TALLER
DE CULTURA ANDALUZA N. º 2.12
Testimonio
de los “piratas” de la emigración
Un
grupo de trabajadores de la construcción, que emigraron hacia Alemania de forma
clandestina, nos relatan algunas de sus incidencias y dificultades durante su
estancia en dicho país.
Éstos,
que tuvieron que vivir su condición de “trabajadores ocultos”, nos dicen las
ventajas e inconvenientes que les supuso esta situación.
-
Nosotros, en el año setenta y uno, estuvimos en Alemania sobre cien o ciento
cincuenta personas del pueblo, que habíamos entrado clandestinamente, pues
pasamos la frontera como turistas y estábamos trabajando. Buscamos a un
contratista, que por regla general eran italianos, y nos dio un trabajo, como
allí se dice, de “piratas”, sin derechos de ninguna clase: nada más ajustábamos
la hora a tantos marcos y echábamos una cantidad de horas que luego nos
liquidaba y asunto terminado.
-
¿Por qué no os fuisteis por medio del IEE?
-
En ese año había muy pocos contratos de trabajo por medio del IEE, aparte que
se cobraba muy poco, porque en ese tiempo se estaba cobrando alrededor de 900
marcos al mes en cualquier fábrica o en la construcción, y los que estábamos
así (“libres”) podíamos sacar de cuatrocientos cincuenta a seiscientos marcos
los que éramos albañiles y de trescientos a trescientos cincuenta los peones;
esto por semana.
-
Y si os cogía la policía, ¿qué pasaba?
-
Nos metían en la cárcel hasta que se presentara el cónsul. Había que llamarlo,
que respondiese y que viniese a ver lo que pasaba; entonces nos mandaban para
España con el billete pagado hasta Barcelona o Madrid. Además venía un policía
alemán conduciendo la expedición hasta una de estas capitales y luego te dejaban
ahí sin más ni más. Además, si tenías algún dinero la policía te lo quitaba
allí, en Alemania, y se han dado casos de personas de estar hasta tres meses en
la cárcel de Alemania porque el cónsul no aparecía.
-
¿Qué peripecias habéis tenido que sufrir para poder pasar clandestinamente la
frontera como emigrantes?
-
Había muchos que contaban con los enlaces; precisamente han sido los que
siempre han acabado peor, porque se presentaban como grupo, y no es lo mismo
pasar por la frontera dos o tres que, como quiso un enlace, pasar a dieciocho
en un tren sin saber de alemán ni de francés y, además, en las condiciones en
que iban: esto en seguida lo notaba la Policía Belga y ésta misma se lo
comunicaba a la alemana, y al llegar a la frontera les ponían el sello negro
del retorno y ya con eso no podían entrar en Alemania. Entonces tenían muchos
problemas, pues se tenían que colar por los pinchos, les echaban los perros y a
algunos los cogía la Policía en la misma carretera y los volvía para Bélgica.
Otros se han quedado cinco o seis días tratando de pasar clandestinamente y se
han quedado sin dinero y sin poder ni entrar en Alemania ni regresar para
España.
Nosotros,
particularmente, no hemos tenido nunca problemas para pasar la frontera, puesto
que lo hacíamos en grupos de dos o tres personas.
-
¿Qué problemas más grandes habéis encontrado con este tipo de emigración?
-
Aparte del idioma, que ya es un problemón, el buscar un conocido que te pusiera
en contacto con los contratistas para que nos diesen trabajo, pues hubo épocas,
como fue en el mil novecientos setenta y uno, que cualquiera era contratista,
pero después ya la Policía empezó a atacar más y muchos de estos contratistas
fueron desapareciendo y sólo quedaron los más fuertes, los que tenían más
dinero, y entonces necesitábamos eso, uno que enlazara con ellos. Entonces, los
problemas eran primero las condiciones de trabajo y después la vivienda.
- ¿A qué os referís
al decir las condiciones de trabajo?
-
Que los trabajos son los peores; digamos, los que los alemanes no quieren.
- ¿De qué trabajabais?
-
La mayoría de albañiles, y este problema no nos afectaba mucho, pues coges el
palastre y a poner ladrillos; peor el que trabaja de peón sí, porque tenía que
hacer cualquier trabajo y aceptar las condiciones que le proponía el
contratista, que era “el mínimo en sueldo y el máximo en trabajo”, y el horario
de trabajo era “mientras más, mejor”. Era la opinión general, es decir, que si
en vez de echar diez horas trabajabas once, mejor, y como se iba por temporada
y se temía que la Policía la hiciera más corta todavía, lo que se intentaba era
aprovechar al máximo el tiempo de trabajo, por si la Policía te cogía que se
tuviese enviado algo ya a la familia, puesto que si lo hacen a la semana de
estar allí te dejan destruido por completo , pues si llevas un dinero prestado,
ya no sólo tenías las “trampas” que dejaste antes de irte, sino que además la de
haber pedido dinero para poder regresar; por eso se aceptaban las condiciones
que fueran…
Cuando
se llevaba ya algunos meses, entonces podías ya exigir algo a los contratistas:
por ejemplo, que la pensión la pagaran ellos o que te subieran un marco o medio
marco más en el sueldo.
La
cuestión de la vivienda a los albañiles normalmente (es decir, los que trabajábamos
con el palastre), por regla general, nos pagaba la pensión el contratista; pero
los peones, a pesar de que ganaban menos, se tenían que pagar la pensión, las
cuales también eran clandestinas, pues en Alemania en cualquier sitio tiene que
dar el dueño una nota indicando la gente que tienen hospedada; como esto no se podía
hacer, se alquilaban clandestinamente las habitaciones y los dueños se aprovechaban
y cobraban más todavía. Si normalmente uno que estaba legalmente pagaba sesenta
marcos, a nosotros nos cobraban de ciento cincuenta a doscientos marcos.
Lo
que hacían generalmente con los peones era pagarles la mitad o meterlos en
casas fuera de la ciudad, en el campo, que estaban en muy malas condiciones, para
que fuesen más baratas, y además pagaba una parte el contratista; bueno, decía
que la pagaban, pues ellos ya la tenían alquilada por un año para otros, y si
normalmente en cualquier residencia pagaban doscientos marcos y les decían a
los peones:”yo pongo cien marcos y tú pones otros cien”. Resulta que nosotros
tuvimos ocasión de enterarnos de ese asunto y supimos que a un contratista no
le costaba doscientos marcos, sino sesenta, y además en una habitación de ésta metían
a tres o cuatro personas o las camas que cupiesen, mediante literas.
- ¿Esta situación
crearía graves problemas además de los antes expuestos?
-
Nosotros, el año mil novecientos setenta y uno, tuvimos que cambiar dieciocho veces de residencia, debido a la
persecución de la Policía, y de éstas sólo tuvimos dos que se pudiera decir que
estaban medio bien, es decir, habitables; las demás eran “cámaras”, como
nosotros les llamábamos. Por otra parte, si nos poníamos enfermos teníamos que
correr con todos los riesgos, pues no teníamos derecho a nada. Lo que pasaba es
que, como a los contratistas a veces les amenazábamos con ir a la Policía si no
nos socorrían cuando estábamos enfermos, tenían que ceder.
Por otra parte, como éramos muchos de Málaga y Granada, últimamente
había también de Córdoba, entonces, como casi todos los que se iban eran de
pueblos muy cercanos o se conocían bastante, si un contratista, cuando uno se
ponía malo, no se quería hacer cargo, los compañeros le amenazaban con dejarle
el trabajo, y como los contratistas se llevaban de cierto veinte y ciento
cincuenta marcos de cada obrero, les interesaba pagarle al enfermo por lo menos
los gastos y darle para que tuviese la comida asegurada los días que estuviese
malo, para que los otros no se fueran, puesto que con lo que le daba a uno de
los que estaba trabajando tenía para pagar los gastos de enfermedad; éste era
uno de los medios que teníamos nosotros para hacer presión si nos accidentábamos
o caíamos enfermos: la solidaridad.
Aunque esto era cuando se rompía alguno
un hueso o una cosa parecida, puesto que cuando la cosa era grave, como uno que
se mató, desapareció el contratista y estuvo cinco o seis días el cadáver que
no se tenían datos de él; este chico era yugoslavo, que también suele haber
muchos “piratas”… Nadie sabía de dónde era ni nada.
Y la última vez que estuvimos también pasó algo igual con
otro yugoslavo que era encofrador. Le cayó una cercha de madera encima y se
mató; entonces se buscó a unos compañeros que lo pudieran identificar; si no,
se entierra allí y nadie se entera de nada…
O sea que hay bastantes problemas con los que trabajamos de
esta forma.
Testimonio
de unos vendimiadores temporeros en Francia
Hemos
charlado con un grupo de trabajadores que han vuelto de la vendimia: Antonio, Silvia,
Rafael, Encarnación y Ramón participan de una forma espontánea sobre el tema.
Sus
intervenciones tratan de reflejar el panorama que acaban de vivir durante estos
días de trabajo.
