Eras (una niña)
como las demás
Carmen Magdaleno 26
abril 2024
"La
locura me acecha cuando, en los escasos ratos que aún paso en clase, me comparo
con mis compañeros, que volverán tranquilamente a sus casas a escuchar sus
discos de Depeche Mode comiéndose un tazón de cereales, mientras a esa misma
hora yo seguiré satisfaciendo el deseo sexual de un hombre que podría ser mi
padre porque el miedo al abandono es más fuerte que la razón".
El Consentimiento (20232),
Vanessa Springora.
"Me
haría mucha ilusión poder esperarte cada día a la puerta de la facultad con un
carrito de bebé". Nunca olvidaré esta frase, me dio tanto miedo que
también me dio valor para decir que no. La había pronunciado mi primer
"novio", un hombre de cuarenta años, de profesión, profesor de Educación
Física y entrenador de voleibol femenino. Llevábamos algo más de dos años de
"relación" cuando me dijo eso, yo apenas acababa de cumplir dieciocho
y cursaba primero de carrera. Aunque aún me pone los pelos de punta recordarla,
le estaré eternamente agradecida a esa perturbadora frase porque fue la que me
hizo darme cuenta de qué podría significar en términos materiales madurar antes
que las demás chicas de mi edad, y que yo no deseaba eso para mí. Cayó como un
jarro de agua fría, pero fue el mejor baño de realidad posible. ¿Cómo había
acabado considerando "mi primer amor" a un adulto que fantaseaba con
dejarme preñada cuando apenas me había matriculado en la universidad? ¿Cómo
había aceptado que me pusiese un anillo en el dedo y me llamase su "novia"?
La
película 'El Consentimiento', recién estrenada en cines y dirigida por la
cineasta francesa Vanessa Filho, que adapta la novela autobiográfica del mismo
título publicada en 2020 por la escritora también francesa Vanessa Springora;
es un retrato fiel y meticuloso de los métodos que utilizan los hombres
maduros, en este caso un prestigioso novelista de 50 años (Gabriel Matzneff),
para hacer creer a las adolescentes, en este caso una niña de 13 años, que se
han enamorado perdidamente de ellas en aras de usar ese supuesto romance,
demasiado singular para ser comprendido por la "moralista" sociedad,
como vía de acceso ilimitado a su consentimiento sexual. Paso a paso nos relata
cómo se disfraza el acoso de cortejo, la fijación lasciva de estímulo intelectual,
el aislamiento del entorno y el control psicológico de atención y protección
altruista, las violaciones sistemáticas de esmerada educación sexual.
Es un
procedimiento más que habitual, aunque esta historia en concreto pueda parecer
una situación exagerada por la permisividad de la madre de la protagonista, que
al principio pone el grito en el cielo pero acaba invitando a menudo a ese
señor a cenar a su casa con su hija; y sobre todo la de la sociedad francesa de
los años 80, en la que se vendían como rosquillas los Diarios de este pedófilo
confeso, en los que describe con todo lujo de detalles cómo recibía felaciones
de "colegialas" (como a él le gustaba llamarlas) siempre menores de
16 años, y se invitaba a su autor a las tertulias literarias a comentar sus
hazañas entre las risas y aplausos de sus colegas de la industria editorial. La
película nos permite verlo todo a través de los ojos de la niña, que pasa del
éxtasis inicial por sentirse querida y deseada por primera vez a la confusión y
a un abrumador sentimiento de culpa; pero consigue trascender su mirada
inocente para hacernos ver también que no fue Vanessa, marcada por el abandono
de su padre y la posterior depresión y alcoholismo de su madre, la que
consintió con su precocidad e ingenuidad que abusaran de ella; sino que el
consentimiento fue otorgado por el silencio cómplice de su familia, de los
docentes de su escuela, de la élite cultural del momento, incluso de las
autoridades directamente advertidas como el servicio de protección de menores.
A lo largo de la película asistimos
atónitos, igual que Vanessa ("cuando mi situación no sorprende a nadie,
intuyo que a mi alrededor algo no funciona bien"), a la pasividad cuando
no abierta colaboración del resto de adultos. Desde los amigos de él que les
acompañan en las cenas en restaurantes y hacen chistes sobre lo buen profesor
que será para ella, pasando por el doctor que le extirpa el himen para que
pueda ser penetrada sin dolor cuando Vanessa está ingresada en el hospital
debido a una grave inflamación articular provocada por una infección de
estreptococo, hasta los mecenas que le pagan al gran artista una habitación de
hotel para que pueda encontrarse allí con ella porque el apartamento en el que
vive está siendo vigilado por la policía a raíz de una denuncia anónima. Es
altísimo el nivel de peligro que esta chica llegó a correr, pues Matzneff
intentó incluso obtener el permiso de su madre para llevársela con él de viaje
a Manila, ciudad en dónde ya había ambientado una novela suya en la que el protagonista
se deleitaba sodomizando a niños prostituidos desde los ocho años. Aunque la
película destaca por su fidelidad al texto original, descarta algunos
"detallitos" que sí aparecen en la novela de Springora, supongo que
para no alargar en exceso el metraje, tan graves como que el escritor tuvo
sospechas de haber contraído el VIH mientras mantenía a diario sexo sin
protección con ella.
