A modern study determined that the mosaic tesserae(the little pieces) were imported from Roman Anatolia. The primary sources suggest that Emperor Constantine VII Porphyrogennitos exported the tesserae to Cordoba in the 10th century. Ibn Imari said in the 14th century that the Romans had also sent mosaicists to install them along with 16 tons of tesserae
Mosaics were not common in medieval Spain, for either Muslims or Christians. The reason the Grand Mosque of Cordoba had them was to emulate those early mosques from the Middle East. The Muslims of Spain wanted to make their own prominent religious monument. If one wanted to impress in the construction of a religious building, the Byzantines were perfect experts to turn to
The study sampled mosaic tesserae from the grand mosque to determine their origins. They undertook efforts to make sure they sampled the original tesserae, not any used for repairs and touch-ups. They studied 91 tesserae from the Cordoba mosque - using cutting-edge high-tech methods. The data presented “the first analytical proof that the majority of the 10th century glass tesserae for the decoration of the Umayyad mosque indeed originated in the Byzantine Empire, while a handful of samples exhibit features pointing to the exploitation of local raw materials and by extension the transfer of technical know-how to al-Andalus from outside the Iberian Peninsula. The presence of quintessentially Byzantine glass tesserae in al-Andalus us a striking testimony to Byzantine-Umayyad diplomatic connections and the movement of goods and possibly craftsmen during the 10th century”
Essentially, the study corroborates the written sources which say both mosaicists and tesserae were shipped to Cordoba. The Roman mosaicists used their own material, as well as using their techniques locally to supplement their supplies
Source: Christian-Muslim contacts across the Mediterranean: Byzantine glass mosaics in the Great Umayyad Mosque in Cordoba
Bendito
sea aquél que otorgó al imán Muhammad bellas ideas para engalanar sus
mansiones. Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas que Dios ha hecho
incomparables en su hermosura, y una escultura de perlas de transparente
claridad, cuyos bordes se decoran con orla de aljófar? Plata fundida corre
entre las perla, a las que semeja en belleza alba y pura. En apariencia, agua y
mármol parecen confundirse, sin que sepamos cuál de ambos se desliza. ¿No ves
cómo el agua se derrama en la taza, pero sus caños la esconde enseguida? Es un
amante cuyos párpados rebosan de lágrimas, lágrimas que esconde por miedo a un
delator. ¿No es, en realidad, cual blanca nube que vierte en los leones sus
acequias y parece la mano del califa que, de mañana, prodiga a los leones de la
guerra sus favores? Quien contempla los leones en actitud amenazante, solo el
respeto contiene su enojo. ¡Oh! Descendiente de los Ansares, y no por la línea
indirecta, herencia de nobleza, que a los fatuos desestima: ¡Que la paz de Dios
sea contigo y pervivas incólume, renovando tus festines y afligiendo a tus
enemigos!
Este
poema, que escribió Ibn Zamrak cuando era visir de Muhammad V, está grabado en
caligrafía árabe en los bordes de la taza de la icónica fuente del patio de los
Leones de la Alhambra, un espacio que se ha convertido en un auténtico símbolo
de su pasado nazarí. La taza, que se adorna además de por el poema epigráfico
mediante decoraciones vegetales y geométricas, se acompaña por las doce
esculturas de mármol blanco de Macael distribuidas de forma radial. Cada una de
ellas tiene una fisonomía diferenciada, algunas con el morro más achatado,
otras más estilizadas. En su día, el agua subía por dentro del hueco del fuste,
y cuando alcanzaba un determinado nivel dentro de la taza, entraba por los ocho
orificios del antiguo surtidor para descender por una tubería de plomo “escondiéndose
enseguida”, como decía el poeta.
En
aquel entorno recién creado, rodeado por un bosque de ciento veinticuatro
columnas, el sultán –que en nuestra portada representa al propio Muhammad V
hacia el final de su segunda etapa de reinado, en torno al año 1390-, se deja
llevar por la música del laúd de una de sus esposas o concubinas y por el
hermoso canto al que acompaña una de sus hijas. El aspecto del emir está basado
en las pinturas de la sala de los Reyes, un espacio contiguo muy representativo
del mismo palacio, mientras que el de la mujer se inspira en las figuras
representadas en la casa del Partal –situada justo al exterior de este-, en
cuyas paredes se pintó un gran fresco donde aparecen algunas mujeres de la
corte con instrumentos.
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