https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/emblematico-ich-bin-ein-berliner-kennedy-cumple-60-anos/20230618183045213114.html
Con solo cuatro palabras Kennedy lo dijo todo. Sentirse berlinés era tanto como ser ciudadano del mundo libre. En realidad, solo había un Berlín, la ciudad perteneciente a la República Federal de Alemania. La parte oriental oficiaba como capital de una colonia del imperio soviético, la denominada República Democrática (sic) Alemana. En 1963, el 26 de junio, Kennedy dejó para la historia su famoso Icb bin ein Berliner durante un discurso pronunciado en el berlinés Ayuntamiento de Schöneberg, donde ahora se celebra esta efemérides junto a la de otro aniversario muy relacionado con ella. Se trata del 75 aniversario de aquel no menos famoso Luftbrücke (Puente Aéreo) que abasteció a Berlín durante varios meses y que comenzó a funcionar el 24 de junio del año 1948, cuando la ciudad se vio asediada con idea de anexionarla.
Tras el fracaso del bloqueo, Berlín vivió una época bien retratada por Billy Wilder en su hilarante Eins, Zwei, Drei. Es curioso que, para filmar el final de su película, hubo que reproducir la berlinesa Puerta de Brandemburgo en unos estudios cinematográficos bávaros, porque durante la filmación se construyó el Muro de Berlín, en agosto de 1961, dos años antes del discurso de Kennedy. A este le asesinaron al finalizar 1963, impidiendo que pudiera presentarse a una más que probable reelección. Su mandato fue muy breve, puesto que no llegó a los tres años, pero ese periodo no pudo ser más intenso. Poco después de llegar al cargo, en 1961, tuvo lugar la frustrada invasión de Bahía Cochinos, y al año siguiente, mientras la Guerra de Vietnam seguía su curso con una mayor involucración estadounidense, la Crisis de los Misiles casi hizo estallar una Tercera Guerra Mundial entre dos potencias con un ingente arsenal nuclear.
En el berlinés Check Point Charlie los tanques norteamericanos apuntaron sus cañones hacia las tanquetas de la Unión Soviética. La diplomacia y un acuerdo secreto con Kruschev hicieron que las aguas volvieran al cauce de una Guerra Fría. Sin duda, el Telón de Acero del que habló Churchill comenzó a resquebrajarse cuando la Unión Soviética decidió cercar Berlín Oeste con un muro. Después de haber sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial y al delirio de una Guerra total que convirtió a Berlín en un escenario dantesco, bien contado por la película El hundimiento, las familias quedaron repentinamente separadas por habitar en un barrio distinto. Aunque sólo estuviesen a unas calles de distancia, los ciudadanos berlineses quedaron separados por una frontera ideológica que resultaba infranqueable para quienes habitaban en la parte oriental. No fueron pocos quienes perdieron la vida por querer ir al otro lado de su ciudad.
Torres de control y ametralladoras automáticas impedían que los berlineses orientares pudieran cruzar ese muro de la vergüenza. Poca confianza debía tener el régimen soviético en su idílica sociedad cuando tenía que confinar a la ciudadanía con métodos tan expeditivos. La propaganda no impidió que se desmoronara el imperio soviético y a modo de anticipo cayó antes el muro berlinés, al cumplirse por cierto doscientos años de la Revolución Francesa. Era difícil creer que pudiera haber pasado de una manera incruenta y tan repentinamente gracias a una cascada de casualidades. Algunos pensaron que su derrumbamiento significaba el final de la historia del socialismo. Esta quiebra declaraba que solo había un sistema social posible y el relato fue haciendo fortuna.
El neoliberalismo se impuso como algo hegemónico que carecía de alternativa. Rusia quedó en manos de unos oligarcas multimillonarios que desprecian la democracia y reivindican la figura de Stalin mientras invaden Ucrania. China cultiva su singular para-capitalismo dirigido por su aparato comunista. Norteamérica esta dividida en dos por el trumpismo y la desorientación del partido demócrata. En Europa cobran fuerza los nostálgicos de las ideologías fascistas que reivindican sin complejos a los caudillos del siglo pasado. Son perfectos aliados de las teorías ultra neoliberales porque no menosprecian en absoluto el poder del dinero. Les parece muy bien que circule, sobre todo a su alrededor, aunque tal cosa conlleve dejar a la gente más desafortunada en la cuneta.
La libertad sin restricciones es un liberticidio para las libertades que se respetan mutuamente y respetan unas reglas para dañar lo menos posible al ser ejercidas. Aunque no esté de moda, hay un modelo socialdemócrata, bien representado por el extinto Estado de bienestar escandinavo, que no abole las leyes del mercado, pero tampoco tolera que se impongan como si fueran decretos divinos, porque tienen a bien calibrar los posibles daños colaterales del maximizar beneficios al margen de sus estragos. Cada cual debe prosperar según su capacidad y empeño, si la suerte le favorece, pero eso no significa que pueda hacerse a costa del empobrecimiento ajeno. Porque para incrementar astronómicamente ciertos patrimonios tiene que darse un endeudamiento de quienes no cuentan con suficientes recursos, aunque trabajen con denuedo. Lo paradójico es que las urnas premien a quienes defienden los intereses de quienes tienen una vida más acomodada. Sin duda las fuerzas de izquierda o progresistas no contribuyen a clarificar la situación con sus luchas intestinas y una ridícula pugna de patéticos narcisismos. Pero con todo se trata de primar la solidaridad o la depredación.
Leo con estupor una noticia que a buen seguro será matizable y carece de rigor informativo. Al parecer el presidente colombiano Gustavo Petro lamentaría la caída del Muro de Berlín por haber traído una oleada neoconservadora y una seria merca para los valores propios de la izquierda. Es muy probable que sea un hito más de la campaña orquestada en su contra y alimentada por sus propias meteduras de pata. Comoquiera que sea, ese infame muro ya no existe y hay que celebrar como se merecen las dos efemérides citadas al principio. El 75 aniversario del Puente Aéreo y que la emblemática frase de Kennedy cumpla 60 años.
Hoy convendría decir que somos todos berlineses y por lo tanto ciudadanos del mundo además de pertenecer a uno u otro país, porque nuestra patria es la humanidad y unos derechos irrenunciables que no deberían verse conculcados por totalitarismo alguno, sea este de raigambre soviética o de pura estirpe ultra neoliberal. Los paraísos del proletariado y del arribista sin escrúpulos no suponen marcos estables de convivencia. Las democracias deliberativas no deberían dar pábulo a esa polarización y antes bien tendrían que propiciar consensos entre cosmovisiones plurales, gracias al diálogo constructivo entre quienes piensan de modo diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario