Discurso de Bismarck sobre los principios
de su política diplomática en el Reichstag, 11 de enero de 1887
Señores:
A ninguno de ustedes se le escapará la
gravedad de los momentos que vivimos. Todos los grandes Estados europeos
inician, velozmente, preparativos ante la previsión de un futuro incierto. El
mundo entero se pregunta si la guerra va a estallar. Creo, señores, que ningún
gobernante deseará asumir la inmensa responsabilidad de provocar el incendio
que se incuba en todos los países. Los gobiernos poderosos son una garantía de
paz. Sin embargo, las pasiones populares, la ambición de los líderes de los
partidos, una opinión pública mal guiada por ciertos escritos o discursos son
factores, entre otros, que pueden doblegar la voluntad de los gobernantes. ¿No
hemos visto, acaso, cómo las crisis bursátiles[1]
pueden desencadenar una guerra? Sí, en esta tensión política, existe un Estado
capaz de trabajar por el mantenimiento de la paz, es Alemania. Alemania, que no
está directamente interesada en los asuntos que alteran a las otras potencias;
Alemania que ha demostrado –desde la constitución del Imperio- que no desea
atacar a ninguno de sus vecinos, a menos que se vea obligada a ello. Pero para
llevar a cabo esta difícil y quizá ingrata misión, es necesario que Alemania
sea poderosa y se arme como para la guerra. De esta manera, si somos empujados
hacia la guerra contra nuestra voluntad, tendremos, al menos, los medios para
defendernos. Ahora bien, si ustedes rechazan esta solicitud de crédito, significa,
en mi opinión, la guerra a corto plazo. No tenemos instinto guerrero. No
necesitamos una guerra: somos de ese género de Estados que el príncipe de
Metternich calificaba de “Estados saciados”. No deseamos nada que haya que
obtener por las armas. Y si fuera así, observen qué actitud pacífica, tanto en
el exterior como en el interior del país, ha sido la política imperial durante
los últimos dieciséis años. Tras la paz de Francfort, nuestro primer deseo fue
mantener una paz tan larga como fuera posible y utilizarla para consolidar el
Imperio Alemán[2].
No era una labor fácil. Habíamos obtenido entera satisfacción con Austria (…).
Desconozco si logramos una vez más realizar una era de paz tan larga, es decir
durante más de treinta años. Nuestros esfuerzos en este sentido son sinceros,
pero ante todo, necesitamos un ejército fuerte, un ejército lo bastante
poderoso como para que pueda asegurar nuestra independencia al margen de
cualquier alianza.
Nuestra amistad con Rusia[3]
no ha sufrido ninguna interrupción durante toda la época de nuestras guerras, y
hoy, aún, no puede ponerse en duda. No tememos ningún ataque, ninguna política
hostil por parte de Rusia. Mantenemos con ella relaciones muy amistosas y no
seremos nosotros quienes, bajo ningún pretexto, las perturbaremos. ¿Qué interés
tendríamos en buscar problemas a Rusia? ¿Nuestro espíritu batallador nos
empujará a plantear una querella[4]
a un país que no nos provoca? Tales instintos bárbaros son ajenos al gobierno y
a las concepciones políticas de Alemania, y por nuestra parte jamás romperemos
la paz con Rusia. No creo que Rusia quiera atacarnos. Tampoco creo que busque
alianzas con otra potencia para atacarnos o para utilizar las dificultades que
pudiéramos tener en otro flanco[5]
y atacarnos con facilidad. El zar Alejandro III[6]
siempre ha sido franco en sus opiniones, y si tuviera algún sentimiento de
enemistad hacia Alemania, él sería el primero en manifestarlo o dejarlo
entender.
Saber cuáles serán nuestras relaciones con
Francia[7]
en el futuro es una pregunta más difícil de contestar. La construcción de la
paz entre nosotros y Francia resulta difícil debido a que aún subsiste entre
ambos países el largo problema histórico del trazado de la frontera. ¿Han
finalizado definitivamente los tiempos de lucha con Francia debido a la
frontera? Nadie de nosotros lo puede saber. Yo puedo expresar únicamente mi
opinión: la lucha no está terminada; sería preciso que el carácter francés, que
todos nuestros asuntos fronterizos fueran completamente modificados. Tengo la
más absoluta confianza sobre las intenciones pacíficas del gobierno actual de
Francia. Y si pudiera estar convencido de un gobierno similar para un largo
período, yo les diría “ahorren su dinero”. Pero eviten ahorrarlo para el caso
en que debamos pagar contribuciones de guerra. Si la guerra estallara, sería
una terrible calamidad. Piensen lo que sería la guerra en sí misma,
independientemente de su resultado. Nuestro comercio terrestre y marítimo,
nuestras empresas industriales, todo quedaría paralizado. No es necesario
describirles detalladamente una situación que ustedes conocen por experiencia.
Esta guerra se desencadenará si aparece como una guerra sin importancia, por el
contrario, quedará descartada si se presenta como terrible. Cuanto más potentes
seamos, más improbable será la guerra. La verosimilitud de un ataque de
Francia, por el cual no debemos inquietarnos actualmente, se realizará tan
pronto como Francia, bajo otro gobierno, tenga motivos para creerse superior a
nosotros. Entonces, la guerra será segura, un hecho cierto. La superioridad de
Francia podrá sostenerse en las alianzas que forme. No pienso que tales
alianzas puedan constituirse. Es labor de la diplomacia evitarlas o preparar
contraalianzas cuando sea preciso. Sólo quiero tener en cuenta el enfrentamiento
entre Francia y Alemania. Podrá desencadenarse tan pronto como Francia sea más
fuerte que nosotros.
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