NUESTRA CONDENA
Félix de Azúa, 2 de marzo de 2024,
theobjective.com
Es
tan acuciante lo que sucede todos los días en este país, es tan violento y va
tan acelerado, que resulta cada vez más difícil recordar. Por ejemplo, recordar quiénes somos y de quién
se habla cuando decimos «los españoles». ¿Quiénes son esos
individuos?
Hemos
olvidado, por ejemplo, que nuestras tres más insistentes locuras, desvaríos,
neurosis, vicios o inconvenientes, como quieras llamarlos, son el robo, el chovinismo y la
arrogancia. Así nos vieron los visitantes extranjeros,
ingleses, franceses, alemanes, durante siglos. Todos coincidían en que lo peor
de España eran las posadas y la gente guapa, o sea, feroz. Hay que leer una y
otra vez aquel librito de Ferlosio titulado Guapo y sus isótopos.
El chulo español, antiguamente llamado «guapo», era
un tipo capaz de morir antes de reconocer sus errores, su escasez, su estupidez. Aquella frase de
una ministra de Sánchez:
«Antes rota que doblá» es un lema perfecto para la guapura española. Esa
fragilidad de espíritu que pone de manifiesto una actitud tan infantil, es
signo de orgullo para el chulángano y la chulapa. Nunca darse por vencido,
aunque sea a costa de machacar a los inocentes. Lo decía un personaje zafio,
pero muy valorado: en España resistir es vencer, decía.
Solemos
caer en las garras de estos prepotentes porque nos amparamos en el modelo.
Sobre todo, algunas mujeres que se sienten más seguras en compañía de los
chulos. Y ellos, cuya tiranía es, a su entender, lo natural, lo que se merecen,
las usan sin compasión y se rodean de mujeres porque las saben más sumisas. Y
entre ellas, tienen preferencia por las que creen haber superado su frágil
carácter mediante la exageración, las que más gritan, las mandonas, esas son aquellas que más gusta de
doblegar el chulo, el guapo, verlas obedientes y aplaudiendo
sus fechorías. ¡Y cómo aplauden!
Y digo fechorías porque el guapo, en cuanto puede,
roba.
Tiene también muy aprendido que a él se le debe todo y que él no debe nada a
nadie. De modo que, si puede, roba porque él se lo merece. Y si le pillan, le
echa la culpa a otro, a quien sea, a su hermano o a su padre si es preciso. La
mentira es su mayor defensa.
Y
otro rasgo que fue constantemente remarcado por los visitantes extranjeros es
el apego a lo próximo, a lo inmediato, al pequeño pueblo o aldea, al lugar de
nacimiento, al terruño, a lo que ahora los populistas llaman «identidad» como
si ésta pudiera conocerse, asumirse y propagarse. Sin embargo, eso que suelen
llamar identidad no es sino lo que los franceses llaman «el espíritu del
campanario», la
pasión por lo propio, por lo pequeño, por lo inmediato, lo fácil de entender.
Hace
años me fascinaba un programa de la televisión de Franco en
el que un autobús recorría los pueblos españoles. Cuando llegaba a una aldea,
se reunía la gente y el locutor, por lo general un guapo de ciudad, les
preguntaba por los asuntos de interés en aquel lugarejo. Inmediatamente hombres y mujeres se quitaban la
palabra para gritar, unos que las aguas de la fuente no las hay igual en toda
España, otras que las tortillas de sebo vienen de todo el mundo
para comerlas. Los críos asistían serios y sombríos a la algarabía de los
mayores. Luego el autobús partía hacia otro poblachón de casas arruinadas,
granjas puercas y patios repletos de chatarra oxidada, para escuchar nuevamente
que allí estaba la ermita más santa de la humanidad y que se habían dado ya
medio centenar de curaciones milagrosas, o una poza de río donde bañarse era la
gloria.
Si
sumamos los tres rasgos étnicos, la chulería, el mangoneo, y la jactancia de lo
local, verán ustedes cómo se cumple, una vez más, nuestra condena, lo que nos
hace insoportables, lo que demuestra la inferioridad espiritual que nos atenaza desde hace
siglos y que no hay modo de superar.
Y, sin
embargo, yo diría que sí hay remedio. Los vasallos suelen ser honrados y serios. Lo malo son los señores, pero,
sobre todo, los señoritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario