miércoles, 11 de enero de 2023

Demografía en la Prehistoria y en la Antigüedad

Hoy vivimos 8.000 millones de personas en el planeta 


http://www.juntadeandalucia.es/averroes/centros-tic/14002996/helvia/aula/archivos/repositorio/250/271/html/economia/2/evolucion.htm#:~:text=Posiblemente%20la%20poblaci%C3%B3n%20total%20del,diez%20millones%20de%20seres%20humanos.

Los ecólogos han estimado que la Tierra pudo proporcionar a las bandas de cazadores-recolectores alimento suficiente para un máximo de treinta millones de individuos. En los cuatro millones de años que requirió la evolución desde el "homo erectus" al hombre actual, no se pudo superar esa cifra. Posiblemente la población total del Paleolítico oscilaría entre los seis y los diez millones de seres humanos. 


https://www.abc.es/ciencia/abci-afirman-durante-edad-piedra-europa-no-tenia-mas-1500-habitantes-201902192010_noticia.html

 

Afirman que durante la Edad de Piedra Europa no tenía más de 1.500 habitantes

José Manuel Nieves 22/02/2019

Sabíamos que los primeros europeos eran pocos, pero nunca habríamos imaginado que tan pocos como acaba de sugerir un equipo de investigadores de la Universidad de Colonia. En un estudio recién publicado en PLosOne, en efecto, Isabel Schmidt y Andreas Zimmermann cifran el número de europeos durante la Edad de Piedra en no más de 1.500 individuos. Europa, en aquel tiempo, debió de ser un continente muy solitario.

Sabemos que nuestra especie, Homo sapiens, llegó al Viejo Continente hace unos 43.000 años. Las evidencias arqueológicas y las herramientas halladas en múltiples yacimientos sugieren que aquellos primeros europeos se dispersaron muy rápidamente por todo el continente. Pero nadie hasta ahora había podido decir con cierta exactitud cuántas personas vivían en Europa en aquellos momentos.

Ahora, Schmidt y Zimmermann han estimado cuál podría haber sido el tamaño medio de la población durante un periodo de la Prehistoria europea que conocemos como Auriñaciense (de la región francesa de Aurignac), un tipo de cultura que abarca desde hace 42.000 a hace 33.000 años, que vino a sustituir a la Musteriense y que se caracteriza por una industria lítica bien diferenciada de la del periodo anterior.

Solo 13 regiones fueron ocupadas

Durante su trabajo, los investigadores estudiaron con detalle una amplia franja del continente europeo, que abarca desde el norte de España, por el oeste, hasta Polonia, en el este. En esa amplia área, los dos científicos situaron con la máxima precisión los aproximadamente 400 yacimientos conocidos del Auriñaciense. Y eso puso en evidencia que los humanos, en realidad, sólo ocuparon durante ese periodo 13 pequeñas regiones del continente, dejando el resto totalmente despoblado.

Para estimar el número de grupos de cazadores-recolectores que vivían en esas 13 áreas, Schmidt y Zimmermann analizaron con más detalle la evidencia arqueológica, incluidas las piedras que se transportaban de un lugar a otro para fabricar herramientas in situ . Basándose en cómo se agrupan esos asentamientos y en el análisis cuantitativo de los restos, los investigadores concluyeron que en total, las 13 regiones ocupadas albergaron a no más de 35 grupos de cazadores-recolectores.

Ahora bien, ¿Cuánta gente vivía, en total, en esos 35 grupos?

Para averiguarlo, los científicos recurrieron a lo que sabemos sobre los grupos de cazadores-recolectores modernos, la mayor parte de ellos registrados por exploradores de todo el mundo durante los últimos dos siglos. Y resultó que la mayoría de los grupos que más se parecían a los del Auriñaciense estaban formados, en promedio, por 42 individuos.

Una simple multiplicación es suficiente para dar con la «cifra mágica», que resultó ser de 1.470. Por supuesto, Schmidt y Zimmermann asumieron que los grupos de cazadores-recolectores de la Edad de Piedra eran similares, en cuanto al número de miembros, a los más actuales. El resultado, desde luego, es impresionante: menos de 1.500 habitantes en un área que cubre casi toda Europa.

«Es realmente un número muy pequeño -explica Schmidt-. Pero los cazadores-recolectores del Auriñaciense desarrollaron estrategias muy exitosas para sobrevivir ».

Preguntas por responder

Por supuesto, generar estimaciones absolutas de población para un periodo tan lejano en el tiempo es algo extremadamente difícil. No sabemos, en efecto, cuántos yacimientos del Auriñaciense quedan aún por descubrir en el Viejo Continente, ni cómo los futuros hallazgos podrían influir en las cifras totales de población.

El nuevo estudio, sin embargo, parte de una base que, a pesar de ser susceptible de actualizaciones, resulta científicamente sólida y ofrece resultados que tienen mucho sentido.

Hallazgos como éste no pueden dejar de recordarnos las enormes diferencias que existen entre la vida en la Europa Moderna y la de la Edad de Piedra. Y que a pesar de que hoy nos consideramos los amos y señores de todo cuanto nos rodea, hace no tanto tiempo apenas éramos una especie entre muchas otras, compitiendo por los mismos recursos. Y desde luego no la más numerosa.

 

https://www.labrujulaverde.com/2019/03/una-media-de-1-500-personas-vivia-en-europa-en-el-paleolitico-superior

 

Una media de 1.500 personas vivía en Europa en el Paleolítico Superior

Mediante un protocolo desarrollado en la Universidad de Colonia, investigadores han podido reconstruir cómo Europa fue colonizada por los humanos modernos. Los datos muestran que la población de cazadores-recolectores europeos en el período Auriñaciense, comprendido entre hace 33.000 y 42.000 años, tenía una media de 1.500 individuos.

Los resultados, publicados en PLoS ONE en febrero de 2019, dan como límite superior la cifra de 3.000 y como inferior la de 800 personas. El análisis se centró en un área que va desde el norte de España hasta Europa Central y Oriental, abundante en hallazgos arqueológicos.

En el estudio investigaron las agrupaciones de individuos, cómo se distribuían espacialmente y que estrategias sociales, culturales y económicas utilizaron para sobrevivir bajo condiciones climáticas y ambientales extremas.

Las estimaciones arrojaron que solo cinco zonas de Europa tenían una población viable de al menos 150 personas o más: el norte de España (260 personas), el suroeste de Francia (440 personas), Bélgica (210), partes de la actual República Checa (170) y la cuenca alta del Danubio (140).

Los centros de estas poblaciones estaban a unos 400 kilómetros de distancia, un patrón uniforme en toda Europa. Otros asentamientos menores dentro de esas zonas, con poblaciones que no habrían sido viables por sí solas, muestran en el registro arqueológico un contacto intensivo con las poblaciones centrales. Según los investigadores serían asentamientos cíclicos estacionales, situados a unos 200 kilómetros de distancia promedio de los principales. Estarían compuestos por cazadores-recolectores que recorrían regularmente esas distancias adaptándose a diversos hábitats, lo que habría permitido un asentamiento estable en el subcontinente a pesar de la extremadamente baja densidad de población.

La densidad estimada por los investigadores para Europa Occidental y Central durante el período Auriñaciense es de 0,103 personas por cada 100 kilómetros cuadrados.

Durante el período siguiente, el Gravetiense, se consolidaría la organización socio-espacial del Auriñaciense, con un crecimiento de las poblaciones, pasando de 1.500 a 2.800 personas, y de la densidad.



https://magnet.xataka.com/en-diez-minutos/menos-trabajo-y-mas-cooperacion-la-prehistoria-no-fue-tan-miserable-como-nos-la-contaron

 

Menos trabajo y más cooperación: la Prehistoria no fue tan miserable como nos la contaron

 

Existen muchos mitos en la cultura popular sobre la Prehistoria, en su mayor parte cuestiones inocuas y de sencilla refutación. Por ejemplo, debe decirse que, pese a lo que aparezca en series infantiles de ficción como Los Picapiedras o películas como la protagonizada por Ringo Starr, El cavernícola, los dinosaurios y los seres humanos no convivieron: los primeros se extinguieron hace 65 millones de años y los segundos aparecieron hace tan solo 2 millones de años.

También que aunque algunos de los más espectaculares yacimientos de este periodo se encuentren en cuevas esto no significa que los prehistóricos fueran invariablemente seres de las cavernas: lo más probable es que ya en el Paleolítico se viviera al aire libre como en el yacimiento de Pincevent, de forma similar a como vivían los nativos americanos.

Pero hay otros mitos más complejos y elaborados, que tienen profundas implicaciones en cómo imaginamos a los prehistóricos y, a su vez, en cómo nos vemos a nosotros mismos. La noción de evolución unilineal de la humanidad, que por ejemplo se traduce en una falsa Edad Media tenebrosa frente a una Edad Moderna luminosa, también impregna el imaginario popular sobre la Prehistoria. Si la evolución se considera positiva, nos enfrentamos al mito del progreso (todo habría ido siempre a mejor) y si es negativa estamos frente al mito del paraíso perdido (todo ha degenerado).

 

El progreso versus el paraíso perdido: dos mitos

El mito del progreso tiene su origen en la antropología racista del siglo XIX, donde se planteaba la historia del mundo como una carrera de razas o etnias según la cual cada uno de los participantes transitaría por una inevitable sucesión de fases. El antropólogo Lewis Henry Morgan manejó el esquema salvajismo, barbarie y civilización, con cada fase caracterizada por unas costumbres específicas en aspectos como la economía, el gobierno, el lenguaje, la religión y la propiedad.

