lunes, 12 de octubre de 2020

Textos de Bermejo Barrera sobre epidemias

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No estamos apestados 25 MAR 2020

Los historiadores somos gente humilde, paciente y además curiosa. Somos humildes porque sabemos que el halo de luz de nuestras pequeñas linternas solo es capaz de iluminar pequeños espacios de nuestro pasado, tenemos que tener mucha paciencia para ir rastreado como detectives o forenses los indicios que nos permitan saber lo que ocurrió, y somos curiosos porque seguimos el viejo lema del poeta latino Terencio, que decía "soy humano y nada humano me es ajeno".

Los historiadores sabemos muy poquitas cosas, pero lo que sí sabemos es que para explicar lo que ocurrió primero hay que saber lo que pasó. Y de la misma manera también sabemos que, como dijo un gran teólogo medieval, "no hay que multiplicar los entes sin necesidad", o lo que es lo mismo, que una explicación simple es mejor que una más compleja, y que por eso si algo se puede explicar con los métodos históricos admitidos y cuyo valor ha sido contrastado desde hace muchos años, no necesitaremos ni recurrir a ciencias que se consideran más alambicadas de lo que son, ni a la famosa "inteligencia extraterrestre", que explica todos los misterios del pasado en el canal de Historia.

En la vida y en la historia siempre buscamos comparaciones y una muy socorrida en la situación de emergencia médica en la que estamos es que "esto es como la peste"; "estamos apestados" y huyamos o apartémonos unos de otros porque la peste es muy contagiosa. Pero, ¿qué fue la famosa Peste Negra, que asoló Europa entre 1346 y 1353? Para saberlo tomaré como guía el libro de Ole J. Benedictow, La peste negra (1346-1353). La historia completa, Akal, Madrid, 2011, 597 págs.), que podría ser un buen compañero en estas vacaciones enclaustradas que se nos avecinan.

 

La Peste Negra es una enfermedad que solemos asociar con la Edad Media, pero que se reprodujo por ejemplo en Londres en el año 1664-1665 causando, según los registros funerarios, 68.596 muertos, y que todavía es hoy endémica en países pobres como Madagascar, Zimbabue, Mozambique, Tanzania, Kenia, Zaire, Botsuana y Uganda; o Vietnam, China, India. Mongolia, Kazajistán y Myanmar, así como en Bolivia, Brasil y Perú. La peste negra actual es una enfermedad de pobres, y es conocida por los médicos de organizaciones como Médicos sin Fronteras, o por los misioneros de diferentes iglesias, pero no interesa nada a los habitantes del primer mundo. Nosotros, los habitantes del primer mundo, no nos alarmamos si hay una pandemia en Sudán, Siria o en cualquier otro país, porque creemos que es normal que sus habitantes se mueran por falta de recursos, o que sean masacrados en guerras y en atentados terroristas continuos, pero entramos en pánico cuando la pandemia pueda afectar a nuestra salud y nuestro bienestar, porque nos hace caer en la cuenta de que somos mortales.

 

En la Edad Media la gente sabía que era mortal, que su vida era frágil y no valía casi nada, pues la mortalidad infantil, las hambrunas, las guerras y muchísimas enfermedades se llevaban a la gente por miles o millares. No en vano la figura de la muerte lleva una guadaña para segar nuestras vidas. Por eso si sobrevenía la peste se consideraba como un desgracia, o quizás un castigo por los excesivos pecados cometidos, pero no como algo totalmente inexplicable. Se pensaba que quizás los sufrimientos que podía causar a inocentes tendrían recompensa en algún otro lugar, y por eso se esperaba a que, antes o después, se fuese del lugar.

 

El causante de esa enfermedad fue un bacilo, el Yersinia pestis, del que son portadores más de 300 especies de roedores que son inmunes a él. No son los roedores los que lo transmiten, sino las pulgas que viven en ellos. Puede pasar de unas especies de roedores a otras, y unos son más susceptibles al bacilo que otros, pero el que históricamente se lleva la palma es el Rattus rattus, o sea, la rata doméstica negra o marrón. Cuando esas ratas son infectadas mueren de una infección masiva y tienen unos niveles de microbios tan altos en su sangre, que pasan a las pulgas a través de sus picaduras. Los médicos consideran que la pulga parásita de la rata, Xenopsylla cheopis y la de la humanos, Pulex irritans, debieron ser los principales transmisores de la peste.

 

Cuando se producía una epizootia, que se llevaba de este mundo a decenas de miles de roedores infectados por el microbio, sus pulgas inquilinas buscaban otros portadores y se pasaban a los humanos. Pero los humanos no se contagiaban unos a otros la enfermedad, porque nosotros no somos portadores del Yersinia pestis, y por eso no nos lo podemos pasar de unos a otros. Dicho de forma coloquial: los apestados no son apestosos ni contagiosos, los contagian las ratas cuando viven aglomerados, cuando falla la higiene y cuando la mala alimentación facilita la infección.

 

Prueba de esto es que Islandia se libró de la peste porque en 1349 no llegó allí ningún barco. El barco islandés que volvía a casa desde Noruega no arribó nunca porque tripulación y pasajeros murieron en el viaje a causa de la enfermedad. Casi lo mismo le pasó a Finlandia, muy poco poblada y casi sin ciudades, y sin apenas contactos con los restantes países del Báltico, o a Polonia, Silesia y Checoslovaquia.

¿Cómo era la peste? Pues una vez picado por la pulga infectada, el paciente sufre una pequeña necrosis, llamada 'carbón' en las fuentes medievales, y podía quedarse allí. Pero eso no era lo normal. Lo normal es que pasase al sistema linfático, que intentaba con sus macrófagos matar a los invasores, por lo que se dilataban sus ganglios en la cara, algún miembro, la ingle, las axilas y los nódulos cervicales. Estas son las 'bubas', que dieron nombre a la peste y que podían llegar a tener el tamaño de un huevo o una naranja. Aparecían de cuatro a seis días después del contagio. La infección podía pasar a los pulmones, y cursaba con fiebre y desorientación, e incluso sepsis, haciendo que la piel se ennegreciese. La muerte sobrevenía de cuatro a seis días del inicio de la enfermedad.

 

Puede verse en el mapa de Benedictow la expansión y difusión de la peste. ¿Que pasó en Santiago? Según ese autor la peste llegó a Santiago desde La Coruña, y debió también llegar de Coruña a Tuy, cuyo obispó murió al igual que el de Santiago en 1349. Reproduzco su texto.

 

"La ciudad de Santiago era uno de los destinos más importantes para los peregrinos de la Edad Media, pues se creía que los huesos del apóstol Santiago reposaban bajo el altar mayor de la Catedral, que también contenía muchas otras reliquias preciosas. De la misma manera que la Meca atraía a peregrinos de la zona asolada por la Peste Negra en el mundo musulmán y fue visitada por esta en una fecha temprana, la Peste Negra realizó, sin duda, la notable hazaña de saltar al rincón noroccidental de España con la ayuda de peregrinos horrorizados por el terrible castigo epidémico enviado por el Señor y deseosos de atenuar su cólera realizando una peregrinación al santuario jacobeo. Algunas de las personas que deseaban con especial fervor ayudar a sus prójimos en aquel tiempo de aterradora crisis de mortandad se convirtieron en víctimas de la ironía más negra del destino y actuaron, en realidad, como portadores pasivos y propagadores involuntarios de la Peste Negra. Los sacerdotes vinculados a la Catedral para atender a las necesidades espirituales de los peregrinos y ayudarles en sus problemas de alojamiento, alimentación e impedimentos físicos habrían estado muy expuestos a las enfermedades epidémicas que los peregrinos traían consigo, debido sobre todo a que viajaban en grupos por tierra o en barcos atestados de pasajeros. Por tanto, los sacerdotes de la Catedral se habrían expuesto muy pronto a la Peste Negra por la llegada de peregrinos desde zonas sometidas a su furia; a causa de ello las dependencias donde residían esos sacerdotes no tardarían en contaminarse de pulgas de rata infectadas transportadas por los peregrinos en sus ropas. El lecho de muerte y el fallecimiento de los sacerdotes de la Catedral y de otros clérigos inducirían al obispo a aparecer en sus residencias con el fin de administrarles los últimos sacramentos y participar en sus funerales. En consecuencia es muy probable que el prelado contrajera la infección en una fase muy temprana del desarrollo de la epidemia y que ésta hubiera aparecido alrededor de una semana y media antes, es decir, entre el 1 y el 7 de junio. Así, el tiempo de la muerte del obispo a causa de la Peste Negra podría entenderse como un indicio de que la ciudad de Santiago fue infectada en el período del 20 al 27 de abril. Esta fecha sorprendentemente temprana no admite duda alguna sobre el hecho de que el contagio fue transportado por barco al puerto marítimo de La Coruña, desde donde los peregrinos solían tardar dos días en recorrer los 50 kilómetros que lo separaban de Santiago. Así, según estas suposiciones, el contagio habría llegado a La Coruña en el período del 18 al 25 de abril." (pp. 120-121).

 

Así llegó la peste a nuestra ciudad. Podemos completar estos datos con una descripción de la época tomada de la Crónica de Praga:

 

"En aquel momento unos estudiantes vieron que en la mayoría de las ciudades y castillos por donde pasaron quedaban pocas personas vivas, que en algunos de ellos habían muerto todas. Además en muchas casas, quienes habían escapado con vida se hallaban tan debilitados por la enfermedad que nadie era capaz de dar a otro un trago de agua ni ayudarle de ninguna manera, por lo que pasaron el tiempo sumidos en una gran aflicción y angustia. Los sacerdotes que administraban los sacramentos a los enfermos y los médicos que les proporcionaban medicinas fueron también infectados y murieron. Así, muchos dejaban esta vida sin confesión y sin los sacramentos de la Iglesia, pues los sacerdotes habían fallecido. Por lo general, se abrían fosas grandes y anchas en las que se sepultaban los cuerpos de los muertos. En muchos lugares, el aire estaba más infectado y era más letal que la comida envenenada, debido a la corrupción de los cadáveres, pues no quedaba nadie para enterrarlos. Además, de los mencionados estudiantes regresó solo uno y todos sus compañeros murieron en el viaje" (p. 301).

 

Esto es lo que fue en realidad la peste. Pero, ¿cuánta gente murió? En el año 1349 la península Ibérica tenía unos seis millones de habitantes, a los que hay que añadir 1,5 más del reino de Granada. Como la densidad de población era muy baja, de unos 12 hab./km cuadrado la propagación pudo ser muy desigual, dependiendo de la movilidad de las ratas infectadas y de sus pulgas, así como de su número en viviendas y sobre todo ciudades.

 

Los historiadores utilizamos fuentes para rastrear los hechos. En este caso las disponibles pueden ser censos europeos, si los hay, o fuentes fiscales. Basándose en ellas Benedictow calcula, a través del número de muertos sujetos al pago de tributos y rentas y de sus familias, que en el reino de Castilla habría muerto el 60/65 % de la población, en el de Aragón el 60/70 % y en el de Navarra el 60/65 %.

 

En España esto no va a ocurrir, pues ni la enfermedad es la misma ni nuestros medios lo son. El problema que sí podemos tener a veces es el de la credibilidad de las fuentes y de sus criterios, cuando hablan algunos políticos peculiares. Los señores Puigdemont y Ponsatí comenzaron riéndose de los muertos de Madrid. Torra, luego contagiado, quiso casi proclamar la independencia vírica de Cataluña. Y la verdad es que escuchar al ministro Ábalos, autor de siete versiones de un mismo hecho, no da mucha confianza, ni tampoco ver a Pablo Iglesias rompiendo su cuarentena diciendo "quédate en casa". ¡Menos mal que hay muchísima buena gente!

 

EL AUTOR ES CATEDRÁDICO DE HISTORIA ANTIGUA DE LA USC


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