domingo, 12 de enero de 2020

HISTORIA DE ESPAÑA, SANTILLANA, 2016

HISTORIA DE ESPAÑA, SANTILLANA, 2016

 

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11. CAMBIOS ECONÓMICOS Y SOCIALES EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX

 

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2. Las transformaciones agrarias y sus límites

En el sector agrario español de comienzos del siglo XX se continuó con una agricultura basada en la clásica trilogía mediterránea (cereales, vid y olivo). No obstante, en las primeras décadas del siglo asistimos a un considerable crecimiento y a una paulatina modernización de la agricultura española.

 

2.1. Factores del crecimiento agrario

El crecimiento de la producción agraria en el primer tercio del siglo XX se explica por la combinación de una serie de factores:

• El aumento de la superficie cultivada a costa de la destinada a montes, pastos y dehesas.

• La ampliación de los nuevos cultivos intensivos (frutales, productos hortícolas, plantas industriales) destinados al mercado urbano y a la exportación.

• La adopción de una serie de innovaciones técnicas como la mecanización, la renovación de los aperos, el uso de abonos artificiales (químicos y minerales), la extensión del regadío con la adopción de motores de bombeo eléctrico y la implantación de nuevas semillas y de nuevas razas ganaderas.

• La expansión y la especialización de la ganadería fue favorecida por el aumento de la producción de plantas forrajeras y de piensos.

• También actuaron en el progreso agrario la migración interna y externa de los excedentes de mano de obra, las mejoras en los transportes, la urbanización y la industrialización.

El resultado de estos avances fue el aumento de la producción agraria y de la productividad agrícola y ganadera, aunque sin lograr superar el desfase respecto a los países europeos más avanzados.

2.2. Los cambios en el sistema agrario

Los factores señalados en el punto anterior cambiaron en parte el paisaje agrario español. Se extendieron los cultivos leñosos (olivos, viñedos, naranjos y almendros) e intensivos (patatas, frutales, tubérculos, praderas artificiales y cultivos de huerta) y los cereales (pienso), de modo que en 1931 representaban el 60% de la producción total. No obstante, los cereales y las leguminosas aún en 1931 representaban el 40% del total de la producción agraria, porcentaje muy similar al de principios de siglo.

La cabaña ganadera creció ligeramente: pasó del 27 al 30% del producto final agrario muy por debajo de los sistemas ganaderos de Europa occidental. Sin embargo, los cambios más importantes se produjeron en su composición y funciones. El ganado vacuno y el porcino destinados a la producción de carne y leche aumentaron, mientras que descendieron el caprino y el lanar. También ganaron en importancia los animales de corral (gallinas y conejos) que hacia 1930 aportaban al mercado interno el 20% de la carne.

Todas estas transformaciones fueron impulsadas por la creciente demanda urbana y la demanda exterior. La agricultura logró abastecer al mercado interno y fue la principal fuente de divisas. Desde 1914 los productos agrarios supusieron el montante principal de las exportaciones. En 1931 la naranja, la almendra, el vino y el aceite representaban el 44% del total y contribuyeron al superávit de la balanza agraria.

 

 

 

 

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3. EL DESARROLLO INDUSTRIAL Y FINANCIERO

En el primer tercio del siglo XX se introdujeron en la industria española una serie de cambios impulsados por el uso de nuevas fuentes de energía -electricidad y petróleo- y la adopción de las innovaciones técnicas de la segunda revolución industrial que dieron lugar al proceso de consolidación y diversificación industrial.

 

3.1. El crecimiento industrial

La industria española conoció un crecimiento moderado de la producción con fuertes oscilaciones, algo que fue también habitual en el resto de Europa. El crecimiento industrial español se caracterizó por:

· La adopción de los cambios técnicos de la segunda revolución industrial, como la electrificación, la siderurgia moderna o la industria química.

· El auge de las industrias básicas o de bienes de equipo frente al estancamiento de las tradicionales industrias de bienes de consumo.

· El proceso de diversificación industrial con la creación y la consolidación de industrias eléctricas, químicas, mecánicas o de la construcción de obras públicas.

· La industrialización no solo se diversificó, sino que además se extendió a otras zonas como Madrid, núcleo industrial y principal centro financiero, Guipúzcoa, Valencia, Zaragoza, Valladolid, Vigo, entre otras. Los dos focos tradicionales, Cataluña y Vizcaya, diversificaron su tejido industrial.

 

Las industrias tradicionales

·      Entre los sectores tradicionales, la industria textil algodonera continuó siendo la más importante de España, concentrada en Cataluña. Tras la pérdida de Cuba en 1898 entró en una fase de estancamiento que continuó en las tres primeras décadas del siglo XX.

·      La producción siderúrgica tuvo un crecimiento notable. Estaba muy concentrada en Vizcaya con más del 50% de la producción nacional de lingote de hierro y acero, y en una sola factoría, Altos Hornos de Vizcaya, que casi monopolizaba el sector. En 1917 un grupo rival fundó en Sagunto una compañía siderúrgica, origen de la fábrica de Altos Hornos del Mediterráneo.

·      La diversificación industrial se evidenció en otras industrias de bienes de consumo muy dinámicas como la agroalimentaria (conservera, alcoholera, vinícola, oleícola), la maderera, la corchera o la de curtidos.

·      Aunque la elevada protección y el oligopolio limitó el papel dinamizador de sectores industriales como la industria mecánica, la industria de medios de transporte, la construcción o la conservera.

·      De las industrias extractivas, el carbón fue perdiendo importancia de forma paulatina con la difusión de la electricidad, aunque continuó siendo, en este periodo, la fuente de energía para muchas industrias y medios de transporte (ferrocarril y navegación a vapor).

También los minerales (plomo, mercurio, piritas, cobre, etc.) que habían hecho en España una gran potencia minera a escala mundial entre 1870 y 1913, sellaron su declive entre 1914 y 1935, por el agotamiento de los yacimientos y por el surgimiento de nuevos competidores (Estados Unidos, América Latina, Rusia, Asia).

 

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Otras industrias nuevas, como la automovilística y la aeronáutica, no alcanzaron los niveles de otros países europeos. La única empresa española, la Hispano-Suiza, fundada en 1904, fabricó coches de lujo destinados a la exportación. La aeronáutica inició su camino con la exportación de motores de avión Hispano-Suiza a los países beligerantes. Tras la Primera Guerra Mundial muchos talleres aeronáuticos cerraron y las autoridades militares impulsaron la creación de una industria aeronáutica nacional en la que comenzó a destacar Construcciones Aeronáuticas (CASA), fundada en 1923.

La progresiva sustitución del vapor por el motor diésel favoreció la creación de empresas del refino y distribución del petróleo: CAMPSA (1927) a la que el Estado le otorgó el monopolio de la importación, el refino y distribución, y CEPSA (1929) para el refino en Canarias, donde no alcanzaba la concesión del monopolio de la primera. La industria química tuvo un desarrollo limitado y muy dependiente de la tecnología y del capital extranjero. Destacó la fabricación de explosivos, monopolizada por el Estado y administrada por la empresa Unión Española de Explosivos.

Por último, la construcción cambió radicalmente con la introducción del cemento artificial o portland, cuya producción creció desde el decenio de 1920 por la demanda de obras públicas y de viviendas particulares.

 

Las limitaciones de la industrialización española

Durante este periodo se produjo en España un crecimiento y una transformación del tejido industrial, pero con importantes limitaciones:

- A pesar de los logros de la industria española en este primer tercio del siglo XX, la industrialización no logró superar su retraso y converger hacia los niveles de la Europa industrial.

- El desarrollo de las nuevas industrias características de la segunda revolución industrial fue mucho menor que en otros países del continente.

- Las empresas españolas, en general, mantuvieron un tamaño relativamente pequeño y una escasa competitividad. Orientaron su producción al mercado interior, prácticamente reservado gracias a un elevado proteccionismo arancelario, y renunciaron a competir en el mercado exterior.

- El elevado proteccionismo redujo a mínimos las inversiones en la renovación tecnológica del equipamiento industrial. Esta fue además una de las razones del continuado descenso de la productividad del trabajo industrial durante este periodo.

 

3.2. Transportes y comunicaciones

En el primer tercio del siglo XX prosiguió el esfuerzo inversor del Estado en el proceso de modernización de los transportes y las comunicaciones.

El ferrocarril, indispensable para el crecimiento económico, siguió manteniendo su clara hegemonía hasta 1920. Completada buena parte de la red de vía ancha, esta apenas aumentó, pero sí lo hizo la red de vía estrecha para conectar las localidades alejadas de la red principal.

Los crecientes problemas de explotación de la red por las compañías concesionarias y la imperiosa necesidad de contar con un sistema de transporte barato y eficiente exigieron renovar el material móvil y las infraestructuras. Por ello era preciso realizar fuertes inversiones que las compañías ferroviarias eran incapaces de llevar a cabo. Esto obligó al Estado a intervenir en el sector con el estatuto ferroviario de 1924, un proyecto que quedó sin finalizar por falta de una financiación suficiente.

 

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4. Los cambios demográficos y sociales

La población y la sociedad españolas mostraron signos de cambio y modernización. Así, el dinamismo de sectores como la burguesía, las clases medias y el proletariado industrial anunciaban la sociedad de masas del siglo XX.

 

4.1. Hacia la modernización demográfica

En el primer tercio del siglo XX se produjo en nuestro país la transición demográfica, aunque con retraso respecto a otros países de Europa occidental, en los que este proceso tuvo lugar en el último tercio del siglo XIX. En España, la caída de las tasas de mortalidad y de natalidad fue simultánea, mientras que en los países industrializados la reducción de la mortalidad precedió al descenso de la natalidad. Pese a todo, el descenso más rápido de la mortalidad que de la natalidad explica que la población experimentase un importante crecimiento. Esta fue la clave de la modernización demográfica de España que se prolongará hasta la segunda mitad del siglo XX.

 

El crecimiento de la población

Desde fines del siglo XIX comenzó el descenso de la tasa de mortalidad (del 28,8%0 en 1900 al 16,8%0 en 1930) y en particular de la mortalidad infantil (de 204 fallecidos de menos de un año por cada mil nacidos en 1900 a 117 en 1930), y como consecuencia aumentó la esperanza de vida al nacer (de 35 años en 1900 a 50 en 1930).

Los factores que contribuyeron a ese descenso fueron: la práctica desaparición de la mortalidad catastrófica, con la excepción de la letal epidemia de gripe de 1918, y la mejora de las necesidades básicas (alimentación, vestido y vivienda) y de la calidad de los servicios públicos higiénicos y sanitarios, de limpieza, alcantarillado y agua potable. Estas mejoras atenuaron e incluso acabaron con las enfermedades infectocontagiosas (diarreas y gastroenteritis) que causaban la mayor parte de las defunciones, sobre todo en la infancia.

Por su parte, el descenso de las tasas de natalidad fue más lento (del 33,8%0 en 1900 al 28,2%0 en 1930) y se debió a la modernización de la vida urbana y la incipiente incorporación de la mujer al trabajo no doméstico que favoreció el control de la natalidad con medidas anticonceptivas elementales.

El tardío pero intenso descenso de la mortalidad elevó las tasas de crecimiento natural al nivel de las europeas del siglo XIX (por encima del 1% anual).

 

Los movimientos migratorios y el proceso de urbanización

Los movimientos migratorios tanto interiores como exteriores se multiplicaron a partir de fines del siglo XIX, y tuvieron una gran influencia en la distribución espacial de la población.

En los primeros años del siglo XX aumentó de forma muy notable la emigración a ultramar, con un considerable retraso en comparación con países como el Reino Unido o Alemania, pero casi paralela con la «nueva emigración» de los países de la Europa del Sur y del Este. Tuvo un espectacular aumento hasta 1914, una caída durante la Primera

Guerra Mundial y un nuevo rebrote entre los decenios de 1920 y 1930.

 

 

 

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Se incrementó de forma espectacular la tradicional corriente de la emigración a América Latina, sobre todo a Argentina, Cuba y Brasil, en su mayoría procedente de Galicia y la fachada cantábrica. Aunque menor en volumen, también hubo emigración a países de nuevo destino como Argelia hasta 1914, procedente del litoral valenciano y del sudeste.

El proceso migratorio interior estuvo íntimamente relacionado con el progreso del sector industrial y terciario y con el desarrollo urbano en este periodo. Supuso el comienzo de una tendencia en la redistribución de la población española, interrumpida tras la guerra civil, y que alcanzaría su momento culminante más tarde, en las décadas de 1960 y 1970.

Las ciudades y las regiones industriales que absorbieron una mayor cantidad de emigrantes fueron Cataluña, en particular Barcelona, Madrid, Sevilla y, en menor medida, Vizcaya y Valencia. Todas ellas fueron focos de atracción de los excedentes del medio rural (éxodo rural), procedentes de Galicia, León, Castilla la Vieja, Aragón y Andalucía oriental, regiones que experimentaron una pérdida continuada de población por el éxodo campesino a causa de los bajos niveles de vida y la baja rentabilidad agrícola.

El proceso de urbanización comenzó en la segunda mitad del siglo XIX y se aceleró a partir de las décadas de 1910 y 1920 por el desarrollo de la industrialización y la explotación minera. En 1930 Madrid y Barcelona superaban el millón de habitantes y diez capitales de provincia los cien mil habitantes.

Entre 1900 y 1930 la población española que vivía en ciudades de más de 100.000 habitantes pasó del 9% al 15%, lo que significa que el porcentaje de población urbana, aunque había crecido, seguía siendo muy bajo comparado con los principales países industriales europeos.

La modernización demográfica y económica se reflejó también en la distribución de la población activa con un descenso en la agricultura y una creciente mano de obra industrial y de servicios.

 

14. POSGUERRA Y CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO FRANQUISTA (1939-1959)

 

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5. Política autárquica y recesión económica

Las medidas económicas del régimen retrasaron la recuperación hasta finales de la década de los cincuenta. El despegue económico no comenzó hasta 1959 con el plan de estabilización.

 

5.1. Intervencionismo y autarquía

Al acabar la guerra, España era un país arruinado y sin recursos El régimen puso en marcha una política económica intervencionista y autárquica, es decir, pretende ser autosuficiente y mantener escasa conexión con el exterior. Esta política económica fue nefasta para un país con un secular atraso industrial y con escasas fuentes de energía propias. La autarquía favorece el estancamiento y la crisis de subsistencia.

La política autárquica se inició en 1939 con un plan de saneamiento y reconstrucción, y continuó con las leyes de protección y fomento de la industria nacional y de ordenación y defensa de la industria nacional.

El Estado intervino y controló todas las actividades económicas, de manera especial, el comercio exterior. La escasez de divisas redujo las importaciones y se impuso una política de autoabastecimiento nacional. Las medidas provocaron la escasez de productos básicos y su encarecimiento. El intervencionismo propició, además, el amiguismo y el tráfico de influencias.

En 1941 se creaba el Instituto Nacional de Industria (INI), inspirado en el IRI italiano, con el fin de articular fomentar y nacionalizar la industria. Se prestó especial atención a la industria militar y a los sectores considerados estratégicos naval, siderúrgico, ferroviario, aeronáutico y automoción. Surgieron empresas como Iberia, ENSIDESA, ENASA o SEAT y se nacionalizaron la Compañía Telefónica (CTNE) y la Red Nacional de Ferrocarriles (RENFE). El plan era poco consistente y se subordinó a las necesidades políticas del régimen y a intereses particulares.

La agricultura fue el sector con menos ayudas y menor innovación. Algunas medidas, como la creación en 1939 del Instituto Nacional de Colonización (INC) resultaron insuficientes. La producción agrícola disminuyó por el atraso técnico, el paro encubierto, la larga sequía y la imposición de precios oficiales. No obstante, en la década de los cincuenta se iniciaron planes integrales que mejoraron la situación rural y agrícola con el desarrollo de regadíos, la construcción de viviendas y la extensión de la red eléctrica. Destacaron el de Badajoz en 1952 y el de Jaén en 1953.

Desde los inicios del franquismo se potenció una política hidráulica para remediar los problemas del suministro de electricidad y almacenaje del agua con la construcción de embalses en las distintas cuencas hidrográficas, entre otros muchos. Franco inauguró en la década de 1950 los de El Generalísimo, Contreras, Entrepeñas y Buendía. Algunos de estos proyectos se idearon en épocas anteriores

 

5.2. Consecuencias de la autarquía

La autarquía retrasó la recuperación de la renta per cápita de preguerra hasta los inicios de los años cincuenta Su desarrollo tuvo muchos fallos y su ejecución se vio obstaculizada por una burocracia ineficaz y corrupta y por la falta de los recursos más esenciales para afrontar la pretendida

 

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autosuficiencia económica: alimentos, productos energéticos, abonos, maquinaria, tecnología moderna y materias primas.

Disminuyó la producción agrícola, aumentó la escasez de alimentos y se encarecieron los de primera necesidad. Las capas sociales más pobres sufrieron la inflación y los bajos salarios. A menudo se recurrió a una economía de subsistencia y trueque. Fueron los “malogrados años cuarenta”.

El atraso económico favoreció el aumento de la pobreza extrema, de enfermedades ya erradicadas y de la mortalidad, especialmente de niños y de las personas más débiles. Para mitigar el hambre, el régimen se sirvió del Auxilio Social, una institución de caridad controlada por Falange, a través de comedores para niños y gente necesitada.

Ante la carestía de alimentos y el aumento de sus precios, el gobierno controló su distribución a partir de mayo de 1939, con dos cartillas de racionamiento: una era para la carne y otra para el resto de alimentos, que se conseguían tras largas colas. Estuvieron vigentes hasta 1952.

El gobierno intervino la producción agrícola a través del Servicio Nacional del Trigo y obligaba a los agricultores a entregar la mayor parte de sus cosechas a un precio establecido para ponerlo en el mercado con un precio regulado. Las bajas tarifas impuestas en los productos básicos disgustaron a los productores, que cambiaban de cultivos, ocultaban parte de la cosecha o disminuían la producción.

Los organismos oficiales, Fiscalía de Tasas y la Comisaría de Abastecimiento y Transporte, trataron de corregir estos problemas con multas y la requisa de productos, pero las medidas resultaron ineficaces. El desabastecimiento propició el mercado negro, o estraperlo, paralelo al oficial, en el que se podían encontrar abundantes productos a precios muy altos para una población empobrecida y con salarios muy bajos. Esta práctica favoreció la usura, el amiguismo y el enriquecimiento del entorno del régimen.

La mayor parte de la sociedad sufrió esta política económica. A la inseguridad, el miedo y la división social, se unieron la escasez, el hambre, la miseria, la inflación y la falta de viviendas.

 

Doc.20. La vida en los años cuarenta

El año 1941 fue terrible para el pueblo español, especialmente para los trabajadores y la clase media, que no disponían de recursos para adquirir en el mercado negro los alimentos que precisaban para no morir de hambre. Fue precisamente en 1941 cuando se consolidó la categoría de españoles privilegiados, quienes vivían encantados con el gobierno y la política del general Franco. Formaban todos ellos una legión inmensa de pícaros […] que se valían de sus puestos oficiales y de las amistades para ganar dinero y darse una vida espléndida. […] Junto al indeseable que en unos pocos meses se había convertido en millonario figuraba el obrero que por el producto de una pesada jornada de diez horas no podía comprar pan […].

[…] La angustiosa situación provocada por la necesidad de pasar por el mercado negro estableció un régimen de trabajos forzados en que la familia entera tenía que cooperar: el padre, apurando una jornada hasta llegar al agotamiento; la madre, buscando algún jornal como asistenta; los hijos, empezando a trabajar a edades inferiores a las marcadas por la ley […].

M. TUÑÓN DE LARA, España bajo la dictadura franquista, 1980

 

15. CONSOLIDACIÓN Y FINAL DEL FRANQUISMO

 

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1. Las reformas económicas

Las firmas del Concordato con la Santa Sede y de los pactos de Madrid con Estados Unidos (1953), el ingreso en la ONU (1955) y en otros organismos internacionales, y las visitas de los presidentes Eisenhower en 1959 y Nixon en 1970 fortalecieron a un régimen instalado en el inmovilismo político.

 

1.1. El gobierno de los tecnócratas

La crisis económica y las presiones del Banco Mundial y del FMI inclinaron a Franco a remodelar el gobierno en 1957 incluyendo a destacados miembros del Opus Dei. Nombró ministros a Mariano Navarro Rubio para la cartera de Hacienda y a Alberto Ullastres para la de Comercio. Un papel destacado se le dio a Laureano López Rodó para la Secretaría General Técnica y en 1957 le encargó la Oficina de Coordinación y Programación Económica (OCYPE), impulsora de importantes reformas.

Entre el bienio 1957-1959 el nuevo gobierno tomó medidas encaminadas a modernizar la economía, integrarla en el entorno europeo y mejorar la administración del Estado. Con este objetivo, fijó un cambio único de la peseta, llevó a cabo la reforma tributaria para equilibrar gastos e ingresos, creó un nuevo marco favorable a las inversiones y actualizó el marco de las relaciones laborales.

Estas actuaciones facilitaron el ingreso de España en la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE), en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD) en 1958. Estos organismos internacionales ofrecieron ayuda económica y técnica para su ejecución.

 

1.2. El plan de estabilización

El Decreto Ley de Nueva Ordenación Económica de julio de 1959, conocido como plan de estabilización, cambió las líneas maestras de la economía del régimen: puso fin a la autarquía y dio paso a la liberación económica, que actuó como motor de desarrollo hasta la crisis de 1973. El plan estableció medidas para lograr la estabilidad económica, la integración en el ámbito del capitalismo europeo y el equilibrio de la balanza comercial.

*Medidas fiscales encaminadas a limitar el crédito al sector privado y suprimir los subsidios fiscales a las empresas públicas, elevar los tipos de interés, reducir el gasto público y aumentar los impuestos, congelar los salarios y rebajar la tasa de inflación.

*Medidas comerciales para favorecer tanto las inversiones extranjeras como las importaciones de mercancías. Para ello, se devaluó la peseta y se fijó un cambio único con el dólar.

A corto plazo, la austeridad del plan empeoró las condiciones de vida de los españoles por la congelación de los salarios, el cierre de empresas, el aumento de impuestos y la inflación. Los efectos positivos se apreciaron después con la contención de la inflación, el aumento del empleo y de las exportaciones industriales y un mayor equilibrio de la balanza de pagos.

La puesta en marcha de estas medidas favoreció la recuperación a partir de la década de 1960, con un desarrollo y un optimismo económico que el régimen aprovechó para celebrar los «25 Años de Paz» en 1964. La propaganda


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propaganda triunfalista presentaba a Franco como ejemplo de buen político y portador de la paz, y al régimen como garante de un futuro próspero, ordenado y pacífico

 

1.3. Los planes de desarrollo

Con la nueva política de estabilización se creó la Comisaría del Plan de Desarrollo en 1962, dirigida por López Rodó, encargado de planificar el sector público y orientar el privado. Para el sector público las directrices debían ser vinculantes, e indicativas para el privado. Entre 1964 y 1975 se pusieron en marcha tres planes de desarrollo económico y social con un marcado carácter industrial.

El primero abarcó el periodo de 1964 a 1967, pero se prorrogó hasta 1968 sin cumplir sus objetivos. El segundo, que empezó con retraso, en 1969, y acabó en 1971, estuvo dedicado a la agricultura, vivienda, educación y transportes. El tercero se vio interrumpido en 1975 por la crisis del petróleo, que elevó las tasas de inflación y paro y redujo el crecimiento y la reserva de divisas.

El objetivo de los planes de desarrollo era superar las deficiencias estructurales en general y favorecer las zonas menos industrializadas a través de los polos de desarrollo y de otras iniciativas. Sin embargo, los recursos se invirtieron preferentemente en las zonas más seguras y rentables del País Vasco, Valencia, Madrid y Cataluña, adecuándose con frecuencia a los intereses de los grupos políticos y económicos más influyentes. La ejecución de los planes impulsó el crecimiento económico sin alcanzar los resultados esperados. Algunos polos de desarrollo se abandonaron juntamente con los proyectos menos viables, con lo que aumentaron los desequilibrios y las desigualdades interregionales y sociales.

Desde 1959, el aumento de las inversiones públicas en vivienda, electrificación, carreteras y ferrocarril mejoró las condiciones de vida de los españoles, pero no solucionó los problemas del país. Entre otras cosas, la lentitud en crear una red de comunicación rápida y eficaz dificultó la vertebración de un mercado nacional.

 

 


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