Esquirlas
Sí, la tristísima columna de este domingo trata sobre
el espantoso asesinato en masa que tuvo lugar hace pocos días en Uvalde
(Texas).
José
Errasti
29/05/2022
Como cuando la luna de un parabrisas recibe un
impacto y de pronto se fragmenta en un millón de cristalitos. Lo hemos visto todos,
¿verdad? Los fragmentos se mantienen en su sitio, pero en realidad la luna ha
dejado de existir. Aunque la forma se mantenga, el parabrisas ha explotado. Ya
no tiene ninguna resistencia. No es una unidad, sino un montón de esquirlas
puestas una al lado de la otra de un modo ordenado. Podemos seguir conduciendo
y fingir que no ha pasado nada, pero habremos perdido casi toda la visibilidad.
No encuentro mejor imagen para describir qué le está sucediendo a las
sociedades modernas occidentales. Y sí, la tristísima columna de este domingo
trata sobre el espantoso asesinato en masa que tuvo lugar hace pocos días en
Uvalde (Texas).
A
pesar de que las imágenes de la escuela tejana hacen difícil distanciarse de lo
sucedido esta semana, es necesario ampliar el objetivo y alcanzar una visión
más global del problema. Entre las décadas finales del siglo anterior y la
primera de este siglo, el número de este tipo de asesinatos en masa se triplicó
en los Estados Unidos. Durante esta última década ha vuelto a triplicarse,
alcanzando en este momento una cifra cercana a los diez tiroteos
indiscriminados por semana. Es obvio que estamos ante un fenómeno que requiere
de la concurrencia simultánea de muchas causas —disponibilidad de armas,
problemas psíquicos, desarraigo social—, pero, sin negar la relevancia de las
demás, conviene preguntarse cuál de las causas concurrentes está aumentando a
la misma velocidad a la que aumenta este horror.
Es
complicado hacerse una idea de cómo es una catarata cuando se está cayendo por
ella. No es fácil analizar un fenómeno social estando dentro de él. Pero en los
últimos años un buen puñado de ensayos acerca de la sociedad actual manejan los
mismos términos. Falta de empatía. Irracionalidad. Infantilismo. Violencia.
Ensimismamiento. Y, sobre todo, narcisismo y soledad. Cuidado: no estamos ante
defectos que socialmente se estén intentando corregir, sino ante estilos de
vida que se promueven activamente desde unos medios de comunicación y unas
redes sociales con una capacidad de adicción, seducción y fascinación nunca
vista. Añadamos unas dudosísimas pautas de crianza. Con las instancias
políticas y educativas —que sólo ven clientes en la ciudadanía— apoyando. Desde
el nacimiento. Las veinticuatro horas del día. Gracias a esa nueva parte del
cuerpo humano que se llama “teléfono móvil”.
Hay sociedades sin países y hay países sin
sociedades. Pocos países poseen una sociedad tan deshilvanada, con tantos
puntos ciegos, tan poco cohesionada como la ciudadanía de los EEUU. Nunca habían
sido una sociedad, lo fueron ligeramente durante unas décadas del siglo pasado,
y ahora están dejando de serlo gracias a una tecnología capaz de crear un mundo
propio para cada individuo —no, carajo, un mundo propio para cada uno no es el
paraíso, es una puta distopía—. ¿A qué influencer le pasamos la factura en
soledad, fracaso, resentimiento y conductas antisociales? Han convertido un
fino cristal en un montón de esquirlas sólo aparentemente unidas. La promoción
de valores y referentes comunes, prosociales y antiindividualistas, con la
misma potencia propagandística que anima a la tendencia contraria, es tan
urgente como la prohibición de la venta de armas.
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