-
¿Cuánto tiempo habéis estado en la vendimia?
-
Cuarenta y dos días, y solamente nos pagaron las horas que echamos, con un
descuento de un siete y medio por ciento de la Seguridad Social de las horas
laborales normales.
-
¿Fuiste por vuestra cuenta?
-No,
mediante un contrato que le pedimos a uno del pueblo que estaba en contacto con
el patrón; entonces se le escribió y éste mandó el contrato.
-
¿Cómo fuisteis?
-
Hasta Granada en autocar, y como ahí no quedaba tren seguimos la ruta hasta el
mismo Figueras.
-
¿Cuántos días tardasteis en llegar a la frontera?
-
Dos días.
-
¿De qué pueblo de Málaga iba más gente?
-
De Alameda: de allí iban lo menos seis o siete autocares. En el pueblo se había
quedado sólo los viejos para cuidar a los niños y los enfermos, y los niños que
se quedaban eran de cinco años para abajo, los más mayores los llevaban para
trabajar. Iban familias enteras.
-
¿Os hicieron el reconocimiento médico en la frontera?
-
El reconocimiento lo estaban haciendo allí, pero como había salido la orden de
que se podía hacer en el pueblo, nosotros nos lo hicimos aquí; además, nos
interesaba porque mi mujer (indica Rafael) estaba embarazada de tres meses y
por esto podrían poner pegas en la frontera, aunque el contrato hace referencia
sólo a embarazo avanzado. A una amiga nuestra que estaba de cuarenta y tantos
días la iban a volver para atrás de la frontera. Le dijeron al marido: ”A ésta
la puedes llevar a pasear por las viñas“, y le mandaron un recado al patrón
para que esa mujer no trabajara en la vendimia.
-
Mientras estabais en la frontera, ¿presenciasteis cómo se desenvolvían los
reconocimientos médicos?
-
Cuando llegamos a la frontera había del orden de nueve o diez mil personas.
Allí estaban entregando las convocatorias, y el que había pasado el
reconocimiento en el médico de cabecera de la Seguridad Social entrega el papel
que le habían dado y pasaba. Estaban acumulados en una parte de allí y por los
altavoces anunciaban los nombres de cada uno para que pasasen a recoger el
visado y el contrato, y un papel que se recoge allí con los derechos o parte de
los derechos de lo que se debe aceptar y lo que no y las direcciones de algunos
cónsules. Entonces termina esta faena y sales a toda la carrera para ver quién coge
el tren, de esos que ya no se ven mucho. En la estación esta de Figueras no hay
nadie ordenando la entrada en el tren, pero al salir de Irún entonces sí que
hay ya para pasar a Francia. Sales del tren (o sea, un desencajonamiento), un policía
aquí, otro más allá, formando un túnel, lo pasas y entonces te metes en los
trenes especiales.
-
¿Especiales para bien?
- Por la radio lo escuchamos como que eran trenes
especiales para bueno, pero cuando llegamos allí vimos que eran tan especiales
que eran de los que no circulaban ya, creemos que no circulaban ni para la
mercancía, y después tuvimos que ir sentados en las maletas en los pasillos,
porque no tenían ni asientos…
-
Cuando llegasteis al pueblo, ¿estaban allí los patrones esperando?
- No, cuando llegamos a Petruis tuvimos que llamar
al patrón por el teléfono de la estación, el cual no respondió porque nadie cogía
el teléfono, y entonces uno de los patrones que había venido a recoger a sus
trabajadores pasaba cerca de donde vivía el nuestro, y éste fue el que le dio
el recado de que estábamos allí y vino el hijo del patrón a recogernos.
- ¿Cuántos ibais a trabajar con este
patrón?
- Del pueblo íbamos
seis, lo que pasa es que se accidentó uno y entonces fuimos cinco.
- ¿Hablaba el patrón español?
- No. Lo que ocurre
es que uno de los que iba con nosotros se defendía algo en francés, pues lleva
ya doce años yendo a la vendimia con ese patrón.
- ¿Y el hospedaje cómo estaba?
- La casa en que
nosotros estuvimos no estaba mal, pero sin lavabos y sin ducha. Era una
habitación con dos camas y el water
estaba compartido con las otras habitaciones. Y ésta era una de las mejores que
había allí.
- ¿La comida la teníais que preparar
vosotros?
- En el contrato
teníamos puesto que nos daban las patatas y el vino, y si hay otras cosas, como
el tomate y ajos, también, pero que ya no está dentro del contrato.
- ¿Cómo os arreglabais para cocinar?
- El trabajo
empezaba a las siete de la mañana, veníamos a las doce y teníamos hora y media
para cocinar y comer, aunque lo normal era una hora; a pesar de esto nos venía
apretado el tiempo. Cuando teníamos que comprar nos llevaba el patrón a Pertuis
a un supermercado; cuando nos quedábamos sin nada y si nos faltaba algo
pequeño, como el pan, aceite, etcétera, lo comprábamos en una pequeña tienda
que había en el pueblo, que era mucho más cara y se aprovechaba subiendo los
precios de los artículos en un cuarenta o sesenta por ciento.
Otras veces nos
preparábamos la comida por la noche y así no teníamos que venir a cocinar; comíamos
en el mismo trabajo y de esta forma podíamos echar una hora más de trabajo.
- ¿Descansabais los domingos?
- No, solamente el
día que llueve, y en gran cantidad, y, por tanto, no se trabaja y no se cobra.
Lo que ocurre es que el patrón te marca el ritmo de trabajo; con uno de
nosotros hubo un problema, pues decía el patrón que era muy lento y que tenía
que trabajar más rápido, que no se podía hablar ni cantar. Otros patrones lo
que hacían era separar a los españoles, poniéndole a cada uno en viñas distintas
o le intercalaban un francés.
Allí hubo un problema con uno que dijo que no se
hospedaba en la vivienda, pues ésta no se adaptaba a las condiciones que el
contrato le decía; tuvieron que andar rápido buscando otra vivienda, y tampoco
la encontraron: al final lo hospedaron en casa de un español.
Un problema que hubo muy desagradable en un pueblo
de al lado fue un señor que había ido a trabajar a la vendimia, este hombre era
de Valencia, y entonces tuvo una crisis nerviosa; total, que lo mandaron para
España, lo metieron en el tren y lo enviaron solo para acá; a los quince días
se tuvo noticia de la mujer, que reclamaba a ver porque el marido no le
escribía. Meter un hombre sin saber francés, sin condiciones mentales para
viajar en un vagón y decirle: “anda, vete para España”; cuando este hombre llegó
a un sitio donde tenía que hacer un trasbordo, no pudo y se perdió: no llegamos
a saber nada de él.
-
En el viaje de regreso, ¿qué os pagaron?
- Hasta la frontera el cuarenta por ciento, y de ésta
hasta la casa el veinticinco por ciento. Es decir, que te pagan hasta Barcelona
y después piensan que te vengas andando; claro, al ir para allá, como les
interesa que llegues pronto, te pagan todo el viaje; después ya les has servido…
-
¿Y si el otoño se presenta lluvioso?
- Allí ha habido familias que han tenido que poner
dinero de su bolsillo porque se les presentó la temporada lluvia, porque si
iban cinco de la familia, con la lluvia, no trabajaron más que tres; a la hora
de ajustar las cuentas de trabajo, pues les sale poco, y algunos han tenido que
pedir dinero prestado para poder regresar.
-
¿Cuál es el principal motivo por el que habéis ido a la vendimia?
- Si a la vendimia se va es por la necesidad, es porque
llevábamos seis meses en el paro y estábamos desesperados.
-
Hay por ahí un escritor que dice que el andaluz emigra por aventura, ¿qué
opinas al respecto?
- Ese escritor podría verse con una cuadrilla de
chiquillos y que lleve un año o año y medio en paro, como amigos que tenemos
aquí en Málaga, a ver si se emigra por aventura o por necesidad, o porque se
puede dar una vueltecita por el extranjero…
La
vivienda de los emigrantes en Europa
Es
uno de los aspectos más escandalosos de la estancia del emigrante. Con distintos
nombres (según el idioma), pero con condiciones similares, los trabajadores
viven en barracas, pabellones, cuartos de alquiler, etc., en un estado inhumano
y pagando elevados alquileres.
Las
denominadas “residencias” suelen ser habilitadas por las empresas, cuyo
principal objetivo no es más que tener al trabajador más cerca de la fábrica y,
por tanto, más controlado. Generalmente suelen estar emplazadas junto al centro
de producción, es decir, alejadas de los centros urbanos. Con esta medida los empresarios
obtienen ciertas ventajas, y es que parte del dinero que pagan en salarios
vuelve a ingresar en concepto de arrendamiento.
El
material con que están construidas estas “residencias” suele ser el típico de
barracones o pabellones. A veces son edificios viejos e incluso, en algunos
casos, se ha llegado a utilizar como viviendas barcos que ya estaban
imposibilitados para navegar.
