Versión adaptada
El Informe PISA nos
examina a todos
Manuel
Burón, 16 de diciembre de 2023
La misma semana que se conocían los muy malos
resultados para España del Informe PISA, el presidente del Gobierno
Pedro Sánchez presentaba su nuevo
libro junto a Jorge Javier Vázquez. La
coincidencia de ambos hechos permite una primera
conclusión, tan ligera como probablemente cierta: tenemos el nivel educativo
que nos merecemos.
La idea de que los jóvenes de hoy
son peores que los de ayer (o sea, que nosotros) podrá ser en principio
tranquilizadora, pero solo será cierta a cambio de admitir que nosotros también
hemos fallado.
Las nuevas generaciones no son remesas que vinieran así de fábrica, sino que
nacen en una sociedad de la que todos somos responsables. El fracaso de los
alumnos es también el de los profesores, que para algo somos quienes les
enseñamos. Algo parecido a lo que sucede con la política, pues en democracia
—admitámoslo— nuestros representantes rara vez son peores que nosotros, sus
electores.
Lo
cual recuerda a ese confortable lugar común de nuestra historia: el pueblo
español no se ha merecido los líderes que ha tenido. Por cierto, que dicho razonamiento ya lo
encontramos en Francia con Jules Michelet, el gran historiador de la Revolución
y uno de los primeros populistas. Y si Francia no tuvo buenos
políticos a fines del siglo XVIII y principios del XIX, ¿quién los tuvo? […]
El
caso es que sí nos merecemos los políticos que tenemos, más que nada porque los
hemos votado […]. Y lo mismo sucede con nuestros alumnos. Cada vez que se oye
la queja de que los jóvenes ya no leen, uno se pregunta, ¿y cuánto leen los
adultos? Si su
nivel educativo ha disminuido, ¿no será un reflejo de la sociedad en general?
Tienen adicción al teléfono móvil, ¿acaso no la tenemos todos? Dicho
de otra manera, el informe PISA, por muy imperfecto que sea, no examina
solamente a los jóvenes, sino a las instituciones españolas, a todos
nosotros.
Al
fin y al cabo, el mal profesor es un poco como el mal político, dando a todo el mundo la
razón por igual, capaz de sacrificar los medios (el
aprendizaje) para el pronto logro de los fines (el aprobado), reduciendo los
contenidos, atajando en los procedimientos, para conseguir el estéril botín de
todo demagogo: la unánime y momentánea aprobación.
Pero también el mal alumno es un poco como el mal
ciudadano,
pues este suele oponerse a todo cambio, por muy necesario que sea, que implique
algún sacrificio propio, evita a aquel que nos exige y nos pone a prueba,
aunque lo haga en nuestro propio beneficio, prefiriendo al que proporciona la
falsa y fácil recompensa del aprobado general.
La
educación se degrada, sí, y ya no sólo por la falta de financiación (¡ojalá!),
sino por algo más grave y acaso irrecuperable, por la crisis institucional y
política. ¿Cómo no iba a erosionarse la educación, si todas las demás
instituciones hace tiempo que siguen ese mismo camino? Al igual que la
justicia, que la sanidad, que la política territorial, que la cultura
parlamentaria, y que tantos otros aspectos de la vida pública, la educación se ha ido
convirtiendo en una mercancía política más. Y acaso de una manera más grave y
melancólica por el poco peso electoral que siempre le hemos otorgado los
votantes.
Repasen
los temarios y los libros de texto de ahora y de hace unos años. O […] comparen
los resultados del informe PISA con las calificaciones de Bachillerato y EBAU,
cada día más altas a pesar (o precisamente por) tener menos contenidos. Este año toca un escalón más: la
asignatura de Historia dejará de ser obligatoria en la prueba de acceso a la
universidad (esto también son recortes). […] Por supuesto,
esta deriva no es cosa de un día, ni exclusivamente española. Harold Bloom
escribió su Canon occidental en
buena parte contra ella, advirtiendo ya entonces que en la universidad «todos
los criterios estéticos y casi todos los intelectuales han sido abandonados en
nombre de la armonía social y el remedio a la injusticia histórica».
Aun
con todo, nuestras autoridades, lejos de sentirse aludidas con los resultados
del famoso informe, recurrieron a todo tipo de excusas, como la pandemia, el
empeoramiento de los datos en otros países del entorno, o el más intolerable de
todos: ha sido culpa de los
inmigrantes. Que el argumento de gobiernos como el catalán para justificar los malos
resultados educativos sea la mayor presencia de inmigrantes entre el alumnado,
lo que en realidad nos indica es el nivel educativo… del propio gobierno.
Y ya me dirán qué diferencia este razonamiento de las tesis de Vox sobre la
delincuencia o la violencia de género.
La educación
no debe intentar simplemente igualar a todos —lo cual sería imposible y
seguramente indeseable— sino otorgar oportunidades por igual, sin atender
precisamente a la procedencia, la extracción social o la filiación cultural o
religiosa. Es más, la educación, elevándose por encima de todo ello, debería ayudar a diluir tales
diferencias, dando la posibilidad a los alumnos de escapar de la fatalidad de
su origen. No es que los inmigrantes rebajen el nivel de la
educación, sino que la educación ha fallado en formarles.
Merece
repetirse otra vez: si la educación no es una herramienta de transformación, un
mecanismo de equidad social basado en el mérito y el esfuerzo no es educación. En el muy probable caso de que
tus padres, en vez de leer, sintonizaran en la televisión todas las tardes Sálvame (¿para cuándo un informe PISA para adultos?) el colegio o el instituto
es tu penúltima oportunidad para poder abandonar el cómodo «calor del establo»,
por decirlo en palabras de Nietzsche.
Por cierto,
que la tesis de Michelet tenía trampa. Si el pueblo siempre tiene la razón,
aquellos que no la tengan —o que la pierdan— dejarán de ser considerados parte
del pueblo. Así de
importante es la educación, la más fundamental y menos atendida
de nuestras instituciones.
PISA desnuda el sistema
educativo español: las peores regiones sacan mejor nota en la EBAU
Marcos Ondarra, 6 de diciembre de 2023
El último informe de PISA (Programa
Internacional para la Evaluación de Estudiantes) ha sacado los colores al
sistema educativo español, ya que sus
alumnos han obtenido los peores resultados de su historia. Sin
embargo, se da una paradoja en la que pocos han incurrido: las regiones que
peor paradas salen son las que lideran los sobresalientes en Bachillerato y
EBAU. Canarias, Extremadura, Murcia y Andalucía, cuatro
autonomías que ocupan la mitad baja de la tabla en el estudio de la OCDE,
fueron las que mejores calificaciones de Bachillerato obtuvieron en 2022, todas
con una media de 8 o superior.
Castilla y León, Madrid o La Rioja,
comunidades que, sin embargo, se salvan de la quema en el último informe de
PISA, obtuvieron una calificación media en la EBAU de 7,7, 7,7 y 7,5,
respectivamente. Una evidencia, a juicio del filósofo y pedagogo Gregorio Luri de
que «la selectividad en España es una
prueba engañosa, falsa y que discrimina a los mejores». En
concreto, a quienes «apuestan por la exigencia».
El
pasado año alcanzaron un sobresaliente en Bachillerato un 28,2% de
estudiantes de Murcia, un 28,1% de canarios, un 25,4% de andaluces y
un 25,4% de extremeños. Por otro lado, en Castilla y León uno de cada cinco
alumnos consiguió la máxima calificación (19,6%), en Madrid fueron un 20,4% y
un 18,7% en Navarra. Y eso que estas tres comunidades son las que
tienen mejores resultados en PISA en comprensión lectora a los 15 años, solo
tres antes del acceso a la Universidad.
¿Una EBAU
única?
«En España
hemos dejado de tener un sistema educativo», expone Luri, que
abunda: «Entre la realidad de Castilla y León, Cantabria, La Rioja y Navarra, a
pesar de que sufre una caída relativa, y el resto es enorme; hay años
académicos de diferencia». El profesor llama la atención sobre la
«heterogeneidad de nuestros resultados», y advierte: «En el país de los ciegos, el tuerto es el rey».
En este sentido, el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, que hace dos años
renunció a dar clases en la Universidad por haberse llenado de «burócratas» y
de alumnos que «cada vez llegan con menor nivel», sostiene que el modelo idóneo
sería «una selectividad unificada, pues la actual es dañina para las regiones
donde más se exige y mejor educación hay». Esto es, a su juicio, «un efecto perverso».
[…]
EBAU vs
PISA
La Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad
alcanzó récord de
aprobados el pasado año 2022 con un 96,06% de estudiantes
que superaron la prueba sobre un total de 304.516 presentados, pero el
porcentaje de aprobados varió hasta en 7,7 puntos porcentuales entre las
comunidades autónomas, de manera que se mantuvieron las diferencias existentes
entre las regiones.
Se da la paradoja, en definitiva, de que España registra cada un
mayor número de aprobados, así como una mejora significativa en la nota media,
en Bachillerato y Selectividad, pero, sin embargo, lleva desde 2015 cayendo en
picado en el informe PISA, que refleja, además, cómo los alumnos han tocado
fondo en Matemáticas y Ciencias, obteniendo los peores resultados académicos de
su historia.
¿A qué se
debe la caída?
El desplome es general en casi toda Europa, y se atribuye en parte
a los efectos del cierre de colegios durante la pandemia del coronavirus, pero
la OCDE apunta
a más factores, como el abuso de los teléfonos móviles y de las pantallas
en las escuelas o el descenso en la implicación de los padres en el progreso
académico de sus hijos. Los expertos también señalan a una pérdida de la
excelencia y a una relajación de la exigencia en el sistema educativo.
Los países asiáticos, sin embargo, han registrado una mejora
significativa de su sistema educativo. «He leído comentarios jocosos sobre los
países orientales», lamenta Gregorio Luri, ya que le recuerdan «a los perezosos
de clase que hacen bromas a los empollones». El filósofo y pedagogo considera «los resultados de esos países hay
que tomárselos muy en serio, no vaya a ser que dentro de unos años estemos
llamando a sus puertas para pedir trabajo».
Versión original
El Informe PISA nos
examina a todos
Manuel
Burón, 16 de diciembre de 2023
La misma semana que se conocían los muy malos
resultados para España del Informe PISA, el presidente del Gobierno
Pedro Sánchez presentaba su nuevo
libro junto a Jorge Javier Vázquez. La
coincidencia de ambos hechos permite una primera
conclusión, tan ligera como probablemente cierta: tenemos el nivel educativo
que nos merecemos.
La idea de que los jóvenes de hoy
son peores que los de ayer (o sea, que nosotros) podrá ser en principio
tranquilizadora, pero solo será cierta a cambio de admitir que nosotros también
hemos fallado.
Las nuevas generaciones no son remesas que vinieran así de fábrica, sino que
nacen en una sociedad de la que todos somos responsables. El fracaso de los
alumnos es también el de los profesores, que para algo somos quienes les
enseñamos. Algo parecido a lo que sucede con la política, pues en democracia
—admitámoslo— nuestros representantes rara vez son peores que nosotros, sus
electores.
Lo
cual recuerda a ese confortable lugar común de nuestra historia: el pueblo
español no se ha merecido los líderes que ha tenido. Por cierto, que dicho razonamiento ya lo
encontramos en Francia con Jules Michelet, el gran historiador de la Revolución
y uno de los primeros populistas. Y si Francia no tuvo buenos
políticos a fines del siglo XVIII y principios del XIX, ¿quién los tuvo? ¿Se
imaginan a Cuca Gamarra departiendo con Mirabeau? ¿A Bolaños con Danton?
El
caso es que sí nos merecemos los políticos que tenemos, más que nada porque los
hemos votado (menos a Sánchez, a ese no nos lo merecemos ni aun habiéndole
votado). Y lo mismo sucede con nuestros alumnos. Cada vez que se oye la queja
de que los jóvenes ya no leen, uno se pregunta, ¿y cuánto leen los adultos? Si su nivel educativo ha
disminuido, ¿no será un reflejo de la sociedad en general? Tienen adicción al
teléfono móvil, ¿acaso no la tenemos todos? Dicho de otra
manera, el informe PISA, por muy imperfecto que sea, no examina solamente a los
jóvenes, sino a las instituciones españolas, a todos nosotros.
Al
fin y al cabo, el mal profesor es un poco como el mal político, dando a todo el mundo la
razón por igual, capaz de sacrificar los medios (el
aprendizaje) para el pronto logro de los fines (el aprobado), reduciendo los
contenidos, atajando en los procedimientos, para conseguir el estéril botín de
todo demagogo: la unánime y momentánea aprobación.
Pero también el mal alumno es un poco como el mal
ciudadano,
pues este suele oponerse a todo cambio, por muy necesario que sea, que implique
algún sacrificio propio, evita a aquel que nos exige y nos pone a prueba,
aunque lo haga en nuestro propio beneficio, prefiriendo al que proporciona la
falsa y fácil recompensa del aprobado general.
La
educación se degrada, sí, y ya no sólo por la falta de financiación (¡ojalá!),
sino por algo más grave y acaso irrecuperable, por la crisis institucional y
política. ¿Cómo no iba a erosionarse la educación, si todas las demás
instituciones hace tiempo que siguen ese mismo camino? Al igual que la
justicia, que la sanidad, que la política territorial, que la cultura
parlamentaria, y que tantos otros aspectos de la vida pública, la educación se ha ido
convirtiendo en una mercancía política más. Y acaso de una manera más grave y
melancólica por el poco peso electoral que siempre le hemos otorgado los
votantes.
Repasen
los temarios y los libros de texto de ahora y de hace unos años. O, como hacía
Marcos Ondarra en THE OBJECTIVE hace poco, comparen los resultados
del informe PISA con las calificaciones de Bachillerato y EBAU, cada día más
altas a pesar (o precisamente por) tener menos contenidos. Este año toca un escalón más: la
asignatura de Historia dejará de ser obligatoria en la prueba de acceso a la
universidad (esto también son recortes). Mientras, la
asignatura de Memoria Democrática aguarda en el cajón desde la pasada
legislatura, esperando a formar parte —ella sí— del currículo formativo. Por
supuesto, esta deriva no es cosa de un día, ni exclusivamente española. Harold
Bloom escribió su Canon occidental en
buena parte contra ella, advirtiendo ya entonces que en la universidad «todos
los criterios estéticos y casi todos los intelectuales han sido abandonados en
nombre de la armonía social y el remedio a la injusticia histórica».
Aun
con todo, nuestras autoridades, lejos de sentirse aludidas con los resultados
del famoso informe, recurrieron a todo tipo de excusas, como la pandemia, el
empeoramiento de los datos en otros países del entorno, o el más intolerable de
todos: ha sido culpa de los
inmigrantes. Que el argumento de gobiernos como el catalán para justificar los malos
resultados educativos sea la mayor presencia de inmigrantes entre el alumnado,
lo que en realidad nos indica es el nivel educativo… del propio gobierno.
Y ya me dirán qué diferencia este razonamiento de las tesis de Vox sobre la
delincuencia o la violencia de género.
La
educación no debe intentar simplemente igualar a todos —lo cual sería imposible
y seguramente indeseable— sino otorgar oportunidades por igual, sin atender
precisamente a la procedencia, la extracción social o la filiación cultural o
religiosa. Es más, la educación, elevándose por encima de todo ello, debería ayudar a diluir tales
diferencias, dando la posibilidad a los alumnos de escapar de la fatalidad de
su origen. No es que los inmigrantes rebajen el nivel de la
educación, sino que la educación ha fallado en formarles.
Merece
repetirse otra vez: si la educación no es una herramienta de transformación, un
mecanismo de equidad social basado en el mérito y el esfuerzo no es educación. En el muy probable caso de que
tus padres, en vez de leer sintonizaran en la televisión todas las tardes Sálvame (¿para cuándo un informe PISA para adultos?) el colegio o el instituto
es tu penúltima oportunidad para poder abandonar el cómodo «calor del establo»,
por decirlo en palabras de Nietzsche.
Por
cierto, que la tesis de Michelet tenía trampa. Si el pueblo siempre tiene la
razón, aquellos que no la tengan —o que la pierdan— dejarán de ser considerados
parte del pueblo. Así de importante es la educación, la más fundamental y
menos atendida de nuestras instituciones.
PISA desnuda el sistema
educativo español: las peores regiones sacan mejor nota en la EBAU
Marcos Ondarra, 6 de diciembre de 2023
El último informe de PISA (Programa
Internacional para la Evaluación de Estudiantes) ha sacado los colores al
sistema educativo español, ya que sus
alumnos han obtenido los peores resultados de su historia. Sin
embargo, se da una paradoja en la que pocos han incurrido: las regiones que
peor paradas salen son las que lideran los sobresalientes en Bachillerato y
EBAU. Canarias, Extremadura, Murcia y Andalucía, cuatro
autonomías que ocupan la mitad baja de la tabla en el estudio de la OCDE,
fueron las que mejores calificaciones de Bachillerato obtuvieron en 2022, todas
con una media de 8 o superior.
