https://www.elmundo.es/yodona/2015/08/09/55c39b6446163f98248b458b.html
312 palabras
Un asesino de 11 años
Gonzalo
Aguirregomezcorta 27/01/2011
La edad de consentimiento sexual en EEUU es de 16 o 18 años, dependiendo
del estado. No se es suficientemente mayor para poder beber alcohol hasta los 21,
en cambio se supera la mayoría de edad en casi todo el territorio a los 18.
Pero, ¿puede un niño que comete un asesinato con 11 años ser juzgado como un
adulto? La respuesta es sí.
La presunta precocidad criminal de Jordan Brown podría costarle una vida
entera entre rejas. Está acusado
de matar en 2009 a Kenzie Marie Houk tras dispararle en la
nuca mientras dormía. Era la novia de su padre y le quedaban semanas para dar a
luz al hijo que ambos esperaban.
Según la acusación, esperó a que su progenitor se fuera a trabajar para
cometer el crimen. Acto seguido, se
subió al autobús del colegio como si nada hubiera pasado y
dejó a su hermana de 4 años sola con el cadáver. No olvidemos, según la
acusación.
En la actualidad, Brown se encuentra a las puertas de su adolescencia.
Tiene 13 años y aguarda bajo custodia una decisión que se escapa a su razón y
que puede condicionarle de por vida. Si es juzgado como un adulto, se enfrentaría a cadena perpetua.
Se convertiría así en la persona más joven de EEUU en ser condenada de por vida
sin la posibilidad de disfrutar de la libertad condicional (2.500 personas
sufren esta pena por crímenes cometidos antes de los 18 años) Si se respeta su
minoría de edad, podría quedar libre cuando cumpliera los 21.
Brown proclama su inocencia a psicólogos, fiscales y jueces, pero ellos
lo llaman de otra manera: "Negativa
a asumir la responsabilidad". Ahí reside la delgada línea
que le separa de un juzgado juvenil a otro para mayores. La acusación considera
condición sine qua non que admita su culpa para poder rehabilitarse. Sin
rehabilitación no hay perdón; y sin perdón, Brown se enfrentaría al peor de sus
destinos. "Este chico nunca va a admitir lo que hizo", llegó a
comentar un psiquiatra de la acusación.
El juez Dominick Motto consideró hace un año que la falta de remordimiento de Jordan constituyó
un factor en su contra para ser tratado como un niño ante la Justicia. Esta
semana, un panel compuesto por tres jueces del Tribunal Superior deberá decidir
si la opinión del juez Motto es admisible. El proceso podría alargarse durante
semanas o incluso meses.
Por enésima vez, el sistema judicial estadounidense vuelve a quedar en
entredicho. Amnistía
Internacional ha advertido a las autoridades de Pensilvania que,
si finalmente se enjuicia a Brown como adulto, supondría una violación del
derecho internacional.
"No es coherente con las obligaciones internacionales de EEUU en
materia de derechos humanos", afirmó Susan Lee, directora de la
organización en América. Junto a Somalia, EEUU es el único país del mundo que no ha
ratificado la Convención de la ONU sobre los Derechos del
Niño, que prohíbe que casos como el de Brown lleguen a buen puerto.
Brown iba a ver los partidos de hockey sobre hielo con su padre, cuando
picaba el hambre no dudaban en saciarla en algún restaurante de comida rápida y
si el crío se portaba bien, el premio era pegar unos tiros contra algunas latas en las
inmediaciones de la granja de Pittsburgh en la que vivían.
Estaba familiarizado con aquel modelo de escopeta de calibre 20, tanto
que presuntamente supo
encontrarla y hacerla funcionar para desencadenar el fatal
desenlace. El peso de la ley caerá sobre Brown, un chico que con 11 años ya
sabía jugar a juegos de mayores.
El ombligo en la escueal de Pilar Rahola
Una escuela de Girona ha provocado la última noticia que nos devuelve a un debate recurrente. El colegio Les Alzines envió a casa a treinta chicas que vestían de manera muy exagerada. "Pero dónde van: ¿a la escuela o a la discoteca?", se preguntó la portavoz del centro y, a tenor de la descripción, sin duda las chicas iban a la discoteca.
Camisetas de tirantes, tacones altos, tal vez algún ombligo al aire y, si hago caso de lo que he visto en otras escuelas, incluso algún tanga escapado de los pantalones de cintura baja. No es que a la escuela se vaya como a la discoteca, es que muchos jóvenes creen que ambos lugares son el mismo. Y este problema que la escuela de Girona ha intentado resolver de manera expeditiva –después de aprobar una normativa– es el paisaje común de la mayoría de escuelas del país. Y no se trata de una exigencia moral, aunque el colegio esté vinculado al Opus. Pero antes de que toda la progresía saque el fusil porque es una escuela religiosa, habrá que reflexionar sobre la razón que tienen. Religiosa o no, la escuela no puede ser un lugar cualquiera, y tratarlo como tal es perderle el respeto. De hecho, el mismo respeto que se ha perdido hacia la mayoría de las instituciones de la sociedad, pérdida que ha ido paralela a la erosión que ha sufrido el concepto de autoridad. La escuela tendría que ser un templo, un espacio solemne donde el conocimiento, los valores y la convivencia, se concilian en la formación de los jóvenes. No es, pues, un lugar cualquiera. Muy al contrario, es el lugar más importante de la vida de un joven después de la familia. Sin embargo, desde que tuvimos una indigestión de mayosesentayochismo y confundimos la libertad con la jungla, hemos ido devaluando estas ideas fundamentales y la realidad es bastante explícita: ni el Parlamento, ni la policía, ni los médicos, ni los maestros, ni ninguna autoridad está bien vista y, en coherencia, se usa la pancarta de la libertad para cualquier acto de menosprecio, de imposición e incluso de vandalismo. Es como si quisiéramos retornar a los tiempos anteriores a las tablas de la ley, aquellas que nos enseñaron que la civilización nacía el día que supimos que no todo estaba permitido. Obviamente un ombligo al aire en la escuela no es el fin del mundo.
Pero es el síntoma de este pensamiento débil respecto a algunos de los conceptos más profundos de una sociedad. Es decir, es la expresión externa de un pasotismo que equipara inconscientemente aquello que es fundamental con aquello que es fútil. Por eso, muchos chicos confunden la escuela con la discoteca, porque no ven ninguna necesidad de establecer diferencias. Y, sin embargo, debemos enseñarles que no tienen nada a ver. A la discoteca van a divertirse, pero a la escuela van a formarse y, si no respetan este verbo fundamental de su existencia, nunca se respetarán a sí mismos.
Padre, madre, pásalo
Quique Peinado
10/07/2016
La vida del padre y la madre modernos es eso que pasa
entre cumpleaños infantil al que acuden con sus hijos y cumpleaños infantil al
que acuden con sus hijos. Es tal la densidad de conmemoraciones y vida social
de los niños de hoy en día que he llegado a dudar si no habrá más cumpleaños
infantiles que niños. Hablamos de galas complejas, coordinadas entre padres,
con invitaciones y programas de festejos. Estamos a un paso de que los
cumpleaños de críos se organicen como los festivales de música: al llegar al
evento te ponen una pulsera y hay varios escenarios para que elijas qué quiere
hacer tu niño.El otro día estaba en un cumpleaños infantil (mi vida es de casa
al trabajo y del trabajo a la celebración niñera de turno) y una madre dijo una
frase que me marcó: «Mi hija hace tantas cosas, estoy tan de taxista todo el
día, que casi te diría que descanso cuando voy a trabajar». Entonces pronuncié
en alto una frase por la que recibí un asentimiento unánime: «Alguien tiene que
parar esto». Sí, alguien tiene que hacerlo. Y ya que PAPEL me brinda esta
tribuna para expresarme, me erigiré en portavoz no elegido de padres y madres
de España.Propongo crear una ONU de progenitores con sede en un chiquipark de
las afueras y firmar un gran Tratado de No Proliferación de Cumpleaños
Infantiles. Empezaríamos por España, porque no sé si esta gravísima
problemática se da en otros países, pero si hay que extender el modelo, se
extiende. O quizá sea necesario un chiqui 15-M, con los padres yendo a las
plazas de sus barrios, reuniéndonos en asambleas y plantando huertos urbanos.
Creo que es un esfuerzo que debemos hacer entre todos para limitar esas vidas
sociales excesivas de nuestros hijos. Estamos criando pequeños Paris Hilton y
lo vamos a acabar pagando.Me caracterizo por asesinar toda nostalgia y arrasar
cualquier argumento tipocualquier tiempo pasado fue mejor, pero, maldita sea,
no recuerdo ser un niño con una vida social que implicara tanto a mi madre. De
hecho, la mujer trabajaba mucho y dudo a) que conociera demasiado a los padres
de mis compañeros de clase (de hecho, yo tampoco los trataba mucho más allá de
verlos dos minutos al entrar y salir del cole) y b) que me llevara jamás al
cumpleaños de otro niño, y mucho menos que se pasara allí la tarde. Yo, de
niño, hacía muchas actividades que luego me han servido para poco, pero no era
esta fiesta constante de los críos de hoy. Tenemos que racionalizar los
festejos antes de que sea demasiado tarde y nuestros vástagos acaben siendo
unos yonquis de la fiesta.Se puede salir del chiquipark. Hay vida al margen de
la piñata. Si queremos, podemos celebrar menos cosas con nuestros hijos.
Pásalo.
https://entreeducadores.com/2009/08/01/la-relacion-profesor-alumno-en-el-aula/
El economista, inspector de Hacienda y exdiputado nacional por Ciudadanos, Francisco de la Torre, lo ha explicado con pleno conocimiento de causa en “Amnesia y memoria en la reforma de las oposiciones” (El Economista, 14-5-2021): “Quizás como no soy amnésico, a mí no se me ha olvidado que opositar nunca me había parecido atractivo, ni a mí, ni a nadie que conociese. Aún menos se me ha olvidado que fueron años muy duros. Sin embargo, de lo que no podemos olvidarnos es de que aprender cuesta esfuerzo. Por supuesto, se puede discutir cuál es la carga memorística necesaria para saber realmente de un tema. Pero hay que tener en cuenta que no es pequeña y que sí, claro que cuesta esfuerzo. (…) Por supuesto, también queremos profesionales inteligentes, pero la única forma en que se puede pensar sobre algo es haberlo aprendido; es decir, memorizado y entendido previamente. Y la única forma de solucionar muchos problemas es tener un conocimiento amplio, con las interrelaciones correspondientes: se piensa sobre lo que hay en la memoria.”
https://www.vozpopuli.com/opinion/miquel-iceta-oposiciones-memoria.html
Cada vez que se publica un nuevo informe PISA, el reflejo natural de todos los españoles es el de llevarse las manos a la cabeza. ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Quién tiene la culpa de esto? Todos llevamos dentro de nosotros un seleccionador de fútbol, un politólogo y un experto en educación que no titubea a la hora de explicar qué es lo que ha ocurrido. Uno de los objetivos más frecuentes de nuestros dardos son, precisamente, los profesores, aquellos que en un pasado fueron respetados y que, súbitamente, fueron despojados de su autoridad en el aula.
“Hablo de los profesores de enseñanza secundaria y, más precisamente de los de mi generación, de los nacidos en un lapso aproximado de quince años y que en el apogeo de su juventud/madurez extrañamente pasaron de ser competentes a ser incompetentes de manera inopinada”, escribe la profesora retirada Luisa Juanatey (Santiago de Compostela, 1952) en 'Qué pasó con la enseñanza. Elogio del profesor' (Pasos Perdidos), un lúcido ensayo en primera persona sobre su trayectoria vital en la enseñanza desde los años ochenta hasta la actualidad, que es tanto un retrato de una generación que se propuso revolucionar la escuela heredada del franquismo como un certero diagnóstico de los problemas que aquejan a la educación española secundaria.
“Lo que me propongo es que se valore al profesor como un elemento clave”, explica a El Confidencial la profesora de Lengua y Literatura que dio clase en institutos andaluces, madrileños, gallegos, valencianos y del País Vasco. “Si la enseñanza y el profesor no están valorados, no hay nada que hacer. Si enseñas algo que puede no ser útil en un sentido inmediato pero alguien lo aprende bien y eso se valora, le va a servir siempre y le va a enseñar a aprender”.
Nos sumergimos con Juanatey en los abismos del sistema educativo español a partir de algunas de las claves que nos ayudan a entender qué ha ocurrido durante las últimas décadas.
La LOGSE, un antes y un después
El 3 de octubre de 1990, el PSOE aprueba la Ley Orgánica General del Sistema Educativo, que sustituye a la Ley General de Educación, vigente desde 1970. Con ella se propone llevar la educación a todos los rincones del país, pero para Juataney, que en su día recibió la reforma con esperanza y algo de candor, supone el principio del fin de la escuela española. “Cada vez había más institutos y era una ley de izquierdas que garantizaba la educación hasta los 16 años”, rememora la autora. “Pero lo trastocó todo porque, fundamentalmente, devaluó la enseñanza”.
¿De qué manera? Al principio, a base de conceptos que servían para llamar de otra forma a realidades que ya existían. “Pusieron en circulación palabras como motivación, como si no lo fuésemos suficientemente, o como si no fuese un estímulo tener una enseñanza pública para todos”, explica. El profesor pasó a ser un docente que tenía, entre sus funciones, motivar a los alumnos, algo que siempre habían hecho aunque quizá no se llamase de la misma forma.
“Empezó a darse una depreciación de la idea de autoridad, a la que añadían cosas como que no se podía expulsar a un alumno de clase, de lo que no abusábamos, pero que era una herramienta”, rememora la profesora. “En lugar de que la sociedad ayudase a trasladar a los niños un sentido de las normas (no se puede interrumpir al profesor, no se puede molestar a los compañeros), se produjo lo contrario”. Es el caso de la irrupción de los pedagogos, expertos en psicología que pasaron de súbito a saber mejor que los anticuados profesores lo que estos debían hacer en las aulas en las que vivían día tras día. O la obligación tácita de aprobar a los alumnos, aunque no cumpliesen los mínimos exigibles. “Empezó mal y mal ha seguido, a pesar de que todos hemos tenido algún grupo que trabajaba bien. Pero eso no es un sistema público de enseñanza que se basa en la igualdad”.
Fue la izquierda quien, en apariencia paradójicamente, impulsó este cambio, aunque tampoco el Partido Popular hizo nada por revertirlo, más preocupado por las privatizaciones. “Ahora es muy difícil volver atrás”, se lamenta la autora.
Entre la confluencia de factores que explican la evolución del sistema educativo español de las últimas décadas, Juataney encuentra la raíz en el descrédito del profesor, que pasó en menos de 20 años de ser un severo y a veces despótico dictador a verse desposeído de toda credibilidad. “Los adolescentes viven en una constante incitación, la sociedad de consumo tiene una cantidad de estímulos perenne que les da una serie de cosas muy dinámicas y móviles, pero también superficiales”, explica la profesora. “La figura del profesor como grupo social encarna esos valores de no tratar de ser famoso, de no triunfar, de no tener dinero o un gran coche, ni es el modelo del deportista esforzado y triunfador al que continuamente están expuestos los alumnos”.
Los profesores, recuerda la autora, no tienen mayor ambición que la de transmitir su conocimiento ejerciendo su autoridad pero siendo conscientes de que, tanto sus alumnos como ellos, lo ignoran casi todo. “Otra contradicción fue lo de que el aprendizaje no debe ir de arriba abajo”, recuerda. “¡Qué absurdo! ¿Los que nacen después enseñan a los que nacen antes? Ese absurdo se ha propagado: los profesores están anticuados, no se adaptan, no se reciclan…” La escuela pública española fue durante mucho tiempo un paradigma de igualdad, en el que había tantas mujeres como hombres (o más) en un clima de respeto y compañerismo.
En el debe de la sociedad española hay que añadir pequeñas decisiones promovidas desde las nuevas instancias de la autoridad educativa, como el desprecio de la memoria (“que es valiosísima para aprender; imagínate ir a la autoescuela y decir que lo que quieres es aprender distraídamente y jugando”) o el esfuerzo. “Esforzarse, luego memorizar tras haber entendido y leído, manejar textos, poner en práctica… esto es lo que te permite aprender”, explica Juanatey.
Al mismo tiempo que los docentes perdían su autoridad y se veían desprotegidos ante unos alumnos cada vez más cargados de razón, la sociedad encontró un culpable propicio para todo aquello que estaba ocurriendo… Y que volvía a ser el propio profesor, tildado de acomodaticio y vago. “De repente cambió todo, y te encontrabas con que nada más entrar en clase había grupos que te recibían con un rechazo absoluto”, rememora Juanatey. “Desde todas partes empezamos a oír que éramos unos vagos. No lo éramos, simplemente no aspirábamos a grandes cosas: lo pasábamos bien preparando las clases”.
“De la noche a la mañana llegó lo de que no servíamos para nada, que éramos material de desguace, ¡pero éramos los mismos que el año anterior!”, recuerda, a pesar de la voluntad de adaptación de los profesores, que introdujeron poco a poco cambios como el rediseño del aula. Pequeñas alteraciones que funcionaban si los alumnos estaban dispuestos a aceptarlas, pero que “es muy distinto si lo primero que tienes que hacer es decir a los chicos que no pueden estar espachurrados sobre el pupitre, que hay que traer el cuaderno, que así no se puede trabajar, que les pidas que no se vayan a la construcción porque son jóvenes y te respondan que eso era en nuestros tiempos… Esa clase de ambiente nos desprestigió, porque empezaron a prevalecer valores que iban en contra de todo esto”.
Juataney habla del reciente ejemplo de las reformas llevadas a cabo por los colegios jesuitas de Cataluña para ilustrar por qué la educación en nuestro país es, desde hace 20 años, cada vez más clasista: “Si tú me das una clase de gente que en su casa tiene libros, que oye un vocabulario determinado y trata ciertas cuestiones, que viene a aprender y que van a mandarlos a Estados Unidos después del bachillerato, se pueden hacer maravillas. Pero también he dado clase en barracones como los que hay en la Comunidad Valenciana. ¿Qué hacemos, el modelo de los jesuitas con los chicos metidos en un cajón de obra? ¿Con quién lo hacemos, con los que han tenido suerte y estudian en un aula mejor? Esto no es un sistema público de enseñanza”.
