LA PRIMERA VEZ que tuve una cita con un
individuo al que llamaremos Ramón me pasé los 30 minutos de recreo sentada en
un extremo de un banco de piedra de A Xunqueira mientras mi cita permanecía
solemnemente callado en el extremo opuesto del banco. Fueron los 30 minutos más
largos de mi vida, que acabaron felizmente con un beso cuyas babas me
colapsaron la función respiratoria y el inicio de mi primera relación seria y
estable. Durante tres meses Ramón y yo fuimos novios con un único propósito:
pasarnos los recreos morreando. Jamás mantuvimos una conversación y nuestro
sincero amor se cimentó bajo los pilares de la no-comunicación. Cuando por fin
habló, Ramón la cagó, que es lo que suelen hacer los tíos. Un viernes me dijo
que sus padres lo tenían castigado por suspender todas y que no podía venir a
la discoteca de tarde aquel domingo. Eso suponía, de hecho, que yo me quedaba
sin morrear porque Ramón era un vago. Con mis expectativas sobre el amor
romántico hechas trizas, pero con la esperanza de reponerme de aquel golpe que
la vida me había dado con sólo 14 años, disolví la relación y convoqué nuevas
elecciones. Una semana después ya estaba en las escaleras del Amaranto
acompañada de un tal Pedro que era mucho más feo que Ramón y cuya conversación
versaba entorno a la cilindrada de su scooter rectificada. Pedro, al menos, me
llevaba en moto y eso a mis amigas les parecía súper guay. A pesar de mi
desaire, Ramón y yo seguíamos muy enamorados y cual pajarillo enjaulado, juró
llamarme en cuanto le levantasen el castigo. Quiero creer que sigue sin saldo
en el teléfono.
Llevo semanas enganchada a un programa de
televisión cuya premisa es justo la contraria: favorecer la comunicación en el
primer encuentro. First Dates (Cuatro) une a potenciales parejas en citas a
ciegas para que se cuenten toda su vida, obra y penurias en el transcurso de
una sola cena. Los candidatos escogidos durante sesudas entrevistas
psicológicas no podrían tener más cosas en común. Por ejemplo, las gordas van
con los gordos, los frikis con las frikis, los tatuados con las tatuadas, los
padres solteros con mujeres adultas y responsables, las madres solteras con
viejos acabados, y las dependientas del Zara con los del Pull pero jamás con
los del H&M porque esos van con los del Primark. Los gays van con los gays
y punto. El programa lo presenta Carlos Sobera al que algún directivo consideró
el candidato óptimo para ejercer de celestina y lo acompaña una sexy y joven
camarera (¡qué casualidad!) que interrumpe varias veces a los comensales para
servirles más vino hasta que están tan borrachos que quieren follar encima de
la mesa o insultarse vilmente mientras la cámara hace zoom sobre su cara de
asco. También hay un becario igualito a Chris Hemsworth que sirve cócteles en
una barra y por el que cualquier mujer o gay dejaría plantada a su cita.
Los desconocidos intentan conquistar al amor
de su vida hablando de su traumático divorcio, la alergia alimentaria de su
hija que también tiene trastorno obsesivo compulsivo y del espectro autista,
sus diversas adicciones, sus convicciones machistas y católicas, sus celos
paranoicos, y sus complejos físicos. Todo el mundo sabe que a una primera cita
se va a mentir, o por lo menos, a maquillar ligeramente la realidad para
hacerla más atractiva a los ojos del otro. Si por ejemplo, estás en el paro
porque te han echado, dices que estás atravesando un momento vital de cambio en
el que buscas nuevas inquietudes laborales.
El clímax dramático e irreversible llega en
el momento de pagar la cuenta, algo que por lo visto no están dispuestas a
hacer el 90 por ciento de las mujeres participantes en tal experimento.
Después de la cena juntan a ambos en un
confesionario para que se digan a la cara lo insoportable y feo que les parece
el otro o para que empiecen a morrearse sin ningún decoro como Ramón y yo en
aquel banco de A Xunqueira.
Tener una cita es cansado. Y además, sale
caro. Cena en un restaurante, gin tonics, ropa nueva, depilación integral y
toallitas íntimas para pasártelas cada vez que vas al baño y así para fingir
que tu coño huele a rosas recién cortadas TODO EL RATO. Pasarse horas mostrando
falso interés por alguien que ni siquiera sabes si es capaz de mantener una
erección más de cinco minutos y sonreír como una imbécil mientras te enseña las
fotos del viaje a Marrakech con su ex y los putos vídeos de su gato. Todo por
un polvo.
La comunicación en las primeras citas está sobrevalorada. No hay ninguna razón por la que hilar más de cuatro banalidades. Ninguna. A tu cita no le importan tu fimosis ni tus instintos maternales, ni siquiera el cáncer de pecho de tu difunta madre y si finge escucharte es porque quiere quitarte la ropa. Porque por mucho que habléis, si el sexo es un desastre, lo que hay que hacer es salir corriendo y aprovechar la depilación integral.
TEXTO ADAPTADO PARA VELOCIDAD Y COMPRENSIÓN LECTORA
500 palabras
La primera cita
LA PRIMERA VEZ que tuve una cita con un
individuo al que llamaremos Ramón me pasé los 30 minutos de recreo sentada en
un extremo de un banco de piedra de A Xunqueira mientras mi cita permanecía
solemnemente callado en el extremo opuesto del banco. Fueron los 30 minutos más
largos de mi vida, que acabaron felizmente con un beso cuyas babas me
colapsaron la función respiratoria y el inicio de mi primera relación seria y
estable. Durante tres meses Ramón y yo fuimos novios con un único propósito:
pasarnos los recreos morreando. Jamás mantuvimos una conversación y nuestro
sincero amor se cimentó bajo los pilares de la no-comunicación. Cuando por fin
habló, Ramón la cagó, que es lo que suelen hacer los tíos. Un viernes me dijo
que sus padres lo tenían castigado por suspender todas y que no podía venir a
la discoteca de tarde aquel domingo. Eso suponía, de hecho, que yo me quedaba
sin morrear porque Ramón era un vago. Con mis expectativas sobre el amor
romántico hechas trizas, pero con la esperanza de reponerme de aquel golpe que
la vida me había dado con sólo 14 años, disolví la relación y convoqué nuevas
elecciones. Una semana después ya estaba en las escaleras del Amaranto
acompañada de un tal Pedro que era mucho más feo que Ramón y cuya conversación
versaba entorno a la cilindrada de su scooter rectificada. Pedro, al menos, me
llevaba en moto y eso a mis amigas les parecía súper guay. A pesar de mi
desaire, Ramón y yo seguíamos muy enamorados y cual pajarillo enjaulado, juró
llamarme en cuanto le levantasen el castigo. Quiero creer que sigue sin saldo
en el teléfono.
Llevo semanas enganchada a un programa de
televisión cuya premisa es justo la contraria: favorecer la comunicación en el
primer encuentro. First Dates (Cuatro) une a potenciales parejas en citas a
ciegas para que se cuenten toda su vida, obra y penurias en el transcurso de
una sola cena. Los candidatos escogidos durante sesudas entrevistas
psicológicas no podrían tener más cosas en común. Por ejemplo, las gordas van
con los gordos, los frikis con las frikis, los tatuados con las tatuadas, los
padres solteros con mujeres adultas y responsables, las madres solteras con
viejos acabados, y las dependientas del Zara con los del Pull pero jamás con
los del H&M porque esos van con los del Primark. Los gays van con los gays
y punto. El programa lo presenta Carlos Sobera al que algún directivo consideró
el candidato óptimo para ejercer de celestina y lo acompaña una sexy y joven
camarera (¡qué casualidad!) que interrumpe varias veces a los comensales para
servirles más vino hasta que están tan borrachos que quieren follar encima de
la mesa o insultarse vilmente mientras la cámara hace zoom sobre su cara de
asco. También hay un becario igualito a Chris Hemsworth que sirve cócteles en
una barra y por el que cualquier mujer o gay dejaría plantada a su cita.
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