Castilla y León, Madrid o La Rioja,
comunidades que, sin embargo, se salvan de la quema en el último informe de
PISA, obtuvieron una calificación media en la EBAU de 7,7, 7,7 y 7,5,
respectivamente. Una evidencia, a juicio del filósofo y pedagogo Gregorio Luri de
que «la selectividad en España es una
prueba engañosa, falsa y que discrimina a los mejores». En
concreto, a quienes «apuestan por la exigencia».
El
pasado año alcanzaron un sobresaliente en Bachillerato un 28,2% de
estudiantes de Murcia, un 28,1% de canarios, un 25,4% de andaluces y
un 25,4% de extremeños. Por otro lado, en Castilla y León uno de cada cinco
alumnos consiguió la máxima calificación (19,6%), en Madrid fueron un 20,4% y
un 18,7% en Navarra. Y eso que estas tres comunidades son las que
tienen mejores resultados en PISA en comprensión lectora a los 15 años, solo
tres antes del acceso a la Universidad.
¿Una EBAU
única?
«En España
hemos dejado de tener un sistema educativo», expone Luri, que
abunda: «Entre la realidad de Castilla y León, Cantabria, La Rioja y Navarra, a
pesar de que sufre una caída relativa, y el resto es enorme; hay años
académicos de diferencia». El profesor llama la atención sobre la
«heterogeneidad de nuestros resultados», y advierte: «En el país de los ciegos, el tuerto es el rey».
En este sentido, el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, que hace dos años
renunció a dar clases en la Universidad por haberse llenado de «burócratas» y
de alumnos que «cada vez llegan con menor nivel», sostiene que el modelo idóneo
sería «una selectividad unificada, pues la actual es dañina para las regiones
donde más se exige y mejor educación hay». Esto es, a su juicio, «un efecto perverso».
Quintana Paz destaca, asimismo, el «efecto de dar las clases en
una lengua que no es la de los estudiantes»: que los alumnos de las comunidades de
Cataluña y País Vasco son los que más han bajado en sus
competencias en lectura -38 y 31 puntos, respectivamente-, respecto a informes
anteriores. Aunque estas dos regiones sí que evidencian estos datos en sus
resultados en Bachillerato: sólo el 13,3% y el 18% de sus alumnos sacaron
sobresaliente en esta etapa educativa en 2022.
EBAU vs
PISA
La Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad
alcanzó récord de
aprobados el pasado año 2022 con un 96,06% de estudiantes
que superaron la prueba sobre un total de 304.516 presentados, pero el
porcentaje de aprobados varió hasta en 7,7 puntos porcentuales entre las
comunidades autónomas, de manera que se mantuvieron las diferencias existentes
entre las regiones.
Se da la paradoja, en definitiva, de que España registra cada un
mayor número de aprobados, así como una mejora significativa en la nota media,
en Bachillerato y Selectividad, pero, sin embargo, lleva desde 2015 cayendo en
picado en el informe PISA, que refleja, además, cómo los alumnos han tocado
fondo en Matemáticas y Ciencias, obteniendo los peores resultados académicos de
su historia.
¿A qué se
debe la caída?
El desplome es general en casi toda Europa, y se atribuye en parte
a los efectos del cierre de colegios durante la pandemia del coronavirus, pero
la OCDE apunta
a más factores, como el abuso de los teléfonos móviles y de las pantallas
en las escuelas o el descenso en la implicación de los padres en el progreso
académico de sus hijos. Los expertos también señalan a una pérdida de la
excelencia y a una relajación de la exigencia en el sistema educativo.
Los países asiáticos, sin embargo, han registrado una mejora
significativa de su sistema educativo. «He leído comentarios jocosos sobre los
países orientales», lamenta Gregorio Luri, ya que le recuerdan «a los perezosos
de clase que hacen bromas a los empollones». El filósofo y pedagogo considera «los resultados de esos países hay
que tomárselos muy en serio, no vaya a ser que dentro de unos años estemos
llamando a sus puertas para pedir trabajo».
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