LA
TRAMPA DE LA "ANORMALIDAD"
Vanessa
Springora era una chica común y corriente, en la que nadie se fijaba, muy tímida
y caracterizada por esconder su cara tras su larga melena. Así pasaba
desapercibida y el mundo pasaba desapercibido para ella porque tenía siempre la
cabeza en alguna de las novelas que estaba leyendo. De repente, un afamado
novelista invitado a una de las veladas literarias que su madre solía celebrar
en casa se fija en ella, en su cuerpo y su juventud, aunque diga que lo que le
ha llamado la atención es que a su edad ya lea a Tolstoi y Dostoievski. Ese
hombre la marca como objetivo y empieza a escribirle cartas de amor desesperado
en las que la proclama diferente a todas las demás chicas, más profunda, más
inteligente, cómo no, muy madura para su edad. Es el tópico más trillado, pero
lo es por algo. Este tipo de individuos no escogen a sus presas de forma
casual, se fijan en su vulnerabilidad, en su soledad, en su falta de
autoestima… características por otro lado casi universales entre las púberes.
¿Qué chavala no se siente fea, atolondrada, incomprendida y sola a los 13 años?
El discurso que a una mujer de 30 le resultaría sospechoso y cutre puede ser
música para los oídos de una niña sin un padre presente y con una madre
desbordada.
El
simple hecho de que Gabriel Matzneff la esperase delante de la salida del
colegio a menudo cuando desde muy pequeña había vuelto sola a casa tras la
jornada escolar, porque su madre tenía que trabajar hasta tarde y su padre ni
siquiera sabía la dirección de su colegio, es percibido por ella como un gran
acto de amor. No se siente acechada ni vigilada, en palabras de la propia
Springora "me siento querida como nunca antes. Y eso basta para suspender
todo juicio". Donde el público ve claramente un pervertido merodeador de
centros escolares ella no es capaz de ver más que un sueño hecho realidad: que
alguien la espere con la misma ansia con la que ella había esperado en vano a
que algún día alguno de sus padres fuera a recogerla.
El
caramelo con el que estos depredadores atraen a las crías es hacerlas sentirse
"especiales" y "diferentes". Este truco de ilusionismo les
pone el traje de "héroe", "príncipe azul",
"salvador"... por ser la primera persona que por fin entiende y
valora su forma de ser y, de paso, sirve para apartarlas de forma inadvertida
del trato con su círculo cercano. El objetivo es que aprendas a despreciar a
tus iguales, al resto de jóvenes, para que tú misma prefieras y elijas
dedicarle todo tu tiempo a alguien por fin "a tu altura", es decir,
al adulto que te ha hecho el favor de descubrir tu verdadera personalidad.
"Me había empeñado en creer que esta anormalidad me convertía en una
persona interesante, de algún modo había convertido esa anormalidad en mi nueva
identidad", incide la autora del libro y co-guionista del filme.
Convencerte de que eres
"excepcional", "única", "fuera de lo normal" es
una trampa que hace subir tu autoestima como la espuma para hacerla caer en
picado como una losa de mayor soledad y aislamiento. A la vez que crece la
sensación de "anormalidad" se rompe la confianza y la comunicación
con tus allegados y conocidos. En adelante no contarás a nadie qué te ocurre
ante la certeza de que no te comprenderán como él. Guardarás todos sus secretos
sin necesidad de que te lo pida.
¿PODRÍAS
HABER DICHO QUE NO?
Queda abonado el terreno del crimen perfecto, el que se puede cometer a
vista de todos porque no será considerado como tal ni siquiera por la víctima.
Al principio la lleva a museos, al teatro, le regala discos y le recomienda
libros. Se convierte en una especie de mentor cultural. En paralelo, muestra
delicadeza y paciencia en los primeros "encuentros" de carácter
sexual. Se conforma con besos y caricias. Con que le permita mirarla desnuda.
