos impuestos e incluso en algún caso casi dejaron de pagarlos pues muchos nobles franceses huyeron del país ante la violencia mostrada. Estos nobles expatriados, los “emigrados”, conspirarían con los reyes absolutos de Europa para acabar con la Revolución.

A lo largo de 1789 y 1790 la Asamblea Constituyente fue aprobando leyes que acababan con el Antiguo Régimen mientras redactaban una constitución. Una de las leyes más importantes de la Asamblea Constituyente fue la Constitución Civil del Clero de julio de 1790. Esta ley pretendía eliminar la situación de privilegio de la Iglesia en Francia y someterla al poder del gobierno revolucionario. La Constitución Civil del Clero establecía:

·      la eliminación del diezmo, otro impuesto que dejaron de pagar los campesinos franceses y que aumentó su apoyo a la revolución.

·      la disolución de las órdenes religiosas que no tuvieran utilidad (como la enseñanza o la asistencia social)

·      la nacionalización de las propiedades de la Iglesia (tierras, edificios...). La Asamblea Constituyente aprobó esto por dos razones:

ü En 1790 el 20 o 25 % de las tierras de Francia pertenecían a la Iglesia, y la Asamblea opinaba que estaban mal aprovechadas.

ü El gobierno revolucionario estaba casi en bancarrota, apenas le quedaba dinero para pagar a los funcionarios y para devolver los préstamos anteriores. Al administrar las que fueron tierras de la Iglesia el estado francés vería aumentar sus ingresos.

·      la obediencia de los sacerdotes y obispos al gobierno revolucionario. Para poder acceder a los puestos de sacerdote u obispo se debía hacer un juramento de lealtad. A cambio el estado francés, con sus nuevos ingresos, les pagaría un sueldo.







En 1791 se promulgó la constitución, que resumía los principios del liberalismo: separación de poderes, soberanía nacional, igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y ante los impuestos. Sin embargo se establecía el sufragio censitario pues los ciudadanos fueron divididos en dos grupos:

·      Ciudadanos activos: Poseían riquezas y tenían derecho a votar. Eran los antiguos privilegiados y la alta burguesía.

·      Ciudadanos pasivos: Eran los franceses menos acaudalados. No tenían derecho a voto porque pagaban poco de impuestos.

También se hicieron otras reformas: Se prohibió la tortura judicial y se creó un nuevo ejército, la Guardia Nacional, que era fiel a la Revolución.

Con estas reformas los burgueses obtenían ventajas económicas y políticas. Sin embargo hubo dos grandes sectores descontentos:

·      La nobleza y el clero, que querían recuperar los privilegios que habían perdido.

·      Los sans-culottes, trabajadores urbanos que formaron milicias y que deseaban conseguir mejoras sociales y proclamar una república.

 En junio de 1791 el rey y su familia intentaron huir de Francia en secreto y pedir ayuda a las monarquías absolutistas europeas, pero fueron detenidos en el pueblo de Varennes y tuvieron que regresar a París.



2.    LA ASAMBLEA LEGISLATIVA (OCTUBRE 1791- SEPTIEMBRE 1792)

Tras la aprobación de la Constitución de 1791 se realizaron elecciones en Francia siguiendo el sufragio censitario y se eligió una nueva asamblea totalmente nueva, pues los antiguos diputados no podían volver a ser elegidos.

La Asamblea Legislativa debería haber desarrollado la Constitución de 1791 mediante leyes, pero Luis XVI se opuso a nuevas reformas. Los dos grupos políticos principales en esta etapa de la revolución francesa fueron:

·      Los monárquicos constitucionalistas llamados Feuillants; diputados que procedían de la burguesía más rica y querían mantener el poder del rey según la Constitución de 1791. Para ellos la revolución ya había alcanzado sus límites.

·      Los diputados que pertenecían al club de los jacobinos; procedían de la pequeña burguesía, estaban a favor de medidas democráticas y desconfiaban del rey tras la fuga de Varennes. Dentro del club de los jacobinos estaban incluidos los girondinos.

·      Los diputados que no tenían ideas políticas definidas eran llamados la Llanura.



En abril de 1792 la Asamblea Nacional declaró la guerra al emperador austríaco, hermano de María Antonieta, la reina de Francia, pues había miedo a que ayudara al rey a recuperar su poder absoluto.

En los meses sucesivos los ejércitos austríacos, aliados con los prusianos, derrotaron a los franceses varias veces y se acercaron a París.

El miedo a que se volviese al Antiguo Régimen provocó un golpe de estado en París. En junio de 1792, los sans-culottes asaltaron el palacio real de las Tullerías en París, encarcelaron al rey y proclamaron la república.



E.  LA I REPÚBLICA FRANCESA (1792-1799)



1.    LA CONVENCIÓN (SEPTIEMBRE 1792- JULIO 1794). LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DE LA BURGUESÍA RADICAL



Tras el golpe de estado protagonizado por los sans-culottes se realizaron nuevas elecciones, pero esta vez por sufragio universal masculino. La asamblea elegida fue llamada Convención y comenzó a redactar una nueva constitución.

Dentro de la Convención hubo dos grupos principales de diputados:

·      Los girondinos

·      Los jacobinos radicales o montañeses



Ambos grupos se oponían a la monarquía, eran demócratas y republicanos. Los girondinos estaban a favor de dar algo de autonomía a los gobiernos regionales (federalismo) mientras que los jacobinos sostenían que una nación debía tener un único gobierno. Sin embargo, su diferencia principal era que los montañeses estaban dispuestos a todo para conseguir sus objetivos y los girondinos intentaban usar métodos menos radicales.

Los primeros meses de la Convención estuvieron dominados por los girondinos. No obstante, la Convención se fue radicalizando [1]. En enero de 1793 Luis XVI fue juzgado por la Convención, acusado de traición a Francia y ejecutado en la guillotina. Su esposa María Antonieta también lo sería más tarde.

La ejecución del rey de Francia provocó que la mayoría de las monarquías europeas, para evitar la expansión de la revolución a sus países, se aliaran a Prusia y Austria en contra de la República Francesa.

En febrero de 1793, la Convención estaba perdiendo la guerra contra los monarcas absolutistas y estableció la conscripción o leva en masa, es decir el servicio militar obligatorio para todos los franceses.

Como respuesta a la leva en masa los campesinos de varias regiones francesas se alzaron en armas contra el gobierno revolucionario comenzando una guerra civil (Guerra de la Vendée).

Ante esta situación que parecía desesperada los revolucionarios radicales (montañeses) tomaron el poder y el gobierno pasó a manos del Comité de Salvación Pública, dirigido por Robespierre.

 El Comité de Salud Pública estableció una dictadura eliminando las libertades individuales, pues anteponía la salvación de la Revolución al bienestar individual de los ciudadanos.



Para eliminar la oposición a la Revolución dentro de Francia el Comité de Salud Pública estableció un sistema represivo que envió a cientos de miles de sospechosos a la cárcel, ejecutando públicamente a unas decenas de miles. Esta política fue llamada el Terror.

Junto a la violencia del Estado contra los ciudadanos el gobierno de Robespierre aprobó leyes pensadas para favorecer a todos los franceses:

·      La abolición de la esclavitud

·      La Ley del Máximum. Esta norma establecía el precio máximo de productos de primera necesidad como el pan, y fue promulgada para hacer frente a la enorme subida de precios que se produjo durante la Revolución Francesa.

Aunque la invasión de las monarquías europeas fue derrotada por los franceses, la dictadura establecida por el Comité de Salvación Pública dirigido por los jacobinos radicales (montañeses) continuó y siguieron las detenciones y las ejecuciones de los sospechosos de contrarrevolucionarios.

