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martes, 1 de diciembre de 2020

Cuando tu amigo es tu acosador

Cuando tu amigo es tu acosador

 

Diana López Varela, 24 de agosto de 2023

 

De todas las cosas que se han dicho desde la malograda celebración del Mundial de Fútbol Femenino la que más me irrita es la justificación de la caverna mediática alegando que un beso forzado es solo un pico entre dos amigos que se llevan genial, y tonto el que no lo vea. Desde el primer momento en que se denunció la conducta del señor Rubiales hacia la futbolista Jenni Hermoso, las compañeras periodistas señalaron, muy acertadamente, que ese no era un beso entre amigos, sino un acto de acoso sexual entre un superior y su subordinada. Ya conocemos la relación de poder que se da entre un hombre y una mujer en una jerarquía profesional, pero ¿qué ocurriría si, efectivamente, este fuese un beso entre amigos? ¿Qué ocurriría si un aparente beso entre dos colegas escondiese también una agresión sexual? ¿Sabemos distinguir las preposiciones "entre" de "contra"? ¿Acaso un amigo, por bueno que sea, tiene derecho a comerle los morros a una mujer sin que medie el deseo de ella en ese acto íntimo?

Toda esta historia me hizo recordar, inevitablemente, la cantidad de violencia sexual que muchas mujeres hemos tolerado a lo largo de nuestras vidas por parte de pseudoamigos y coleguitas de turno. Hombres que han sabido ejercer su poder patriarcal desde la cómoda e infalible posición de la amistad verdadera. Esos que no han desperdiciado un momento de euforia, vulnerabilidad, bajón, intoxicación etílica, o desgracias varias para arrimar los morros más de la cuenta, o para meter la mano bajo la ropa al fundirse los cuerpos en un cálido abrazo. Esos amigos en cuyos brazos hemos llorado creyendo que nos consolaban atentamente, cuando el único consuelo que buscaban era el de su entrepierna. Esos fantásticos amigos que siempre han estado ahí cuando los hemos necesitado, esperándonos con una erección al otro lado de la puerta.

Difícil no encontrar una mujer que no se haya llevado un disgusto de este tipo con algún buen amigo. Difícil no encontrar a una mujer que haya transigido, tolerado, reído incluso, ante el cariño desmedido de ese colega que siempre aprovecha una ocasión para tocarte sin importarle si tú estás cómoda o no. Si tú lo deseas o no. Ese amigo que entiende muchísimo de lenguaje corporal cuando un señor se lleva las manos a la polla en medio de una celebración futbolística, pero muy poquito cuando es la suya la que te roza sin venir a cuento. Ese colega que, sin maldad ninguna, como diría el presidente de la RFEF, te aprieta contra una esquina o contra una pared, se te declara cada vez que tiene ocasión, y boicotea todas tus relaciones de pareja porque "ese mamón no te merece". Ese amigo que te lleva en coche a las afueras de la ciudad cada vez que estás agobiada porque para ejercer la amistad auténtica se necesita intimidad. Ay, ese amigo, un cielito de hombre, psicólogo y hermano, que es capaz de regalarte un juguete sexual en el día de tu cumpleaños porque tú lo que tienes es que olvidarte de tu ex y pasártelo bien. Y si no sabes cómo funciona lo probamos juntos jijí-jajá.

No hablo de amigos a los que les gustas o a ti te gustan, o no, porque el enamoramiento entre amigos es tan legítimo (o más) como el que surge en un match de Tinder. No hablo de amigos que te intentan conquistar y lo consiguen, o no, y aquí paz y después gloria. No hablo de amistades que se convierten en otra cosa por el deseo y la connivencia de ambos. No hablo de rollos entre amigos que se quedan como una anécdota y cuyo recuerdo te produce una sonrisa y no asco y arrepentimiento. No hablo del juego de la seducción y de sus consecuencias, ganes o pierdas, amigo. Yo, que siempre he estado a favor de las relaciones de pareja surgidas a partir de la amistad porque ya tienes medio trabajo hecho, no hablo de eso, claro que no. Yo hablo de esos otros amigos, los amigos que todas sabemos.

Me refiero al amigo que es capaz de plantarte un beso en la boca en medio de una discoteca plagada de gente (entre esa gente está tu novio) porque unos tipos que él no conoce (los amigos de tu novio) vienen a hablarte y él desea, con todas sus fuerzas, salvarte de pervertidos y de acosadores. Ese amigo que no es agraciado, y lo sabe, pero míralo que entregado está y siempre contesta el móvil cuando lo necesites para acabar hablándote de sexo, aunque a ti no te apetezca. Ese amigo protector y un poquito obsesionado que te entiende más que cualquier otra amiga porque él es hombre, él sabe cómo se comportan esos cerdos con las mujeres. Ese amigo que está deconstruido, reconstruido y liberado de toda masculinidad, ese amigo que se vende como un ser inofensivo: el peor. Yo me refiero a ese amigo que si no fuese tan amigo como te ha convencido él mismo, tendría dos bofetadas en cada una de sus mejillas y una denuncia en el juzgado. Fíjate amiga, que ese amigo no es tu amigo, es tu acosador.

Hablo también de ese colega de trabajo que aprovecha cada cena de empresa para babosearte sin caérsele la cara de vergüenza al lunes siguiente. Ese amigo-admirador, el que tiene un proyecto chulísimo pensado para ti que desaparece si no te vas con él a dormir a un hotel. Ese al que le encanta darte la turra a sol y a sombra y necesita quedar ciento cincuenta veces para resolver una chorrada y que insiste en acabar cada reunión en su casa porque así estamos más cómodos. No me olvido de aquel otro amigo que te manda un mensaje al día siguiente de emborracharos juntos en una fiesta para recordarte que "si no fuésemos amigos ayer te habría violado" ¡Qué amigo más mono! ¿Y qué me dices, querida, de ese otro amigo que te compra entradas para conciertos, teatro, reserva cenas (¡y hasta habitaciones de hotel!) y haces planes para los dos solos siempre que le sale de los cojones y sin preguntarte primero? ¿Cómo le dices tú a ese amigo tan riquiño que no quieres irte con él sola a ningún sitio cuando está claro que es tan buen amigo? ¿Acaso él no se da cuenta de que, si tú quisieses ser su novia, o acostarte con él, ya lo habrías hecho sin necesidad de tanta tontería ni de gastar tanto dinero? Que tú eres una mujer del siglo veintiuno, y tu amigo, lo sabe.

Puede que poco a poco ese amigo al que le contabas todo con pelos y señales se convierta también en el amigo que se enfada cuando tienes novio nuevo y deje de hablarte si te enrollas con aquel otro que no te conviene nada. Porque él ya te ha avisado, amiga, de que ese chico te va a hacer daño. Que pareces tonta. Ese amigo está ahí para ayudarte a aclarar tus sentimientos, cabecita loca, y tú se lo pagas liándote con cualquiera. Ese amigo que, en cuanto pierde la potestad en exclusiva sobre tus planes y sobre tu vida, se comporta como ex más tóxico y celoso que hayas tenido jamás. Y a mí no me vengas a llorar cuando estés mal, ¿de acuerdo? En cuestión de tiempo, puede que a ti ya no te apetezca darle más explicaciones a ese amigo que se comporta como si fuese tu propietario. Puede que quieres que se busque una novia o una nueva amiga (la pobre). Puede también que le guardes un poquito de rencor que crecerá en ti como lava ardiendo hasta el último día de vuestra supuesta amistad. Y por fin llegará el día en que se te habrá pasado la necesidad de justificarte todo el rato con ese amigo, dejarás de buscar su validación, te liberarás de su yugo y querrás perderlo de vista para siempre. De paso, dejarán también de impresionarte todos los tipos que simplemente no parecen unos gañanes, porque muchos de ellos también se agarran los huevos cuando marca un gol su equipo y se pajean con tu foto, aunque tú no los veas. Tendrás menos amigos, eso desde luego, pero al menos estos no intentarán acosarte cada vez que te despistes. Por fin entenderás que consentir no es desear y que desear tiene mucho que ver con la amistad real. Desear que jamás ninguna mujer haga nada para complacer a un hombre. Lo bueno es que ese amigo habrá desaparecido de tu vida en cuanto haya perdido toda esperanza de meterla en caliente. Y eso amiga, es lo mejor que nos puede pasar.


viernes, 28 de agosto de 2020

La maternidad es cosa de todos



La maternidad es cosa de todos

Diana López Varela 23 FEBRERO 2018

GALICIA ENCABEZA el récord histórico en el descenso de la natalidad, con una involución en la maternidad que nos coloca sólo por detrás de Mónaco en cuanto al número de hijos por mujer. En ningún país del mundo, salvo en el pequeño principado, nacen menos niños: 7,03 por cada mil habitantes. En nuestro país para viejos, en donde sólo se producen seis nacimientos por cada diez muertes, los mayores de 64 años son ya la cuarta parte de la población. El retroceso de la natalidad es una constante en todos los países industrializados y la falta de recambio generacional es vista cómo la principal amenaza al impago de pensiones.

 

Con un porcentaje muy elevado de jóvenes de entre 20 y 35 años expatriados desde el inicio de la crisis, las dificultades económicas, principalmente la falta de empleo, han contribuido negativamente al aumento de la natalidad en Galicia. Pero, como decía Matías Prats ¡que no te engañen!, el impacto en los ingresos del primer hijo repercute de manera muy distinta cuando se es mujer. Nuestras ganancias llegan a reducirse casi un 30 por ciento en los meses posteriores al alumbramiento, y es muy fácil que la vuelta de la raquítica baja maternal acabe con una reforma de las condiciones laborales previas al parto. Hace pocos días pude comprobar con estupor como una amiga que lleva diez años trabajando en la misma empresa, era agasajada con una reducción de jornada y de sueldo para poder conciliar con su bebé recién nacido. Las empresas no aman a las madres. Y ni siquiera las aman muchos compañeros, que se convierten fácilmente en enemigos de la madre por sus "privilegios" de crianza.

 

Y no sólo de precariedad vive la baja natalidad.

La crisis tampoco ha contribuido a un reparto igualitario de las tareas, ya que las tres cuartas partes de las labores domésticas siguen recayendo sobre los hombros femeninos, que regalan 26,5 horas de trabajo no remunerado a la semana por el bienestar familiar, quitándoselo, principalmente, al tiempo de ocio. El cambio económico ha venido acompañado de otra crisis, la "crisis identitaria", en la que las mujeres que, como apunta Elisabeth Badinter en su libro La mujer y la madre, han peleado por una buena carrera profesional y un estatus social, se paralizan ante la posibilidad de perder lo conseguido por el deseo de ser madres.

La libertad de elección se ha convertido en una trampa. La maternidad, cada vez más exigente, está derivando en una profesión hiperespecializada en medio de una presión social por la perfección. "Cuanto más libre se es de tomar las propias decisiones, más responsabilidades y deberes se tienen", apunta Badinter. Ahora que sabemos que las madres sufren y que muchas se arrepienten, la posibilidad de "escoger" puede hacer sentir mucho más miserables a las mujeres si la maternidad no sucede como esperaban.

 

No sólo hay cada vez menos madres, sino que cada vez lo somos más mayores. Algunas a edades en que las nuestras nos tenían prácticamente criados y otras eran ya abuelas. Cuando mi madre tenía mi edad —casi 32— la acompañaban tres mocosos, dos de diez y una de siete años. De las mujeres con formación universitaria que me rodean, apenas un par de amigas cercanas han sido madres recientemente y, en mi círculo de amigas íntimas, cuyas edades se extienden de los 27 a más de 40 años, ninguna ha tenido hijos. Sólo las amigas de mi pareja, casi diez años por encima de mí, me devuelven a la realidad biológica de la mujer.

 

Así que cada vez más mujeres posponen la maternidad al tiempo en que ya han demostrado "todo" en sus empresas, mientras el reloj biológico marca el tic tac de las horas perdidas en una carrera por el embarazo llena de frustración, culpabilidad y dolor, en donde el miedo a no ser lo suficientemente fértiles cae como lluvia ácida sobre el campo inmaculado de la independencia económica. En España, uno de cada diez niños ya nacen a través de técnicas de reproducción asistida, y algunas empresas empiezan a ofrecer gratuitamente el servicio de congelación de óvulos a sus empleadas como solución imaginativa a sus nulas políticas de conciliación.

 

El peaje físico, intelectual, social, y laboral de la maternidad es tan grande, que incluso las que lo son a tiempo completo y por propia voluntad, no encuentran muchas veces la recompensa social que se merecen. Pero el tiempo de las madres mártires ha terminado. Ahora que somos conscientes de todo lo que hicieron nuestras madres, de todo lo que sacrificaron por estar dentro y fuera sin ningún reconocimiento de aquellos hombres que se creyeron los padres del Estado del Bienestar mientras recibían el plato caliente y a los hijos bañados y planchados, las mujeres elevamos la voz pidiendo el respeto y el reconocimiento que la crianza requiere. Sólo un cambio radical en las políticas económicas y sociales puede devolver la maternidad al centro de la vida de las mujeres. Porque la maternidad es cosa de todos. Que no te engañen.


miércoles, 24 de mayo de 2017

Las mujeres que usaban mal el preservativo

Las mujeres que usaban mal el preservativo
Hace unos días se dio a conocer una preocupante investigación que alertaba sobre el carácter negligente de las mujeres españolas a la hora de usar el preservativo. Según un estudio de la Sociedad Española de Contracepción, el 40% de las mujeres o bien “no lo usan siempre” o “sólo lo hacen después de haber iniciado la relación”. La encuesta revelaba, además, que el 10,8% de las mujeres fértiles está en riesgo de quedarse embarazada sin quererlo.

