miércoles, 8 de marzo de 2017

Testimonio de los "piratas" de la emigración

TALLER DE CULTURA ANDALUZA N. º 2.12

Testimonio de los “piratas” de la emigración

Un grupo de trabajadores de la construcción, que emigraron hacia Alemania de forma clandestina, nos relatan algunas de sus incidencias y dificultades durante su estancia en dicho país.

Éstos, que tuvieron que vivir su condición de “trabajadores ocultos”, nos dicen las ventajas e inconvenientes que les supuso esta situación.

- Nosotros, en el año setenta y uno, estuvimos en Alemania sobre cien o ciento cincuenta personas del pueblo, que habíamos entrado clandestinamente, pues pasamos la frontera como turistas y estábamos trabajando. Buscamos a un contratista, que por regla general eran italianos, y nos dio un trabajo, como allí se dice, de “piratas”, sin derechos de ninguna clase: nada más ajustábamos la hora a tantos marcos y echábamos una cantidad de horas que luego nos liquidaba y asunto terminado.

- ¿Por qué no os fuisteis por medio del IEE?

- En ese año había muy pocos contratos de trabajo por medio del IEE, aparte que se cobraba muy poco, porque en ese tiempo se estaba cobrando alrededor de 900 marcos al mes en cualquier fábrica o en la construcción, y los que estábamos así (“libres”) podíamos sacar de cuatrocientos cincuenta a seiscientos marcos los que éramos albañiles y de trescientos a trescientos cincuenta los peones; esto por semana.

- Y si os cogía la policía, ¿qué pasaba?

- Nos metían en la cárcel hasta que se presentara el cónsul. Había que llamarlo, que respondiese y que viniese a ver lo que pasaba; entonces nos mandaban para España con el billete pagado hasta Barcelona o Madrid. Además venía un policía alemán conduciendo la expedición hasta una de estas capitales y luego te dejaban ahí sin más ni más. Además, si tenías algún dinero la policía te lo quitaba allí, en Alemania, y se han dado casos de personas de estar hasta tres meses en la cárcel de Alemania porque el cónsul no aparecía.

- ¿Qué peripecias habéis tenido que sufrir para poder pasar clandestinamente la frontera como emigrantes?

- Había muchos que contaban con los enlaces; precisamente han sido los que siempre han acabado peor, porque se presentaban como grupo, y no es lo mismo pasar por la frontera dos o tres que, como quiso un enlace, pasar a dieciocho en un tren sin saber de alemán ni de francés y, además, en las condiciones en que iban: esto en seguida lo notaba la Policía Belga y ésta misma se lo comunicaba a la alemana, y al llegar a la frontera les ponían el sello negro del retorno y ya con eso no podían entrar en Alemania. Entonces tenían muchos problemas, pues se tenían que colar por los pinchos, les echaban los perros y a algunos los cogía la Policía en la misma carretera y los volvía para Bélgica. Otros se han quedado cinco o seis días tratando de pasar clandestinamente y se han quedado sin dinero y sin poder ni entrar en Alemania ni regresar para España.

Nosotros, particularmente, no hemos tenido nunca problemas para pasar la frontera, puesto que lo hacíamos en grupos de dos o tres personas.

- ¿Qué problemas más grandes habéis encontrado con este tipo de emigración?

- Aparte del idioma, que ya es un problemón, el buscar un conocido que te pusiera en contacto con los contratistas para que nos diesen trabajo, pues hubo épocas, como fue en el mil novecientos setenta y uno, que cualquiera era contratista, pero después ya la Policía empezó a atacar más y muchos de estos contratistas fueron desapareciendo y sólo quedaron los más fuertes, los que tenían más dinero, y entonces necesitábamos eso, uno que enlazara con ellos. Entonces, los problemas eran primero las condiciones de trabajo y después la vivienda.

- ¿A qué os referís al decir las condiciones de trabajo?

- Que los trabajos son los peores; digamos, los que los alemanes no quieren.

- ¿De qué trabajabais?

