jueves, 10 de diciembre de 2020

Memorias de un marine

Con los de la vieja escuela. En Peleliu y en Okinawa

Los hombres emplearon ese período de calma en registrar las mochilas y los bolsillos de los enemigos muertos a la caza de souvenires. Se trataba de un asunto truculento, pero los marines lo ejecutaban de un modo muy metódico. Revisaban las cintas de los cascos en busca de banderas, vaciaban las mochilas y los bolsillos y extraían los dientes de oro. Los sables, revólveres y cuchillos de haraquiri [suicidio ritual] eran muy apreciados y los cuidaban con esmero hasta que pudieran enviárselos a su familia en casa o vendérselos a algún piloto o marinero por un jugoso precio. Los fusiles y otras armas más grandes por lo general se inutilizaban. Pesaban demasiado para llevarlas. Las tropas de retaguardia las recogerían después. Los hombres de las compañías de fusiles se lo pasaban muy bien bromeando sobre los espeluznantes relatos que aquella gente, que nunca había visto un japonés vivo y a la que no le habían disparado, contaría probablemente tras la guerra.

Los hombres se regodeaban, comparaban y a menudo intercambiaban sus premios. Constituía un ritual brutal y espantoso como ha ocurrido desde la antigüedad en campos de batalla donde los contrincantes son presa de un profundo odio mutuo. Era incivilizado, como lo es todo en la guerra, y se llevaba a cabo con aquel salvajismo particular que caracterizó el enfrentamiento entre los marines y los japoneses. No se trataba simplemente de buscar souvenires o saquear al enemigo muerto; más bien eran como guerreros indios arrancando cabelleras.

Mientras le quitaba una bayoneta y una vaina a un japonés muerto, me fijé en un marine que se encontraba cerca. No pertenecía a nuestra sección de morteros, pero había pasado por casualidad y quería participar en el botín. Se acercó a mí arrastrando lo que supuse que era un cadáver. Pero el japonés no estaba muerto. Había sido herido de gravedad en la espalda y no podía mover los brazos; de lo contrario, habría opuesto resistencia hasta su último aliento.

La boca del nipón resplandecía con enormes dientes con fundas de oro, y su captor los quería. Apoyó la punta de su Ka-Bar [cuchillo de combate] contra la base de un diente y golpeó el mango con la palma de la mano. Como el japonés pataleaba y se retorcía, la punta del cuchillo rebotó en el diente y se hundió en la boca de la víctima. El marine lo insultó y le abrió las mejillas hasta las orejas de un tajo. Puso un pie sobre la mandíbula inferior del infortunado y lo intentó de nuevo. La sangre manó de la boca del soldado. Este emitió un gorgoteo y se sacudió como loco. Grité:

—Mátalo para que no siga sufriendo.

La única respuesta que obtuve fue que me insultara. Otro marine se acercó corriendo, le metió una bala en el cerebro al soldado enemigo y puso fin a su dolor. El carroñero refunfuñó y continuó extrayendo tranquilo sus premios.

Tal era la increíble crueldad que podían cometer hombres decentes cuando se veían reducidos a una existencia salvaje en su lucha por la supervivencia en medio de la muerte violenta, el horror, la tensión, la fatiga y la mugre. Nuestro código de conducta hacia el enemigo se diferenciaba de manera drástica del que prevalecía detrás, en el puesto de mando de la división.

Lo niego todo (2017)

Joaquin Sabina - Lo Niego Todo (Official Video)

martes, 1 de diciembre de 2020

Los pies vendados de la reina

Si quisiera torturar a mi peor enemigo, lo obligaría a subirse a unos stilettos y andar con ellos todo
el día. Al resto de la gente le deseo la comodidad de tener los pies en el suelo protegidos por zapatos
en los que les quepan enteros. Y aunque la reina Letizia tenga el cargo institucional que tiene y sufra
la presión mediática que sufre, nada me gustaría más que verla andar con mullidas zapatillas,
anchas bailarinas, reconfortantes espardeñas o blandas venecianas. Lo bárbaro es aceptar que una
mujer, a estas alturas de la historia, en pleno siglo XXI, tenga que someterse a todo tipo de torturas
físicas por el simple hecho de ser la esposa de su marido. Un marido que se desplaza con toda la
planta bien asentada y no tiene pinta de que le duelan los metatarsos. ¿Qué extraña lógica es esa
según la cual una tiene que sacrificar hasta la salud por ser consorte? Y es que la cultura estética
dominante en Occidente es la que han impuesto los sádicos que disfrutan viendo sufrir a las
mujeres. Mediante el poderoso mundo de la moda, han cambiado nuestros gustos y preferencias
hasta el punto de que se celebra el estilo masoquista de Letizia, que es el estilo de la mayoría de las
que nacimos con un sexo tan equivocado que no podemos, según los estándares de belleza,
permitirnos el lujo de andar sin los huesos y los nervios comprimidos en esos corsés de puntera
estrecha sobre los que nos invitan a sostenernos durante jornadas enteras para transmitir una regia
apariencia de ingravidez. Qué absurdo es que tengamos que seguir con la humillación pública que
es esta sofisticada tortura inventada por hombres que no nos quieren. Busquen alguna imagen de
Manolo Blahnik y descubrirán que él suele calzar unas slippers de lo más apetecibles.

En su libro Beauty and Misoginy, la feminista Sheila Jeffreys sostiene que solo el sesgo
etnocéntrico de los occidentales hace que no percibamos como prácticas perjudiciales las de la
belleza en esta parte del mundo. Los pies vendados de las aristócratas chinas, el engorde forzado de
las mauritanas, los cuellos estirados de las mujeres jirafa o la mutilación genital nos parecen
aberraciones propias de pueblos primitivos; pero cortar narices sanas, rellenar pechos y nalgas,
promover el hambre y las restricciones alimentarias hasta la inanición o regalar dolorosas
operaciones estéticas a menores de edad no nos escandaliza en absoluto. Los salvajes son siempre
los otros, aunque nuestros sean unos cánones de belleza perversos y tremendamente misóginos.

NAJAT EL HACHMI, https://elpais.com/opinion/2024-04-26/los-pies-vendados-de-la-reina.html

Cuando tu amigo es tu acosador

Cuando tu amigo es tu acosador

 

Diana López Varela, 24 de agosto de 2023

 

De todas las cosas que se han dicho desde la malograda celebración del Mundial de Fútbol Femenino la que más me irrita es la justificación de la caverna mediática alegando que un beso forzado es solo un pico entre dos amigos que se llevan genial, y tonto el que no lo vea. Desde el primer momento en que se denunció la conducta del señor Rubiales hacia la futbolista Jenni Hermoso, las compañeras periodistas señalaron, muy acertadamente, que ese no era un beso entre amigos, sino un acto de acoso sexual entre un superior y su subordinada. Ya conocemos la relación de poder que se da entre un hombre y una mujer en una jerarquía profesional, pero ¿qué ocurriría si, efectivamente, este fuese un beso entre amigos? ¿Qué ocurriría si un aparente beso entre dos colegas escondiese también una agresión sexual? ¿Sabemos distinguir las preposiciones "entre" de "contra"? ¿Acaso un amigo, por bueno que sea, tiene derecho a comerle los morros a una mujer sin que medie el deseo de ella en ese acto íntimo?