En el golpe de estado de Termidor (julio de 1794) un grupo de diputados de la Convención detuvo a Robespierre y a los miembros del Comité de Salud Pública que rápidamente fueron juzgados y guillotinados. Tras Termidor la represión contra los sospechosos de contrarrevolucionarios se hizo menos dura.



2.    EL DIRECTORIO (JULIO 1794-1799). LA REPÚBLICA CONSERVADORA DE LA BURGUESÍA MODERADA



Tras el golpe de estado de Termidor la burguesía conservadora volvió a tomar el poder. El gobierno pasó a manos de un gobierno llamado Directorio, formado por cinco personas, e intentó volver a los principios moderados de la Revolución. Se volvió al sufragio censitario y se eliminaron las leyes que establecían precios máximos.

Al Directorio se le opusieron tanto los antiguos privilegiados como los trabajadores urbanos (sans-culottes). Como la crisis económica continuaba hubo varias revueltas contra el Directorio que fueron aplastadas por el ejército. Además, Francia seguía en guerra con los reyes absolutos de Europa.

Ante esta situación, en 1799, Napoleón Bonaparte, un joven y prestigioso general, dio un golpe de Estado en el mes de Brumario (noviembre de 1799) e inició un nuevo gobierno, denominado el Consulado.



EL IMPERIO NAPOLEÓNICO



La Europa napoleónica

Durante el período que va de 1795 a 1815, toda Europa vivió las consecuencias de la Revolución Francesa. Napoleón Bonaparte, que llegó a coronarse emperador de Francia y rey de Italia, ocupó militarmente la mayor parte del continente, con la estrecha colaboración de liberales y enemigos del Antiguo Régimen de muchos países. Se crearon nuevos estados y se produjeron importantes transformaciones en todas las sociedades de los países europeos. Se puede hablar de un antes y un después de la Revolución Francesa en la historia de nuestro continente.

El régimen del Directorio (1795-1799) debía eludir un doble peligro: el retorno a la república democrática jacobina y la reimplantación del Antiguo Régimen. Si el ejército resultaba indispensable para defender las conquistas revolucionarias del asedio exterior, también lo iba a ser para estabilizar y dirigir las transformaciones del estado y de la sociedad francesa. Para poder actuar entre la presión de las masas populares y las amenazas contrarrevolucionarias internas, se hizo necesario el ejército que había vencido en Europa. Esta es la significación histórica de Napoleón Bonaparte, el general más capaz, tanto en el terreno militar como en el político.

El Directorio puso al joven general corso al mando del ejército de Italia. En pocos meses (1796), conquistó el norte de Italia e impuso a Austria la Paz de Campoformio, por la que Bélgica quedaba en poder de Francia. Tras la campaña de Egipto (1798-1799), retornó a París entre la aclamación de las multitudes. Se apoyó en los sectores moderados del Directorio, que planeaban otorgar una mayor fuerza al poder ejecutivo, tanto para organizar la guerra como para controlar mejor la situación interna.

El golpe de estado del dieciocho del mes Brumario (noviembre de 1799) estableció un poder ejecutivo compuesto por tres cónsules. Bonaparte fue elegido primer cónsul. La nueva constitución del año VIII (1799) volvió a conceder el derecho de voto a todos los ciudadanos y los miembros del Senado eran elegidos entre una lista propuesta por el primer cónsul. Además, el gobierno tenía la iniciativa legislativa y proponía los proyectos de ley al cuerpo legislativo.

En la práctica, el Consulado era una dictadura disfrazada. Los éxitos militares y políticos fortalecieron esta concentración de poder. En 1802, Napoleón Bonaparte fue nombrado cónsul vitalicio tras un plebiscito aprobado de forma masiva. Esta nueva situación quedó reflejada en la constitución del año X (1802). El paso siguiente fue la constitución del año XII (1804), cuyo primer artículo proclamaba: “El gobierno de la república es confiado a un emperador que toma el título de Emperador de los franceses”. El dos de diciembre de 1804, en la catedral de Notre Dame y en presencia del papa Pío VII, Napoleón I se coronó a sí mismo.



Napoleón introdujo numerosas reformas. El orden público se restableció con la creación de un Ministerio del Interior y de una eficaz policía secreta. Se centralizó la Administración, y los departamentos franceses pasaron a depender de los ministerios, que tenían su sede en París. Se estableció una importante reforma fiscal, que extendió a toda la ciudadanía la obligación de pagar impuestos. Se firmó una acuerdo o concordato con la Santa Sede, que reconoció al nuevo estado francés. En cuanto al sistema educativo, se introdujo una reforma que extendió el derecho a la educación para todos los ciudadanos franceses. Se promulgó el nuevo Código de Derecho Civil, en el que se recogían muchas de las aspiraciones de la burguesía. El Código Civil se convirtió en el cimiento de una nueva organización política y administrativa.

Las instituciones de la Revolución Francesa y del imperio napoleónico fueron aplicadas en los estados vasallos o aliados. Las constituciones promulgadas en las “repúblicas hermanas” se basaron en el modelo de la constitución termidoriana de 1795: monarquías limitadas por la separación de poderes y con un cuerpo legislativo elegido por sufragio censitario. La sociedad estamental fue abolida oficialmente en toda Europa, y no volvió a restablecerse al convertirse en una sociedad de clases. Estos cambios serían mucho más duraderos que las alteraciones de las fronteras.



Las guerras entre Francia y las potencias europeas fueron constantes entre 1792 y 1815. Francia, como estado, se enfrentaba a otros estados. Pero Francia, como país abanderado de un proceso revolucionario, convocaba a los pueblos del mundo para derribar la tiranía de cada país. Los ejércitos napoleónicos conquistaban, ocupaban y administraban territorios, pero también liberaban a sus habitantes de las cadenas del Antiguo Régimen.

Los éxitos militares napoleónicos son inexplicables si no se tiene en cuenta que las batallas se libraban contra ejércitos del Antiguo Régimen, y que, en algunos momentos, hasta el cincuenta por ciento de los soldados napoleónicos no eran franceses. Por todas partes había afrancesados, filojacobinos, partidarios de una nueva sociedad y de una nueva política europea liderada por el emperador. Las élites intelectuales expresaron sus simpatías por Napoleón, a veces de modo tan resonante como cuando el alemán Beethoven le dedicó una sinfonía: la Heroica. Poetas ingleses (Blake, Wordsworth, Coleridge), filósofos alemanes (Kant, Herder, Fichte, Hegel), e intelectuales italianos y españoles simpatizaban con la revolución y con las conquistas revolucionarias llevadas a cabo por el imperio napoleónico.

La lista de éxitos militares franceses es larga: Austerlitz, contra los austriacos y los rusos (1805); Jena, contra los prusianos (1806); Eylau y Friedland, contra los rusos (1807); Wagram, contra Austria (1809), etc. El conflicto con Gran Bretaña, que siempre formó parte de las coaliciones contra Napoleón, obedecía a otras causas. No podía deberse a las diferencias entre principios políticos, porque Gran Bretaña ya había limitado el poder de la monarquía y extendido los derechos políticos a los ciudadanos.

El conflicto francobritánico, que ya estaba presente antes de la revolución, era de carácter casi exclusivamente económico. Francia era el principal competidor de Gran Bretaña, tanto en el control del comercio atlántico y colonial como en el predominio comercial europeo. Napoleón, en el cenit de su poder, decretó un bloqueo continental contra Gran Bretaña, que prohibía el comercio con las Islas británicas y produjo grandes perturbaciones económicas en los dos países.



