Jóvenes secuestrados
Inma Lucas 01/07/2021
Dos
jóvenes que estaban aislados, cumpliendo cuarentena por coronavirus en
Mallorca, se escapan del hotel. Da igual que haya más de 1.500 contagios en la
isla por las megafiestas que se han corrido muchos adolescentes. Dan igual las
70.000 muertes que ha ocasionado la pandemia, el agotamiento de la sanidad
pública, la pérdida de familiares, todo parece dar igual cuando se es joven
porque uno piensa que no le va a tocar. Pero lo realmente grave no es la
inconsciencia juvenil, que hasta se entiende tras el año y medio que llevan sin
poder socializar como necesitan. De hecho, como necesita cualquier persona,
díganselo si no a los abuelos que viven solos y se van apagando de pena al ver
una vida acabada mientras los suyos están en la lucha cotidiana de salir adelante
en circunstancias muy duras, de mantener distancias, de esperar a estar
vacunados para poder reencontrarse.
Por
suerte la vacunación marcha bien, pero estos jóvenes que se van de viaje de fin
de curso sin guardar las prevenciones obligadas, e incluso sin vacunar, nos
ponen en riesgo a todos. Y a estas alturas de la película uno no está para
muchas tonterías, cuando escuchas declaraciones que hablan de que sus hijos
están secuestrados piensas en lo poco que tocan de pies en el suelo. A los
padres de estos niños que han podido recibir educación, cabría pasearlos por
algunos barrios para que vieran que sus hijos han disfrutado de un lujo que
otros no tienen, que a su edad ya están trabajando para ayudar a su familia o
que sólo les alcanza para una comida al día.
A lo
largo de estos meses he pensado insistentemente en la ausencia de
responsabilidad colectiva. Es un problema de educación, como la empatía de la
que ahora tanto se habla en política, que más que hacer política parece que nos
estén dando un curso acelerado de autoayuda o coaching. Preocupa, y mucho, el
escaso grado de responsabilidad colectiva que se respira entre los contagiados
por covid tras irse de vacaciones de fin de curso, irse de fiesta sin
mascarilla, saltándose a la torera todos
los protocolos, y preocupa aún más que algunos de los progenitores lo único que
sean capaces de argüir es que sus hijos están secuestrados. Sus hijos son su
responsabilidad, sus hijos se han ido de fiesta poniendo en riesgo su salud y
la de los demás y tienen el santo valor de decir que sus hijos están
¿secuestrados? Faltaría más. Estos padres se lo deben hacer mirar y mucho
porque lo que transmiten es una falta de responsabilidad absoluta ante los
actos que sus queridos hijos han protagonizado.
Cierto
que el juzgado de lo Contencioso número 3 de Palma ha tumbado la medida del
confinamiento forzoso dictada por el Gobierno balear sobre 181 de esos jóvenes
que estaban retenidos en el hotel pese a haber dado negativo o no haberse
sometido al test pertinente. El juzgado mantiene confinados solo a los jóvenes
que ha dado positivo. Una muestra más del difícil equilibrio entre el respeto a
la libertad y la prevención sanitaria que ya hemos vivido a lo largo de estos
duros meses de pandemia.
El
reflejo de la sociedad
En
cualquier caso, y al margen de este debate fundamental, no cabe ignorar, ni
orillar un asunto evidente. Los hijos, en este caso esta muchachada que
aterrizó en Mallorca para festejar el fin de los exámenes, realmente no son el
problema. Son, y así hay que decirlo, el espejo de sus padres, de la sociedad,
de la escuela, de todo tipo de influencias, en especial la que han vivido en
sus casas. No siempre el adulto está capacitado para asumir el nivel de
responsabilidad que le corresponde asumir. Ansían los valores del esfuerzo y
del respeto en esta sociedad aunque piensan que pueden tenerlo todo porque son
merecedores de ello. Precisamente esos que quieren tenerlo todo y que lo tienen
son los primeros que se saltan las normas, luego nos llevamos las manos a la
cabeza y decimos, pero cómo ha podido pasar esto y lo otro. Porque hemos
educado en la inconsciencia, sin ser conscientes de ello porque todos queremos
lo mejor para los nuestros, pero también ahí, en la sobreprotección nos
equivocamos, porque por diferentes motivos –unos más justificados que otros- no
siempre hemos estado presentes en el desarrollo de su vida, no les hemos
acompañado en su camino de vida, han tenido la indiferencia por respuesta y la
concesión de todos los caprichos pensando que ello suplía otras carencias.
Error.
Educar
es probablemente un trabajo complicado. El considerarlo banal o rutinario
deriva y conforma a una sociedad. Podemos extrapolar la inconsciencia de estos
jóvenes de Mallorca a la de buena parte de la clase política de nuestros días,
apoteosis de la irresponsabilidad. Puede sonar excesivo pero a muchos de esos
estudiantes les invitaba a fregar suelos unos cuantos días por las UCI de
muchos hospitales o por las plantas en las que adolescentes oncológicos luchan
por sobrevivir. La empatía también se trabaja. Cuídense.
¿Los pianistas nacen
o se hacen?, por Robert Skidelsky
| 31 de enero, 2013
LONDRES – El editor
del periódico The Guardian, Alan Rusbridger, ha escrito un libro acerca de cómo
él decidió tocar el piano 20 minutos al día. Dieciocho meses más tarde, tocó la
terriblemente difícil Balada No. 1 en sol menor de Chopin frente a una
audiencia de amigos que lo admiraron. ¿Podría cualquier persona haber hecho
esto?, ¿o, se requiere de un talento especial?
El debate sobre si
“se nace o se hace” ha existido desde ya hace mucho tiempo. Se encuentra sin
resolver porque la pregunta científica siempre se ha enredado con temas
políticos. En términos generales, aquellos que enfatizaban las capacidades
innatas fueron políticos conservadores; aquellos que hacían hincapié en las capacidades
desarrolladas mediante la crianza fueron políticos radicales.
El filósofo del siglo
XIX John Stuart Mill pertenecía a la escuela de “cualquiera puede hacerlo”.
Estaba convencido de que sus logros no se debían de ninguna manera a una
herencia superior: cualquier persona con “salud e inteligencia normales”, quien
hubiese sido sometido al sistema educativo de su padre – que incluyó aprender
griego a la edad de tres años – podría haberse convertido en John Stuart Mill.
Mill fue parte del
ataque liberal al privilegio aristocrático durante su siglo: los logros eran el
resultado de la oportunidad, no del nacimiento. La práctica de las facultades
(la educación) desencadena un potencial que de otra manera permanecería
dormido.
Charles Darwin
aparentemente anuló esta visión optimista de los posibles efectos beneficiosos
de la crianza. Las especies evolucionan, dijo Darwin, a través de la “selección
natural” – la selección al azar, a través de la competencia, de las
características biológicas favorables para la supervivencia en un mundo de
recursos escasos. Herbert Spencer utilizó la frase “la supervivencia del más
apto” para explicar cómo las sociedades evolucionan.
Los darwinistas
sociales interpretaron la selección natural en el sentido de que cualquier
esfuerzo humanitario para mejorar la condición de los pobres impediría el
progreso de la raza humana al cargarla con demasiados zánganos. La sociedad
gastaría sus escasos recursos en perdedores en vez de ganadores. Se ajustaba a
la ideología de un tipo de capitalismo que se adscribía a la lucha sangrienta
con “con uñas y dientes”.
De hecho, el
darwinismo social proporcionó una justificación seudocientífica para la
creencia estadounidense en el laissez-faire (con el hombre de negocios exitoso
como la personificación de la supervivencia del más apto); para la eugenesia
(el intento deliberado de criar individuos superiores, según el modelo de la
cría de caballos, y evitar la “sobre-crianza” de los no aptos), y para las
teorías raciales sumamente eugenésicas del nazismo.
En reacción a las
tendencias asesinas del darwinismo social, la perspectiva de Mill llegó a ser
dominante después de la Segunda Guerra Mundial tomando la forma de la
democracia social. La acción del Estado para mejorar la alimentación, la educación,
la salud y la vivienda permitirían que los pobres desarrollen todo su
potencial. La competencia, como principio social, fue degradada a favor de la
cooperación.
No se niegan las
diferencias en las capacidades innatas (al menos por los perspicaces). Sin
embargo, se consideró de manera acertada que existía una enorme cantidad de
trabajo por hacer en cuanto a elevar los niveles promedio de rendimiento antes
de comenzar a preocuparse acerca de que las políticas estuviesen promoviendo la
supervivencia de los no aptos.
Posteriormente, el
estado de ánimo comenzó a cambiar nuevamente. Se atacó a la socialdemocracia
por penalizar a los exitosos y recompensar a los no exitosos. En el año 1976,
el biólogo Richard Dawkins identificó la unidad de selección darwiniana como el
“gen egoísta”. La historia evolutiva en aquel momento se redefinía como una
batalla de genes para asegurar su supervivencia a través del tiempo por medio
de mutaciones, mismas que crean individuos (fenotipos) que se encuentran mejor
adaptados para transmitir sus genes. En el curso de la evolución, los fenotipos
inferiores desaparecen.
Aunque no hubiese
sido posible tener esta visión de la evolución antes del descubrimiento del
ADN, no es casualidad que saltó a la fama en la era de Ronald Reagan y Margaret
Thatcher. Sin duda, el gen egoísta debe ser “altruista” en la medida en que su
supervivencia depende de la supervivencia del grupo de parentesco. Pero no
tiene que ser tan altruista. Y, a pesar de que Dawkins más tarde lamentó haber
denominado a su gen con la palabra “egoísta” (él dice que “inmortal” hubiese
sido una mejor denominación), su elección de adjetivo fue sin duda la que mejor
se adaptó para maximizar las ventas de su libro en ese momento en particular.
Desde aquel entonces,
nos hemos alejado de la apología del egoísmo, pero no hemos recuperado un
lenguaje moral independiente. La nueva ortodoxia, adecuada para un mundo en el
que la avaricia desenfrenada ha demostrado ser económicamente desastrosa, indica
que la especie humana está genéticamente programada para ser moral, porque sólo
actuando moralmente (cuidando de la supervivencia de los demás) puede asegurar
su propia supervivencia a largo plazo.
La metáfora del
cableado domina el lenguaje moral contemporáneo. Según el gran rabino del Reino
Unido, Jonathan Sacks, las creencias religiosas son útiles para nuestra
supervivencia, al inducirnos a actuar en maneras socialmente cooperativas:
“Tenemos las neuronas espejo que nos llevan a sentir dolor cuando vemos el
sufrimiento de los demás”, escribió recientemente (recently wrote). El respeto
por los demás se “ubica en la corteza pre-frontal”. Y la religión “reconfigura
nuestro tejido neuronal”. En pocas palabras: “lejos de refutar la religión, los
neo-darwinistas nos han ayudado a entender por qué es importante”. Así que no
tenemos que temer que la religión decline.
Los ateos pueden no
estar de acuerdo. No obstante, esta es una afirmación extraordinaria cuando la
hace un líder religioso porque pone a un lado la disyuntiva sobre la verdad o
falsedad, o el valor ético de las creencias religiosas. O mejor dicho: todo ese
cableado en la corteza pre-frontal debe ser ético, porque es bueno para la
supervivencia. Pero, en ese caso, ¿qué valor ético hay en la supervivencia?
¿Tiene la continua supervivencia de la raza humana algún valor en sí misma,
independientemente de lo que nosotros podamos llegar a lograr o crear?
Tenemos que rescatar
la moralidad de las pretensiones de la ciencia. Tenemos que afirmar lo que los
filósofos y profesores de religión en todo momento han afirmado: que hay algo
que se llama la buena vida, que es distinto a la supervivencia, y a nuestra
comprensión de dicha buena vida tiene que enseñarse en la misma forma que el
padre de Mill le enseñó los elementos del libro Los Analíticos Posteriores de
Aristóteles. Nuestra naturaleza nos puede predisponer a aprender, pero lo que
aprendemos depende de la forma en la que nos crían.
La educación liberal
POR FERNANDO SAVATER
Si me piden dar
motivos de especial afecto por Michael Oakeshott, sin duda uno de los más
destacados filósofos ingleses del pasado siglo, aportaré dos. Para empezar,
debutó con un librito escrito en colaboración con un amigo y titulado A guide
to the classics. ¿Un vademécum para leer a Platón, Maquiavelo o Hobbes? El subtítulo
aclara que las clásicas a las que se refiere no son obras filosóficas sino
carreras de caballos: Cómo acertar el ganador del derby. Cuentan los
afortunados hípicos que la leyeron que es una breve maravilla de agudeza.
Segundo mérito: cuando cumplió setenta años se le incluyó en la lista de los
que iban a recibir el título de sir de manos de la reina, pero fue borrado
apresuradamente cuando se le detuvo en una playa por hacer el amor con una
mujer que, para mayor pecado, era la suya. Nunca llegó a par, pero para mí
permanece sin par entre tantos profesores insignes.
Como Isaiah Berlin
(el único pensador político comparable en la Inglaterra de su época), Oakeshott
no escribió propiamente libros: sólo ensayos más o menos largos publicados en
revistas especializadas y reunidos luego en volumen por su exegeta Timothy
Fuller. Así son los titulados El racionalismo en la política y La política de
la fe y la política del escepticismo, ambos editados por Fondo de Cultura
Económica. Y también su libro póstumo La voz del aprendizaje liberal (editorial
Katz) que recopila sus escritos sobre el sentido y los contrasentidos de la
educación. Reflexiones a contracorriente de lo que hoy profesa tanto la
pedagogía progresista como la más conservadora que merecen ser recordadas.
Para él, educar
consiste ante todo en iniciar a las personas en las aventuras de la
autocomprensión, haciéndolas capaces de participar en la inacabable
conversación cultural hecha de símbolos, creencias, indagaciones y sentimientos
en la que históricamente crecemos y vivimos. No se compone de la escueta
declaración "de que un ser humano es una inteligencia autoconsciente y
reflexiva y que no vive únicamente del pan, sino de las indagaciones, las
acciones y los enunciados concretos en los que los seres humanos expresaron su
comprensión de la condición humana". Lo que debe transmitir la enseñanza
no es una simple y atareada preparación para el presente sino distanciarnos de
él en beneficio del desarrollo de nuestra condición esencial. Componente básico
de la idea de "escuela" es "el alejamiento del mundo inmediato y
local del estudiante, de las preocupaciones de momento de ese mundo y de la
dirección que éste le da a la atención del estudiante, ya que tal es el
significado correcto de la palabra schole (y no 'tiempo libre' ni
'ocio')".
Por tanto, el
compromiso educativo es a la vez una disciplina y una liberación; la una es
posible en virtud de la otra. "La recompensa es una emancipación del mero
'hecho de vivir', de las contingencias inmediatas de lugar y tiempo de
nacimiento, de la tiranía del momento y del servilismo de una mera condición
actual; es el reconocimiento de una identidad humana y de un carácter capaz, en
cierta medida, de la aventura moral e intelectual que constituye una vida
específicamente humana". El pensamiento de Oakeshott es liberal sin el
relente de pragmatismo botijero que el término merece entre nosotros. Aún
podríamos citar aquí su crítica a la idea de la ciencia como modelo de toda
comprensión válida o a la sustitución automática de "humano" por
"social" como apellido del aprendizaje. Prefiero esta reflexión:
"Lo único indispensable para la escuela es que haya maestros; el actual énfasis
en todo tipo de aparatos (no sólo en el aparato de la 'enseñanza') destruye
casi por completo la escuela". Escrito en 1972...
* Este artículo
apareció en la edición impresa del martes, 13 de abril de 2010.
https://profesorjuliodapenalosada.blogspot.com/2021/05/para-que-estudiar-si-te-lo-puedes-pagar.html
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