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jueves, 30 de junio de 2022

Oficios en el Egipto antiguo

Explicaciones:

Los paréntesis de los textos originales suelen ser añadidos por los traductores pues a veces los textos antiguos están incompletos, por haberse dañado el soporte sobre el que estaban escritos (muros de piedra, tablillas de arcilla, rollos de papiro o de pergamino) debido a la humedad, al fuego o a otros elementos. Los textos entre corchetes son añadidos del profesor para facilitar la lectura.

“Ven que te describiré el género de vida del militar (el que debe sufrir) bastantes malos tratos. Desde que es un muchacho de dos codos[1] (de alto) es llevado y encerrado en un cuartel. Su cuerpo es golpeado con una vara, un golpe brutal se le da sobre el ojo, un golpe que abre una herida es descargado sobre las cejas. Su cabeza presenta una herida abierta. Se lo extiende [por el suelo] y es golpeado como una hoja de papiro[2]. Es quebrantado [roto] por los bastonazos. Ven que (refiero) cómo va a Siria y marcha entre las cadenas de montañas en tanto que su pan y su agua van sobre sus hombros como la carga de un asno y su nuca hace el papel de garrote, como (si fuera) un borrico. Las vértebras de su espalda están dobladas. Bebe agua corrompida…

…Aplícate a la escritura durante el día y lee durante la noche, pues tú sabes que lo que hace el soberano [faraón], todos sus designios [planes] son rigurosos [detallados]. Se pasa revista a todos los subordinados, y se eligen los más aptos entre ellos. De uno se hace un militar, del jovencito un recluta. El niño hace su instrucción luego de haber sido arrancado de los brazos de su padre. Cuando alcanza la edad de hombre sus huesos están rotos. ¿Eres tú pues un asno? Se manda a éste porque no hay sentido en él. Asegúrate esta dignidad [oficio] (de escriba). Grandes y agradables y provechosos resultan tu estuche de escriba, tu caña [para escribir] y tu rollo de papiro y tu corazón se renovará todos los días. Toma buena nota de ello…

… No he visto a un escultor en misión ni un orfebre que fuese encargado de un mensaje. He visto al herrero en su trabajo, en la boca de su horno. Tiene los dedos como si fuera un cocodrilo, es más nauseabundo que los huevos de pescado.

El tallador de piedra taladra mediante el cincel[3] en toda suerte de piedras duras. Cuando ha terminado, sus brazos están deshechos y está agotado. Cuando se sienta al crepúsculo [anochecer], sus muslos y su espalda están molidos. El barbero afeita hasta bien entrada la tarde, cuando se pone a comer se apoya en los codos (de cansancio). Va de calle en calle buscando a quién rasurar [afeitar]. Se destroza los brazos para llenar su vientre, como las abejas que comen el producto de sus labores. El tintorero[4], sus dedos son fétidos, el olor que (despiden) es el de los cadáveres. Sus ojos están muertos de fatiga a causa de la miseria.  No rechaza a (otro) tintorero. Pasa el día cortando sus harapos y son su horror los vestidos. El zapatero es muy desgraciado, llevando sus utensilios por la eternidad. Su salud es la de un pescado reventado, roe el cuero para alimentarse. El lavandero lava en el muelle, alterna con el cocodrilo… no hay miembros que le pertenezcan, llora pasando su tiempo en aflicción [sufrimiento]. Te diré cómo al albañil la enfermedad le consume, porque está expuesto a los vientos, edificando con pena, pegado a los capiteles[5] en forma de loto de las casas, para lograr sus fines. Sus dos brazos se gastan en el trabajo, sus vestidos están desarreglados, se roe a sí mismo, sus dedos son para él panes, no se lava más que una vez al día. Se hace humilde para agradar, es un peón que pasa de una casilla a otra, de diez codos por seis, es un peón que pasa de un mes a otro en las vigas del andamiaje, agarrado a los capiteles en forma de loto[6] de las casas.”



[1] Un codo es una unidad que mide la longitud. En las diferentes culturas tiene diferentes tamaños, pero siempre alrededor de medio metro. Así que dos codos será un metro de altura, en este caso.

[2] El autor se refiere a que durante el proceso de elaboración del papiro, el material de escritura, se golpeaban las hojas para que se pegasen con más fuerzas las finas tiras de planta de papiro que las formaban.

[3] Herramienta que sirve para cortar piedra y otros materiales tras recibir golpes con el martillo.

