HISTORIA DE ESPAÑA, SANTILLANA, 2016
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11. CAMBIOS ECONÓMICOS Y SOCIALES EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX
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2. Las transformaciones agrarias y sus
límites
En el sector agrario español de comienzos
del siglo XX se continuó con una agricultura basada en la clásica trilogía
mediterránea (cereales, vid y olivo). No obstante, en las primeras décadas del siglo
asistimos a un considerable crecimiento y a una paulatina modernización de la
agricultura española.
2.1. Factores del crecimiento agrario
El crecimiento de la producción agraria en
el primer tercio del siglo XX se explica por la combinación de una serie de
factores:
• El aumento de la superficie cultivada a
costa de la destinada a montes, pastos y dehesas.
• La ampliación de los nuevos cultivos
intensivos (frutales, productos hortícolas, plantas industriales) destinados al
mercado urbano y a la exportación.
• La adopción de una serie de innovaciones
técnicas como la mecanización, la renovación de los aperos, el uso de abonos
artificiales (químicos y minerales), la extensión del regadío con la adopción
de motores de bombeo eléctrico y la implantación de nuevas semillas y de nuevas
razas ganaderas.
• La expansión y la especialización de la
ganadería fue favorecida por el aumento de la producción de plantas forrajeras
y de piensos.
• También actuaron en el progreso agrario
la migración interna y externa de los excedentes de mano de obra, las mejoras
en los transportes, la urbanización y la industrialización.
El resultado de estos avances fue el
aumento de la producción agraria y de la productividad agrícola y ganadera,
aunque sin lograr superar el desfase respecto a los países europeos más
avanzados.
2.2. Los cambios en el sistema agrario
Los factores señalados en el punto
anterior cambiaron en parte el paisaje agrario español. Se extendieron los
cultivos leñosos (olivos, viñedos, naranjos y almendros) e intensivos (patatas,
frutales, tubérculos, praderas artificiales y cultivos de huerta) y los
cereales (pienso), de modo que en 1931 representaban el 60% de la producción
total. No obstante, los cereales y las leguminosas aún en 1931 representaban el
40% del total de la producción agraria, porcentaje muy similar al de principios
de siglo.
La cabaña ganadera creció ligeramente:
pasó del 27 al 30% del producto final agrario muy por debajo de los sistemas
ganaderos de Europa occidental. Sin embargo,
los cambios más importantes se produjeron en su composición y funciones. El
ganado vacuno y el porcino destinados a la producción de carne y leche
aumentaron, mientras que descendieron el caprino y el lanar. También ganaron en
importancia los animales de corral (gallinas y conejos) que hacia 1930
aportaban al mercado interno el 20% de la carne.
Todas estas transformaciones fueron
impulsadas por la creciente demanda urbana y la demanda exterior. La
agricultura logró abastecer al mercado interno y fue la principal fuente de
divisas. Desde 1914 los productos agrarios supusieron el montante principal de
las exportaciones. En 1931 la naranja, la almendra, el vino y el aceite
representaban el 44% del total y contribuyeron al superávit de la balanza
agraria.
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3. EL DESARROLLO INDUSTRIAL Y FINANCIERO
En
el primer tercio del siglo XX se introdujeron en la industria española una
serie de cambios impulsados por el uso de nuevas fuentes de energía
-electricidad y petróleo- y la adopción de las innovaciones técnicas de la
segunda revolución industrial que dieron lugar al proceso de consolidación y
diversificación industrial.
3.1. El crecimiento industrial
La industria española conoció un crecimiento
moderado de la producción con fuertes oscilaciones, algo que fue también
habitual en el resto de Europa. El crecimiento industrial español se
caracterizó por:
· La adopción de los cambios técnicos de
la segunda revolución industrial, como la electrificación, la siderurgia
moderna o la industria química.
· El auge de las industrias básicas o de
bienes de equipo frente al estancamiento de las tradicionales industrias de
bienes de consumo.
· El proceso de diversificación industrial
con la creación y la consolidación de industrias eléctricas, químicas,
mecánicas o de la construcción de obras públicas.
· La industrialización no solo se
diversificó, sino que además se extendió a otras zonas como Madrid, núcleo
industrial y principal centro financiero, Guipúzcoa, Valencia, Zaragoza,
Valladolid, Vigo, entre otras. Los dos focos tradicionales, Cataluña y Vizcaya,
diversificaron su tejido industrial.
