Las 13 suspensiones de pago de España a lo largo de su historia
La crisis económica del coronavirus Covid-19 no está afectando a todos los países por igual. Con un confinamiento mucho más duro que el de cualquier otro país de nuestro entorno, y unas medidas económicas a contracorriente de las adoptadas por las economías más avanzadas de la Eurozona, no hay semana en la que un organismo internacional no ponga a España a la cabeza de las sociedades desarrolladas más golpeadas por la pandemia. El último dato del PIB trimestral confirma esta preocupación y nos pone otra vez en el punto de mira a nivel Europeo. Ante esta situación de fuerte reducción de los ingresos públicos y un aumento sin precedentes del gasto en materia política, la sociedad española se cuestiona si podríamos llegar a la quiebra.
A lo largo de la historia de España son varias las ocasiones en las que nuestro país ha incurrido en quiebras, junto a algunos impagos parciales. Y son las malas políticas económicas, con alto endeudamiento, y las ambiciones desmesuradas las que nos han llevado a la bancarrota.
Como bien demuestran los profesores Carmen Reinhart y el Nobel Kennett Rogoff en su último estudio de la Universidad de Harvard, Los países llevan quebrando desde que el mundo es mundo. Pero España se encuentra entre los que más veces ha suspendido pagos, junto con Francia. Llevamos trece.
Naciones antiguas
Cierto que también son desde la caída de Roma en el 476, ahogada igualmente por el endeudamiento del "pan y circo" y la porosidad de sus fronteras, de las naciones más antiguas del mundo. Las del Hispania Rex de Eurico y la franca de Clodoveo. Pero dejando al margen la gran quiebra del hasta entonces próspero Reino hispano-godo en el 711 con la invasión musulmana, saldada con tesoros posiblemente todavía escondidos -como estuvo el de Guarrazar- y los saqueos por muerte o botín de las principales ciudades, lo cierto es que tras la Reconquista quedaba una sociedad vigorosa, movilizada y endurecida aunque todavía con alto índice de pobreza, como ninguna de las occidentales.
Sin embargo la selección de talentos de las situaciones extremas, y un pensamiento estratégico bien orientado en el exterior por las élites dirigentes, generan un Siglo de Oro, donde florecieron las letras y las artes, coincidiendo con el auge político y militar en España. Aunque, a pesar de la gran cantidad de oro y plata que llegaba del continente americano y de ser de los países donde sus pobres habitantes más impuestos pagaban, el presupuesto no alcanzaba para satisfacer los compromisos adquiridos. ¿Les suena?
Durante años y hasta el siglo XV eran prestamistas hebreos los que, imposibilitados legalmente a tener activos inmuebles, se dedicaron a la nunca bien vista y arriesgada actividad prebancaria; en muchos casos usuraria, por el simple hecho de que siempre estaban expuestos a un decreto de expulsión; o un progrom, llevado cabo por la propia población local o los mismos Estados, como forma de cancelar sus deudas, lo que ocurrió en toda Europa.
Pero fue durante el reinado de Felipe II, cuando el no cumplir con el pago de la deuda se convirtió en algo recurrente. Como herencia de su padre, Carlos I de España y V de Alemania, mantuvo varios frentes abiertos para seguir manteniendo el Sacro Imperio Romano Germánico, que le dejaron un sobreendeudamiento. Y un año después de tomar la corona, en 1557, Felipe II impaga a sus acreedores, y produce las bancarrotas de 1575 y 1596, cuando los intereses ya alcanzaban el 30% de los ingresos, arrastrando a los mismísimos Fugger a la ruina.
Con la idea de mantener los dominios españoles y la defensa de la fe católica, Felipe III hereda una deuda cinco veces superior a la inicial. Durante su mandato se produjo la quiebra ante los tenedores en 1607, siendo esta su principal crisis. Habría que esperar otros veinte y cuarenta años para encontrar nuevas bancarrotas, en 1627 y 1647 respectivamente, ya en el reinado de Felipe IV, en los que no fue ajeno el afán de contentar a sus súbditos lusitanos y mantener íntegros los dominios portugueses y la propia corona de Portugal. Con la excusa de perder Países Bajos y también Portugal se incurre en los impagos parciales de 1652 y 1662.
Durante estos siglos la hacienda española tuvo gran diversidad de formas e ingenio para financiar sus deudas, siendo imitada por los demás países hasta nuestros días. Los ingresos incluían desde antiguos derechos medievales a la creación de tasas muy innovadoras; con territorios exentos de unos pagos pero que contribuían con otros, o lo hacían de distinta forma, como sufragando sus propias obras públicas, mantenimiento de puertos, fortificaciones o fuerza armada local; también con diferentes sistemas de recaudación y con una estadística para la que el presupuesto era una mera estimación.
Como en ocasiones la hacienda se veía obligada a recabar fondos cuantiosos con celeridad se empezó a recurrir a expedientes como los "asientos". Este término se refiere tanto al monopolio de una renta que la Hacienda Real y la Corona arriendan a particulares, tales como azogues, yerbas, estanco de tabaco, de negros, etc. Era como una operación financiera por la que se realiza el préstamo a interés de una cantidad y se gira a un lugar y en un cierto momento en la moneda convenida en el punto de destino. Para el reembolso del arriesgado capital prestado y los altos intereses correspondientes se hacían libranzas sobre rentas de la Corona, que quedaban así "asentadas". Ramón Carande en su Carlos V y sus banqueros, estudió las relaciones del emperador con los asentistas más célebres como los Fúcares o los Belzares, y luego los genoveses como los Spinola o Centurione. A los Fugger, por ejemplo, se les concedió el monopolio de la pimienta en nuestra vecina Portugal, o el mercurio de las minas de Almadén.
Al arriesgado, y no siempre rentable, negocio del préstamo había que sumar la "adehala" o beneficio derivado del cambio de moneda, aunque con el riesgo permanente de que la Corona declarase suspensión de pagos. Además "la revolución de los precios" de la época con el consiguiente efecto hiperinflacionario fruto de la entrada de metales preciosos americanos causó estragos en el aparato productivo de España; hoy lo llamamos "enfermedad holandesa", por el daño causado a Holanda sus descubrimientos de gas hace 50 años, pero bien podríamos llamarlo "enfermedad española", pues fue España quien primero sufrió sus negativas consecuencias. De esa situación inflacionaria versa el Tratado y discurso sobre la moneda de Vellón, de P. Juan de Mariana, sobre la falsificación de la moneda, llegando a llamar "falsificatore di moneta" al Rey Felipe el Hermoso de Francia, otro país caracterizado por sus recurrentes impagos en Europa, como señalamos.
Junto a los "asientos", que en definitiva fueron un tipo de deuda que equivalía a las obligaciones de hoy en día, surgieron los "juros" al hacerse necesario refinanciar las deudas, aumentando los plazos y los montos. Se intentaba llegar a acuerdos con los acreedores que, en la práctica, se veían obligados a aceptar ser pagados con estos nuevos "instrumentos financieros". También fueron una forma de crédito por el que los particulares prestaban a la Hacienda Real cantidades que les serían devueltas con intereses, por lo general, del 7%. Eran negociables y podían ser vendidos por los particulares, lo que solían hacer los "asentistas", cuando tras una bancarrota debían aceptarlos. Buena parte de los ingresos se destinaba al pago de operaciones militares en el escenario internacional -como las revueltas en los Países Bajos-, de la flota del Mar Océano para la defensa del Atlántico y Pacífico, de la flota de galeras para el Mediterráneo y el Estrecho, con base en Cartagena y Puerto de Santa María -movidas por galeotes reos o esclavos que cumplían condena a bordo- además de los Tercios reclutados con voluntarios profesionales.
Distintas garantías
Para los pagos también se emplearon otros muy distintos tipos de garantías en el caso de no cumplir con los compromisos iniciales, desde cargamentos de oro y plata que venían de las Indias Occidentales, hasta impuestos que se recaudaban con distinta frecuencia. A los prestamistas no les quedaba más remedio que aceptar estas condiciones si querían recuperar parte de su dinero. Conocido es que en estas operaciones tras los alemanes también arruinaron a los banqueros genoveses.
Durante los reinados posteriores y el siglo XVIII es un periodo en el que a pesar del alto endeudamiento de nuestro país, los estudios relazados no contabilizan omisión en los pagos, salvo de repudios parciales, como en 1739, con unas rentas reales en gran parte empeñadas. Es durante el siglo XIX, cuando España tuvo repudios de la deuda en siete ocasiones. Las tres primeras llevaron a las quiebras de 1809, 1820 y 1831 con Fernando VII, donde el problema de la hacienda pública se agravó con la guerra hispano-francesa de "resistencia", 1808-1814, y el cese de las remesas ultramarinas de plata.
Como dice Francisco Comín es sus estudios sobre la Crisis de la Deuda Publica, "todo el siglo XIX estuvo condicionado por el enorme volumen de deuda heredado del Antiguo Régimen y por las malas prácticas de la gestión de la deuda durante la quiebra en el primer tercio del siglo". Aunque como bien muestra el catedrático Javier Morillas es indisoluble de la enorme destrucción económica provocada por los seis años de "guerra total" contra la "francesada" y sus prácticas de requisas y tierra quemada, que destroza todo el tejido productivo de la primera industrialización española del XVIII dejando una economía absolutamente exhausta. Luego, aunque Fernando VII repudiara la deuda externa asumida por el Trienio Liberal (1820-1823) y legalizara las ventas de tierras concejiles llevadas a cabo en el marco de la Constitución de 1812 para arreglo de la hacienda, la inestabilidad política subsiguiente lleva a que la deuda externa pase del 4% de la deuda total reconocida en 1808 al 64% en 1840; mientras la deuda pública total pasaba de significar el 30% de los ingresos totales en 1808 al 43% en 1843. Los gobiernos liberales reconocieron la pesada deuda y a pesar de los arreglos del conde de Toreno en 1834 y las cuestionables desamortizaciones como la que hizo el ministro de Hacienda Álvarez Mendizábal en 1837, no terminan de solucionar el problema. Tampoco la reforma de Santiago Mon y Ramón Santillán (1845), tras la racionalización y centralización impositiva, resulta muy efectiva ante la inestabilidad institucional. La crisis internacional de 1866 resalta el fuerte endeudamiento externo, asociado también a la gran expansión del ferrocarril e inviabilidad de muchas de obras de infraestructura, que terminan en quiebras con la expulsión de Isabel II tras la Revolución de 1868 y luego la Primera República. En total se dieron cuatro quiebras entre 1834 y 1882, la última relacionada con la financiación de las campañas en Cuba y Filipinas.
El final del siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX la economía española se recupera de los años perdidos, y es con la reforma de Raimundo Fernando Villaverde, en 1899, que conseguimos un lustro completo de superávit.
Tras la Guerra Civil Franco no reconoce la deuda republicana, aunque quedaría sobresaldada con las extraordinarias reservas de oro históricamente acumuladas en el Banco de España que el Gobierno republicano ordena trasladar a Rusia, mientras el Cajero Mayor del Banco se suicida de un disparo en su despacho abrumado por el expolio. También la deuda franquista con Alemania quedaría parcialmente saldada con los más de 40.000 jóvenes de la División Azul enviados a "contener el comunismo" en el mismísimo frente soviético bajo aquel "Rusia es culpable" del entonces superministro Serrano Súñer. Con la autarquía y tras los ajustes del plan de Estabilización de 1959 la deuda se mantendría en mínimos históricos durante varios años, llegando a significar algo más del 7% del PIB en 1975.
Han tenido que pasar 130 años para encontrar hoy a la deuda española en niveles de riesgo y a su economía al borde de la quiebra. Si queremos volver pronto a la senda del crecimiento y convencer a los mercados así como a nuestros socios comunitarios, hay que adoptar pronto políticas económicas reputadas. Con reformas estructurales y del gasto en nuestra administración y partidas públicas acordes con nuestra economía. Como explicó Adam Smith, lo que no tiene sentido en la economía de una familia no la tiene en la gestión de un Estado.
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