lunes, 16 de mayo de 2016

Princesas, texto de Ángeles Caso







http://eulaliamarina.blogspot.com.es/2011/04/princesas.html


Como historiadora del arte, de vez en cuando el Museo del Prado me llama para que imparta un curso o dé alguna charla. Estas últimas semanas, hablo allí de la representación del poder femenino en los retratos de reinas e infantas de la monarquía española. Un poder transferido por los hombres: ninguna de esas mujeres hubiera significado nada de no haber sido hijas de rey y esposas de rey. Tan sólo tres de ellas gobernaron por sí mismas, y en los tres casos por falta de herederos varones y en medio de tremendas convulsiones: Isabel I, que alcanzó el trono tras una guerra civil. Su hija Juana I, que fue inhabilitada por estar supuestamente loca. E Isabel II, que tuvo que enfrentarse a las tropas de su tío, el infante Carlos María Isidro, que se negaba a permitir que una mujer pudiera dirigir España.

Durante muchos días, me sumerjo en las imágenes y las vidas de todas esas mujeres cuyo papel fundamental en la vida fue el de dar herederos a la dinastía, además de servir de floreros y ejemplos de piadoso comportamiento. Veo cómo una y otra vez eran utilizadas como piezas del ajedrez diplomático sin ningún respeto hacia sus sentimientos: Isabel de Valois había estado prometida con el infante don Carlos; pero al quedarse viudo el padre, Felipe II, la casaron con éste; ella tenía trece años; él , treinta y dos. Isabel de Borbón era una niña de doce años cuando contrajo matrimonio con el irremediablemente infiel Felipe IV. Y su sucesora en el lecho de este rey, Mariana de Austria, tenía trece, mientras que él había cumplido ya los cuarenta y dos. Una de las hijas de Felipe V, María Ana Victoria, fue enviada a los tres años a París para casarse con Luis XV, rechazada luego y casada finalmente a los diez con el heredero de Portugal.

Durante sus años de vida -a menudo breves a causa de las complicaciones de embarazos y partos- , trajeron hijos al mundo sin cesar: María Luisa de Parma, la esposa de Carlos IV, estuvo embarazada veinticuatro veces y sufrió diez abortos. María de Austria, hija de Carlos V, parió quince hijos en veinticuatro años de matrimonio. Margarita de Austria, esposa de Felipe III, tuvo tiempo de tener ocho criaturas antes de morir de parto a los veintiséis años. Partos que, por cierto, tenían lugar en público, en presencia de todos los grandes de la corte y los embajadores. Como el resto de la vida de aquellas mujeres, que transcurría siempre ante los ojos de centenares de personas. (Se me dirá que también les ocurría lo mismo a los reyes, pero ellos podían escaparse de palacio cuando querían, como bien demuestran los numerosos amoríos y noches de juerga de muchos de ellos).

Entretanto, se vieron obligadas a alejarse para siempre de sus padres y hermanos, rezaron o fingieron hacerlo sin parar, ocultaron sus tristezas y sus enamoramientos y se pasearon por los palacios cubiertas de telas preciosas y de joyas magníficas, dando testimonio de la riqueza de sus maridos o padres, pero con los cuerpos encerrados bajo corsés de madera- al menos, en la época de los Austria- y complicados artefactos que ocultaban del todo sus formas femeninas.

A las niñas nos han hecho siempre desear ser princesas. Pero las princesas, en su mayor parte, no fueron nada más que mujeres esclavizadas. Un triste ejemplo para el género femenino.

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