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Sindicalistas detenidos: un
aviso a los disidentes
Profesor de
Derecho Constitucional, exletrado del Tribunal Constitucional
18/12/2021
Hace unas semanas hubo
unas multitudinarias protestas de los trabajadores del metal de la provincia de
Cádiz. Para reprimirlas el Ministerio del Interior envió una tanqueta militar y
centenares de policías antidisturbios. De entre todas las imágenes de aquellos
días alcanzaron notoriedad las de un señor de edad avanzada que tras increpar a
una patrulla de policías antidisturbios armada de escudos y defensas sufre una
agresión brutal e injustificada por parte de los mismos de la que intenta
defenderse a base de manotazos a los agentes. El jueves detuvieron a ese señor.
A él y a un puñado más de manifestantes a los que acusan de
desobediencia, lesiones, atentado y una serie de delitos similares.
Las
detenciones han tenido lugar en sus domicilios. Se trata de personas
perfectamente localizadas y que nada hace pensar que quisieran sustraerse a la
acción de la justicia. Legalmente no era necesario ni legítimo detenerlos, pues
habría bastado con citarlos para que comparecieran ante el juez. Pero la
Policía prefirió arrestarlos con toda la publicidad posible en uno de los
barrios más humildes de una provincia devastada por el paro y la pobreza. La
vecina de uno de los detenidos dice que un agente le dijo que lo hacían para
que los trabajadores no se vinieran arriba.
Las
manifestaciones de los trabajadores de astilleros y el metal nunca han sido tranquilas.
La desesperación de estos obreros y sus familias ante la destrucción de sus
puestos de trabajo y el negro horizonte personal y laboral que se les ofrece
cristaliza veces de manera explosiva y desabrida. En sus protestas hay cohetes
y petardos; se queman contenedores y neumáticos; cuando la policía interviene
en ocasiones se le planta cara. Seguramente muchas de estas conductas, tomadas
individualmente y fuera de contexto, podrían constituir algún delito o falta
previsto legalmente. Sin embargo, se trata normalmente de actos de escasa
gravedad y que pueden resultar en gran parte justificados por el ambiente de
tensión y la desesperación de sus autores. Más allá, lo cierto es que en medio
de movilizaciones de esta envergadura se producen comportamientos masivos de
desobediencia que difícilmente pueden juzgarse desde la normalidad de la ley.
Y
en efecto, las autoridades han renunciado a perseguir la inmensa mayoría de
estos actos. En vez de ello, han optado por seleccionar a determinadas personas
y hacer caer sobre ellas la responsabilidad colectiva de manera totalmente
irregular. La Policía, que no los jueces, ha decidido a quien investigar y a
quien no. De entre los miles y miles de trabajadores que protestaron de modo
más o menos airado han seleccionado a apenas una decena. No se busca, pues,
asegurar el cumplimiento de la ley sino castigar de modo ejemplarizante. El
objetivo no es que todo el que ha cometido una falta la pague sino asustar y
desincentivar a quienes quieran manifestarse en el futuro. No estamos ante un
normal funcionamiento de la Policía y una aplicación regular de las normas
basada en el principio de igualdad, sino ante una maniobra política destinada a
amedrentar a la población y obstaculizar los derechos a la protesta y la
huelga. Puede decirse sin lugar a dudas que son detenciones políticas que no se
guían por el estricto cumplimiento de la ley sino por criterios de oportunidad
e intenciones políticas.
En segundo lugar, el
objetivo es una práctica constitucionalmente prohibida que los tribunales
internacionales denominan chilling effect:
desalentar el ejercicio de los derechos ciudadanos. Si una persona sabe que en
caso de acudir a una manifestación, aunque no haga nada o, peor aún, incluso
aunque sea víctima de un abuso policial puede ser detenido y juzgado como
cabeza de turco, el resultado es que la ciudadanía se lo piensa dos veces antes
de ejercer derechos como la huelga o la reunión. Con estas detenciones el
Ministerio del Interior pretende acallar las protestas laborales en un contexto
de crisis social y para ello no duda en obstaculizar el ejercicio de derechos
fundamentales reconocidos en la Constitución.
Seguramente
tras estas detenciones está también la presión de algunas asociaciones
profesionales de la Policía que reclaman constantemente más mano dura contra
quien se enfrenta a la Policía. Son las mismas asociaciones, prácticamente
dependientes de VOX, que han puesto el grito en el cielo ante las timidísimas
reformas de la ley mordaza vigente desde 2015. Estas asociaciones se mueven por
intereses exclusivamente políticos y ningún gesto del Gobierno va a conseguir
apaciguarlas, pero todo indica que el Ministro de Interior no lo cree así y
prefiere lesionar los derechos de los ciudadanos y los trabajadores a parecer
débil en la defensa de los desmanes policiales.
La
Policía española tiene un déficit de control frente a sus excesos que ha sido
repetidamente puesto de manifiesto por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Nuestro sistema judicial es incapaz de garantizar que los actos irregulares de
los agentes de los cuerpos de seguridad no queden impunes. Para reforzar esta
situación, el Ministerio del Interior permite a la policía elegir a quien
detiene y ampara su impunidad al permitirles denunciar a inocentes en su afán
de amedrentar a la ciudadanía.
Lo
cierto es que en este asunto se están vulnerando derechos fundamentales y
garantías procesales de los trabajadores. Se ha elegido cuidadosamente a quien
arrestar, imputando a personas que en realidad fueron víctimas de la brutalidad
policial. Se han publicado datos personales de los detenidos sin respetar su
presunción de inocencia… toda una serie de desmanes jurídicos con un único
objetivo, prohibido por la Constitución: desalentar el derecho de protesta y
desacreditar falsamente las protestas legítimas.
A
quienes realmente habría que detener es en primer lugar los agentes policiales
que fueron más allá de su tarea y violaron derechos fundamentales. Si resulta
muy grave que un ciudadano ataque ilegítimamente a la policía, más grave es en
democracia que un agente de la autoridad abuse de sus poderes. Junto a ellos,
el Estado de derecho exigiría investigar quien ha dado la orden de elegir
arbitrariamente varias cabezas de turco y vulnerar sus garantías
constitucionales. En una sociedad realmente democrática sin residuos
dictatoriales estas detenciones orquestadas llevarían a exigir
responsabilidades jurídicas y policiales a los mandos del Ministerio del
Interior que las han alentado y permitido. Lo de Cádiz estos días no es
una acción policial contra la delincuencia sino contra los derechos
fundamentales.
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