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viernes, 19 de mayo de 2023

Esquirlas

Esquirlas

Sí, la tristísima columna de este domingo trata sobre el espantoso asesinato en masa que tuvo lugar hace pocos días en Uvalde (Texas).

 

José Errasti

29/05/2022 

Como cuando la luna de un parabrisas recibe un impacto y de pronto se fragmenta en un millón de cristalitos. Lo hemos visto todos, ¿verdad? Los fragmentos se mantienen en su sitio, pero en realidad la luna ha dejado de existir. Aunque la forma se mantenga, el parabrisas ha explotado. Ya no tiene ninguna resistencia. No es una unidad, sino un montón de esquirlas puestas una al lado de la otra de un modo ordenado. Podemos seguir conduciendo y fingir que no ha pasado nada, pero habremos perdido casi toda la visibilidad. No encuentro mejor imagen para describir qué le está sucediendo a las sociedades modernas occidentales. Y sí, la tristísima columna de este domingo trata sobre el espantoso asesinato en masa que tuvo lugar hace pocos días en Uvalde (Texas).

A pesar de que las imágenes de la escuela tejana hacen difícil distanciarse de lo sucedido esta semana, es necesario ampliar el objetivo y alcanzar una visión más global del problema. Entre las décadas finales del siglo anterior y la primera de este siglo, el número de este tipo de asesinatos en masa se triplicó en los Estados Unidos. Durante esta última década ha vuelto a triplicarse, alcanzando en este momento una cifra cercana a los diez tiroteos indiscriminados por semana. Es obvio que estamos ante un fenómeno que requiere de la concurrencia simultánea de muchas causas —disponibilidad de armas, problemas psíquicos, desarraigo social—, pero, sin negar la relevancia de las demás, conviene preguntarse cuál de las causas concurrentes está aumentando a la misma velocidad a la que aumenta este horror.

Es complicado hacerse una idea de cómo es una catarata cuando se está cayendo por ella. No es fácil analizar un fenómeno social estando dentro de él. Pero en los últimos años un buen puñado de ensayos acerca de la sociedad actual manejan los mismos términos. Falta de empatía. Irracionalidad. Infantilismo. Violencia. Ensimismamiento. Y, sobre todo, narcisismo y soledad. Cuidado: no estamos ante defectos que socialmente se estén intentando corregir, sino ante estilos de vida que se promueven activamente desde unos medios de comunicación y unas redes sociales con una capacidad de adicción, seducción y fascinación nunca vista. Añadamos unas dudosísimas pautas de crianza. Con las instancias políticas y educativas —que sólo ven clientes en la ciudadanía— apoyando. Desde el nacimiento. Las veinticuatro horas del día. Gracias a esa nueva parte del cuerpo humano que se llama “teléfono móvil”.

Hay sociedades sin países y hay países sin sociedades. Pocos países poseen una sociedad tan deshilvanada, con tantos puntos ciegos, tan poco cohesionada como la ciudadanía de los EEUU. Nunca habían sido una sociedad, lo fueron ligeramente durante unas décadas del siglo pasado, y ahora están dejando de serlo gracias a una tecnología capaz de crear un mundo propio para cada individuo —no, carajo, un mundo propio para cada uno no es el paraíso, es una puta distopía—. ¿A qué influencer le pasamos la factura en soledad, fracaso, resentimiento y conductas antisociales? Han convertido un fino cristal en un montón de esquirlas sólo aparentemente unidas. La promoción de valores y referentes comunes, prosociales y antiindividualistas, con la misma potencia propagandística que anima a la tendencia contraria, es tan urgente como la prohibición de la venta de armas.

viernes, 10 de marzo de 2023

Día Internacional de la Mujer

 https://www.youtube.com/watch?v=twCcKEaKpyU&list=PLkbTxiph5TH6Y-JyfNUwKq8haYcKVVghN

2. Materiales.

Vídeo Invisibles. https://youtu.be/vexpy_VrXhw

Video Estereotipos de género. https://youtu.be/UHgU4tZdWko

Video Sobre publicidad sexista. https://youtu.be/P8GuCxUsNWY

Canción machista 1, Bandaga - Ella No Quiere Rosé: https://youtu.be/gkGmu5bkyKk

Vídeos de una duración aproximada de 5 minutos cada uno con la vida de grandes mujeres de la ciencia, del estudio de la Historia, el arte y la literatura:

Frida Kahlo: https://youtu.be/OX8QsS8so50?list=PLkbTxiph5TH6Y-JyfNUwKq8haYcKVVghN

Marie Curie: https://youtu.be/3tuWzjaQuA4?list=PLkbTxiph5TH6Y-JyfNUwKq8haYcKVVghN

Cleopatra: https://youtu.be/yvjUlncUTRM?list=PLkbTxiph5TH6Y-JyfNUwKq8haYcKVVghN

Hipatia de Alejandría: https://youtu.be/oauxk40qYis?list=PLkbTxiph5TH6Y-JyfNUwKq8haYcKVVghN

Virginia Wolf: https://youtu.be/rETE0IGDqEE?list=PLkbTxiph5TH6Y-JyfNUwKq8haYcKVVghN

Mary Shelley: https://youtu.be/VAI9Y2oOYxk?list=PLkbTxiph5TH6Y-JyfNUwKq8haYcKVVghN

Ada Lovelace:https://youtu.be/bYCDVwyuVt4?list=PLkbTxiph5TH6Y-JyfNUwKq8haYcKVVghN

3. Guión de comentario para los vídeos: 

- Primer visionado del video sin interrupciones por parte del profesor. El alumnado que escuche y anote. 

- Segundo visionado con interrupciones del vídeo para hacer comentarios. 

- Utilizar el vocabulario anexo para analizar conceptos clave. 

- Extraer conclusiones generales y exponerlas por escrito en cartulina para dejarlas expuestas en clase.

POR FAVOR, HACED FOTOS


martes, 28 de junio de 2022

En el foso

 

En el foso

Emmanuel Carrère

ELPAÍS, 17 de octubre de 2021

 

Lo que a mí me gusta de los conciertos es mirar las caras de la gente. Aquella noche estaban alegres, todos estábamos bien. Buena energía (Clarisse). El foso estaba lleno, había quizá mil personas dentro, cuando empezó el tiroteo nos aplastamos contra las barreras. Me alcanzó una bala, no sé cuál de los tres la disparó (Aurélie). Como yo estaba delante del escenario, miraba a los músicos, vi su pánico, los vi huir por los bastidores. Al principio pensé: es un tarado que ha venido a tirar al azar (Lydia). Intenté decirme, van a tomar rehenes, si hacemos lo que nos piden todo irá bien, pero no, está claro que han venido a matarnos y pensé, es totalmente demencial, voy a morir en un concierto de rednecks californianos por el que he pagado 30’7 euros por la entrada (Clarisse). Quise saltar una barrera pero todo el mundo empujaba, me encontró atrapado por la pierna, pregunté si alguien tenía un cuchillo para cortármela (Lydia). Lo que más duele es que te pisoteen (Amandine). Lancé a mi mujer al suelo, me arrojé encima, todo el mundo en el foso se tumbó. Después de las primeras ráfagas vi a un hombre atlético que disparaba hacia el suelo. Avanzaba tranquilamente, uno o dos pasos y un tiro, uno o dos pasos, un tiro. No llevaba capucha. Al darme cuenta de esto, de que tenía la cara al descubierto, comprendí que todos íbamos a morir (Thibault). Enseguida me vi dentro de una charca de sangre caliente, no comprendía cómo podía haber tanta, tan rápido (Amandine). Supe que me habían herido gravemente cuando quise retirar de la cara el zapato de una persona que estaba encima de mí. Percibí que mi mejilla se me había desgajado entera y me colgaba a lo largo de la cara. Metí la mano derecha dentro de la boca para recoger los dientes y evitar tragármelos porque así corría el riesgo de toser y llamar la atención de los terroristas (Gaëlle). Pensé: “Ya está, es aquí, es ahora. Esta respiración es la última vez que respiro”. Lo único que me calmaba era pensar que no tenía hijos (Thibault). Habían encendido todas las luces y yo diría que sentían cierto gusto al matar a la gente (Amandine). Eran muy jóvenes, serenos. Hubo un momento en que a uno de ellos debió de encasquillársele el cargador y otro le ayudó a desatascarlo bromeando, como un buen compañero en el polígono de tiro (Edith). Pararon para recargar y después de eso fue menos seguido, más directo a un blanco: bala a bala, apuntando. Un grito un tiro, otro grito otro tiro, un tiro cada vez que sonaba un móvil (Pierre-Sylvain). Yo ya no quería sufrir, acepté la idea de que iba a morir a los 32 años, en medio de gente de mi edad que tenía igual que yo una hermosa vida por delante, asesinada por hombres que disfrutaban disparando (Amandine). Un hombre se levantó y dijo: “Basta ya, ¿por qué hacen esto?”. Lo mató uno de los tiradores (Edith). Le oí decir: “Pues para vengar a nuestros hermanos en Siria, echad la culpa a vuestro presidente Hollande”, y yo no sé lo que pasa en Siria, yo estoy aquí para pasar un buen rato con Nick, que es el amor de mi vida, y le pregunto: “¿Te han dado?”. Sí, en el vientre, le duele, le duele al respirar y entonces le meto mi boca en la suya para darle aire y luego él se muere (Helen). Soltó este discursito sobre Siria como si le importara un bledo, como una lección que has aprendido y en la cual no crees, lo único que les excitaba era dispararnos. Lamentable (Edith). Si te mueves mueres. Fingimos que estamos muertos. Los móviles suenan sin parar, con esos sonidos tan reconocibles de iPhone y que me hielan la sangre seis años después (Lydia). El que disparaba con el arma en la cadera bajó el cañón, se la puso al hombro y empezó a apuntar hacia abajo, cada vez a una diana concreta, para matarnos uno por uno. Me hirieron. Miré a Hélène. Ya no tenía nariz y tenía un agujero en el lugar del ojo derecho (Pierre-Sylvain). Conseguí subir al palco, había un hombre detrás de la fila del fondo, me escondió debajo del asiento (Edith). Yo llevaba una camiseta blanca, pesaba 120 kilos, una diana estupenda. Me puse delante de Edith pensando que así quizá la protegería (Bruno). Oía la matanza sin verla, acurrucada detrás de Bruno en postura fetal, aguardando la muerte. Vi que se abría la puerta en un extremo del palco. El tipo estaba a tres o cuatro metros, muy tranquilo, con unas zapatillas de deporte blancas (Edith). Yo me dije: “Vaya, que pancho está, parece tranquilo”. Y luego levantó el brazo y disparó desde el palco hacia el foso (Bruno). Y entonces hubo aquella explosión espantosa. Era ya espantosa, yo pensaba que no podría haber otra más espantosa, pero aquello era un grado aún más alto del horror, me dije que era como el 11 de septiembre: el primer avión y, después, el segundo avión (Aurélie). Había pingajos de carne por todas partes. Pensé que ya no quedaba leche en la nevera y que no había pagado el comedor escolar de mi hija (Edith). Vi volar lentamente al caer sobre nosotros unas plumas que comprendí enseguida que eran las plumas de su anorak (Amandine). Recuerdo el pantano viscoso en el que chapoteábamos, el olor a pólvora y a sangre y después la explosión, los pedazos del kamikaze que empezaron a caernos encima. Vi en una alucinación a mi hijo diciendo: “Mamá, tienes que levantarte, tienes que salir” (Gaëlle). Un amigo de Bruno vino a nuestro encuentro, le dijo que la situación se calmaba un poco, que era el momento de huir. Bruno me dijo que me fuera con ellos. Yo le dije que no podía moverme y él dijo: “Vale, me quedo contigo”. Y se quedó conmigo. Con una perfecta desconocida. Chapó, Bruno (Edith). Oí gritar a los policías: “Evacúen a los sanos”, y un hombre que se levantaba me vio la pierna y me dijo que lo sentía muchísimo pero que no podía ayudarme (Amandine). Fue al incorporarme cuando vi la carnicería. La luz cegadora, blanca. El montón de cuerpos, de un metro de alto, me recordó las imágenes de la matanza de Guayana. Todo el foso cubierto de cuerpos enmarañados, imposible distinguir entre muertos y vivos. Y encima de ellos las volutas de humo: una imagen imposible de imaginar, incomprensible (Pierre-Sylvain). Un chico me ayudó a incorporarme, me ayudó a caminar hasta el exterior y luego volvió al Bataclan para ayudar a otros supervivientes (Aurélie). Nos hicieron levantarnos y caminar hacia la salida en fila india, con las manos sobre la cabeza, y nos dijeron que no mirásemos, pero yo no pude evitarlo. La enorme charca se sangre negra y espesa. Todos aquellos cadáveres que una hora antes estaban bebiendo y bailando. Vi el cuerpo de una muchacha rubia, preciosa, lo único es que tenía los miembros mal colocados. El policía me dijo: “Siga adelante, ya no hay nada que hacer” (Edith). Yo apretaba mi bolso, tenía mucho miedo de perderlo porque dentro llevaba mi tarjeta sanitaria y la necesitaría cuando estuviese en el hospital (Coralie). Supe más tarde que el joven cirujano que me orientó hacia el quirófano con la esperanza de que me reconstruyeran la cara era un amigo de la infancia: no me reconoció (Gaëlle). Cuando salí, vi a Bruno quitando trozos de carne del pelo de una mujer que lloraba (Edith). Más tarde, justo antes de morir, mi padre me dijo: “Tú y yo consolamos a los demás de las desgracias que nos suceden”. Yo habría preferido no tener que consolaros (Amandine).

lunes, 27 de junio de 2022

¿Se está tratando de manera injusta a los padres de hoy en día?