No pude más que avergonzarme por todas esas mujeres incapaces de colocar una goma en los penes de sus compañeros antes de metérsela en la vagina. Por favor, que hasta sé yo y soy de la ESO.

Por eso, me propuse explicarle a todas ellas cómo se pone un preservativo. Una lista de fáciles pasos que, cualquier mujer (incluso si es rubia) podría entender. Un decálogo para chicas empoderadas y autónomas que manejan su sexualidad y su salud con responsabilidad.

1) Compra preservativos

2) Encuentra a un acompañante

3) Dile que se lo ponga

4) Probablemente, te dirá que no quiere

5) Que controla

6) O que es solo un ratito

7) Que así no siente nada

8) Que si no te fías de él

9) Que está muy sano

10) Que con condón no se levanta

11) Que es la primera vez que lo hace

12) Que está harto de hacerlo y nunca ha pasado nada

13) Que te paga la píldora del día después

14) Que eres una histérica

15) Que nunca se ha enrollado con una yonki

16) Que te ama

17) Que quiere que seas la madre de sus hijos

18) Que tiene un cáncer terminal

19) Muy terminal

20) A lo mejor te va desnudando por el camino pero… sé fuerte

21) Negocia con él el tiempo que sea necesario mientras te quita las bragas

22) Háblale de las ETS.

23) Del embarazo no deseado

24) Insiste en que no es nada personal

25) No bebas más

26) Dile que lo amas

27) Quizá te tengas que largar con tu preservativo a otra parte

28) O dejarte hacer para A) no quedar mal con él o B) porque tú tampoco eres de acero

29) Si logras convencerlo…

30) Saca el preservativo del envoltorio

31) Coge el pene erecto y desliza el preservativo (del derecho) hasta la base del mismo

32) Folla

33) Tira el preservativo

34) Cada vez que repitas la operación es importante que cojas un preservativo nuevo, y, sobre todo, que tu acompañante quiera ponérselo

35) Pero sobre todo, recuerda que tú eres la responsable última por “dejarte hacer”

36) Hagas lo que hagas, siéntete mal

Este tipo de titulares, sesgados, confeccionan una visión negativa sobre el comportamiento de las mujeres con respecto a la sexualidad, cuando la mayoría de nosotras nos hemos peleado con hombres para que se pusiesen el preservativo. Este tipo de noticias, como las que se ceban con la edad a la que somos madres por primera vez, ponen el foco sobre la mujer culpándola, una y otra vez, de todo lo relacionado con el sexo, la contracepción y la maternidad.


Por eso también pensé que estaría bien empezar a hablar de todos esos hombres que se olvidan de la toma de la píldora, los que no nos recuerdan que nos cambiemos el tampax cada ocho horas, o aquellos que no acuden a las revisiones ginecológicas con regularidad. De los hombres que son padres a partir de los 40. De los que no quieren tener hijos. O de los que pasan de usar el condón. Los que ni siquiera los tienen en el cajón. Los que intentan convencer a sus parejas sexuales. Los que no se sienten responsables de su polla ni de lo que sale de ella porque es un ser autónomo que atiende únicamente a su instinto animal. Y creo, sinceramente, que entonces sí tendríamos una equilibrada e interesante radiografía de los hábitos de todas y todos los españoles.

Pequeñas grandes mentiras (de madre)

Pequeñas grandes mentiras (de madre)
(*contiene spoilers)

Un asesinato dentro la comunidad escolar pone bajo sospecha la tranquila vida de varias madres de clase alta y gustos aparentemente anodinos en la ciudad costera de Monterey. Madres perfectas entregadas a sus retoños que, bajo quilos de maquillaje y cinismo, escoden una larga carrera de renuncias, frustración matrimonial y sexual, amores prohibidos, miedo, rabia, ira, celos y envidias, e incluso malos tratos continuados en el marco de una familia idílica. Big Little Lies (HBO) es un thriller -con golpes de dramedia- que engancha desde el primer minuto porque revela muchas de las verdades (y más mentiras) del oficio de ser madre. Una serie que aporta una mirada mucho más compleja y honesta sobre la maternidad y sus dificultades, con concesiones para la irresponsabilidad y el hedonismo.

La narración, más descriptiva que emotiva en muchos casos, acaba posicionando al espectador incómodamente al lado de madres imperfectas, mujeres egoístas que mienten -muchas veces a sus hijos- para mantener a salvo el status público de la bendita maternidad. Y que acaban mintiendo, simplemente, por pura sororidad.

