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La esclavitud de las Kellys gracias a la reforma laboral
Pablo
Casado
La esclavitud de las Kellys gracias a la reforma laboral
El
caso de las camareras de piso en los boyantes hoteles españoles resume muy bien
el espíritu de la reforma laboral que ya ni siquiera el PSOE pretende derogar.
Los defensores de esta nueva forma de esclavitud son variados, pero les une una
máxima: el factor trabajo es una mercancía y como tal debe ser tratado. Por
ello debe primar la ley de la oferta y la demanda y el resultado es un salario
de miseria, llamado de equilibrio por la jerga neoclásica, y unas condiciones
laborales tan leoninas que permiten que el sector pueda presumir de cifras
estratosféricas, mientras sus camareras de piso son adictas a la morfina.
Esta
nueva forma de esclavitud, disfrazada de flexibilidad, es consentida y
favorecida por empresarios del sector hotelero, salvo contadas excepciones como
Antonio Catalán de AC, según su propia versión, pero sobre todo por los
economistas y Centros de Pensamiento (FEDEA, FUNCAS, FAES, etc.) que están
encantados con esta nueva realidad laboral.
Las
recomendaciones de este tipo de lobbys de pensamiento único llevaban mucho
tiempo arengando sobre la imperiosa necesidad de terminar con los convenios de
sector y favorecer los convenios de empresa, porque ello favorecería a las
empresas más pequeñas, y más vulnerables, y así los trabajadores podrían
preservar sus puestos de trabajo, a consta eso sí, de menores salarios y peores
condiciones laborales.
Pero
no solo ha sido la terminación de los convenios de sector lo que ha generado
una pérdida de calidad del empleo y la salud laboral. La tolerancia en la
capacidad de subcontratar por parte de muchas de estas empresas, deja a los
trabajadores sin apenas capacidad de reivindicación, sin derechos y al albur de
empresas que acaban pagando en forma de peonadas: 2,5 € por habitación. Esta ha
sido la gran conquista de las empresas hoteleras. Han dejado de tener
trabajadores en plantilla, lo que les ahorra el coste laboral presente y el
pasivo laboral futuro, y han trasladado el riesgo hacia empresas multiservicios,
que, a su vez, lo transfieren a terceros, perdiéndose todo rastro para una
posible reivindicación.
Ahondando
más en la consideración de mercancía, la reforma laboral también permite
despidos objetivos por sucesivas bajas por enfermedad, tratando de insuflar en
el trabajador la sensación de que es un vago y utiliza el absentismo como
fórmula de cobrar y no trabajar. Esta falacia, sin menoscabo que exista
picaresca, pero nunca se puede generalizar, se topa con la realidad de la
situación de las camareras de piso.
Estas
trabajadoras, a las que nadie defiende desde la administración, sufren lesiones
crónicas, dolores permanentes y cuya calidad de vida, pero también su dignidad,
se ha visto reducida y ninguneada, con el beneplácito del mundo empresarial y
académico.
Esto
revela que el tratamiento del factor trabajo como una mercancía no tiene en
cuenta la salud laboral, ya que las mercancías no enferman, y sólo hay que
tener en cuenta su caducidad en el caso de las perecederas.
La
dinámica de este sector es clara. La propia norma les permite utilizar mano de
obra esclava que obliga a limpiar habitaciones a razón de 20 minutos cada una,
con el objetivo de llegar a las 400 si quieren alcanzar un salario de 800€.
Algo parecido a los pacientes que atiende diariamente el hermano médico del
flamante Vicesecretario de Comunicación del PP.
Las
empresas así escapan de tener que cumplir el convenio de hostelería que prevé
diversas medidas para preservar el descanso y la salud laboral de las
trabajadoras, y obligando a pagar un salario mínimamente digno. Las empresas
contratistas, que adquieren el derecho a limpiar los hoteles, transforman estos
derechos en condiciones mucho peores, asignando este colectivo a convenios
propios, normalmente del sector de limpieza, manifiestamente peor pagados que
el de hostelería, generando pingües beneficios para ambas partes.
Lo
testimonios de algunas valientes de este colectivo, siempre fuera de cámara por
miedo a las represalias, son escalofriantes. Mujeres que van todos los días a trabajar
con dolores, dopadas de morfina y trato despectivo por parte de muchos
empresarios, pequeños y grandes, que han visto como la reforma laboral les abre
un filón de beneficios futuros, con niveles de conflictividad laboral nulos. El
miedo a perder un salario de miseria en esta población pobre es un seguro de
vida para continuar esta forma de capitalismo salvaje, siempre dentro de la
legalidad. La falta de reconocimiento de enfermedades profesionales en este
colectivo les aboga a trabajar en condiciones lamentables, sin que nadie
presione para que acabe una práctica que, en cualquier sociedad civilizada,
debería estar prohibida.
Cuando
alguien pregunte cuál es al valor de la negociación colectiva sectorial, frente
a la empresarial y la subcontratación en cadena, que analice el segmento de las
camareras de piso en los hoteles, tal vez el mejor exponente de la nueva forma
de esclavitud laboral.
Los
ideólogos de esta forma de relaciones laborales, mayoritarios hoy entre los
legisladores, empresarios, inspección de trabajo y académicos, han logrado que
nos creamos que somos mera mercancía que no se puede poner enfermo y que somos
los responsables de la competitividad de nuestra economía.
Lo
malo es que los legisladores que podrían sustituir a los actuales han estudiado
los mismos manuales y creen en los mismos credos: el trabajo es una mera
mercancía. Solo una posición de boicot del consumidor concienciado socialmente
podría ayudar, junto a nuevos gestores y nueva legislación, a acabar con este
cúmulo de abusos laborales en pleno siglo XXI.
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