Se trata de ganarse su confianza para que baje la guardia. De enfatizar la
suerte que tiene de "iniciarse" con un hombre experimentado que sabrá
esperar y darle placer y no con cualquier chaval torpe e impaciente. Y a la vez
ir generando una sensación de estar en deuda con él: "ha sido tan bueno
conmigo, ha esperado tanto, me enseña tantas cosas…", deuda que será
saldada con la satisfacción de todos sus deseos sexuales.
Nunca te dan órdenes directas, te sugieren
las cosas dulcemente, mientras toman la vía de los hechos sobre tu cuerpo te
preguntan constantemente si te encuentras bien, si quieres parar… pero no
esperan una respuesta. Sólo buscan que te quede claro que podrías haber dicho
que no si hubieras querido. Eras libre de marcharte, nadie te encerró. Pero
ellos son diestros arquitectos de torres inexpugnables con todas las puertas y
ventanas abiertas.
Esa etiqueta de "madurez" impuesta es el arma de doble filo
utilizada para invalidar todas las dudas y alertas de la niña. "No puedo
reaccionar, me ha pillado por sorpresa y no quiero parecer una idiota".
Vanessa no va a reconocer que está asustada, que no sabe, que algo es demasiado
para ella… porque cree a pies juntillas que él se ha enamorado de ella y la
admira por su determinación y sabiduría, porque lo tiene todo muy claro a pesar
de su corta edad. Si expresa sus miedos parecerá infantil, una niñata, y lo
ahuyentará. El miedo al abandono es mayor que el resto de miedos. Y así el
consentimiento queda secuestrado. El pánico a decepcionar neutraliza su
capacidad para decir que no.
No es
ni siquiera necesario que diga que sí. La ausencia de reacción, el estado de
"shock" es el ámbito en el que estos individuos se mueven como pez en
el agua y pescan a río (y estómago) revuelto. Las escenas de abuso sexual (es
un deber ético llamar a las cosas por su nombre y en dichas escenas no estamos
viendo "sexo" o "relaciones sexuales") de la película
reflejan muy bien la asimetría de la situación, la brecha insalvable entre los
dos: ella está a menudo paralizada y callada, no se mueve más que para temblar;
mientras que él habla sin parar, se mueve por toda la habitación, baila, ríe,
llora, gesticula. Ella es una mera espectadora y él el actor, una estrella
interpretando el papel de su vida.
Uno de
los aciertos de la película es obligarnos a ver estas escenas obviamente
desagradables, no ahorrarnos con elipsis o suavizar con ejercicios de estilo la
realidad física que se oculta tras la cantinela patriarcal de que "el amor
no tiene edad". Lo hace sin sensacionalismo ni ensañamiento pero con la
crudeza y el naturalismo necesarios. Son demasiados años de mirar hacia otro
lado, toda la historia de la humanidad. No vamos a quejarnos por escasos
minutos de abrir los ojos ante la evidencia. Es justo avisar de que son tan
certeras que pueden despertar los traumas dormidos de más de una espectadora.
Pero sobre todo pueden prevenir los futuros traumas de muchas otras más porque
estamos ante una clase magistral de cómo identificar la estrategia de este tipo
de depredadores sexuales. Aunque ella es la que aparece más a menudo desnuda es
a él al que se le deja con el culo al aire simplemente al presenciar cómo
repite una y otra vez su ridículo discurso o al transcribir literalmente
fragmentos de sus cartas.
LOS LÍMITES DEL CONSENTIMIENTO
Estamos ante una película valiente que no rehúye tampoco abordar la
ambivalencia de la protagonista, sin juzgarla en ningún momento ni cuestionar
sus decisiones traslada a la perfección esa sensación de volverse adicta a ser
deseada, a esa dopamina que te inyecta en el cerebro la falsa posición poder
que te otorga excitar y volver loco a un hombre poderoso, con prestigio social
y toda la experiencia del mundo frente a tu tábula sexual casi rasa. Ponerle
voz a los pensamientos de la adolescente que Vanessa fue es el recurso perfecto
para evitar el peligro de convertirse en una película maniquea que ahonde en
culpabilizar a las víctimas. Nos recuerda que no puede resultar extraño ni
escandaloso que una muchacha se sienta atraída por un señor mayor, pues es una
consecuencia más que lógica de la educación recibida y la cultura patriarcal en
la que estamos inmersas, y que aunque ella no sólo hubiese consentido, sino que
en ocasiones también se haya sentido feliz o haya experimentado deseo y placer;
eso no hace menos abominable que un hombre se haya arrogado la facultad para
interrumpir su adolescencia con su sexualidad adulta.
Es la
atracción del adulto por las niñas, la erotización de su vulnerabilidad e
indefensión aprendida, sobre la que se pone el foco para ponerla en cuestión, y
no al revés. La directora Vanessa Filho supera airosa ese reto tan complicado
que la novela de su tocaya le planteó al trasladar con tanta clarividencia los
dilemas morales que se ocultan tras el concepto de consentimiento: "¿Cómo
admitir que han abusado de nosotros cuando no podemos negar que lo hemos
consentido? ¿Cuando hemos deseado a ese adulto, que no tardó en sacar
provecho?".
El
estreno de 'El Consentimiento' me pilló leyendo el libro 'El sentido de
consentir', de Clara Serra (colección 'Nuevos Cuadernos' de la editorial
Anagrama), en el que la filósofa reflexiona sobre la idea de consentimiento y
pondera la importancia para las mujeres, ante la tesitura de sufrir violencia
sexual, entre poder decir que no a lo que no queremos y saber explicitar qué
queremos. Estoy de acuerdo en dos de sus tesis: en la necesidad de desarrollar
una ética de la sexualidad que vaya más allá del Código Penal y en la
definición de las relaciones sexuales como una práctica exploratoria. Sobre
todo en la adolescencia, existe un derecho a explorar, a equivocarse, a no
saber qué es lo que quieres, que se debe preservar.
Nuestra
sociedad fomenta que los hombres maduros se sientan atraídos por los cuerpos
jóvenes o por la tentación de experimentar la adoración siempre intensa por
parte de alguien sin experiencia. Por eso es urgente que eduquemos a los niños
para que conecten con sus emociones, asuman su fragilidad humana como una
cualidad y entiendan al resto de seres humanos como sus pares y no potenciales
subordinados o superiores situados en una jerarquía de sexos, edades, clases y
razas. Para que cuando lleguen a ser hombres no les resulte atractiva ni
soportable siquiera la posibilidad de coaccionar para obtener sexo de ninguna
persona que no les desea o se sienta atraída por ellos, como una mujer en
situación de prostitución; o que todavía no ha tenido la oportunidad de
descubrir por sí misma su sexualidad y de explorar su propio deseo, como una
niña o una adolescente.
Hacer
ese deseo expreso ante una púber para colocar sobre ella la espada de Damocles
de decidir si corresponde o no es en sí mismo perverso, un asalto a su derecho
al descubrimiento gradual y exploratorio de su sexualidad, entre iguales, con
otros u otras que también la estén descubriendo y explorando. En este sentido
es clave e indiscutible este párrafo del libro de Vanessa Springora: "El
deseo del adulto es una trampa en la que encierra al adolescente. ¿Cómo podrían
estar ambos en el mismo nivel de conocimiento de su cuerpo y de sus deseos?
Además, un adolescente vulnerable siempre buscará el amor antes que la
satisfacción sexual. Y a cambio de los gestos de cariño (o del dinero que
necesite su familia) aceptará convertirse en objeto de placer y renunciará
durante mucho tiempo a ser sujeto, actor y dueño de su sexualidad".
Es ese
privilegio masculino de expresar su deseo sexual y buscar su satisfacción en
todo momento y en todo lugar al que hay que ponerle límites. No facilita la
autonomía sexual de las mujeres que seamos nosotras las que tengamos que darle
vueltas a cosas como que si nuestras fantasías sexuales son correctas o no, o
si una práctica sexual que nos gusta es feminista o no lo es. En ese punto
también estoy de acuerdo con Clara Serra. Cuando el feminismo te abre los
ojos y te enfrentas a tu pasado es inevitable que te sobrevenga esa sensación
de rabia ante tu propia ingenuidad. CÓMO PUDE HABER SIDO TAN TONTA. Cómo fui
capaz de creerme tantas mentiras, tan burdas. Me dejé engañar. Fui yo. Una vez
más caemos en la culpa y la vergüenza que llevamos casi impresa en el ADN de
tanto que nos la han inculcado. Gracias a los generosos testimonios de otras,
como el de Vanessa Springora, entendí que aquel al que durante tantos años
consideré mi "primer novio" fue en realidad una situación de abuso de
poder y sobre todo he aprendido a no avergonzarme o culparme por ello. Por
haberme sentido enamorada o por haberme corrido con él. Fueron ellos quienes
nos manipularon, quienes nos aislaron, quienes minaron nuestra autoestima,
quienes se valieron de sus cargos, su edad y su prestigio o de nuestro afecto,
nuestro respeto y nuestra confianza para sobrepasar todos los límites. No hay
nada anormal y raro en nosotras, teníamos derecho a ser otra niña más, a
divertirnos despreocupadas junto a las demás; los aberrantes fueron ellos y su
comportamiento. No dejemos de señalarles a ellos, de ponerles cara y nombre a
sus fútiles argumentos y sobre todo a sus acciones, que hablan por sí
solas.
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