Memorable la escena en el coche de Reese Whiterspoon y la maravillosa Nicole Kidman, después de haberse derrumbado la segunda asegurándole que en realidad, ser madre, ya no la satisfacía por completo. Dos mujeres eufóricas, en la plenitud de sus vidas, gritándole al mundo que tienen mucho más que ofrecer.

Big Little Lies muestra a madres orgullosas de serlo pero que viven dentro de esa olla a presión para “sentirse afortunadas por tener hijos sanos, dinero y un marido que las quiere” cuando la sociedad se empeña en reducir el éxito femenino solamente a eso.

Hace poco escuché por boca de una madre que una de las cosas que más le fastidiaban de serlo es que ya nadie le pregunta por ella misma. Cualquier llamada, especialmente de su propia madre o de su suegra, se acababa convirtiendo en un cuestionario sobre la salud y los progresos de sus hijos. Como si de repente, ser madre, le hubiese negado el privilegio de ser hija.

Y cada vez menos ajenos a esas pequeñas grandes mentiras, aparecen los hijos. Niños adorables como Chloe o Ziggy o la adolescente Abigail, que con curiosidad, ternura y rebeldía, se enfrentan a las incoherencias de los adultos dentro de ese perímetro de seguridad que tejen las madres.
Todas las madres, incluso aquellas que no comenten homicidios y recuerdan quién es tu padre, desarrollan una red de pequeñas grandes mentiras y un lenguaje propio como estrategia interpretativa delante de sus hijos. Por eso he incluido una breve recopilación de clásicos de ayer, hoy y siempre.
“Papá puso una semilla…” (todavía no existe una versión oficial de cómo llega la semilla). “Si no te lo comes todo…” (lo que va detrás de esto SIEMPRE es mentira). “Vamos a dormir que mañana vienen los Reyes” (já). “Los niños no mueren y los papás de los niños tampoco” (hasta que se muere un niño de tu clase y aparece el cielo de los niños). “Mira, un avión”. “Eres lo mejor que me ha pasado en la vida”. “Eres lo peor que me ha pasado en la vida”. “Fue un embarazo muy feliz”. “No cambiaría por nada un fin de semana en familia”. “En la puerta del colegio hay señores que dan caramelos con droga” (a mí nunca me tocó la droga por más caramelos que me comí, lo juro). “Nada me divierte más que jugar con mis hijos”. “Te prometo que si me lo cuentas no me enfadaré” (qué estrategia más sucia, por favor). “Si te lo comes todo, serás más alta que papá”. “Si no fuese por vosotros, jamás discutiría con tu padre”. “Yo era mucho más moderna que tú”. “Yo nunca disgusté a mis padres”. “No me importa que te vayas con un chico” (siempre que le digas quién es, dónde vive, en qué trabajan sus padres y le facilites la ficha policial). “Me encanta que pases tiempo con tus amigas”. “La carta de tu novio apareció abierta al buzón” (la que llevabas en la carpeta del instituto, también). “Nunca miro tu Facebook”. Sobre por qué no duermes el sábado en casa “si te pregunto esto es porque te quiero”. “No pasa nada porque no vengas a comer el domingo”. “Yo a tu edad” (siempre algo mejor que tú). “Hazte respetar” (construcción polisémica que en boca de una madre sólo tiene un significado). Y, las más ruines de todas, “a mí me lo puedes contar todo” porque “yo no soy tu madre, soy tu amiga”.
Y entonces, cuando los niños crecen un poco y son conscientes de la asombrosa naturalidad con la que sus madres les mienten desde que nacen, desarrollan su propio código de mentiras absolutamente irreprochables, que incluyen “tengo que hacer un trabajo en casa de Paula el sábado a las 10”, “me tiene manía”, “me sentó mal la hamburguesa” y  ”te juro que ya salí sin bragas de casa”.

Definitivamente, la mentira está infravalorada.

sábado, 16 de julio de 2016

¿Quieren los chicos ser violadores?

Diana López Varela

12/06/2023


No me gusta escribir desde el miedo y desearía no tener que nombrar lo innombrable. Así que empezaré señalando aquello de lo que no se habla casi nunca. La mayor parte de las agresiones sexuales hacia menores de edad son cometidas por un hombre mayor de edad muy cercano a la víctima, y hasta en el 32% de los casos ese hombre es el padre biológico, tal como indican desde la Fundación ANAR. Aclarado esto, voy a por lo que sale en los medios de comunicación semana sí y semana también, porque sospecho que ahora mismo en nuestro país hay muchas madres de niñas aterrorizadas ante la violencia sexual. El riesgo a las agresiones sexuales no es nuevo, y todas hemos dejado a nuestras madres temblando después de una cita con un novio o amigo. Sin embargo, la forma de hacerlo -y aclaro que no hay forma buena- sí que ha cambiado. Las violaciones grupales en donde varios varones (adultos, adolescentes, o niños) penetran por todas partes a la víctima se han multiplicado por cinco en la última década. Esta moda espeluznante y orquestada con múltiples intereses patriarcales, bebe principalmente de una fuente: la pornografía online. El acceso al porno fácil, universal, gratuito y anónimo está dando respuesta a la curiosidad y excitación innatas de los adolescentes que recurren a este medio y caen inevitablemente enganchados, porque ese es, precisamente, su cometido. Según Save the Children, siete de cada diez adolescentes está expuestos a pornografía online de manera frecuente. Otros estudios, elevan al 90% de los jóvenes este consumo. Lo que quiere decir que estamos dejando en manos del porno la educación afectivo-sexual de varias generaciones que están siendo captadas desde la infancia por una industria criminal cómplice de trata de seres humanos, explotación sexual y violencia contra las mujeres.  

Leo en un titular la opinión de los niños de la calle de Badalona sobre las violaciones múltiples en el centro comercial Màgic "A las niñas les gusta lo que pasó". Y los niños entrevistados aseguran que las niñas (una de ellas tenía 11 años) "van buscando polla" y que están encantadas con ser violadas. No me sorprende. Muchos de los videos más populares en Pornhub están llenos de imágenes en donde las mujeres son penetradas y golpeadas por novios, amigos, hermanos, padres o padrastros mientras lloran y suplican un "no". ¿Qué pretende la industria pornográfica cuando envía constantemente el mensaje de que las mujeres pueden ser folladas sin su consentimiento? Sobre lo que les enseña el porno a los jóvenes ha escrito Marina Marroquí en su libro Eso no es sexo ¡Otra educación sexual es urgente! De todo este manual que recomiendo encarecidamente me quedo con una frase. Lo que pretende el porno es "insensibilizarte ante su violencia". Y para ello, moldea a chicas sumisas cuyo deseo y consentimiento no valen absolutamente nada y a chicos que las abusan mientras duermenjuegan o se duchan porque al final, siempre les gusta.  

Entender cómo nuestros hijos construyen sus fantasías sexuales no es un tema menor. La pornografía ha establecido un patrón sexual machista y sádico que coloniza todo el relato cultural, banalizando la violencia y tiñéndola de supuesta liberación sexual. En las redes sociales el contagio es evidente e incontrolable. Porque el porno te busca y te encuentra. Y por eso la edad de inicio de visualización de estos contenidos, muchas veces de manera accidental, se ha rebajado hasta los ocho años. Cualquiera que se haya paseado por una página porno y tenga cerca de un menor de ocho años es consciente de que no está, ni mucho menos, en una etapa madurativa ideal para consumir pornografía. El porno llega de muchas maneras y las redes sociales en donde se encuentran los menores de edad son una de las más frecuentes. TikTok ha sido criticado en múltiples ocasiones por albergar pornografía que burla los controles parentales. El uso de etiquetas aparentemente inocentes esconde un catálogo de pornografía infantil al alcance de cualquiera. ¿Cómo vamos a enfrentarnos a semejante avalancha?  

A falta de leyes contundentes que regulen, prohíban el acceso a menores a determinados tipos de contenido, la educación afectivo-sexual (EAS) se presenta como la única alternativa eficaz para proporcionar información veraz que les permita desarrollarse en el ámbito afectivo, sexual y emocional de manera sana y libre de violencias. Desde hace varias semanas, que coinciden con el desarrollo de mi Trabajo de Fin de Máster en el área de la docencia, estoy inmersa en el estudio de múltiples normas que regulan la educación afectivo-sexual en el marco legislativo español. Si algo me ha sorprendido durante este proceso de investigación es que a pesar de la insistencia de los legisladores en que la EAS ha de ser integral en todas las etapas y ciclos educativos, la concreción real que este tipo de contenidos tiene dentro tiene del currículum es prácticamente nula. Desde hace más de 30 años la legislación española reconoce el derecho de los estudiantes a recibir educación afectivo-sexual, pero si en un espacio propio el derecho se queda en recomendación y la transversalidad de este enfoque se diluye, con suerte, en charlas de dos horas. Urge formar a educadores. Urge aplicar enfoque de género y perspectiva feminista (abolicionista) en la educación sexoafectiva desde el ámbito educativo si pretendemos, como señala la propia UNESCO "abordarla desde los aspectos más importantes: físico-biológico, cognitivo, emocional, ético; así como desde la libertad, la responsabilidad y el control de las emociones; desde la igualdad, el respeto, la tolerancia y la convivencia pacífica".  

