Bloque 2. La era de las revoluciones
liberales
Contenidos
Las revoluciones burguesas en el siglo XVIII
La Revolución Francesa
Las revoluciones liberales y la Restauración
en el siglo XIX en Europa y América: procesos unificadores e independentistas.
Los nacionalismos.
Criterios de evaluación
1. Identificar los principales hechos de las
revoluciones burguesas en Estados Unidos, Francia y España e Iberoamérica.
2. Comprender el alcance y las limitaciones
de los procesos revolucionarios del siglo XVIII.
3. Identificar los principales hechos de las
revoluciones liberales en Europa y en América.
4. Comprobar el alcance y las limitaciones de
los procesos revolucionarios de la primera mitad del siglo XIX.
Estándares de aprendizaje evaluables
1.1. Redacta una narrativa sintética con los
principales hechos de alguna de las revoluciones burguesas del siglo XVIII,
acudiendo a explicaciones causales, sopesando los pros y los contras.
2.1. Discute las implicaciones de la
violencia con diversos tipos de fuentes.
3.1. Redacta una narrativa sintética con los
principales hechos de alguna de las revoluciones burguesas de la primera mitad
del siglo XIX, acudiendo a explicaciones causales, sopesando los pros y los
contras.
4.1. Sopesa las razones de los
revolucionarios para actuar como lo hicieron.
4.2. Reconoce, mediante el análisis de
fuentes de diversa época, el valor de las mismas no sólo como información, sino
también como evidencia para los historiadores.
ESPAÑA. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN
1.1. Los cambios revolucionarios y sus
limitaciones
En España, el siglo XIX fue un periodo
de transformaciones en el que desaparecieron las estructuras políticas,
económicas y sociales del Antiguo Régimen. Pero el alcance limitado de las
mismas dejo retrasada España respecto a las grandes potencias europeas.
El absolutismo dio paso a un sistema liberal.
Pero este cambio se produjo en un ambiente de gran inestabilidad marcado por
las guerras civiles, los golpes de Estado militares y la pérdida del imperio
colonial.
La población creció, pero de forma
moderada; y la economía se modernizó, pero los progresos fueron tardíos, lentos
y menos intensos que en otros países europeos, por lo que España siguió siendo
un país agrario.
Se estableció una nueva sociedad de
clases basada en la riqueza. Pero los terratenientes mantuvieron una gran
influencia, la burguesía y el proletariado crecieron poco, y el campesinado
siguió siendo mayoritario.
1.2. El reinado de Carlos IV (1788-1808)
Carlos IV accedió al trono en 1788 a la
edad de 40 años, y enseguida dejó el poder en manos del primer ministro, Manuel
Godoy. Durante su reinado se inició la crisis política del Antiguo Régimen,
bajo la influencia de la Revolución Francesa.
El temor a su propagación en España
provocó el cierre de fronteras; la finalización de las reformas ilustradas,
consideradas inspiradoras de la revolución; y la declaración de la guerra a
Francia, tras la ejecución de Luis XVI en 1793. En el transcurso de la guerra,
los franceses invadieron el País Vasco y Navarra, lo que obligó a Godoy a
firmar la Paz de Basilea en 1795.
En 1807, Godoy dio un giro a su política
y se alió con Napoleón tras la firma del Tratado de Fontainebleau. En él se
acordaba la invasión y el reparto de Portugal, que no aceptaba el bloqueo
económico contra Reino Unido decretado por Napoleón. Con este pretexto, las
tropas francesas entraron en España.
Pero la ocupación de los puntos
estratégicos de la Península dejó clara su intención de invadir también España.
Este hecho provocó el motín de Aranjuez (1808), una sublevación popular contra
la política de Manuel Godoy instigada por el heredero del trono, el futuro
Fernando VII. Como consecuencia, Carlos IV depuso a Godoy y abdicó en su hijo
Fernando.
Napoleón aprovechó hábilmente las desavenencias
de la familia real: atrajo a padre e hijo a Bayona (Francia), logró que ambos
abdicasen en él (abdicaciones de Bayona), y cedió el trono de España a su
hermano José Bonaparte.
1.3. La formación de grupos ideológicos
José I Bonaparte reinó en España entre
1808 y 1813. En este tiempo, implantó el llamado Estatuto de Bayona, que
establecía un sistema político conservador en el que el rey tenía el poder
ejecutivo y la iniciativa para proponer leyes, y realizó algunas reformas.
Entre ellas, el establecimiento de derechos para los presos, la abolición de la
tortura y la supresión de los privilegios de la nobleza.
Estos acontecimientos dividieron a los
españoles en dos grupos ideológicos:
Los “afrancesados” aceptaron la nueva
monarquía y apoyaron sus reformas. Constituyeron un reducido grupo de españoles
integrado por miembros de la nobleza y del alto clero y, sobre todo, por
funcionarios.
Los “patriotas” se negaron a aceptar a
un monarca extranjero, impuesto por las armas. En este grupo se incluyeron la
mayoría del pueblo, que defendió la soberanía de Fernando VII y los valores
tradicionales (Dios, patria, rey); y los liberales, en su mayoría burgueses y
profesionales liberales que querían acabar con el Antiguo Régimen y elaborar
una constitución.
2. La Guerra de la Independencia y la
revolución liberal (1808-1814)
El destronamiento de los Borbones y la
invasión de las tropas francesas provocó un doble proceso: una guerra de
liberación contra la invasión francesa; y el inicio de una revolución liberal
contra el absolutismo. Esta última se llevó a cabo en las Cortes de Cádiz.
2.1. La guerra de la Independencia
La irrupción de los franceses provocó el
levantamiento del pueblo de Madrid el 2 de mayo de 1808. Su extensión a otras
ciudades supuso el inicio de la guerra de la Independencia.
En las ciudades, la lucha contra la
ocupación se realizó mediante la resistencia y el levantamiento contra los
franceses. Y en el campo, mediante guerrillas[1], o
ataques por sorpresa al enemigo.
En la primera fase de la guerra se frenó
el avance francés, ante la resistencia encontrada en ciudades como Girona,
Zaragoza, Valencia y Cádiz, y la victoria en la batalla de Bailén (1808).
Napoleón acudió entonces a España con 250.000 soldados y recuperó casi todo el
territorio.
A partir de 1812, aprovechando los
problemas de Napoleón en Rusia y con ayuda de un ejército británico
desembarcado en Portugal, los franceses fueron derrotados en Arapiles, Vitoria
y San Marcial. Como consecuencia, Napoleón reconoció a Fernando VII como rey de
España y de las Indias en el Tratado de Valençay (1813), y se retiró de España.
2.2. Las Cortes de Cádiz y la
Constitución de 1812
La revolución liberal contra el
absolutismo ocurrió de forma paralela a la guerra. Ante el vacío de poder
creado por la ausencia de los reyes, los patriotas crearon juntas provinciales
de defensa, para dirigir la guerra.
El poder lo asumió una Junta Suprema
Central, con las funciones de coordinar la guerra y realizar las reformas
políticas y sociales que necesitaba el país. Para ello, la Junta Suprema
convocó unas Cortes en Cádiz (1810), elegidas por sufragio universal masculino.
Entre los diputados de las Cortes había
absolutistas, defensores de la soberanía real y del mantenimiento del Antiguo
Régimen; y liberales, partidarios de la soberanía nacional y de acabar con el
Antiguo Régimen. Estos últimos lograron la mayoría y consiguieron que las
Cortes realizasen reformas legales y aprobasen una constitución.
Las leyes aprobadas establecieron la
libertad de imprenta (1810), y abolieron los señoríos (1811), los gremios
(1813) y la Inquisición (1813). Con ellas se atacaban los fundamentos del
Antiguo Régimen.
La Constitución de 1812, la primera en
la historia de España, reconocía derechos individuales, como la igualdad ante
la ley, y establecía la soberanía nacional y la división de poderes. Así, el
absolutismo se sustituía por un sistema político liberal.
3. El reinado de Fernando VII.
Absolutistas frente a liberales
3.1. Las etapas del reinado
En 1814, tras la guerra de la Independencia,
Fernando VII regresó a España, donde fue recibido con grandes manifestaciones
de júbilo por el pueblo. Su reinado (1814-1833) pasó por tres etapas, marcadas
por los enfrentamientos entre absolutistas y liberales:
El Sexenio Absolutista (1814-1820).
Fernando VII abolió la Constitución de 1812, anulando así la obra de las Cortes
de Cádiz y persiguió a los liberales. Algunos se exiliaron, y otros trataron de
alcanzar el poder mediante pronunciamientos o golpes de Estado militares.
Tras su regreso a España un
grupo de 69 diputados absolutistas dirigió al rey un manifiesto pidiéndole la
restauración del absolutismo. Este manifiesto animó al monarca a derogar la
Constitución de 1812 y su obra.
El Trienio Liberal (1820-1823). En 1820
triunfó el pronunciamiento del comandante Rafael de Riego en Las Cabezas de San
Juan (Sevilla). Asustado, Fernando VII juró la Constitución de Cádiz y aceptó
que los liberales restablecieran la obra de las Cortes de Cádiz, como la
supresión de los señoríos, la eliminación de la Inquisición, etc. Mientras
tanto, Fernando VII lograba la ayuda de las potencias absolutistas de la Santa
Alianza. Esta envió en 1823 un ejército francés, los llamados “Cien Mil Hijos de San Luis”, que invadió España y
permitió al rey restablecer el absolutismo.
El 1 de enero de 1820, el
comandante Rafael de Riego realizó un pronunciamiento militar y emitió un bando
estableciendo la Constitución de 1812.
La insurrección liberal se
extendió por amplias zonas del país, convirtiéndose en una revolución
encuadrada dentro de la oleada revolucionaria liberal europea de 1820.
La Década Ominosa (1823-1833). Se inició
con la represión de los liberales. La situación cambió en 1830, con motivo del
problema sucesorio, pues al nacer su hija Isabel, Fernando VII derogó la Ley
Sálica que impedía heredar el trono a las mujeres. Don Carlos, hermano de
Fernando VII y hasta entonces su sucesor, no la aceptó y recibió el apoyo de
los absolutistas, lo que obligó a María Cristina, esposa de Fernando VII, a
apoyarse en los liberales.
3.2. La independencia de la América
española
En los últimos años del reinado de
Fernando VII se produjo la independencia de las colonias españolas en América.
El proceso fue promovido por los criollos[2],
descontentos por su marginación política, los fuertes impuestos que pagaban y
su discriminación social respecto a los peninsulares. Y se vio impulsado por la
difusión de las ideas liberales y revolucionarias europeas; y por la ayuda
militar de Estados Unidos y de Reino Unido. Se llevó a cabo en dos etapas:
La primera etapa (1810-1814) coincidió
con la guerra de la Independencia, durante la cual se formaron juntas
revolucionarias dirigidas por los criollos. Estas mostraron pronto tendencias
independentistas, encabezadas por Simón Bolívar y José de San Martín; pero
fueron reprimidas tras el regreso de Fernando VII a España.
La segunda etapa (1815-1825) tuvo lugar
en el reinado de Fernando VII, que rechazó conceder cierta autonomía a las
colonias. Gracias al apoyo británico y estadounidense, España fue derrotada en
Pichincha (1822) y Ayacucho (1824), y su imperio colonial quedó reducido a Cuba
y Puerto Rico, en América; y a Filipinas, en Asia.
Las nuevas repúblicas surgidas tras la
independencia no lograron unirse, y quedaron en manos de jefes militares.
4. La consolidación liberal (1833-1874)
4.1. La época isabelina (1833-1868)
La etapa de las regencias
A la muerte de Fernando VII accedió al
trono su hija, Isabel II, que contaba con solo tres años. Por eso, durante su
minoría de edad ejercieron la regencia su madre, María Cristina (1833-1840), y
el general Espartero (1840-1843).
En este periodo, el problema sucesorio
desencadenó una guerra civil, la primera guerra carlista (1833-1839), que
enfrentó a los absolutistas, defensores de don Carlos, con los liberales,
partidarios de Isabel. La contienda finalizó en 1839, con la victoria de Isabel
y el llamado Abrazo de Vergara[3].
El carlismo tuvo sus focos
principales en el País Vasco y Navarra, y en algunos sectores de Aragón y
Cataluña, que lo vieron como una ocasión para recuperar los fueros perdidos en
el siglo XVIII.
El reinado de Isabel II
En 1843, Isabel II fue declarada mayor
de edad y se inició su reinado personal. Durante el mismo se consolidó el
régimen liberal, basado en un sistema de partidos políticos.
El reinado, sin embargo, se caracterizó
por una gran inestabilidad política, motivada por el enfrentamiento entre dos
partidos liberales: el moderado, integrado por la alta burguesía y algunos
sectores de la clase media (profesionales liberales, propietarios, jefes y
oficiales del Ejército, etc.); y el progresista, formado por las clases medias
urbanas, como pequeños comerciantes y empleados.
Al llegar al poder, cada partido trató
de imponer sus ideas, redactando una constitución a su medida:
En la llamada Década Moderada
(1844-1854) se impuso la Constitución de 1845.
En el Bienio Progresista (1854-1856) se
redactó la Constitución de 1856, que no llegó a publicarse.
Y en los últimos años del reinado
(1856-1868) se alternaron en el poder los liberales moderados y un nuevo
partido de centro, la Unión Liberal. Además, surgieron nuevos partidos opuestos
al régimen liberal: los demócratas, defensores del sufragio universal
masculino; y los republicanos, que querían abolir la monarquía.
En 1866, los demócratas, los
republicanos, los progresistas y la Unión Liberal firmaron el Pacto de Ostende,
para derrocar a la reina y convocar Cortes Constituyentes por sufragio
universal masculino.
4.2. El Sexenio Revolucionario
(1869-1874)
En 1868 triunfó una nueva revolución,
conocida como “La Gloriosa”, y la reina se exilió. Se formó entonces un
Gobierno Provisional que promulgó la Constitución de 1868, de carácter más
democrático, pues reconocía los derechos de expresión, prensa, reunión y asociación;
la soberanía nacional; la división de poderes y, por primera vez en la historia
española, el sufragio universal masculino. A continuación, siguieron dos periodos
con distinta forma de Estado:
La monarquía democrática (1871-1873)
recayó, por elección del Gobierno, en el italiano Amadeo de Saboya. Este tuvo
que enfrentarse con la oposición política de los republicanos y de los
partidarios de los Borbones; y con varias insurrecciones militares. Ante esta
situación, Amadeo abdicó en 1873 y se proclamó la Primera República.
La Primera República (1873-1874) fue un
período de gran inestabilidad política. Los republicanos estaban divididos
entre unionistas, partidarios de un Estado centralista; y federalistas,
defensores de un Estado descentralizado. Además, una nueva guerra carlista, la
guerra en Cuba y la insurrección de ciertos municipios, como Cartagena, que se
proclamaron cantones o repúblicas independientes, provocaron varias crisis de
gobierno. Esta situación favoreció la restauración de la monarquía borbónica en
1874.
5. La modernización económica (I). La
población y la agricultura
5.1. El crecimiento demográfico
Entre 1788 y 1874 la población española
creció con moderación, pasando de 10,5 a 16,5 millones. Las causas fueron las
mejoras en la alimentación, por la difusión del cultivo de maíz y patata y la
extensión de los cereales; y los avances de una incipiente medicina preventiva.
La mayoría de la población se
concentraba en la periferia peninsular y vivía en el campo. La migración más
destacada del período fue el éxodo rural hacia las nuevas capitales
provinciales y aquellas ciudades de Cataluña, el País Vasco y Madrid que
implantaron industrias modernas. Como consecuencia creció la población urbana.
La población se concentraba en
las zonas de relieve llano, baja altitud, clima cálido y proximidad al mar,
como la costa levantina y los valles atlánticos; y en las zonas de mayor
prosperidad económica, como Cataluña, el País Vasco y Madrid.
5.2. Las transformaciones agrarias
La abolición del régimen señorial
Las Cortes de Cádiz decretaron en 1811
que los señoríos jurisdiccionales, en los que el señor desempeñaba funciones
públicas, como la administración de justicia, pasasen al Estado. Y que los
señoríos territoriales, en los que el señor solo obtenía recursos económicos de
la tierra, pasasen a propiedad particular, generalmente de las grandes familias
que los habían explotado durante siglos.
La desamortización
Los liberales decretaron la
desamortización o venta de los bienes amortizados, es decir, vinculados a
ciertas instituciones como la nobleza, el clero, o los municipios, que hasta
entonces no podían venderse.
Las primeras medidas desamortizadoras se
aprobaron en las Cortes de Cádiz y en el Trienio Liberal; pero el proceso
recibió su impulso definitivo durante el reinado de Isabel II. Para ello, en
sucesivas leyes, el Estado confiscó y subastó los bienes del clero y abolió los
mayorazgos[4] de
la nobleza (desamortización de Mendizábal, 1836-1837); y decretó la venta de
las tierras comunales[5],
de los bienes de propios de los ayuntamientos y de todos los demás bienes
amortizados o de “manos muertas”[6]
(desamortización general de Madoz, 1855).
Los objetivos de estas leyes eran
obtener recursos para el Estado y facilitar el acceso del campesinado a la
propiedad de la tierra. Pero los resultados no fueron los esperados. El sistema
de venta por subasta benefició a la nobleza y la burguesía, que crearon grandes
latifundios; perjudicó a los pequeños propietarios, que no pudieron comprar
tierras y se arruinaron tras la venta de las tierras municipales. También
resultaron perjudicados los arrendatarios y los jornaleros, ya que los nuevos
propietarios endurecieron sus condiciones de trabajo.
Las mejoras agrarias
Consistieron en un aumento de la
superficie cultivada, sobre todo de cereales y de vid, una lenta introducción
de adelantos técnicos, como uso de fertilizantes y de máquinas; y la extensión
del regadío, mediante la construcción de presas y canales.
6. La modernización económica (II). La
industria y otros sectores
6.1. La Revolución Industrial en España
Una industrialización lenta y parcial
La primera Revolución Industrial se
inició en España hacia 1830. Pero se desarrolló lentamente y de forma parcial,
por lo que quedó retrasada respecto a sus competidores europeos. Entre las
causas del lento despegue industrial se han señalado:
La baja demanda de artículos
industriales, debida al modesto crecimiento de la población y al
empobrecimiento del campesinado.
El escaso espíritu emprendedor de la
burguesía, que basaba su prestigio social en la posesión de la tierra. Por eso,
no invirtió su capital en la industria y lo dirigió a la compra de bienes
desamortizados.
Otros factores fueron el atraso
tecnológico y la escasez de materias primas, que obligó a costosas
importaciones de máquinas y de recursos; y la inestabilidad política, que no
impulsó una política económica coherente.
Los principales sectores industriales
Los sectores industriales básicos fueron
la minería, la siderurgia y el sector textil.
La minería conoció una fuerte expansión
a partir de 1860, y convirtió a España en una importante explotadora de
minerales como plomo, hierro, mercurio y cobre. Pero, en buena parte, los
minerales se exportaban, en perjuicio de su utilización por la industria
nacional.
La siderurgia se inició en Andalucía
(1830-1865). Pero ante la inexistencia de carbón mineral, se trasladó primero a
Asturias (1865-1880), con abundantes recursos de carbón; y desde 1880, al País
Vasco, donde existían minas de hierro.
El sector textil del algodón se
concentró en Cataluña. Las fábricas usaron primero máquinas hidráulicas, por lo
que se localizaron a lo largo de los ríos. Luego emplearon máquinas de vapor,
que las ubicó junto a los puertos importadores de carbón. También se desarrolló
en Cataluña una importante industria lanera, que importó la lana de Australia y
Alemania.
6.2. Otros sectores económicos
La modernización del transporte fue
posible gracias a la Ley de Carreteras de 1851, la Ley de Ferrocarriles de 1855
y la llegada de capital extranjero.
La red de carreteras se amplió, hasta
alcanzar 16.807 km en 1874. La red ferroviaria se inició con la construcción de
las líneas Barcelona-Mataró (1848) y Madrid-Aranjuez (1851). Desde 1855 se
construyó una red radial, que conectaba Madrid y los principales puertos.
También se inauguraron los primeros tranvías, arrastrados por mulas, en
ciudades como Madrid y Valencia.
El sistema comercial se unificó con la
introducción, en 1858, del sistema métrico decimal. No obstante, el comercio
interior fue escaso por la reducida demanda interna. Y el comercio exterior
sufrió la pérdida de las colonias americanas, que hasta entonces habían
compensado la escasa capacidad de compra de la población española.
Las finanzas y el capitalismo crecieron
de forma limitada. Se crearon sociedades anónimas; bancos públicos (Banco de
España, 1856); bancos privados (Bilbao y Santander, fundados en 1857); y las
Bolsas de Madrid (1831) y Barcelona (1851).
La minería entre 1833 y 1868
La minería explotó los
yacimientos de carbón del norte (Asturias y León), y las minas de hierro (País
Vasco, Cantabria), cobre (Riotinto), plomo (Linares-La Carolina, Córdoba) y
mercurio (Almadén).
La producción siderúrgica
La siderurgia se inició en
Andalucía, donde en 1831 se instaló el primer alto horno (La Constancia, en
Málaga). Pero la carencia de carbón y mineral de hierro hizo que a partir de
1840 la actividad se trasladara al norte: primero a Asturias, y después al País
Vasco.
La industria textil catalana
Las fábricas textiles se
conocían en Cataluña como vapores. Podían ser de lana –la fibra tradicional- o
de algodón –la fibra ligada a la Revolución Industrial europea-.
La primera fábrica movida por
vapor fue la de Bonaplata, fundada en 1833. Luego los vapores se extendieron
sobre todo por las comarcas de Sabadell y Terrassa.
La modernización de los
transportes
Esta fue la primera línea
férrea en territorio peninsular en el año 1848, ya que el primer ferrocarril
español se inauguró en 1837 en Cuba.
La construcción de la red
ferroviaria se aceleró a partir de 1855, tras la promulgación de la Ley General
de Ferrocarriles.
7. La sociedad de clases
7.1. Los grupos sociales
En el siglo XIX, la sociedad estamental
del Antiguo Régimen fue sustituida por una nueva sociedad de clases basada en
el poder económico de cada individuo.
Como consecuencia, los grupos sociales
se incluyeron en tres clases, según su riqueza:
La clase alta era un grupo reducido que
comprendía a la antigua nobleza y a la burguesía.
La antigua nobleza terrateniente perdió
sus privilegios. Pero consolidó su riqueza al lograr la propiedad privada de
los señoríos y aumentarlos con la compra de tierras desamortizadas.
La burguesía era poco numerosa, pero
incrementó su poder. En unos casos estuvo vinculada a la industria (Cataluña,
País Vasco); y en otros, a las actividades comerciales y agrarias (Andalucía,
Valencia, etc.). Una parte intentó imitar el modo de vida de la nobleza,
invirtiendo en tierra desamortizada o tratando de ennoblecerse con enlaces
matrimoniales.
La clase media no fue numerosa. En el
campo comprendía a los medianos propietarios agrarios; y en las ciudades, a
funcionarios, oficiales del Ejército, profesionales liberales (médicos,
abogados, notarios), propietarios de talleres artesanos y pequeños
comerciantes.
La clase baja incluía, en el campo, a
los pequeños propietarios, arrendatarios y jornaleros; y en las ciudades, a los
empleados, asalariados y obreros de las fábricas, que constituían un naciente y
todavía escaso proletariado industrial.
7.2. Conflictos sociales y movimiento
obrero
Los conflictos sociales se debieron a
las malas condiciones de vida de los grupos más desfavorecidos. Los jornaleros
agrarios padecían bajos salarios y paro estacional por lo que promovieron
numerosas revueltas duramente reprimidas (Arahal en 1857, Loja en 1861). Por su
parte, los obreros industriales sufrían largas jornadas laborales, bajos
salarios, falta de seguros, explotación de mujeres y niños, y penosas
condiciones de vida.
El movimiento obrero surgió para hacer
frente a estos problemas.
En sus inicios tuvo un carácter
reivindicativo, y se manifestó en destrucciones espontáneas de máquinas. Fue el
caso de Alcoy, en 1821; y de Barcelona, en 1835. También se crearon asociaciones
obreras para reivindicar mejoras laborales, pero apenas tuvieron importancia
hasta el Sexenio Revolucionario.
A partir de 1868 se difundieron las
ideologías presentes en la Primera Internacional: sobre todo el anarquismo, con
el napolitano Giuseppe Fanelli; y, en menor medida, el socialismo marxista, con
Paul Lafargue. En 1870 se fundó la Federación Regional Española (FRE),
integrada en la Asociación Internacional de Trabajadores.
8. La cultura y el arte (I). Goya
8.1. El progreso cultural
Los centros culturales se multiplicaron
en el siglo XIX. Entre ellos destacaron las academias; los museos, como el
Prado (1819) y el Museo Arqueológico (1867); y algunas instituciones privadas,
como el Ateneo de Madrid (1835) y los Liceos Artísticos y Literarios.
La literatura aportó grandes figuras en
el Romanticismo (el duque de Rivas, José Zorrilla, José de Espronceda, Gustavo
Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro), el realismo (Benito Pérez Galdós y
Leopoldo Alas Clarín) y el naturismo (Emilia Pardo Bazán). La prensa también
alcanzó una gran difusión.
8.2. Goya, un genio entre dos siglos
Francisco de Goya y Lucientes
(1746-1828) fue el pintor más destacado de la segunda mitad del siglo XVIII y
de principios del XIX. Su pintura no puede encuadrarse en ninguna de las
corrientes pictóricas de su época, pues desarrolló un estilo propio que
anticipó movimientos pictóricos posteriores tan diversos como el Romanticismo,
el Impresionismo, el expresionismo y el surrealismo. En su obra pueden
diferenciarse varias etapas.
1774-1792. Cartones y retratos
Al finalizar sus estudios se instaló en
Zaragoza, donde realizó los frescos de la bóveda de la basílica del Pilar. Poco
después se casó, y su cuñado, el pintor Francisco Bayeu, facilitó su
contratación como pintor de cartones para tapices, que servían de boceto a los
tejedores de la Real Fábrica de Tapices de Madrid. En ellos representó temas
populares y alegres, pintados con un brillante colorido, como La gallina ciega,
El quitasol, El pelele y La vendimia.
Gracias a ello ganó prestigio, y fue
recibido como miembro de la Academia (1780) y nombrado “pintor de cámara” de
Carlos IV (1789).
1792-1814. Retratos, cuadros y grabados
Tras contraer una grave enfermedad quedó
sordo y dejó su actividad como pintor de tapices. Realizó entonces magníficos
retratos de los reyes como La familia de Carlos IV; y de personajes
nobiliarios, como la duquesa de Alba, la condesa de Chinchón y las majas,
vestida y desnuda. Estas obras se caracterizan por la pincelada suelta, la
preocupación por la luz y la penetración psicológica de los personajes.
También ejecutó sus primeros grabados, Los
Caprichos, una sátira de la sociedad de su época que anticipa el
surrealismo posterior.
Durante la guerra de la Independencia
pintó cuadros que mostraron la crudeza del conflicto, como El dos de Mayo
y El Tres de Mayo en Madrid, más conocido como Los fusilamientos de
la Moncloa; y también una serie de grabados pesimistas, denominados Los
Desastres.
1814-1828. Pinturas negras y exilio
Tras la guerra, durante el reinado de
Fernando VII, enfermo y sordo, se refugió en una casa de campo a orillas del
Manzanares. Entre 1820 y 1823 decoró las paredes de la casa con las “pinturas
negras”, llamadas así por su colorido de negros y grises y por sus temas
pesimistas. Entre ellas destacan Saturno devorando un hijo o El Aquelarre, que
constituyen un precedente de la pintura expresionista.
En 1824, debido a sus ideas
afrancesadas, tuvo que exiliarse a Francia. Allí pintó dibujos y cuadros, como La
lechera de Burdeos. En ellos recuperó el interés por el color, la luz y la
belleza, y empleó pinceladas sueltas y libres que anunciaban el Romanticismo y
el impresionismo.
9. La cultura y el arte (II). El Romanticismo
y el realismo
9.1. El Romanticismo
La corriente romántica fue dominante en
España hasta finales del reinado de Isabel II.
La arquitectura adoptó el historicismo,
un estilo inspirado en los rasgos arquitectónicos del pasado. Así se realizaron
numerosos edificios en estilo neorrománico (basílica asturiana de Covadonga),
neogótico (concatedral de Castellón), neomudéjar (edificio de Correos de
Zaragoza), o clasicista (Congreso de los Diputados de Madrid, Liceo de
Barcelona). Muchos de ellos fueron edificios civiles, como mercados,
ayuntamientos, bancos, bolsas, teatros, museos, etc.
La nueva arquitectura del hierro y del
cristal, relacionada con la Revolución Industrial, se empleó en edificios
funcionales. Entre ellos estaciones de ferrocarril, como la estación de Atocha
en Madrid (1851) y la estación del Norte en Barcelona (1862), y puentes, como
el de Triana en Sevilla (1852), realizado en hierro fundido sobre el Guadalquivir,
o el puente colgante de Valladolid sobre el río Pisuerga (1865).
La escultura tuvo escaso desarrollo en
España. Sus realizaciones más habituales fueron los retratos y los monumentos
urbanos, en muchos casos dedicados a personajes de la época.
Entre los escultores más representativos
se encuentran José Gragera, autor del monumento a Juan Álvarez Mendizábal, y
Ricardo Bellver, cuyo Ángel caído es la única estatua del mundo dedicada al
demonio.
La pintura concedió gran importancia al
color, a la luz y al movimiento. La corriente dio lugar a cuadros de temática
variada. Así, Leonardo Alenza y Eugenio Lucas Velázquez cultivaron temas
trágicos, satíricos y costumbristas, en los que se acentuaba lo pintoresco y lo
típico Jenaro Pérez Villaamil pintó paisajes. Y Federico Madrazo destacó en el
género histórico y en los retratos.
9.2. La pintura realista
En la segunda mitad del siglo XIX se
impuso la tendencia realista, que se centró en el llamado realismo histórico o
pintura de historia, muy demandada por las instituciones y en los concursos
pictóricos.
En general, son cuadros de gran tamaño y
colores sobrios, en los que se concede gran importancia al detalle y a la verosimilitud
de la representación. Los temas representan acontecimientos del pasado, sobre
todo medievales o del imperio español; o hechos contemporáneos, como los
sucedidos en la guerra de la Independencia, donde son frecuentes los retratos.
Los pintores más destacados fueron
Mariano Fortuny, con La batalla de Tetuán; Casado del Alisal, autor de La
rendición de Bailén; Antonio Gisbert, cuya obra más conocida es El fusilamiento
de Torrijos, y Eduardo Rosales, con El testamento de Isabel la Católica.
10. Andalucía durante la crisis del
Antiguo Régimen
10.1. De la guerra de la Independencia
al Sexenio Revolucionario
La guerra de la Independencia
(1808-1813)
En la guerra de la Independencia, los
andaluces constituyeron Juntas de Defensa en Sevilla, Granada y otras ciudades,
y la Junta Suprema central tuvo su sede en Cádiz
por ser el último territorio que resistía a los franceses.
Durante la contienda se formaron en
Andalucía guerrillas, como la del coronel Villalobos, que actuó en Almería y
Granada; y la del alcalde de Otívar, en Granada. También aquí se organizó un
ejército mandado por el general Castaños, que derrotó al francés del general
Dupont en la batalla de Bailén (1808). Y el 24 de septiembre de 1810 se reunieron
las Cortes de Cádiz, que elaboraron y aprobaron la Constitución de 1812.
