La política expansionista de Japón en los años treinta del siglo XX
Para
entender la política agresiva de Japón durante el siglo XX hay que retroceder
al comienzo de su industrialización.
Desde
que Japón entró en contacto con las potencias occidentales el año 1853 su
gobierno fue consciente de su debilidad frente al exterior por su atraso
económico y militar. Ello provocó la revolución Meiji comenzada en 1868. Esta
revolución consistió en una modernización económica, social y política de del
país. Esta modernización fue impulsada desde el gobierno y, en algunos aspectos,
fue más aparente que real; así, aunque Japón se convirtió teóricamente en una monarquía
parlamentaria, lo cierto es que el emperador, más allá de ser el jefe del
estado, tenía también una gran influencia política sobre los gobiernos.
La
incorporación de Japón a la Segunda Revolución Industrial se hizo a pesar de
las dificultades planteadas por la escasez de materias primas en el
archipiélago nipón.
Cuando
la transformación económica y social se consolidó, el gobierno japonés se
incorporó a la carrera imperialista iniciada por las potencias occidentales. El
gobierno japonés centró su interés en Corea, país vecino que ya había invadido
en el siglo XVI. La península coreana, aliada del Imperio chino, era vista como
una prolongación natural de Japón que podría proporcionar materias primas, mano
de obra barata y mercados para sus productos.
La
guerra chino-japonesa (1894-1895) fue rápida gracias a la superioridad
tecnológica del ejército japonés y con ella el Imperio japonés no sólo incorporó
Corea a su territorio, sino que se introdujo en la economía china junto al
resto de las potencias coloniales.
La
victoria de Japón en esa guerra lo puso en contacto con el Imperio ruso, que se
extendía por las regiones septentrionales del Imperio chino (Manchuria). El
choque entre ambas potencias se debió a la competencia por dominar esas
regiones y sus recursos, y también fue una lucha ideológica en la que se
contraponía el desprecio europeo a las “razas inferiores” frente al deseo de Japón
de presentarse como otro país desarrollado en nada inferior a los occidentales.
La
victoria nipona en la Guerra ruso-japonesa (1904-1905) se debió en gran parte a
la gran distancia entre los escenarios de los combates y la Rusia europea (al
oeste de los Urales), de donde procedían las tropas, las municiones y el equipamiento
de las tropas rusas.
La
victoria de Japón no supuso una gran expansión territorial debido a la
intervención de las potencias colonizadoras, especialmente los Estados Unidos,
que actuaron como mediadoras en el conflicto para conseguir la paz.
Durante
la Primera Guerra Mundial el Imperio japonés se unió a los aliados para
arrebatar a Alemania sus colonias en Asia y el Pacífico. En los años veinte se benefició
igualmente de la expansión económica mundial.
La
crisis de 1929 golpeó a Japón con más fuerza que a otros estados industrializados
por la falta de materias primas del país y lo reducido de su imperio colonial. Además,
la población japonesa había crecido de manera constante durante las décadas anteriores,
por ello a la crisis económica se unió la sobrepoblación.
Consecuencia
de la crisis económica y social fue una crisis política que debilitó el sistema
parlamentario y reforzó el papel político del ejército japonés. Una facción del
mismo era favorable a la expansión sobre territorio chino.
Tras
la Guerra chino-japonesa el gobierno imperial de China se fue debilitando hasta
que en 1912 la monarquía fue sustituida por una república, pero los intentos de
democratizar el país fracasaron por la escasa industrialización y la
intervención de las potencias colonizadoras en los asuntos internos de china.
Finalmente, estalló una guerra civil entre varias facciones que acabó dando
lugar desde 1927 a un enfrentamiento entre el Partido Comunista Chino y el
gobierno nacionalista de derechas.
A esa
debilidad política y militar china se le unió la situación de la URSS, heredera
del Imperio ruso, que en ese momento no participaba en la política
internacional. Lo anterior favoreció la
intervención japonesa que en 1931 invadió Manchuria y la convirtió en el estado
títere de Manchukuo.
Las
críticas a la actitud agresiva de Japón llevó a su abandono de la Sociedad de
Naciones voluntariamente en 1935, y en 1936 firmó el Pacto Antikomintern
aliándose con la Alemania nazi, como una forma de reforzar su papel
internacional.
Aunque
la incorporación de Manchuria al Imperio japonés le permitió a éste acceder a
más recursos y facilitó la emigración de la población sobrante fuera del
archipiélago nipón, no acabó con su crisis económica, así que los militares
insistieron en su política agresiva y finalmente, en 1937, invadieron China.
A
pesar de su superioridad tecnológica Japón no consiguió una rápida victoria.
Por un lado los nacionalistas y los comunistas chinos se unieron contra los
invasores. Por otro lado la enorme población y tamaño de China hacía difícil el
avance japonés, en tercer lugar los chinos recibieron ayuda militar y política
del exterior.
Para desmoralizar
a los chinos el ejército japonés desarrolló una violencia extrema; así, durante
la llamada “Violación de Nankín”, en 1937, los soldados japoneses mataron a
sangre fría a más de 100.000 civiles chinos en esa ciudad.
Las
sanciones económicas contra Japón, que redujeron la llegada de materias primas,
especialmente el petróleo procedente de Estados Unidos, llevaron a un
empeoramiento de la crisis económica en el país, y a que el gobierno y el
ejército japoneses planearan la
ocupación de las colonias occidentales en Asia, desprotegidas desde 1939 por la
guerra en Europa. Así es como Japón entró en la Segunda Guerra Mundial en 1941 y
la Guerra chino-japonesa pasó a ser una parte del conflicto planetario.
La política expansionista de Alemania en los años
treinta del siglo XX
La política
expansionista de Hitler comenzó como una rectificación del Tratado de Versalles
que había puesto fin a la Primera Guerra Mundial, para luego convertirse en una
expansión dirigida a cumplir con sus planes de construir una “Gran Alemania”,
un estado que incluyera a todos los alemanes étnicos, y un imperio territorial
que proporcionase el Lebensraum, el “espacio
vital” necesario para proporcionar los alimentos y materias primas necesarias
para la economía alemana. Ese Lebensraum
debería lograrse a costa de los países eslavos de Europa oriental, vaciándolo
de población no alemana excepto la estrictamente necesaria por motivos
económicos, es decir para que trabajasen como esclavos para los alemanes.
Ya en
1933, el mismo año en que llegó al poder, Hitler retiró a Alemania de la
Sociedad de Naciones, renunciando a la diplomacia pacífica como método de
resolución de los conflictos internacionales.
La expansión
del Tercer Reich comenzó con la reincorporación del Sarre al estado alemán en
1935. Esta región estaba bajo administración internacional, para pagar con sus
ingresos las deudas de Alemania. La población del Sarre votó en referéndum volver
a estar bajo el gobierno alemán.
En
marzo de 1936 Hitler rompió un artículo del Tratado de Versalles al
remilitarizar la orilla derecha del Rhin, es decir al colocar tropas alemanas
en la frontera con Francia. El objetivo de la desmilitarización había sido
evitar futuras fricciones entre ambos países.
El
mismo año, en julio, comenzó la Guerra Civil Española, y Hitler aprovechó su apoyo
a los militares sublevados para probar en España la tecnología militar más
moderna, cosa que le había sido prohibida a Alemania en el Tratado de
Versalles.
A
finales de 1936 Alemania, Italia y Japón firmaron el Pacto Antikomintern,
dirigido contra la URSS y todos los partidos comunistas, como una forma de
reforzarse mutuamente, en un momento en el que los tres países desafiaban el
orden internacional; es decir las
fronteras resultantes de la Primera Guerra Mundial.
En marzo
de 1938, tras varios años de intrigas, Hitler realiza el Anschluss, la anexión de Austria al Tercer Reich. Eso significaba
que los austriacos se convertían en alemanes con todos los derechos que los
alemanes nativos, no era una invasión. De hecho, gran parte de la población
austriaca lo aprobaba, y se realizó un referéndum para confirmarlo. Pero era
algo que también prohibía otro artículo del Tratado de Versalles.
A
continuación Hitler manifestó el deseo de anexionarse la región fronteriza de
Checoslovaquia con Alemania. La razón para hacerlo es que la mayoría de los
habitantes de esa región eran los Sudetes, alemanes étnicos que vivían en
Checoslovaquia. Esta situación planteaba la agresión a otro país y por ello
intervinieron Francia y Gran Bretaña.
Los
gobiernos democráticos de Francia y Gran Bretaña no habían intervenido hasta
ese momento porque una parte de la opinión pública de ambos países consideraba
que el Tratado de Versalles había sido injusto con Alemania, y que todo lo que
Hitler había hecho hasta entonces estaba justificado. Por otra parte, la
mayoría de los franceses y británicos guardaban mal recuerdo de la anterior
guerra mundial y no querían que se repitiera, por eso era fuerte el sentimiento
pacifista.
En
septiembre de 1938 tuvo lugar la Conferencia de Munich en la que Francia y Gran
Bretaña autorizaban la anexión de los Sudetes para evitar una guerra, con la
promesa de Hitler de que ahí acababan sus ambiciones territoriales.
Al
mes siguiente las tropas alemanes invadían y anexionaban la región de los
Sudetes.
Sin
embargo, en marzo de 1939 las tropas alemanas invadieron el resto de los
territorios checos y los incorporaron al Tercer Reich como Protectorado de
Bohemia-Moravia, los territorios eslovacos se convirtieron en un estado títere
de Alemania.
A
partir de ese momento los estados democráticos dejaron de fiarse de Hitler
aunque este planteó una última reclamación: el corredor de Danzig o el pasillo
de Danzig o la franja de Danzig. Para unir el territorio de Prusia oriental con
el resto de Alemania Hitler quería recuperar la ciudad de Danzig y su
territorio circundante, que estaban bajo administración polaca. Polonia,
apoyada por Francia y Gran Bretaña se negó. En agosto de 1939 Hitler consiguió
que Stalin firmara el Pacto germano-soviético que convertía a ambos dictadores
en aliados, y que repartía en secreto los territorios de Polonia y otros
estados. Ello evitaría a Alemania, al menos de momento, luchar una guerra en
dos frentes como había pasado en el primer conflicto mundial.
Finalmente,
ante la negativa polaca a ceder, Alemania invade el país en septiembre de 1939
comenzando la Segunda Guerra Mundial.
La política expansionista de Italia en los años treinta
del siglo XX
La
política expansiva de Italia en los años treinta fue, en parte, el resultado de
las acciones de Japón y Alemania. Los éxitos de ambos países al expandirse con
poco coste militar y político animó a Mussolini a imitarlos. Aunque la retórica
fascista siempre había incluido la idea de restaurar el Imperio Romano en el
Mediterráneo, en los primeros diez años de gobierno fascista en Italia no se
hizo nada en esa dirección.
Fue
la Gran Depresión, como en Japón y en Alemania, la que impulsó al gobierno
italiano hacia una política expansionista dirigida al exterior. Pero ésta, en
vez de estar centrada en la obtención de materias primas y territorios, como
las de Japón y Alemania, estaba centrada en conseguir prestigio internacional
para el Duce, lo que supondría un reforzamiento de su imagen dentro del propio
país, y en lograr una salida para el excedente demográfico italiano, país que
desde hacia medio siglo era uno de los
estados europeos que más emigrantes mandaba a América.
En
1935 Italia invadió Etiopía, uno de los dos estados africanos independientes.
El objetivo era en gran parte político. En 1896 Abisinia, anterior nombre de
Etiopía, derrotó al ejército italiano que había intentado conquistarla, y eso
fue vivido por los italianos como una humillación nacional.
La
rápida conquista de Etiopía por Italia reforzó la imagen interna de Mussolini y
permitió la emigración de una parte de la población italiana. Sin embargo, las
críticas internacionales fueron muy fuertes y Mussolini, que inicialmente
desconfiaba de Hitler y había apoyado a las democracias, acabó aliándose con
Alemania. Así, en 1936 ambos países colaboraron con los rebeldes que habían
iniciado la Guerra Civil Española y firmaron, junto a Japón, el Pacto
Antikomintern.
En
1939 Italia invadió Albania como primer paso hacia una expansión en dirección
al Mediterráneo oriental. Mussolini aprovechó que la atención internacional
estaba centrada en el final de la Guerra Civil Española y en la ocupación
alemana de Checoslovaquia.
Cuando
estalló la Segunda Guerra Mundial Mussolini se mostró inicialmente neutral
hasta que las victorias alemanas hicieron que se declarara aliado de Hitler. La
política italiana en el Mediterráneo oriental influiría en la Segunda Guerra
Mundial al implicar a los alemanes en la invasión de Grecia y en la guerra en
el norte de África.
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