[4] Tintorero es el artesano que tiene por oficio teñir tejidos y prendas de vestir

[5] El capitel es un elemento constructivo que consiste en una pieza que se coloca en la parte superior de una columna, un pilar o una pilastra (pilar pegado a la pared).

[6] Las columnas con capitales en forma de loto son comunes en la arquitectura egipcia arquitrabada (techos planos sostenidos por columnas). La flor de loto era una vegetación característica de las orillas del río Nilo.



miércoles, 6 de junio de 2018

El Edicto de Milán (313)

https://jmarin.jimdofree.com/fuentes-y-documentos/imperio-romano/

Edicto de Milán (313)

Por su parte Licinio[1], pocos días después de la batalla[2], tras hacerse cargo y repartir una parte de las tropas de Maximino[3], llevó su ejército a Bitinia[4] y entró en Nicomedia[5]. Allí dio gracias a Dios con cuya ayuda había logrado la victoria y el día 15 de junio del año en que él y Constantino eran cónsules[6] por tercera vez, mandó dar a conocer una carta dirigida al gobernador acerca del restablecimiento de la Iglesia y cuyo texto es el siguiente:

«Yo, Constantino Augusto[7], y yo también, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán para tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y al bienestar público, hemos creído nuestro deber tratar junto con los restantes asuntos que veíamos merecían nuestra primera atención el respeto de la divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los demás, la facultad [=capacidad] de seguir libremente la religión que cada cual quiera, de tal modo que toda clase de divinidad que habite la morada celeste nos sea propicia a nosotros y a todos los que están bajo nuestra autoridad. Así pues, hemos tomado esta saludable y rectísima determinación de que a nadie le sea negada la facultad de seguir libremente la religión que ha escogido para su espíritu, sea la cristiana o cualquier otra que crea más conveniente, a fin de que la suprema divinidad, a cuya religión rendimos este libre homenaje [=reconocimiento], nos preste su acostumbrado favor y benevolencia. Para lo cual es conveniente que tu excelencia [=el gobernador] sepa que hemos decidido anular completamente las disposiciones que te han sido enviadas anteriormente respecto al nombre de los cristianos, ya que nos parecían hostiles y poco propias de nuestra clemencia, y permitir de ahora en adelante a todos los que quieran observar la religión cristiana, hacerlo libremente sin que esto les suponga ninguna clase de inquietud y molestia.

Así pues, hemos creído nuestro deber dar a conocer claramente estas decisiones a tu solicitud [de cómo actuar] para que sepas que hemos otorgado a los cristianos plena y libre facultad de practicar su religión. Y al mismo tiempo que les hemos concedido esto, tu excelencia entenderá que también a los otros ciudadanos les ha sido concedida la facultad de observar libre y abiertamente la religión que hayan escogido como es propio de la paz de nuestra época. Nos ha impulsado a obrar así el deseo de no aparecer como responsables de mermar en nada ninguna clase de culto ni de religión. Y además, por lo que se refiere a los cristianos, hemos decidido que les sean devueltos los locales en donde antes solían reunirse y acerca de lo cual te fueron anteriormente enviadas instrucciones concretas, ya sean propiedad de nuestro fisco[8] o hayan sido comprados por particulares, y que los cristianos no tengan que pagar por ello ningún dinero de ninguna clase de indemnización. Los que hayan recibido estos locales como donación [regalo] deben devolverlos también inmediatamente a los cristianos, y si los que los han comprado o los recibieron como donación reclaman alguna indemnización de nuestra benevolencia, que se dirijan al vicario[9] para que en nombre de nuestra clemencia decida acerca de ello. Todos estos locales deben ser entregados por intermedio tuyo e inmediatamente sin ninguna clase de demora a la comunidad cristiana. Y como consta que los cristianos poseían no solamente los locales donde se reunían habitualmente, sino también otros pertenecientes a su comunidad, y no posesión de simples particulares, ordenamos que como queda dicho arriba, sin ninguna clase de equívoco ni de oposición, les sean devueltos a su comunidad y a sus iglesias, manteniéndose vigente también para estos casos lo expuesto más arriba [...] De este modo, como ya hemos dicho antes, el favor divino que en tantas y tan importantes ocasiones nos ha estado presente, continuará a nuestro lado constantemente, para éxito de nuestras empresas y para prosperidad del bien público.

Y para que el contenido de nuestra generosa ley pueda llegar a conocimiento de todos, convendrá que tú la promulgues[10] y la expongas por todas partes[11] para que todos la conozcan y nadie pueda ignorar las decisiones de nuestra benevolencia».

