martes, 5 de julio de 2016

La cruz gamada cabalga el Mediterráneo

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Patricia Simón 16 de junio de 2023

Uno de los operarios que descargaban el jueves los cuerpos de los muertos del naufragio de Grecia llevaba tatutado en el brazo una cruz gamada y otra greca, símbolo de del partido neonazi Amanecer Dorado, una organización declarada criminal, entre otras causas, por sus ataques a los migrantes. Lo sabemos gracias a la crónica del periodista Hibai Arbide Aza, publicada en El País. A unas decenas de metros, en el recinto del puerto de Kalamata donde han sido trasladados los supervivientes, la policía ha colocado biombos junto a las vallas para que estos no puedan hablar con la prensa, como nos cuenta Queralt Castillo en lamarea.com.
Estos detalles, que han podido documentar porque han ido allí para ser nuestros ojos, nos salvan de la tentación de esquivar el zarpazo de la crueldad, de reducirlo al titular de una tragedia más, de condensarlo a una cifra escandalosa pugnando por nuestra indignación con tantas otras cifras escandalosas, de pasar página para no imaginar sus ojos espantados cuando el agua empezó a cubrirlo todo. 

Lo reconozco. Pospuse pinchar sobre las crónicas del naufragio durante horas porque esta guerra que la Unión Europea libra contra las personas migrantes y refugiadas está cumpliendo su objetivo: que cada vez nos cueste más mirarla de frente porque, inevitablemente, somos cómplices de estos crímenes de lesa humanidad. Como lo fue con el Holocausto parte de la sociedad alemana con su silencio. Y podría haber conseguido mantenerme a salvo si sólo hubiese leído cifras, declaraciones oficiales, estadísticas. 

La impunidad europea

Pero llegó el brazo con las cruces gamada y creta, y me sentí ridícula por indignarme porque se permitiese que un nazi cargara con los cuerpos de las víctimas de las directrices racistas europeas. Porque lo más desolador es que no guardamos la más mínima esperanza de que los responsables de las políticas criminales de cierre de fronteras tengan que rendir algún día cuentas ante unos juicios como los de Nuremberg.


La impunidad alienta la criminalidad institucional: desde la primera imagen de un hombre ahogado durante un viaje en patera en la orilla de Tarifa en 1988 hasta este naufragio frente a las costas griegas lo único que han hecho los burócratas de Bruselas ha sido destinar más presupuesto a la industria militar para contener a los inmigrantes en las fronteras, pagar más a los países del Sur Global para que impidan el derecho a migrar y destruir la conciencia ética europea mediante su ejercicio sostenido de cinismo.

Ahora vendrán los discursos afectados lamentando las pérdidas humanas, responsabilizando a las mafias y omitiendo la verdad: que todos esos hombres, mujeres y niños se han ahogado porque la UE les impide venir en avión o en un ferry comercial, que muchos huyen de países en guerra como Siria o Palestina, pero que como no son blancos ni cristianos como los ucranianos se tienen que morir para ser noticia y recibir sus palabras de solidaridad, que van a seguir viniendo y que desde Bruselas seguirán pagando a las mafias que controlan las instituciones libias para que les detengan y lleven de vuelta, que seguirán viniendo y que los guardacostas y el FRONTEX


seguirán omitiendo sus llamados de auxilio, y que seguirán viniendo, porque el ser humano siempre se ha movido buscando un lugar más seguro, más próspero y donde desarrollar una vida mejor, y que seguirán ahogándose, porque las condiciones del viaje son cada vez peores y porque la impunidad de la crueldad siempre desemboca en la perversidad.


Y seguirán viniendo, y cada vez más, porque no hace falta huir de la guerra para que sea legítimo tu deseo de migrar, y seguirán ahogándose, y cada vez más, porque la crisis climática y la desigualdad les empujará al mar, y seguirán ahogándose, y cada vez más, porque cuantos más se ahogan, más dinero destina la Unión Europea al entramado de empresas contratadas para las políticas de cierre de fronteras que llevan fracasando tres décadas. O no. Porque quizás su única función es aumentar la mortalidad.

El racismo de la Unión Europea

Porque como informa Castillo, Alarm Phone ha mostrado el registro de las peticiones de auxilio que durante horas mandaron desde el barco pesquero. La Guardia Costera griega y la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (FRONTEX) tenían localizada la embarcación y no fueron a su rescate hasta que fue demasiado tarde. Voluntarios de Alarm Phone avisaron también a las autoridades de Grecia, Italia y Malta. En democracias plenas, esta información evocaría un futuro en el que los responsables pagaran por estas cientos de muertes.

Pero entonces leo a Arbide Aza, que explica que los supervivientes serán desplazados al campo de refugiados de Malakasa, construido en una base militar a 50 kilómetros de Atenas. Y vuelvo a recordar que no hay esperanza. O acaso, ¿qué tendría que pasar para que las autoridades europeas encerrasen a supervivientes blancos de un naufragio, que han visto desaparecer a cientos de personas, en una base militar? ¿Qué tendría que pasar para que la policía se arrogase el derecho de impedirles hablar con la prensa?

Y entonces recuerdo las noticias que nos llegan de Libia en las últimas semanas. Y me doy cuenta de que en este macronaufragio hay otro actor político importante más. El gobierno de Abdul Hamid Ad-Dbeiba, apoyado por la ONU y que controla Trípoli y parte de Libia occidental, lleva meses bombardeando con drones a los civiles que están en los puertos de Al-Maya, Zuwara y Az-Zaw. En el Este, el general Khalifa Haftar, considerado un criminal de guerra, ha ordenado detenciones masivas de inmigrantes por toda la región y una ofensiva militar en Musaid y Tobruk, la ciudad de la que partió el barco pesquero accidentado. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, se ha reunido en los dos últimos meses con los dos líderes enfrentados para alcanzar acuerdos a puerta cerrada contra la inmigración. Con opacidad y sin ningún tipo de prejuicios, la cruz gamada cruza ya el Mediterráneo. 

Mientras, las y los periodistas que nos están contando lo que ocurre en Kalamata no solo nos salvan del crimen de la indiferencia, sino que de alguna forma, su presencia allí nos representa a quienes nos gustaría preservar algo de decencia, participar en un acto en memoria de los fallecidos y desaparecidos, acercarnos a algún sitio donde poder permanecer en silencio en su recuerdo, dejarles flores, desearles que descansen en paz, desfilar en silencio ante los supervivientes, bajar la cabeza, susurrar que les acompañamos en su dolor. Y también, señalar a los responsables y decirles que tanta paz lleven como descanso dejan. Y que todos los criminales de guerra creen que nunca serán juzgados.

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