Las industrias tradicionales
·
Entre los sectores tradicionales, la industria
textil algodonera continuó siendo la más importante de España, concentrada
en Cataluña. Tras la pérdida de Cuba en 1898 entró en una fase de estancamiento
que continuó en las tres primeras décadas del siglo XX.
·
La producción siderúrgica tuvo un
crecimiento notable. Estaba muy concentrada en Vizcaya con más del 50% de la
producción nacional de lingote de hierro y acero, y en una sola factoría, Altos
Hornos de Vizcaya, que casi monopolizaba el sector. En 1917 un grupo rival
fundó en Sagunto una compañía siderúrgica, origen de la fábrica de Altos Hornos
del Mediterráneo.
·
La diversificación industrial se evidenció
en otras industrias de bienes de consumo muy dinámicas como la
agroalimentaria (conservera, alcoholera, vinícola, oleícola), la maderera, la
corchera o la de curtidos.
·
Aunque la elevada protección y el oligopolio
limitó el papel dinamizador de sectores industriales como la industria
mecánica, la industria de medios de transporte, la construcción o la
conservera.
·
De las industrias extractivas, el carbón
fue perdiendo importancia de forma paulatina con la difusión de la
electricidad, aunque continuó siendo, en este periodo, la fuente de energía
para muchas industrias y medios de transporte (ferrocarril y navegación a
vapor).
También los minerales (plomo,
mercurio, piritas, cobre, etc.) que habían hecho en España una gran potencia
minera a escala mundial entre 1870 y 1913, sellaron su declive entre
1914 y 1935, por el agotamiento de los yacimientos y por el surgimiento de
nuevos competidores (Estados Unidos, América Latina, Rusia, Asia).
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Otras industrias nuevas, como la
automovilística y la aeronáutica, no alcanzaron los niveles de otros países
europeos. La única empresa española, la Hispano-Suiza, fundada en 1904, fabricó
coches de lujo destinados a la exportación. La aeronáutica inició su camino con
la exportación de motores de avión Hispano-Suiza a los países beligerantes.
Tras la Primera Guerra Mundial muchos talleres aeronáuticos cerraron y las
autoridades militares impulsaron la creación de una industria aeronáutica
nacional en la que comenzó a destacar Construcciones Aeronáuticas (CASA), fundada
en 1923.
La progresiva sustitución del vapor por el
motor diésel favoreció la creación de empresas del refino y distribución del
petróleo: CAMPSA (1927) a la que el Estado le otorgó el monopolio de la importación,
el refino y distribución, y CEPSA (1929) para el refino en Canarias, donde no
alcanzaba la concesión del monopolio de la primera. La industria química tuvo
un desarrollo limitado y muy dependiente de la tecnología y del capital extranjero.
Destacó la fabricación de explosivos, monopolizada por el Estado y administrada
por la empresa Unión Española de Explosivos.
Por último, la construcción cambió
radicalmente con la introducción del cemento artificial o portland, cuya producción creció desde el decenio de 1920 por la
demanda de obras públicas y de viviendas particulares.
Las limitaciones de la industrialización española
Durante este periodo se produjo en España
un crecimiento y una transformación del tejido industrial, pero con importantes
limitaciones:
- A pesar de los logros de la industria
española en este primer tercio del siglo XX, la industrialización no logró
superar su retraso y converger hacia los niveles de la Europa industrial.
- El desarrollo de las nuevas industrias
características de la segunda revolución industrial fue mucho menor que en
otros países del continente.
- Las empresas españolas, en general, mantuvieron
un tamaño relativamente pequeño y una escasa competitividad. Orientaron su
producción al mercado interior, prácticamente reservado gracias a un elevado
proteccionismo arancelario, y renunciaron a competir en el mercado exterior.
- El elevado proteccionismo redujo a
mínimos las inversiones en la renovación tecnológica del equipamiento
industrial. Esta fue además una de las razones del continuado descenso de la
productividad del trabajo industrial durante este periodo.
3.2. Transportes y comunicaciones
En el primer tercio del siglo XX prosiguió
el esfuerzo inversor del Estado en el proceso de modernización de los transportes
y las comunicaciones.
El ferrocarril, indispensable para el
crecimiento económico, siguió manteniendo su clara hegemonía hasta 1920.
Completada buena parte de la red de vía ancha, esta apenas aumentó, pero sí lo
hizo la red de vía estrecha para conectar las localidades alejadas de la red
principal.
Los crecientes problemas de explotación de
la red por las compañías concesionarias y la imperiosa necesidad de contar con
un sistema de transporte barato y eficiente exigieron renovar el material móvil
y las infraestructuras. Por ello era preciso realizar fuertes inversiones que
las compañías ferroviarias eran incapaces de llevar a cabo. Esto obligó al Estado
a intervenir en el sector con el estatuto ferroviario de 1924, un proyecto que
quedó sin finalizar por falta de una financiación suficiente.
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4. Los cambios demográficos y sociales
La población y la sociedad españolas
mostraron signos de cambio y modernización. Así, el dinamismo de sectores como
la burguesía, las clases medias y el proletariado industrial anunciaban la
sociedad de masas del siglo XX.
4.1. Hacia la modernización demográfica
En el primer tercio del siglo XX se produjo
en nuestro país la transición demográfica, aunque con retraso respecto a otros
países de Europa occidental, en los que este proceso tuvo lugar en el último
tercio del siglo XIX. En España, la caída de las tasas de mortalidad y de
natalidad fue simultánea, mientras que en los países industrializados la
reducción de la mortalidad precedió al descenso de la natalidad. Pese a todo,
el descenso más rápido de la mortalidad que de la natalidad explica que la población
experimentase un importante crecimiento. Esta fue la clave de la modernización
demográfica de España que se prolongará hasta la segunda mitad del siglo XX.
El crecimiento de la población
Desde fines del siglo XIX comenzó el
descenso de la tasa de mortalidad (del 28,8%0 en 1900 al 16,8%0 en 1930) y en
particular de la mortalidad infantil (de 204 fallecidos de menos de un año por
cada mil nacidos en 1900 a 117 en 1930), y como consecuencia aumentó la
esperanza de vida al nacer (de 35 años en 1900 a 50 en 1930).
Los factores que contribuyeron a ese
descenso fueron: la práctica desaparición de la mortalidad catastrófica, con la
excepción de la letal epidemia de gripe de 1918, y la mejora de las necesidades
básicas (alimentación, vestido y vivienda) y de la calidad de los servicios
públicos higiénicos y sanitarios, de limpieza, alcantarillado y agua potable.
Estas mejoras atenuaron e incluso acabaron con las enfermedades infectocontagiosas
(diarreas y gastroenteritis) que causaban la mayor parte de las defunciones,
sobre todo en la infancia.
Por su parte, el descenso de las tasas de
natalidad fue más lento (del 33,8%0 en 1900 al 28,2%0 en 1930) y se debió a la
modernización de la vida urbana y la incipiente incorporación de la mujer al
trabajo no doméstico que favoreció el control de la natalidad con medidas anticonceptivas
elementales.
El tardío pero intenso descenso de la
mortalidad elevó las tasas de crecimiento natural al nivel de las europeas del
siglo XIX (por encima del 1% anual).
Los movimientos migratorios y el proceso de urbanización
Los movimientos migratorios tanto
interiores como exteriores se multiplicaron a partir de fines del siglo XIX, y
tuvieron una gran influencia en la distribución espacial de la población.
En los primeros años del siglo XX aumentó
de forma muy notable la emigración a ultramar, con un considerable retraso en
comparación con países como el Reino Unido o Alemania, pero casi paralela con
la «nueva emigración» de los países de la Europa del Sur y del Este. Tuvo un
espectacular aumento hasta 1914, una caída durante la Primera
Guerra Mundial y un nuevo rebrote entre
los decenios de 1920 y 1930.
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Se incrementó de forma espectacular la
tradicional corriente de la emigración a América Latina, sobre todo a
Argentina, Cuba y Brasil, en su mayoría procedente de Galicia y la fachada
cantábrica. Aunque menor en volumen, también hubo emigración a países de nuevo
destino como Argelia hasta 1914, procedente del litoral valenciano y del
sudeste.
El proceso migratorio interior estuvo
íntimamente relacionado con el progreso del sector industrial y terciario y con
el desarrollo urbano en este periodo. Supuso el comienzo de una tendencia en la
redistribución de la población española, interrumpida tras la guerra civil, y
que alcanzaría su momento culminante más tarde, en las décadas de 1960 y 1970.
Las ciudades y las regiones industriales
que absorbieron una mayor cantidad de emigrantes fueron Cataluña, en
particular Barcelona, Madrid, Sevilla y, en menor medida, Vizcaya y Valencia.
Todas ellas fueron focos de atracción de los excedentes del medio rural (éxodo
rural), procedentes de Galicia, León, Castilla la Vieja, Aragón y Andalucía
oriental, regiones que experimentaron una pérdida continuada de población por
el éxodo campesino a causa de los bajos niveles de vida y la baja rentabilidad
agrícola.
El proceso de urbanización comenzó
en la segunda mitad del siglo XIX y se aceleró a partir de las décadas de 1910
y 1920 por el desarrollo de la industrialización y la explotación minera. En
1930 Madrid y Barcelona superaban el millón de habitantes y diez capitales de
provincia los cien mil habitantes.
Entre 1900 y 1930 la población española
que vivía en ciudades de más de 100.000 habitantes pasó del 9% al 15%, lo que
significa que el porcentaje de población urbana, aunque había crecido,
seguía siendo muy bajo comparado con los principales países industriales
europeos.
La modernización demográfica y
económica se reflejó también en la distribución de la población activa con
un descenso en la agricultura y una creciente mano de obra industrial y de
servicios.
14. POSGUERRA Y CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO FRANQUISTA (1939-1959)
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5. Política autárquica y recesión económica
Las medidas económicas del régimen
retrasaron la recuperación hasta finales de la década de los cincuenta. El
despegue económico no comenzó hasta 1959 con el plan de estabilización.
5.1. Intervencionismo y autarquía
Al acabar la guerra, España era un país
arruinado y sin recursos El régimen puso en marcha una política económica
intervencionista y autárquica, es decir, pretende ser autosuficiente y mantener
escasa conexión con el exterior. Esta política económica fue nefasta para un
país con un secular atraso industrial y con escasas fuentes de energía propias.
La autarquía favorece el estancamiento y la crisis de subsistencia.
La política autárquica se inició en 1939
con un plan de saneamiento y reconstrucción, y continuó con las leyes de
protección y fomento de la industria nacional y de ordenación y defensa de la
industria nacional.
El Estado intervino y controló todas las
actividades económicas, de manera especial, el comercio exterior. La escasez de
divisas redujo las importaciones y se impuso una política de autoabastecimiento
nacional. Las medidas provocaron la escasez de productos básicos y su
encarecimiento. El intervencionismo propició, además, el amiguismo y el tráfico
de influencias.
En 1941 se creaba el Instituto Nacional de
Industria (INI), inspirado en el IRI italiano, con el fin de articular fomentar
y nacionalizar la industria. Se prestó especial atención a la industria militar
y a los sectores considerados estratégicos naval, siderúrgico, ferroviario,
aeronáutico y automoción. Surgieron empresas como Iberia, ENSIDESA, ENASA o
SEAT y se nacionalizaron la Compañía Telefónica (CTNE) y la Red Nacional de
Ferrocarriles (RENFE). El plan era poco consistente y se subordinó a las
necesidades políticas del régimen y a intereses particulares.
La agricultura fue el sector con menos
ayudas y menor innovación. Algunas medidas, como la creación en 1939 del
Instituto Nacional de Colonización (INC) resultaron insuficientes. La
producción agrícola disminuyó por el atraso técnico, el paro encubierto, la
larga sequía y la imposición de precios oficiales. No obstante, en la década de
los cincuenta se iniciaron planes integrales que mejoraron la situación rural y
agrícola con el desarrollo de regadíos, la construcción de viviendas y la
extensión de la red eléctrica. Destacaron el de Badajoz en 1952 y el de Jaén en
1953.
Desde los inicios del franquismo se
potenció una política hidráulica para remediar los problemas del suministro de
electricidad y almacenaje del agua con la construcción de embalses en las
distintas cuencas hidrográficas, entre otros muchos. Franco inauguró en la
década de 1950 los de El Generalísimo, Contreras, Entrepeñas y Buendía. Algunos
de estos proyectos se idearon en épocas anteriores
5.2. Consecuencias de la autarquía
La autarquía retrasó la recuperación de la
renta per cápita de preguerra hasta los inicios de los años cincuenta Su
desarrollo tuvo muchos fallos y su ejecución se vio obstaculizada por una
burocracia ineficaz y corrupta y por la falta de los recursos más esenciales
para afrontar la pretendida
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autosuficiencia
económica: alimentos, productos energéticos, abonos, maquinaria, tecnología moderna
y materias primas.
Disminuyó
la producción agrícola, aumentó la escasez de alimentos y se encarecieron los
de primera necesidad. Las capas sociales más pobres sufrieron la inflación y
los bajos salarios. A menudo se recurrió a una economía de subsistencia y
trueque. Fueron los “malogrados años cuarenta”.
El
atraso económico favoreció el aumento de la pobreza extrema, de enfermedades ya
erradicadas y de la mortalidad, especialmente de niños y de las personas más
débiles. Para mitigar el hambre, el régimen se sirvió del Auxilio Social, una
institución de caridad controlada por Falange, a través de comedores para niños
y gente necesitada.
Ante
la carestía de alimentos y el aumento de sus precios, el gobierno controló su
distribución a partir de mayo de 1939, con dos cartillas de racionamiento: una
era para la carne y otra para el resto de alimentos, que se conseguían tras
largas colas. Estuvieron vigentes hasta 1952.
El
gobierno intervino la producción agrícola a través del Servicio Nacional del
Trigo y obligaba a los agricultores a entregar la mayor parte de sus cosechas a
un precio establecido para ponerlo en el mercado con un precio regulado. Las
bajas tarifas impuestas en los productos básicos disgustaron a los productores,
que cambiaban de cultivos, ocultaban parte de la cosecha o disminuían la
producción.
Los
organismos oficiales, Fiscalía de Tasas y la Comisaría de Abastecimiento y
Transporte, trataron de corregir estos problemas con multas y la requisa de
productos, pero las medidas resultaron ineficaces. El desabastecimiento
propició el mercado negro, o estraperlo, paralelo al oficial, en el que se
podían encontrar abundantes productos a precios muy altos para una población
empobrecida y con salarios muy bajos. Esta práctica favoreció la usura, el
amiguismo y el enriquecimiento del entorno del régimen.
La
mayor parte de la sociedad sufrió esta política económica. A la inseguridad, el
miedo y la división social, se unieron la escasez, el hambre, la miseria, la
inflación y la falta de viviendas.
Doc.20. La vida en
los años cuarenta
El
año 1941 fue terrible para el pueblo español, especialmente para los
trabajadores y la clase media, que no disponían de recursos para adquirir en el
mercado negro los alimentos que precisaban para no morir de hambre. Fue
precisamente en 1941 cuando se consolidó la categoría de españoles
privilegiados, quienes vivían encantados con el gobierno y la política del
general Franco. Formaban todos ellos una legión inmensa de pícaros […] que se
valían de sus puestos oficiales y de las amistades para ganar dinero y darse
una vida espléndida. […] Junto al indeseable que en unos pocos meses se había
convertido en millonario figuraba el obrero que por el producto de una pesada
jornada de diez horas no podía comprar pan […].
[…]
La angustiosa situación provocada por la necesidad de pasar por el mercado
negro estableció un régimen de trabajos forzados en que la familia entera tenía
que cooperar: el padre, apurando una jornada hasta llegar al agotamiento; la
madre, buscando algún jornal como asistenta; los hijos, empezando a trabajar a
edades inferiores a las marcadas por la ley […].
M.
TUÑÓN DE LARA, España bajo la dictadura franquista, 1980
15. CONSOLIDACIÓN Y
FINAL DEL FRANQUISMO
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1. Las reformas económicas
Las firmas del Concordato con la Santa
Sede y de los pactos de Madrid con Estados Unidos (1953), el ingreso en la ONU
(1955) y en otros organismos internacionales, y las visitas de los presidentes
Eisenhower en 1959 y Nixon en 1970 fortalecieron a un régimen instalado en el
inmovilismo político.
1.1. El gobierno de los tecnócratas
La crisis económica y las presiones del
Banco Mundial y del FMI inclinaron a Franco a remodelar el gobierno en 1957
incluyendo a destacados miembros del Opus Dei. Nombró ministros a Mariano
Navarro Rubio para la cartera de Hacienda y a Alberto Ullastres para la de
Comercio. Un papel destacado se le dio a Laureano López Rodó para la Secretaría
General Técnica y en 1957 le encargó la Oficina de Coordinación y
Programación Económica (OCYPE), impulsora de importantes reformas.
Entre el bienio 1957-1959 el nuevo
gobierno tomó medidas encaminadas a modernizar la economía, integrarla en el
entorno europeo y mejorar la administración del Estado. Con este objetivo, fijó
un cambio único de la peseta, llevó a cabo la reforma tributaria para
equilibrar gastos e ingresos, creó un nuevo marco favorable a las inversiones y
actualizó el marco de las relaciones laborales.
Estas actuaciones facilitaron el ingreso
de España en la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE), en el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo (BIRD) en 1958. Estos organismos internacionales
ofrecieron ayuda económica y técnica para su ejecución.
1.2. El plan de estabilización
El Decreto Ley de Nueva Ordenación
Económica de julio de 1959, conocido como plan de estabilización, cambió
las líneas maestras de la economía del régimen: puso fin a la autarquía y dio
paso a la liberación económica, que actuó como motor de desarrollo hasta la
crisis de 1973. El plan estableció medidas para lograr la estabilidad
económica, la integración en el ámbito del capitalismo europeo y el equilibrio
de la balanza comercial.
*Medidas fiscales encaminadas a limitar el crédito al sector privado y suprimir los subsidios
fiscales a las empresas públicas, elevar los tipos de interés, reducir el gasto
público y aumentar los impuestos, congelar los salarios y rebajar la tasa de
inflación.
*Medidas comerciales para favorecer tanto las inversiones extranjeras como las importaciones de
mercancías. Para ello, se devaluó la peseta y se fijó un cambio único con el
dólar.
A corto plazo, la austeridad del plan
empeoró las condiciones de vida de los españoles por la congelación de los
salarios, el cierre de empresas, el aumento de impuestos y la inflación. Los
efectos positivos se apreciaron después con la contención de la inflación, el
aumento del empleo y de las exportaciones industriales y un mayor equilibrio de
la balanza de pagos.
La puesta en marcha de estas medidas
favoreció la recuperación a partir de la década de 1960, con un desarrollo y un
optimismo económico que el régimen aprovechó para celebrar los «25 Años de
Paz» en 1964. La propaganda
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propaganda triunfalista presentaba a Franco como ejemplo de
buen político y portador de la paz, y al régimen como garante de un futuro
próspero, ordenado y pacífico
1.3. Los planes de desarrollo
Con la nueva política de estabilización se creó la Comisaría
del Plan de Desarrollo en 1962, dirigida por López Rodó, encargado de
planificar el sector público y orientar el privado. Para el sector público las
directrices debían ser vinculantes, e indicativas para el privado. Entre 1964 y
1975 se pusieron en marcha tres planes de desarrollo económico y social con un
marcado carácter industrial.
El primero abarcó el periodo de 1964 a 1967, pero se
prorrogó hasta 1968 sin cumplir sus objetivos. El segundo, que empezó con
retraso, en 1969, y acabó en 1971, estuvo dedicado a la agricultura, vivienda,
educación y transportes. El tercero se vio interrumpido en 1975 por la crisis
del petróleo, que elevó las tasas de inflación y paro y redujo el crecimiento y
la reserva de divisas.
El objetivo de los planes de desarrollo era superar las
deficiencias estructurales en general y favorecer las zonas menos
industrializadas a través de los polos de desarrollo y de otras iniciativas.
Sin embargo, los recursos se invirtieron preferentemente en las zonas más
seguras y rentables del País Vasco, Valencia, Madrid y Cataluña, adecuándose
con frecuencia a los intereses de los grupos políticos y económicos más
influyentes. La ejecución de los planes impulsó el crecimiento económico sin
alcanzar los resultados esperados. Algunos polos de desarrollo se abandonaron
juntamente con los proyectos menos viables, con lo que aumentaron los
desequilibrios y las desigualdades interregionales y sociales.
Desde 1959, el aumento de las inversiones públicas en
vivienda, electrificación, carreteras y ferrocarril mejoró las condiciones de
vida de los españoles, pero no solucionó los problemas del país. Entre otras
cosas, la lentitud en crear una red de comunicación rápida y eficaz dificultó
la vertebración de un mercado nacional.
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