En 1812, los ejércitos del emperador ocupaban Europa, desde Andalucía hasta Moscú, y desde el Báltico hasta el Mediterráneo oriental. Esta prodigiosa empresa militar se apoyaba en una organización política, interior y exterior, no menos brillante y trascendente.

En los momentos de apogeo del imperio, la Europa napoleónica estaba configurada por Francia, con sus fronteras ampliadas hacia el este y el norte, que contaba con 130 departamentos (provincias) y cuarenta y cuatro millones de habitantes. Además, un complejo sistema de estados vasallos, administrados por hermanos y parientes de Napoleón, y de estados aliados, a los que se había impuesto la paz, completaban el mapa del imperio.

Bélgica, que había sido anexionada en 1795 a la vez que Holanda, se convertía en la República Bátava y, posteriormente, en un reino gobernado por Luis Bonaparte, quien terminó abdicando. La orilla izquierda del Rin también fue anexionada, y otro hermano del emperador, Jerónimo, se ciñó la corona del reino de Westfalia. Una parte de Italia dependía directamente de la administración imperial: Piamonte (Turín), Liguria (Génova), Toscana (Florencia) y Roma. En el norte, el reino de Italia estaba gobernado por un virrey, y el reino vasallo de Nápoles, en el sur, por el general Murat, casado con una hermana del emperador.

Destronados los Borbones, la corona española pasó a manos de su hermano José Bonaparte. Dieciséis estados alemanes formaban inicialmente la Confederación del Rin, de la que Napoleón era el “protector”. El general Bernadotte ocupaba el trono de Suecia. Los tratados de Tilsit, con Rusia y Prusia (1807), y el Tratado de Viena, con Austria (1809), aseguraron la paz durante ese período. De hecho, solo Gran Bretaña escapaba a esta construcción política a escala europea.



La etapa napoleónica puede ser considerada como un esfuerzo por extender los ideales de libertad y de progreso a todos los países de Europa. A este proyecto se oponían los intereses nacionales, los defensores del Antiguo Régimen y la heterogeneidad de las identidades culturales de los pueblos de Europa.

Allí donde las estructuras feudales se encontraban más debilitadas, la imposición de los principios napoleónicos fue más fácil. Con su sistema se garantizaba el fin del feudalismo, el libre ejercicio de las actividades comerciales, la libre circulación de bienes y el pleno derecho a la propiedad privada.

Encontró más dificultades donde las estructuras del Antiguo Régimen eran más consistentes. Este fue el caso de España y de Rusia, países cuya ocupación exigió un mayor esfuerzo militar. Fue en estas dos naciones donde comenzó a gestarse la caída de Napoleón.

La resistencia del pueblo español, desde la batalla de Bailén (1808) hasta las victorias de Wellington (1812), llevó al propio emperador a afirmar en sus memorias “esa infortunada guerra de España fue una verdadera calamidad, la causa primera de las desgracias de Francia”. Asimismo, la retirada de los seiscientos mil soldados de la Grande Armée durante la campaña de Rusia de 1812 fue catastrófica.

Una nueva coalición de las potencias europeas derrotó a los ejércitos imperiales en la batalla de las naciones (Leipzig, 1813), con lo que los ejércitos aliados se adentraron en suelo francés. El imperio se desmoronaba. Napoleón fue recluido en la isla de Elba. La asombrosa aventura de su retorno al poder, el llamado imperio de los cien días, acabó cuando las tropas inglesas, prusianas, austriacas y rusas lo derrotaron definitivamente en Waterloo (junio de 1815). Deportado al islote atlántico de Santa Elena por los británicos, el emperador fallecía el 5 de mayo de 1821.



La Revolución Francesa fue una revolución burguesa que tuvo que recurrir a un necesario apoyo popular para poder enfrentarse a la aristocracia y a la contrarrevolución. En adelante, tanto el liberalismo burgués como las revoluciones sociales de los siglos XIX y XX reivindicarán la herencia de la Revolución Francesa.

Liberalismo, revolución social, burguesía, democracia, dictadura, derechos humanos, libertades individuales, ciudadanos en lugar de súbditos, etc., son conceptos clave que hunden sus raíces en la extraordinaria década de 1789 a 1799. Una sociedad transformada disponía de nuevos instrumentos políticos e intelectuales para organizarse sobre unos fundamentos económicos y sociales renovados.

Napoleón, por su parte, dejaba escrito, desde su exilio en Santa Elena: “No creo que, después de mi caída y la desaparición de mi sistema, haya en Europa otro equilibrio posible que el de la unión y confederación de los grandes pueblos”. Así es hoy. Las dos guerras europeas del siglo XX, las más terribles y destructoras de todos los tiempos, han dado paso a un proceso abierto de acuerdos entre los estados y los pueblos europeos.



EL CONGRESO DE VIENA Y EL ABSOLUTISMO, Y LAS REVOLUCIONES LIBERALES O BURGUESAS DE 1820, 1830 Y 1848



LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN

Tras la derrota de Napoleón, las grandes potencias europeas, dirigidas por las tradicionales dinastías del Antiguo Régimen, intentaron una vuelta a la situación anterior. Para ello, sus representantes se reunieron en Viena entre noviembre de 1814 y junio de 1815. En el llamado Congreso de Viena se aprobaron dos tipos de resoluciones: un nuevo mapa de Europa y, sobre todo, un sistema político-ideológico, la Santa Alianza, base de los nuevos regímenes políticos. Pero la Restauración se vería amenazada pronto por los movimientos revolucionarios de 1820 y 1830.



Al día siguiente de la batalla de Waterloo, las potencias europeas se dispusieron a reorganizar un mapa de Europa, cuyos fundamentos políticos y sociales habían sido transformados a fondo por el imperio napoleónico. Los objetivos principales eran asentar un orden estable, inspirado en el Antiguo Régimen, y evitar la vuelta de la revolución.

El reajuste tenía que realizarse con precaución. La liberación de las cargas feudales a los campesinos y la igualdad jurídica de los ciudadanos se mantuvieron en los países en los que se había establecido con más fuerza.

Se tuvo un cuidado especial en no aplicar medidas excesivamente humillantes a la vencida Francia, nación en la que la mayoría de la población era partidaria de la revolución y de Napoleón. El emperador había consolidado en la sociedad francesa la mayor parte de los avances revolucionarios y la restauración de los Borbones no pudo eliminarlos.

El nuevo monarca francés, Luis XVIII de Borbón, “otorgó” una constitución con muchos postulados de carácter liberal moderado, respetó a la nueva nobleza, creada por el imperio, mantuvo el Código Civil napoleónico, que eran un derecho común para todos los ciudadanos, y ni siquiera se atrevió a devolver los bienes de la Iglesia y de la antigua nobleza, que habían sido expropiados en el período revolucionario y ya estaban en otras manos. Los políticos conservadores más lúcidos procuraban frenar el progreso hacia el liberalismo y la democracia, pero eran conscientes de que no se podía impedir que se establecieran a largo plazo.

La cuestión era controlar el proceso, de modo que se evitaran peligros y sobresaltos revolucionarios. Un pensador de la época, Tocqueville, se manifestaba así: “     La Revolución Francesa, que abolió todos los privilegios y destruyó todos los derechos exclusivos, ha dejado, sin embargo, subsistir uno, el de la propiedad (…). Muy pronto, la lucha política se entablará entre los que poseen y los que no poseen. El gran campo de batalla será la propiedad”.

Posteriormente, un gobernante tan autoritario como el canciller Bismarck razonaba, desde el poder de una Alemania ya unificada, que “si tiene que haber una revolución, mejor que seamos sus artífices y no sus víctimas”. De hecho, la Europa que surgió del Congreso de Viena fue una Europa muy diferente de la anterior a 1789.



En 1815, en Viena, capital del imperio austriaco, los representantes de las principales monarquías europeas sentaron las bases territoriales y políticas de la restauración europea, sin olvidar las ambiciones expansionistas de las grandes potencias. Se reunieron las naciones vencedoras: Austria, Prusia, Gran Bretaña y Rusia, a las que se sumó la nueva Francia; también asistieron España, Portugal y Suecia como aliados menores. Múltiples reuniones, entre los más de doscientos diplomáticos asistentes, acordaron una serie de resoluciones que iban a condicionar el futuro inmediato de la política europea.

El imperio austriaco se aseguró una fuerte influencia en la península italiana, al anexionarse el reino de Lombardía-Venecia en el norte, y colocar a príncipes austriacos al frente de los ducados de Parma, Módena y Toscana; también se anexionó el Tirol y las zonas adriáticas de Iliria y Dalmacia. Se decidió el retorno de la familia de los Borbones al reino de las Dos Sicilias, en el sur de la actual Italia, y se confirmó la existencia de los Estados Pontificios en la zona central de la península. Sobre este mapa se construyó, años mas tarde, la unidad italiana.

Rusia se expandió hacia el oeste: vio confirmada la posesión de Finlandia y de Besarabia, y la corona del nuevo reino de Polonia se unió personalmente al zar. Prusia aumentó su territorio con parte de Sajonia (Brandenburgo), Pomerania y algunas zonas de Renania (Westfalia), Holanda, Bélgica y Luxemburgo formaron el reino de los Países Bajos: una nueva nación, totalmente artificial, y en la que el nacionalismo haría acto de presencia inmediatamente. Suecia se incorporó Noruega y parte de la actual Finlandia. Dinamarca se anexionó los ducados de Holstein y Lauenburgo.

En Alemania se estableció la Confederación Germánica, que estaba compuesta por 41 estados diferentes: reinos como Prusia (una parte de él). Baviera y Sajonia; ducados como Hesse y Baden, y ciudades libres como Hamburgo, Bremen, Lübeck y Fráncfort. El único órgano común era una asamblea permanente (Dieta), con sede en la ciudad de Fráncfort, que carecía de poder de decisión.

Austria y Prusia eran los poderes dominantes en la nueva organización germana. Junto con Rusia, y con una Gran Bretaña que se aseguró el dominio de los mares, fueron las naciones más beneficiadas por el Congreso de Viena.



El Congreso de Viena también estableció mecanismos para garantizar el nuevo orden político europeo. Las cuatro grandes potencias que habían derrotado a Napoleón (Austria, Gran Bretaña, Prusia y Rusia), la Francia de los Borbones restaurados, acordaron reunirse periódicamente para tratar los asuntos internacionales. Se reunieron en los congresos de Aquisgrán (1818), Troppau (1820) y Verona (1822).

Por su parte, Austria, Prusia y Rusia llegaron a un acuerdo, firmado en París en 1815, bautizado como Santa Alianza, en el que se comprometían a guiarse en su conducta política por principios que ellos consideraban propios de la religión cristiana. Tanto los distintos congresos celebrados como la Santa Alianza tenían como objetivo establecer el derecho de sus miembros a intervenir en cualquier país en el que brotaran amenazas revolucionarias.

Este sistema de seguridad colectiva estaba concebido contra cualquier intento de reproducir la revolución que había sacudido a Europa. Fue denominado sistema Metternich, por ser, en gran parte, obra de este primer ministro austriaco, quien organizó el Congreso de Viena y dirigió la política austriaca hasta la Revolución de 1848, en la que se vio forzado a dimitir.

En Francia, los movimientos sociales y políticos comenzaron pronto a socavar el orden establecido por la Restauración. La constitución otorgada por Luis XVIII establecía un sistema bicameral: la Cámara de los Pares era nombrada por el monarca, mientras que la Cámara de los Diputados departamentales era elegida por sufragio censitario entre los contribuyentes varones mayores de 30 años. Pero solo podían ser elegidos los mayores de cuarenta años que pagaran mil francos de impuestos cada año. A pesar de estas limitaciones, su composición era cada vez más liberal. Al morir asesinado el duque de Berry, heredero de Luis XVIII, fue sustituido en el trono, en 1824, por su hermano Carlos X, de talante más autoritario.

En Gran Bretaña, durante los reinados de Jorge IV (1820-1830) y Guillermo IV (1830-1837) funcionaba un sistema político parlamentario en torno a dos partidos, tory y wigh (conservador y liberal, respectivamente), por lo que el poder del monarca estaba sometido al Parlamento. Los gobernantes conservadores de Austria, Prusia o Rusia procuraban reprimir los intentos de promover un sistema que siguiera el modelo británico; por esta razón, Gran Bretaña no participó en la Santa Alianza.

En Prusia, el estado alemán, más potente, llevó a cabo una serie de reformas “desde arriba”: quedó abolida la servidumbre hereditaria de los campesinos, se acabó con los gremios y con los monopolios señoriales, y se organizó un sistema fiscal moderno.

En Rusia, el zar se manifestaba como un auténtico contrarrevolucionario y antiliberal. Aunque concedió una constitución al reino de Polonia, se la negó a Rusia, donde nada se hizo para mejorar la suerte de los campesinos, que seguían sometidos a la servidumbre como en los siglos anteriores.



En aquellos países en los que la Restauración pretendió ser total y absoluta, como fue el caso de la España gobernada por Fernando VII, la situación era más inestable y condujo rápidamente a estallidos revolucionarios.

La primera oleada revolucionaria tuvo lugar en el Mediterráneo: España (1820), Nápoles (1820) y Grecia (1821). El absolutismo de Fernando VII resultaba inviable en España: el país se encontraba arruinado, los caudales que llegaban de América se iban reduciendo y el retorno al Antiguo Régimen y sus privilegios fiscales dificultaba la obtención de nuevos recursos para el estado. En estas condiciones, las tropas que iban a embarcarse hacia la América insurrecta se sublevaron en Cádiz al mando del comandante Riego en enero de 1820. El movimiento fue secundado en diversas ciudades españolas, en medio de las esperanzas de la burguesía y del júbilo de las clases populares urbanas. Fernando VII se vio obligado a ceder y tuvo que jurar la constitución liberal de marzo de 1821 (Constitución de Cádiz).

Los miembros de la Santa Alianza se alarmaron, sobre todo cuando pareció que el contagio se extendía a otros países: en julio de 1820 estallaba una revuelta liberal en Nápoles, que adoptó provisionalmente la constitución española de 1812; en agosto se producía un movimiento liberal en Portugal; y en marzo del siguiente año, en el Piamonte.

El sistema de los congresos funcionó: las potencias autorizaron a los austriacos, en Troppau (1820) y Leybach (1821), para que aplastasen el movimiento liberal napolitano, al a vez que apoyaban a los partidarios del absolutismo en España. El Congreso de Verona (1822) decretó la intervención en España, que se encargó a un cuerpo del ejército francés. Los llamados Cien mil hijos de San Luis entraron por la frontera francesa y acabaron con el Trienio Liberal (1820-1823), restableciendo a Fernando VII en el poder absoluto.

Uno de los mayores problemas para la estabilidad europea era la llamada cuestión de Oriente, provocada por la debilidad que mostraba el imperio turco ante el despertar de los pueblos de los Balcanes, sometidos a su dominio, y por los distintos intereses que los países europeos, como Austria y Rusia, tenían en la zona. Los griegos se levantaron en armas contra los turcos en 1821, y su lucha despertó las simpatías y el apoyo de la opinión pública europea. Rusia, que llevaba años enfrentándose a Turquía, y las potencias occidentales impusieron al sultán la completa independencia de Grecia (1830). Años antes, en 1815, le habían obligado a reconocer la autonomía de Serbia.



La ola revolucionaria de 1830, de orientación liberal, fue mucho más intensa que la de 1820. Se extendió por Francia, Bélgica, Polonia, Italia y Alemania en demanda de mayor libertad política o de independencia nacional. En esta ocasión, las masas populares no estuvieron inactivas.

En Francia, la chispa del movimiento revolucionario se originó en París y se extendió por Europa, alarmando a los países guardianes de la Restauración: Austria y Rusia. El rey francés, Carlos X, de la dinastía de los Borbones, se enfrentaba a un parlamento de mayoría liberal moderada y dio un giro reaccionario a su política con medidas como la supresión de la libertad de prensa y la disolución de la recién elegida Cámara de Diputados. En julio de 1830, el pueblo de Paris se precipitó a la calle y, atrincherado en barricadas, consiguió derrotar al ejército real.

La oposición política liberal se aprovechó del levantamiento parision: el monarca Carlos X tuvo que exiliarse. Los diputados nombraron rey a Luis Felipe de Orleans, hijo del llamado “Felipe Igualdad”, príncipe que había votado la ejecución de Luis XVI. Francia se dotó de una constitución más liberal. Luis Felipe, que llevaba chistera en vez de corona, fue la encarnación de una monarquía burguesa.

En agosto se inició en Bruselas una revuelta, con contenidos políticos liberales y nacionalistas, contra el dominio holandés en la que intervinieron tres causas: el catolicismo belga, la economía más próspera de este país y el diferente idioma. El movimiento se extendió rápidamente y permitió declarar la independencia de Bélgica; una asamblea constituyente se encargó de promulgar un texto constitucional, muy liberal para su tiempo.

En la otra orilla del mar del Norte, Gran Bretaña promulgaba la Ley de Reforma de 1832, por la que se doblaba el número de ciudadanos con derecho al voto y a la representación política. Era una conquista más de los sectores políticos liberales.

En Polonia hubo alzamientos liberales y nacionalistas a finales de 1830 que, aunque despertaron simpatías en Europa, fueron duramente reprimidos por las tropas rusas. Lo mismo sucedió en Módena, Parma, Bolonia y los dominios pontificios, pero la represión austriaca pudo controlar estas sublevaciones; no obstante, se mantenía vivo el germen de la futura unificación italiana.

En España, la muerte de Fernando VII (1833) abrió un período de transformaciones liberales y de guerra civil entre carlistas (partidarios de Carlos María Isidro, hermano del rey) y liberales moderados, que apoyaban a la hija de Fernando, Isabel II, que era todavía una niña.

El mapa de Europa diseñado por el Congreso de Viena se vio alterado por la independencia de Bélgica. Alrededor del mar del Norte, en Francia, Gran Bretaña y Bélgica, había sistemas políticos similares, con instituciones liberales y parlamentarias representativas de los intereses de la burguesía, salvaguardados por la limitación de los derechos políticos y electorales. Esta situación no era muy diferente a la que existía en las etapas moderadas de la Revolución Francesa (1791) o de la estabilización napoleónica. El liberalismo avanzaba lentamente en Europa occidental, mientras que el inmovilismo y la represión seguían negando la libertad en la Europa oriental (Austria, Prusia, Rusia).

Quince años después de que el Congreso de Viena estableciera un nuevo escenario político e internacional había en Europa nuevos estados (Grecia, Bélgica) y se habían liberalizados los sistemas políticos de algunos países. Al otro lado del océano, entre tanto, se independizaban la mayor parte de las colonias de España y Portugal.



LA REVOLUCIÓN DE 1848



Los avances del liberalismo y del nacionalismo confluyeron en un movimiento revolucionario de dimensión europea. En Francia se recuperó el sufragio universal y fue proclamada la Segunda República. Las clases trabajadoras formularon proyectos y programas políticos propios.



Las revoluciones que se produjeron en Europa durante 1848 se conocen como la “Primavera de los pueblos”. Las esperanzas en los avances del liberalismo y las aspiraciones nacionales iban ganando influencia en la opinión pública. Por otra parte, el desarrollo de las primeras etapas de la industrialización en el continente incrementaba el malestar social. Estos factores confluyeron en la explosión revolucionaria de 1848 y explican las características de una revolución que se propagó por Europa con una rapidez inusitada.

En pocas semanas no fueron capaces de mantenerse en pie los gobiernos de Francia, de los estados alemanes e italianos, ni del imperio austriaco. Toda Europa fue sacudida por movimientos revolucionarios, de carácter democrático radical, con la excepción de Gran Bretaña y Bélgica, que ya disponían de unas formas políticas más avanzadas, y de la atrasada Rusia, donde los sectores liberales radicales no tenían fuerza suficiente.

Las casusas que explican la magnitud del movimiento son múltiples y comunes a las sociedades europeas. En los años anteriores a las revoluciones de 1848, las dificultades económicas produjeron efectos similares en el conjunto de Europa. Una enfermedad de la patata, alimento básico para la mayoría de la población, ocasionó catástrofes como la de Irlanda, que pasó de 8‘5 millones de habitantes en 1845 a 6 millones en 1850. Las cosechas de cereales de los años 1845-1847 fueron muy escasas, lo que repercutió en el elevado aumento de los precios de los productos más necesarios. La crisis se trasladó a la industria, por la población tenía menos capacidad para comprar productos manufacturados. Esta crisis económica generalizada no fue la única causa de la revolución, pero creó un malestar que reforzó la idea de que la sociedad estaba mal organizada y mal administrada, lo que añadía motivos para la insurrección y la acción revolucionaria.

En 1848 fue derrocada la monarquía en Francia y se proclamó, de nuevo, una república. La monarquía que se había impuesto tras la Revolución de 1830, encarnada en la figura de Luis Felipe de Orleans, era cada día más impopular, a la vez que la oposición defendía la ampliación del sistema electoral. Cuando el gobierno prohibió una reunión política organizada por los sectores radicales, saltó la chispa que desencadenó las jornadas de los días 22, 23 y 24 de febrero de 1848. La escalada de la protesta se extendió desde las manifestaciones y los enfrentamientos con el ejército en centenares de barricadas, hasta el asalto del Palacio Real, que provocó la abdicación y la huida del rey a Gran Bretaña.

Un gobierno provisional tomó el poder: se proclamó la Segunda República Francesa y se convocó la elección de una Asamblea Nacional Constituyente. Se aprobaron leyes que establecían el sufragio universal masculino, la libertad de prensa, la abolición de la pena de muerte y la supresión de la esclavitud en las colonias, al mismo tiempo que se tomaban medidas para paliar los efectos del paro.

Con la implantación del sufragio universal masculino, los electores pasaron de ser 250.000 a alcanzar un número cercano a los ocho millones. La mayoría de los diputados elegidos eran republicanos moderados; a su derecha se situaban los orleanistas, y a su izquierda, los demócratas radicales y los primeros socialistas, que representaban a los sectores populares. El pueblo parisino manifestaba su orgullo, recordando la semejanza que los acontecimientos tenían con la revolución de 1789.

La lucha por el sufragio universal era uno de los principales motivos de la participación política de las masas populares. La confianza en que el ejercicio del voto llevara consigo transformaciones que mejoraran las condiciones de vida de los ciudadanos constituía el móvil fundamental. Cuando el 21 de junio el gobierno decretó el cierro de los talleres nacionales, que daban trabajo a 120.000 parados, se produjo el segundo acto de la revolución parisina de 1848.

Los trabajadores respondieron al cierre con una insurrección que duró tres días (del 23 al 26 de junio) y que fue aplastada sangrientamente. Más de 500 trabajadores perdieron la vida en los combates callejeros; 12.000 fueron detenidos, y 4.500, deportados a Argelia. Las clases medias y trabajadoras, que habían actuado conjuntamente hasta entonces, se separaban políticamente.

En diciembre de 1848 fue elegido por sufragio universal masculino, como presidente de la república, Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del desaparecido y añorado emperador. Tras un golpe de estado, dirigido por el propio Luis Napoleón en 1852, se proclamó el Segundo Imperio Francés, y Luis Napoleón se convirtió en el nuevo emperador de los franceses con el nombre de Napoleón III.



Mientras en París se producían los hechos revolucionarios de febrero y julio de 1848, la ola revolucionaria se extendió por toda Europa: hubo un levantamiento en Múnich, manifestaciones obreras en Colonia, agitaciones en Berlín y Fráncfort, movimientos nacionalistas en Hungría y en Praga, combates callejeros en Viena, un gran estallido revolucionario en Milán, la proclamación de la república en Venecia, la constitución de la primera asamblea nacional en Rumanía, etc. Todos estos acontecimientos eran simultáneos y provocaban la preocupación y el asombro de los gobernantes europeos.

La segunda capital de la Revolución de 1848 fue Viena. La agitación de los estudiantes y de las clases populares consiguió la destitución de Metternich, quien regía los destinos del imperio desde hacía más de cuarenta años. Los austriacos abolieron las prestaciones personales de los siervos y constituyeron, por primera vez, una monarquía parlamentaria y constitucional. Fernando I abdicó y su sucesor, el emperador Francisco José I, inició uno de los reinados más largos del siglo, que duró desde 1848 hasta 1916.

Los pueblos eslavos (checos, eslovacos, servios), los húngaros y los reinos italianos del norte dirigieron su actividad revolucionaria contra el dominio austriaco. La actitud del nuevo parlamento austriaco hacia estas zonas siguió caracterizándose por su autoritarismo, como cuando el ejército aplastó brutalmente el levantamiento nacionalista en Praga o se puso fin a un breve período de autonomía, concedido en 1848, a Hungría. El imperio austrohúngaro seguiría dominando sobre una variedad de pueblos centroeuropeos y balcánicos hasta el final de la Primera Guerra Mundial.

Los patriotas italianos también se levantaron contra el dominio austriaco. La primavera de 1858 vio cómo se proclamaban constituciones, de carácter liberal, en Nápoles, Toscana, Piamonte, los Estados Pontificios, Venecia, etc. El rey de Piamonte, Carlos Alberto, encabezó un primer proceso de unificación italiana, pero Austria consiguió imponerse en el terreno militar. La derrota de los nacionalistas italianos frenó durante dos décadas las libertades políticas y el camino hacia su unidad nacional.

Una frustración similar se produjo en Alemania. La mayor parte de los estados establecieron una constitución y adoptaron medidas liberalizadoras, mientras se daban los primeros pasos para constituir una asamblea nacional alemana. Esta consiguió reunirse en Fráncfort y convocó elecciones por sufragio universal para elegir un parlamento que debía elaborar una constitución federal para el conjunto de Alemania. En mayor de 1848 ya estaban elegidos los 585 diputados y el proceso constituyente estaba en marcha.

Austria y Prusia mostraban su desconfianza por estos proyectos de los nacionalistas liberales alemanes. El parlamento de Fráncfort ofreció la corona a Federico Guillermo de Prusia, quien pensaba que una corona era algo demasiado sagrado como para recibirla de un parlamento. En 1849 se negó a aceptar la constitución aprobada en Fráncfort, terminando así las esperanzas de una Alemania constitucional y unificada. El nuevo parlamento, finalmente, se disolvió.



Las revoluciones de 1848 terminaron con la misma rapidez con la que habían comenzado. Aparentemente, los levantamientos parecían haber fracasado, pero se consiguieron algunos logros de importancia. Se liquidó el feudalismo en aquellos países en los que seguía vigente, con la excepción de la Rusia zarista. La mayor parte de Europa había establecido regímenes parlamentarios con constituciones moderadas y sistemas electorales censitarios, que reservaban los derechos políticos a los propietarios, aunque en Francia se mantuvo la conquista del sufragio universal masculino.

Se puede afirmar que los objetivos perseguidos desde la Revolución Francesa se fueron adquiriendo por etapas: la Restauración ya había mantenido algunas conquistas revolucionarias en determinados países, las revoluciones de 1830 ampliaron las concesiones a los partidarios de las ideas liberales, y las de 1848 las completaron, culminando el desarrollo de las revoluciones burguesas que se habían iniciado en 1789.

Quienes resultaron derrotados en 1848 fueron las fuerzas sociales que trataban de llevar las transformaciones más allá de lo que era conveniente para las clases burguesas: eran los obreros, los artesanos, los trabajadores y las clases populares, que, a partir de aquel momento, participarían en los procesos de cambio social y político frente a la burguesía dominante y contra los propios estados liberales que ellos mismos habían contribuido a crear.



EL NACIONALISMO: UNIFICACIONES DE ITALIA Y ALEMANIA



Junto con las revoluciones liberales se produjo en le escenario europeo el nacimiento de los nacionalismos. Esta idea nacional fue la causa de procesos políticos que condujeron al nacimiento de Alemania e Italia como países nuevos y unificados. Asimismo, se inició un largo conflicto en los Balcanes que ha perdurado hasta nuestros días.



La derrota de los movimientos revolucionarios de 1848 acabó con las organizaciones democráticas y nacionalistas de muchos pueblos de Europa. Pero las aspiraciones que las habían provocado siguieron dominando la política europea. El nacionalismo, el liberalismo y el socialismo fueron los grandes motores ideológicos y políticos del siglo XIX.

El nacionalismo renació con fuerza en los años siguientes a 1848. Había dos situaciones diferentes, por un lado, los numerosos estados alemanes e italianos, que formaban parte de realidades nacionales más amplias. Los nacionalistas de estos países deseaban la unificación en un estado común. Por otro lado, los pueblos que se encontraban sometidos a la dominación extranjera: los polacos estaban gobernados por los rusos; los pueblos eslavos, magiares y zonas del norte de la península italiana dependían del imperio austrohúngaro; el imperio otomano ejercía su autoridad sobre un conjunto de pueblos balcánicos: rumanos, búlgaros, servios, bosnios, macedonios, albaneses, etc. En estos pueblos, los objetivos de los nacionalistas eran la emancipación y la creación de su propio estado. Pero esta situación no se desbloqueó hasta la Primera Guerra Mundial. Entre 1850 y 1870, los logros más notables del nacionalismo europeo fueron las unificaciones de Alemania e Italia.



El sentimiento nacional alemán hunde sus raíces en la época de la Ilustración y en el romanticismo nostálgico del pasado imperial alemán, durante la Edad Media. Ese sentimiento se vio potenciado durante la Revolución Francesa y constituyó el principal motor de los acontecimientos de 1848 en el mundo germánico. La Confederación de Estados Alemanes estaba sometida a la influencia del reino de Prusia, en el norte, y a la presencia de Austria, en el sur, con la particularidad de que el imperio austrohúngaro extendía su dominio sobre un conjunto de pueblos y culturas no germánicos en los Balcanes y el norte de Italia.

El movimiento nacionalista alemán se planteaba la disyuntiva de edificar una Gran Alemania, que incluyera Austria, o dirigir sus esfuerzos hacia la creación de una Pequeña Alemania liderada por Prusia. El reino prusiano fue quien tomó la dirección del proceso de unificación, que acabaría excluyendo a Austria. En 1861 comenzó a reinar en Prusia Guillermo I y en 1862 accedió a la cancillería Otto von Bismarck (1815-1898), político conservador que ya había representado a los prusianos en el Parlamento de Fráncfort de 1848 y que fue el gran forjador de la unidad alemana.

Prusia estaba muy desarrollada económicamente y, desde 1834, había establecido una unión aduanera con los estados alemanes del norte (Zollverein) para crear una zona de libre mercado que facilitase la circulación de personas y mercancías. También disponía del mejor ejército de Europa. Tres conflictos bélicos, contra Dinamarca, Austria y Francia, breves y localizados, jalonaron el camino hacia la unidad alemana.

Los ducados de Schleswig y Holstein, culturalmente alemanes, pertenecían a la corona danesa, y su población era partidaria de la anexión a la Confederación Germánica. Prusia, conjuntamente con Austria, declaró la guerra a Dinamarca y, en 1864, ambas potencias se repartieron estos territorios del norte. En 1866 se produjo una grave tensión entre Austria y Prusia a causa de los problemas surgidos por la administración de los mencionados ducados. Cuando Bismarck ordenó que las tropas prusianas entraran en Holstein, zona gobernada por Austria, estalló la guerra. El conflicto militar se liquidó en pocas semanas, al ser vencidos los austriacos en Sadowa. La gran potencia prusiana controlaba toda la Alemania del norte y mostraba su superioridad política y militar sobre Austria.

Un tratado suscrito en 1867 por Prusia y 21 estados alemanes formó la Confederación de la Alemania del Norte; una constitución inspirada por Bismarck establecía dos cámaras: un Bundesrat (Consejo), que representaba a los estados federados, y un Reichstag (Parlamento), cuyos diputados eran elegidos por sufragio universal masculino. Solo quedaba incorporar los estados alemanes del sur, para lo cual fue necesaria la excusa de un enfrentamiento con la Francia imperial de Napoleón III.

El ejército francés fue derrotado en las batallas de Sedán y Metz (1870). Las tropas alemanas llegaron a las inmediaciones de París, y fue en Versalles donde quedó proclamado, en 1871, el Imperio alemán. Los estados alemanes del sur, que habían sido ocupados por el ejército prusiano, entraron en la Confederación y todos aceptaron la proclamación de Guillermo I como emperador del Segundo Reich. En Francia, por el contrario, se hundía el Segundo Imperio y se proclamaba la Tercera República.



El Risorgimento es el proceso de afirmación cultural y política que condujo a la unificación y a la creación de un nuevo estado liberal en Italia. La voluntad unitaria había surgido durante la conquista por los ejércitos napoleónicos, y se manifestó con gran fuerza en la revolución de 1848. La unificación italiana se llevó a cabo entre 1859 y 1870, en los mimos años en que se edificaba la nueva nación alemana.

Los italianos eran partidarios de la unificación, pero no estaban de acuerdo en el tipo de unidad al que querían llegar. Los sectores más conservadores, grandes industriales, burgueses o nobles, como Cavour, pensaban en una federación de estados, presidida por el papado. Las clases populares, junto a patriotas como Mazzini y Garibaldi, eran partidarios de una república democrática.

Al igual que en Alemania, fue necesario un reino que se pusiera al frente del proceso de unificación, ya que se necesitaban apoyos internacionales, pues había que enfrentarse al poder austriaco. El motor de la unidad fue el reino de Piamonte-Cerdeña. Víctor Manuel II, rey desde 1849, y su primer ministro, Camilo Benso, conde de Cavour, dirigieron el proceso. El reino de Piamonte-Cerdeña era una monarquía constitucional, y el único estado italiano que mantuvo instituciones liberales después de la represión de la revolución de1848. El norte piamontés, organizado en torno a la capital de Turín, era el territorio italiano más desarrollado económicamente.

El Segundo Imperio Francés proporcionó un importante apoyo diplomático a la política piamontesa. En julio de 1858, Napoleón III se entrevistó con Cavour y le prometió el apoyo de Francia contra Austria. Los levantamientos contra el dominio austriaco en Milán y Florencia ayudaron a que tropas piamontesas y francesas derrotaran al ejército austriaco en las batallas de Magenta (1858) y Solferino (1859). Milán y Lombardía fueron incorporadas al reino de Piamonte. Módena, Parma y Toscana derribaron sus regímenes absolutistas y votaron su anexión a Piamonte-Cerdeña; también se votó a favor en una gran parte de los Estados de la Iglesia (1860). La Italia del norte quedaba unida así bajo la dirección de la monarquía de Víctor Manuel II.

El paso siguiente fue la incorporación del sur de la península y de Sicilia. La romántica y aventurera expedición de los camisas rojas de Garibaldi tomó en 1860 Nápoles, y el Reino de las Dos Sicilias, que seguía gobernado por la dinastía de los Borbones, se unió al del Piamonte. Un parlamente, compuesto por diputados elegidos de todos los territorios anexionados, se reunió en Turín (1861) y proclamó rey de Italia a Víctor Manuel II. Venecia se incorporó a Italia aprovechando la derrota austriaca frente a los prusianos en 1866. Quedada el problema de los territorios del papado. En 1870, el ejército italiano ocupó la Roma papal y estableció allí la capital del reino de Italia. El papa Pío IX se negó a aceptar los hechos, se declaró prisionero y excomulgó a Víctor Manuel II: comenzaba un conflicto entre el Vaticano y el nuevo estado italiano que no se solucionaría hasta 1929.



Los pueblos eslavos de los Balcanes también participaron en la oleada nacionalista del siglo XIX contra Austria en el norte y frente a Turquía en el resto de la península balcánica. En 1830, el imperio turco otomano extendía su dominio hasta la frontera de Austria, y Grecia había conseguido la independencia; pero todos los pueblos eslavos eran súbditos de un imperio que se estaba desintegrando.

Servia protagonizó frecuentes y sangrientos levantamientos contra los turcos, y siempre intentó desempeñar en el mundo eslavo un papel similar al de Piamonte o Prusia en las unidades italiana y alemana. Rusia era la gran potencia eslava y se consideraba protectora natural de los pueblos eslavos del sur, tanto por razones étnicas como por razones religiosas, ya que era el centro del cristianismo ortodoxo.

Por otro lado, Austria, Francia y Gran Bretaña se oponían al expansionismo ruso y a su preponderancia en los Balcanes. Esta situación explica la guerra de Crimea (1853-1856), el único conflicto bélico que enfrentó a las principales potencias europeas entre 1815 y 1914. En 1853 empezaron las hostilidades entre Rusia y Turquía. Para frenar las aspiraciones rusas, Francia y Gran Bretaña atacaron la base naval rusa de Sebastopol, en Crimea, mientras Austria ocupaba territorios en la desembocadura del Danubio. Rusia se vio obligada a renunciar a sus propósitos.

Las grandes potencias se reunieron de nuevo. El tratado de paz de París (1856) reconocía, de hecho, la independencia de Rumanía y de Servia. El dominio austriaco sobre los pueblos eslavos del norte (eslovenos, croatas) y el control otomano del sur de los Balcanes (Bosnia, Herzegovina, Montenegro, Albania) siguieron alimentando un conflicto que se definió como la cuestión de Oriente.



LA INDEPENDENCIA DE LAS COLONIAS HISPANOAMERICANAS



Entre 1820 y 1825, la mayor parte del imperio colonial español en le continente americano se independizó de la metrópoli. Solamente Cuba y Puerto Rico continuaron siendo colonias españolas hasta 1898. La situación que propició los primeros movimientos independentistas fue la ocupación de España y de Portugal por las tropas del imperio napoleónico. A partir de 1814, tras el intento de la monarquía restaurada en la figura de Fernando VII de recuperar la situación anterior, se produjo un imparable proceso emancipador, que dio origen al nacimiento de los actuales países llamados latinoamericanos.



En el proceso independentista latinoamericano influyeron el ejemplo de la independencia de Estados Unidos, las nuevas ideas de libertad contrarias al ordenamiento del Antiguo Régimen, la modernización que afectó a toda Europa en el período del imperio napoleónico y el vacío de poder que se produjo durante la ocupación francesa de la Península ibérica. A todo ello se unía la debilidad política y militar de España a partir de 1814.

La iniciativa en los procesos emancipadores fue de los criollos, que eran hijos o descendientes de españoles y portugueses. Había zonas, como la del Río de la Plata, donde la población era casi exclusivamente criolla o blanca; en otras, como en Perú y México, era mayoritaria la población indígena, mientras en el Caribe o en Brasil, predominaban los esclavos negros de procedencia africana y los criollos de origen peninsular. Los dirigentes de la economía y de la política de estas sociedades eran siempre criollos. Estas diferencias condicionaron las características del proceso de liberación de los pueblos latinoamericanos, así como su desarrollo posterior.

En las sociedades coloniales habían surgido movimientos de protesta desde la época de la conquista. En la segunda mitad del siglo XVIII, los conflictos eran más frecuentes allí donde las poblaciones y las culturas indígenas estaban más asentadas. Los campesinos se rebelaban contra la dominación de los peninsulares y de los criollos, y contra los aumentos de la presión fiscal. Su aspiración era sustituir el orden colonial, que consideraban injusto.



La ocupación napoleónica de España y de Portugal propició los primeros movimientos independentistas en América Latina. El vacío de poder creado por el traslado de la familia real española a Francia provocó allí la misma reacción que se había producido en España: la creación de juntas de gobierno.

En Buenos Aires se constituyó una junta en mayo de 1810, formada por patricios locales, que intentó sin éxito extender su influencia hacia el interior. En 1811, Artigas se puso al frente del gobierno en Uruguay y Rodríguez de Francia en Paraguay, proclamando una doble independencia: de España y de la Junta de Buenos Aires. En Chile, con menos problemas de integración racial y social, el independentista O’Higgins se puso al frente de una junta de gobierno.

Estos procesos se repitieron en las principales ciudades; de esta forma, los criollos iniciaban una primera experiencia de autogobierno. En 1811 se reunió en Caracas un Congreso de Notables, que proclamó la independencia y adoptó una constitución federal, destacando en este hecho el líder independentista Simón Bolívar. Otra capital virreinal, Santa Fe de Bogotá, rompía también los lazos con la metrópoli y convocaba un congreso nacional en los territorios de Nueva Granada.

En muchos casos, las nuevas juntas depusieron a las autoridades coloniales, introdujeron reformas fiscales y abrieron los puertos al comercio mundial, todo lo cual comenzaba a romper, en la práctica, su dependencia de un estado español que, hasta 1814, no pudo tener capacidad de respuesta alguna.

En México, los primeros movimientos independentistas tuvieron como protagonistas a los campesinos, dirigidos por los sacerdotes Miguel Hidalgo y José María Morelos. Aunque se proclamó la independencia en 1813, las clases acomodadas criollas y el ejército español liquidaron la revuelta y ejecutaron a sus dirigentes.

Entre 1814 y 1816, con Fernando VII restaurado en el trono de España y con una Europa vigilada por la Santa Alianza, la revolución americana sufrió un importante retroceso; Simón Bolívar tuvo que refugiarse en Haití.



Los esfuerzos por conseguir la independencia no habían desaparecido. La revolución española de 1820 provocó la suspensión del envío hacia América de la expedición militar que debía someter las constantes insurrecciones. Con el restablecimiento de la constitución de 1812, los criollos americanos podían mandar a sus representantes a las Cortes; pero era ya demasiado tarde para soluciones pactadas con los movimientos independentistas.

El foco argentino del Río de la Plata se había mantenido prácticamente independiente. De allí salió la expedición militar de José de San Martín en dirección a Chile, donde derrotó a las tropas españolas y tomó la capital, Santiago. San Martín, general en jefe del ejército de los Andes, contribuiría decisivamente con su esfuerzo militar y político a la independencia de Argentina (1816), Chile (1818) y Perú (1821).

El golpe decisivo contra el imperio español fue precisamente el ataque de argentinos y chilenos al virreinato del Perú. A la vez que surgían pronunciamientos en favor de la independencia en las principales ciudades, el ejército independentista avanzaba. El virrey español tuvo que abandonar Lima y, en 1821, se proclamó la independencia peruana, aunque las tropas realistas siguieron controlando parte del virreinato hasta 1824.

Simón Bolívar, conocido también como El Liberador, entró con sus tropas en Santa Fe de Bogotá. En 1821, tras la batalla de Carabobo, ocupó Caracas, y Venezuela alcanzó la independencia. A continuación, decidió dirigir la guerra hacia Quito y Ecuador.

La derrota del ejército español en Ayacucho (Perú), en 1824, selló el final de la dependencia española y el nacimiento de las nuevas naciones americanas.

La delimitación de las nuevas naciones era inicialmente incierta. Bolívar pensaba en una Gran Colombia que reuniera las actuales Venezuela, Colombia y Bolivia y, para una segunda fase, en una federación de estados americanos hispánicos, similar a la que estaban construyendo los Estados Unidos.

México siguió un camino diferente, pues su presidente, Agustín de Iturbide, no tenía nada de liberal; convirtió México en un imperio independiente (1821), con el apoyo de la jerarquía eclesiástica, del ejército y de las clases criollas más ricas. En 1823, las Provincias Unidas de América Central (Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua) se declararon “libres e independientes de la antigua España, de México y de cualquier otra provincia, tanto del antiguo como del nuevo mundo”.

Brasil fue un caso particular: la familia real portuguesa residía en la colonia desde que, en 1807, salió de Portugal con la corte, el tesoro y hasta con la biblioteca. El rey don Juan no regresó a Portugal tras la derrota de los invasores franceses en 1815, sino que elevó Brasil a la condición de reino, en pie de igualdad con Portugal. Don Juan marchó a Lisboa en 1821 y, un año más tarde, su hijo Pedro I, que había quedado en Brasil como regente, se coronó como emperador de Brasil en Río de Janeiro separándose definitivamente de la metrópoli. El imperio brasileño perduró hasta 1889, año en que Pedro II abdicó y se marchó a Portugal. Se constituyó entonces la República Federal Brasileña.

En los años posteriores fracasó la utopía bolivariana de una América hispana federada en un sistema de naciones amigas. Los nuevos países siguieron trayectorias muy distintas. También se frustraron las esperanzas de algunos sectores de crear sociedades libres, dotadas de sistemas políticos liberales avanzados.

Los criollos concentraron el poder económico y el poder político, no se cumplieron las promesas hechas a los indígenas que habían luchado por la independencia, ni se concedió, por lo general, la libertad a los esclavos negros. Por ello, Bolívar escribía en 1830 al Congreso colombiano: “La independencia es el único bien que hemos adquirido, a costa de los demás”.



[1]Radicalizar: Volverse extrema una opinión u opción política.

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