Es imposible enseñar educación afectivo-sexual si no se habla de consentimiento ni de deseo. Sin empatía, sin afectos, sin el valor de la intimidad y el placer compartido el sexo es, simplemente, un espacio vacío. Y sin la implicación de las madres, padres y educadores de los niños varones, el esfuerzo no vale de nada. Hace poco una compañera de trabajo, madre de una adolescente, me confesó que se había enfadado con una amiga porque la había compadecido por tener una hija en los tiempos que corren. "Yo sí que puedo dormir tranquila por las noches", le espetó. Tenemos un problema como sociedad si solo nos preocupa que nuestras hijas puedan ser agredidas, pero no que nuestros hijos puedan ser agresores. Tenemos un problema como sociedad si pensamos que es una desgracia que violen a tu hija y, en cambio, ni siquiera reparamos en la posibilidad de que nuestro hijo pueda convertirse en un violador. Sin embargo, tenemos lo más importante, y es la voluntad de los jóvenes, chicos y chicas, que en numerosas encuestan reconocen que quieren acceder a educación afectivo-sexual de calidad y libre de prejuicios. Yo lo tengo claro: los chicos no quieren ser violadores.  

viernes, 13 de mayo de 2016

La primera cita


TEXTO ORIGINAL

LA PRIMERA VEZ que tuve una cita con un individuo al que llamaremos Ramón me pasé los 30 minutos de recreo sentada en un extremo de un banco de piedra de A Xunqueira mientras mi cita permanecía solemnemente callado en el extremo opuesto del banco. Fueron los 30 minutos más largos de mi vida, que acabaron felizmente con un beso cuyas babas me colapsaron la función respiratoria y el inicio de mi primera relación seria y estable. Durante tres meses Ramón y yo fuimos novios con un único propósito: pasarnos los recreos morreando. Jamás mantuvimos una conversación y nuestro sincero amor se cimentó bajo los pilares de la no-comunicación. Cuando por fin habló, Ramón la cagó, que es lo que suelen hacer los tíos. Un viernes me dijo que sus padres lo tenían castigado por suspender todas y que no podía venir a la discoteca de tarde aquel domingo. Eso suponía, de hecho, que yo me quedaba sin morrear porque Ramón era un vago. Con mis expectativas sobre el amor romántico hechas trizas, pero con la esperanza de reponerme de aquel golpe que la vida me había dado con sólo 14 años, disolví la relación y convoqué nuevas elecciones. Una semana después ya estaba en las escaleras del Amaranto acompañada de un tal Pedro que era mucho más feo que Ramón y cuya conversación versaba entorno a la cilindrada de su scooter rectificada. Pedro, al menos, me llevaba en moto y eso a mis amigas les parecía súper guay. A pesar de mi desaire, Ramón y yo seguíamos muy enamorados y cual pajarillo enjaulado, juró llamarme en cuanto le levantasen el castigo. Quiero creer que sigue sin saldo en el teléfono.

Llevo semanas enganchada a un programa de televisión cuya premisa es justo la contraria: favorecer la comunicación en el primer encuentro. First Dates (Cuatro) une a potenciales parejas en citas a ciegas para que se cuenten toda su vida, obra y penurias en el transcurso de una sola cena. Los candidatos escogidos durante sesudas entrevistas psicológicas no podrían tener más cosas en común. Por ejemplo, las gordas van con los gordos, los frikis con las frikis, los tatuados con las tatuadas, los padres solteros con mujeres adultas y responsables, las madres solteras con viejos acabados, y las dependientas del Zara con los del Pull pero jamás con los del H&M porque esos van con los del Primark. Los gays van con los gays y punto. El programa lo presenta Carlos Sobera al que algún directivo consideró el candidato óptimo para ejercer de celestina y lo acompaña una sexy y joven camarera (¡qué casualidad!) que interrumpe varias veces a los comensales para servirles más vino hasta que están tan borrachos que quieren follar encima de la mesa o insultarse vilmente mientras la cámara hace zoom sobre su cara de asco. También hay un becario igualito a Chris Hemsworth que sirve cócteles en una barra y por el que cualquier mujer o gay dejaría plantada a su cita.

Los desconocidos intentan conquistar al amor de su vida hablando de su traumático divorcio, la alergia alimentaria de su hija que también tiene trastorno obsesivo compulsivo y del espectro autista, sus diversas adicciones, sus convicciones machistas y católicas, sus celos paranoicos, y sus complejos físicos. Todo el mundo sabe que a una primera cita se va a mentir, o por lo menos, a maquillar ligeramente la realidad para hacerla más atractiva a los ojos del otro. Si por ejemplo, estás en el paro porque te han echado, dices que estás atravesando un momento vital de cambio en el que buscas nuevas inquietudes laborales.

El clímax dramático e irreversible llega en el momento de pagar la cuenta, algo que por lo visto no están dispuestas a hacer el 90 por ciento de las mujeres participantes en tal experimento.

Después de la cena juntan a ambos en un confesionario para que se digan a la cara lo insoportable y feo que les parece el otro o para que empiecen a morrearse sin ningún decoro como Ramón y yo en aquel banco de A Xunqueira.

Tener una cita es cansado. Y además, sale caro. Cena en un restaurante, gin tonics, ropa nueva, depilación integral y toallitas íntimas para pasártelas cada vez que vas al baño y así para fingir que tu coño huele a rosas recién cortadas TODO EL RATO. Pasarse horas mostrando falso interés por alguien que ni siquiera sabes si es capaz de mantener una erección más de cinco minutos y sonreír como una imbécil mientras te enseña las fotos del viaje a Marrakech con su ex y los putos vídeos de su gato. Todo por un polvo.

La comunicación en las primeras citas está sobrevalorada. No hay ninguna razón por la que hilar más de cuatro banalidades. Ninguna. A tu cita no le importan tu fimosis ni tus instintos maternales, ni siquiera el cáncer de pecho de tu difunta madre y si finge escucharte es porque quiere quitarte la ropa. Porque por mucho que habléis, si el sexo es un desastre, lo que hay que hacer es salir corriendo y aprovechar la depilación integral.

TEXTO ADAPTADO PARA VELOCIDAD Y COMPRENSIÓN LECTORA

500 palabras


La primera cita

LA PRIMERA VEZ que tuve una cita con un individuo al que llamaremos Ramón me pasé los 30 minutos de recreo sentada en un extremo de un banco de piedra de A Xunqueira mientras mi cita permanecía solemnemente callado en el extremo opuesto del banco. Fueron los 30 minutos más largos de mi vida, que acabaron felizmente con un beso cuyas babas me colapsaron la función respiratoria y el inicio de mi primera relación seria y estable. Durante tres meses Ramón y yo fuimos novios con un único propósito: pasarnos los recreos morreando. Jamás mantuvimos una conversación y nuestro sincero amor se cimentó bajo los pilares de la no-comunicación. Cuando por fin habló, Ramón la cagó, que es lo que suelen hacer los tíos. Un viernes me dijo que sus padres lo tenían castigado por suspender todas y que no podía venir a la discoteca de tarde aquel domingo. Eso suponía, de hecho, que yo me quedaba sin morrear porque Ramón era un vago. Con mis expectativas sobre el amor romántico hechas trizas, pero con la esperanza de reponerme de aquel golpe que la vida me había dado con sólo 14 años, disolví la relación y convoqué nuevas elecciones. Una semana después ya estaba en las escaleras del Amaranto acompañada de un tal Pedro que era mucho más feo que Ramón y cuya conversación versaba entorno a la cilindrada de su scooter rectificada. Pedro, al menos, me llevaba en moto y eso a mis amigas les parecía súper guay. A pesar de mi desaire, Ramón y yo seguíamos muy enamorados y cual pajarillo enjaulado, juró llamarme en cuanto le levantasen el castigo. Quiero creer que sigue sin saldo en el teléfono.

Llevo semanas enganchada a un programa de televisión cuya premisa es justo la contraria: favorecer la comunicación en el primer encuentro. First Dates (Cuatro) une a potenciales parejas en citas a ciegas para que se cuenten toda su vida, obra y penurias en el transcurso de una sola cena. Los candidatos escogidos durante sesudas entrevistas psicológicas no podrían tener más cosas en común. Por ejemplo, las gordas van con los gordos, los frikis con las frikis, los tatuados con las tatuadas, los padres solteros con mujeres adultas y responsables, las madres solteras con viejos acabados, y las dependientas del Zara con los del Pull pero jamás con los del H&M porque esos van con los del Primark. Los gays van con los gays y punto. El programa lo presenta Carlos Sobera al que algún directivo consideró el candidato óptimo para ejercer de celestina y lo acompaña una sexy y joven camarera (¡qué casualidad!) que interrumpe varias veces a los comensales para servirles más vino hasta que están tan borrachos que quieren follar encima de la mesa o insultarse vilmente mientras la cámara hace zoom sobre su cara de asco. También hay un becario igualito a Chris Hemsworth que sirve cócteles en una barra y por el que cualquier mujer o gay dejaría plantada a su cita.