El reinado de Fernando VII (1814-1833)
En el reinado de Fernando VII, el
liberalismo arraigó en aquellas ciudades donde la burguesía era importante.
Este hecho originó numerosos levantamientos, como el protagonizado por Riego en
Cabezas de San Juan (1 de enero de 1820) al frente de un ejército preparado
para reprimir la independencia de las colonias americanas, que dio origen al
Trienio Liberal. Durante la Década Ominosa se produjeron el pronunciamiento del
general Torrijos (Málaga, 1831) y la condena a muerte de la granadina Mariana
Pineda por bordar una bandera para los liberales de la ciudad (1831).
El reinado de Isabel II y el Sexenio
Revolucionario (1833-1874)
En el reinado de Isabel II muchos
andaluces participaron en la política nacional, caso de Mendizábal y de los
generales Narváez y Serrano.
La Revolución de 1868, que finalizó con
el destronamiento de Isabel II, también se inició en Andalucía, con la sublevación
en Cádiz del almirante Topete y los generales Prim y Serrano.
10.2. La desamortización y sus
consecuencias
La desamortización provocó el aumento de
la riqueza y poder de la alta burguesía y de la nobleza terrateniente, que
compraron tierras desamortizadas. También benefició a parte de la clase media y
a personas residentes en Madrid o que ocupaban cargos políticos. Frente a
ellos, quedó un numeroso proletariado agrícola, compuesto por jornaleros sin
tierras sumidos en la miseria.
El descontento del campesinado ante esta
situación se expresó unas veces mediante la ocupación de tierras, caso de
Casabermeja (Málaga, 1840), y otras a través de violentas agitaciones
campesinas, como las ocurridas en Sevilla, Utrera y el Arahal (1854),
realizadas por Sixto Cámara; y en Loja (1861), protagonizada por Pérez del
Álamo. En el Sexenio Revolucionario, el campesinado andaluz se inclinó hacia el
anarquismo.
10.3. El proceso de industrialización
La minería andaluza ocupó un lugar
predominante en el conjunto nacional hasta mediados del siglo XIX. En la región
se explotaron minas de plomo en Linares (Jaén) y en la sierra Almagrera
(Almería), cobre y piritas en Riotinto (Huelva) y hulla en Peñarroya-Pueblo
Nuevo (Córdoba).
La siderurgia fue importante entre 1833
y 1866. Estuvo impulsada por Manuel Agustín de Heredia, en Marbella y Málaga; y
por Narciso Bonaplata, en el Pedroso (Sevilla). También hubo ferrerías en la
Garrucha (Almería). Pero, en general, usaban carbón vegetal y no pudieron
competir con la siderurgia vizcaína, alimentada con carbón mineral.
La industria textil del algodón fue
promovida por las familias Larios y Heredia en Málaga. Pero no pudo competir
con la industria textil catalana y decayó a partir de 1880.
La red ferroviaria se instaló muy
lentamente en Andalucía. En 1854 se inauguró el primer enlace entre Jerez y el
Puerto de Santa María.
[1] Guerrillas.
Forma de lucha constituida por partidas armadas de civiles, que no presentan
una batalla formal al enemigo, sino que utilizan sus conocimientos del terreno
para realizar ataques por sorpresa y dificultar su dominio del territorio.
[2] Criollo.
Persona de origen europeo nacido en el continente americano.
[3] Abrazo de
Vergara (29 de agosto de 1839). Acuerdo, plasmado en el abrazo que se dieron el
general isabelino Espartero y el general carlista Maroto, con el que finalizó
la primera guerra carlista (1833-1839). En el acuerdo, los carlistas se
comprometían a entregar las armas y a acatar la Constitución de 1837. A cambio,
mantenían su empleo y grado, o solicitaban el retiro recibiendo su sueldo
íntegro.
[4] Mayorazgos. Conjunto de bienes pertenecientes a la
nobleza, que estaban vinculados entre sí y no podían dividirse ni venderse.
Así, eran heredados sólo por uno de los hijos, generalmente el mayor.
[5] Tierras
comunales. Territorios municipales explotados conjuntamente por todos los
vecinos del municipio bajo unas normas establecidas, como usar ciertas áreas de
monte o de pastos.
[6] Manos muertas.
Bienes que no se podían comprar, cambiar o vender por no permitirlo las reglas
de las instituciones a las que pertenecían; o por las condiciones en las que
habían sido legados (la herencia de un benefactor ya muerto cuya voluntad no se
podía alterar). Este era el caso de los mayorazgos de la nobleza y de los
bienes de los ayuntamientos y de la Iglesia. El término se aplicaba
especialmente a los bienes de la Iglesia, por proceder en muchos casos de
donaciones realizadas por particulares tras su muerte.
Editorial Anaya
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