Los alumnos no cambiaron de comportamiento, hábitos y costumbres por sí mismos. Ni siquiera únicamente por la ley ni por los medios de comunicación, aunque ambos favoreciesen el nuevo sistema de valores: los padres tuvieron mucho que ver. “Fue esa moda de que a los niños no se les puede contradecir, que tienen que ser creativos y libres”, explica la autora. “Fíjate ahora que los que lo defendían son los mismos que se han enamorado de la expresión ‘poner límites’. Pero era lo que decíamos todo este tiempo cuando nos ponían verdes por hacerlo. Poner límites es establecer normas, sancionar”.
Los nuevos alumnos, así como sus padres, empezaron a entender que podían exigir lo que quisieran. Entre todas esas cosas, recibir un aprobado sólo por ir a clase a diario: “Llegó un momento en que todos empezamos a aprobar más de lo debido, sabiendo que habíamos enseñado la mitad que antes”. En una esclarecedora anécdota del libro, Juanatey recibe la visita de un padre después de que su retoño proteste por haber obtenido un dos. El padre, tras releer la prueba, no tiene ninguna duda: “Yo le habría puesto un cero
El ambiente, alentado por Consejos Escolares, inspectores, medios de comunicación y autoridades políticas, favorecía esa percepción en la que el niño tenía la sartén por el mango. “Si a los padres se les hubiese inculcado que el niño viene a respetar al profesor y a aprender unas asignaturas y no se les hubiese dicho que estas estaban anticuadas, que el profesor no era un monigote que se tenía que quedar callado cuando el Consejo Escolar decidía que un niño podía escuchar música con auriculares, habría sido muy distinto”. No son las únicas razones: un mayor número de alumnos entró en la escuela, al mismo tiempo que los padres y, sobre todo, las madres, podían pasar menos tiempo con sus retoños.
“En el colegio me gusta que los niños se diviertan”, recuerda Juataney que decían algunos padres. “Yo considero que los profesores deben hacer esto, aquello, lo de más allá… ¿Pero usted ha estado alguna vez en una clase? ¿Usted sabe lo que le toca al profesor hoy y que todo eso tiene que hacerlo en una situación en la que no se le valora ni respeta, y además el niño dice que no vale porque no es divertido?”. Una situación que dio una nueva definición de lo que debía ser un profesor: “Alguien a quien se le exige que complazca al niño y que le apruebe”, explica la autora con sorna.
Esto ha sido complicado en los últimos tiempos, una situación acentuada en los años inmediatamente anteriores al estallido de la burbuja inmobiliaria, tiempos en los que nadie necesitaba tener estudios para conseguir un buen sueldo. Pero, como recuerda la autora, una sociedad que piensa que la educación no sirve para nada es “una sociedad que se engaña”. “Si miras los terribles datos del paro, hay una gran diferencia entre los que tienen preparación y los que no. Prepararse sí que sirve, porque, y en esto estoy de acuerdo con los psicólogos, aprender siempre es aprender a aprender”. Por eso, toda una generación se encontró de repente sin nada, es decir, sin preparación, “y luego se dieron cuenta de que, aunque ya no haya rosas para nadie, tener estudios te favorece”.
Paradójicamente, se ha vuelto a completar el círculo, y muchos de aquellos a los que su entorno empujó a desertar de la escuela han vuelto a la misma en busca del esfuerzo, formación, crecimiento personal y riqueza intelectual que el colegio ofrece. ¿Y los profesores? Aunque la situación sea complicada, Juanatey insiste en que quiere concluir con un mensaje positivo. “Sigue siendo una profesión realmente satisfactoria, y me gustaría animar a todos los que tienen el deseo de ser profesores, así como decirles que exijan mucho: realmente es una vida buena la del profesor”. Y no, no se refiere al dinero, el prestigio, la adulación o la capacidad de influencia de la que carecen, y a la que, de todas formas, tampoco aspiraron.
En España tenemos muchos problemas, muchos más de los que teníamos hace poco más de un año. Es evidente que una pandemia global por sí misma es un enorme problema. Pero a los problemas sanitarios, como sabemos todos, se están sucediendo los económicos. Además de las dificultades económicas y sociales surgidas de la Pandemia, tenemos complicaciones económicas y sociales "heredadas" que la Pandemia ha agravado o nos ha puesto de manifiesto. Todo esto ha evidenciado la necesidad de "reformas" en múltiples ámbitos, que son costosas y no precisamente sencillas. Sólo hay que pensar, por ejemplo, en algunas de las cuestiones que están dando problemas en las negociaciones con las Autoridades Comunitarias, de cara a los fondos comunitarios: la reforma laboral, la de pensiones y la reforma fiscal.
En todos estos ámbitos, y en algunos otros, una reforma administrativa podría ser conveniente. Por otra parte, la Pandemia también ha puesto de manifiesto problemas en las Administraciones Públicas, con necesidades, por ejemplo, de mejoras en el teletrabajo, que ahora ya no es el futuro sino, al menos en buena medida el presente, y para el que no todas las Administraciones en España estaban preparadas. Sin embargo, el sistema de acceso a la función pública no era objeto de debate, hasta ahora.
Hace unos días trascendió que el ministerio de Función Pública había creado una comisión para la reforma del acceso a la función pública. Lo que más ha sorprendido han sido las opiniones de alguno de los expertos de la Comisión que señalan que "Hay que cambiar de forma radical el sistema", "no es atractivo dedicar años a memorizar temas", "no está claro que las competencias que necesite el empleado público sean básicamente memorísticas", o incluso "puedes formar parte del Gobierno de Su Majestad sin memorizar nada": en fin, olvidemos que la memoria es necesaria e importante.
Quizás como no soy amnésico, a mí no se me ha olvidado que opositar nunca me había parecido atractivo, ni a mí, ni a nadie que conociese. Aún menos se me ha olvidado que fueron años muy duros. Sin embargo, de lo que no podemos olvidarnos es de que aprender cuesta esfuerzo. Por supuesto, se puede discutir cuál es la carga memorística necesaria para saber realmente de un tema. Pero, hay que tener en cuenta que no es pequeña y que sí, claro que cuesta esfuerzo. Pero seleccionar y formar buenos profesionales no es posible si los que aspiran a serlo no se esfuerzan. Y la clave de una buena Administración es que haya buenos profesionales, y eso requiere que los que aspiran a serlo aprendan, y sí, eso exige entre otras cosas memorizar.
