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JINETE NOBLE CRISTIANO,
siglo X. A tenor de las representaciones contenidas en los Beatos y de la descripción que nos proporcionan las crónicas del
tipo de guerra llevado a cabo podemos conjeturar que los guerreros cristianos
compartirían muchos rasgos de su equipo con los andalusíes. Sabemos, por los
diplomas altomedievales que el atondo
del guerrero se componía, al menos, de “caballo
cum sella et freno, et spata obtima et sporas”, esto es, montura y sus
arreos, espada y espuelas. Este jinete, noble como muestra su rica túnica, sería
un paladín, que a menudo entablaba combate singular contra un campeón
adversario, en una ordalía previa al combate cuyo resultado podía ayudar a
reforzar la moral del bando victorioso, tal y como narra al-Makkari para uno de
estos duelos en tiempo de Almanzor: “Un jinete cristiano, protegido pro
brillante acero, abandona la formación y avanza hasta un punto intermedio entre
ambas huestes. Mientras su caballo caracolea, blande su lanza desafiando a los
guerreros musulmanes a un encuentro personal […] En el acto un campeón
ismaelita se adelanta; pero después de un breve combate es desmontado y muerto.”
El caballero de la ilustración no cuenta con cota de malla, protección
costosísima y poco frecuente todavía en la época, ni con casco, y su equipo
ligero está adaptado a la ágil guerra de movimientos propia de incursiones y
algaras. Cuenta con una lanza con cruceta, que servía de tope para que no se
introdujera demasiado en el cuerpo del enemigo y facilitar su extracción, así
como con una espada importada del tipo carolingio, denominada en las fuentes spata franka. Su escudo es una adarga de
cuero endurecido, a imagen de los escudos andalusíes. La silla de montar es de
arzones altos, rematados en volutas, de inspiración oriental, y aunque
proporcionase una buena estabilidad al jinete aún no se cargaba sujetando la
lanza bajo la axila, tal y como introducen los normandos, y así los estribos se
llevan cortos, para la monta a la jineta. Los pinjantes que cuelgan del peto y
del ataharre son en este caso decorativos, un reflejo de su uso por los
caballeros andalusíes, donde como ha indicado Zozaya habrían sido símbolos de
rango en función de su número y ubicación.
INFANTE y ARQUERO del
ejército de ‘Abd al-Rahman III, mediados siglo X. Sabemos por al-Turtusi que
para hacer frente a las acometidas de la caballería cristiana una de las
tácticas empleadas por los ejércitos califales era disponer a los infantes en
vanguardia, en varias líneas, seguidos por los arqueros y con la caballería
cerrando la formación. Este infante, vestido con al-shaya, túnica corta, y con sarawil,
calzones, sujeta una lanza, con punta romboidal y tope esférico. La espada, que
cuelga de un tahalí, está basada en la encontrada en Liétor, de doble filo y
corta, con unos 50 cm de longitud total y con paralelos iconográficos en el Beato del Escorial. Su escudo es una daraqua, adarga, de cuero endurecido,
con remaches metálicos que sujetan el cuero y que, en su interior, habrían
servido para asentar el brazal. Los infantes solían contar con dos lanzas, una
arrojadiza que se lanzaba primero para luego empuñar la otra, que se blandía
contra el enemigo tal y como aquí se muestra, clavada con el regatón en el
suelo. Los lanceros protegían a los arqueros de la embestida enemiga, mientras
estos hacían llover sus dardos sobre el contrario. La indumentaria de este
arquero se inspira en los que aparecen en la arqueta de Leyre, que parecen
contar con una túnica acolchada que les proporcionaría protección. Su arco es
compuesto, de los denominados “arcos turcos” –gaws turkiyya-, elaborado en dos piezas, con su característico
perfil convexo doble y la carena de sus extremos. Su carcaj, de cuero, está
inspirado en modelos árabes, aunque a tenor de la citada arqueta de Leyre hay
autores que interpretan que las flechas se llevarían en un haz sujetas bajo el
fajín. Las puntas de las mismas serían
de tipo piramidal, con enmangues macizos de sección circular para ser clavados
en los astiles. En un momento determinado, ante la presión enemiga, lanceros y
arqueros abrían sus filas, rompiendo ordenadamente a sus flancos, para dejar
paso a la carga de su caballería.
Este JINETE MUSULMÁN,
siglo X, pertenece a un cuerpo de élite, tal y como podemos deducir por su cota
de malla, que como sabemos por los Anales Palatinos sólo portaban los
oficiales, la guardia palatina o contingentes escogidos. Lo apreciado de esta
protección hacía que fuera un botín codiciado, y sabemos que durante el cerco
de Gormaz los cristianos son despojados de sus “amplias lorigas”. Cuenta además
con un casco de hierro con nasal, almófar de malla y una adarga de cuero
endurecido, que dado el rango del guerrero pudo ser de lamt, antílope, reservado para los escudos de lujo. La presencia de
un pinjante en forma de creciente lunar en el peto y dos en el ataharre de su
montura confirma que se trataría de un qa’id, rango que se cita para las
reuniones de las fuerzas destinadas a las aceifas estivales. Su silla es de
arzones altos y avolutados, que proporcionaba la estabilidad necesaria para un
combatiente pesadamente armado como éste. Empuña un zurpin, tal y como aparece representado en el Beato de Gerona; el zurpin
era el arma nacional daylamí, gentes chiíes del norte de Persia que durante los
siglos X y XI sirvieron como mercenarios al servicio de abasíes y fatimíes.
Aunque la presencia de mercenarios daylamíes en al-Ándalus es dudosa, este tipo
de armas pudo llegar como intercambio de regalos diplomáticos; cuenta con dos
puntas, y en combate se esgrimiría con ambas manos. La captura de cautivos
estaba dentro de la lógica de las razias, destinadas luego a su venta como
esclavos, como la infortunada joven que el guerrero ha amarrado a su caballo.
Dibujante: José Daniel Cabrera Peña
ARQUERO
A CABALLO del ejército de ‘Abd al-Rahman III, mediados siglo X. Gracias a las
imágenes de los Beatos conocemos la
existencia de arqueros a caballo, como éste, que aparece practicando lo que se
conocía como “tiro parto”, un sistema de combate de raíz oriental, como indica
su nombre, y que constaba de cuatro movimientos: primero se sacaba la flecha
del carcaj, después se montaba sobre el arco mientras las riendas se cambiaban
de mano, en tercer lugar se tensaba y, por último, el jinete vuelto hacia la
grupa, disparaba. Se trata de una práctica inserta dentro de la táctica
conocida torna-fuye, que consistía en
constantes acometidas y retiradas en las que se bombardeaba al enemigo con
proyectiles para quebrar sus líneas.
El
conflicto por el predominio en el califato de Córdoba entre Muhammad ibn Abi ’amir
–AL-MANSUR- y su suegro Galib ibn ‘Abd ar-Rahman tuvo su desenlace el 10 de
agosto de 981, en una batalla que se desarrolló junto al castillo de San
Vicente, en las cercanías de Atienza. La caballería de Galib ha derrotado a la
de al-Mansur en ambas alas en dos embestidas sucesivas, una contra el ala
izquierda, donde se halla el contingente bereber a las órdenes de Ya’far ibn ‘Ali
ibn Hamdun, conocido como ibn
al-Andalusi, y otra contra la izquierda, en la que se encuentran Ma’n ibn ‘Abd
al-‘Aziz at-Tuyibi y Ahmad ibn ‘Abd al-Wadud as-Sulami con los contingentes de
la frontera. Es la hora de la verdad y Muhammad ibn Abi ‘Amir, el futuro
al-Mansur, aguarda en tensión la carga final contra su centro. Las fuentes lo
describen con las piernas temblando sobre los estribos y su mano golpeando la
silla, tratando de ocultar su desazón y dar sensación de firmeza y
determinación a sus tropas. Su túnica, delicadamente decorada, está inspirada en
una túnica fatimí del s. X, y bajo ella cuenta con una cota de malla. Su yelmo,
construido con varias secciones remachadas, es similar a los que aparecen en la
Biblia Visigótico-Mozárabe del 960, y
protege el cuello con un almófar de malla. A la derecha aparece un GILMAN, soldado de origen servil que
formaba parte de un cuerpo equipado, alimentado, entrenado, vestido y pagado
por el propio al-Mansur, lo que aseguraba su fidelidad y su vínculo
inquebrantable con al-Mansur, en una relación que podemos equiparar a la de los
mamelucos de Egipto y Siria con su dueño –khushdash-.
Porta una adarga de cuero y una lanza con cruceta, además de una rica túnica
que denota su pertenencia a ese cuerpo de élite. A la izquierda del hajib aparece UNO DE LOS JINETES BEREBERES
que componían la espina dorsal del ejército de al-Mansur y eran la llave de su
éxito militar dada su tremenda habilidad en la lucha a caballo, su experiencia
en la guerra, su frugalidad y su resistencia. Monta “a la jineta”, con los
estribos cortos, y, además de una lanza, cuenta con jabalinas con las que
acosar a los contrarios. Al fondo se aprecian varias banderas, como el al-satrany, el estandarte ajedrezado
considerado la suprema enseña omeya, o, a la izquierda, un estandarte en forma
de dragón, herencia de los draco
bizantinos. Su presencia indicaba que Muhammad ibn Abi ‘Amir seguía
combatiendo, y así consiguió mantener la cohesión de sus tropas y decantar la
jornada a su favor cuando Galib murió accidentalmente al cargar contra su centro,
noticia que llegó rápidamente a sus oídos y que aprovechó para ordenar una
carga que inclinó el combate, y el destino de al-Ándalus, durante una
generación. Al regreso de este enfrentamiento fue cuando Muhammad ibn Abi ‘Amir
adoptó el sobrenombre de al-Mansur –“el victorioso”.
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