La matanza de 400
esclavos de Pedanio Segundo define el mundo romano
El descubrimiento de una habitación para siervos en una
villa de Pompeya revela las condiciones de vida de unos seres humanos que eran
tratados como ganado
Guillermo
Altares 10 de noviembre de 2021
La antigüedad era “una sociedad de esclavos”, como la definió el influyente historiador Moses
Finley, en la que millones de personas no poseían absolutamente nada, no eran
dueños de su vida ni de su voluntad. Podían ser asesinados, violados, obligados
a trabajar hasta la extenuación y separados de sus familias. Vivían sometidos
al miedo constante a ser vendidos o maltratados pero, sobre todo, estaban
“consumidos por el deseo de libertad”, escribe el profesor de Berkeley, Robert
C. Knapp, en su clásico ensayo Los olvidados de Roma (Crítica).
La presencia de los
esclavos es constante en la literatura latina, desde El Satiricón de
Petronio hasta El
asno de oro de Apuleyo. Ahora bien, como explica Knapp,
apenas existen restos materiales, puesto que no tenían casi posesiones. Sin
embargo, el equipo arqueológico de Pompeya anunció
el sábado 6 de noviembre el descubrimiento de una habitación que seguramente ocupaban
los esclavos. Se trata de un espacio de 16 metros cuadrados con tres
camas y algunos objetos, en la villa de Civita Giuliana, que todavía está
siendo excavada, en la ciudad enterrada por la erupción del Vesubio en el año
79 de nuestra era.
La estancia, que solo tenía una pequeña ventana en la parte superior y carecía
de decoración en las paredes, debía ser a la vez dormitorio y almacén. Los
objetos que contiene, cuando sean investigados, permitirán conocer mejor la
vida cotidiana de seres humanos que representaban en torno al 15% de la
población, pero cuya contribución a la economía era esencial. “Aunque sabemos
que los esclavos han sido explotados en la mayoría de las sociedades”, escribió
Finley, “solo ha habido cinco genuinas sociedades esclavistas, dos de ellas en
la antigüedad: Grecia y Roma”. Las otras tres son: Estados Unidos, el Caribe y
Brasil hasta bien entrado el siglo XIX.
Una institución despiadada
En los
años cincuenta, Finley fue uno de los primeros historiadores que comenzó a
arrojar luz sobre la profunda injusticia que marca el mundo romano y que, hasta
entonces, solo aparecía como telón de fondo. “La vida de un esclavo no era muy
diferente de la de un animal doméstico”, escribe el profesor de clásicas de
Cambridge Jerry Toner en Sesenta millones de romanos (Crítica).
“Una vida de trabajo duro, palizas y comida escasa, así como de abusos
sexuales, sin apenas derechos. Si debían presentarse ante los tribunales,
incluso como testigos, se les torturaba para garantizar que su declaración era
fiable. Sometidos a un régimen embrutecedor, su humillación psicológica era
total”. Incluso en una sociedad brutal como la romana, la esclavitud era una
institución especialmente despiadada.
Aunque
casi siempre realizaban los trabajos más duros y peligrosos, no todos los
esclavos vivían en las mismas condiciones —no era lo mismo ser un maestro que
un trabajador en unas minas de sal o una esclava sexual—, pero todos estaban
sometidos al martirio no solo físico, sino también psicológico de carecer de
voluntad: estaban obligados a hacer lo que les ordenasen sus amos en el momento
en el que se lo pidiesen. La profesora de clásicas de Cambridge Mary Beard escribió el prólogo del
libro Cómo manejar a tus esclavos (Esfera de los
Libros), en el que un noble romano llamado Marco Sidonio Falco (en realidad,
era el profesor de clásicas Jerry Toner) explicaba cómo funciona un sistema
basado en la servidumbre, que solo podía mantenerse con la violencia y el
terror.
En aquel
texto, la investigadora británica recordaba la dificultad para entender, desde
el siglo XXI, las relaciones entre amos y esclavos en la Roma clásica. “Estaban
preocupados por lo que los esclavos tramaban a sus espaldas. ‘Todos los
esclavos son nuestros enemigos’, decía un antiguo lema que Falco conocía bien”,
escribe Beard, quien recuerda una historia que resume la brutalidad con la que
Roma trataba a los siervos: el asesinato de los 400 esclavos de Lucio Pedanio
Secundo, que Tácito recoge en el libro XIV de sus Anales.
Dioses como testigos
Pedanio
Secundo era un prefecto de Roma que fue asesinado por uno de sus esclavos en
tiempos de Nerón, en el siglo I de nuestra era. “Según la antigua costumbre,
procedía que todos los esclavos que habían habitado bajo el mismo techo fueran
llevados al suplicio”, escribe el historiador Tácito (55-120), en los Anales (Alianza
Editorial, traducción de Crescente López de Juan). La orden provocó grandes
tumultos en Roma, seguramente por la alta presencia de libertos en la
población. Se produjo una discusión pública a favor y en contra de la matanza,
durante la que Cayo Casio Longino pronunció un discurso que refleja
perfectamente la mentalidad de muchos romanos hacia sus posesiones humanas.
“Nuestros
antepasados desconfiaban de la manera de ser de los esclavos”, recoge Tácito en
su crónica, “a pesar de que estos nacían en los mismos campos y casas que ellos
y recibían enseguida el cariño de sus señores. Pues bien, una vez que tenemos
en nuestras familias de esclavos a naciones con distintos ritos, con religiones
extranjeras o carentes de ellas, a todo ese revoltijo no se lo podrá reprimir
si no es con el miedo. Es cierto que morirán algunos inocentes. Pero, cuando en
un ejército que ha huido uno de cada diez muere apaleado, también los valientes
entran en el sorteo. Todo gran escarmiento tiene algo de injusto, pero lo que
va en contra de cada uno en particular queda compensado por el interés
general”.
Se
confirmó la ejecución, pero no se podía realizar porque la multitud impedía el
paso de las víctimas hacia el patíbulo. El emperador Nerón, indignado, desplegó
sus tropas para permitir que se llevase a cabo la masacre. Este horror recuerda
al final de la película de Stanley Kubrick Espartaco, basada en una
novela de Howard Fast, cuando todos los que han participado en la rebelión son
crucificados en la vía Apia por negarse a delatar a su jefe: el famoso “Yo soy
Espartaco”, que impide que el líder revolucionario sea localizado.
En ese mundo cruel, que no cambió con la llegada del cristianismo —San
Pablo dijo a los cristianos de Colosas: “Siervos, obedeced en todo momento a
vuestros amos de la Tierra”—, también existía la solidaridad. “Nos han llegado
muchas pruebas de ayuda mutua y amistad entre esclavos”, escribe Knapp en Los
olvidados de Roma. “En circunstancias normales, ya fuese en una casa
grande, en un recinto más pequeño o en el ámbito rural, los esclavos creaban
vínculos y entablaban relaciones que daban sentido a sus vidas, a pesar de la
inseguridad y brutalidad”, prosigue este profesor emérito de Historia Antigua
de la Universidad de Berkeley.
Knapp recuerda una inscripción que relata la amistad entre dos esclavos que
acabaron como libertos: “Entre tú y yo, mi más apreciado compañero, nunca hubo
disputa alguna. Con esta inscripción quiero también que los dioses de arriba y
de abajo sean testigos de que tú y yo, comprados como esclavos al mismo tiempo
en la misma casa, fuimos liberados juntos. Ningún día estuvimos separados hasta
el día de tu fatídica muerte”.
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