martes, 18 de agosto de 2020

Textos tutoría

Jóvenes secuestrados

Inma Lucas 01/07/2021

Dos jóvenes que estaban aislados, cumpliendo cuarentena por coronavirus en Mallorca, se escapan del hotel. Da igual que haya más de 1.500 contagios en la isla por las megafiestas que se han corrido muchos adolescentes. Dan igual las 70.000 muertes que ha ocasionado la pandemia, el agotamiento de la sanidad pública, la pérdida de familiares, todo parece dar igual cuando se es joven porque uno piensa que no le va a tocar. Pero lo realmente grave no es la inconsciencia juvenil, que hasta se entiende tras el año y medio que llevan sin poder socializar como necesitan. De hecho, como necesita cualquier persona, díganselo si no a los abuelos que viven solos y se van apagando de pena al ver una vida acabada mientras los suyos están en la lucha cotidiana de salir adelante en circunstancias muy duras, de mantener distancias, de esperar a estar vacunados para poder reencontrarse.

Por suerte la vacunación marcha bien, pero estos jóvenes que se van de viaje de fin de curso sin guardar las prevenciones obligadas, e incluso sin vacunar, nos ponen en riesgo a todos. Y a estas alturas de la película uno no está para muchas tonterías, cuando escuchas declaraciones que hablan de que sus hijos están secuestrados piensas en lo poco que tocan de pies en el suelo. A los padres de estos niños que han podido recibir educación, cabría pasearlos por algunos barrios para que vieran que sus hijos han disfrutado de un lujo que otros no tienen, que a su edad ya están trabajando para ayudar a su familia o que sólo les alcanza para una comida al día.

A lo largo de estos meses he pensado insistentemente en la ausencia de responsabilidad colectiva. Es un problema de educación, como la empatía de la que ahora tanto se habla en política, que más que hacer política parece que nos estén dando un curso acelerado de autoayuda o coaching. Preocupa, y mucho, el escaso grado de responsabilidad colectiva que se respira entre los contagiados por covid tras irse de vacaciones de fin de curso, irse de fiesta sin mascarilla,  saltándose a la torera todos los protocolos, y preocupa aún más que algunos de los progenitores lo único que sean capaces de argüir es que sus hijos están secuestrados. Sus hijos son su responsabilidad, sus hijos se han ido de fiesta poniendo en riesgo su salud y la de los demás y tienen el santo valor de decir que sus hijos están ¿secuestrados? Faltaría más. Estos padres se lo deben hacer mirar y mucho porque lo que transmiten es una falta de responsabilidad absoluta ante los actos que sus queridos hijos han protagonizado. 

 

Cierto que el juzgado de lo Contencioso número 3 de Palma ha tumbado la medida del confinamiento forzoso dictada por el Gobierno balear sobre 181 de esos jóvenes que estaban retenidos en el hotel pese a haber dado negativo o no haberse sometido al test pertinente. El juzgado mantiene confinados solo a los jóvenes que ha dado positivo. Una muestra más del difícil equilibrio entre el respeto a la libertad y la prevención sanitaria que ya hemos vivido a lo largo de estos duros meses de pandemia.

 

El reflejo de la sociedad

En cualquier caso, y al margen de este debate fundamental, no cabe ignorar, ni orillar un asunto evidente. Los hijos, en este caso esta muchachada que aterrizó en Mallorca para festejar el fin de los exámenes, realmente no son el problema. Son, y así hay que decirlo, el espejo de sus padres, de la sociedad, de la escuela, de todo tipo de influencias, en especial la que han vivido en sus casas. No siempre el adulto está capacitado para asumir el nivel de responsabilidad que le corresponde asumir. Ansían los valores del esfuerzo y del respeto en esta sociedad aunque piensan que pueden tenerlo todo porque son merecedores de ello. Precisamente esos que quieren tenerlo todo y que lo tienen son los primeros que se saltan las normas, luego nos llevamos las manos a la cabeza y decimos, pero cómo ha podido pasar esto y lo otro. Porque hemos educado en la inconsciencia, sin ser conscientes de ello porque todos queremos lo mejor para los nuestros, pero también ahí, en la sobreprotección nos equivocamos, porque por diferentes motivos –unos más justificados que otros- no siempre hemos estado presentes en el desarrollo de su vida, no les hemos acompañado en su camino de vida, han tenido la indiferencia por respuesta y la concesión de todos los caprichos pensando que ello suplía otras carencias. Error.

 

Educar es probablemente un trabajo complicado. El considerarlo banal o rutinario deriva y conforma a una sociedad. Podemos extrapolar la inconsciencia de estos jóvenes de Mallorca a la de buena parte de la clase política de nuestros días, apoteosis de la irresponsabilidad. Puede sonar excesivo pero a muchos de esos estudiantes les invitaba a fregar suelos unos cuantos días por las UCI de muchos hospitales o por las plantas en las que adolescentes oncológicos luchan por sobrevivir. La empatía también se trabaja. Cuídense.

¿Los pianistas nacen o se hacen?, por Robert Skidelsky

| 31 de enero, 2013

 

LONDRES – El editor del periódico The Guardian, Alan Rusbridger, ha escrito un libro acerca de cómo él decidió tocar el piano 20 minutos al día. Dieciocho meses más tarde, tocó la terriblemente difícil Balada No. 1 en sol menor de Chopin frente a una audiencia de amigos que lo admiraron. ¿Podría cualquier persona haber hecho esto?, ¿o, se requiere de un talento especial?

 

El debate sobre si “se nace o se hace” ha existido desde ya hace mucho tiempo. Se encuentra sin resolver porque la pregunta científica siempre se ha enredado con temas políticos. En términos generales, aquellos que enfatizaban las capacidades innatas fueron políticos conservadores; aquellos que hacían hincapié en las capacidades desarrolladas mediante la crianza fueron políticos radicales.

 

El filósofo del siglo XIX John Stuart Mill pertenecía a la escuela de “cualquiera puede hacerlo”. Estaba convencido de que sus logros no se debían de ninguna manera a una herencia superior: cualquier persona con “salud e inteligencia normales”, quien hubiese sido sometido al sistema educativo de su padre – que incluyó aprender griego a la edad de tres años – podría haberse convertido en John Stuart Mill.

 

Mill fue parte del ataque liberal al privilegio aristocrático durante su siglo: los logros eran el resultado de la oportunidad, no del nacimiento. La práctica de las facultades (la educación) desencadena un potencial que de otra manera permanecería dormido.

 

Charles Darwin aparentemente anuló esta visión optimista de los posibles efectos beneficiosos de la crianza. Las especies evolucionan, dijo Darwin, a través de la “selección natural” – la selección al azar, a través de la competencia, de las características biológicas favorables para la supervivencia en un mundo de recursos escasos. Herbert Spencer utilizó la frase “la supervivencia del más apto” para explicar cómo las sociedades evolucionan.

 

Los darwinistas sociales interpretaron la selección natural en el sentido de que cualquier esfuerzo humanitario para mejorar la condición de los pobres impediría el progreso de la raza humana al cargarla con demasiados zánganos. La sociedad gastaría sus escasos recursos en perdedores en vez de ganadores. Se ajustaba a la ideología de un tipo de capitalismo que se adscribía a la lucha sangrienta con “con uñas y dientes”.

 

De hecho, el darwinismo social proporcionó una justificación seudocientífica para la creencia estadounidense en el laissez-faire (con el hombre de negocios exitoso como la personificación de la supervivencia del más apto); para la eugenesia (el intento deliberado de criar individuos superiores, según el modelo de la cría de caballos, y evitar la “sobre-crianza” de los no aptos), y para las teorías raciales sumamente eugenésicas del nazismo.

 

En reacción a las tendencias asesinas del darwinismo social, la perspectiva de Mill llegó a ser dominante después de la Segunda Guerra Mundial tomando la forma de la democracia social. La acción del Estado para mejorar la alimentación, la educación, la salud y la vivienda permitirían que los pobres desarrollen todo su potencial. La competencia, como principio social, fue degradada a favor de la cooperación.

 

No se niegan las diferencias en las capacidades innatas (al menos por los perspicaces). Sin embargo, se consideró de manera acertada que existía una enorme cantidad de trabajo por hacer en cuanto a elevar los niveles promedio de rendimiento antes de comenzar a preocuparse acerca de que las políticas estuviesen promoviendo la supervivencia de los no aptos.

 

Posteriormente, el estado de ánimo comenzó a cambiar nuevamente. Se atacó a la socialdemocracia por penalizar a los exitosos y recompensar a los no exitosos. En el año 1976, el biólogo Richard Dawkins identificó la unidad de selección darwiniana como el “gen egoísta”. La historia evolutiva en aquel momento se redefinía como una batalla de genes para asegurar su supervivencia a través del tiempo por medio de mutaciones, mismas que crean individuos (fenotipos) que se encuentran mejor adaptados para transmitir sus genes. En el curso de la evolución, los fenotipos inferiores desaparecen.

 

Aunque no hubiese sido posible tener esta visión de la evolución antes del descubrimiento del ADN, no es casualidad que saltó a la fama en la era de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Sin duda, el gen egoísta debe ser “altruista” en la medida en que su supervivencia depende de la supervivencia del grupo de parentesco. Pero no tiene que ser tan altruista. Y, a pesar de que Dawkins más tarde lamentó haber denominado a su gen con la palabra “egoísta” (él dice que “inmortal” hubiese sido una mejor denominación), su elección de adjetivo fue sin duda la que mejor se adaptó para maximizar las ventas de su libro en ese momento en particular.

 

Desde aquel entonces, nos hemos alejado de la apología del egoísmo, pero no hemos recuperado un lenguaje moral independiente. La nueva ortodoxia, adecuada para un mundo en el que la avaricia desenfrenada ha demostrado ser económicamente desastrosa, indica que la especie humana está genéticamente programada para ser moral, porque sólo actuando moralmente (cuidando de la supervivencia de los demás) puede asegurar su propia supervivencia a largo plazo.

 

La metáfora del cableado domina el lenguaje moral contemporáneo. Según el gran rabino del Reino Unido, Jonathan Sacks, las creencias religiosas son útiles para nuestra supervivencia, al inducirnos a actuar en maneras socialmente cooperativas: “Tenemos las neuronas espejo que nos llevan a sentir dolor cuando vemos el sufrimiento de los demás”, escribió recientemente (recently wrote). El respeto por los demás se “ubica en la corteza pre-frontal”. Y la religión “reconfigura nuestro tejido neuronal”. En pocas palabras: “lejos de refutar la religión, los neo-darwinistas nos han ayudado a entender por qué es importante”. Así que no tenemos que temer que la religión decline.

 

Los ateos pueden no estar de acuerdo. No obstante, esta es una afirmación extraordinaria cuando la hace un líder religioso porque pone a un lado la disyuntiva sobre la verdad o falsedad, o el valor ético de las creencias religiosas. O mejor dicho: todo ese cableado en la corteza pre-frontal debe ser ético, porque es bueno para la supervivencia. Pero, en ese caso, ¿qué valor ético hay en la supervivencia? ¿Tiene la continua supervivencia de la raza humana algún valor en sí misma, independientemente de lo que nosotros podamos llegar a lograr o crear?

 

Tenemos que rescatar la moralidad de las pretensiones de la ciencia. Tenemos que afirmar lo que los filósofos y profesores de religión en todo momento han afirmado: que hay algo que se llama la buena vida, que es distinto a la supervivencia, y a nuestra comprensión de dicha buena vida tiene que enseñarse en la misma forma que el padre de Mill le enseñó los elementos del libro Los Analíticos Posteriores de Aristóteles. Nuestra naturaleza nos puede predisponer a aprender, pero lo que aprendemos depende de la forma en la que nos crían.


La educación liberal POR FERNANDO SAVATER

 

Si me piden dar motivos de especial afecto por Michael Oakeshott, sin duda uno de los más destacados filósofos ingleses del pasado siglo, aportaré dos. Para empezar, debutó con un librito escrito en colaboración con un amigo y titulado A guide to the classics. ¿Un vademécum para leer a Platón, Maquiavelo o Hobbes? El subtítulo aclara que las clásicas a las que se refiere no son obras filosóficas sino carreras de caballos: Cómo acertar el ganador del derby. Cuentan los afortunados hípicos que la leyeron que es una breve maravilla de agudeza. Segundo mérito: cuando cumplió setenta años se le incluyó en la lista de los que iban a recibir el título de sir de manos de la reina, pero fue borrado apresuradamente cuando se le detuvo en una playa por hacer el amor con una mujer que, para mayor pecado, era la suya. Nunca llegó a par, pero para mí permanece sin par entre tantos profesores insignes.

Como Isaiah Berlin (el único pensador político comparable en la Inglaterra de su época), Oakeshott no escribió propiamente libros: sólo ensayos más o menos largos publicados en revistas especializadas y reunidos luego en volumen por su exegeta Timothy Fuller. Así son los titulados El racionalismo en la política y La política de la fe y la política del escepticismo, ambos editados por Fondo de Cultura Económica. Y también su libro póstumo La voz del aprendizaje liberal (editorial Katz) que recopila sus escritos sobre el sentido y los contrasentidos de la educación. Reflexiones a contracorriente de lo que hoy profesa tanto la pedagogía progresista como la más conservadora que merecen ser recordadas.

Para él, educar consiste ante todo en iniciar a las personas en las aventuras de la autocomprensión, haciéndolas capaces de participar en la inacabable conversación cultural hecha de símbolos, creencias, indagaciones y sentimientos en la que históricamente crecemos y vivimos. No se compone de la escueta declaración "de que un ser humano es una inteligencia autoconsciente y reflexiva y que no vive únicamente del pan, sino de las indagaciones, las acciones y los enunciados concretos en los que los seres humanos expresaron su comprensión de la condición humana". Lo que debe transmitir la enseñanza no es una simple y atareada preparación para el presente sino distanciarnos de él en beneficio del desarrollo de nuestra condición esencial. Componente básico de la idea de "escuela" es "el alejamiento del mundo inmediato y local del estudiante, de las preocupaciones de momento de ese mundo y de la dirección que éste le da a la atención del estudiante, ya que tal es el significado correcto de la palabra schole (y no 'tiempo libre' ni 'ocio')".

 

Por tanto, el compromiso educativo es a la vez una disciplina y una liberación; la una es posible en virtud de la otra. "La recompensa es una emancipación del mero 'hecho de vivir', de las contingencias inmediatas de lugar y tiempo de nacimiento, de la tiranía del momento y del servilismo de una mera condición actual; es el reconocimiento de una identidad humana y de un carácter capaz, en cierta medida, de la aventura moral e intelectual que constituye una vida específicamente humana". El pensamiento de Oakeshott es liberal sin el relente de pragmatismo botijero que el término merece entre nosotros. Aún podríamos citar aquí su crítica a la idea de la ciencia como modelo de toda comprensión válida o a la sustitución automática de "humano" por "social" como apellido del aprendizaje. Prefiero esta reflexión: "Lo único indispensable para la escuela es que haya maestros; el actual énfasis en todo tipo de aparatos (no sólo en el aparato de la 'enseñanza') destruye casi por completo la escuela". Escrito en 1972...

 

* Este artículo apareció en la edición impresa del martes, 13 de abril de 2010.


https://profesorjuliodapenalosada.blogspot.com/2021/05/para-que-estudiar-si-te-lo-puedes-pagar.html




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