Toda esta historia me hizo recordar, inevitablemente, la cantidad de violencia sexual que muchas mujeres hemos tolerado a lo largo de nuestras vidas por parte de pseudoamigos y coleguitas de turno. Hombres que han sabido ejercer su poder patriarcal desde la cómoda e infalible posición de la amistad verdadera. Esos que no han desperdiciado un momento de euforia, vulnerabilidad, bajón, intoxicación etílica, o desgracias varias para arrimar los morros más de la cuenta, o para meter la mano bajo la ropa al fundirse los cuerpos en un cálido abrazo. Esos amigos en cuyos brazos hemos llorado creyendo que nos consolaban atentamente, cuando el único consuelo que buscaban era el de su entrepierna. Esos fantásticos amigos que siempre han estado ahí cuando los hemos necesitado, esperándonos con una erección al otro lado de la puerta.

Difícil no encontrar una mujer que no se haya llevado un disgusto de este tipo con algún buen amigo. Difícil no encontrar a una mujer que haya transigido, tolerado, reído incluso, ante el cariño desmedido de ese colega que siempre aprovecha una ocasión para tocarte sin importarle si tú estás cómoda o no. Si tú lo deseas o no. Ese amigo que entiende muchísimo de lenguaje corporal cuando un señor se lleva las manos a la polla en medio de una celebración futbolística, pero muy poquito cuando es la suya la que te roza sin venir a cuento. Ese colega que, sin maldad ninguna, como diría el presidente de la RFEF, te aprieta contra una esquina o contra una pared, se te declara cada vez que tiene ocasión, y boicotea todas tus relaciones de pareja porque "ese mamón no te merece". Ese amigo que te lleva en coche a las afueras de la ciudad cada vez que estás agobiada porque para ejercer la amistad auténtica se necesita intimidad. Ay, ese amigo, un cielito de hombre, psicólogo y hermano, que es capaz de regalarte un juguete sexual en el día de tu cumpleaños porque tú lo que tienes es que olvidarte de tu ex y pasártelo bien. Y si no sabes cómo funciona lo probamos juntos jijí-jajá.

No hablo de amigos a los que les gustas o a ti te gustan, o no, porque el enamoramiento entre amigos es tan legítimo (o más) como el que surge en un match de Tinder. No hablo de amigos que te intentan conquistar y lo consiguen, o no, y aquí paz y después gloria. No hablo de amistades que se convierten en otra cosa por el deseo y la connivencia de ambos. No hablo de rollos entre amigos que se quedan como una anécdota y cuyo recuerdo te produce una sonrisa y no asco y arrepentimiento. No hablo del juego de la seducción y de sus consecuencias, ganes o pierdas, amigo. Yo, que siempre he estado a favor de las relaciones de pareja surgidas a partir de la amistad porque ya tienes medio trabajo hecho, no hablo de eso, claro que no. Yo hablo de esos otros amigos, los amigos que todas sabemos.

Me refiero al amigo que es capaz de plantarte un beso en la boca en medio de una discoteca plagada de gente (entre esa gente está tu novio) porque unos tipos que él no conoce (los amigos de tu novio) vienen a hablarte y él desea, con todas sus fuerzas, salvarte de pervertidos y de acosadores. Ese amigo que no es agraciado, y lo sabe, pero míralo que entregado está y siempre contesta el móvil cuando lo necesites para acabar hablándote de sexo, aunque a ti no te apetezca. Ese amigo protector y un poquito obsesionado que te entiende más que cualquier otra amiga porque él es hombre, él sabe cómo se comportan esos cerdos con las mujeres. Ese amigo que está deconstruido, reconstruido y liberado de toda masculinidad, ese amigo que se vende como un ser inofensivo: el peor. Yo me refiero a ese amigo que si no fuese tan amigo como te ha convencido él mismo, tendría dos bofetadas en cada una de sus mejillas y una denuncia en el juzgado. Fíjate amiga, que ese amigo no es tu amigo, es tu acosador.

Hablo también de ese colega de trabajo que aprovecha cada cena de empresa para babosearte sin caérsele la cara de vergüenza al lunes siguiente. Ese amigo-admirador, el que tiene un proyecto chulísimo pensado para ti que desaparece si no te vas con él a dormir a un hotel. Ese al que le encanta darte la turra a sol y a sombra y necesita quedar ciento cincuenta veces para resolver una chorrada y que insiste en acabar cada reunión en su casa porque así estamos más cómodos. No me olvido de aquel otro amigo que te manda un mensaje al día siguiente de emborracharos juntos en una fiesta para recordarte que "si no fuésemos amigos ayer te habría violado" ¡Qué amigo más mono! ¿Y qué me dices, querida, de ese otro amigo que te compra entradas para conciertos, teatro, reserva cenas (¡y hasta habitaciones de hotel!) y haces planes para los dos solos siempre que le sale de los cojones y sin preguntarte primero? ¿Cómo le dices tú a ese amigo tan riquiño que no quieres irte con él sola a ningún sitio cuando está claro que es tan buen amigo? ¿Acaso él no se da cuenta de que, si tú quisieses ser su novia, o acostarte con él, ya lo habrías hecho sin necesidad de tanta tontería ni de gastar tanto dinero? Que tú eres una mujer del siglo veintiuno, y tu amigo, lo sabe.

Puede que poco a poco ese amigo al que le contabas todo con pelos y señales se convierta también en el amigo que se enfada cuando tienes novio nuevo y deje de hablarte si te enrollas con aquel otro que no te conviene nada. Porque él ya te ha avisado, amiga, de que ese chico te va a hacer daño. Que pareces tonta. Ese amigo está ahí para ayudarte a aclarar tus sentimientos, cabecita loca, y tú se lo pagas liándote con cualquiera. Ese amigo que, en cuanto pierde la potestad en exclusiva sobre tus planes y sobre tu vida, se comporta como ex más tóxico y celoso que hayas tenido jamás. Y a mí no me vengas a llorar cuando estés mal, ¿de acuerdo? En cuestión de tiempo, puede que a ti ya no te apetezca darle más explicaciones a ese amigo que se comporta como si fuese tu propietario. Puede que quieres que se busque una novia o una nueva amiga (la pobre). Puede también que le guardes un poquito de rencor que crecerá en ti como lava ardiendo hasta el último día de vuestra supuesta amistad. Y por fin llegará el día en que se te habrá pasado la necesidad de justificarte todo el rato con ese amigo, dejarás de buscar su validación, te liberarás de su yugo y querrás perderlo de vista para siempre. De paso, dejarán también de impresionarte todos los tipos que simplemente no parecen unos gañanes, porque muchos de ellos también se agarran los huevos cuando marca un gol su equipo y se pajean con tu foto, aunque tú no los veas. Tendrás menos amigos, eso desde luego, pero al menos estos no intentarán acosarte cada vez que te despistes. Por fin entenderás que consentir no es desear y que desear tiene mucho que ver con la amistad real. Desear que jamás ninguna mujer haga nada para complacer a un hombre. Lo bueno es que ese amigo habrá desaparecido de tu vida en cuanto haya perdido toda esperanza de meterla en caliente. Y eso amiga, es lo mejor que nos puede pasar.


Yugoslavia 1941-44 Anti-Partisan Operations















Bouvines 1214 Philippe Augustus and the Battle for France


11. Giuseppe Rava. Генрих де Бар в битве при Бувине. 27.07.1214.
12. Giuseppe Rava. Пленение французами Уильяма Лонгспе, графа Солсбери пр Бувине
13. Пьер Жубер. Мэтьё де Монморанси с вязанкой фаньонов, захваченных им в битве при Бувине
14. Raymond Poivet. Филипп Август после битвы при Бувине.
15. Marek Szyszko. Битва при Сэндвиче. 24.08.1217.
16. Пьер Жубер. Монс-ан-Певеле, Филипп IV. 18.08.1304.










Mapamundi de lugares estratégicos

Vladivostok

San Petersburgo

Odessa

Múrmansk

Arjánguelsk, Arkhangelsk, Arcángel

Bósforo, Dardanelos

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Canal de Panamá

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Kattegat

Golfo Pérsico

Cuba, Jamaica

isla de La Española

Golfo de Guinea 

India

Bakú

Antillas Menores

Golfo de México

islas Malvinas

islas Maldivas

Teutoburg Forest AD 9 The destruction of Varus and his legions















This illustration, by Peter Dennis and taken from CAM 228: Teutoburg Forest AD 9, depicts a Roman legion storming a German rampart. With the assaulting troops unable to make any real impression upon the newly constructed palisade, the attack is doomed to failure and Roman prefect, Lucius Eggius, is obliged to call off the assault and pull his men back to reorganize themselves for a second attack. 

Ver meno

2. Arte romano. Historia del arte, Algaida, 2021

2. ARTE ROMANO

 

1. Arquitectura y ciudad

Durante el siglo II a. C., Roma entra en Grecia, conquista los reinos orientales helenísticos y se adueña del mundo antiguo. La expansión territorial y la explotación comercial del pueblo latino, enérgico y emprendedor, austero y pragmático, no tiene límites y avanza, simultáneamente, por el norte de África y por el finisterre mediterráneo. Tres vínculos poderosos unifican su gran empresa cultural: una lengua común, el latín; una normativa jurídica para todos sus ciudadanos, el derecho romano; y una arquitectura universal al servicio del Estado. Con razón el poeta galo Rutilio Namaciano se descubría ante un Imperio que consiguió hacer hijos suyos a todos los habitantes de sus vastas provincias romanizadas y exclama admirado: feciste patriam diversis gentibus unam.

Allí donde iban las legiones del Senado y del pueblo romano fundaban colonias y planificaban ciudades, controlando su colonización mediante una gigantesca red de calzadas empedradas: «Todos los caminos conducen a Roma», decían los contemporáneos. Veinte vías partían radialmente de la Aurea Columna Miliaria, punto kilométrico 0 situado en el foro de Roma, en dirección a las fronteras, zigzagueando montañas, perforando túneles, elevándose sobre ciénagas y vadeando ríos con puentes tan extraordinarios como el de Alcántara, en Cáceres.

Las ciudades de nueva planta se trazaron sobre un plano geométrico, inspirado en el urbanismo helenístico y experimentado con éxito en los campamentos militares. Vitruvio, autor de un monumental tratado sobre las construcciones romanas, aconseja elegir previamente un lugar sano, protegido de nieblas y de vientos. El siguiente paso era delimitar las dos calles mayores: el cardo, que se cruzaba en ángulo recto con el decumanus, formando en su intersección un espacio público: el foro. Estas vías principales se hacían coincidir con las cuatro puertas que se abrían en la muralla, orientadas hacia los puntos cardinales. Luego, se cortaban longitudinal y transversalmente los cuadrantes interiores por arterias secundarias, dando origen a manzanas regulares destinadas a viviendas. El diseño urbano se convertía así en un confortable damero, que se proyectaba en el subsuelo a través de un sistema de cloacas con el fin de canalizar las aguas residuales hasta verterlas en los campos o en los ríos cercanos. En las afueras se situaron las necrópolis con una rica tipología de tumbas, entre las que sobresale el columbario, con nichos para depositar las cenizas.

Ingenieros, urbanistas y arquitectos vieron favorecida su labor con la utilización de nuevos materiales como el hormigón u opus caementicium, que permitía elevar muros gruesos y voltear atrevidos arcos, bóvedas y cúpulas. La ligereza, resistencia y bajo coste del ladrillo u opus latericium lo convirtió en el material idóneo para los paramentos, que en los edificios emblemáticos se revestían con placas de mármol. La mayor parte de estos logros se alcanzaron ya en época de Augusto, de quien Suetonio dice que «heredó una Roma de adobe y la devolvió de mármol». Otras particularidades del genio constructivo romano serían el descubrimiento del ábside como eje de simetría horizontal y de la cúpula como eje de simetría vertical; la concepción axial de los conjuntos monumentales; y la articulación definitiva de la fachada mediante superposición de órdenes en altura, empleando el dórico en la planta baja por su robustez, seguido en los pisos superiores por el jónico, corintio y un módulo específicamente romano, que resulta de la combinación de los dos últimos: el compuesto.

El pulso de cualquier ciudad romana se tomaba en el foro: una espaciosa plaza rectangular abierta en el corazón del tejido urbano, donde se manifiesta el poder político, comercial y religioso. Los edificios que representaban estas tendencias eran la curia, la basílica y el templo. A la entrada y en el centro de este privilegiado espacio social latía el protagonismo glorioso de sus habitantes, visible en arcos triunfales y columnas honoríficas. La estatua del emperador presidía el lugar y en los soportales se establecían tiendas.

La curia es el lugar de reunión del Senado y en sus aledaños se alzaban las tribunas públicas o rostra, desde donde los oradores dirigían sus mítines al pueblo. La basílica (un cuadrado) servía de bolsa de comercio y tribunal de justicia. Su aspecto es el de un rectángulo, dividido en tres naves interiores por hileras de columnas; la cabecera se remata por un ábside y enfrente se abre la puerta de acceso. Un diseño funcional que se convirtió en el predilecto del culto cristiano tras la Paz de la Iglesia, decretada por Constantino.  El templo romano, dedicado generalmente a la tríada capitolina formada por Júpiter, Juno y Minerva, derivó del griego, pero presenta características propias, como la elevación sobre un podio con escalinatas y la invasión del espacio sacro por la cella, hasta el punto de embutir en sus muros las columnas perimetrales.

La Maison Carrée, en la localidad francesa de Nimes, resume esta fórmula, que la devoción romana compaginará con la planta central en la más brillante de sus construcciones religiosas: el Panteón de Roma, consagrado a todos los dioses del Imperio. La idea germinal de este monumento a la tolerancia confesional se debe a Agripa, que lo inauguró el 27 a. C. en el Campo de Marte, pero varios incendios obligaron a Adriano a reconstruirlo de nuevo un siglo después. Está precedido de un pórtico columnado, que deja paso a la gran rotonda cerrada por una cúpula acasetonada, cuya altura de 43,50 metros es idéntica al diámetro de la base. Tal alarde técnico se produjo por la sabia distribución de fuerzas, conseguida al embeber en los muros de hormigón arcadas superpuestas de ladrillo.

El poeta satírico Juvenal comenta: «Dos cosas solamente anhela el pueblo: pan y espectáculos». En consecuencia, ¿puede llamarse ciudad a un lugar que carece de edificios: de ocio, que no tiene circo, ni teatro, ni anfiteatro, ni traída de agua para abastecer las termas y donde sus habitantes viven en chozas? Cualquier ciudad importante ofrece a sus habitantes un amplio programa de espectáculos y cada diversión requiere un recinto adecuado. El aforo de estas construcciones permite aproximarnos a las aficiones del pueblo romano.

La masa se siente atraída por las carreras de carros que compiten en el circo y por las apuestas que se cruzan. El imponente Circo Máximo de Roma, con capacidad para 250.000 espectadores, abría sus puertas 240 días al año, siendo imitada su estructura y actividad en todo el Imperio. El diseño está copiado de los hipódromos griegos y consta de una pista rectangular con los extremos redondeados para facilitar el giro de las cuádrigas, que debían dar en cada concurso siete vueltas alrededor de una spina o mediana de separación. Cuatro empresas se disputaban los premios en metálico: las facciones blanca, azul, verde, roja, que tenían invertidos grandes capitales en sueldos de aurigas, talleres de reparación de carros, caballos, establos, mozos de cuadra, manutención, entrenamiento y traslado de hombres y bestias para cumplir los contratos firmados en las provincias. La fama que alcanzaron algunos corredores y el pedigrí de los caballos campeones quedaron inmortalizados. El español Diocles, ídolo de los aurigas de todos los tiempos, se retiró el año 146, cuando contaba 42 años de edad, después de haber ganado 1.462 veces y obtenido una fortuna de 35.863.120 sestercios. El día de la despedida, compañeros y seguidores descubrieron una lápida en el circo en homenaje a su inigualable palmarés. Y con respecto a los caballos, un mosaico con la inscripción: “Que tú venzas o no, te amamos, Polidoxus”, acredita el cariño incondicional del propietario hacia un purasangre norteafricano que, en su juventud, había deslumbrado en las pistas por su velocidad.

Plinio el Joven lamentaba que los intelectuales, «que se creen distinguidos y se definen serios», abarrotaran el circo, dando la espalda a una evasión más refinada: el teatro, que ya entonces se encontraba en crisis. El teatro romano se levantó a ras del suelo, diferenciándose del griego, que aprovechaba la pendiente de una colina para acomodar el graderío. El Teatro de Marcelo, en la capital, inaugurado el año 11 por Augusto, tenía un aforo de 20.000 personas y su tipología fue imitada en todas partes. En España se conservan 21 teatros, destacando los de Pollentia (Alcudia, Mallorca), Acinippo (Ronda, Málaga), Itálica (Santiponce, Sevilla), Clunia (Coruña del Conde, Burgos), Segóbriga (Saelices, Cuenca) y Emerita Augusta (Mérida, Badajoz). Los conciertos musicales y recitales poéticos se celebraban en el odeón, cuya estructura es similar a la de un teatro, pero de proporciones reducidas para mejorar la acústica.

La unión de dos teatros dio lugar a un espacio de ruedo elíptico, que se convierte en el marco ideal de las distracciones violentas. Es el anfiteatro, testigo cada jornada de una programación cruel, dividida en tres sesiones. Por la mañana, venationes: cacería de animales y enfrentamiento entre fieras salvajes; al mediodía, ejecuciones capitales de los condenados ad bestias; y, en tiempo de persecuciones, martirio de cristianos. El escaso aliciente que suponía ver a un hombre indefenso, atado a un poste mientras le descuartizaban leones hambrientos, motivó su inclusión en horas de poca asistencia, como actuación telonera del plato fuerte de la tarde: los combates de gladiadores. En circunstancias excepcionales se organizaron naumaquias o batallas navales, tras impermeabilizar el suelo y convertirlo en un estanque. El calendario anual de juegos estatales tenía días fijos, como el cumpleaños del emperador y las festividades de Apolo, en julio, y de Júpiter, en septiembre. La ambición política de algunos magnates propició también el montaje de festejos extraoficiales para expresar su vanidad y pedir el voto al pueblo en las elecciones municipales. El Anfiteatro Flavio es el monumento más grandioso de la Roma imperial. Sus obras se espaciaron entre los años 72 y 80; las inició Vespasiano al comienzo de su reinado y las acabó Tito, que celebró su inauguración con cien días continuados de regocijos. En la fachada exterior se escalonan los cuatro órdenes clásicos de la arquitectura grecorromana, bajo las gradas corre un elaborado sistema de pasillos abovedados que posibilita al público acceder y desalojar fácilmente la localidad, y en la arena se hunde un foso subterráneo con jaulas de fieras, enfermería y depósito de cadáveres, que se techa con tablazón de madera. Un destacamento de marinería, enrolado en la flota, tenía la servidumbre de entoldar con velas la cavea para proteger del sol a los 50.000 asistentes congregados. En España permanecen en pie 12 anfiteatros, sobresaliendo el de Itálica por su capacidad y perfecta visibilidad desde todos los asientos. Los provenzales de Nimes y Arlés se siguen utilizando como plaza de toros.

El pasatiempo cotidiano transcurre en las termas. Un gran complejo deportivo que el romano frecuentaba por razones de higiene corporal, como mantenimiento de la salud física y cultivo de las relaciones sociales. Dos refranes compendian el uso generalizado que se hizo de estos centros de esparcimiento en las ciudades: Mens sana in corpore sano, que constituye el lema de la civilización latina; y No sabe leer ni escribir, que se decía para definir a un ignorante. Las termas son obras de ingeniería avanzada que responden a un diseño común, consistente en insertar las salas de baño en el interior de un amplio espacio dotado de jardines, gimnasios, pistas de atletismo y biblioteca. El núcleo del balneario lo constituye la piscina que, al llenarse con agua a temperatura ambiente, está fría y se denomina frigidarium. En los flancos se distribuyen los vestuarios o apoditerium y las salas climatizadas por la calefacción: el tepidarium y el caldarium, con bañeras de agua templada y caliente, acondicionadas por una red hidráulica de tuberías subterráneas que pasaban por hornos de leña. El suministro llegaba a través de los acueductos; en Francia se conserva el de Gard y, en España, los de Tarragona, Segovia y Mérida. Depiladores, perfumistas y masajistas atendían a los clientes después de tomar el baño. En Roma hubo termas aristocráticas, como las de Trajano, y de “gente de barrio”, aptas para el pueblo, como las promovidas por Caracalla.

Estas diferencias sociales son todavía más patentes en la vivienda doméstica. La plebe y la clase media viven en régimen de alquiler. Los inquilinos se hacinan en bloques comunitarios de pisos de cuatro o cinco plantas, llamados insulae. Vitruvio justifica en Roma esta medida, dado «el considerable aumento de sus habitantes, lo que obligó a buscar remedio al mal, aumentando la altura del caserío». Las ordenanzas municipales establecieron el límite permitido en 21 metros; pero la normativa se incumple y los cronistas escriben que Roma está «como colgada del aire». La madera predomina como material de construcción, acarreando graves riesgos de incendio y frecuentes amenazas de ruina. El famoso orador latino Cicerón, metido en negocios inmobiliarios y ajeno a las labores de mantenimiento de cualquier casero responsable, confiesa por carta: «Se me han hundido dos inmuebles y los otros tienen las paredes agrietadas. No solo se marchan los arrendatarios, ¡huyen hasta las ratas!». En el antiguo puerto romano de Ostia se conservan varias casas de vecinos, con tiendas en el bajo y apartamentos en los niveles altos; las pequeñas habitaciones de estas «colmenas», gélidas en invierno y sofocantes en verano, se distribuyen a lo largo de un pasillo, carecen de agua, y la cocina y las letrinas son comunitarias.

Por contra, las comodidades abundan en la domus, la lujosa y amplia mansión unifamiliar de los patricios, pavimentada de mosaicos y con decoración pictórica sobre las paredes. Pompeya y el barrio residencial de Adriano, en Itálica, ofrecen testimonios brillantísimos que permiten reconstruir las actividades domésticas de sus habitantes. El desarrollo interno de la vivienda es el resultado de añadir a la casa tradicional, con atrium y tablinum, un segundo patio porticado al fondo; se trata del peristilo griego, que cautivó a la aristocracia romana cuando entró en contacto con el mundo helenístico.

2. El retrato y el relieve conmemorativo

 

El retrato

El retrato es la mejor crónica vital del ciudadano romano. Los orígenes de este género artístico se remontan a la época republicana y en su configuración destacan dos antecedentes: la tradición funeraria de las imagines maiorum o efigies de los antepasados, y el retrato fisonómico griego del período helenístico.

Polibio describe en los años centrales del siglo II a. C. el interés de las grandes familias patricias por conservar el rostro de sus antepasados en una mascarilla de cera, que se obtenía directamente del cadáver poco después de morir. También narra el culto que se daba a esta colección de antepasados en el ámbito doméstico y en los entierros de sus miembros más cualificados: «Cuando muere en Roma algún personaje de consideración [....] se coloca la imagen del difunto en el lugar más patente de la casa, metida en un armario de madera. En las funciones públicas estas imágenes se suelen descubrir y adornar con esmero. Y cuando fallece otro miembro ilustre de la familia se sacan para que formen parte del cortejo fúnebre y sean llevadas por personas que se les asemejan en estatura y aspecto físico». Se refiere a la conducción del cadáver hasta el foro, cuya comitiva luctuosa iba precedida por parientes que se tapaban la cara con la mascarilla del difunto y con las de todos sus antepasados, haciendo gala de la importancia de su gens; luego, en la plaza, se sentaban junto a la mortaja mientras el hijo mayor hacía el panegírico del finado, ensalzando sus virtudes y hechos gloriosos. Terminado el elogio, las máscaras desfilaban por orden de antigüedad delante del féretro, al tiempo que el orador glosaba los éxitos y las hazañas de los personajes que representaban. «Para un joven que aspire a la fama y al honor -concluye Polibio-, es difícil asistir a un espectáculo más bello que este.»

Dos siglos después, Plinio el Viejo constata los mismos hábitos en las viviendas y en los funerales romanos: «Otras clases de imágenes se veían en los atrios de nuestros mayores. Eran rostros hechos de cera, guardados cada cual en su correspondiente armario, destinados a figurar en los entierros de los miembros de la familia como imágenes de sus antepasados, pues a todo fallecido le acompaña siempre la caterva de familiares que le antecedieron».

Para entonces ya se había puesto de moda perpetuar estas mascarillas en vaciados de bronce y copias de mármol, solucionando un problema sociológico a los nuevos matrimonios, que podían encargar reproducciones de sus antepasados para llevarlas consigo al hogar recién formado y continuar exhibiéndolas en los funerales. Simultáneamente, los vivos también desearon efigiarse, mostrando predilección por la absoluta fidelidad al modelo y aceptando sus defectos físicos. Varios equipos de escultores griegos, familiarizados con el retrato fisonómico helenístico, se ponen al servicio de la clientela romana. Niños, jóvenes, hombres, mujeres y ancianos fueron captados con escrupulosa veracidad. Surgen así de los talleres semblantes tersos y rostros severos, desdentados, surcados de arrugas y accidentados con verrugas y cicatrices que denotan las huellas del tiempo.

En el año 27 a.C., el régimen republicano deja paso al Imperio, encarnado en Octavio, que recibe del Senado el sobrenombre de Augusto o Sacrosanto. El nuevo rumbo político se manifiesta también en el arte del retrato. Las facciones del príncipe se idealizan, su imagen salta del espacio privado al dominio público y se convierte en instrumento de propaganda oficial. Centenares de copias se envían a las provincias para presidir templos, basílicas y foros, escuelas, cuarteles y cárceles, pregonando el mito del nuevo Estado. Son estatuas-retrato en las que el emperador aparece como jefe militar, sumo sacerdote, ciudadano togado o héroe mitológico. En el futuro, para ganar tiempo y ahorrar dinero, se conservará el cuerpo y se irán montando y desmontando las cabezas de los emperadores, según vayan ocupando el poder. Al aproximarse el siglo I de la era cristiana, el naturalismo republicano solo permanece ya entre la burguesía media de libertos; la alta sociedad imita a Augusto, cuya galería de retratos simboliza el cambio de gusto.

El de Prima Porta, vestido con traje militar de gala y arengando a las tropas, es una adaptación del Doríforo policlético. Con razón escribía el poeta Horacio ante el desembarco de fórmulas y artistas helenos en Roma: «La Grecia vencida sometió al vencedor e introdujo las artes en el Lacio agreste». El original debió de realizarse alrededor del año 19 a. C., a tenor de las escenas representadas en la coraza , pues la pieza del Museo Vaticano es una reproducción encargada como recuerdo póstumo por su esposa Livia cuando enviudó, y el copista, convencido de que Augusto era ya inmortal, lo representa descalzo, como a los héroes olímpicos, con Cupido acariciándole las piernas.

En el de la Via Labicana aparece como pontifex maximus, cargo que aceptó en el año 12 a.C., cuando rondaba la cincuentena; lleva la cabeza cubierta con el velo de la toga y en la mano mostraba la pátera del oficiante. A pesar de su avanzada edad, los rasgos siguen siendo juveniles, respondiendo a un prototipo de belleza ideal, que se desentiende del aspecto físico para representar el rango, la vida interior y el debate que tiene lugar en su conciencia. Así quiso Augusto que le recordara el pueblo romano: hermoso como un atleta y piadoso con la religión, pero abrumado por la servidumbre del Imperio.

Los emperadores de la dinastía Julio-Claudia (14-68) mantuvieron esta idealización que alternó pendularmente con una fase naturalista en la época de los Flavios (69-117) y de Trajano (98-117), para recuperar el convencionalismo clasicista y la corrección académica con Adriano (117-138), los Antoninos (138-192) y los Severos (192-235).

A lo largo de esta evolución se produjeron otras novedades iconográficas y técnicas, observables en el atuendo, la moda en el peinado femenino, el uso de la barba en los hombres, el claroscuro entre la tersura de la piel y la cabellera crespada, o la incisión de la pupila y el iris sustituyendo al globo ocular liso. Pero, a efectos de clasificación, los cambios más acusados se dieron en los retratos de medio cuerpo, en los que el busto va creciendo al compás de los siglos. Con los Julio-Claudios llega a las clavículas, con los Flavios desciende hasta los hombros, con Adriano se representan los pectorales y parte de los brazos, y con los Antoninos y los Severos, el tórax completo. De los múltiples retratos ecuestres que se alzaron en las calles y plazas de Roma, ocupa un lugar de honor el del emperador Marco Aurelio, en el Capitolio, fundido en bronce el año 166, cuya hechura inspirará las estatuas de los condotieros a caballo renacentistas.

El relieve conmemorativo

Roma, siempre generosa con los vencedores, dio la bienvenida a sus emperadores victoriosos con altares propiciatorios, arcos triunfales y columnas honoríficas, exultantemente decorados con relieves históricos. En estos carteles pétreos de propaganda se conmemoran las gestas militares del pueblo romano para que sirvieran de ejemplo a las futuras generaciones.

El altar más célebre fue el Ara Pacis de Augusto, iniciado el año 13 e inaugurado el 9 a.C.. El propio emperador escribe en su autobiografía los motivos que impulsaron la consagración: «A mi vuelta de Hispania y de la Galia, después de haber pacificado por completo aquellas provincias, el Senado decretó que, en acción de gracias por mi feliz regreso, se erigiera un altar a la diosa de la Paz en el Campo de Marte, al que cada año acudieran los sacerdotes para sacrificar un carnero y dos bueyes».

Al monumento se accede por dos puertas: la anterior, con escaleras, para el oficiante; y la posterior para las víctimas. Su importancia artística reside en los relieves que decoran las paredes. Dentro, un friso con bucráneos y guirnaldas que encapsulan el ara; y fuera, un zócalo con roleos de acanto, cuatro alegorías que flanquean las entradas, y dos frisos con la procesión cívica que acude al sacrificio anual «para que la Casa que garantizó la Paz viva eternamente», según recuerda el poeta Ovidio.

En vanguardia desfila Augusto, seguido de su familia, amigos y colaboradores; después avanza rítmica y pausadamente todo el aparato civil y religioso del Estado: magistrados, senadores, flámines, pontífices y augures, alineados en doble fila y vestidos como celebra Virgilio a los romanos en la Eneida: «los señores del mundo, el pueblo de la toga». Todos los relieves fueron labrados por artistas griegos, que acuden a la tradición helenística para expresar los motivos ornamentales y los asuntos alegóricos; en cambio, se adaptan al orden severo y a la jerarquía romana en el cortejo procesional, que en nada se parece ya al indisciplinado tropel de atenienses que gesticulan en el Partenón durante la fiesta de las Panateneas.

Pero la forma habitual de recibir al César y a las legiones fue levantar un arco a la entrada del foro, bajo el que pasaban los héroes de la romanización camino del Senado mientras el pueblo los vitoreaba. Plinio el Viejo calificó a estos arcos triunfales de «invención romana», sobresaliendo por sus relieves históricos los dedicados a Tito (81), Septimio Severo (203) y Constantino (312-316).

El Arco de Tito es de un solo vano y en el interior se desarrollan dos escenas relacionadas con el aplastamiento de la revuelta palestina en Judea: Roma conduciendo la cuádriga del emperador, mientras la Victoria lo corona de laurel; y el desfile clamoroso de las tropas, que llevan a hombros los despojos del Templo de Jerusalén, obtenidos como botín de guerra: el candelabro de los siete brazos, el altar de los panes de la consagración y las trompetas de plata con las que los hebreos llamaban a la lucha. El carácter pictórico e ilusionista de estos relieves se observa también en los que decoran el Arco de Septimio Severo, alusivos al sometimiento de los pueblos partos, árabes y mesopotámicos.

El Arco de Constantino, formado por tres vanos, es un escaparate del relieve histórico romano, al tener empotradas lastras y medallones pertenecientes a otros monumentos de los siglos I y II, junto a los frisos que se labraron expresamente para esta ocasión; celebra su victoria sobre Majencio en el Puente Milvio y los diez años triunfales de su reinado.

Otro modo de saludar las glorias imperiales fue la columna honorífica. El primer ejemplo de columna encintada en espiral, exhibiendo un ciclo narrativo continuo, es la de Trajano: el emperador bético, oriundo de Itálica, bajo cuyo gobierno las fronteras territoriales del Imperio alcanzaron su máxima extensión. El Senado y el Pueblo romano le otorgaron en vida el título de «Príncipe Óptimo» y, a su muerte, se incluyó en el protocolo de la toma de posesión de sus sucesores la frase ritual de que fueran «más afortunados que Augusto y mejores que Trajano». Era la mayor ventura que se podía desear a un nuevo César.

La columna trajana fue diseñada por el constructor de puentes Apolodoro de Damasco e inaugurada el 18 de mayo del año 113 para perpetuar la conquista de Rumanía a los dacios. Consta de 155 escenas con 2.500 figuras y, al erguirse entre las bibliotecas griega y latina del foro de Trajano, parecía un libro más, aunque grabado en mármol. Relata las fortificaciones de los ingenieros y las construcciones de los zapadores romanos en las orillas del Danubio, el asalto a las ciudades, el incendio de aldeas, el ajusticiamiento de prisioneros, la deportación de las tribus bárbaras y el llanto de este pueblo ante el cadáver de su jefe; Trajano aparece medio centenar de veces, rodeado por su estado mayor, arengando al ejército y ofreciendo sacrificios a los dioses.

Ninguna novedad aporta la columna de Marco Aurelio, que parodia servilmente la soberbia creación trajana. Se erigió entre los años 180 y 193, y su objetivo fue congelar en piedra las guerras marcomanas y sarmáticas, que se desarrollaron en la Europa del Este. Originalmente, estuvo coronada por las estatuas del emperador y su esposa Faustina; en la actualidad está presidida por la imagen de San Pablo. La falta de imaginación artística para innovar está preludiando ya la decadencia social de Roma, que su contemporáneo Dion Casio resumía agriamente: «Después de la muerte de Marco Aurelio, la historia pasó de un imperio de oro a un imperio de hierro mohoso».

3. La pintura mural: los cuatro estilos pompeyanos

El catálogo de la pintura mural romana se divide en cuatro estilos, llamados «pompeyanos» por haberse localizado su secuencia completa en esta ciudad residencial del sur de Italia, sepultada bajo las cenizas volcánicas del Vesubio, el 24 de agosto del año 79, y felizmente recuperada para la historia del arte clásico por los arqueólogos españoles al servicio de Carlos III, cuando el futuro «mejor alcalde de Madrid» era rey de Nápoles.

En las excavaciones de Roma, Herculano y Boscoreale se han encontrado también villas con pintura mural, pero ninguna tan completa como la Casa de los cuatro estilos de Pompeya, sita en el número 7 de la calle de la Abundancia, cuyos propietarios tuvieron el capricho de reunir en sus paredes todas las tendencias desarrolladas entre el siglo II a. C. y el año 79 de la nueva era. La técnica empleada en la factura de estas obras consistía en enlucir el muro con varias capas preparatorias de cal y jabón para, posteriormente, pintar en seco sobre ellas. De la primera operación se ocupaba el pictor parietarius y de la segunda, el pictor imaginarius, que cobraba el doble. Los pintores trabajaban en cuadrillas especializadas, que recorrían el territorio atendiendo a la clientela.

El primer estilo ha recibido el nombre de incrustaciones. Consiste en pintar la habitación con placas de mármol, dando la impresión de que la pared está revestida de lujosos jaspes. Fue una moda importada de Grecia y su intención era aparentar el suntuoso aspecto de los palacios helenísticos y de los edificios oficiales romanos, que estaban tapizados de mármoles reales. Su bajo precio hizo que se prolongase durante tres cuartos de siglo: desde el 150 a. C. hasta la dictadura de Sila, que tuvo lugar en el año 82. La Casa de los grifos, en Roma, y la Casa de Salustio, en Pompeya, ofrecen bellos ejemplos de este tipo ornamental.

Al segundo estilo se le llama de perspectiva arquitectónica. Trata de ampliar ficticiamente las dimensiones reales de la sala, pintando fachadas de edificios, que reproducen los telones escenográficos colgados en los teatros cuando se representaban tragedias y comedias. La presencia de columnas, entablamentos volados y cornisas, proyectados en perspectiva, engañan a la vista, simulando que la pared se abre al exterior. Es un estilo ornamental típicamente romano y, como tal, un invento práctico que pretendía resolver de manera artificiosa dos carencias de la arquitectura doméstica. En primer lugar, la estrechez de las habitaciones urbanas, creando un efecto de amplitud del que solo podían disfrutar los terratenientes en sus villas campestres; en segundo lugar, solucionaba el déficit de ventanas, ya que la tradicional fuente de aire y de luz que tenía la casa procedía del atrium, de ahí que pintasen también falsos vanos abiertos en el muro con paisajes luminosos en el fondo, donde actúan los personajes creados por Homero, convirtiéndose así estas vistas en cuadros históricos de la Ilíada y la Odisea. Su cronología abarca desde los tiempos de Sila hasta el principado de Augusto (27 a. C.). La Villa de los misterios, en Pompeya, y la de Publio Fannio Sinistor, en Boscoreale, constituyen una antología de este sistema decorativo.























32. Cayo Julio Lácer. Puente sobre el río Tajo (104-106). Granito. 194 m de longitud y 71 m de altura. Alcántara, Cáceres.

Es el mayor puente del mundo romano y sobre él pasa la calzada que comunica Cáceres con Coimbra. Se construyó en honor de Trajano, cuyo nombre figura en el arco triunfal del centro junto a la lista de las tribus indígenas que financiaron sus obras. El arquitecto dejó escrito a la entrada: «Puente hecho para siempre, mientras duren los siglos».

 

33. Timgad (Argelia).

Vista aérea de la colonia fundada por Trajano en el año 100, en Numidia, cuya planta urbana repite el modelo del campamento romano.

Foro y mercado de Trajano

Foro de Augusto

Foro romano

Foro de César

Foro de Nerva

 (Y SU RESPECTIVA IMAGEN)

 

34 Planta y distribución de los foros imperiales romanos.

Roma contó con 17 foros a lo largo de su historia urbana, pues cada emperador se esmeró en construir el suyo propio. Esta operación requería costosas expropiaciones de fincas particulares, que solo podían acometerse con el botín de una guerra victoriosa. El ensanche desahuciaba a numerosos ciudadanos, que tenían que buscar casa en los barrios periféricos, encareciendo el suelo habitable. El primero de los foros corresponde al período republicano y el segundo a Julio César (54 a. C.). Por su parte, Augusto (2 a. C.) inauguraba la brillante serie de foros imperiales, que Plinio el Viejo adula como «una de las obras más bellas que ha visto el orbe». El arquitecto Apolodoro de Damasco proyectó para Trajano (113) el más monumental, con ábsides en las esquinas.

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Maison Carrée (16 a. C.). 14 x 28 m. Nimes, Francia.

La «casa cuadrada» es un templo hexástilo, edificado en el Foro de Nimes y consagrado al culto imperial. Fue patrocinado por Agripa en honor de su suegro Augusto, su esposa Livia y sus hijos Cayo y Lucio.

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PIE DE LAS FOTOS:

38. Italo Gismondi. Maqueta de la ciudad de Roma (1937). Museo de la Civilización Romana, Roma.

En primer término, el Circo Máximo, con las cuadras de salida situadas en el fondo izquierdo, el palco de autoridades junto a la línea de meta y la spina, de 217 metros, decorada con estatuas, fuentes y obeliscos procedentes de templos egipcios, y el marcador donde se contabilizaban las vueltas dadas por los carros. Bordeaban este recinto dos de los once acueductos que alimentaban de agua corriente la ciudad. Al fondo, el Anfiteatro Flavio.



PIE DE LAS FOTOS:

39. Estructura ideal de un teatro romano.

El escenario está elevado sobre un podio (scaena), donde se mueven los actores en el curso de la representación (1); detrás se alza un gigantesco telón permanente (frons scaenae), articulado por columnas en pisos y decorado con estatuas (2). Debajo, la orquestra para los músicos (3) y a su alrededor las butacas de las autoridades (4). El público se sienta en el graderío semicircular (cavea), distribuido en ima (5), media (6) y summa cavea (7) a medida que ascienden las localidades en altura. El precio de las entradas determinaba la ubicación de los espectadores, que accedían y evacuaban el recinto a través de vomitorios (8).

 

40. Teatro de Emerita Augusta.

Patrocinado el año 15 a.C. por Agripa. Hormigón y revestimiento de granito.

El frons scaenae se decoró con columnas azules y capiteles, cornisas y estatuas de mármol blanco; la orquestra estuvo pavimentada con losas de mármol rojo y azul. 96 m de diámetro. Aforo: 6.000 espectadores. Mérida, Badajoz.

 41. Anfiteatro Flavio (72-80). Hormigón, piedra, ladrillo y revestimiento de mármol. 188 x 156 m. Aforo: 50.000 espectadores. Roma.

El nombre popular de “Coliseo” o “Coloseo” se debe al emplazamiento en sus aledaños de una estatua colosal de Nerón.

 

 

42. Anfiteatro de Itálica. Obsequiado, en el siglo II, por Adriano a su patria de origen. Hormigón revestido con sillares de piedra. 156 x 134 m. Aforo: 25.000 espectadores. Santiponce, Sevilla.

Las fieras salían del sótano hundido en la arena, que durante el espectáculo permanecía cubierto con tablones de madera. Las dos puertas en eje del ruedo reciben por oposición, el nombre de triumphalis y libitinaria. Por la primera entraban los gladiadores y por la segunda se evacuaba a las víctimas.

 

43. Acueducto de los Milagros. Las obras las inició Augusto y fue reacondicionado por Trajano y Constantino. Hiladas de sillares y ladrillos. 827 m de longitud x 25 m de altura máxima. Mérida, Badajoz.

El popular nombre de “los Milagros” se debe a que los emeritenses consideran un prodigio que sus pilares hayan permanecido en pie. Trasladaba el agua a la ciudad desde el embalse de Proserpina, sorteando el valle del río Albarregas. Los musulmanes copiarán en la mezquita de Córdoba la solución de entibar los pilares mediante arquería.

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Estructura y distribución interior de una domus romana.

La puerta de entrada se abre en el centro de la fachada, dando paso a un vestíbulo alargado o fauces. A los lados se sitúan dos locales comerciales o tabernas, que suelen alquilarse a menestrales para el establecimiento de sus negocios artesanos; estas tiendas gozan de régimen autónomo al tener acceso directo desde la calle y constituyen un cuerpo extraño a la vivienda. El atrium es la gran sala descubierta de recepción pública; en un rincón se encuentra el armario con las mascarillas funerarias de los antepasados y el larario con las imágenes religiosas que suscitan la devoción doméstica. Es también fuente de aire y de luz para las habitaciones vecinas, presididas por el tablinium, donde despacha el propietario. Las cuatro vertientes del tejado se inclinan hacia dentro (compluvium) con el fin de canalizar el agua de lluvia y conducirla al estanque central (impluvium), conectado a una cisterna subterránea. Al fondo se emplaza el peristilo, un segundo patio ajardinado y rodeado de pórticos hacia el que convergen la cocina, el comedor o triclinium con ventanas y divanes de mármol para almorzar y cenar recostados, y las letrinas y termas familiares. Plátanos, cipreses, hiedra, laurel y adelfas aportan verdura y frescor a estas dependencias íntimas de la casa.

 

45 Estatua Barberini. Ciudadano romano que porta las efigies de sus antepasados en el entierro de un familiar. La crítica moderna la identifica con un homo novus, un plebeyo enriquecido (50-30 a.C.). Mármol. 165 cm. Palacio de los Conservadores, Roma.

46 Iconografía de la coraza del Augusto de Prima Porta (según García Bellido).

En el centro, el dios romano de la guerra, Marte, acompañado de la loba capitolina, recibe del legado parto las águilas imperiales arrebatadas en el campo de batalla a las legiones de Craso y Antonio. Esta devolución se produjo el año 20 a. C. En los flancos aparecen sentadas las personificaciones femeninas de Hispania con su arma nacional rendida, el gladius, y de la Galia con su trompeta e insignias, llorando la pérdida de su independencia y su inclusión bajo la dominación romana, lo que tuvo lugar el año 19 a. C. Arriba, la Aurora guía la cuádriga del Sol, precedida del Lucero del alba y del Rocío, bajo la bóveda del cielo. En la zona inferior, Apolo sobre un grifo, Diana sobre un ciervo y la Tierra con la cornucopia de la abundancia, en clara alegoría a la prosperidad de la Paz Augustea.

 

47 Augusto arengando a sus tropas. Copia en mármol, posterior a su fallecimiento el 19 de agosto del año 14 d. C., extraída de un original en bronce realizado en torno al 19 a. C. 204 cm. Museo Vaticano, Roma.

Recibe el nombre de Prima Porta por la situación de la villa, en las afueras de Roma, donde se retiró su viuda Livia, y en cuyas ruinas fue descubierto en 1863.

48 Augusto ofreciendo un sacrificio (12 a. C.). Mármol. 217 cm. Museo de las Termas, Roma.

Recibe el nombre de Via Labicana por el lugar donde fue encontrado en 1910.

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Adriano. Procede de Itálica y, según García Bellido, es un retrato póstumo a su fallecimiento, en el año 138, realizado en tiempos de sus sucesores Antonino Pío o Marco Aurelio. Mármol. 81 cm. Museo Arqueológico, Sevilla.

Adriano, el emperador viajero y enamorado de las costumbres griegas, se dejó la barba para cubrir las cicatrices que le afeaban la cara; esta moda masculina se mantuvo en vigor dos siglos. Sobre la coraza luce la cabeza de la Medusa Gorgona.

 

 

50. Cómodo heroizado como Hércules (190). Mármol, 118 cm. Palacio de los Conservadore, Roma.

Retrato de medio cuerpo completo, donde el emperador porta los atributos olímpicos del héroe griego: la piel del león de Nemea, la maza y las tres manzanas de la inmortalidad que recolectó en el jardín de las Hespérides.

51 Ara Pacis de Augusto (13-9 a.C.). Mármol de Carrara. 11 x 10 x 4,60 m. Roma.

Varios fragmentos se descubrieron en 1568 y su decoración vegetal de guirnaldas y roleos inspiró toda la plástica del Renacimiento.

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54. Arco de Tito. Los legionarios de Tito pasean triunfalmente por Roma, a su regreso de Palestina, los despojos del Templo de Jerusalén, obtenidos como botín de guerra (80-85). Mármol pentélico. 2,40 x 3,80 m. Roma.

55. Arco de Constantino (312-316). Mármol. 21 m. Roma.

56. Columna de Trajano (113). Mármol. 29,78 m de altura, equivale a 100 pies romanos, y 3,83 m de diámetro. Foro Trajano, Roma.

57. Columna de Marco Aurelio (180-193). Mármol. 29,78 m de altura equivalentes a 100 pies romanos, y 3,80 m de diámetro. Piazza Colonna, Roma.

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Decoración mural del primer estilo pompeyano, llamado «de las incrustaciones» (80 a. C.). Pintura en seco sobre cal saponificada. Casa de Salustio, Pompeya.

Vitruvio, en el capítulo V, del Libro VII de Arquitectura, titulado De la pintura en el interior de las casas, declara: «Las primeras cosas que representaron los pintores antiguos sobre las paredes fue imitar las variedades y colocación de las placas de mármol».

 

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Decoración mural del segundo estilo pompeyano, llamado «de perspectiva arquitectónica (50 a. C.). Pintura en seco sobre cal saponificada. Procedente de la villa de Publio Fannio Sinistor, en Boscoreale. Metropolitan Museum, Nueva York.

«Después - dice Vitruvio - intentaron representar la vista de sus edificios, mediante la imitación de las columnas y de sus elevados remates, dibujando perspectivas como las fachadas de los teatros para tragedias, comedias y obras satíricas».