 

Lactancio (c. 250-c. 325), De mortibus persecutorum (Sobre las muertes de los perseguidores). El autor es un escritor cristiano que redactó este libro entre el 316 y el 321. En él se describe la caída y muerte de los emperadores perseguidores de los cristianos más famosos.



[1] Licinio y Constantino fueron coemperadores del Imperio romano durante un tiempo. Además Licinio se casó con la hermana de Constantino.




[2] La batalla de Tzirallum (313) enfrentó a Licinio con Maximino Daya, otro coemperador del Imperio romano. Maximino perdió la batalla y poco después fue asesinado.



[3] En las guerras civiles romanas las tropas perdedoras no eran asesinadas ni esclavizadas ni eran expulsadas del ejército sino que esos soldados eran integrados en el ejército del vencedor.

[4] Región en la península de Anatolia (actual Turquía) enfrente de Constantinopla/Estambul.

[5] Capital de Bitinia. Es la actual Izmit.

[6] El consulado era un cargo político de Roma. En la época de los emperadores los dos cónsules no tenían casi poder pero daban nombre al año.

[7] Augusto era el nombre del primer emperador, pero luego lo usaron todos los otros emperadores como un título de su rango.

[8] Tesoro público. Conjunto de organismos públicos que se ocupan de la recaudación de impuestos

[9] A partir del año 284 el emperador romano Diocleciano estableció el puesto de vicario para gobernar una diócesis (un agrupamiento de provincias que tenían cada una su gobernador). Así cada vicario supervisaba a varios gobernadores.



[10] Publicar formalmente una ley u otra norma de la autoridad, para que sea cumplida y hecha cumplir como obligatoria. En España la promulgación de una ley suele consistir en su publicación en el Boletín Oficial del Estado (BOE). En Andalucía las normas de la Junta se publican en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía (BOJA).

https://boe.es/

https://www.juntadeandalucia.es/eboja.html

[11] Los romanos solían grabar las leyes en placas de bronce que luego se colocaban en el foro [la plaza principal] de cada ciudad.







jueves, 9 de noviembre de 2017

De re militari, por Vegecio ( c. 400-450)

https://jmarin.jimdofree.com/fuentes-y-documentos/reino-visigodo/saqueo-de-roma-seg%C3%BAn-jordanes/

Conviene ahora que hablemos de las armas ofensivas y defensivas del soldado, ya que en esto hemos perdido del todo las antiguas costumbres; y a pesar del ejemplo de la caballería goda, alana y huna, tan adecuadamente protegida con armas defensivas, que debería habernos hecho comprender su utilidad, consta que en cambio dejamos a nuestra infantería descubierta. Desde la fundación de Roma hasta los tiempos del divino Graciano [emperador desde el 375 al 383], la infantería siempre había estado defendida con la coraza y el casco [cataphracteis et galeis]; pero cuando la negligencia [=descuido] y la pereza hicieron menos frecuentes los ejercicios, estas armas, que nuestros soldados no llevaban más que raras veces[1], les parecieron muy pesadas. Pidieron, pues, al emperador, primero, ser descargados de la coraza y, luego, de los cascos. Habiéndose así expuesto contra los godos, con el pecho y la cabeza descubiertos, fueron a menudo destruidos por la multitud de sus arqueros[2]; sin embargo, ni después de tanta calamidad que alcanzó hasta la ruina de tantas ciudades, ninguno de nuestros generales tuvo el cuidado de devolver a la infantería las corazas o los cascos. Y así acontece que, al exponerse el soldado en la batalla a las heridas, piense más en la fuga que en el combate. ¿Y qué otra cosa puede hacer un arquero a pie, sin casco y sin coraza, que no puede sostener al mismo tiempo un escudo con un arco? Pero parece que la coraza y aun el casco son pesados para el infante que no los usa sino rara vez; en cambio, el uso cotidiano de estos los hace livianos [=ligeros], aunque hubiesen parecido pesados al principio. Pero aquellos que no pueden soportar el peso de las antiguas armas, deben ser obligados a recibir, en sus cuerpos desguarnecidos, las heridas y también la muerte o, lo que es más grave y vergonzoso, a ser hechos prisioneros o traicionar la república[3] con su fuga. Así, evitando el esfuerzo del ejercicio, se hacen degollar vergonzosamente como rebaños. ¿Por qué los antiguos llamaban muro [murus] a la infantería, sino porque las legiones armadas, además de con la lanza y el escudo, también refulgían [=brillaban] con las corazas y los cascos?

 

El texto pertenece a De re militari, una obra del escritor romano Vegecio, cuya fecha de redacción se encuentra entre el 400 y el 500. En este libro Vegecio intenta explicar las causas de las derrotas militares de los romanos ante los bárbaros.

Este texto hemos de entenderlo como una exageración. Lo cierto es que la mayoría de los soldados romanos sí llevaban cascos y corazas. Estos, así como los escudos, lanzas, espadas, arcos y flechas se elaboraban en talleres estatales (fabricae) que dependían directamente del emperador. Al tener que equipar a cientos de miles de legionarios la calidad media de la producción no era muy elevada. De hecho, las espadas de los bárbaros solían ser de mejor calidad, aunque la mayoría de estos iban armados sólo con lanza y escudo.

 



[1] A pesar de lo que se ve en las “películas de romanos” como Gladiator lo cierto es que los legionarios romanos sólo llevaban coraza en combate o durante sus deberes de guardia; el resto del tiempo la armadura permanecía guardada. Lo mismo ocurre hoy en día con los chalecos antibalas que los soldados y policías usan sólo en ocasiones de peligro, y no a todas horas, debido a su peso e incomodidad.

[2] Los godos eran famosos entre los pueblos germánicos por su uso del arco.

[3] La palabra “república” (res publica) para los romanos de la época de Vegecio era un sinónimo del Estado o del gobierno imperial porque la República de Roma había desaparecido más de tres siglos antes (el año 27 a. C.).






lunes, 20 de abril de 2015

La plaga de Atenas (siglo V a. C.)

Historia de la Guerra del Peloponeso, Libro II

47. Así tuvo lugar el entierro, en este mismo invierno, al cabo del cual concluyó el primer año de esta guerra. Y tan pronto comenzó la primavera los peloponesios [espartanos] y sus aliados hicieron una incursión, como la anterior, con los dos tercios de su ejército contra el Ática (a su frente iba el rey de los lacedemonios Arquidamo, hijo de Zeuxidamo). Se instalaron allí y se dedicaban a devastar el territorio. Cuando no llevaban aún muchos días en el Ática comenzó a aparecer por primera vez la famosa peste, de la que se decía que había atacado con anterioridad en muchos otros lugares, como en Lemnos y en otros parajes, aunque una epidemia tan grande y tan destructora de hombres no se recordaba que hubiera ocurrido en parte alguna. Efectivamente, en los comienzos los médicos no acertaban a devolver la salud, por su desconocimiento de la misma; es más, eran ellos mismos los que en mayor número morían, en cuanto que eran los que más trataban a los enfermos, y tampoco bastaba ningún otro remedio humano. Las súplicas en los santuarios o acudir a adivinos y similares resultaron por completo inútiles; y todo el mundo acabó por desistir de ellos, derrotados por el mal.

48. Comenzó éste primero, según se dice, desde Etiopía, situada al Sur de Egipto, y más tarde descendió a Egipto y Libia y a la mayor parte del territorio sometido al Rey [de Reyes o Gran Rey, el emperador persa]. En Atenas irrumpió de repente, e hizo presa en primer lugar entre los habitantes del Pireo[1], de suerte [manera] que se decía entre ellos que los peloponesios habían vertido veneno en los pozos, pues todavía no tenían allí aljibes. Algo después penetró ya en el interior de la ciudad, y los muertos fueron ya muchísimos.

Pronúnciese sobre él cada cual, según lo que —médico o simple particular— sepa, de qué es natural que haya surgido, y qué causas considera que fueron capaces de tener la virtualidad [capacidad] de provocar tan violenta alteración

 Yo, por mi parte, voy a contar cómo fue y expondré los indicios a partir de los cuales uno que los examine, en caso de que de nuevo vuelva a atacar, podría diagnosticar mejor, al contar con una idea previa, al haber estado yo mismo enfermo y haber visto también a muchos otros padecerlo.

49. Aquel año, en efecto, se estuvo generalmente de acuerdo en que había sido muy inmune a las enfermedades más corrientes, y si alguien había sufrido antes alguna enfermedad, su dolencia acabó resolviéndose en ésta. A los demás, en cambio, y sin causa aparente alguna, estando en perfecto estado de salud, les atacaban al principio de repente fuertes fiebres en la cabeza; sus ojos se enrojecían y se inflamaban, y en sus órganos internos, como la garganta y la lengua, al punto se hacían sanguinolentos y exhalaban un aliento atípico y fétido.

A estos síntomas sucedían estornudos y ronqueras, y al cabo de poco tiempo el malestar descendía al pecho acompañado de una fuerte tos. Y una vez que se fijaba en el estómago lo convulsionaba, y sobrevenían cuantos vómitos de bilis nos han descrito los médicos, y ello en medio del mayor agotamiento. A muchos les sobrevenían arcadas que les provocaban violentos espasmos, que en algunos casos cesaban enseguida, y en otros muchos después. El cuerpo, al tacto externo, no estaba ni muy caliente ni pálido, sino ligeramente enrojecido, lívido y recubierto de pequeñas ampollas y llagas; en cambio por dentro ardía tanto que no podían soportar que se les cubriera con los mantos y sábanas más finas, ni ninguna otra cosa que estar desnudos; y de muy buena gana se habrían echado al agua fresca, cosa que hicieron arrojándose a unos pozos muchos enfermos que estaban menos vigilados, víctimas de una sed insaciable. Pero daba igual beber mucho que poco. Además pesaba sobre ellos una falta de reposo e insomnio constantes.

Durante el tiempo en que la enfermedad estaba en su apogeo el cuerpo no se consumía, sino que resistía de una manera increíble la enfermedad, de suerte que en su mayoría morían a los siete o nueve días a causa de los ardores internos y con parte de sus fuerzas intactas, o si sobrepasaban este trance, al bajar al vientre la enfermedad, sobrevenía una fuerte ulceración, a la que se sumaba la aparición de una diarrea de flujo constante, a causa de la cual más que nada perecían muchos de debilidad. La enfermedad recorría todo el cuerpo, de arriba abajo, comenzando primero por asentarse en la cabeza, y si alguien se sobreponía a los ataques de las partes vitales, conservaba sin embargo las señales del mal en las extremidades, pues atacaba a los órganos genitales y a los dedos de las manos y de los pies; hubo muchos que consiguieron librarse tras haberlos perdido, y algunos tras haber perdido los ojos. A otros, en cambio, al iniciarse su recuperación les sobrevenía una amnesia total, y no se podían reconocer ni a sí mismos ni a sus familiares.

50. La índole de la enfermedad era superior a todo lo que pueda describirse. Además, a cada uno de los que atacó lo hizo con una violencia mayor de la que resiste la naturaleza humana; y especialmente por lo que ahora sigue demostró que era algo bien distinto de las afecciones corrientes: las aves carroñeras y animales que se alimentan de cadáveres, a pesar de que había muchos insepultos, o no se acercaban o si los habían probado morían. Y la prueba es ésta: se produjo una total desaparición de tal clase de aves, y no se las veía ni en torno a los cadáveres ni en ninguna otra parte. Y eran los perros los que, por convivir con el hombre, permitían observar lo que sucedía.

51. Así pues, tales eran los síntomas en conjunto de la enfermedad, si dejamos de lado muchas otras extrañas peculiaridades, dado que en cada caso seguía un curso distinto del otro. Y no se presentó por aquel tiempo ninguna de las enfermedades corrientes, y la que aparecía desembocaba finalmente en ésta. Morían unos por falta de atención y otros pese a estar atendidos. Ninguno, no se encontró ni un solo remedio, por así decir, con cuya aplicación se lograra alivio (pues lo que remediaba a uno, eso mismo dañaba a otro). Y ningún organismo, fuera robusto o débil, se mostró capaz de resistir por sí la enfermedad, sino que a todos aniquilaba fuera el que fuera el régimen terapéutico con que se le atendía.

Lo más terrible de toda esta enfermedad fue el desánimo que le embargaba a uno cuando se percataba de que estaba enfermo (pues inmediatamente abandonaba su espíritu a la desesperación y se entregaban ellos mismos, sin intención siquiera de resistir), y como se contagiaban al cuidarse unos a otros, morían como ovejas. Y fue el contagio lo que motivó mayor número de víctimas, pues si por temor no querían ponerse en contacto los unos con los otros, los enfermos morían abandonados, y así muchas casas quedaron vacías por falta de quien las atendiera; y si se les acercaban, perecían, y de manera especial quienes tenían a gala dar pruebas de humanitarismo. En efecto, éstos, por un sentimiento de pundonor se despreocupaban de sí mismos e iban a casa de sus amigos, incluso cuando hasta los familiares terminaron, vencidos por la magnitud de la desgracia, por cansarse de las muestras de duelo por los que incesantemente morían.

Y sin embargo, eran los que habían sobrevivido a la enfermedad los que más se compadecían del que agonizaba y del que estaba enfermo, no sólo porque ya lo habían conocido con anterioridad, sino porque se sentían ya seguros, pues la enfermedad no atacaba a una misma persona dos veces con riesgo de muerte. Y así eran felicitados por los demás, e incluso ellos mismos, por la alegría del momento, abrigaban cierta vana esperanza de que ya nunca iban a morir víctimas de ninguna otra enfermedad.

52. Añadida al presente infortunio, la concentración de gente venida de la campiña a la ciudad agravó la situación de la población, y no menos la de los propios refugiados: como no había viviendas, se alojaban en chozas asfixiantes en plena canícula, por lo que la mortandad se producía entre un completo desorden. Según iban muriendo, se acumulaban los cadáveres unos sobre otros, o bien deambulaban medio muertos por los caminos y en torno a las fuentes todas, ávidos de agua.

Los templos en los que se les había instalado estaban repletos de cadáveres de gente que había muerto allí. Y es que como la calamidad les acuciaba con tanta violencia y los hombres no sabían qué iba a ocurrir, empezaron a sentir menosprecio tanto por la religión como por la piedad.

Todos los ritos que hasta entonces habían seguido para enterrar a sus muertos fueron trastornados, y sepultaban a sus muertos según cada cual podía. Muchos tuvieron que acudir a indecorosas maneras de enterrar, dado que carecían de los objetos del ritual por haber perdido ya a muchos familiares. Algunos se adelantaban a quienes habían erigido las piras, y depositaban así el cadáver sobre piras ajenas y les prendían fuego, mientras que otros echaban el suyo desde arriba encima del que ya se estaba quemando, y se marchaban.

53. La peste introdujo en Atenas una mayor falta de respeto por las leyes en otros aspectos. Pues cualquiera se atrevía con suma facilidad a entregarse a placeres que con anterioridad ocultaba, viendo el brusco cambio de fortuna de los ricos, que morían repentinamente, y de los que hasta entonces nada tenían y que de pronto entraban en posesión de los bienes de aquéllos. De suerte que buscaban el pronto disfrute de las cosas y lo agradable, al considerar igualmente efímeros la vida y el dinero.

Y nadie estaba dispuesto a sacrificarse por lo que se consideraba un noble ideal, pensando que era incierto si iba él mismo a perecer antes de alcanzarlo. Se instituyó como cosa honorable y útil lo que era placer inmediato y los medios que resultaban provechosos para ello. Ni el temor de los dioses ni ninguna ley humana podía contenerlos, pues respecto de lo primero tenían en lo mismo el ser piadosos o no, al ver que todos por igual perecían; por otra parte, nadie esperaba vivir hasta que llegara la hora de la justicia y tener que pagar el castigo de sus delitos, sino que sobre sus cabezas pendía una sentencia mucho más grave y ya dictaminada contra ellos, por lo que era natural disfrutar algo de la vida antes de que sobre ellos se abatiera.

54. Los atenienses estaban abrumados por tal calamidad como la que les había sobrevenido, al perecer los ciudadanos en el interior y ser arrasado su territorio de fuera. Y en medio de la desgracia se acordaron, como es natural, de este verso que los antiguos decían que había sido vaticinado hacía tiempo: «Vendrá la guerra doria, y la peste con ella.» Hubo una discusión entre los ciudadanos acerca de que los antiguos no habían dicho en su verso «peste», sino «hambre». Sin embargo, ante la situación presente se impuso, como es natural, que se había dicho «peste». Ya que los hombres recuerdan aquello que sufren. Y creo yo que si en algún otro momento después de éste estalla una guerra con los dorios y aparece el hambre, lo natural será que interpreten el verso de la otra forma. También se acordaron ahora, aquellos que lo conocían, de la respuesta del oráculo de los lacedemonios, cuando al preguntar éstos al dios «si había que entrar en guerra», les respondió «que si luchaban con todas sus fuerzas, obtendrían la victoria, y que él mismo participaría». Así pues, a propósito de este oráculo, tenían la impresión de que concordaba con lo que había ocurrido, pues la enfermedad comenzó a aparecer al producirse el ataque de los peloponesios, y no se propagó al Peloponeso en proporción digna de notarse, sino que hizo pasto sobre todo de Atenas, y a continuación también sobre las ciudades más populosas.

Esto es lo que ocurrió relativo a la enfermedad.



[1] Nombre del puerto de Atenas, que se encontraba a algunos kilómetros de la ciudad en la época clásica.