 

https://www.huffingtonpost.es/rhonda-stephens/padres-hoy-en-dia_b_9855900.html

¿Se está tratando de manera injusta a los padres de hoy en día?

 

Creo que en los setenta los padres definían sus roles como nosotros nunca lo hemos hecho. Me preocupa que nuestros hijos se vayan de casa con más capacidad intelectual que nosotros, pero con menos conocimientos sobre la vida, que son los que les darán el éxito y la independencia de la que nosotros disfrutamos

 

Verano de 1974. Tengo 9 años. Para las 7:30 de la mañana ya estoy despierta y fuera de casa. Y, si es sábado, ya me he levantado y estoy haciendo lo que mi padre, Jerry, me mande. Pasar el rastrillo, cortar el césped, cavar agujeros o lavar el coche.

Verano 2016. Salgo de puntillas de casa para ir al trabajo en un intento por no despertar a mis hijos, que sin duda dormirán hasta las 11 de la mañana. Puede que hagan un par de las tareas que les he dejado en una lista en la encimera de la cocina, o puede que se coman esa bolsa de patatas que ya estarán rancias porque las dejaron en su habitación hace tres días, solo por evitar pasar por la cocina a toda costa y así "no ver" la lista.

Por si no os habéis dado cuenta, se nos está tratando injustamente con todo este tema de la paternidad. ¿Cuándo empezaron a preocuparse los adultos de si sus hijos eran felices, populares o estaban a salvo? Puedo aseguraros que Ginny y Jerry no se pasaban las horas preguntándose si mi hermano y yo nos sentíamos realizados.

Jerry se dedicaba a trabajar para tener ahorros para cuando se jubilara, a trabajar y a trabajar un poco más. Ginny le echaba doble cerrojo a la puerta para que no entráramos en casa, y hablaba por teléfono mientras se fumaba un cigarrillo. Mientras tanto, cruzábamos autopistas principales en bicicletas con las ruedas prácticamente desinfladas para llegar a otros barrios y jugar con niños a los que no conocíamos. Lo más probable habría sido que a alguno le hubieran atropellado en algún momento. Pero a nadie le importaba. Éramos niños y si no íbamos a ser mano de obra gratuita, se suponía que lo que teníamos que hacer era estar fuera de casa y quitarnos de en medio.

Yo, personalmente, creo que esa "mujer con demasiado tiempo libre" que decidió que era necesario repartir regalitos a niños de cuatro años por asistir a una fiesta de cumpleaños es la misma lunática que decidió que nuestra obligación era servir a nuestros hijos y no al revés.

Piensa en ello. Cuando eras pequeño, ¿qué disfraces llevábamos en Halloween? Si tenías suerte, mamá le hacía un par de agujeros a una sábana vieja y ya teníamos disfraz de fantasma. Pero si daba la casualidad de que su amiga con la que había quedado para teñirse el pelo se presentaba en tu casa pronto, teníamos que contentarnos con que nos hubieran hecho un ojo y nos pasábamos los siguientes 45 minutos intentando hacerle un segundo agujero con un palo afilado a la sábana, que al final quedaba un par de centímetros más abajo que el primero.

Un año vi cómo mi primo se daba de bruces con un coche que estaba aparcado por culpa del disfraz. Iba gritando "truco o trato" y se chocó contra la parte trasera del coche y se llevó una conmoción cerebral. Cuando mi hijo tenía tres años una modista le hizo un disfraz de payaso, con sombrero y maquillaje facial incluidos. Su abuela se gastó más en ese disfraz que en el vestido de mi graduación.

En algún punto de estos últimos 25 años, se le ha dado la vuelta a la tortilla y los padres empiezan a llevar los coches viejos y la ropa barata mientras sus hijos viven como estrellas de rock. Gastamos cantidades ingentes de dinero en educación privada y en las mejores equipaciones deportivas y nos amoldamos a unos horarios de competiciones de locos.

Soy tan culpable como cualquier otro. He comprado bates de béisbol de 300 dólares con un dinero que debería haber invertido en un fondo de pensiones, he llevado a mis hijos a competiciones de baloncesto nacionales y a competiciones de baile en un solo día sin llegar a plantearme por qué lo hacía.

Los mejores jugadores de béisbol de la historia no necesitaban bates de 300 dólares para ser buenos. Ni tu hijo ni el mío van a ser profesionales del deporte, pero nosotros sí que vamos a jubilarnos en algún momento y hurgar en la basura no es lo más adecuado para un anciano. Mi hermano y yo todavía nos seguimos riendo cuando nos acordamos de que cuando jugábamos al béisbol en el instituto no había más que un bate bueno y lo usaba el equipo entero.

¿Te acuerdas de la ropa que llevabas en los setenta? A pesar de los esfuerzos que hago por borrar esos recuerdos, todavía me acuerdo de lo desesperada que estaba por tener un par de zapatillas Converse. ¿Llegué a tenerlas? Negativo. Me sentó como una patada en la cara cuando mi madre se presentó con unas de imitación. En serio, no se parecían en nada. ¿Y me quejé? Ni se me ocurrió. Y sigo estando viva, ¿no?

Hay una generación entera de niños que llevan unos modelitos que cuestan lo mismo que la factura de la luz. Cuando éramos niños no existía la ropa de diseño para bebés. ¿Por qué? Porque nuestros padres no estaban lo suficientemente locos como para gastarse 60 dólares en un conjunto para que luego tuviéramos diarrea o vomitáramos con él puesto. Nuestros padres se centraban en ahorrar para la jubilación y en pagar la casa.

Y lo mejor de todo es que ninguno de esos niños conseguirá tener un trabajo al salir de la universidad que le permita pagar las cosas básicas de la vida, ni coches nuevos ni vaqueros de 150 dólares. Así que adivina quién va a recibir una llamada cuando no tengan para pagar el alquiler. Ajá, nosotros.

Remontémonos unos cuantos años. ¿Quién limpiaba la casa y trabajaba en el jardín cuando eras pequeño? Tú. De hecho, ese era motivo suficiente para tener un hijo. Éramos mano de obra gratuita. Mi madre era la supervisora de las tareas del interior de la casa, y más me valía que estuviera todo impoluto cuando mi padre entrara por la puerta a las 5:30 de la tarde. El grito de guerra era el siguiente: "¡Tu padre va a llegar en 15 minutos, guarda esos juguetes ahora mismooo!". Pasábamos el resto de la tarde levantándonos para cambiar el canal de la televisión cuando nos lo pidieran, y solo veíamos lo que quería papá.

Los fines de semana papá estaba a cargo del trabajo en el jardín y, si teníamos sed, bebíamos de la manguera, porque pasar dos minutos bajo el ventilador y beber un vaso de agua del grifo nos convertiría en unos blandengues.

¿Y ahora quién limpia la casa y trabaja en el jardín? La asistenta que viene los jueves y los jardineros que vienen el martes. La mayoría de los adolescentes de ahora no han cogido un cortacésped en su vida, y si le pides a mi hija que limpie el baño, puede que te haga un informe de cuatro páginas sobre todos los tipos de bacterias letales presentes en un váter.

Todos están tan ocupados haciendo cosas que se olvidan de cuidar lo que tienen. Pero no nos confundamos, no trabajan ni ninguna locura por el estilo. Hacer malabares con llevar al día los deberes, asistir a las actividades extraescolares y gastarse nuestro dinero podría ser mucho más estresante si tuvieran que trabajar.

Yo no recuerdo que nadie se preocupara por si la carga de trabajo me resultaba estresante, ni por mi salud mental en general. Ni siquiera creo que mi padre supiera cuándo era mi cumpleaños hasta hace diez años. Jerry y Ginny tenían cosas de adultos por los que preocuparse. Cuando éramos adolescentes, gestionábamos nuestras vidas sociales y los asuntos del colegio. Si Karen me decía, mientras se rizaba el pelo, que la permanente que acababa de hacerme me quedaba como el culo y que era imposible que Kevin quisiera salir con alguien con un culo tan esquelético como el mío, mi madre no se enteraba; y mucho menos llamaba a la madre de Karen para quedar con ella, arreglar nuestro malentendido y que nos hiciéramos una selfie todas juntas.

Además, nunca llamaban a mis profesores o entrenadores. Nunca. Si me tocaba sentarme en el banquillo, me quedaba en el banquillo. De todas formas, nuestros padres estaban trabajando. Solo sabían lo que les contábamos. No me entra en la cabeza la idea de mi padre yéndose del trabajo para venir a verme jugar un partido. Y si sacaba un 9,25 en un examen y luego el profesor me ponía un notable, me quedaba con el notable. No había amenazas veladas ni intercambios de dinero de por medio por un sobresaliente. (Aunque yo era más de quedarme en un 8,49. No era precisamente el prototipo de niña diez).

En esos tiempos, el instituto era un terreno de prueba para la vida. Aprendíamos a ser adultos con la supervisión semivigilante de nuestros padres. Trabajábamos porque queríamos tener coche, llenarle el depósito de gasolina y llevar zapatos y vaqueros caros. Sin esos trabajos, teníamos que llevar zapatillas de lona y vaqueros baratos y teníamos que pedirle prestado el coche a nuestra madre para salir los viernes por la noche.

Nadie, absolutamente nadie, llevaba un coche nuevo. A mí me consideraban muy afortunada porque mis padres me habían comprado un coche. Y utilizo el término "coche" demasiado alegremente. Si te dijera que era un deportivo rojo y me callara ahí, pensarías que fui una chica con suerte, pero mi coche rojo era un MG Midget, posiblemente del 74 y con total seguridad una trampa mortal.

Si hubiera conducido ese coche en un día de mucho viento, habría acabado por los aires. Probablemente cometí varias infracciones de seguridad la noche que metí a seis personas en toga para ir a una tienda en el coche, pero no retrocedería en el tiempo para cambiarlo por un coche nuevo ni aunque me dieran la oportunidad. Fui una adolescente arriesgada y, echando la vista atrás, era impresionante que consiguiera llegar viva a casa cada noche.

Si echamos un vistazo a los institutos estadounidenses de ahora, veremos que los niños llevan unos coches que sus padres, trabajando 55 horas a la semana, no se pueden permitir. Y estos adolescentes ni siquiera trabajan para pagarlos.

Y, para colmo, la mayoría de ellos se van a la universidad sin tener ni idea de lo que es buscar trabajo, solicitarlo, hacer una entrevista o ser puntual. Si tienen trabajo es porque alguien le debía un favor a su padre... y trabajarán si "pueden cuadrar el horario".

Queremos a nuestros hijos y queremos ver que son felices y que se sienten realizados. Pero tengo miedo de que les estemos robando las experiencias que hacen que la vida sea memorable y con potencial para convertirles en personas capacitadas, seguras de sí mismas y responsables. Cuando éramos adolescentes, nuestras mejores posesiones las habíamos comprado con un dinero que habíamos ganado nosotros y que habíamos estado ahorrando durante muchísimo tiempo. A nuestros hijos se les da casi todo, y a veces me pregunto si les damos todo por ellos o para sentir que somos buenos padres. La conclusión es que nunca se valora tanto algo que se te da como algo que ha costado un esfuerzo conseguir.

Las experiencias vividas nos servían para aprender lecciones, aunque cuando éramos jóvenes no lo sabíamos. Todas esas peleas en el instituto y esas batallas contra profesores con los que chocábamos eran una oportunidad para aprender a negociar y a comprometernos. También nos enseñaban que la vida no es justa. A veces la gente no se lleva bien contigo, a veces te partes el espinazo y aun así no vale para nada. Ya hemos dejado el instituto, solucionadores de problemas. Me da miedo que nuestros hijos vayan a dejar el instituto con papá y mamá pendientes de ellos para resolver cualquier dificultad.

Lo que pasa es que no tenemos los cojones que tenían nuestros padres. No estamos preparados para decir a nuestros hijos que no tendrán lo que quieren si no trabajan para comprárselo, porque no podemos soportar la idea de ver cómo se quedan sin ello o de verlos fracasar. Les hemos dado todo tipo de cosas; cosas que se echarán a perder, que se pasarán de moda, que perderán valor, que se quedarán pequeñas o que se perderán.

Como padres, supongo que algunos se sentirán bastante orgullosos de haber contribuido de forma material a la popularidad de sus hijos y de haberles allanado el camino. No es mi caso, y sé que habrá muchos que estén igual de frustrados que yo. Me preocupa lo que les hemos robado en ese proceso de dárselo todo.

1. Las recompensas tardías son algo positivo. Porque enseñan a ser perseverante y a determinar el valor verdadero de las cosas. Nuestros hijos no tienen ni puñetera idea de lo que son las recompensas tardías. Para ellos, una recompensa tardía es esperar a que se cargue la batería del móvil.

2. La capacidad de resolver problemas y de gestionar las emociones son cruciales. Ahora a los niños se lo dan todo resuelto. Suerte cuando llames al profesor de la universidad para pedirle que le dé otra oportunidad a tu hijo porque tenía dos finales más que estudiar y estaba muy estresado. No te rías, que hay padres que lo han intentado.

3. La independencia te permite descubrir quién eres realmente, en vez de limitarte a ser quien los demás esperan que seas. Es algo que yo ansiaba. Estos niños han cambiado la independencia por coches nuevos y vaqueros caros. Y vivirían así constantemente mientras pudieran seguir teniendo cosas guays. Yo habría vivido en una casa a punto de derrumbarse y habría sobrevivido a base de galletitas saladas y de polos para mantener mi independencia. Un momento... ¡Eso fue exactamente lo que hice! Me enerva. Se supone que lo suyo es querer crecer y querer seguir tu propio camino y no vivir bajo las reglas de otra persona o, como pasa muy a menudo hoy en día, bajo el techo de otra persona.

4. El sentido común es ese extra que te permite saber hacia dónde está el norte, cómo se cambia una rueda o cuál es el mejor camino para evitar los atascos. El sentido común se desarrolla al cometer errores y aprender de ellos. Es una característica que se adquiere mejor en un entorno en el que un fracaso no tenga consecuencias graves, y solo se domina al hacer las cosas por uno mismo. Al microcontrolar a nuestros hijos constantemente, les estamos sentenciando a una vida de inutilidad e ineptitud. A una determinada edad, ese "no tener ni idea de nada" empieza a ser peligroso. He visto a mujeres que se han casado para evitar tener que pensar por sí mismas, y, para algunas, era la opción más inteligente.

5. La fortaleza mental es la que permite a una persona seguir adelante a pesar de que todo le salga mal. Los más fuertes son los que acaban teniendo los mejores resultados. Pasan por despidos, relaciones difíciles, enfermedades y fracasos. Esta cualidad es consecuencia de las adversidades. La adversidad es algo positivo. Te enseña de qué pasta estás hecho, confirma eso de que "lo que no te mata te hace más fuerte". Es la maestra de la vida.

Sé que ahora mismo me estarás llamando de todo y estarás haciendo una lista mental de razones por las que este post no es aplicable a ti y a tu hijo, pero recuerda que yo también me incluyo en esto. Mis hijos no son tan malos como otros, pero porque soy demasiado pobre y demasiado vaga como para mimarlos hasta ciertos límites. Y no estoy diciendo que nuestros padres lo hicieran todo bien. Todos esos cigarros que me he fumado pasivamente y todas esas ocasiones en las que mi padre conducía mientras bebía cerveza mientras yo iba sentada en el asiento del copiloto y sin cinturón no eran ideales, ni mucho menos.

Pero sí que creo que en los setenta los padres definían sus roles como nosotros nunca lo hemos hecho. Me preocupa que nuestros hijos se vayan de casa con más capacidad intelectual que nosotros, pero con menos conocimientos sobre la vida, que son los que les darán el éxito y la independencia de la que nosotros disfrutamos.

Es posible que, después de todo, no seamos nosotros, los padres, quienes salgamos peor parados de esta situación.

 

 

viernes, 8 de octubre de 2021

Tutoría

Higiene




martes, 5 de julio de 2016

La cruz gamada cabalga el Mediterráneo

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Patricia Simón 16 de junio de 2023

Uno de los operarios que descargaban el jueves los cuerpos de los muertos del naufragio de Grecia llevaba tatutado en el brazo una cruz gamada y otra greca, símbolo de del partido neonazi Amanecer Dorado, una organización declarada criminal, entre otras causas, por sus ataques a los migrantes. Lo sabemos gracias a la crónica del periodista Hibai Arbide Aza, publicada en El País. A unas decenas de metros, en el recinto del puerto de Kalamata donde han sido trasladados los supervivientes, la policía ha colocado biombos junto a las vallas para que estos no puedan hablar con la prensa, como nos cuenta Queralt Castillo en lamarea.com.
Estos detalles, que han podido documentar porque han ido allí para ser nuestros ojos, nos salvan de la tentación de esquivar el zarpazo de la crueldad, de reducirlo al titular de una tragedia más, de condensarlo a una cifra escandalosa pugnando por nuestra indignación con tantas otras cifras escandalosas, de pasar página para no imaginar sus ojos espantados cuando el agua empezó a cubrirlo todo. 

Lo reconozco. Pospuse pinchar sobre las crónicas del naufragio durante horas porque esta guerra que la Unión Europea libra contra las personas migrantes y refugiadas está cumpliendo su objetivo: que cada vez nos cueste más mirarla de frente porque, inevitablemente, somos cómplices de estos crímenes de lesa humanidad. Como lo fue con el Holocausto parte de la sociedad alemana con su silencio. Y podría haber conseguido mantenerme a salvo si sólo hubiese leído cifras, declaraciones oficiales, estadísticas. 

La impunidad europea

Pero llegó el brazo con las cruces gamada y creta, y me sentí ridícula por indignarme porque se permitiese que un nazi cargara con los cuerpos de las víctimas de las directrices racistas europeas. Porque lo más desolador es que no guardamos la más mínima esperanza de que los responsables de las políticas criminales de cierre de fronteras tengan que rendir algún día cuentas ante unos juicios como los de Nuremberg.


La impunidad alienta la criminalidad institucional: desde la primera imagen de un hombre ahogado durante un viaje en patera en la orilla de Tarifa en 1988 hasta este naufragio frente a las costas griegas lo único que han hecho los burócratas de Bruselas ha sido destinar más presupuesto a la industria militar para contener a los inmigrantes en las fronteras, pagar más a los países del Sur Global para que impidan el derecho a migrar y destruir la conciencia ética europea mediante su ejercicio sostenido de cinismo.

Ahora vendrán los discursos afectados lamentando las pérdidas humanas, responsabilizando a las mafias y omitiendo la verdad: que todos esos hombres, mujeres y niños se han ahogado porque la UE les impide venir en avión o en un ferry comercial, que muchos huyen de países en guerra como Siria o Palestina, pero que como no son blancos ni cristianos como los ucranianos se tienen que morir para ser noticia y recibir sus palabras de solidaridad, que van a seguir viniendo y que desde Bruselas seguirán pagando a las mafias que controlan las instituciones libias para que les detengan y lleven de vuelta, que seguirán viniendo y que los guardacostas y el FRONTEX


seguirán omitiendo sus llamados de auxilio, y que seguirán viniendo, porque el ser humano siempre se ha movido buscando un lugar más seguro, más próspero y donde desarrollar una vida mejor, y que seguirán ahogándose, porque las condiciones del viaje son cada vez peores y porque la impunidad de la crueldad siempre desemboca en la perversidad.


Y seguirán viniendo, y cada vez más, porque no hace falta huir de la guerra para que sea legítimo tu deseo de migrar, y seguirán ahogándose, y cada vez más, porque la crisis climática y la desigualdad les empujará al mar, y seguirán ahogándose, y cada vez más, porque cuantos más se ahogan, más dinero destina la Unión Europea al entramado de empresas contratadas para las políticas de cierre de fronteras que llevan fracasando tres décadas. O no. Porque quizás su única función es aumentar la mortalidad.

El racismo de la Unión Europea

Porque como informa Castillo, Alarm Phone ha mostrado el registro de las peticiones de auxilio que durante horas mandaron desde el barco pesquero. La Guardia Costera griega y la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (FRONTEX) tenían localizada la embarcación y no fueron a su rescate hasta que fue demasiado tarde. Voluntarios de Alarm Phone avisaron también a las autoridades de Grecia, Italia y Malta. En democracias plenas, esta información evocaría un futuro en el que los responsables pagaran por estas cientos de muertes.

Pero entonces leo a Arbide Aza, que explica que los supervivientes serán desplazados al campo de refugiados de Malakasa, construido en una base militar a 50 kilómetros de Atenas. Y vuelvo a recordar que no hay esperanza. O acaso, ¿qué tendría que pasar para que las autoridades europeas encerrasen a supervivientes blancos de un naufragio, que han visto desaparecer a cientos de personas, en una base militar? ¿Qué tendría que pasar para que la policía se arrogase el derecho de impedirles hablar con la prensa?

Y entonces recuerdo las noticias que nos llegan de Libia en las últimas semanas. Y me doy cuenta de que en este macronaufragio hay otro actor político importante más. El gobierno de Abdul Hamid Ad-Dbeiba, apoyado por la ONU y que controla Trípoli y parte de Libia occidental, lleva meses bombardeando con drones a los civiles que están en los puertos de Al-Maya, Zuwara y Az-Zaw. En el Este, el general Khalifa Haftar, considerado un criminal de guerra, ha ordenado detenciones masivas de inmigrantes por toda la región y una ofensiva militar en Musaid y Tobruk, la ciudad de la que partió el barco pesquero accidentado. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, se ha reunido en los dos últimos meses con los dos líderes enfrentados para alcanzar acuerdos a puerta cerrada contra la inmigración. Con opacidad y sin ningún tipo de prejuicios, la cruz gamada cruza ya el Mediterráneo. 

Mientras, las y los periodistas que nos están contando lo que ocurre en Kalamata no solo nos salvan del crimen de la indiferencia, sino que de alguna forma, su presencia allí nos representa a quienes nos gustaría preservar algo de decencia, participar en un acto en memoria de los fallecidos y desaparecidos, acercarnos a algún sitio donde poder permanecer en silencio en su recuerdo, dejarles flores, desearles que descansen en paz, desfilar en silencio ante los supervivientes, bajar la cabeza, susurrar que les acompañamos en su dolor. Y también, señalar a los responsables y decirles que tanta paz lleven como descanso dejan. Y que todos los criminales de guerra creen que nunca serán juzgados.

jueves, 23 de junio de 2016

Andalucía no levanta cabeza: la menor esperanza de vida y la pobreza más severa de España



Los datos son tozudos y no dejan de mostrar una realidad demoledora de Andalucía, que contradice a algunos discursos políticos triunfalistas. El 29% de su población se encuentra en riesgo de pobreza y el 14,4% la sufre ya de forma severa -el mayor porcentaje de toda España-.

Estas cifras llevan a que sean andaluces diez de los 15 barrios españoles con menor renta por habitante, seis de los municipios con menor esperanza de vida y 12 de los que tienen mayor tasa de paro.

El cambio político que se produjo en 2019, tras casi cuatro décadas de Gobierno socialista, apenas ha variado los indicadores de pobreza de una comunidad de 8,4 millones de habitantes, la más poblada de España.

Desde entonces dirige la Junta el PP, primero en coalición con Ciudadanos y desde hace un año en solitario con mayoría absoluta, y los datos estadísticos siguen situando a esta región a la cola del país en porcentajes de población con grandes carencias y en situación de exclusión.

Las bajadas del impuesto de sucesiones y donaciones, del de transmisiones patrimoniales o las deducciones del IRPF en el tramo autonómico, aprobadas por el Gobierno del presidente Juan Manuel Moreno Bonilla, apenas han hecho variar los porcentajes de población que vive en el umbral de la pobreza o ya chapotea en la miseria.

Pese a ello, el dirigente popular andaluz ha hablado en discursos señalados, como el del Día de Andalucía o el de fin de año, de una comunidad "líder" en determinados sectores económicos, que aspira a ser la "gran locomotora económica" de España.

El informe del pasado mes de mayo sobre el estado de la pobreza en las comunidades autónomas, elaborado por la Red Europea contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN) con datos del Instituto Nacional de Estadística, refleja que en Andalucía hay 1.226.751 personas en una situación de pobreza severa, es decir, que viven en hogares con unos ingresos que no superan los 560 euros mensuales.

Esas personas representan el 14,4% de la población de la comunidad, el mayor porcentaje de pobreza severa que se registra en España, tras haber bajado un punto y medio respecto a 2021 y subido casi tres en relación a 2008.

Pero el mapa de la pobreza en Andalucía es mucho más amplio. El 29,1% de su población la está rozando, ya que tiene unos ingresos por debajo del 60% de la media. En esa situación se encuentran 2,4 millones de personas, que suponen un porcentaje sólo superado por Extremadura, Ceuta y Melilla, inferior en 3,2 puntos al de 2021, pero superior en dos al de 2008.

Otro indicador estadístico, la tasa Arope, que incluye la población con carencias materiales severas y la intensidad de trabajo muy baja, amplía la onda expansiva de la pobreza a más de un tercio de la población andaluza -el 35,8%-.

Este porcentaje, pese a haber bajado, se encuentra casi 12 puntos por encima de la media nacional y supera al de Rumanía -34,4- y Bulgaria -31,7-, los dos países con los peores datos de la Unión Europea.

En concreto, la privación material y social severa afecta a casi un millón de personas en Andalucía, un 1% más que el año anterior, sobre todo para hacer frente a los gastos de la vivienda, comer de forma mínimamente saludable, afrontar gastos imprevistos o mantener la casa a una temperatura adecuada.

Y un dato más: desde 2019, la renta media por persona en Andalucía ha subido de 9.160 euros a 10.703, y en todos estos años siempre se ha situado como la tercera comunidad con los ingresos más bajos del país. En 2021, llegó a ser incluso la penúltima de una tabla que habitualmente cierran Murcia y Extremadura.

 

El empleo y los ingresos son determinantes

El Observatorio de la Desigualdad de Andalucía (ODA), una plataforma integrada por más de una veintena de organizaciones y por investigadores, analiza desde 2015 los indicadores que muestran la pobreza y exclusión en la que vive una buena parte de la población de esta comunidad.

En su último estudio ha advertido de que en Andalucía hay ahora casi un 17% más de población en riesgo de pobreza que en la media de la UE. Una de las características de la tasa de pobreza en Andalucía, según este observatorio, es que el componente de ingresos familiares es el que la hace descender en mayor medida.

El PIB por habitante andaluz es un 20% inferior a la media de España y un 38% menor que el europeo. Y "el conjunto de variables relacionadas con el trabajo es el que hace descender a Andalucía en los índices de calidad de vida", de tal modo que es el que está peor valorado como indicador de bienestar en esta comunidad.

Un estudio de Oxfam apunta precisamente al sistema productivo imperante como uno de los principales motivos de la desigualdad que arrastra esta comunidad, con un mercado laboral poco industrializado con el empleo precario y poco remunerado, en su mayoría del sector servicios, que al final de la vida profesional se traduce, además, en pensiones bajas.

María José Blázquez, geógrafa que ha participado en la elaboración de varios informes del Observatorio de la Desigualdad, considera que hay "razones muy profundas de estructura económica" detrás de los datos que año tras año sitúan a Andalucía a la cabeza de España en los indicadores de pobreza.

No en vano, 12 de los 15 municipios españoles con mayor tasa de paro en 2022 eran andaluces, con índices de desempleo de entre el 21 y el 29,3%, según el INE.

"Las altas tasas de paro hacen bajar los índices multifactoriales que miden la calidad de vida y el bienestar. Y aquí esas tasas son más altas que la media de España -siete puntos por encima- y triplican las de la UE", precisa.

El informe del Observatorio incluye un cuadro semáforo en el que se aprecia la evolución de cada uno de los indicadores sobre desigualdad a lo largo de los años, desde 2010 hasta 2021.

En los que miden la exclusión social y la pobreza, todos están en rojo, es decir, han empeorado en la última década. En amarillo -ni mejor ni peor- hay cinco, entre ellos, la renta media por unidad de consumo y la población con trabajo en situación de pobreza.

Por último, en verde se encuentran uno referido a la brecha salarial de género y todos los indicadores de educación, que registran mejoras significativas en las tasas de abandono escolar, aunque aún está en el 17%, y en la de jóvenes que ni estudian ni trabajan.

"Hemos mejorado en algunos indicadores, pero seguimos estando siempre por debajo de la media europea y española", explica a Público María José Blázquez. Eso ha impedido, según esta geógrafa, que después de haber recibido millones de euros en fondos europeos, Andalucía aún no haya conseguido converger con la UE, ni con otras partes de España, aunque haya dejado de ser una región Objetivo 1.

Cerca de medio millón de niños afectados

La infancia es una de las más afectadas por las altas tasas de desigualdad que arrastra Andalucía. Un 29,4% de los menores de 18 años que viven en esta comunidad, o sea, 454.379 niños y niñas, se encuentran en situación de pobreza.

Este porcentaje supera la media nacional, que está en el 27,8%, según la organización Save the Children, que ha extraído los datos de la última Encuesta de Condiciones de Vida del INE.

Además, la tasa de pobreza severa infantil se sitúa en el 15%, casi la misma que en 2021, mientras que la carencia material grave ha aumentado más de dos puntos y alcanza al 13,6% de los menores andaluces.

"Uno de los aspectos más alarmantes es el incremento significativo de los niños, niñas y adolescentes que no tienen acceso al menos a dos raciones de carne, pollo o equivalente a la semana", subraya Save The Children.

La responsable de Políticas de Infancia de esta organización en Andalucía, Ana Sánchez, señala que estos datos tienen consecuencias directas en todos los ámbitos de la vida de los niños: en su crecimiento, en su rendimiento escolar y en su futuro como adultos.

"Condiciona el futuro de la infancia y del resto de su vida. Cargan con una mochila mucho más pesada", explica a este periódico.

Tres de cada diez niños viven en una infravivienda en Andalucía y un 20% en hogares que soportan sobrecargas financieras que, según esta entidad, obligan a las familias a detraer dinero de otros gastos, entre ellos los escolares y del cuidado de la infancia, para mantener una casa.

"Debería ser algo inaceptable como sociedad que casi un tercio de los niños y niñas estén en situación de pobreza", recalca Ana Sánchez.

La situación se torna aún peor en el caso de las familias monomarentales, que sufren en mayor grado situaciones de riesgo de pobreza y exclusión social, según la portavoz andaluza de Save The Children.

Si, en general, tener hijos supone un factor de riesgo económico para caer por ese desfiladero, el peligro aumenta notablemente cuando es una mujer sola la que tiene que sacar adelante a una familia.

"Están más expuestas por la precariedad laboral y por la falta de políticas y ayudas públicas para apoyar a estas familias", apunta Sánchez. Por esa razón, Save The Children considera esencial que se mejore el sistema de las ayudas a las familias con niños y niñas.

"En Andalucía tienen que mejorarlas para que sean más ágiles, menos burocráticas, y deberían situar el interés superior del menor en todas las políticas", afirma su portavoz regional.

"Tendrían que reflexionar sobre lo que están haciendo, si están invirtiendo lo suficiente cuando ha subido un punto y medio el porcentaje de menores que están en situación de pobreza en esta comunidad", advierte.

La población andaluza muere dos años antes que la media española

La esperanza de vida es otro de los indicadores en los que Andalucía se mantiene en el furgón de cola. Según los últimos datos del INE, la población de la comunidad andaluza es -sin contar Ceuta y Melilla- la que tiene una menor esperanza media de vida en ambos sexos (81,49 años), tres menos que la de Navarra, que es la más alta con 84,28 años, y casi dos menos que la media nacional, situada en 83,07.

El proyecto Indicadores Urbanos del INE refleja, además, que de los 15 municipios españoles con una menor esperanza de vida, 10 son andaluces, entre ellos cuatro capitales de provincia (Málaga, Cádiz, Huelva y Almería) y La Línea, farolillo rojo, con 79,3 años de esperanza media, la más baja del país.

Francisco Viciana, demógrafo del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, epidemiólogo y profesor de Salud Pública en la Universidad de Sevilla, ha estudiado en profundidad las estadísticas de la esperanza de vida en esta comunidad, sobre la que hizo su tesis doctoral además.

Su conclusión es que el pasado, el bagaje histórico, puede estar detrás de los datos que sitúan a esta región con los peores resultados.

Según Viciana, el análisis estadístico le ha permitido observar que las tendencias de esperanza de vida se mantuvieron constantes en Andalucía durante el pasado siglo, convergiendo con las del resto de España, salvo en dos etapas muy concretas: durante la Guerra Civil y los primeros años de la posguerra, y a mediados de los años setenta, cuando se volvió a distanciar de la media del país.

El análisis de los datos le permitió a este experto comprobar que el descenso de la esperanza de vida en la década de los setenta empezó a afectar más a las mujeres y a las personas mayores de 50 y 60 años.

"Eso me llevó a sospechar que en esas diferencias tienen mucha importancia la salud que depende del bagaje histórico de la persona, que impacta desde una temprana edad y que a largo plazo puede causar una serie de patologías, aumentando la fragilidad personal", explica a Público.

El origen podría estar en las hambrunas que en 1941 y 1946 asolaron Andalucía, sobre todo en la parte oriental, a causa de unas fuertes sequías que dejaron sin cosecha a una población ya extenuada por los desastres de la Guerra Civil.

Sin grano para producir pan, sin salarios para los jornaleros en una tierra de latifundios, el hambre se extendió como la peste y causó una gran mortalidad, además de dejar muy debilitada la salud de miles de personas.

"Por ejemplo, las enfermedades asociadas a la diabetes pueden estar influenciadas por deficiencias nutritivas a edades tempranas. Muchos pensamos que la calidad de vida, la salud, está inducida por nuestro pasado, por nuestro bagaje histórico personal", dice Francisco Viciana.

Otro dato que aporta este epidemiólogo y demógrafo es el que proporciona el estudio comparativo de la esperanza media de vida de la población andaluza que emigró a otras comunidades, de acuerdo con el cual es mayor que la de la que permaneció en su lugar de origen, pero, al mismo tiempo, menor que la de la de la población del lugar donde se asentó, Catalunya y Madrid fundamentalmente.

En el caso de las mujeres, Viciana sostiene que las desigualdades de género, más acentuadas en esta parte de España históricamente, pueden haber incidido en la menor esperanza de vida media que registran las andaluzas con respecto a las mujeres de otras comunidades autónomas.

De esta forma, según su teoría, el reparto de roles en la familia meridional y el sometimiento de las mujeres en tiempos pasados pudo haber sido determinante para una mayor merma de su salud.

Diferencias "intolerables" entre barrios de una misma ciudad

La esperanza de vida también tiene un claro componente espacial y social, porque cambia incluso de un barrio a otro en una misma ciudad. En Sevilla, la diferencia llega a ser de hasta casi nueve años entre Santa Clara, una de las zonas más ricas de la ciudad, y el Polígono Sur, el barrio de España con la menor renta media por habitante, según el Observatorio de la Desigualdad de Andalucía.

Este organismo en su último informe ha puesto el foco en la situación de los doce municipios con más de 100.000 habitantes que hay en esta comunidad.

"El rasgo más evidente de marginación es que la esperanza de vida en los barrios excluidos sea mucho menor que en los barrios de clase media, con una clara correlación entre pobreza y mortalidad", afirma el Observatorio de la Desigualdad.

Inmaculada Caravaca, geógrafa y coordinadora del último informe del Observatorio, asegura que las desigualdades "más graves e intolerables" son las que se producen dentro de las grandes ciudades de la comunidad andaluza.

"Desgraciadamente, en Sevilla están los barrios más pobres de Europa -seis de los 15 con menor renta por habitante de España, según el INE- y no se es consciente de las diferencias tan impresentables que hay entre la población. Están pasando cosas muy cerca nuestra que son insostenibles", se lamenta.

El último informe del Observatorio señala que Sevilla, con una población decreciente que se sitúa en torno a los 680.000 habitantes, es la ciudad andaluza que presenta una mayor desigualdad urbana, con unas rentas cuatro veces más altas en los barrios más ricos que en los más pobres.

"Las grandes diferencias en bienestar en el caso del municipio de Sevilla no se deben a la existencia de sectores urbanos donde se concentre de un modo especial la riqueza -como ocurre en Barcelona, Madrid o Málaga-, sino ante todo a la presencia de los barrios más desfavorecidos de España", se precisa en el documento.

La geógrafa María José Blázquez argumenta que en las ciudades de Andalucía se proyecta una "segregación espacial" por razones económicas que no se produce en las ciudades del norte de Europa más desarrolladas e igualitarias.

"Aquí se proyecta mucho la desigualdad en las ciudades, por razones socioeconómicas. Hay guetos de pobreza, que es lo que caracteriza a Andalucía, en los que las diferencias son muy importantes y eso se proyecta en los espacios de las ciudades", explica.

A juicio de Francisco Viciana, sería necesario investigar en mayor medida cómo afecta el contexto social y espacial a la salud de la población, para así poder determinar las razones por las que las poblaciones de localidades del Campo de Gibraltar en la provincia de Cádiz o barrios como el Polígono Sur en Sevilla tienen una esperanza de vida menor al nacer.

El colchón que proporciona la familia

El indicador en el que Andalucía suele obtener los mejores resultados cuando se analizan los niveles de pobreza es el que mide las redes de apoyo social de sus habitantes. De acuerdo con el índice Better Life Index, Andalucía ocupa los primeros puestos al valorar la pertenencia a la comunidad.

"La pertenencia a un grupo social o una comunidad fuerte puede brindar apoyo social durante los momentos buenos y malos, así como facilitar el acceso a empleo y otras oportunidades materiales", asegura el Observatorio de la Desigualdad. 

"La persistencia en Andalucía y España de un modelo familiar basado en la ayuda mutua está compensando los efectos del desempleo y la pobreza, y está contribuyendo a disminuir los efectos de la exclusión social", continúa dicho organismo.

Según María José Blázquez, la estructura familiar más clásica que predomina en territorios como Andalucía suple las carencias económicas y asistenciales que en otros países se proporciona desde las estructuras del Estado, y por eso es en el indicador donde más alto puntúa esta comunidad.

No obstante, no hay que olvidar que en un mundo globalizado la dependencia de lo que ocurre en otras partes del mundo se acrecienta cada día.

La observación de los indicadores de Arope en Andalucía muestra, por ejemplo, que su tendencia ha estado muy condicionada por dos eventos a escala mundial: la crisis económica que empezó en 2008 y la pandemia de la covid.

Según el análisis del Observatorio de la Desigualdad, entre 2008 y 2014 el porcentaje de personas en riesgo de exclusión en la comunidad andaluza fue creciendo hasta suponer un tercio de su población.

Luego, ese porcentaje fue bajando hasta que en 2021 volvió a aumentar, con un incremento de más de tres puntos porcentuales y unos valores próximos a los años posteriores a la grave crisis de 2008.

El análisis de los indicadores de pobreza también muestra que hay una clara división entre el norte y el sur de España. Las comunidades situadas al norte de Madrid mantienen tasas de pobreza y exclusión social muy cercanas o similares a las de los países europeos más avanzados, mientras que las del sur registran tasas muy elevadas, por encima de la media nacional y alejadas de la media comunitaria.