Así, a la par que la economía evolucionaría desde la recolección de frutos y raíces hacia la agricultura intensiva, harían lo propio la familia o la propiedad desde la reproducción fundada en la promiscuidad entre hermanos hacia la familia monógama en el primer caso, y desde la inexistencia de sistemas de propiedad hasta la instauración de la propiedad privada en el segundo. Las distintas culturas ocuparían los distintos escalones inferiores, estando reservada la civilización solo para las naciones occidentales.

Esta visión, totalmente desechada hoy en el mundo académico, se entrevé en la percepción popular sobre la Prehistoria: los grupos prehistóricos eran esclavos de los elementos y hubo que esperar a la aparición de la civilización para que determinadas culturas se impusieran a la naturaleza y a otros seres humanos y tomaran las riendas de su destino.

El segundo mito, el del paraíso perdido, se generalizó a partir de la segunda mitad del siglo XX. La satisfacción material de las nuevas grandes clases medias que Occidente vio aparecer en los Treinta Gloriosos (1945-1973) no se correspondió en muchos casos con una satisfacción emocional paralela y, paradójicamente, de esta opulencia surgieron filosofías, ideologías y movimientos posmaterialistas como el new age o el hippismo.

En contraposición a las sociedades estratificadas, industrializadas y capitalistas, hubo quien imaginó una Arcadia originaria que retoma parte del mito del buen salvaje de Rousseau, y que entiende la Prehistoria como el momento previo a la maligna corrupción: grupos humanos pacíficos que vivían en armonía con el medio ambiente y que carecían de jerarquías de tipo económico, social o de género.

Pero la realidad sobre esto (que se investiga de forma científica tanto mediante la arqueología como la antropología cultural) es mucho más compleja. Pese a ello, las alusiones a las bondades o maldades de vida en la Prehistoria se hacen con el objetivo de ensalzar o criticar nuestro mundo contemporáneo. Construimos la imagen del pasado a través de la imagen que tenemos de nosotros mismos. Aquí abordaremos algunas de las comparativas que se realizan en torno a cuatro grandes temas prehistóricos (desigualdad, trabajo, violencia y salud), tratando de desentrañar qué hay de mito y qué hay de realidad.

 

La desigualdad: un fruto contemporáneo

Es quizás, junto con el efecto sobre el medio ambiente, la crítica más generalizada que se le suele hacer a nuestro actual sistema socioeconómico: el capitalismo es el causante de grandes desigualdades económicas y sociales.

El economista Branko Milanovic ha descrito magistralmente en ensayos como Los que tienen y los que no tienen o Global Inequality: A new approach from the Age of Globalization cómo desde la Revolución Industrial siempre han existido profundas desigualdades, ya sea dentro de países o entre países. Además, existen estudios que relacionan desigualdad económica con un acceso desigual al poder político o con una mayor incidencia de problemas sociales y de salud, así como también otros que han sido capaces de rastrear la persistencia de las desigualdades a lo largo de generaciones.

¿Y qué sabemos de esto en la Prehistoria? Al respecto de la desigualdad económica es inevitable abordar la controvertida idea del comunismo primitivo de Karl Marx, una forma de hacer las cosas según la cual serían no los individuos sino las comunidades quienes gestionarían los recursos y la riqueza generada por el trabajo de sus miembros.

Debemos decir que hay más verdad que mito. Así sucede en muchas culturas de cazadores-recolectores y de agricultores primitivos estudiadas por la etnografía. El antropólogo Christopher Boehm describe en su ensayo Hierarchy in the forest cómo los grupos de Hadza, Kung o Dani se rigen de forma asamblearia, crean coaliciones contra los déspotas e incluso aplican mecanismos culturales antimeritocráticos para prevenir la aparición de potenciales explotadores.

En cuanto a la Prehistoria propiamente dicha, es bastante difícil de rastrear pero se sabe que algunas aldeas neolíticas del Viejo Mundo cuentan con edificios asamblearios aparentemente destinados a esas funciones. Y aunque también haya algunos casos de grupos de este tipo que presentan marcadas desigualdades, estos no dejan de ser excepcionales.

A escala cuantitativa esta visión se ve refrendada por un reciente estudio en el cual, a través del análisis de la desigualdad económica en decenas de contextos y épocas diferentes de la Prehistoria, concluye que los grupos de cazadores-recolectores y de agricultores primitivos eran más igualitarios y que no fue sino hasta la aparición de las primeras civilizaciones que la desigualdad se disparó dando lugar a una sociedad dividida fundamentalmente entre campesinos y aristócratas.

Perdón, quisimos decir recolectores-cazadores: según Margarita Sánchez Romero, profesora titular del Departamento de Prehistoria y Arqueología en la Universidad de Granada, "hay que hablar de sociedades recolectoras-cazadoras, no cazadoras-recolectoras, porque el 90% de la dieta venía de la recolección". El fin del nomadismo y la generalización de la agricultura de arado produjeron una acumulación no equitativa de la nueva riqueza.