El principal beneficiario de que una Administración funcione, para lo que es imprescindible que tenga buenos profesionales, es el ciudadano. Todos queremos jueces que sepan Derecho y médicos que sepan Medicina. Y todos necesitamos que los conocimientos se verifiquen en pruebas objetivas. Por supuesto, también queremos profesionales inteligentes, pero la única forma en que se puede pensar sobre algo es haberlo aprendido; es decir, memorizado y entendido previamente. Y la única forma de solucionar muchos problemas es tener un conocimiento amplio, con las interrelaciones correspondientes: se piensa sobre lo que hay en la memoria
No sé cuál será el informe que rendirá la comisión creada para la reforma del sistema de oposiciones. Pero me preocupa - y creo que no soy el único - que los motivos para la reforma sean hacer más atractivo algo que no debería serlo. Las actuales oposiciones no son perfectas, desde luego, pero también son perfectamente susceptibles de empeorar, en muchos sentidos. Uno de ellos es que los nuevos funcionarios, que tienen que realizar tareas esenciales, no sepan lo suficiente. Pero otro, es que no prime el mérito y la capacidad, que no sólo son dos cosas deseables, sino imperativos constitucionales, para que pasen a hacerlo otros factores. Y el gran perjudicado de todo esto siempre es el ciudadano de a pie que recibe peores servicios.
Al final, un sistema de selección siempre existe. Lo que no disminuye es el interés de las nuevas generaciones por ocupar distintos puestos, en parte por condiciones económicas o laborales, en parte por vocación de servicio público, a menudo por prestigio social Pero el número de puestos es inferior al de aspirantes. Y casi todos estos puestos exigen preparación y conocimientos. Y la preparación necesaria para tener el conocimiento suficiente no es precisamente atractiva, aunque el puesto sí lo sea. Los ciudadanos se merecen funcionarios cualificados, seleccionados por mérito y capacidad, porque sólo así la Administración Pública podrá cumplir su mandato de servir con objetividad a los intereses generales.
En mi ámbito, el de la fiscalidad, he visto profesionales del sector privado que sabían mucho. Pero, por supuesto, habían estudiado y memorizado mucho. Además, los procesos selectivos en los grandes despachos y consultoras no consisten realmente en pasar una entrevista. Además, en los primeros años, todos estos profesionales se pasan muchísimas horas de trabajo, muchísimas más de las que desearían incluso las personas más trabajadoras. Esto puede no ser muy atractivo, pero formarse no es gratis, cuesta esfuerzo
Quizás no sea una prioridad, o no debiera serlo visto el panorama, la reforma del sistema de oposiciones a la función pública. No obstante, siempre se puede mejorar, pero no parece razonable que la idea preconcebida de los expertos sea que se necesitan cambios radicales y que hay que sustituir pruebas claramente objetivas y conocimiento necesarios, "porque no es atractivo para los eventuales aspirantes" por otros sistemas, que indudablemente pueden ser más atractivos y cómodos para algunos aspirantes, pero de más difícil medición como "el trabajo en equipo", "en entornos colaborativos" o la "capacidad de innovación".
Para concluir, señalaba Ignacio de Loyola que no se debían "acometer mudanzas en tiempos de desolación". A veces esta máxima no se puede cumplir porque no queda más remedio que reformar en tiempos de tribulación, quizás por no haber hecho las reformas cuando se debía, en tiempos mejores. Sin embargo, acometer, en tiempos de turbulencia, reformas que casi nadie ha reclamado es, como mínimo, sorprendente. Pero incluso para acordarse de estas máximas hay que tener memoria y no amnesia.
Cómo matar a Homero
Hay tres grandes religiones del libro: el judaísmo, el
cristianismo y el islam que se basan en un conjunto de libros sagrados,
recopilados y estudiados durante siglos con métodos filológicos, históricos y
teológicos. No sólo las religiones, también muchas culturas se identifican con
un gran libro o un autor que representa simbólicamente su identidad. Este fue
para los griegos Homero, cuya edición definitiva se realizó en la Biblioteca de
Alejandría, la misma ciudad en la que se tradujo la Biblia al griego. Homero
para los griegos y Virgilio para los romanos representaban la síntesis de todos
los saberes. Homero fue admirado y respetado por los grandes filósofos, como
Aristóteles, se consideró que sus obras sintetizaban todos los saberes y ni
siquiera el cristianismo se atrevió a acabar ni con él ni con Virgilio. Obispos
y monjes bizantinos lo estudiaron sistemáticamente junto con los libros de
Platón o la geometría de Euclides, la astronomía de Tolomeo y las grandes obras
de los médicos, naturalistas, geógrafos e historiadores de la Antigüedad. Y es
que durante 2.500 años nuestra cultura ha sido una cultura del libro, ya se
escribiese en papiro, papel o en un soporte electrónico, hasta que llegó el
momento en el que se predicó con entusiasmo su anhelada muerte en aras de un
conocimiento que consagra la mediocridad.
Un libro es un texto de una extensión más o menos amplia que
recoge información, la ordena y al que se accede mediante la lectura. Leer un
libro, ya sea un relato, una serie de argumentos filósoficos, o la
sistematización de una serie de descripciones, supone un esfuerzo de
concentración en el tiempo, exige el desarrollo de la memoria y presupone la
capacidad de abstracción, sistematización y visión de conjuntos, ya sean esos
conjuntos teoremas matemáticos, problemas complejos, sistemas económicos o
tecnológicos. Leer es saber asimilar información, pero también saber
sintetizarla globalmente, transformarla, y ser capaz de generar información y
sistemas nuevos, ya sea mediante la escritura, el pensamiento
físico-matemático, el discurso filosófico o el análisis de los sistemas
sociales, políticos o históricos. Leer es intentar entender el mundo, situarse
en él y ser capaz de actuar con una perspectiva global con vistas al futuro.
Leer exige el mismo esfuerzo que escuchar una obra musical compleja o seguir un
relato extenso. Son medios de profundizar en la realidad, en nosotros mismos y
de permitirnos intentar ser libres y dueños de nuestro propio destino.
Las universidades españolas, todo el sistema educativo y
políticos y sociedad a la par parecen predicar una nueva cruzada del
analfabetismo. Dicen algunas autoridades académicas que el libro ha muerto, que
la ciencia no se hace con libros porque cualquiera puede escribir un libro. Un
vicerrector propuso retirar de las bibliotecas de su universidad todos los
libros de más de 25 años, llevándoselos a una nave industrial porque según él
no se usaban. No se dio cuenta que así tendría que vaciar las facultades de
filología, en las que no sólo Homero o Cervantes, sino incluso Vargas Llosa
tendría ya libros obsoletos, y no digamos lo que le pasaría a los filósofos, al
Código Civil o a las Constituciones de casi todos los países, comenzando por
ese monumento al anacronismo que sería la de los EEUU. Otras autoridades han
llegado a pedir que solo se compren revistas digitales de física, química,
matemáticas, medicina o biología, dejando a un lado eso que se llaman letras.
En una ocasión aseveró un alto cargo que en la universidad no debería haber
gente a la que se les pague por leer novelitas: o sea filólogos, historiadores,
filósofos…; o bien que se puede prescindir de los libros porque “en la
universidad nadie lee libros, en tal caso se busca un dato”. Y es que los
libros no valen para nada, ni siquiera los de texto, ni siquiera los grandes
libros de referencia con los que enseña la medicina en todo el mundo, como la
“Anatomía de Grey”, que ha dado nombre a una serie de TV, o la economía, el
derecho…
Cualquiera puede escribir un libro; lo dicen aquellos que
firman artículos con otra docena de autores, acumulando sus méritos en un mundo
editorial en el que la producción en cadena de papers genera varios millones de
ellos al año. Se dice que los niños desde la educación infantil deben usar
ordenador, consiguiéndose así no solo que no desarrollen la capacidad de leer,
sino tampoco la de calcular ni pensar sistemáticamente. La cruzada del
anafabetismo ha conseguido generar el rechazo al pensamiento y la lectura en
casi todos los campos. Puede uno licenciarse en filosofía sin haber leido
ninguna gran obra filosófica y tras haber recibido años de clases en
powers-point copiados, y lo mismo courre en historia. La respuesta mayoritaria
en una encuesta a alumnos de este carrera a la pregunta de si habían leido un
libro de historia por placer fue “no lo he leido ni pienso hacerlo”. Los libros
son cosa del pasado, la historia también, pero ahora el pasado está anticuado.
Estudiantes de filología no quieren leer novelas; alumnos de clásicas han llegado
a tomar el resumen de la Ilíada de la wikipedia, para no leerla. En derecho no
se utilizan los grandes manuales y no se quieren ediciones de los códigos que
contengan la jurisprudencia porque eso es “letra pequeña”. Hay médicos que
aspiran a diagnosticar con el ordenador y a consultar datos en el móvil.
Nuestros estudiantes, guiados por sus profesores, van camino a un nuevo mundo
en el que todo es igual y nada es mejor, en el que hay que aceptarlo todo
porque es así, y en el que unos pocos, que seguirán pensando y leyendo libros
en sus centros educativos de élite, les enseñarán a obedecer y no pensar.
Jóvenes secuestrados
Inma Lucas 01/07/2021
Dos
jóvenes que estaban aislados, cumpliendo cuarentena por coronavirus en
Mallorca, se escapan del hotel. Da igual que haya más de 1.500 contagios en la
isla por las megafiestas que se han corrido muchos adolescentes. Dan igual las
70.000 muertes que ha ocasionado la pandemia, el agotamiento de la sanidad
pública, la pérdida de familiares, todo parece dar igual cuando se es joven
porque uno piensa que no le va a tocar. Pero lo realmente grave no es la
inconsciencia juvenil, que hasta se entiende tras el año y medio que llevan sin
poder socializar como necesitan. De hecho, como necesita cualquier persona,
díganselo si no a los abuelos que viven solos y se van apagando de pena al ver
una vida acabada mientras los suyos están en la lucha cotidiana de salir adelante
en circunstancias muy duras, de mantener distancias, de esperar a estar
vacunados para poder reencontrarse.
Por
suerte la vacunación marcha bien, pero estos jóvenes que se van de viaje de fin
de curso sin guardar las prevenciones obligadas, e incluso sin vacunar, nos
ponen en riesgo a todos. Y a estas alturas de la película uno no está para
muchas tonterías, cuando escuchas declaraciones que hablan de que sus hijos
están secuestrados piensas en lo poco que tocan de pies en el suelo. A los
padres de estos niños que han podido recibir educación, cabría pasearlos por
algunos barrios para que vieran que sus hijos han disfrutado de un lujo que
otros no tienen, que a su edad ya están trabajando para ayudar a su familia o
que sólo les alcanza para una comida al día.
A lo
largo de estos meses he pensado insistentemente en la ausencia de
responsabilidad colectiva. Es un problema de educación, como la empatía de la
que ahora tanto se habla en política, que más que hacer política parece que nos
estén dando un curso acelerado de autoayuda o coaching. Preocupa, y mucho, el
escaso grado de responsabilidad colectiva que se respira entre los contagiados
por covid tras irse de vacaciones de fin de curso, irse de fiesta sin
mascarilla, saltándose a la torera todos
los protocolos, y preocupa aún más que algunos de los progenitores lo único que
sean capaces de argüir es que sus hijos están secuestrados. Sus hijos son su
responsabilidad, sus hijos se han ido de fiesta poniendo en riesgo su salud y
la de los demás y tienen el santo valor de decir que sus hijos están
¿secuestrados? Faltaría más. Estos padres se lo deben hacer mirar y mucho
porque lo que transmiten es una falta de responsabilidad absoluta ante los
actos que sus queridos hijos han protagonizado.
Cierto
que el juzgado de lo Contencioso número 3 de Palma ha tumbado la medida del
confinamiento forzoso dictada por el Gobierno balear sobre 181 de esos jóvenes
que estaban retenidos en el hotel pese a haber dado negativo o no haberse
sometido al test pertinente. El juzgado mantiene confinados solo a los jóvenes
que ha dado positivo. Una muestra más del difícil equilibrio entre el respeto a
la libertad y la prevención sanitaria que ya hemos vivido a lo largo de estos
duros meses de pandemia.
El
reflejo de la sociedad
En
cualquier caso, y al margen de este debate fundamental, no cabe ignorar, ni
orillar un asunto evidente. Los hijos, en este caso esta muchachada que
aterrizó en Mallorca para festejar el fin de los exámenes, realmente no son el
problema. Son, y así hay que decirlo, el espejo de sus padres, de la sociedad,
de la escuela, de todo tipo de influencias, en especial la que han vivido en
sus casas. No siempre el adulto está capacitado para asumir el nivel de
responsabilidad que le corresponde asumir. Ansían los valores del esfuerzo y
del respeto en esta sociedad aunque piensan que pueden tenerlo todo porque son
merecedores de ello. Precisamente esos que quieren tenerlo todo y que lo tienen
son los primeros que se saltan las normas, luego nos llevamos las manos a la
cabeza y decimos, pero cómo ha podido pasar esto y lo otro. Porque hemos
educado en la inconsciencia, sin ser conscientes de ello porque todos queremos
lo mejor para los nuestros, pero también ahí, en la sobreprotección nos
equivocamos, porque por diferentes motivos –unos más justificados que otros- no
siempre hemos estado presentes en el desarrollo de su vida, no les hemos
acompañado en su camino de vida, han tenido la indiferencia por respuesta y la
concesión de todos los caprichos pensando que ello suplía otras carencias.
Error.
Educar
es probablemente un trabajo complicado. El considerarlo banal o rutinario
deriva y conforma a una sociedad. Podemos extrapolar la inconsciencia de estos
jóvenes de Mallorca a la de buena parte de la clase política de nuestros días,
apoteosis de la irresponsabilidad. Puede sonar excesivo pero a muchos de esos
estudiantes les invitaba a fregar suelos unos cuantos días por las UCI de
muchos hospitales o por las plantas en las que adolescentes oncológicos luchan
por sobrevivir. La empatía también se trabaja. Cuídense.
¿Los pianistas nacen
o se hacen?, por Robert Skidelsky
| 31 de enero, 2013
LONDRES – El editor
del periódico The Guardian, Alan Rusbridger, ha escrito un libro acerca de cómo
él decidió tocar el piano 20 minutos al día. Dieciocho meses más tarde, tocó la
terriblemente difícil Balada No. 1 en sol menor de Chopin frente a una
audiencia de amigos que lo admiraron. ¿Podría cualquier persona haber hecho
esto?, ¿o, se requiere de un talento especial?
El debate sobre si
“se nace o se hace” ha existido desde ya hace mucho tiempo. Se encuentra sin
resolver porque la pregunta científica siempre se ha enredado con temas
políticos. En términos generales, aquellos que enfatizaban las capacidades
innatas fueron políticos conservadores; aquellos que hacían hincapié en las capacidades
desarrolladas mediante la crianza fueron políticos radicales.
El filósofo del siglo
XIX John Stuart Mill pertenecía a la escuela de “cualquiera puede hacerlo”.
Estaba convencido de que sus logros no se debían de ninguna manera a una
herencia superior: cualquier persona con “salud e inteligencia normales”, quien
hubiese sido sometido al sistema educativo de su padre – que incluyó aprender
griego a la edad de tres años – podría haberse convertido en John Stuart Mill.
Mill fue parte del
ataque liberal al privilegio aristocrático durante su siglo: los logros eran el
resultado de la oportunidad, no del nacimiento. La práctica de las facultades
(la educación) desencadena un potencial que de otra manera permanecería
dormido.
Charles Darwin
aparentemente anuló esta visión optimista de los posibles efectos beneficiosos
de la crianza. Las especies evolucionan, dijo Darwin, a través de la “selección
natural” – la selección al azar, a través de la competencia, de las
características biológicas favorables para la supervivencia en un mundo de
recursos escasos. Herbert Spencer utilizó la frase “la supervivencia del más
apto” para explicar cómo las sociedades evolucionan.
Los darwinistas
sociales interpretaron la selección natural en el sentido de que cualquier
esfuerzo humanitario para mejorar la condición de los pobres impediría el
progreso de la raza humana al cargarla con demasiados zánganos. La sociedad
gastaría sus escasos recursos en perdedores en vez de ganadores. Se ajustaba a
la ideología de un tipo de capitalismo que se adscribía a la lucha sangrienta
con “con uñas y dientes”.
De hecho, el
darwinismo social proporcionó una justificación seudocientífica para la
creencia estadounidense en el laissez-faire (con el hombre de negocios exitoso
como la personificación de la supervivencia del más apto); para la eugenesia
(el intento deliberado de criar individuos superiores, según el modelo de la
cría de caballos, y evitar la “sobre-crianza” de los no aptos), y para las
teorías raciales sumamente eugenésicas del nazismo.
En reacción a las
tendencias asesinas del darwinismo social, la perspectiva de Mill llegó a ser
dominante después de la Segunda Guerra Mundial tomando la forma de la
democracia social. La acción del Estado para mejorar la alimentación, la educación,
la salud y la vivienda permitirían que los pobres desarrollen todo su
potencial. La competencia, como principio social, fue degradada a favor de la
cooperación.
No se niegan las
diferencias en las capacidades innatas (al menos por los perspicaces). Sin
embargo, se consideró de manera acertada que existía una enorme cantidad de
trabajo por hacer en cuanto a elevar los niveles promedio de rendimiento antes
de comenzar a preocuparse acerca de que las políticas estuviesen promoviendo la
supervivencia de los no aptos.
Posteriormente, el
estado de ánimo comenzó a cambiar nuevamente. Se atacó a la socialdemocracia
por penalizar a los exitosos y recompensar a los no exitosos. En el año 1976,
el biólogo Richard Dawkins identificó la unidad de selección darwiniana como el
“gen egoísta”. La historia evolutiva en aquel momento se redefinía como una
batalla de genes para asegurar su supervivencia a través del tiempo por medio
de mutaciones, mismas que crean individuos (fenotipos) que se encuentran mejor
adaptados para transmitir sus genes. En el curso de la evolución, los fenotipos
inferiores desaparecen.
Aunque no hubiese
sido posible tener esta visión de la evolución antes del descubrimiento del
ADN, no es casualidad que saltó a la fama en la era de Ronald Reagan y Margaret
Thatcher. Sin duda, el gen egoísta debe ser “altruista” en la medida en que su
supervivencia depende de la supervivencia del grupo de parentesco. Pero no
tiene que ser tan altruista. Y, a pesar de que Dawkins más tarde lamentó haber
denominado a su gen con la palabra “egoísta” (él dice que “inmortal” hubiese
sido una mejor denominación), su elección de adjetivo fue sin duda la que mejor
se adaptó para maximizar las ventas de su libro en ese momento en particular.
Desde aquel entonces,
nos hemos alejado de la apología del egoísmo, pero no hemos recuperado un
lenguaje moral independiente. La nueva ortodoxia, adecuada para un mundo en el
que la avaricia desenfrenada ha demostrado ser económicamente desastrosa, indica
que la especie humana está genéticamente programada para ser moral, porque sólo
actuando moralmente (cuidando de la supervivencia de los demás) puede asegurar
su propia supervivencia a largo plazo.
La metáfora del
cableado domina el lenguaje moral contemporáneo. Según el gran rabino del Reino
Unido, Jonathan Sacks, las creencias religiosas son útiles para nuestra
supervivencia, al inducirnos a actuar en maneras socialmente cooperativas:
“Tenemos las neuronas espejo que nos llevan a sentir dolor cuando vemos el
sufrimiento de los demás”, escribió recientemente (recently wrote). El respeto
por los demás se “ubica en la corteza pre-frontal”. Y la religión “reconfigura
nuestro tejido neuronal”. En pocas palabras: “lejos de refutar la religión, los
neo-darwinistas nos han ayudado a entender por qué es importante”. Así que no
tenemos que temer que la religión decline.
Los ateos pueden no
estar de acuerdo. No obstante, esta es una afirmación extraordinaria cuando la
hace un líder religioso porque pone a un lado la disyuntiva sobre la verdad o
falsedad, o el valor ético de las creencias religiosas. O mejor dicho: todo ese
cableado en la corteza pre-frontal debe ser ético, porque es bueno para la
supervivencia. Pero, en ese caso, ¿qué valor ético hay en la supervivencia?
¿Tiene la continua supervivencia de la raza humana algún valor en sí misma,
independientemente de lo que nosotros podamos llegar a lograr o crear?
Tenemos que rescatar
la moralidad de las pretensiones de la ciencia. Tenemos que afirmar lo que los
filósofos y profesores de religión en todo momento han afirmado: que hay algo
que se llama la buena vida, que es distinto a la supervivencia, y a nuestra
comprensión de dicha buena vida tiene que enseñarse en la misma forma que el
padre de Mill le enseñó los elementos del libro Los Analíticos Posteriores de
Aristóteles. Nuestra naturaleza nos puede predisponer a aprender, pero lo que
aprendemos depende de la forma en la que nos crían.
La educación liberal
POR FERNANDO SAVATER
Si me piden dar
motivos de especial afecto por Michael Oakeshott, sin duda uno de los más
destacados filósofos ingleses del pasado siglo, aportaré dos. Para empezar,
debutó con un librito escrito en colaboración con un amigo y titulado A guide
to the classics. ¿Un vademécum para leer a Platón, Maquiavelo o Hobbes? El subtítulo
aclara que las clásicas a las que se refiere no son obras filosóficas sino
carreras de caballos: Cómo acertar el ganador del derby. Cuentan los
afortunados hípicos que la leyeron que es una breve maravilla de agudeza.
Segundo mérito: cuando cumplió setenta años se le incluyó en la lista de los
que iban a recibir el título de sir de manos de la reina, pero fue borrado
apresuradamente cuando se le detuvo en una playa por hacer el amor con una
mujer que, para mayor pecado, era la suya. Nunca llegó a par, pero para mí
permanece sin par entre tantos profesores insignes.
Como Isaiah Berlin
(el único pensador político comparable en la Inglaterra de su época), Oakeshott
no escribió propiamente libros: sólo ensayos más o menos largos publicados en
revistas especializadas y reunidos luego en volumen por su exegeta Timothy
Fuller. Así son los titulados El racionalismo en la política y La política de
la fe y la política del escepticismo, ambos editados por Fondo de Cultura
Económica. Y también su libro póstumo La voz del aprendizaje liberal (editorial
Katz) que recopila sus escritos sobre el sentido y los contrasentidos de la
educación. Reflexiones a contracorriente de lo que hoy profesa tanto la
pedagogía progresista como la más conservadora que merecen ser recordadas.
Para él, educar
consiste ante todo en iniciar a las personas en las aventuras de la
autocomprensión, haciéndolas capaces de participar en la inacabable
conversación cultural hecha de símbolos, creencias, indagaciones y sentimientos
en la que históricamente crecemos y vivimos. No se compone de la escueta
declaración "de que un ser humano es una inteligencia autoconsciente y
reflexiva y que no vive únicamente del pan, sino de las indagaciones, las
acciones y los enunciados concretos en los que los seres humanos expresaron su
comprensión de la condición humana". Lo que debe transmitir la enseñanza
no es una simple y atareada preparación para el presente sino distanciarnos de
él en beneficio del desarrollo de nuestra condición esencial. Componente básico
de la idea de "escuela" es "el alejamiento del mundo inmediato y
local del estudiante, de las preocupaciones de momento de ese mundo y de la
dirección que éste le da a la atención del estudiante, ya que tal es el
significado correcto de la palabra schole (y no 'tiempo libre' ni
'ocio')".
Por tanto, el
compromiso educativo es a la vez una disciplina y una liberación; la una es
posible en virtud de la otra. "La recompensa es una emancipación del mero
'hecho de vivir', de las contingencias inmediatas de lugar y tiempo de
nacimiento, de la tiranía del momento y del servilismo de una mera condición
actual; es el reconocimiento de una identidad humana y de un carácter capaz, en
cierta medida, de la aventura moral e intelectual que constituye una vida
específicamente humana". El pensamiento de Oakeshott es liberal sin el
relente de pragmatismo botijero que el término merece entre nosotros. Aún
podríamos citar aquí su crítica a la idea de la ciencia como modelo de toda
comprensión válida o a la sustitución automática de "humano" por
"social" como apellido del aprendizaje. Prefiero esta reflexión:
"Lo único indispensable para la escuela es que haya maestros; el actual énfasis
en todo tipo de aparatos (no sólo en el aparato de la 'enseñanza') destruye
casi por completo la escuela". Escrito en 1972...
* Este artículo
apareció en la edición impresa del martes, 13 de abril de 2010.
https://profesorjuliodapenalosada.blogspot.com/2021/05/para-que-estudiar-si-te-lo-puedes-pagar.html