El
“paternalismo” de la patronal llega a alcanzar su mayor grado cuando a los
trabajadores se les imponen, además, las condiciones de vida: fijación de
visitas, prohibida la entrada de visitantes, llamar la atención por llegar
tarde, prohibir a los inquilinos que se lleven comida a los cuartos, vigilar a
los obreros que están de baja si realmente están enfermos, etcétera.
Por
supuesto, las condiciones urbanísticas no suelen ser más favorables que en el
interior de dichos pabellones o barracas: alumbrado insuficiente, carencia de
alcantarillado, pocas comunicaciones con el mundo exterior a la empresa,
etcétera.
Cuando
el hospedaje se realiza en pensiones particulares, los medios de habitabilidad notan
cierta mejoría, a costa, eso sí, de alquileres más caros. En éstas se suelen
alojar a gran número de emigrantes de condiciones que para los nativos serían
inadmisibles. El negocio resulta mayor si la renta se multiplica por tres o
cuatro. De esta forma se llega a situaciones de hacinamiento en que los
dormitorios se encuentran llenos de camas o literas y en que las instalaciones
sanitarias no guardan ninguna relación con el número de inquilinos.
Las
mujeres que trabajan en el servicio doméstico suelen dormir en alguna
habitación que los dueños de la casa le proporcionan para tal fin y que, en
cierta forma, guardará algún calor familiar, que no hará más que recordar
permanentemente el que se dejó allá en su tierra.
Cuando
es el caso del matrimonio, el problema se agrava, ya que se tienen que meter a veces
a alquilar pisos en situaciones casi ruinosas o a pagar alquileres sumamente elevados
que les permita poder tener al menos cierta intimidad.
Se
han dado casos en que, por necesidades económicas, el esposo estaba viviendo en
la residencia donde trabaja y la esposa en la casa donde realiza las tareas domésticas;
no hay que decir los problemas que esta situación ha supuesto para el
matrimonio.
EL TIEMPO LIBRE
El
ocio, que ocupa un papel importante como relajador de tensiones en las
sociedades modernas, no es disfrutado por los emigrantes, que, debido al agotamiento,
al tiempo dedicado a escribir a los familiares, las tareas domésticas, etc., se
ven imposibilitados para poder “cultivar el espíritu”. La falta de medios
económico le impedirá, además, tener acceso a ciertas parcelas
de la cultura. Por otra parte, no hay que olvidar que su deseo es regresar, lo
que también le frenará ciertas posibilidades de integración social.
El tocadiscos, el cassette
y la radio le suministrarán las canciones cargadas de tópicos y mal llamadas “canción
española”, con abundante falso patriotismo y exaltación de unos adulterados
valores propios; seguirá cumpliendo la función de control ideológico, que en
algunos casos quedó interrumpido al salir del país.
LA
SITUACIÓN LABORAL
El hecho de poder permanecer durante unas semanas en
el pueblo o en la barriada de la ciudad con un flamante automóvil, ante la
envidia o admiración de sus antiguos compañeros o vecinos, no saldará las
numerosas horas de trabajo realizadas para adquirirlo. Hoy en día esta estampa
no causa sensación, por razones obvias, pero en los pasados años sesenta sí que
tenía efectividad.
Si el emigrante conseguía desprenderse de parte de sus
ahorros para realizar alguna compra de importancia, generalmente iba destinada
a este medio de transporte. Evidentemente, existen una serie de razones para
tal actitud. El automóvil mejoraba la posibilidad de venir de vacaciones y, por
otra parte, reflejaba una cierta forma de “triunfo” por parte de los
trabajadores, al mostrar a sus paisanos que se había elevado por encima del
estado de miseria en que ellos se encontraban.
Detrás de estas vacaciones habrán quedado unas
agotadoras jornadas de trabajo, unas condiciones de existencia duras y una
serie de problemas que, a pesar de su reverso de “confortabilidad” manifestado
con los típicos artículos de la sociedad consumista, no es cuestión de dejar de
lado.
La emigración, que de por sí es una forma de
alineación (sobre todo cuando se produce por razones económicas), alcanza su
máximo exponente cuando ésta se materializa en las relaciones de
producción.
La contratación, cuando se realiza mediante un escrito
(dado que el trabajador, para permanecer en cualquier país, tiene que tener dos
permisos: el de residencia y el de trabajador, y este último se justifica con
el primero), se suele realizar en condiciones más bajas y peor remuneradas que
el trabajador nativo.
En cuanto a la organización de la producción, el
emigrante será el “peón” de adaptación a cualquier sección, según la exigencia
de la misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario