Bloque 3. La crisis del Antiguo Régimen
Contenidos
El nacimiento de EE. UU.
La Revolución Francesa de 1789: aspectos
políticos y sociales.
El Imperio napoleónico.
El Congreso de Viena y el absolutismo, y
las revoluciones liberales o burguesas de 1820, 1830 y 1848.
El nacionalismo: unificaciones de Italia y
Alemania.
Cultura y Arte: Europa entre el
neoclasicismo y el romanticismo.
La independencia de las colonias hispanoamericanas.
EL NACIMIENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS
La primera revolución democrática
Las colonias norteamericanas que se
independizaron de Gran Bretaña constituyeron una nueva nación: los Estados
Unidos de América. En la declaración de independencia se proclamaba la
filosofía del derecho natural de la época y, de acuerdo con estos principios
inalienables, se implanto el primer sistema político liberal y democrático como
forma de gobierno. Este acontecimiento inició la era de las revoluciones
democráticas en el mundo.
En la costa este de Norteamérica había
trece colonias que pertenecían a la corona británica. En estas posesiones se
creó la primera república, cuyo gobierno quedó regulado mediante una
constitución. Para ello, sus habitantes tuvieron que liberarse del dominio
británico e incorporar a su nueva organización política y social las
principales ideas ilustradas y revolucionarias, que propugnaban la igualdad y
la libertad.
La sociedad colonial era el resultado de
sucesivas oleadas de inmigrantes y no compartía el rígido sistema feudal
europeo ni la nobleza hereditaria. En las colonias del sur (Virginia, Carolina,
Georgia), existía un sistema esclavista en el que medio millón de esclavos
negros trabajaban en las plantaciones de tabaco, azúcar y algodón.
Esta sociedad estaba compuesta por grandes
y pequeños propietarios de tierra; por trabajadores urbanos libres, con
posibilidades de ocupar nuevas tierras y de explotar recursos en el oeste; por
comerciantes, que controlaban un activo tráfico mercantil, y por la población
esclava, que era más numerosa en las colonias del sur. La ciudad y el puerto
más importante de las trece colonias era Filadelfia, que no pasaba de 25.000
habitantes en 1760.
La insurrección de las colonias británicas
de América fue tanto una guerra de independencia como una revolución. El deseo
de libertad contra Gran Bretaña se manifestó dentro de las propias colonias.
Las causas del conflicto se encontraban en
que los colonos se sentían injustamente tratados, ya que aportaban riqueza e
impuestos a la metrópoli y, sin embargo, estaban totalmente marginados de todas
las decisiones que les afectaban. Esta situación provocó, desde mediados del
siglo XVIII, un clima de opinión contraria a la dependencia de Gran Bretaña.
Después del triunfo de Gran Bretaña sobre
Francia en la Guerra de los Siete Años (1748-1756), en la que la metrópoli
recibió una gran ayuda de los colonos, tanto en lo militar como en recursos
económicos, no se premió esta importante colaboración. Por el contrario, se
agravó la presión fiscal para financiar los gastos de la guerra. Así, se
crearon nuevos impuestos sobre el azúcar y otros productos. El 16 de diciembre
de 1773 se produjo en el puerto de Boston un grave incidente, conocido como el
motín del té. La causa de esta revuelta era un impuesto nuevo que el gobierno
de Londres había asignado al comercio del té. Un grupo de jóvenes colonos,
disfrazados de indios, lanzaron al mar la carga de tres barcos pertenecientes a
la Compañía de las Indias Orientales, que había obtenido el monopolio de la
exportación de té a Norteamérica. Las tropas inglesas reprimieron con
contundencia esta revuelta, y el gobierno británico mandó cerrar el puerto de
Boston; pero solo se consiguió que el descontento y la indignación se extendieran
a la población.
Las medidas represivas del gobierno
británico provocaron el inicio de la Guerra de independencia de los Estados
Unidos, con la Declaración de independencia de julio de 1776. Los colonos
formaron un ejército de milicianos y pusieron a su mando a George Washington
(1732-1799). El primer problema con el que se encontró Washington fue que no
tenía ni armas, ni municiones, ni mandos suficientemente preparados con los que
poder equipar a sus tropas. Tampoco contaba con flota de guerra, por lo que la
superioridad de los ingleses en el mar era total. Por ello, la solución
consistió en buscar la ayuda de las potencias extranjeras. Francia, que era la
gran rival de Gran Bretaña, envió el armamento y las municiones que George
Washington necesitaba para su ejército. Las primeras batallas parecieron
favorecer al potente ejército británico; pero, después de la batalla de
Saratoga, en la que los insurrectos asestaron un duro golpe a uno de los
cuerpos del ejército inglés, el desarrollo de la contienda comenzó a cambiar.
En 1779, la guerra se convirtió en un
conflicto internacional: Francia y España decidieron entrar en la guerra. Los
deseos de revancha por la derrota de Francia en la Guerra de los Siete Años
(1756-1763), así como los de recuperar posesiones perdidas por España, como
Gibraltar, llevaron a estos países a movilizar sus ejércitos contra Inglaterra.
El 19 de octubre de 1781 capituló el ejército británico en Yorktown y, en 1783,
Gran Bretaña reconocía la independencia de Estados Unidos en el Tratado de
Versalles.
-La primera constitución democrática-
La constitución norteamericana de 1787 fue
la primera carta magna que recogía los principios del liberalismo político. Una
vez conquistada la independencia, todas las antiguas colonias tuvieron que
ponerse de acuerdo, lo que resultó muy complicado.
Las asambleas de las colonias del sur
estaban dominadas por terratenientes que vivían en sus grandes mansiones,
dueños de importantes plantaciones trabajadas por esclavos negros. Formaban una
sociedad aristocrática que se oponía a algunas de las medidas democratizadoras,
como la abolición de la esclavitud. Propugnaban la creación de una
confederación de estados, casi independientes unos de otros.
Por el contrario, las colonias del norte
estaban controladas por burgueses y pequeños propietarios agrícolas. Sus
líderes políticos proponían medidas más radicales, en cuanto a los derechos
individuales, y una mayor unión política entre los estados miembros.
En 1787, cincuenta y cinco representantes
de las antiguas colonias se reunieron en Filadelfia con el fin de redactar una
constitución. Se llegó a un pacto entre las diversas tendencias: se creaba un
único gobierno federal, con un presidente de la república y dos cámaras
legislativas (Congreso y Senado); pero, al tiempo, cada estado podía tener un
gobierno autónomo con muchas competencias en política interior.
La constitución de 1787 estaba inspirada
en los principios de igualdad y libertad que defendían los ilustrados;
estableció un régimen republicano y democrático, y, salvo algunas enmiendas, la
constitución, definitivamente aprobada en 1789, es la que está vigente en la
actualidad. Así nacieron los Estados Unidos de América como país independiente.
La independencia de las colonias
británicas y su nuevo régimen republicano y liberal causaron un gran impacto
entre los que creían que se debía acabar con el Antiguo Régimen en Europa.
También fueron ejemplo a seguir para los liberales de todas las colonias
españolas en el continente americano.
La Declaración de los derechos del hombre
que acompañaba a la constitución no trataba con claridad el tema de la
esclavitud de los negros, tan numerosos en las plantaciones de los estados
sureños. Esta cuestión fue una de las causas de la guerra civil (Guerra de Secesión)
que se produjo entre 1861 y 1865; tras esta contienda, se abolió la esclavitud,
aunque los negros siguieron sin tener igualdad de derechos políticos y civiles.
LA REVOLUCIÓN FRANCESA DE 1789: ASPECTOS POLÍTICOS Y
SOCIALES
I.
INTRODUCCIÓN
El estallido de la Revolución Francesa en
1789 significó el comienzo de la Edad Contemporánea (1789-actualidad).
En el siglo XVIII, antes de que empezase
la Revolución Francesa, los déspotas ilustrados fracasaron en realizar las
transformaciones políticas, económicas y sociales que los pensadores de la
Ilustración habían propuesto durante ese siglo. Desde 1789 en adelante estos
cambios fueron impuestos de manera violenta por revolucionarios, contra los
deseos de los monarcas.
Una revolución política acabó con el
Antiguo Régimen en Francia. A continuación, los revolucionarios realizaron
varias reformas influidos por las ideas de la Ilustración estableciendo el
nuevo régimen o sistema liberal.
Desde 1799, Napoleón Bonaparte fue
gobernante de Francia e invadió varios países de Europa, donde impuso las ideas
revolucionarias. Los revolucionarios transformaron la vida cotidiana de la
población, introduciendo nuevos usos y costumbres.
La Revolución Francesa marcó la llegada de
una nueva era, que simbolizó el famoso lema: “Libertad, igualdad y
fraternidad”.
II.
LAS CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
La Revolución Francesa fue una etapa de
cambio político y social violento, que vio la abolición de la monarquía
absoluta y el fin de la sociedad estamental propias del Antiguo Régimen.
Las causas de la Revolución Francesa
fueron de dos tipos:
Las causas estructurales (estaban
relacionadas con la misma existencia del Antiguo Régimen)
- Causas económicas: la población
campesina estaba descontenta por la gran cantidad de impuestos que debían pagar
al rey, a la nobleza y al clero que crecieron durante el siglo XVIII. Los
burgueses estaban descontentos por los límites que el sistema señorila ponía a
la compraventa tierras. También estaban en contra de la intervención del estado
en la economía (monopolios, compañías privilegiadas...)
todos los miembros dle TErcer estado
rechazaban que los estamentos privilegiados no pagasen impuestos
- Causas sociales La burguesía se había
enriquecido durante el siglo XVIII, sobre todo gracias al comercio, pero, al
pertenecer al Tercer Estado y carecer de privilegios, los burgueses no podían
ocupar cargos públicos y no participaban en la toma de decisiones políticas. NO
SE RECONOCÍA SU IMPORTANCIA.
- Causas ideológicas:
la burguesía francesa estaba muy influida
por las ideas de la Ilustración e intentaba ponerlas en práctica. Por ejemplo,
los burgueses demandaban que todos los súbditos franceses fueran libres e
iguales ante la ley.
Las crisis de subsistencia: En los años
anteriores al inicio de la Revolución Francesa hubo malas cosechas y, en
consecuencia, los precios de los alimentos eran muy altos en las ciudades, con
lo que el hambre afectaba tanto a los campesinos como a la mayoría de los
habitantes de las ciudades.
Las causas circunstanciales (son las
condiciones de un momento concreto que producen el estallido revolucionario)
- Causas económicas:
Las crisis de subsistencia: En los años
anteriores al inicio de la Revolución Francesa hubo malas cosechas y, en
consecuencia, los precios de los alimentos eran muy altos en las ciudades, con
lo que el hambre afectaba tanto a los campesinos como a la mayoría de los
habitantes de las ciudades.
La pequeña burguesía (artesanos y
comerciantes modestos) sufría dificultades económicas a causa de la crisis de
subsistencia, del aumento de los impuestos a causa de las guerras y de la
creciente competencia de los productos ingleses, pues la industria británica se
comenzaba a mecanizar en ese momento produciendo bienes más baratos que los
franceses.
La monarquía francesa estaba en bancarrota
(arruinada) por sus excesivos gastos. En las décadas anteriores a la Revolución
Francesa los reyes de Francia tuvieron que pedir préstamos para poder
participar en la Guerra de los siete años y en la Guerra de la independencia de
los Estados Unidos. Además, la familia real gastaba grandes cantidades de
dinero en palacios, bienes de lujo y fiestas muy lujosas. Para mejorar las
finanzas del país, los ministros de Luis XVI sugirieron que aumentara los
impuestos y que los estamentos privilegiados (nobleza y clero) pagaran
impuestos como el resto de la población.
-Causas políticas:
La nobleza y el clero se negaron a pagar
los impuestos que los ministros del rey estaban pidiendo que se pusieran. El
rey no se atrevió a forzarlos a obedecerle y acabó convocando los Estados Generales.
- Causas sociales
la clase media (burguesía) y el
campesinado estaban irritados por el lujoso estilo de vida de la familia real y
de la corte que gastaba parte de los ingresos del estado en fiestas y productos
de lujo, lo que era criticado por los escritores ilustrados.
III.
LAS ETAPAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
A.
LA CONVOCATORIA DE LOS ESTADOS GENERALES Y LA ASAMBLEA NACIONAL (1789)
Hasta 1789 el rey Luis XVI [1774-1792]
gobernó Francia como monarca absoluto. En 1778 Francia intervino en la Guerra
de independencia de los Estados Unidos a favor de los rebeldes. Los gastos de
este conflicto, más los heredados de la Guerra de los Siete Años, arruinaron al
estado francés. A ello se unió una serie de malas cosechas. Como consecuencia
de la crisis de subsistencia y de las deudas acumuladas varios ministros
propusieron al rey como solución hacer pagar también impuestos a los estamentos
privilegiados: el clero y la nobleza. Ante la oposición de ambos grupos Luis
XVI se vio obligado a convocar los Estados Generales. En esta asamblea estaban
representados los tres estamentos del reino de Francia y ella debería ayudar al
rey a solucionar sus problemas económicos.
El clero (el Primer Estado) y la nobleza
(el Segundo Estado) tenían 300 representantes en los Estados Generales y cada
grupo poseía un voto. En contraste, la clase media y el campesinado (el Tercer
Estado) tenían 600 representantes y un único voto.
Cuando en 1789 se reunieron los Estados
Generales, el Tercer Estado propuso el voto por persona. Pero el monarca y
parte de la nobleza no aceptaron la propuesta. En respuesta a lo anterior los
representantes del Tercer Estado se proclamaron a sí mismos Asamblea Nacional,
es decir encarnación de la voluntad de Francia. Este acto supuso el inicio de
la revolución pues Francia se convertía en una monarquía parlamentaria, donde
el rey había perdido su poder absoluto y debía compartirlo con la Asamblea
Nacional.
Ante esta situación el rey impidió a los
diputados del Tercer Estado acceder a su sala de reuniones.
B.
LOS PROTAGONISTAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
La Revolución Francesa va a vivir
distintas etapas con diferentes gobiernos y varias constituciones. Esto se
debió a los diferentes grupos sociales que participaron en ella.
La nobleza y el clero se dividieron al
comienzo de la revolución. Mientras la aristocracia y el alto clero se
opusieron desde el principio a todos los cambios (los llamados realistas), otra
parte de la nobleza y del bajo clero colaboraron con la revolución en sus
etapas iniciales. Estos nobles y clérigos revolucionarios estaban a favor de
una constitución en la que se estableciese la división de poderes, pero
manteniendo al rey como jefe del poder ejecutivo por eso fueron llamados
monárquicos constitucionalistas (Feuillants). Ellos fueron los que dirigieron
las primeras etapas de la Revolución.
Los burgueses de París y otras ciudades
francesas van a dirigir la revolución, pero desde diferentes puntos de vista:
·
Por un lado estaba la burguesía conservadora o moderada formada por los
burgueses más ricos (comerciantes, banqueros, industriales…) favorables a unos
cambios limitados del Antiguo Régimen (derechos individuales, constitución,
separación de poderes), pero manteniendo al rey como poder ejecutivo encargado
del gobierno, limitando el derecho a voto a una minoría de ricos (sufragio
censitario o restringido), y manteniendo la desigualdad en la riqueza aunque
todos los ciudadanos franceses fueron iguales ante la ley y los impuestos. Esta
burguesía conservadora formaría el gobierno del Directorio.
·
Por otro lado estaba la burguesía radical formada por miembros de la
pequeña burguesía (médicos, abogados, pequeños comerciantes…) que querían un
régimen republicano (sin rey), con voto democrático y leyes que ayudasen a los
ciudadanos más pobres (control de precios, asistencia a viudas y huérfanos…).
La burguesía radical recibió el apoyo de
los sans-culottes de París, que eran los trabajadores urbanos de los gremios y
de los negocios pequeños.
La mayoría de los franceses durante la
Revolución Francesa eran campesinos que, cuando ésta comenzó, consiguieron
apoderarse de las tierras de los señores feudales y pagar menos impuestos, de
manera que durante toda la Revolución van a apoyar a cualquier gobierno que les
permita conservar lo que habían conseguido. En algunas regiones de Francia
(Vendée), donde los campesinos convivían en armonía con la nobleza durante el
Antiguo Régimen, la Revolución Francesa no supuso ninguna ventaja sino un
empeoramiento de sus vidas al implantarse el servicio militar obligatorio. Por
eso durante la etapa de la Convención se produjeron varias revueltas campesinas
en contra de la Revolución.
D.
LA MONARQUÍA PARLAMENTARIA O CONSTITUCIONAL (1789-1792)
1.
LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE (1789-1791)
Cuando el rey Luis XVI intentó que la
Asamblea Nacional no se reuniera cerrando la sala que usaba, los integrantes del
Tercer Estado se reunieron en una habitación del Palacio de Versalles reservada
para el Juego de Pelota y allí juraron no separarse ni irse hasta que hubiesen
elaborado una constitución para Francia que reflejara la voluntad de la mayoría
de los franceses. Así fue como los diputados del Tercer Estado pasaron de ser
Asamblea Nacional a Asamblea Nacional Constituyente.
El pueblo de París apoyó a los
representantes del Tercer Estado y el 14 de julio de 1789 tomó la Bastilla,
fortaleza y cárcel de París donde eran encerrados los presos políticos. De allí
obtuvo armas con las que se armó una Guardia Nacional, una milicia formada por
burgueses que apoyaría a la asamblea revolucionaria.
Mientras esos acontecimientos sucedían en
París, durante el verano de 1789, estalló una gran rebelión campesina que
abarcó todo el territorio de Francia y que fue conocida como el Gran Miedo (la
Grande Peur). Los campesinos franceses estaban descontentos desde hacía meses a
causa de las malas cosechas que estaban produciendo hambre. Mientras sucedían
los acontecimientos de París se extendió por la campiña francesa el rumor de
que había una conspiración de los aristócratas para matar de hambre a la
población. En respuesta a lo anterior los campesinos se armaron y atacaron los
castillos y las residencias de los señores destruyendo la documentación donde
estaban recogidos los derechos señoriales.
Ante estos hechos, la Asamblea Nacional
tomó en agosto dos medidas importantes: abolió los privilegios feudales y
promulgó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano.
El efecto a largo plazo del Gran Miedo fue
que la mayoría de los franceses, que eran campesinos, apoyaron los cambios que
trajo la Revolución. Al abolirse los privilegios feudales muchos agricultores
pagaron menos impuestos e incluso en algún caso casi dejaron de pagarlos pues
muchos nobles franceses huyeron del país ante la violencia mostrada. Estos
nobles expatriados, los “emigrados”, conspirarían con los reyes absolutos de
Europa para acabar con la Revolución.
A lo largo de 1789 y 1790 la Asamblea
Constituyente fue aprobando leyes que acababan con el Antiguo Régimen mientras
redactaban una constitución. Una de las leyes más importantes de la Asamblea
Constituyente fue la Constitución Civil del Clero de julio de 1790. Esta ley
pretendía eliminar la situación de privilegio de la Iglesia en Francia y
someterla al poder del gobierno revolucionario. La Constitución Civil del Clero
establecía:
·
la eliminación del diezmo, otro impuesto que dejaron de pagar los
campesinos franceses y que aumentó su apoyo a la revolución.
·
la disolución de las órdenes religiosas que no tuvieran utilidad (como
la enseñanza o la asistencia social)
·
la nacionalización de las propiedades de la Iglesia (tierras,
edificios...). La Asamblea Constituyente aprobó esto por dos razones:
ü En 1790 el 20 o 25 % de las tierras de
Francia pertenecían a la Iglesia, y la Asamblea opinaba que estaban mal
aprovechadas.
ü El gobierno revolucionario estaba casi
en bancarrota, apenas le quedaba dinero para pagar a los funcionarios y para
devolver los préstamos anteriores. Al administrar las que fueron tierras de la
Iglesia el estado francés vería aumentar sus ingresos.
·
la obediencia de los sacerdotes y obispos al gobierno revolucionario.
Para poder acceder a los puestos de sacerdote u obispo se debía hacer un
juramento de lealtad. A cambio el estado francés, con sus nuevos ingresos, les
pagaría un sueldo.
En 1791 se promulgó la constitución, que
resumía los principios del liberalismo: separación de poderes, soberanía
nacional, igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y ante los impuestos.
Sin embargo se establecía el sufragio censitario pues los ciudadanos fueron
divididos en dos grupos:
·
Ciudadanos activos: Poseían riquezas y tenían derecho a votar. Eran los
antiguos privilegiados y la alta burguesía.
·
Ciudadanos pasivos: Eran los franceses menos acaudalados. No tenían
derecho a voto porque pagaban poco de impuestos.
También se hicieron otras reformas: Se
prohibió la tortura judicial y se creó un nuevo ejército, la Guardia Nacional,
que era fiel a la Revolución.
Con estas reformas los burgueses obtenían
ventajas económicas y políticas. Sin embargo hubo dos grandes sectores
descontentos:
·
La nobleza y el clero, que querían recuperar los privilegios que habían
perdido.
·
Los sans-culottes, trabajadores urbanos que formaron milicias y que
deseaban conseguir mejoras sociales y proclamar una república.
En
junio de 1791 el rey y su familia intentaron huir de Francia en secreto y pedir
ayuda a las monarquías absolutistas europeas, pero fueron detenidos en el
pueblo de Varennes y tuvieron que regresar a París.
2.
LA ASAMBLEA LEGISLATIVA (OCTUBRE 1791- SEPTIEMBRE 1792)
Tras la aprobación de la Constitución de 1791
se realizaron elecciones en Francia siguiendo el sufragio censitario y se
eligió una nueva asamblea totalmente nueva, pues los antiguos diputados no
podían volver a ser elegidos.
La Asamblea Legislativa debería haber
desarrollado la Constitución de 1791 mediante leyes, pero Luis XVI se opuso a
nuevas reformas. Los dos grupos políticos principales en esta etapa de la
revolución francesa fueron:
·
Los monárquicos constitucionalistas llamados Feuillants; diputados que
procedían de la burguesía más rica y querían mantener el poder del rey según la
Constitución de 1791. Para ellos la revolución ya había alcanzado sus límites.
·
Los diputados que pertenecían al club de los jacobinos; procedían de la
pequeña burguesía, estaban a favor de medidas democráticas y desconfiaban del
rey tras la fuga de Varennes. Dentro del club de los jacobinos estaban
incluidos los girondinos.
·
Los diputados que no tenían ideas políticas definidas eran llamados la
Llanura.
En abril de 1792 la Asamblea Nacional
declaró la guerra al emperador austríaco, hermano de María Antonieta, la reina
de Francia, pues había miedo a que ayudara al rey a recuperar su poder
absoluto.
En los meses sucesivos los ejércitos
austríacos, aliados con los prusianos, derrotaron a los franceses varias veces
y se acercaron a París.
El miedo a que se volviese al Antiguo
Régimen provocó un golpe de estado en París. En junio de 1792, los sans-culottes
asaltaron el palacio real de las Tullerías en París, encarcelaron al rey y
proclamaron la república.
E.
LA I REPÚBLICA FRANCESA (1792-1799)
1.
LA CONVENCIÓN (SEPTIEMBRE 1792- JULIO 1794). LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DE
LA BURGUESÍA RADICAL
Tras el golpe de estado protagonizado por
los sans-culottes se realizaron nuevas elecciones, pero esta vez por sufragio
universal masculino. La asamblea elegida fue llamada Convención y comenzó a
redactar una nueva constitución.
Dentro de la Convención hubo dos grupos
principales de diputados:
·
Los girondinos
·
Los jacobinos radicales o montañeses
Ambos grupos se oponían a la monarquía,
eran demócratas y republicanos. Los girondinos estaban a favor de dar algo de
autonomía a los gobiernos regionales (federalismo) mientras que los jacobinos
sostenían que una nación debía tener un único gobierno. Sin embargo, su
diferencia principal era que los montañeses estaban dispuestos a todo para
conseguir sus objetivos y los girondinos intentaban usar métodos menos
radicales.
Los primeros meses de la Convención
estuvieron dominados por los girondinos. No obstante, la Convención se fue radicalizando
[1]. En enero de 1793 Luis XVI fue juzgado por la Convención, acusado de
traición a Francia y ejecutado en la guillotina. Su esposa María Antonieta
también lo sería más tarde.
La ejecución del rey de Francia provocó
que la mayoría de las monarquías europeas, para evitar la expansión de la
revolución a sus países, se aliaran a Prusia y Austria en contra de la
República Francesa.
En febrero de 1793, la Convención estaba
perdiendo la guerra contra los monarcas absolutistas y estableció la
conscripción o leva en masa, es decir el servicio militar obligatorio para
todos los franceses.
Como respuesta a la leva en masa los
campesinos de varias regiones francesas se alzaron en armas contra el gobierno
revolucionario comenzando una guerra civil (Guerra de la Vendée).
Ante esta situación que parecía
desesperada los revolucionarios radicales (montañeses) tomaron el poder y el
gobierno pasó a manos del Comité de Salvación Pública, dirigido por
Robespierre.
El
Comité de Salud Pública estableció una dictadura eliminando las libertades
individuales, pues anteponía la salvación de la Revolución al bienestar
individual de los ciudadanos.
Para eliminar la oposición a la Revolución
dentro de Francia el Comité de Salud Pública estableció un sistema represivo
que envió a cientos de miles de sospechosos a la cárcel, ejecutando
públicamente a unas decenas de miles. Esta política fue llamada el Terror.
Junto a la violencia del Estado contra los
ciudadanos el gobierno de Robespierre aprobó leyes pensadas para favorecer a
todos los franceses:
·
La abolición de la esclavitud
·
La Ley del Máximum. Esta norma establecía el precio máximo de productos
de primera necesidad como el pan, y fue promulgada para hacer frente a la
enorme subida de precios que se produjo durante la Revolución Francesa.
Aunque la invasión de las monarquías
europeas fue derrotada por los franceses, la dictadura establecida por el
Comité de Salvación Pública dirigido por los jacobinos radicales (montañeses)
continuó y siguieron las detenciones y las ejecuciones de los sospechosos de
contrarrevolucionarios.
En el golpe de estado de Termidor (julio
de 1794) un grupo de diputados de la Convención detuvo a Robespierre y a los
miembros del Comité de Salud Pública que rápidamente fueron juzgados y
guillotinados. Tras Termidor la represión contra los sospechosos de
contrarrevolucionarios se hizo menos dura.
2.
EL DIRECTORIO (JULIO 1794-1799). LA REPÚBLICA CONSERVADORA DE LA
BURGUESÍA MODERADA
Tras el golpe de estado de Termidor la
burguesía conservadora volvió a tomar el poder. El gobierno pasó a manos de un
gobierno llamado Directorio, formado por cinco personas, e intentó volver a los
principios moderados de la Revolución. Se volvió al sufragio censitario y se
eliminaron las leyes que establecían precios máximos.
Al Directorio se le opusieron tanto los
antiguos privilegiados como los trabajadores urbanos (sans-culottes). Como la
crisis económica continuaba hubo varias revueltas contra el Directorio que
fueron aplastadas por el ejército. Además, Francia seguía en guerra con los
reyes absolutos de Europa.
Ante esta situación, en 1799, Napoleón
Bonaparte, un joven y prestigioso general, dio un golpe de Estado en el mes de
Brumario (noviembre de 1799) e inició un nuevo gobierno, denominado el
Consulado.
EL IMPERIO NAPOLEÓNICO
La Europa napoleónica
Durante el período que va de 1795 a 1815,
toda Europa vivió las consecuencias de la Revolución Francesa. Napoleón
Bonaparte, que llegó a coronarse emperador de Francia y rey de Italia, ocupó
militarmente la mayor parte del continente, con la estrecha colaboración de
liberales y enemigos del Antiguo Régimen de muchos países. Se crearon nuevos
estados y se produjeron importantes transformaciones en todas las sociedades de
los países europeos. Se puede hablar de un antes y un después de la Revolución
Francesa en la historia de nuestro continente.
El régimen del Directorio (1795-1799)
debía eludir un doble peligro: el retorno a la república democrática jacobina y
la reimplantación del Antiguo Régimen. Si el ejército resultaba indispensable
para defender las conquistas revolucionarias del asedio exterior, también lo
iba a ser para estabilizar y dirigir las transformaciones del estado y de la
sociedad francesa. Para poder actuar entre la presión de las masas populares y
las amenazas contrarrevolucionarias internas, se hizo necesario el ejército que
había vencido en Europa. Esta es la significación histórica de Napoleón
Bonaparte, el general más capaz, tanto en el terreno militar como en el político.
El Directorio puso al joven general corso
al mando del ejército de Italia. En pocos meses (1796), conquistó el norte de
Italia e impuso a Austria la Paz de Campoformio, por la que Bélgica quedaba en
poder de Francia. Tras la campaña de Egipto (1798-1799), retornó a París entre
la aclamación de las multitudes. Se apoyó en los sectores moderados del
Directorio, que planeaban otorgar una mayor fuerza al poder ejecutivo, tanto
para organizar la guerra como para controlar mejor la situación interna.
El golpe de estado del dieciocho del mes
Brumario (noviembre de 1799) estableció un poder ejecutivo compuesto por tres
cónsules. Bonaparte fue elegido primer cónsul. La nueva constitución del año
VIII (1799) volvió a conceder el derecho de voto a todos los ciudadanos y los
miembros del Senado eran elegidos entre una lista propuesta por el primer
cónsul. Además, el gobierno tenía la iniciativa legislativa y proponía los
proyectos de ley al cuerpo legislativo.
En la práctica, el Consulado era una
dictadura disfrazada. Los éxitos militares y políticos fortalecieron esta
concentración de poder. En 1802, Napoleón Bonaparte fue nombrado cónsul
vitalicio tras un plebiscito aprobado de forma masiva. Esta nueva situación
quedó reflejada en la constitución del año X (1802). El paso siguiente fue la
constitución del año XII (1804), cuyo primer artículo proclamaba: “El gobierno
de la república es confiado a un emperador que toma el título de Emperador de
los franceses”. El dos de diciembre de 1804, en la catedral de Notre Dame y en
presencia del papa Pío VII, Napoleón I se coronó a sí mismo.
Napoleón introdujo numerosas reformas. El
orden público se restableció con la creación de un Ministerio del Interior y de
una eficaz policía secreta. Se centralizó la Administración, y los departamentos
franceses pasaron a depender de los ministerios, que tenían su sede en París.
Se estableció una importante reforma fiscal, que extendió a toda la ciudadanía
la obligación de pagar impuestos. Se firmó una acuerdo o concordato con la
Santa Sede, que reconoció al nuevo estado francés. En cuanto al sistema
educativo, se introdujo una reforma que extendió el derecho a la educación para
todos los ciudadanos franceses. Se promulgó el nuevo Código de Derecho Civil,
en el que se recogían muchas de las aspiraciones de la burguesía. El Código
Civil se convirtió en el cimiento de una nueva organización política y
administrativa.
Las instituciones de la Revolución
Francesa y del imperio napoleónico fueron aplicadas en los estados vasallos o
aliados. Las constituciones promulgadas en las “repúblicas hermanas” se basaron
en el modelo de la constitución termidoriana de 1795: monarquías limitadas por
la separación de poderes y con un cuerpo legislativo elegido por sufragio
censitario. La sociedad estamental fue abolida oficialmente en toda Europa, y
no volvió a restablecerse al convertirse en una sociedad de clases. Estos
cambios serían mucho más duraderos que las alteraciones de las fronteras.
Las guerras entre Francia y las potencias
europeas fueron constantes entre 1792 y 1815. Francia, como estado, se
enfrentaba a otros estados. Pero Francia, como país abanderado de un proceso
revolucionario, convocaba a los pueblos del mundo para derribar la tiranía de
cada país. Los ejércitos napoleónicos conquistaban, ocupaban y administraban
territorios, pero también liberaban a sus habitantes de las cadenas del Antiguo
Régimen.
Los éxitos militares napoleónicos son
inexplicables si no se tiene en cuenta que las batallas se libraban contra
ejércitos del Antiguo Régimen, y que, en algunos momentos, hasta el cincuenta
por ciento de los soldados napoleónicos no eran franceses. Por todas partes
había afrancesados, filojacobinos, partidarios de una nueva sociedad y de una
nueva política europea liderada por el emperador. Las élites intelectuales
expresaron sus simpatías por Napoleón, a veces de modo tan resonante como
cuando el alemán Beethoven le dedicó una sinfonía: la Heroica. Poetas
ingleses (Blake, Wordsworth, Coleridge), filósofos alemanes (Kant, Herder,
Fichte, Hegel), e intelectuales italianos y españoles simpatizaban con la
revolución y con las conquistas revolucionarias llevadas a cabo por el imperio
napoleónico.
La lista de éxitos militares franceses es
larga: Austerlitz, contra los austriacos y los rusos (1805); Jena, contra los
prusianos (1806); Eylau y Friedland, contra los rusos (1807); Wagram, contra
Austria (1809), etc. El conflicto con Gran Bretaña, que siempre formó parte de
las coaliciones contra Napoleón, obedecía a otras causas. No podía deberse a
las diferencias entre principios políticos, porque Gran Bretaña ya había
limitado el poder de la monarquía y extendido los derechos políticos a los
ciudadanos.
El conflicto francobritánico, que ya
estaba presente antes de la revolución, era de carácter casi exclusivamente
económico. Francia era el principal competidor de Gran Bretaña, tanto en el
control del comercio atlántico y colonial como en el predominio comercial
europeo. Napoleón, en el cenit de su poder, decretó un bloqueo continental
contra Gran Bretaña, que prohibía el comercio con las Islas británicas y
produjo grandes perturbaciones económicas en los dos países.
En 1812, los ejércitos del emperador
ocupaban Europa, desde Andalucía hasta Moscú, y desde el Báltico hasta el
Mediterráneo oriental. Esta prodigiosa empresa militar se apoyaba en una
organización política, interior y exterior, no menos brillante y trascendente.
En los momentos de apogeo del imperio, la
Europa napoleónica estaba configurada por Francia, con sus fronteras ampliadas
hacia el este y el norte, que contaba con 130 departamentos (provincias) y
cuarenta y cuatro millones de habitantes. Además, un complejo sistema de
estados vasallos, administrados por hermanos y parientes de Napoleón, y de
estados aliados, a los que se había impuesto la paz, completaban el mapa del
imperio.
Bélgica, que había sido anexionada en 1795
a la vez que Holanda, se convertía en la República Bátava y, posteriormente, en
un reino gobernado por Luis Bonaparte, quien terminó abdicando. La orilla
izquierda del Rin también fue anexionada, y otro hermano del emperador,
Jerónimo, se ciñó la corona del reino de Westfalia. Una parte de Italia
dependía directamente de la administración imperial: Piamonte (Turín), Liguria
(Génova), Toscana (Florencia) y Roma. En el norte, el reino de Italia estaba
gobernado por un virrey, y el reino vasallo de Nápoles, en el sur, por el
general Murat, casado con una hermana del emperador.
Destronados los Borbones, la corona
española pasó a manos de su hermano José Bonaparte. Dieciséis estados alemanes
formaban inicialmente la Confederación del Rin, de la que Napoleón era el
“protector”. El general Bernadotte ocupaba el trono de Suecia. Los tratados de
Tilsit, con Rusia y Prusia (1807), y el Tratado de Viena, con Austria (1809),
aseguraron la paz durante ese período. De hecho, solo Gran Bretaña escapaba a
esta construcción política a escala europea.
La etapa napoleónica puede ser considerada
como un esfuerzo por extender los ideales de libertad y de progreso a todos los
países de Europa. A este proyecto se oponían los intereses nacionales, los
defensores del Antiguo Régimen y la heterogeneidad de las identidades
culturales de los pueblos de Europa.
Allí donde las estructuras feudales se
encontraban más debilitadas, la imposición de los principios napoleónicos fue
más fácil. Con su sistema se garantizaba el fin del feudalismo, el libre
ejercicio de las actividades comerciales, la libre circulación de bienes y el
pleno derecho a la propiedad privada.
Encontró más dificultades donde las
estructuras del Antiguo Régimen eran más consistentes. Este fue el caso de
España y de Rusia, países cuya ocupación exigió un mayor esfuerzo militar. Fue
en estas dos naciones donde comenzó a gestarse la caída de Napoleón.
La resistencia del pueblo español, desde
la batalla de Bailén (1808) hasta las victorias de Wellington (1812), llevó al
propio emperador a afirmar en sus memorias “esa infortunada guerra de España
fue una verdadera calamidad, la causa primera de las desgracias de Francia”.
Asimismo, la retirada de los seiscientos mil soldados de la Grande Armée
durante la campaña de Rusia de 1812 fue catastrófica.
Una nueva coalición de las potencias
europeas derrotó a los ejércitos imperiales en la batalla de las naciones
(Leipzig, 1813), con lo que los ejércitos aliados se adentraron en suelo
francés. El imperio se desmoronaba. Napoleón fue recluido en la isla de Elba.
La asombrosa aventura de su retorno al poder, el llamado imperio de los cien
días, acabó cuando las tropas inglesas, prusianas, austriacas y rusas lo
derrotaron definitivamente en Waterloo (junio de 1815). Deportado al islote
atlántico de Santa Elena por los británicos, el emperador fallecía el 5 de mayo
de 1821.
La Revolución Francesa fue una revolución
burguesa que tuvo que recurrir a un necesario apoyo popular para poder
enfrentarse a la aristocracia y a la contrarrevolución. En adelante, tanto el
liberalismo burgués como las revoluciones sociales de los siglos XIX y XX
reivindicarán la herencia de la Revolución Francesa.
Liberalismo, revolución social, burguesía,
democracia, dictadura, derechos humanos, libertades individuales, ciudadanos en
lugar de súbditos, etc., son conceptos clave que hunden sus raíces en la
extraordinaria década de 1789 a 1799. Una sociedad transformada disponía de
nuevos instrumentos políticos e intelectuales para organizarse sobre unos
fundamentos económicos y sociales renovados.
Napoleón, por su parte, dejaba escrito,
desde su exilio en Santa Elena: “No creo que, después de mi caída y la
desaparición de mi sistema, haya en Europa otro equilibrio posible que el de la
unión y confederación de los grandes pueblos”. Así es hoy. Las dos guerras
europeas del siglo XX, las más terribles y destructoras de todos los tiempos,
han dado paso a un proceso abierto de acuerdos entre los estados y los pueblos
europeos.
EL CONGRESO DE VIENA Y EL
ABSOLUTISMO, Y LAS REVOLUCIONES LIBERALES O BURGUESAS DE 1820, 1830 Y 1848
LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN
Tras la derrota de Napoleón, las grandes
potencias europeas, dirigidas por las tradicionales dinastías del Antiguo
Régimen, intentaron una vuelta a la situación anterior. Para ello, sus
representantes se reunieron en Viena entre noviembre de 1814 y junio de 1815.
En el llamado Congreso de Viena se aprobaron dos tipos de resoluciones: un
nuevo mapa de Europa y, sobre todo, un sistema político-ideológico, la Santa
Alianza, base de los nuevos regímenes políticos. Pero la Restauración se vería
amenazada pronto por los movimientos revolucionarios de 1820 y 1830.
Al día siguiente de la batalla de
Waterloo, las potencias europeas se dispusieron a reorganizar un mapa de
Europa, cuyos fundamentos políticos y sociales habían sido transformados a
fondo por el imperio napoleónico. Los objetivos principales eran asentar un
orden estable, inspirado en el Antiguo Régimen, y evitar la vuelta de la
revolución.
El reajuste tenía que realizarse con
precaución. La liberación de las cargas feudales a los campesinos y la igualdad
jurídica de los ciudadanos se mantuvieron en los países en los que se había establecido
con más fuerza.
Se tuvo un cuidado especial en no aplicar
medidas excesivamente humillantes a la vencida Francia, nación en la que la
mayoría de la población era partidaria de la revolución y de Napoleón. El
emperador había consolidado en la sociedad francesa la mayor parte de los
avances revolucionarios y la restauración de los Borbones no pudo eliminarlos.
El nuevo monarca francés, Luis XVIII de
Borbón, “otorgó” una constitución con muchos postulados de carácter liberal
moderado, respetó a la nueva nobleza, creada por el imperio, mantuvo el Código
Civil napoleónico, que eran un derecho común para todos los ciudadanos, y ni
siquiera se atrevió a devolver los bienes de la Iglesia y de la antigua
nobleza, que habían sido expropiados en el período revolucionario y ya estaban
en otras manos. Los políticos conservadores más lúcidos procuraban frenar el
progreso hacia el liberalismo y la democracia, pero eran conscientes de que no
se podía impedir que se establecieran a largo plazo.
La cuestión era controlar el proceso, de
modo que se evitaran peligros y sobresaltos revolucionarios. Un pensador de la
época, Tocqueville, se manifestaba así: “ La
Revolución Francesa, que abolió todos los privilegios y destruyó todos los
derechos exclusivos, ha dejado, sin embargo, subsistir uno, el de la propiedad
(…). Muy pronto, la lucha política se entablará entre los que poseen y los que
no poseen. El gran campo de batalla será la propiedad”.
Posteriormente, un gobernante tan
autoritario como el canciller Bismarck razonaba, desde el poder de una Alemania
ya unificada, que “si tiene que haber una revolución, mejor que seamos sus
artífices y no sus víctimas”. De hecho, la Europa que surgió del Congreso de
Viena fue una Europa muy diferente de la anterior a 1789.
En 1815, en Viena, capital del imperio
austriaco, los representantes de las principales monarquías europeas sentaron
las bases territoriales y políticas de la restauración europea, sin olvidar las
ambiciones expansionistas de las grandes potencias. Se reunieron las naciones
vencedoras: Austria, Prusia, Gran Bretaña y Rusia, a las que se sumó la nueva
Francia; también asistieron España, Portugal y Suecia como aliados menores.
Múltiples reuniones, entre los más de doscientos diplomáticos asistentes, acordaron
una serie de resoluciones que iban a condicionar el futuro inmediato de la
política europea.
El imperio austriaco se aseguró una fuerte
influencia en la península italiana, al anexionarse el reino de
Lombardía-Venecia en el norte, y colocar a príncipes austriacos al frente de
los ducados de Parma, Módena y Toscana; también se anexionó el Tirol y las
zonas adriáticas de Iliria y Dalmacia. Se decidió el retorno de la familia de
los Borbones al reino de las Dos Sicilias, en el sur de la actual Italia, y se
confirmó la existencia de los Estados Pontificios en la zona central de la
península. Sobre este mapa se construyó, años mas tarde, la unidad italiana.
Rusia se expandió hacia el oeste: vio
confirmada la posesión de Finlandia y de Besarabia, y la corona del nuevo reino
de Polonia se unió personalmente al zar. Prusia aumentó su territorio con parte
de Sajonia (Brandenburgo), Pomerania y algunas zonas de Renania (Westfalia),
Holanda, Bélgica y Luxemburgo formaron el reino de los Países Bajos: una nueva
nación, totalmente artificial, y en la que el nacionalismo haría acto de
presencia inmediatamente. Suecia se incorporó Noruega y parte de la actual
Finlandia. Dinamarca se anexionó los ducados de Holstein y Lauenburgo.
En Alemania se estableció la Confederación
Germánica, que estaba compuesta por 41 estados diferentes: reinos como Prusia
(una parte de él). Baviera y Sajonia; ducados como Hesse y Baden, y ciudades
libres como Hamburgo, Bremen, Lübeck y Fráncfort. El único órgano común era una
asamblea permanente (Dieta), con sede en la ciudad de Fráncfort, que carecía de
poder de decisión.
Austria y Prusia eran los poderes
dominantes en la nueva organización germana. Junto con Rusia, y con una Gran
Bretaña que se aseguró el dominio de los mares, fueron las naciones más
beneficiadas por el Congreso de Viena.
El Congreso de Viena también estableció
mecanismos para garantizar el nuevo orden político europeo. Las cuatro grandes
potencias que habían derrotado a Napoleón (Austria, Gran Bretaña, Prusia y
Rusia), la Francia de los Borbones restaurados, acordaron reunirse
periódicamente para tratar los asuntos internacionales. Se reunieron en los
congresos de Aquisgrán (1818), Troppau (1820) y Verona (1822).
Por su parte, Austria, Prusia y Rusia
llegaron a un acuerdo, firmado en París en 1815, bautizado como Santa Alianza,
en el que se comprometían a guiarse en su conducta política por principios que
ellos consideraban propios de la religión cristiana. Tanto los distintos
congresos celebrados como la Santa Alianza tenían como objetivo establecer el
derecho de sus miembros a intervenir en cualquier país en el que brotaran
amenazas revolucionarias.
Este sistema de seguridad colectiva estaba
concebido contra cualquier intento de reproducir la revolución que había
sacudido a Europa. Fue denominado sistema Metternich, por ser, en gran parte,
obra de este primer ministro austriaco, quien organizó el Congreso de Viena y
dirigió la política austriaca hasta la Revolución de 1848, en la que se vio
forzado a dimitir.
En Francia, los movimientos sociales y
políticos comenzaron pronto a socavar el orden establecido por la Restauración.
La constitución otorgada por Luis XVIII establecía un sistema bicameral: la
Cámara de los Pares era nombrada por el monarca, mientras que la Cámara de los
Diputados departamentales era elegida por sufragio censitario entre los
contribuyentes varones mayores de 30 años. Pero solo podían ser elegidos los
mayores de cuarenta años que pagaran mil francos de impuestos cada año. A pesar
de estas limitaciones, su composición era cada vez más liberal. Al morir
asesinado el duque de Berry, heredero de Luis XVIII, fue sustituido en el
trono, en 1824, por su hermano Carlos X, de talante más autoritario.
En Gran Bretaña, durante los reinados de
Jorge IV (1820-1830) y Guillermo IV (1830-1837) funcionaba un sistema político
parlamentario en torno a dos partidos, tory y wigh (conservador y
liberal, respectivamente), por lo que el poder del monarca estaba sometido al
Parlamento. Los gobernantes conservadores de Austria, Prusia o Rusia procuraban
reprimir los intentos de promover un sistema que siguiera el modelo británico;
por esta razón, Gran Bretaña no participó en la Santa Alianza.
En Prusia, el estado alemán, más potente,
llevó a cabo una serie de reformas “desde arriba”: quedó abolida la servidumbre
hereditaria de los campesinos, se acabó con los gremios y con los monopolios
señoriales, y se organizó un sistema fiscal moderno.
En Rusia, el zar se manifestaba como un
auténtico contrarrevolucionario y antiliberal. Aunque concedió una constitución
al reino de Polonia, se la negó a Rusia, donde nada se hizo para mejorar la
suerte de los campesinos, que seguían sometidos a la servidumbre como en los
siglos anteriores.
En aquellos países en los que la
Restauración pretendió ser total y absoluta, como fue el caso de la España
gobernada por Fernando VII, la situación era más inestable y condujo
rápidamente a estallidos revolucionarios.
La primera oleada revolucionaria tuvo
lugar en el Mediterráneo: España (1820), Nápoles (1820) y Grecia (1821). El
absolutismo de Fernando VII resultaba inviable en España: el país se encontraba
arruinado, los caudales que llegaban de América se iban reduciendo y el retorno
al Antiguo Régimen y sus privilegios fiscales dificultaba la obtención de nuevos
recursos para el estado. En estas condiciones, las tropas que iban a embarcarse
hacia la América insurrecta se sublevaron en Cádiz al mando del comandante
Riego en enero de 1820. El movimiento fue secundado en diversas ciudades
españolas, en medio de las esperanzas de la burguesía y del júbilo de las
clases populares urbanas. Fernando VII se vio obligado a ceder y tuvo que jurar
la constitución liberal de marzo de 1821 (Constitución de Cádiz).
Los miembros de la Santa Alianza se
alarmaron, sobre todo cuando pareció que el contagio se extendía a otros
países: en julio de 1820 estallaba una revuelta liberal en Nápoles, que adoptó
provisionalmente la constitución española de 1812; en agosto se producía un
movimiento liberal en Portugal; y en marzo del siguiente año, en el Piamonte.
El sistema de los congresos funcionó: las
potencias autorizaron a los austriacos, en Troppau (1820) y Leybach (1821),
para que aplastasen el movimiento liberal napolitano, al a vez que apoyaban a
los partidarios del absolutismo en España. El Congreso de Verona (1822) decretó
la intervención en España, que se encargó a un cuerpo del ejército francés. Los
llamados Cien mil hijos de San Luis entraron por la frontera francesa y
acabaron con el Trienio Liberal (1820-1823), restableciendo a Fernando VII en
el poder absoluto.
Uno de los mayores problemas para la
estabilidad europea era la llamada cuestión de Oriente, provocada por la
debilidad que mostraba el imperio turco ante el despertar de los pueblos de los
Balcanes, sometidos a su dominio, y por los distintos intereses que los países
europeos, como Austria y Rusia, tenían en la zona. Los griegos se levantaron en
armas contra los turcos en 1821, y su lucha despertó las simpatías y el apoyo
de la opinión pública europea. Rusia, que llevaba años enfrentándose a Turquía,
y las potencias occidentales impusieron al sultán la completa independencia de
Grecia (1830). Años antes, en 1815, le habían obligado a reconocer la autonomía
de Serbia.
La ola revolucionaria de 1830, de
orientación liberal, fue mucho más intensa que la de 1820. Se extendió por
Francia, Bélgica, Polonia, Italia y Alemania en demanda de mayor libertad
política o de independencia nacional. En esta ocasión, las masas populares no
estuvieron inactivas.
En Francia, la chispa del movimiento
revolucionario se originó en París y se extendió por Europa, alarmando a los
países guardianes de la Restauración: Austria y Rusia. El rey francés, Carlos
X, de la dinastía de los Borbones, se enfrentaba a un parlamento de mayoría
liberal moderada y dio un giro reaccionario a su política con medidas como la
supresión de la libertad de prensa y la disolución de la recién elegida Cámara
de Diputados. En julio de 1830, el pueblo de Paris se precipitó a la calle y,
atrincherado en barricadas, consiguió derrotar al ejército real.
La oposición política liberal se aprovechó
del levantamiento parision: el monarca Carlos X tuvo que exiliarse. Los
diputados nombraron rey a Luis Felipe de Orleans, hijo del llamado “Felipe
Igualdad”, príncipe que había votado la ejecución de Luis XVI. Francia se dotó
de una constitución más liberal. Luis Felipe, que llevaba chistera en vez de
corona, fue la encarnación de una monarquía burguesa.
En agosto se inició en Bruselas una
revuelta, con contenidos políticos liberales y nacionalistas, contra el dominio
holandés en la que intervinieron tres causas: el catolicismo belga, la economía
más próspera de este país y el diferente idioma. El movimiento se extendió
rápidamente y permitió declarar la independencia de Bélgica; una asamblea
constituyente se encargó de promulgar un texto constitucional, muy liberal para
su tiempo.
En la otra orilla del mar del Norte, Gran
Bretaña promulgaba la Ley de Reforma de 1832, por la que se doblaba el número
de ciudadanos con derecho al voto y a la representación política. Era una
conquista más de los sectores políticos liberales.
En Polonia hubo alzamientos liberales y
nacionalistas a finales de 1830 que, aunque despertaron simpatías en Europa,
fueron duramente reprimidos por las tropas rusas. Lo mismo sucedió en Módena,
Parma, Bolonia y los dominios pontificios, pero la represión austriaca pudo
controlar estas sublevaciones; no obstante, se mantenía vivo el germen de la
futura unificación italiana.
En España, la muerte de Fernando VII
(1833) abrió un período de transformaciones liberales y de guerra civil entre
carlistas (partidarios de Carlos María Isidro, hermano del rey) y liberales
moderados, que apoyaban a la hija de Fernando, Isabel II, que era todavía una
niña.
El mapa de Europa diseñado por el Congreso
de Viena se vio alterado por la independencia de Bélgica. Alrededor del mar del
Norte, en Francia, Gran Bretaña y Bélgica, había sistemas políticos similares,
con instituciones liberales y parlamentarias representativas de los intereses
de la burguesía, salvaguardados por la limitación de los derechos políticos y
electorales. Esta situación no era muy diferente a la que existía en las etapas
moderadas de la Revolución Francesa (1791) o de la estabilización napoleónica.
El liberalismo avanzaba lentamente en Europa occidental, mientras que el
inmovilismo y la represión seguían negando la libertad en la Europa oriental
(Austria, Prusia, Rusia).
Quince años después de que el Congreso de
Viena estableciera un nuevo escenario político e internacional había en Europa
nuevos estados (Grecia, Bélgica) y se habían liberalizados los sistemas
políticos de algunos países. Al otro lado del océano, entre tanto, se
independizaban la mayor parte de las colonias de España y Portugal.
LA REVOLUCIÓN DE 1848
Los avances del liberalismo y del
nacionalismo confluyeron en un movimiento revolucionario de dimensión europea.
En Francia se recuperó el sufragio universal y fue proclamada la Segunda
República. Las clases trabajadoras formularon proyectos y programas políticos
propios.
Las revoluciones que se produjeron en
Europa durante 1848 se conocen como la “Primavera de los pueblos”. Las
esperanzas en los avances del liberalismo y las aspiraciones nacionales iban
ganando influencia en la opinión pública. Por otra parte, el desarrollo de las
primeras etapas de la industrialización en el continente incrementaba el
malestar social. Estos factores confluyeron en la explosión revolucionaria de
1848 y explican las características de una revolución que se propagó por Europa
con una rapidez inusitada.
En pocas semanas no fueron capaces de
mantenerse en pie los gobiernos de Francia, de los estados alemanes e
italianos, ni del imperio austriaco. Toda Europa fue sacudida por movimientos
revolucionarios, de carácter democrático radical, con la excepción de Gran
Bretaña y Bélgica, que ya disponían de unas formas políticas más avanzadas, y
de la atrasada Rusia, donde los sectores liberales radicales no tenían fuerza
suficiente.
Las casusas que explican la magnitud del
movimiento son múltiples y comunes a las sociedades europeas. En los años
anteriores a las revoluciones de 1848, las dificultades económicas produjeron
efectos similares en el conjunto de Europa. Una enfermedad de la patata,
alimento básico para la mayoría de la población, ocasionó catástrofes como la
de Irlanda, que pasó de 8‘5 millones de habitantes en 1845 a 6 millones en
1850. Las cosechas de cereales de los años 1845-1847 fueron muy escasas, lo que
repercutió en el elevado aumento de los precios de los productos más
necesarios. La crisis se trasladó a la industria, por la población tenía menos
capacidad para comprar productos manufacturados. Esta crisis económica
generalizada no fue la única causa de la revolución, pero creó un malestar que
reforzó la idea de que la sociedad estaba mal organizada y mal administrada, lo
que añadía motivos para la insurrección y la acción revolucionaria.
En 1848 fue derrocada la monarquía en
Francia y se proclamó, de nuevo, una república. La monarquía que se había
impuesto tras la Revolución de 1830, encarnada en la figura de Luis Felipe de
Orleans, era cada día más impopular, a la vez que la oposición defendía la
ampliación del sistema electoral. Cuando el gobierno prohibió una reunión
política organizada por los sectores radicales, saltó la chispa que desencadenó
las jornadas de los días 22, 23 y 24 de febrero de 1848. La escalada de la
protesta se extendió desde las manifestaciones y los enfrentamientos con el
ejército en centenares de barricadas, hasta el asalto del Palacio Real, que
provocó la abdicación y la huida del rey a Gran Bretaña.
Un gobierno provisional tomó el poder: se
proclamó la Segunda República Francesa y se convocó la elección de una Asamblea
Nacional Constituyente. Se aprobaron leyes que establecían el sufragio
universal masculino, la libertad de prensa, la abolición de la pena de muerte y
la supresión de la esclavitud en las colonias, al mismo tiempo que se tomaban
medidas para paliar los efectos del paro.
Con la implantación del sufragio universal
masculino, los electores pasaron de ser 250.000 a alcanzar un número cercano a
los ocho millones. La mayoría de los diputados elegidos eran republicanos
moderados; a su derecha se situaban los orleanistas, y a su izquierda, los
demócratas radicales y los primeros socialistas, que representaban a los
sectores populares. El pueblo parisino manifestaba su orgullo, recordando la
semejanza que los acontecimientos tenían con la revolución de 1789.
La lucha por el sufragio universal era uno
de los principales motivos de la participación política de las masas populares.
La confianza en que el ejercicio del voto llevara consigo transformaciones que
mejoraran las condiciones de vida de los ciudadanos constituía el móvil
fundamental. Cuando el 21 de junio el gobierno decretó el cierro de los
talleres nacionales, que daban trabajo a 120.000 parados, se produjo el segundo
acto de la revolución parisina de 1848.
Los trabajadores respondieron al cierre
con una insurrección que duró tres días (del 23 al 26 de junio) y que fue aplastada
sangrientamente. Más de 500 trabajadores perdieron la vida en los combates
callejeros; 12.000 fueron detenidos, y 4.500, deportados a Argelia. Las clases
medias y trabajadoras, que habían actuado conjuntamente hasta entonces, se
separaban políticamente.
En diciembre de 1848 fue elegido por
sufragio universal masculino, como presidente de la república, Luis Napoleón
Bonaparte, sobrino del desaparecido y añorado emperador. Tras un golpe de
estado, dirigido por el propio Luis Napoleón en 1852, se proclamó el Segundo
Imperio Francés, y Luis Napoleón se convirtió en el nuevo emperador de los
franceses con el nombre de Napoleón III.
Mientras en París se producían los hechos
revolucionarios de febrero y julio de 1848, la ola revolucionaria se extendió
por toda Europa: hubo un levantamiento en Múnich, manifestaciones obreras en
Colonia, agitaciones en Berlín y Fráncfort, movimientos nacionalistas en
Hungría y en Praga, combates callejeros en Viena, un gran estallido
revolucionario en Milán, la proclamación de la república en Venecia, la
constitución de la primera asamblea nacional en Rumanía, etc. Todos estos
acontecimientos eran simultáneos y provocaban la preocupación y el asombro de
los gobernantes europeos.
La segunda capital de la Revolución de
1848 fue Viena. La agitación de los estudiantes y de las clases populares
consiguió la destitución de Metternich, quien regía los destinos del imperio
desde hacía más de cuarenta años. Los austriacos abolieron las prestaciones
personales de los siervos y constituyeron, por primera vez, una monarquía
parlamentaria y constitucional. Fernando I abdicó y su sucesor, el emperador
Francisco José I, inició uno de los reinados más largos del siglo, que duró
desde 1848 hasta 1916.
Los pueblos eslavos (checos, eslovacos,
servios), los húngaros y los reinos italianos del norte dirigieron su actividad
revolucionaria contra el dominio austriaco. La actitud del nuevo parlamento
austriaco hacia estas zonas siguió caracterizándose por su autoritarismo, como
cuando el ejército aplastó brutalmente el levantamiento nacionalista en Praga o
se puso fin a un breve período de autonomía, concedido en 1848, a Hungría. El
imperio austrohúngaro seguiría dominando sobre una variedad de pueblos
centroeuropeos y balcánicos hasta el final de la Primera Guerra Mundial.
Los patriotas italianos también se
levantaron contra el dominio austriaco. La primavera de 1858 vio cómo se
proclamaban constituciones, de carácter liberal, en Nápoles, Toscana, Piamonte,
los Estados Pontificios, Venecia, etc. El rey de Piamonte, Carlos Alberto,
encabezó un primer proceso de unificación italiana, pero Austria consiguió
imponerse en el terreno militar. La derrota de los nacionalistas italianos
frenó durante dos décadas las libertades políticas y el camino hacia su unidad nacional.
Una frustración similar se produjo en
Alemania. La mayor parte de los estados establecieron una constitución y
adoptaron medidas liberalizadoras, mientras se daban los primeros pasos para
constituir una asamblea nacional alemana. Esta consiguió reunirse en Fráncfort
y convocó elecciones por sufragio universal para elegir un parlamento que debía
elaborar una constitución federal para el conjunto de Alemania. En mayor de
1848 ya estaban elegidos los 585 diputados y el proceso constituyente estaba en
marcha.
Austria y Prusia mostraban su desconfianza
por estos proyectos de los nacionalistas liberales alemanes. El parlamento de
Fráncfort ofreció la corona a Federico Guillermo de Prusia, quien pensaba que
una corona era algo demasiado sagrado como para recibirla de un parlamento. En
1849 se negó a aceptar la constitución aprobada en Fráncfort, terminando así
las esperanzas de una Alemania constitucional y unificada. El nuevo parlamento,
finalmente, se disolvió.
Las revoluciones de 1848 terminaron con la
misma rapidez con la que habían comenzado. Aparentemente, los levantamientos
parecían haber fracasado, pero se consiguieron algunos logros de importancia.
Se liquidó el feudalismo en aquellos países en los que seguía vigente, con la
excepción de la Rusia zarista. La mayor parte de Europa había establecido
regímenes parlamentarios con constituciones moderadas y sistemas electorales
censitarios, que reservaban los derechos políticos a los propietarios, aunque
en Francia se mantuvo la conquista del sufragio universal masculino.
Se puede afirmar que los objetivos
perseguidos desde la Revolución Francesa se fueron adquiriendo por etapas: la
Restauración ya había mantenido algunas conquistas revolucionarias en
determinados países, las revoluciones de 1830 ampliaron las concesiones a los
partidarios de las ideas liberales, y las de 1848 las completaron, culminando
el desarrollo de las revoluciones burguesas que se habían iniciado en 1789.
Quienes resultaron derrotados en 1848
fueron las fuerzas sociales que trataban de llevar las transformaciones más
allá de lo que era conveniente para las clases burguesas: eran los obreros, los
artesanos, los trabajadores y las clases populares, que, a partir de aquel
momento, participarían en los procesos de cambio social y político frente a la
burguesía dominante y contra los propios estados liberales que ellos mismos
habían contribuido a crear.
EL NACIONALISMO: UNIFICACIONES DE
ITALIA Y ALEMANIA
Junto con las revoluciones liberales se
produjo en le escenario europeo el nacimiento de los nacionalismos. Esta idea
nacional fue la causa de procesos políticos que condujeron al nacimiento de
Alemania e Italia como países nuevos y unificados. Asimismo, se inició un largo
conflicto en los Balcanes que ha perdurado hasta nuestros días.
La derrota de los movimientos
revolucionarios de 1848 acabó con las organizaciones democráticas y
nacionalistas de muchos pueblos de Europa. Pero las aspiraciones que las habían
provocado siguieron dominando la política europea. El nacionalismo, el
liberalismo y el socialismo fueron los grandes motores ideológicos y políticos
del siglo XIX.
El nacionalismo renació con fuerza en los
años siguientes a 1848. Había dos situaciones diferentes, por un lado, los
numerosos estados alemanes e italianos, que formaban parte de realidades
nacionales más amplias. Los nacionalistas de estos países deseaban la unificación
en un estado común. Por otro lado, los pueblos que se encontraban sometidos a
la dominación extranjera: los polacos estaban gobernados por los rusos; los
pueblos eslavos, magiares y zonas del norte de la península italiana dependían
del imperio austrohúngaro; el imperio otomano ejercía su autoridad sobre un
conjunto de pueblos balcánicos: rumanos, búlgaros, servios, bosnios,
macedonios, albaneses, etc. En estos pueblos, los objetivos de los
nacionalistas eran la emancipación y la creación de su propio estado. Pero esta
situación no se desbloqueó hasta la Primera Guerra Mundial. Entre 1850 y 1870,
los logros más notables del nacionalismo europeo fueron las unificaciones de
Alemania e Italia.
El sentimiento nacional alemán hunde sus
raíces en la época de la Ilustración y en el romanticismo nostálgico del pasado
imperial alemán, durante la Edad Media. Ese sentimiento se vio potenciado
durante la Revolución Francesa y constituyó el principal motor de los
acontecimientos de 1848 en el mundo germánico. La Confederación de Estados
Alemanes estaba sometida a la influencia del reino de Prusia, en el norte, y a
la presencia de Austria, en el sur, con la particularidad de que el imperio
austrohúngaro extendía su dominio sobre un conjunto de pueblos y culturas no
germánicos en los Balcanes y el norte de Italia.
El movimiento nacionalista alemán se
planteaba la disyuntiva de edificar una Gran Alemania, que incluyera Austria, o
dirigir sus esfuerzos hacia la creación de una Pequeña Alemania liderada por
Prusia. El reino prusiano fue quien tomó la dirección del proceso de
unificación, que acabaría excluyendo a Austria. En 1861 comenzó a reinar en
Prusia Guillermo I y en 1862 accedió a la cancillería Otto von Bismarck
(1815-1898), político conservador que ya había representado a los prusianos en
el Parlamento de Fráncfort de 1848 y que fue el gran forjador de la unidad
alemana.
Prusia estaba muy desarrollada
económicamente y, desde 1834, había establecido una unión aduanera con los
estados alemanes del norte (Zollverein) para crear una zona de libre mercado
que facilitase la circulación de personas y mercancías. También disponía del
mejor ejército de Europa. Tres conflictos bélicos, contra Dinamarca, Austria y
Francia, breves y localizados, jalonaron el camino hacia la unidad alemana.
Los ducados de Schleswig y Holstein,
culturalmente alemanes, pertenecían a la corona danesa, y su población era
partidaria de la anexión a la Confederación Germánica. Prusia, conjuntamente
con Austria, declaró la guerra a Dinamarca y, en 1864, ambas potencias se
repartieron estos territorios del norte. En 1866 se produjo una grave tensión
entre Austria y Prusia a causa de los problemas surgidos por la administración
de los mencionados ducados. Cuando Bismarck ordenó que las tropas prusianas entraran
en Holstein, zona gobernada por Austria, estalló la guerra. El conflicto
militar se liquidó en pocas semanas, al ser vencidos los austriacos en Sadowa.
La gran potencia prusiana controlaba toda la Alemania del norte y mostraba su
superioridad política y militar sobre Austria.
Un tratado suscrito en 1867 por Prusia y
21 estados alemanes formó la Confederación de la Alemania del Norte; una
constitución inspirada por Bismarck establecía dos cámaras: un Bundesrat
(Consejo), que representaba a los estados federados, y un Reichstag
(Parlamento), cuyos diputados eran elegidos por sufragio universal masculino.
Solo quedaba incorporar los estados alemanes del sur, para lo cual fue
necesaria la excusa de un enfrentamiento con la Francia imperial de Napoleón III.
El ejército francés fue derrotado en las
batallas de Sedán y Metz (1870). Las tropas alemanas llegaron a las
inmediaciones de París, y fue en Versalles donde quedó proclamado, en 1871, el
Imperio alemán. Los estados alemanes del sur, que habían sido ocupados por el
ejército prusiano, entraron en la Confederación y todos aceptaron la
proclamación de Guillermo I como emperador del Segundo Reich. En Francia, por
el contrario, se hundía el Segundo Imperio y se proclamaba la Tercera
República.
El Risorgimento es el proceso de
afirmación cultural y política que condujo a la unificación y a la creación de
un nuevo estado liberal en Italia. La voluntad unitaria había surgido durante
la conquista por los ejércitos napoleónicos, y se manifestó con gran fuerza en
la revolución de 1848. La unificación italiana se llevó a cabo entre 1859 y
1870, en los mimos años en que se edificaba la nueva nación alemana.
Los italianos eran partidarios de la
unificación, pero no estaban de acuerdo en el tipo de unidad al que querían
llegar. Los sectores más conservadores, grandes industriales, burgueses o
nobles, como Cavour, pensaban en una federación de estados, presidida por el
papado. Las clases populares, junto a patriotas como Mazzini y Garibaldi, eran
partidarios de una república democrática.
Al igual que en Alemania, fue necesario un
reino que se pusiera al frente del proceso de unificación, ya que se
necesitaban apoyos internacionales, pues había que enfrentarse al poder
austriaco. El motor de la unidad fue el reino de Piamonte-Cerdeña. Víctor
Manuel II, rey desde 1849, y su primer ministro, Camilo Benso, conde de Cavour,
dirigieron el proceso. El reino de Piamonte-Cerdeña era una monarquía
constitucional, y el único estado italiano que mantuvo instituciones liberales
después de la represión de la revolución de1848. El norte piamontés, organizado
en torno a la capital de Turín, era el territorio italiano más desarrollado
económicamente.
El Segundo Imperio Francés proporcionó un
importante apoyo diplomático a la política piamontesa. En julio de 1858,
Napoleón III se entrevistó con Cavour y le prometió el apoyo de Francia contra
Austria. Los levantamientos contra el dominio austriaco en Milán y Florencia
ayudaron a que tropas piamontesas y francesas derrotaran al ejército austriaco
en las batallas de Magenta (1858) y Solferino (1859). Milán y Lombardía fueron
incorporadas al reino de Piamonte. Módena, Parma y Toscana derribaron sus
regímenes absolutistas y votaron su anexión a Piamonte-Cerdeña; también se votó
a favor en una gran parte de los Estados de la Iglesia (1860). La Italia del
norte quedaba unida así bajo la dirección de la monarquía de Víctor Manuel II.
El paso siguiente fue la incorporación del
sur de la península y de Sicilia. La romántica y aventurera expedición de los
camisas rojas de Garibaldi tomó en 1860 Nápoles, y el Reino de las Dos
Sicilias, que seguía gobernado por la dinastía de los Borbones, se unió al del
Piamonte. Un parlamente, compuesto por diputados elegidos de todos los
territorios anexionados, se reunió en Turín (1861) y proclamó rey de Italia a
Víctor Manuel II. Venecia se incorporó a Italia aprovechando la derrota
austriaca frente a los prusianos en 1866. Quedada el problema de los
territorios del papado. En 1870, el ejército italiano ocupó la Roma papal y
estableció allí la capital del reino de Italia. El papa Pío IX se negó a
aceptar los hechos, se declaró prisionero y excomulgó a Víctor Manuel II:
comenzaba un conflicto entre el Vaticano y el nuevo estado italiano que no se
solucionaría hasta 1929.
Los pueblos eslavos de los Balcanes
también participaron en la oleada nacionalista del siglo XIX contra Austria en
el norte y frente a Turquía en el resto de la península balcánica. En 1830, el
imperio turco otomano extendía su dominio hasta la frontera de Austria, y
Grecia había conseguido la independencia; pero todos los pueblos eslavos eran
súbditos de un imperio que se estaba desintegrando.
Servia protagonizó frecuentes y
sangrientos levantamientos contra los turcos, y siempre intentó desempeñar en
el mundo eslavo un papel similar al de Piamonte o Prusia en las unidades
italiana y alemana. Rusia era la gran potencia eslava y se consideraba
protectora natural de los pueblos eslavos del sur, tanto por razones étnicas
como por razones religiosas, ya que era el centro del cristianismo ortodoxo.
Por otro lado, Austria, Francia y Gran Bretaña
se oponían al expansionismo ruso y a su preponderancia en los Balcanes. Esta
situación explica la guerra de Crimea (1853-1856), el único conflicto bélico
que enfrentó a las principales potencias europeas entre 1815 y 1914. En 1853
empezaron las hostilidades entre Rusia y Turquía. Para frenar las aspiraciones
rusas, Francia y Gran Bretaña atacaron la base naval rusa de Sebastopol, en
Crimea, mientras Austria ocupaba territorios en la desembocadura del Danubio.
Rusia se vio obligada a renunciar a sus propósitos.
Las grandes potencias se reunieron de
nuevo. El tratado de paz de París (1856) reconocía, de hecho, la independencia
de Rumanía y de Servia. El dominio austriaco sobre los pueblos eslavos del
norte (eslovenos, croatas) y el control otomano del sur de los Balcanes
(Bosnia, Herzegovina, Montenegro, Albania) siguieron alimentando un conflicto
que se definió como la cuestión de Oriente.
LA INDEPENDENCIA DE LAS COLONIAS HISPANOAMERICANAS
Entre 1820 y 1825, la mayor parte del
imperio colonial español en le continente americano se independizó de la
metrópoli. Solamente Cuba y Puerto Rico continuaron siendo colonias españolas
hasta 1898. La situación que propició los primeros movimientos independentistas
fue la ocupación de España y de Portugal por las tropas del imperio
napoleónico. A partir de 1814, tras el intento de la monarquía restaurada en la
figura de Fernando VII de recuperar la situación anterior, se produjo un imparable
proceso emancipador, que dio origen al nacimiento de los actuales países
llamados latinoamericanos.
En el proceso independentista
latinoamericano influyeron el ejemplo de la independencia de Estados Unidos,
las nuevas ideas de libertad contrarias al ordenamiento del Antiguo Régimen, la
modernización que afectó a toda Europa en el período del imperio napoleónico y
el vacío de poder que se produjo durante la ocupación francesa de la Península
ibérica. A todo ello se unía la debilidad política y militar de España a partir
de 1814.
La iniciativa en los procesos
emancipadores fue de los criollos, que eran hijos o descendientes de españoles
y portugueses. Había zonas, como la del Río de la Plata, donde la población era
casi exclusivamente criolla o blanca; en otras, como en Perú y México, era
mayoritaria la población indígena, mientras en el Caribe o en Brasil,
predominaban los esclavos negros de procedencia africana y los criollos de
origen peninsular. Los dirigentes de la economía y de la política de estas sociedades
eran siempre criollos. Estas diferencias condicionaron las características del
proceso de liberación de los pueblos latinoamericanos, así como su desarrollo
posterior.
En las sociedades coloniales habían
surgido movimientos de protesta desde la época de la conquista. En la segunda
mitad del siglo XVIII, los conflictos eran más frecuentes allí donde las
poblaciones y las culturas indígenas estaban más asentadas. Los campesinos se
rebelaban contra la dominación de los peninsulares y de los criollos, y contra
los aumentos de la presión fiscal. Su aspiración era sustituir el orden
colonial, que consideraban injusto.
La ocupación napoleónica de España y de
Portugal propició los primeros movimientos independentistas en América Latina.
El vacío de poder creado por el traslado de la familia real española a Francia
provocó allí la misma reacción que se había producido en España: la creación de
juntas de gobierno.
En Buenos Aires se constituyó una junta en
mayo de 1810, formada por patricios locales, que intentó sin éxito extender su
influencia hacia el interior. En 1811, Artigas se puso al frente del gobierno
en Uruguay y Rodríguez de Francia en Paraguay, proclamando una doble
independencia: de España y de la Junta de Buenos Aires. En Chile, con menos problemas
de integración racial y social, el independentista O’Higgins se puso al frente
de una junta de gobierno.
Estos procesos se repitieron en las
principales ciudades; de esta forma, los criollos iniciaban una primera
experiencia de autogobierno. En 1811 se reunió en Caracas un Congreso de
Notables, que proclamó la independencia y adoptó una constitución federal,
destacando en este hecho el líder independentista Simón Bolívar. Otra capital
virreinal, Santa Fe de Bogotá, rompía también los lazos con la metrópoli y
convocaba un congreso nacional en los territorios de Nueva Granada.
En muchos casos, las nuevas juntas
depusieron a las autoridades coloniales, introdujeron reformas fiscales y
abrieron los puertos al comercio mundial, todo lo cual comenzaba a romper, en
la práctica, su dependencia de un estado español que, hasta 1814, no pudo tener
capacidad de respuesta alguna.
En México, los primeros movimientos
independentistas tuvieron como protagonistas a los campesinos, dirigidos por
los sacerdotes Miguel Hidalgo y José María Morelos. Aunque se proclamó la
independencia en 1813, las clases acomodadas criollas y el ejército español
liquidaron la revuelta y ejecutaron a sus dirigentes.
Entre 1814 y 1816, con Fernando VII
restaurado en el trono de España y con una Europa vigilada por la Santa
Alianza, la revolución americana sufrió un importante retroceso; Simón Bolívar
tuvo que refugiarse en Haití.
Los esfuerzos por conseguir la
independencia no habían desaparecido. La revolución española de 1820 provocó la
suspensión del envío hacia América de la expedición militar que debía someter
las constantes insurrecciones. Con el restablecimiento de la constitución de
1812, los criollos americanos podían mandar a sus representantes a las Cortes;
pero era ya demasiado tarde para soluciones pactadas con los movimientos
independentistas.
El foco argentino del Río de la Plata se
había mantenido prácticamente independiente. De allí salió la expedición
militar de José de San Martín en dirección a Chile, donde derrotó a las tropas
españolas y tomó la capital, Santiago. San Martín, general en jefe del ejército
de los Andes, contribuiría decisivamente con su esfuerzo militar y político a
la independencia de Argentina (1816), Chile (1818) y Perú (1821).
El golpe decisivo contra el imperio
español fue precisamente el ataque de argentinos y chilenos al virreinato del
Perú. A la vez que surgían pronunciamientos en favor de la independencia en las
principales ciudades, el ejército independentista avanzaba. El virrey español
tuvo que abandonar Lima y, en 1821, se proclamó la independencia peruana,
aunque las tropas realistas siguieron controlando parte del virreinato hasta
1824.
Simón Bolívar, conocido también como El
Liberador, entró con sus tropas en Santa Fe de Bogotá. En 1821, tras la batalla
de Carabobo, ocupó Caracas, y Venezuela alcanzó la independencia. A
continuación, decidió dirigir la guerra hacia Quito y Ecuador.
La derrota del ejército español en
Ayacucho (Perú), en 1824, selló el final de la dependencia española y el nacimiento
de las nuevas naciones americanas.
La delimitación de las nuevas naciones era
inicialmente incierta. Bolívar pensaba en una Gran Colombia que reuniera las
actuales Venezuela, Colombia y Bolivia y, para una segunda fase, en una
federación de estados americanos hispánicos, similar a la que estaban
construyendo los Estados Unidos.
México siguió un camino diferente, pues su
presidente, Agustín de Iturbide, no tenía nada de liberal; convirtió México en
un imperio independiente (1821), con el apoyo de la jerarquía eclesiástica, del
ejército y de las clases criollas más ricas. En 1823, las Provincias Unidas de
América Central (Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua) se
declararon “libres e independientes de la antigua España, de México y de
cualquier otra provincia, tanto del antiguo como del nuevo mundo”.
Brasil fue un caso particular: la familia
real portuguesa residía en la colonia desde que, en 1807, salió de Portugal con
la corte, el tesoro y hasta con la biblioteca. El rey don Juan no regresó a
Portugal tras la derrota de los invasores franceses en 1815, sino que elevó
Brasil a la condición de reino, en pie de igualdad con Portugal. Don Juan
marchó a Lisboa en 1821 y, un año más tarde, su hijo Pedro I, que había quedado
en Brasil como regente, se coronó como emperador de Brasil en Río de Janeiro
separándose definitivamente de la metrópoli. El imperio brasileño perduró hasta
1889, año en que Pedro II abdicó y se marchó a Portugal. Se constituyó entonces
la República Federal Brasileña.
En los años posteriores fracasó la utopía
bolivariana de una América hispana federada en un sistema de naciones amigas.
Los nuevos países siguieron trayectorias muy distintas. También se frustraron
las esperanzas de algunos sectores de crear sociedades libres, dotadas de
sistemas políticos liberales avanzados.
Los criollos concentraron el poder
económico y el poder político, no se cumplieron las promesas hechas a los
indígenas que habían luchado por la independencia, ni se concedió, por lo
general, la libertad a los esclavos negros. Por ello, Bolívar escribía en 1830
al Congreso colombiano: “La independencia es el único bien que hemos adquirido,
a costa de los demás”.
[1]Radicalizar: Volverse extrema una opinión u opción política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario