lunes, 17 de agosto de 2020

Indianos

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Indianos: de España a América en busca de fortuna

 

Tiempos malos siempre se han dado. La zozobra económica es tan común como las personas que, incluso ante los peores temporales, sacan capa y espada para salir adelante, aunque ello signifique hacer las maletas.

Las décadas centrales del siglo XIX no fueron para España un camino de rosas: la industrialización caminaba a marchas forzadas, el ferrocarril apenas lograba salvar las sierras de nuestro país, y el libre comercio era aún una utopía en una sociedad aún anclada a los lazos de dependencia tradicionales.

El ascenso social estaba sujeto a la fortuna de los apellidos, y muchos españoles consideraron que la vida era demasiado breve como para no tratar de mejorarla. La pregunta siempre era la misma: ¿dónde intentarlo?

La emigración estuvo prohibida en España hasta el año 1853, cuando el “Bienio Progresista” canceló la ley prohibicionista que tantos emigrantes clandestinos había provocado. Muchos vieron entonces la oportunidad que estaban buscando: al otro lado del Atlántico, las colonias americanas ofrecían la oportunidad de empezar de nuevo.

La mayoría regresaron años más tarde sin haber amasado las fortunas con las que soñaban en España, pero algunos entre los centenares de miles que partieron hacia América lograron tocar con los dedos el sueño colonial del siglo XIX: se les llamó “indianos”, y esta es su historia.

 

¿QUIÉNES ERAN LOS INDIANOS?

La primera condición para ser emigrante trasatlántico es habitar a una distancia abarcable del mar. Esto circunscribe las regiones al norte -Galicia, Asturias, Cantabria (entonces [llamada] La Montaña) y el País Vasco–, las Islas Canarias, así como una menor pero importante emigración desde Cataluña, el Levante y Andalucía.

En estas regiones existían burguesías mercantiles cuyos miembros fueron los primeros en instalarse en ciudades como La Habana o Cartagena de Indias, pero no representaban a la mayoría de los emigrantes que abandonaron España.

El perfil del indiano común respondería al siguiente arquetipo: varón, entre los veinte y cuarenta años, humilde, soltero y alfabetizado. Esta última característica será determinante a la hora de ascender en las colonias, donde la mano de obra “cualificada” (en términos del siglo XIX) no abundaba.

Las provincias más alfabetizadas de España en 1853 eran aquellas recostadas junto al Mar Cantábrico: Asturias, Cantabria y el País Vasco, con un 35% de su población analfabeta en 1860, se encontraban muy por delante del 88% que no sabía leer y escribir al sur del Duero, exceptuando la capital, Madrid.

Estas provincias de la España húmeda recibían a su vez una importante población interior de castellanos, manchegos, leoneses, andaluces y aragoneses que acudían en busca de oportunidades a los puertos y minas de Asturias, Santander y Vizcaya, constriñendo las posibilidades de empleo a los locales.

Ya lo dijo Castelao: “el gallego, antes que pedir, emigra”. La mayoría de los asturianos, montañeses y vascos poseía algún familiar lejano o conocido que, durante los años de prohibición, había emigrado a América y podía engancharles en el negocio. Gracias a las buenas conexiones de los puertos hispanos con sus colonias, “España vio partir entre los años 1860 y 1881 a 400.000 personas.”

 

UNA NUEVA VIDA EN AMÉRICA

El destino de los españoles en América era, en su mayoría, las colonias de Cuba y Puerto Rico. En Canarias, el “derecho de familias”, también llamado '”impuesto de sangre”, imponía a las islas el envío de cinco familias isleñas a las colonias por cada cien toneladas de mercancía americana que tocasen los puertos de Tenerife y las Palmas.

Dicho impuesto acabó en 1778, pero dejó una importante conexión entre las islas y colonias como Venezuela, donde los canarios continuaron emigrando con la derogación de las leyes anti-emigración en 1853.

En el Nuevo Mundo, sin embargo, no encontraron “El Dorado” que muchos imaginaban. La abolición de la esclavitud en ultramar era un asunto de vital importancia para España, y en las décadas de 1860 a 1880, la presión internacional (proveniente de EE.UU. y Reino Unido, paradójicamente) obligó a muchos terratenientes y latifundistas coloniales a buscar mano de obra alternativa para las plantaciones cubanas y puertorriqueñas.

Fueron sobre todo los emigrantes canarios quienes se dedicaron al cultivo y recolección de tabaco y caña de azúcar mientras en Madrid, la “Gloriosa Revolución” de 1868 expulsaba a una monarquía acusada de apoyar a los esclavistas españoles.

Muchos indianos, como Antonio López, Marqués de Comillas, se opusieron enconadamente a la progresista 'Ley Moret' de 1870, que concedía la libertad a los nacidos hijos de esclavos en las colonias de Cuba y Puerto Rico: la esclavitud era, desgraciadamente, un negocio muy próspero en la España del siglo XIX.

La otra cara de la moneda la dibujaban aquellos emigrantes provenientes de las provincias más alfabetizadas de la España húmeda. Los indianos norteños presentes en Cuba y Puerto Rico ocupaban labores en el comercio, la construcción, el artesanado y los servicios debido a su mínima educación, y fueron quienes lograron insertarse en la élite colonial cubana, mientras que gallegos y canarios ocuparon los estratos medios y bajos de la población.

Siempre había excepciones, como los hermanos García Naveira de Betanzos, emigrados a Argentina a finales de 1870, ricos gracias a la actividad mercantil, pero las estadísticas revelan que los indianos retornados a España con grandes fortunas bajo el brazo procedían en su mayoría del oriente de Asturias, la Montaña, Vizcaya y Guipúzcoa.

Muchos de los bancos, grandes corporaciones y gigantes alimentarios de nuestro día a día comenzaron su andadura en las Américas, y basta mencionar el apellido Bacardí, o buscar la historia del ron Havana Club para ser conscientes de la pervivencia de las empresas indianas. La mayoría, sin embargo, añoraban su tierra natal, y en cuanto hicieron fortuna, regresaron a sus localidades de origen, donde dejarían “un legado que aún es bien visible en el norte: las casonas de indianos.

 

REGRESO A ESPAÑA: LAS CASONAS DE INDIANOS

Todo aquel que haya podido visitar el norte de España habrá visto en las afueras de sus pueblos grandes palacios de color predominantemente blanco, con jardines donde siempre crecen palmeras, y una riqueza arquitectónica que desentona con las coquetas pero humildes casas de piedra de Cantabria, Asturias, Galicia y el País Vasco.

El Palacio de la Teja, en Noriega, supone un ejemplo perfecto de este recurrente vecino de las carreteras del norte de España. Hay pueblos como Amandi, junto a la ría de Villaviciosa, que cuentan entre sobrias calles con ostentosas viviendas como Les Barraganes, y aldeas diminutas como Berbes (Ribadesella) con gran densidad de casas indianas de estilo montañés que evidencian el destino emigrante de sus antepasados.

El cementerio de Colombres (Ribadedeva) es un museo al aire libre de panteones neoclásicos pagados por las fortunas cubanas retornadas al verde asturiano, al igual que sucede en la cántabra Comillas, una oda al modernismo impulsada por las ganancias del tabaco, el azúcar y las maderas coloniales.

Los indianos no sólo trajeron a España la arquitectura colonial y el gusto por lo ostentoso: también fundaron escuelas, hospitales, compañías mercantiles y universidades que hoy en día siguen funcionando.

Santander debe su hospital al esfuerzo primigenio del Marqués de Valdecilla, el modernismo catalán a las inquietudes arquitectónicas de burgueses enriquecidos en Cuba, y la electricidad al esfuerzo de los indianos por dotar de luz a los pueblos y aldeas que les habían visto nacer pobres.

Aquellos emigrantes que no gozaron de la misma suerte en América volvieron más tarde con kilos de experiencia bajo el brazo, y a pesar de regresar con los bolsillos vacíos, trajeron de las colonias el gusto por el color, las recetas e ingredientes de los platos americanos, la música y el espíritu aventurero que les guió hasta el Caribe. No debemos olvidarlos: ricos y pobres, prósperos y no tanto, “todos fueron indianos.”


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