- La mayoría de albañiles, y este problema no nos afectaba mucho, pues coges el palastre y a poner ladrillos; peor el que trabaja de peón sí, porque tenía que hacer cualquier trabajo y aceptar las condiciones que le proponía el contratista, que era “el mínimo en sueldo y el máximo en trabajo”, y el horario de trabajo era “mientras más, mejor”. Era la opinión general, es decir, que si en vez de echar diez horas trabajabas once, mejor, y como se iba por temporada y se temía que la Policía la hiciera más corta todavía, lo que se intentaba era aprovechar al máximo el tiempo de trabajo, por si la Policía te cogía que se tuviese enviado algo ya a la familia, puesto que si lo hacen a la semana de estar allí te dejan destruido por completo , pues si llevas un dinero prestado, ya no sólo tenías las “trampas” que dejaste antes de irte, sino que además la de haber pedido dinero para poder regresar; por eso se aceptaban las condiciones que fueran…

Cuando se llevaba ya algunos meses, entonces podías ya exigir algo a los contratistas: por ejemplo, que la pensión la pagaran ellos o que te subieran un marco o medio marco más en el sueldo.

La cuestión de la vivienda a los albañiles normalmente (es decir, los que trabajábamos con el palastre), por regla general, nos pagaba la pensión el contratista; pero los peones, a pesar de que ganaban menos, se tenían que pagar la pensión, las cuales también eran clandestinas, pues en Alemania en cualquier sitio tiene que dar el dueño una nota indicando la gente que tienen hospedada; como esto no se podía hacer, se alquilaban clandestinamente las habitaciones y los dueños se aprovechaban y cobraban más todavía. Si normalmente uno que estaba legalmente pagaba sesenta marcos, a nosotros nos cobraban de ciento cincuenta a doscientos marcos.

Lo que hacían generalmente con los peones era pagarles la mitad o meterlos en casas fuera de la ciudad, en el campo, que estaban en muy malas condiciones, para que fuesen más baratas, y además pagaba una parte el contratista; bueno, decía que la pagaban, pues ellos ya la tenían alquilada por un año para otros, y si normalmente en cualquier residencia pagaban doscientos marcos y les decían a los peones:”yo pongo cien marcos y tú pones otros cien”. Resulta que nosotros tuvimos ocasión de enterarnos de ese asunto y supimos que a un contratista no le costaba doscientos marcos, sino sesenta, y además en una habitación de ésta metían a tres o cuatro personas o las camas que cupiesen, mediante literas.

- ¿Esta situación crearía graves problemas además de los antes expuestos?

- Nosotros, el año mil novecientos setenta y uno, tuvimos que cambiar dieciocho veces de residencia, debido a la persecución de la Policía, y de éstas sólo tuvimos dos que se pudiera decir que estaban medio bien, es decir, habitables; las demás eran “cámaras”, como nosotros les llamábamos. Por otra parte, si nos poníamos enfermos teníamos que correr con todos los riesgos, pues no teníamos derecho a nada. Lo que pasaba es que, como a los contratistas a veces les amenazábamos con ir a la Policía si no nos socorrían cuando estábamos enfermos, tenían que ceder.

Por otra parte, como éramos muchos de Málaga y Granada, últimamente había también de Córdoba, entonces, como casi todos los que se iban eran de pueblos muy cercanos o se conocían bastante, si un contratista, cuando uno se ponía malo, no se quería hacer cargo, los compañeros le amenazaban con dejarle el trabajo, y como los contratistas se llevaban de cierto veinte y ciento cincuenta marcos de cada obrero, les interesaba pagarle al enfermo por lo menos los gastos y darle para que tuviese la comida asegurada los días que estuviese malo, para que los otros no se fueran, puesto que con lo que le daba a uno de los que estaba trabajando tenía para pagar los gastos de enfermedad; éste era uno de los medios que teníamos nosotros para hacer presión si nos accidentábamos o caíamos enfermos: la solidaridad.

Aunque esto era cuando se rompía alguno un hueso o una cosa parecida, puesto que cuando la cosa era grave, como uno que se mató, desapareció el contratista y estuvo cinco o seis días el cadáver que no se tenían datos de él; este chico era yugoslavo, que también suele haber muchos “piratas”… Nadie sabía de dónde era ni nada.

Y la última vez que estuvimos también pasó algo igual con otro yugoslavo que era encofrador. Le cayó una cercha de madera encima y se mató; entonces se buscó a unos compañeros que lo pudieran identificar; si no, se entierra allí y nadie se entera de nada…

O sea que hay bastantes problemas con los que trabajamos de esta forma.

 

Testimonio de unos vendimiadores temporeros en Francia

Hemos charlado con un grupo de trabajadores que han vuelto de la vendimia: Antonio, Silvia, Rafael, Encarnación y Ramón participan de una forma espontánea sobre el tema.

Sus intervenciones tratan de reflejar el panorama que acaban de vivir durante estos días de trabajo.

- ¿Cuánto tiempo habéis estado en la vendimia?

- Cuarenta y dos días, y solamente nos pagaron las horas que echamos, con un descuento de un siete y medio por ciento de la Seguridad Social de las horas laborales normales.

- ¿Fuiste por vuestra cuenta?

-No, mediante un contrato que le pedimos a uno del pueblo que estaba en contacto con el patrón; entonces se le escribió y éste mandó el contrato.

- ¿Cómo fuisteis?

- Hasta Granada en autocar, y como ahí no quedaba tren seguimos la ruta hasta el mismo Figueras.

- ¿Cuántos días tardasteis en llegar a la frontera?

- Dos días.

- ¿De qué pueblo de Málaga iba más gente?

- De Alameda: de allí iban lo menos seis o siete autocares. En el pueblo se había quedado sólo los viejos para cuidar a los niños y los enfermos, y los niños que se quedaban eran de cinco años para abajo, los más mayores los llevaban para trabajar. Iban familias enteras.

- ¿Os hicieron el reconocimiento médico en la frontera?

- El reconocimiento lo estaban haciendo allí, pero como había salido la orden de que se podía hacer en el pueblo, nosotros nos lo hicimos aquí; además, nos interesaba porque mi mujer (indica Rafael) estaba embarazada de tres meses y por esto podrían poner pegas en la frontera, aunque el contrato hace referencia sólo a embarazo avanzado. A una amiga nuestra que estaba de cuarenta y tantos días la iban a volver para atrás de la frontera. Le dijeron al marido: ”A ésta la puedes llevar a pasear por las viñas“, y le mandaron un recado al patrón para que esa mujer no trabajara en la vendimia.

- Mientras estabais en la frontera, ¿presenciasteis cómo se desenvolvían los reconocimientos médicos?

- Cuando llegamos a la frontera había del orden de nueve o diez mil personas. Allí estaban entregando las convocatorias, y el que había pasado el reconocimiento en el médico de cabecera de la Seguridad Social entrega el papel que le habían dado y pasaba. Estaban acumulados en una parte de allí y por los altavoces anunciaban los nombres de cada uno para que pasasen a recoger el visado y el contrato, y un papel que se recoge allí con los derechos o parte de los derechos de lo que se debe aceptar y lo que no y las direcciones de algunos cónsules. Entonces termina esta faena y sales a toda la carrera para ver quién coge el tren, de esos que ya no se ven mucho. En la estación esta de Figueras no hay nadie ordenando la entrada en el tren, pero al salir de Irún entonces sí que hay ya para pasar a Francia. Sales del tren (o sea, un desencajonamiento), un policía aquí, otro más allá, formando un túnel, lo pasas y entonces te metes en los trenes especiales.

- ¿Especiales para bien?

- Por la radio lo escuchamos como que eran trenes especiales para bueno, pero cuando llegamos allí vimos que eran tan especiales que eran de los que no circulaban ya, creemos que no circulaban ni para la mercancía, y después tuvimos que ir sentados en las maletas en los pasillos, porque no tenían ni asientos…

- Cuando llegasteis al pueblo, ¿estaban allí los patrones esperando?

- No, cuando llegamos a Petruis tuvimos que llamar al patrón por el teléfono de la estación, el cual no respondió porque nadie cogía el teléfono, y entonces uno de los patrones que había venido a recoger a sus trabajadores pasaba cerca de donde vivía el nuestro, y éste fue el que le dio el recado de que estábamos allí y vino el hijo del patrón a recogernos.

- ¿Cuántos ibais a trabajar con este patrón?

- Del pueblo íbamos seis, lo que pasa es que se accidentó uno y entonces fuimos cinco.

- ¿Hablaba el patrón español?

- No. Lo que ocurre es que uno de los que iba con nosotros se defendía algo en francés, pues lleva ya doce años yendo a la vendimia con ese patrón.

- ¿Y el hospedaje cómo estaba?

- La casa en que nosotros estuvimos no estaba mal, pero sin lavabos y sin ducha. Era una habitación con dos camas y el water estaba compartido con las otras habitaciones. Y ésta era una de las mejores que había allí.

- ¿La comida la teníais que preparar vosotros?

- En el contrato teníamos puesto que nos daban las patatas y el vino, y si hay otras cosas, como el tomate y ajos, también, pero que ya no está dentro del contrato.

- ¿Cómo os arreglabais para cocinar?

- El trabajo empezaba a las siete de la mañana, veníamos a las doce y teníamos hora y media para cocinar y comer, aunque lo normal era una hora; a pesar de esto nos venía apretado el tiempo. Cuando teníamos que comprar nos llevaba el patrón a Pertuis a un supermercado; cuando nos quedábamos sin nada y si nos faltaba algo pequeño, como el pan, aceite, etcétera, lo comprábamos en una pequeña tienda que había en el pueblo, que era mucho más cara y se aprovechaba subiendo los precios de los artículos en un cuarenta o sesenta por ciento.

Otras veces nos preparábamos la comida por la noche y así no teníamos que venir a cocinar; comíamos en el mismo trabajo y de esta forma podíamos echar una hora más de trabajo.

- ¿Descansabais los domingos?

- No, solamente el día que llueve, y en gran cantidad, y, por tanto, no se trabaja y no se cobra. Lo que ocurre es que el patrón te marca el ritmo de trabajo; con uno de nosotros hubo un problema, pues decía el patrón que era muy lento y que tenía que trabajar más rápido, que no se podía hablar ni cantar. Otros patrones lo que hacían era separar a los españoles, poniéndole a cada uno en viñas distintas o le intercalaban un francés.

Allí hubo un problema con uno que dijo que no se hospedaba en la vivienda, pues ésta no se adaptaba a las condiciones que el contrato le decía; tuvieron que andar rápido buscando otra vivienda, y tampoco la encontraron: al final lo hospedaron en casa de un español.

Un problema que hubo muy desagradable en un pueblo de al lado fue un señor que había ido a trabajar a la vendimia, este hombre era de Valencia, y entonces tuvo una crisis nerviosa; total, que lo mandaron para España, lo metieron en el tren y lo enviaron solo para acá; a los quince días se tuvo noticia de la mujer, que reclamaba a ver porque el marido no le escribía. Meter un hombre sin saber francés, sin condiciones mentales para viajar en un vagón y decirle: “anda, vete para España”; cuando este hombre llegó a un sitio donde tenía que hacer un trasbordo, no pudo y se perdió: no llegamos a saber nada de él.

- En el viaje de regreso, ¿qué os pagaron?

- Hasta la frontera el cuarenta por ciento, y de ésta hasta la casa el veinticinco por ciento. Es decir, que te pagan hasta Barcelona y después piensan que te vengas andando; claro, al ir para allá, como les interesa que llegues pronto, te pagan todo el viaje; después ya les has servido…

- ¿Y si el otoño se presenta lluvioso?

- Allí ha habido familias que han tenido que poner dinero de su bolsillo porque se les presentó la temporada lluvia, porque si iban cinco de la familia, con la lluvia, no trabajaron más que tres; a la hora de ajustar las cuentas de trabajo, pues les sale poco, y algunos han tenido que pedir dinero prestado para poder regresar.

- ¿Cuál es el principal motivo por el que habéis ido a la vendimia?

- Si a la vendimia se va es por la necesidad, es porque llevábamos seis meses en el paro y estábamos desesperados.

- Hay por ahí un escritor que dice que el andaluz emigra por aventura, ¿qué opinas al respecto?

- Ese escritor podría verse con una cuadrilla de chiquillos y que lleve un año o año y medio en paro, como amigos que tenemos aquí en Málaga, a ver si se emigra por aventura o por necesidad, o porque se puede dar una vueltecita por el extranjero…

 

La vivienda de los emigrantes en Europa

Es uno de los aspectos más escandalosos de la estancia del emigrante. Con distintos nombres (según el idioma), pero con condiciones similares, los trabajadores viven en barracas, pabellones, cuartos de alquiler, etc., en un estado inhumano y pagando elevados alquileres.

Las denominadas “residencias” suelen ser habilitadas por las empresas, cuyo principal objetivo no es más que tener al trabajador más cerca de la fábrica y, por tanto, más controlado. Generalmente suelen estar emplazadas junto al centro de producción, es decir, alejadas de los centros urbanos. Con esta medida los empresarios obtienen ciertas ventajas, y es que parte del dinero que pagan en salarios vuelve a ingresar en concepto de arrendamiento.

El material con que están construidas estas “residencias” suele ser el típico de barracones o pabellones. A veces son edificios viejos e incluso, en algunos casos, se ha llegado a utilizar como viviendas barcos que ya estaban imposibilitados para navegar.

El “paternalismo” de la patronal llega a alcanzar su mayor grado cuando a los trabajadores se les imponen, además, las condiciones de vida: fijación de visitas, prohibida la entrada de visitantes, llamar la atención por llegar tarde, prohibir a los inquilinos que se lleven comida a los cuartos, vigilar a los obreros que están de baja si realmente están enfermos, etcétera.

Por supuesto, las condiciones urbanísticas no suelen ser más favorables que en el interior de dichos pabellones o barracas: alumbrado insuficiente, carencia de alcantarillado, pocas comunicaciones con el mundo exterior a la empresa, etcétera.

Cuando el hospedaje se realiza en pensiones particulares, los medios de habitabilidad notan cierta mejoría, a costa, eso sí, de alquileres más caros. En éstas se suelen alojar a gran número de emigrantes de condiciones que para los nativos serían inadmisibles. El negocio resulta mayor si la renta se multiplica por tres o cuatro. De esta forma se llega a situaciones de hacinamiento en que los dormitorios se encuentran llenos de camas o literas y en que las instalaciones sanitarias no guardan ninguna relación con el número de inquilinos.

Las mujeres que trabajan en el servicio doméstico suelen dormir en alguna habitación que los dueños de la casa le proporcionan para tal fin y que, en cierta forma, guardará algún calor familiar, que no hará más que recordar permanentemente el que se dejó allá en su tierra.

Cuando es el caso del matrimonio, el problema se agrava, ya que se tienen que meter a veces a alquilar pisos en situaciones casi ruinosas o a pagar alquileres sumamente elevados que les permita poder tener al menos cierta intimidad.

Se han dado casos en que, por necesidades económicas, el esposo estaba viviendo en la residencia donde trabaja y la esposa en la casa donde realiza las tareas domésticas; no hay que decir los problemas que esta situación ha supuesto para el matrimonio.

 

EL TIEMPO LIBRE

El ocio, que ocupa un papel importante como relajador de tensiones en las sociedades modernas, no es disfrutado por los emigrantes, que, debido al agotamiento, al tiempo dedicado a escribir a los familiares, las tareas domésticas, etc., se ven imposibilitados para poder “cultivar el espíritu”. La falta de medios económico le impedirá, además, tener acceso a ciertas parcelas de la cultura. Por otra parte, no hay que olvidar que su deseo es regresar, lo que también le frenará ciertas posibilidades de integración social.

El tocadiscos, el cassette y la radio le suministrarán las canciones cargadas de tópicos y mal llamadas “canción española”, con abundante falso patriotismo y exaltación de unos adulterados valores propios; seguirá cumpliendo la función de control ideológico, que en algunos casos quedó interrumpido al salir del país.

 

LA SITUACIÓN LABORAL

El hecho de poder permanecer durante unas semanas en el pueblo o en la barriada de la ciudad con un flamante automóvil, ante la envidia o admiración de sus antiguos compañeros o vecinos, no saldará las numerosas horas de trabajo realizadas para adquirirlo. Hoy en día esta estampa no causa sensación, por razones obvias, pero en los pasados años sesenta sí que tenía efectividad.

Si el emigrante conseguía desprenderse de parte de sus ahorros para realizar alguna compra de importancia, generalmente iba destinada a este medio de transporte. Evidentemente, existen una serie de razones para tal actitud. El automóvil mejoraba la posibilidad de venir de vacaciones y, por otra parte, reflejaba una cierta forma de “triunfo” por parte de los trabajadores, al mostrar a sus paisanos que se había elevado por encima del estado de miseria en que ellos se encontraban.

Detrás de estas vacaciones habrán quedado unas agotadoras jornadas de trabajo, unas condiciones de existencia duras y una serie de problemas que, a pesar de su reverso de “confortabilidad” manifestado con los típicos artículos de la sociedad consumista, no es cuestión de dejar de lado. 

La emigración, que de por sí es una forma de alineación (sobre todo cuando se produce por razones económicas), alcanza su máximo exponente cuando ésta se materializa en las relaciones de producción. 

La contratación, cuando se realiza mediante un escrito (dado que el trabajador, para permanecer en cualquier país, tiene que tener dos permisos: el de residencia y el de trabajador, y este último se justifica con el primero), se suele realizar en condiciones más bajas y peor remuneradas que el trabajador nativo.

En cuanto a la organización de la producción, el emigrante será el “peón” de adaptación a cualquier sección, según la exigencia de la misma.

 

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