Entre enfrentarse al Estado y
romper huesos
A
pesar de que apenas hay referencias bibliográficas sobre sus acciones y
sus conquistas, los colectivos de madres contra las drogas se enfrentaron a lo
inimaginable para tratar de hacer frente a los estragos de la heroína.
Hay
muy poco escrito sobre los movimientos de madres contra la droga en el Estado
español. Trabajaron duro, aquí y allá, para proteger la vida de sus hijos e
hijas hasta que entendieron que, más allá del dolor de sus propias familias, el
consumo de heroína era un embolado que afectaba a toda la sociedad. Así,
exigieron políticas públicas ante lo que ellas siempre entendieron que era un
genocidio. Estuvieron activas, sobre todo, durante los años ochenta y muchas de
ellas todavía hoy trabajan desde sus barrios para hacer frente a las epidemias
actuales. La de las casas de apuestas, por ejemplo.
Lo
que querían era mucho más que sacar de la droga a la chavalería. En ‘¿Movilizándose por otros? El caso de las
"Madres Contra la Droga" en España’, de Celia Valiente Fernández,
uno de los pocos artículos académicos sobre el tema, la autora asegura que
estas mujeres exigían al Estado que estuviera a la altura de las
circunstancias. Proponían medidas concretas: "Programas de desintoxicación
y rehabilitación, políticas para facilitar la incorporación de los ex
toxicómanos al mercado de trabajo (tales como talleres de formación
ocupacional), servicios sanitarios para atender las necesidades específicas de
los drogodependientes, acciones de prevención (por ejemplo, en los centros
educativos, a fin de evitar que los adolescentes y los jóvenes se iniciaran en
el consumo de drogas) y medidas para mejorar las condiciones de vida de los
toxicómanos que no podían o no querían abandonar inmediatamente su adicción a
las drogas (el suministro de metadona, entre otros)". Lograron que se
atendieran muchas de ellas, pero el esfuerzo que tuvieron que hacer para
conseguirlo no está escrito en los libros.
Bueno,
en uno, sí: Para
que no me olvides, de la Editorial Popular. Editado en 2012, el
libro es el resultado del trabajo conjunto de algunas de las miembras de Madres
Unidas contra la Droga, de Madrid, con la Asociación para la Investigación y la
Intervención social REDES. En el prólogo, desde la Asociación, cuentan las
dificultades a las que tuvieron que enfrentarse durante el proceso. En su
intento de llevar a cabo un "trabajo sistemático y de método lógico"
se toparon con lo que a veces se pierde de vista en este tipo de análisis: la
realidad. Caos en el archivo y caos en los recuerdos, pero la certeza de que se
dejaron la piel en las calles. No fue fácil, claro. Entre otras cosas, en
muchas ocasiones, tuvieron que enfrentarse al descontento de sus maridos. La
mayoría tardó más que ellas en entender la gravedad de la situación y en asumir
que, a partir de ese momento, no estaba garantizada la cena en la mesa.
En Para que no me olvides detallan
infinidad de anécdotas. Dicen, por ejemplo, que fueron "las primeras"
en denunciar la llegada "de las pastillas" a Madrid. Se enteraron
pronto porque muchas de ellas trabajaban limpiando discotecas. No es
casualidad, por supuesto. Juntas lograron sacudirse la culpa: No. No era
responsabilidad precisamente suya que sus hijos e hijas se engancharan a la
heroína. Podía caer prácticamente cualquiera. Cuentan que una panadera del
barrio solía enfrentarse a ellas: "Decía que las madres de los yonkis no
habíamos sabido educar a nuestros hijos. Posteriormente, a ella se le metieron
tres en la droga y la mujer se ahorcó después de haber dicho todo lo que dijo.
No lo pudo superar". Es difícil afrontar algo así, desde luego. Lo
realmente difícil es cuantificar qué consecuencias reales tuvo el consumo de
heroína en la sociedad española. Más allá de las víctimas directas, también
incuantificables, los efectos colaterales del consumo resultan inimaginables.
La panadera, por ejemplo.
Más
allá de enfrentamientos en el barrio, con camellos de poca monta en muchas
ocasiones o vecinas con poca altura de miras en otras, llevaron a cabo acciones
de todo tipo para llamar la atención de las instituciones y de la prensa.
Entendieron rápido quiénes eran sus verdaderos enemigos y, por eso, se
opusieron firmemente a la Operación Primavera, una operación puesta en marcha
por el Ministerio de Interior para denunciar a los pequeños traficantes:
"Operación primavera, mierda puñetera", cantaban. Huelgas de hambre
para denunciar la situación de los reformatorios, protestas ante las prisiones,
una férrea condena de los FIES (ficheros de internos de especial seguimiento);
okupaciones de casas para atender a quienes estaban pasando el mono, un
encierro en la mismísima Catedral de la Almudena o una acampada en el Paseo del
Prado. Participaron también, conscientes de la necesidad de articular luchas,
en una besada a favor del matrimonio igualitario.
Hay
algo, sin embargo, que me ha llamado especialmente la atención: cómo se
ayudaban entre ellas incluso si lo que necesitaba alguna compañera era romper
los huesos del cadáver de su hijo para trasladarlo en AVE a casa.
En
el libro, por ejemplo, cuentan que en un encuentro en Andalucía conocieron a
una mujer, de una familia "muy pobre muy pobre". Su hijo había muerto
en Madrid y, sin que nadie les avisara, había sido enterrado en una fosa común.
Trataron de sacarlo en el momento, pero les dijeron que tenían que esperar diez
años hasta que se pudiera abrir: "Luego, si sale entero, se lo tienen que
llevar en una caja con coche fúnebre y todo; y si no sale entero, pues lo
pueden llevar en una bolsa y llevárselo ella misma en el AVE". Qué
tremendo, la verdad.
Pasaron
los años y, aquella madre, se acordó de las mujeres que había conocido en aquel
encuentro: "Doña Sara, que soy Leo, que vengo a lo de mi hijo, mi José que
murió en Carabanchel, ¿se acuerda usted?", preguntó al otro lado del
teléfono. Se acordaba, sí. Ahí que se plantaron. En el cementerio de Almudena,
en la apertura de la fosa en la que habían enterrado sin permiso a José. El
chaval salió prácticamente momificado, pero si queréis saber cómo consiguieron
llevarlo de vuelta a casa tendréis que comprar el libro. Solo diré que trataron
de sobornar con 50€ al enterrador, que decía: "De aquí es más ancho y no
me coge"; y que Leo hizo un crowdfunding en
su pueblo. Para más detalles, tendréis que buscarlo.
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