Sobre la desigualdad de género, en cambio, nos encontramos más frente a prejuicios y creencias que ante hechos contrastados. Existe la visión de una Prehistoria sexista y patriarcal que se representa a la perfección en esa imagen del hombre, de profesión cazador de mamuts, que arrastra a la mujer tirándola del pelo hacia el interior de la cueva. "Hay mucho mito construido conscientemente para volver a situar al hombre desde la Prehistoria como el único capaz de proveer", opina Sánchez Romero, que también es miembro del Instituto Universitario de Investigación de Estudios de las Mujeres y de Género de la Universidad de Granada.

Por ejemplo, entre los Agta de Filipinas son las mujeres las que cazan. También nos dice que la llegada del hombre blanco supuso un retroceso para las mujeres de las muchas poblaciones africanas del siglo XIX "regidas por mujeres" pues los colonizadores, al exigir hablar con los hombres y negarse a hablar de tú a tú con las pobladoras, "quitaron poder a las mujeres".

Probablemente mujeres y hombres se dedicaran a distintas tareas sin incorporar los prejuicios de la tradición occidental. La catedrática de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid María Ángeles Querol Fernández nos explica que "la división sexual del trabajo existe en todos los grupos sociales que se han estudiado en el mundo pero no es una división peyorativa. Darwin podía haber escrito que «el hombre cazaba y la mujer criaba, y por lo tanto la labor de la mujer es mucho más importante que la del hombre». Sin embargo, para los hombres del siglo XIX cazar era mucho más importante que criar, y ese mito de la caza masculina, razón de la evolución, se ha perpetuado”.

Por su parte, Sánchez Romero destaca que "hay sociedades en que las mujeres cazan y los hombres cuidan de los niños. La división sexual del trabajo es absolutamente cultural, no hay nada biológicamente predeterminado". Y añade: "El patriarcado no es una cuestión esencial a la naturaleza humana". A eso, la profesora explica que en la investigación arqueológica existe un prejuicio tal que cuando en un yacimiento aparece un personaje relevante se le asigna por defecto el género masculino, y que no es sino hasta que aparecen pruebas contundentes cuando se las puede ya etiquetar de mujeres.

Los casos de la Dama de Baza o de la guerrera vikinga de Birka serían ejemplos de que "cuando hablamos de mujeres en la Prehistoria hay que demostrarlo hasta con el ADN" mientras que "si hablamos de hombres no hay nada que demostrar porque es la norma".

La homosexualidad en la Prehistoria también parte de los prejuicios actuales: si los LGTBI se han emancipado habría sido gracias al progreso del mundo moderno. Aunque sea una parcela difícil de contrastar, existen algunas pistas. El antropólogo Alberto Cardín muestra en Guerreros, chamanes y travestis cómo las prácticas no heteronormativas se encuentran muy extendidas entre pueblos de todo el globo de (IndonesiaIndiaRepública DominicanaAlbania y un largo etcétera). Entre algunos de los grupos de indígenas de Norteamérica hay  berdaches o dos espíritus, personas con características de los géneros masculino y femenino y muy valorados socialmente.

Aun así, esto algo muy difícil de rastrear en la Prehistoria. Al igual que en el caso de las mujeres, se ha tendido a pensar por defecto que no había prácticas de este tipo. Sin embargo, los prejuicios de los arqueólogos poco a poco se van perdiendo, y ante nuevos descubrimientos, como el caso de una tumba doble con dos individuos masculinos de la cultura de la Edad del Bronce del Argar, ya se especula sobre si podría tratarse del enterramiento de una pareja homosexual.

El trabajo: menos carga, no tan duro

Se estima que en España se trabajan unas 37,6 horas semanales sin contar el trabajo que dedicamos a otras tareas (compras, cuidados, cocina, limpieza doméstica, etc.) y está reconocido que las cargas de trabajo excesivas son causa de estrés y enfermedades físicas. ¿Se trabajaba tanto en otras épocas? Ésta es una cuestión compleja que involucra cálculos a partir de datos parciales, pero existe un general consenso entre antropólogos y prehistoriadores en que en las culturas de recolectores-cazadores y agricultores primitivos se trabajaba sustancialmente menos que en el mundo industrializado.

A mediados del siglo XX vio la luz Economía de la Edad de Piedra, un ensayo hoy clásico del antropólogo Marshall Sahlins. En él se describe cómo varias culturas recolectoras-cazadoras acostumbraban a dedicar entre 3 y 5 horas diarias (21-35 horas semanales) al trabajo, siendo el resto de su tiempo empleado en el ocio, el descanso y las relaciones sociales.

¿Significa esto que los recolectores-cazadores de la prehistoria trabajaban menos horas que nosotros hoy en día? No lo podemos saber, pero es posible incluso que le dedicaran menos tiempo: hay que recordar que los recolectores-cazadores modernos que han sido estudiados por la antropología suelen habitar ecosistemas extremos y que es probable que medios con más recursos naturales hubieran permitido una existencia todavía más cómoda.

A este respecto hay que señalar un punto de inflexión: la adopción de la agricultura allá por el 8500 a.C. Como bien señalara Mark Nathan Cohen en su libro La crisis alimentaria de la prehistoria, la adopción de la agricultura y la ganadería supuso mayor productividad por hectárea de terreno a cambio de invertir más y más duro trabajo y de recibir una dieta más monótona y pobre. "El mayor fraude de la historia humana", sentencia el historiador Yuval Noah Harari en Sapiens, el último best seller sobre el tema.

Pero aun así, todavía puede decirse que los agricultores prehistóricos trabajaban menos que en momentos posteriores. Los estudios etnográficos de Ester Boserup, autora de Las condiciones del desarrollo en la agricultura, muestran cómo los agricultores de roza y azada (como se cree que se cultivaba en el Neolítico) debían invertir bastante menos trabajo que los de arado (la técnica que, generalizada en la Edad del Bronce, fue la más habitual hasta la mecanización del campo en el siglo pasado). Estos agricultores de roza y azada eran grupos comunitaristas libres de una clase de aristócratas rentistas (latifundistas romanos, nobles, boyardos rusos), por lo que todo el fruto de su trabajo les pertenecía a ellos.

 

Violencia: presente, pero no tan hegemónica

La dicotomía entre la guerra de todos contra todos de Hobbes y el pacífico buen salvaje de Rousseau ha llevado a que uno de los grandes caballos de batalla de las comparativas entre la Prehistoria y el presente sea el tema de la violencia.

Recientes ensayos como Los ángeles que llevamos dentro del psicólogo Steven Pinker o Guerra, ¿para qué sirve? del historiador Ian Morris utilizan datos arqueológicos y etnográficos para tratar de demostrar la idea de que en la actualidad nos matamos menos que entonces. Frente a esto también existen críticos como el filósofo John Gray, quienes apelan a que reducir un complejo concepto (como el de violencia) a una simple cuantificación de homicidios es demasiado reduccionista y que también se deben atender a otros factores.

En todo caso, es un hecho contrastado el que en la Prehistoria hubo violencia, "otra cosa es que la violencia fuese estructural o haya servido para que esas sociedades avancen", plantea Margarita Sánchez. En El camino de la guerra, el arqueólogo Jean Guilaine y el médico Jean Zammit describen fosas comunes, fortificaciones, armamento y representaciones artísticas de masacres. Sin embargo, también anotan que esto no quiere decir que la Prehistoria fuera una batalla continua y destacan que tras estos enfrentamientos violentos no subyacía una voluntad unívoca de conquista y dominio, sino que también intervenían otros factores como conflictos rituales, obligaciones sociales, etc.

En esa idea coincide Sánchez Romero: "De vez en cuando te encuentras a personas que han muerto de forma violenta pero eso no puede llevarte a decir que la violencia sea un elemento fundamental en esas sociedades. Ha existido siempre". La profesora cree que con la violencia en la Prehistoria ocurre algo similar con los accidentes de aviación: viajar en avión es más seguro que en otros medios de transporte, pero cuando cae uno hay más ruido mediático. "Textos que indiquen grandes batallas en la Prehistoria son los menos pero cuando salen todos los periódicos hablan de ello", aclara.

Pese a que no dejen mucha evidencia material, la investigadora considera que mucho más habitual habrían sido las tareas de cooperación y solidaridad. "La mayoría de los grupos humanos durante mucho tiempo lo que han practicado son los cuidados de unos con otros y la cohesión social. Si no, nos hubiésemos extinguido". La catedrática Querol coincide: "La única razón por la que hemos sobrevivido dos millones de años es la cooperación, la cooperación entre hombres y mujeres. O participaban las mujeres en la caza y los hombres en la crianza o los humanos no hubiesen salido adelante"

Esto es lo que en antropología se conoce como reciprocidad: ayudar a alguien no por un beneficio inmediato sino con la confianza de que en un momento futuro esa persona te ayudará a ti de igual manera. Algo no sólo propio de nuestros más antiguos congéneres sapiens sino también presente en otras especies humanas: "Los cuidados existen desde los neandertales", subraya Sánchez Romero, haciendo referencia al caso del anciano neandertal descubierto en Shanidar (actual Irak), un individuo que pese a encontrarse cojo, medio ciego, sordo y manco, alcanzó una avanzada edad. Probablemente, gracias a los cuidados que le habría proporcionado el resto del grupo.

 

Salud: sin muchas dolencias modernas

Ante la ausencia de una medicina científica los hombres y (especialmente) las mujeres y niños de la Prehistoria se encontraban mucho más amenazados por enfermedades y problemas de salud. Existía una medicina rudimentaria y una farmacopea natural fundadas en el conocimiento oral, pero la carencia de antibióticos, vacunas y otros procedimientos modernos les condenaría, irremediablemente en muchos casos, a morir por infecciones, enfermedades contagiosas o tumores.

Sin embargo, debe remarcarse que no fue una situación tan dramática como en otros momentos históricos posteriores. Como describe Yuval Noah Harari en Sapiens, la vida en comunidades pequeñas les prevenía de enfermedades que con el desarrollo del urbanismo se encontrarían mucho más extendidas debido al hacinamiento de personas y animales y a las condiciones insalubres de las ciudades preindustriales.

Así, efectivamente, estos grupos sufrirían de una elevada mortalidad infantil pero, una vez superada esta dramática etapa "había mucha gente que llegaba a los 70-75 años". Como indica la profesora Margarita Sánchez, "no podemos decir que la gente se muriese a los 35". Más allá de la mortalidad, debe decirse que el trabajo físico en sus actividades diarias les causaba lógicas dolencias como artritis o artrosis y que con la adopción de la agricultura aumentaron notablemente las caries y el desgaste dental.

"El ser humano mejora y progresa: primero caza, luego cultiva y tiene ordenadores", reseña María Ángeles Querol, versión hegemónica a la que contrapone otra: "El ser humano tiene un magnífico equilibrio que le hace sobrevivir más de dos millones de años, después empieza a tener problemas de caries porque toma cereales y por último comienza a tener serios problemas medioambientales porque está explotando el medio en el que vive". Esto supone que si bien podían morir por una simple infección, no sufrían en cambio otras dolencias exclusivas del mundo industrializado como las derivadas del excesivo consumo de calorías y azúcares o las causadas por la contaminación.

Al hilo de esa última reflexión debe decirse que debido a sus condiciones de trabajo, los prehistóricos no conocerían enfermedades modernas como el estrés y, según el ensayo de Harari, se especula que por este y otros motivos como las más estrechas relaciones familiares, fueran más felices. Si bien es probable que, por crisis coyunturales, se produjeran infanticidios e incluso gerontocidios, por lo general los enfermos recibirían la atención incondicional de todo el grupo.

 

Las gentes prehistóricas no fueron unos miserables

En estas líneas, en las que hemos destacado determinados aspectos que podrían entenderse como positivos, no queremos transmitir que la sociedad prehistórica haya sido mejor que nuestro mundo actual. Los prehistóricos no vivieron en un jardín del Edén.

Por el contrario, estuvieron sometidos a distintos tipos de amenazas que hoy, al menos en el mundo desarrollado, ya ni recordamos. Pero también hay que decir que la historia no ha sido un progreso absoluto: hay muchísimas variables a considerar y por ello es profundamente injusto transmitir una imagen de males generalizados sobre nuestros más antiguos antepasados. "No son comparables las distintas sociedades de la Prehistoria y nosotros porque tenemos otro tipo de organización por los avances culturales y tecnológicos", recalca Sánchez.

Solo podemos decir que las comparaciones son odiosas e injustas. Los gentes de la Prehistoria fueron personas como nosotros pero que vivieron con un bagaje de conocimientos y tecnología muchísimo más reducido y, pese a ello, enfrentaron con habilidad los retos que se les presentaron, desarrollando soluciones ingeniosas y desplegando en ocasiones una altísima creatividad. Se pelearon, en ocasiones con deplorables resultados, y sufrieron la carencia de una medicina científica y otras más mundanas comodidades de nuestro mundo moderno, pero en la mayor parte de los casos sobrevivieron.

Y lo hicieron como grupos cohesionados, solidarios e igualitarios, que ante todo supieron cuidarse a sí mismos y lograron mantener a raya a déspotas y explotadores.

 


https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-45981963

 

¿Realmente los humanos vivimos más años hoy que nuestros antepasados?

 

Amanda Ruggeri, 4 de noviembre de 2018

En las últimas décadas, la esperanza de vida ha aumentado de forma espectacular alrededor del mundo.

En promedio, una persona nacida en 1960, el primer año que Naciones Unidas empezó a recoger datos globales, tenía una esperanza de vida de 52.5 años. Hoy en día, la media es de 72 años.

La conclusión natural es que tanto los milagros de la medicina moderna como las iniciativas de salud pública nos ayudan a vivir mucho más que antes. Tanto, de hecho, que nos podemos estar quedando sin innovaciones para extender la vida.

En septiembre de este año, la Oficina Nacional de Estadísticas confirmó que en Reino Unido, al menos, la esperanza de vida ha dejado de de aumentar. Y globalmente también se está desacelerando.

Pero, aunque los avances médicos mejoraron muchos aspectos del cuidado de nuestra salud, la suposición de que la vida humana ha aumentado espectacularmente durante siglos o milenios es engañosa.

 

Una cuestión de promedio

"Hay una distinción básica entre la esperanza de vida y la duración de la vida", dice el historiador de la Universidad de Stamford Walter Scheidel, un destacado estudioso de la antigua demografía romana.

"Y la duración de la vida de los humanos, en oposición a la esperanza de vida, que es una construcción estadística, no ha cambiado mucho", afirma.

La esperanza de vida es un promedio. Si tienes dos hijos, y uno muere antes de su primer cumpleaños pero el otro vive hasta los 70 años, su esperanza de vida es 35. Eso es matemáticamente correcto, pero no nos da la imagen completa.

Sin embargo, este promedio es la razón por la que comúnmente se dice que los antiguos griegos y romanos, por ejemplo, vivían hasta los 30 o 35 años. ¿Significaba eso que alguien de 35 años se podría considerar 'viejo'?

Si eso fuera cierto, los escritores y políticos de la Antigüedad no parecen haber recibido el mensaje. A principios del siglo VII a. C., el poeta griego Hesíodo escribió que un hombre debería casarse "cuando no tiene mucho menos de 30 años, ni mucho más".

Mientras tanto, el cursus honorum de la antigua Roma -la secuencia de cargos políticos que cualquier joven ambicioso emprendería- ni siquiera permitía que un hombre ocupara su primer cargo, el de cuestor, hasta los 30 años. Para ser cónsul, tenía que tener 43 años.

En el siglo I, Plinio dedicó todo un capítulo de su Historia natural a las personas que vivían más tiempo. Entre ellos, enumera al cónsul M. Valerius Corvinos (que vivió hasta los 100 años), la esposa de Cicerón, Terentia (103), una mujer llamada Clodia (115, y con 15 hijos), y la actriz Lucceia que actuó en el escenario a los 100 años.

Sin embargo, envejecer no era tan fácil como ahora: "La naturaleza, en realidad, no ha otorgado mayor bendición al hombre que la brevedad de la vida", escribía Plinio.

"Los sentidos se apagan, las extremidades se vuelven torpes, la vista, el oído, las piernas, los dientes y los órganos de la digestión, todos mueren antes que nosotros..."

En el mundo antiguo, al menos, parece que las personas podían vivir tanto como lo hacemos hoy. ¿Pero qué tan común era?

 

Era de los imperios

En 1994, un estudio examinó a todos los hombres que tenían una entrada ​​en el Diccionario Clásico de Oxford y que vivieron en la antigua Grecia o Roma. Su edad de fallecimiento se comparó con la de los hombres incluidos en el más reciente Diccionario Biográfico de Chambers.

 

De los 397 hombres antiguos en total, 99 murieron violentamente por asesinato, suicidio o en batalla. De los 298 restantes, los nacidos antes del año 100 a.C. vivieron hasta una edad promedio de 72 años.

Los nacidos después del 100 a.C., por su parte, vivieron hasta una edad promedio de 66 años. Los autores especulan que la prevalencia de peligrosas tuberías de plomo puede estar detrás de este aparente acortamiento de la vida.

¿La media de los que murieron entre 1850 y 1949? 71 años, solo un año menos que la generación anterior al 100 a.C.

Por supuesto, hay algunos problemas obvios con esta muestra. Una es que solo contemplaba hombres. Otra es que todos los hombres fueron lo suficientemente ilustres como para ser recordados.

Lo que podemos extraer es que los hombres privilegiados vivieron, en promedio, casi hasta la misma edad a lo largo de la historia. Si no eran asesinados, claro.

Para Scheidel, los resultados no deben desestimados, sin embargo. "Implica que había personas no famosas, mucho más numerosas, que vivieron incluso más tiempo", dice.

 

¿Solo la élite?

Pero no todos están de acuerdo. "Había una enorme diferencia entre el estilo de vida de un pobre en relación con la élite romana", dice Valentina Gazzaniga, historiadora médica de la Universidad La Sapienza de Roma.

"Las condiciones de vida, el acceso a terapias médicas, incluso la higiene, todo era mucho mejor entre las elites", agrega.

En 2016, Gazzaniga publicó su investigación sobre más de 2.000 antiguos esqueletos romanos, todos pertenecientes a personas de clase trabajadora que fueron enterradas en fosas comunes. La edad promedio de la muerte fue de 30 años.

Muchos mostraban los efectos del trabajo duro, así como de enfermedades que asociaríamos con edades más avanzadas, como la artritis.

Las mujeres también hacían trabajos pesados, como trabajar en el campo. A ello hay que sumar que, a lo largo de la historia, el parto, a menudo en condiciones higiénicas deficientes, es una de las razones por las cuales las mujeres corrían un riesgo particular durante sus años fértiles. Incluso el embarazo en sí era un peligro.

Además, el parto se veía empeorado por otros factores. "Las mujeres a menudo se alimentaban menos que los hombres", dice Gazzaniga. Esa desnutrición significaba que las jóvenes no desarrollaban por completo los huesos de la pelvis, lo que aumentaba el riesgo.

"La esperanza de vida de las mujeres romanas aumentó con la disminución de la fertilidad", dice Gazzaniga. "Cuanto más fértil es la población, menor es la esperanza de vida femenina".

 

Falta de datos

La principal dificultad de saber con certeza cuánto tiempo en promedio vivía nuestro predecesor, ya sea de la Antigüedad o la Prehistoria, es la falta de datos.

Al tratar de determinar las edades promedio de muerte de los antiguos romanos, por ejemplo, los antropólogos a menudo se basan en los resultados del censo del Egipto romano. Pero debido a que estos papiros se usaban para recaudar impuestos, a menudo faltaban datos de muchos hombres, así como de bebés y mujeres.

Las inscripciones en las lápidas son otra fuente obvia. Pero los bebés rara vez eran enterrados en tumbas: los pobres no podían pagarlas y las familias que morían simultáneamente, durante una epidemia por ejemplo, también quedaban fuera.

Los datos de los que se dispone sobre la antigua Roma indican que hasta un tercio de los bebés morían antes de cumplir un año, y la mitad de los niños antes de los 10 años. Después de esa edad, sus posibilidades mejoraban significativamente. Si llegaban a los 60 años, probablemente vivirían hasta los 70.

En conjunto, la duración de la vida en la antigua Roma probablemente no era muy diferente de la actual. Puede haber sido un poco menos "porque no había esta medicina invasiva al final de la vida que prolonga un poco la misma, pero no era dramáticamente diferente", dice Scheidel.

Pobres más longevos

Los datos mejoran más adelante en la historia de la humanidad, una vez que los gobiernos comienzan a mantener registros cuidadosos de nacimientos, matrimonios y muertes, al principio, particularmente de los nobles.

Esos registros muestran que la mortalidad infantil se mantenía alta. Pero si un hombre llegaba a los 21 años y no moría por accidente, violencia o veneno, podía tener una esperanza de vida casi similar a la de los hombres de hoy.

Entre 1200 y 1745, los hombres de 21 años podrían llegar a una edad promedio de entre 62 y 70 años, excepto en el siglo XIV, cuando la peste bubónica redujo la esperanza de vida a 45 años.

¿Ayudaba el dinero o el poder? No siempre.

Un análisis de unos 115.000 nobles europeos halló que los reyes vivían unos seis años menos que los nobles de menor rango, como los caballeros. Los historiadores demográficos encontraron en los registros parroquiales de los condados que en la Inglaterra del siglo XVII, la esperanza de vida era más larga para los aldeanos que para los nobles.

"Las familias aristocráticas en Inglaterra poseían los medios para obtener todo tipo de beneficios materiales y servicios personales, pero la esperanza de vida al nacer entre la aristocracia estuvo por detrás de la de la población en general hasta bien entrado el siglo XVIII", escribe.

Esto probablemente ocurría porque los nobles preferían vivir la mayor parte del año en las ciudades, donde estaban expuestos a más enfermedades.

Pero cuando llegó la revolución en la medicina y salud pública, esto ayudó a las élites antes que al resto de la población. A finales del siglo XVII, los nobles ingleses que llegaban a 25 años vivían más tiempo que sus contrapartes no nobles, aún cuando seguían viviendo en las ciudades.

 

No hay tantas diferencias

Aunque en general pensamos que en la época de Charles Dickens la vida era poco saludable y corta para casi todos, como escribieron los investigadores Judith Rowbotham, ahora en la Universidad de Plymouth, y Paul Clayton, de la Universidad Oxford Brookes, "una vez que pasaban los años peligrosos de la infancia, la esperanza de vida a mitad del período victoriano no era muy diferente de lo que es hoy": una niña de cinco años viviría hasta los 73 años; un niño, hasta los 75.

Estos números no solo son comparables a los nuestros, sino que pueden ser incluso mejores. Los miembros de la clase trabajadora de hoy (una comparación más precisa) viven alrededor de 72 años en el caso de los hombres y 76 en el de las mujeres.

"Esta relativa falta de progreso es sorprendente, especialmente dadas las muchas desventajas ambientales de la época victoriana y el estado de la atención médica en un momento en que las medicinas modernas, los sistemas de detección [de enfermedades] y las técnicas quirúrgicas no estaban disponibles", escribieron Rowbotham y Clayton.

Argumentan que si pensamos que vivimos más tiempo ahora que antes, esto se debe a que nuestros registros se remontan a alrededor de 1900, algo engañoso ya que ese fue un momento en que la nutrición disminuyó y muchos hombres comenzaron a fumar.

En conclusión, nuestra vida máxima puede no haber cambiado mucho, pero eso no es deslegitimar los extraordinarios avances de las últimas décadas que han ayudado a que muchas más personas alcancen esa vida máxima, y ​​vivir vidas más saludables en general.

 


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