lunes, 17 de octubre de 2022
martes, 1 de diciembre de 2020
Cuando tu amigo es tu acosador
Cuando tu amigo es tu acosador
Diana López Varela, 24 de
agosto de 2023
De todas las cosas
que se han dicho desde la malograda celebración del Mundial de Fútbol Femenino
la que más me irrita es la justificación de la caverna mediática alegando que
un beso forzado es solo un pico entre dos amigos que se llevan genial, y tonto
el que no lo vea. Desde el primer momento en que se denunció la conducta del
señor Rubiales hacia la futbolista Jenni Hermoso, las compañeras periodistas
señalaron, muy acertadamente, que ese no era un beso entre amigos, sino un acto
de acoso sexual entre un superior y su subordinada. Ya conocemos la relación de
poder que se da entre un hombre y una mujer en una jerarquía profesional, pero
¿qué ocurriría si, efectivamente, este fuese un beso entre amigos? ¿Qué
ocurriría si un aparente beso entre dos colegas escondiese también una agresión
sexual? ¿Sabemos distinguir las preposiciones "entre" de
"contra"? ¿Acaso un amigo, por bueno que sea, tiene derecho a comerle
los morros a una mujer sin que medie el deseo de ella en ese acto íntimo?
Toda esta historia me
hizo recordar, inevitablemente, la cantidad de violencia sexual que muchas
mujeres hemos tolerado a lo largo de nuestras vidas por parte de pseudoamigos y
coleguitas de turno. Hombres que han sabido ejercer su poder patriarcal desde
la cómoda e infalible posición de la amistad verdadera. Esos que no han
desperdiciado un momento de euforia, vulnerabilidad, bajón, intoxicación
etílica, o desgracias varias para arrimar los morros más de la cuenta, o para
meter la mano bajo la ropa al fundirse los cuerpos en un cálido abrazo. Esos
amigos en cuyos brazos hemos llorado creyendo que nos consolaban atentamente,
cuando el único consuelo que buscaban era el de su entrepierna. Esos
fantásticos amigos que siempre han estado ahí cuando los hemos necesitado,
esperándonos con una erección al otro lado de la puerta.
Difícil no encontrar
una mujer que no se haya llevado un disgusto de este tipo con algún buen amigo.
Difícil no encontrar a una mujer que haya transigido, tolerado, reído incluso,
ante el cariño desmedido de ese colega que siempre aprovecha una ocasión para
tocarte sin importarle si tú estás cómoda o no. Si tú lo deseas o no. Ese amigo
que entiende muchísimo de lenguaje corporal cuando un señor se lleva las manos
a la polla en medio de una celebración futbolística, pero muy poquito cuando es
la suya la que te roza sin venir a cuento. Ese colega que, sin maldad ninguna,
como diría el presidente de la RFEF, te aprieta contra una esquina o contra una
pared, se te declara cada vez que tiene ocasión, y boicotea todas tus
relaciones de pareja porque "ese mamón no te merece". Ese amigo que
te lleva en coche a las afueras de la ciudad cada vez que estás agobiada porque
para ejercer la amistad auténtica se necesita intimidad. Ay, ese amigo, un
cielito de hombre, psicólogo y hermano, que es capaz de regalarte
un juguete sexual en el día de tu cumpleaños porque tú lo que
tienes es que olvidarte de tu ex y pasártelo bien. Y si no
sabes cómo funciona lo probamos juntos jijí-jajá.
No hablo de amigos a
los que les gustas o a ti te gustan, o no, porque el enamoramiento entre amigos
es tan legítimo (o más) como el que surge en un match de Tinder. No hablo de amigos que te
intentan conquistar y lo consiguen, o no, y aquí paz y después gloria. No hablo
de amistades que se convierten en otra cosa por el deseo y la connivencia de
ambos. No hablo de rollos entre amigos que se quedan como una anécdota y cuyo
recuerdo te produce una sonrisa y no asco y arrepentimiento. No hablo del juego
de la seducción y de sus consecuencias, ganes o pierdas, amigo. Yo, que siempre
he estado a favor de las relaciones de pareja surgidas a partir de la amistad
porque ya tienes medio trabajo hecho, no hablo de eso, claro que no. Yo hablo
de esos otros amigos, los amigos que todas sabemos.
Me refiero al amigo que
es capaz de plantarte un beso en la boca en medio de una discoteca plagada de
gente (entre esa gente está tu novio) porque unos tipos que él no conoce (los
amigos de tu novio) vienen a hablarte y él desea, con todas sus fuerzas,
salvarte de pervertidos y de acosadores. Ese amigo que no es agraciado, y lo
sabe, pero míralo que entregado está y siempre contesta el móvil cuando lo
necesites para acabar hablándote de sexo, aunque a ti no te apetezca. Ese amigo
protector y un poquito obsesionado que te entiende más que cualquier otra amiga
porque él es hombre, él sabe cómo se comportan esos cerdos con las mujeres. Ese
amigo que está deconstruido, reconstruido y liberado de toda masculinidad, ese
amigo que se vende como un ser inofensivo: el peor. Yo me refiero a ese amigo
que si no fuese tan amigo como te ha convencido él mismo, tendría dos bofetadas
en cada una de sus mejillas y una denuncia en el juzgado. Fíjate amiga, que ese
amigo no es tu amigo, es tu acosador.
Hablo también de ese
colega de trabajo que aprovecha cada cena de empresa para babosearte sin
caérsele la cara de vergüenza al lunes siguiente. Ese amigo-admirador, el que
tiene un proyecto chulísimo pensado para ti que desaparece si no te vas con él
a dormir a un hotel. Ese al que le encanta darte la turra a sol y a sombra y
necesita quedar ciento cincuenta veces para resolver una chorrada y que insiste
en acabar cada reunión en su casa porque así estamos más cómodos. No me olvido
de aquel otro amigo que te manda un mensaje al día siguiente de emborracharos
juntos en una fiesta para recordarte que "si no fuésemos amigos ayer te
habría violado" ¡Qué amigo más mono! ¿Y qué me dices, querida, de ese otro
amigo que te compra entradas para conciertos, teatro, reserva cenas (¡y hasta
habitaciones de hotel!) y haces planes para los dos solos siempre que le sale
de los cojones y sin preguntarte primero? ¿Cómo le dices tú a ese amigo tan
riquiño que no quieres irte con él sola a ningún sitio cuando está claro que es
tan buen amigo? ¿Acaso él no se da cuenta de que, si tú quisieses ser su novia,
o acostarte con él, ya lo habrías hecho sin necesidad de tanta tontería ni de
gastar tanto dinero? Que tú eres una mujer del siglo veintiuno, y tu amigo, lo
sabe.
Puede que poco a poco
ese amigo al que le contabas todo con pelos y señales se convierta también en
el amigo que se enfada cuando tienes novio nuevo y deje de hablarte si te
enrollas con aquel otro que no te conviene nada. Porque él ya te ha avisado,
amiga, de que ese chico te va a hacer daño. Que pareces tonta. Ese amigo está
ahí para ayudarte a aclarar tus sentimientos, cabecita loca, y tú se lo pagas
liándote con cualquiera. Ese amigo que, en cuanto pierde la potestad en
exclusiva sobre tus planes y sobre tu vida, se comporta como ex más tóxico y
celoso que hayas tenido jamás. Y a mí no me vengas a llorar cuando estés mal,
¿de acuerdo? En cuestión de tiempo, puede que a ti ya no te apetezca darle más
explicaciones a ese amigo que se comporta como si fuese tu propietario. Puede
que quieres que se busque una novia o una nueva amiga (la pobre). Puede también
que le guardes un poquito de rencor que crecerá en ti como lava ardiendo hasta
el último día de vuestra supuesta amistad. Y por fin llegará el día en que se
te habrá pasado la necesidad de justificarte todo el rato con ese amigo,
dejarás de buscar su validación, te liberarás de su yugo y querrás perderlo de
vista para siempre. De paso, dejarán también de impresionarte todos los tipos
que simplemente no parecen unos gañanes, porque muchos de ellos también se agarran
los huevos cuando marca un gol su equipo y se pajean con tu foto, aunque tú no
los veas. Tendrás menos amigos, eso desde luego, pero al menos estos no
intentarán acosarte cada vez que te despistes. Por fin entenderás que consentir
no es desear y que desear tiene mucho que ver con la amistad real. Desear que
jamás ninguna mujer haga nada para complacer a un hombre. Lo bueno es que ese
amigo habrá desaparecido de tu vida en cuanto haya perdido toda esperanza de
meterla en caliente. Y eso amiga, es lo mejor que nos puede pasar.
viernes, 28 de agosto de 2020
La maternidad es cosa de todos
La
maternidad es cosa de todos
Diana
López Varela 23 FEBRERO 2018
GALICIA
ENCABEZA el récord histórico en el descenso de la natalidad, con una involución
en la maternidad que nos coloca sólo por detrás de Mónaco en cuanto al número
de hijos por mujer. En ningún país del mundo, salvo en el pequeño principado,
nacen menos niños: 7,03 por cada mil habitantes. En nuestro país para viejos,
en donde sólo se producen seis nacimientos por cada diez muertes, los mayores
de 64 años son ya la cuarta parte de la población. El retroceso de la natalidad
es una constante en todos los países industrializados y la falta de recambio
generacional es vista cómo la principal amenaza al impago de pensiones.
Con
un porcentaje muy elevado de jóvenes de entre 20 y 35 años expatriados desde el
inicio de la crisis, las dificultades económicas, principalmente la falta de
empleo, han contribuido negativamente al aumento de la natalidad en Galicia.
Pero, como decía Matías Prats ¡que no te engañen!, el impacto en los ingresos
del primer hijo repercute de manera muy distinta cuando se es mujer. Nuestras ganancias
llegan a reducirse casi un 30 por ciento en los meses posteriores al
alumbramiento, y es muy fácil que la vuelta de la raquítica baja maternal acabe
con una reforma de las condiciones laborales previas al parto. Hace pocos días
pude comprobar con estupor como una amiga que lleva diez años trabajando en la
misma empresa, era agasajada con una reducción de jornada y de sueldo para
poder conciliar con su bebé recién nacido. Las empresas no aman a las madres. Y
ni siquiera las aman muchos compañeros, que se convierten fácilmente en
enemigos de la madre por sus "privilegios" de crianza.
Y
no sólo de precariedad vive la baja natalidad.
La crisis tampoco
ha contribuido a un reparto igualitario de las tareas, ya que las tres cuartas
partes de las labores domésticas siguen recayendo sobre los hombros femeninos,
que regalan 26,5 horas de trabajo no remunerado a la semana por el bienestar
familiar, quitándoselo, principalmente, al tiempo de ocio. El cambio económico
ha venido acompañado de otra crisis, la "crisis identitaria", en la
que las mujeres que, como apunta Elisabeth Badinter en su libro La mujer y la
madre, han peleado por una buena carrera profesional y un estatus social, se
paralizan ante la posibilidad de perder lo conseguido por el deseo de ser madres.
La
libertad de elección se ha convertido en una trampa. La maternidad, cada vez
más exigente, está derivando en una profesión hiperespecializada en medio de
una presión social por la perfección. "Cuanto más libre se es de tomar las
propias decisiones, más responsabilidades y deberes se tienen", apunta
Badinter. Ahora que sabemos que las madres sufren y que muchas se arrepienten,
la posibilidad de "escoger" puede hacer sentir mucho más miserables a
las mujeres si la maternidad no sucede como esperaban.
No
sólo hay cada vez menos madres, sino que cada vez lo somos más mayores. Algunas
a edades en que las nuestras nos tenían prácticamente criados y otras eran ya
abuelas. Cuando mi madre tenía mi edad —casi 32— la acompañaban tres mocosos,
dos de diez y una de siete años. De las mujeres con formación universitaria que
me rodean, apenas un par de amigas cercanas han sido madres recientemente y, en
mi círculo de amigas íntimas, cuyas edades se extienden de los 27 a más de 40
años, ninguna ha tenido hijos. Sólo las amigas de mi pareja, casi diez años por
encima de mí, me devuelven a la realidad biológica de la mujer.
Así
que cada vez más mujeres posponen la maternidad al tiempo en que ya han
demostrado "todo" en sus empresas, mientras el reloj biológico marca
el tic tac de las horas perdidas en una carrera por el embarazo llena de
frustración, culpabilidad y dolor, en donde el miedo a no ser lo
suficientemente fértiles cae como lluvia ácida sobre el campo inmaculado de la
independencia económica. En España, uno de cada diez niños ya nacen a través de
técnicas de reproducción asistida, y algunas empresas empiezan a ofrecer
gratuitamente el servicio de congelación de óvulos a sus empleadas como
solución imaginativa a sus nulas políticas de conciliación.
El
peaje físico, intelectual, social, y laboral de la maternidad es tan grande,
que incluso las que lo son a tiempo completo y por propia voluntad, no
encuentran muchas veces la recompensa social que se merecen. Pero el tiempo de
las madres mártires ha terminado. Ahora que somos conscientes de todo lo que
hicieron nuestras madres, de todo lo que sacrificaron por estar dentro y fuera
sin ningún reconocimiento de aquellos hombres que se creyeron los padres del
Estado del Bienestar mientras recibían el plato caliente y a los hijos bañados
y planchados, las mujeres elevamos la voz pidiendo el respeto y el
reconocimiento que la crianza requiere. Sólo un cambio radical en las políticas
económicas y sociales puede devolver la maternidad al centro de la vida de las
mujeres. Porque la maternidad es cosa de todos. Que no te engañen.
domingo, 23 de agosto de 2020
miércoles, 24 de mayo de 2017
Las mujeres que usaban mal el preservativo
Pequeñas grandes mentiras (de madre)
viernes, 5 de agosto de 2016
sábado, 16 de julio de 2016
¿Quieren los chicos ser violadores?
Leo en un titular la opinión de los niños de la calle de Badalona sobre las violaciones múltiples en el centro comercial Màgic "A las niñas les gusta lo que pasó". Y los niños entrevistados aseguran que las niñas (una de ellas tenía 11 años) "van buscando polla" y que están encantadas con ser violadas. No me sorprende. Muchos de los videos más populares en Pornhub están llenos de imágenes en donde las mujeres son penetradas y golpeadas por novios, amigos, hermanos, padres o padrastros mientras lloran y suplican un "no". ¿Qué pretende la industria pornográfica cuando envía constantemente el mensaje de que las mujeres pueden ser folladas sin su consentimiento? Sobre lo que les enseña el porno a los jóvenes ha escrito Marina Marroquí en su libro Eso no es sexo ¡Otra educación sexual es urgente! De todo este manual que recomiendo encarecidamente me quedo con una frase. Lo que pretende el porno es "insensibilizarte ante su violencia". Y para ello, moldea a chicas sumisas cuyo deseo y consentimiento no valen absolutamente nada y a chicos que las abusan mientras duermen, juegan o se duchan porque al final, siempre les gusta.
Entender cómo nuestros hijos construyen sus fantasías sexuales no es un tema menor. La pornografía ha establecido un patrón sexual machista y sádico que coloniza todo el relato cultural, banalizando la violencia y tiñéndola de supuesta liberación sexual. En las redes sociales el contagio es evidente e incontrolable. Porque el porno te busca y te encuentra. Y por eso la edad de inicio de visualización de estos contenidos, muchas veces de manera accidental, se ha rebajado hasta los ocho años. Cualquiera que se haya paseado por una página porno y tenga cerca de un menor de ocho años es consciente de que no está, ni mucho menos, en una etapa madurativa ideal para consumir pornografía. El porno llega de muchas maneras y las redes sociales en donde se encuentran los menores de edad son una de las más frecuentes. TikTok ha sido criticado en múltiples ocasiones por albergar pornografía que burla los controles parentales. El uso de etiquetas aparentemente inocentes esconde un catálogo de pornografía infantil al alcance de cualquiera. ¿Cómo vamos a enfrentarnos a semejante avalancha?
A falta de leyes contundentes que regulen, prohíban el acceso a menores a determinados tipos de contenido, la educación afectivo-sexual (EAS) se presenta como la única alternativa eficaz para proporcionar información veraz que les permita desarrollarse en el ámbito afectivo, sexual y emocional de manera sana y libre de violencias. Desde hace varias semanas, que coinciden con el desarrollo de mi Trabajo de Fin de Máster en el área de la docencia, estoy inmersa en el estudio de múltiples normas que regulan la educación afectivo-sexual en el marco legislativo español. Si algo me ha sorprendido durante este proceso de investigación es que a pesar de la insistencia de los legisladores en que la EAS ha de ser integral en todas las etapas y ciclos educativos, la concreción real que este tipo de contenidos tiene dentro tiene del currículum es prácticamente nula. Desde hace más de 30 años la legislación española reconoce el derecho de los estudiantes a recibir educación afectivo-sexual, pero si en un espacio propio el derecho se queda en recomendación y la transversalidad de este enfoque se diluye, con suerte, en charlas de dos horas. Urge formar a educadores. Urge aplicar enfoque de género y perspectiva feminista (abolicionista) en la educación sexoafectiva desde el ámbito educativo si pretendemos, como señala la propia UNESCO "abordarla desde los aspectos más importantes: físico-biológico, cognitivo, emocional, ético; así como desde la libertad, la responsabilidad y el control de las emociones; desde la igualdad, el respeto, la tolerancia y la convivencia pacífica".
Es imposible enseñar educación afectivo-sexual si no se habla de consentimiento ni de deseo. Sin empatía, sin afectos, sin el valor de la intimidad y el placer compartido el sexo es, simplemente, un espacio vacío. Y sin la implicación de las madres, padres y educadores de los niños varones, el esfuerzo no vale de nada. Hace poco una compañera de trabajo, madre de una adolescente, me confesó que se había enfadado con una amiga porque la había compadecido por tener una hija en los tiempos que corren. "Yo sí que puedo dormir tranquila por las noches", le espetó. Tenemos un problema como sociedad si solo nos preocupa que nuestras hijas puedan ser agredidas, pero no que nuestros hijos puedan ser agresores. Tenemos un problema como sociedad si pensamos que es una desgracia que violen a tu hija y, en cambio, ni siquiera reparamos en la posibilidad de que nuestro hijo pueda convertirse en un violador. Sin embargo, tenemos lo más importante, y es la voluntad de los jóvenes, chicos y chicas, que en numerosas encuestan reconocen que quieren acceder a educación afectivo-sexual de calidad y libre de prejuicios. Yo lo tengo claro: los chicos no quieren ser violadores.
viernes, 13 de mayo de 2016
La primera cita
LA PRIMERA VEZ que tuve una cita con un
individuo al que llamaremos Ramón me pasé los 30 minutos de recreo sentada en
un extremo de un banco de piedra de A Xunqueira mientras mi cita permanecía
solemnemente callado en el extremo opuesto del banco. Fueron los 30 minutos más
largos de mi vida, que acabaron felizmente con un beso cuyas babas me
colapsaron la función respiratoria y el inicio de mi primera relación seria y
estable. Durante tres meses Ramón y yo fuimos novios con un único propósito:
pasarnos los recreos morreando. Jamás mantuvimos una conversación y nuestro
sincero amor se cimentó bajo los pilares de la no-comunicación. Cuando por fin
habló, Ramón la cagó, que es lo que suelen hacer los tíos. Un viernes me dijo
que sus padres lo tenían castigado por suspender todas y que no podía venir a
la discoteca de tarde aquel domingo. Eso suponía, de hecho, que yo me quedaba
sin morrear porque Ramón era un vago. Con mis expectativas sobre el amor
romántico hechas trizas, pero con la esperanza de reponerme de aquel golpe que
la vida me había dado con sólo 14 años, disolví la relación y convoqué nuevas
elecciones. Una semana después ya estaba en las escaleras del Amaranto
acompañada de un tal Pedro que era mucho más feo que Ramón y cuya conversación
versaba entorno a la cilindrada de su scooter rectificada. Pedro, al menos, me
llevaba en moto y eso a mis amigas les parecía súper guay. A pesar de mi
desaire, Ramón y yo seguíamos muy enamorados y cual pajarillo enjaulado, juró
llamarme en cuanto le levantasen el castigo. Quiero creer que sigue sin saldo
en el teléfono.
Llevo semanas enganchada a un programa de
televisión cuya premisa es justo la contraria: favorecer la comunicación en el
primer encuentro. First Dates (Cuatro) une a potenciales parejas en citas a
ciegas para que se cuenten toda su vida, obra y penurias en el transcurso de
una sola cena. Los candidatos escogidos durante sesudas entrevistas
psicológicas no podrían tener más cosas en común. Por ejemplo, las gordas van
con los gordos, los frikis con las frikis, los tatuados con las tatuadas, los
padres solteros con mujeres adultas y responsables, las madres solteras con
viejos acabados, y las dependientas del Zara con los del Pull pero jamás con
los del H&M porque esos van con los del Primark. Los gays van con los gays
y punto. El programa lo presenta Carlos Sobera al que algún directivo consideró
el candidato óptimo para ejercer de celestina y lo acompaña una sexy y joven
camarera (¡qué casualidad!) que interrumpe varias veces a los comensales para
servirles más vino hasta que están tan borrachos que quieren follar encima de
la mesa o insultarse vilmente mientras la cámara hace zoom sobre su cara de
asco. También hay un becario igualito a Chris Hemsworth que sirve cócteles en
una barra y por el que cualquier mujer o gay dejaría plantada a su cita.
Los desconocidos intentan conquistar al amor
de su vida hablando de su traumático divorcio, la alergia alimentaria de su
hija que también tiene trastorno obsesivo compulsivo y del espectro autista,
sus diversas adicciones, sus convicciones machistas y católicas, sus celos
paranoicos, y sus complejos físicos. Todo el mundo sabe que a una primera cita
se va a mentir, o por lo menos, a maquillar ligeramente la realidad para
hacerla más atractiva a los ojos del otro. Si por ejemplo, estás en el paro
porque te han echado, dices que estás atravesando un momento vital de cambio en
el que buscas nuevas inquietudes laborales.
El clímax dramático e irreversible llega en
el momento de pagar la cuenta, algo que por lo visto no están dispuestas a
hacer el 90 por ciento de las mujeres participantes en tal experimento.
Después de la cena juntan a ambos en un
confesionario para que se digan a la cara lo insoportable y feo que les parece
el otro o para que empiecen a morrearse sin ningún decoro como Ramón y yo en
aquel banco de A Xunqueira.
Tener una cita es cansado. Y además, sale
caro. Cena en un restaurante, gin tonics, ropa nueva, depilación integral y
toallitas íntimas para pasártelas cada vez que vas al baño y así para fingir
que tu coño huele a rosas recién cortadas TODO EL RATO. Pasarse horas mostrando
falso interés por alguien que ni siquiera sabes si es capaz de mantener una
erección más de cinco minutos y sonreír como una imbécil mientras te enseña las
fotos del viaje a Marrakech con su ex y los putos vídeos de su gato. Todo por
un polvo.
La comunicación en las primeras citas está sobrevalorada. No hay ninguna razón por la que hilar más de cuatro banalidades. Ninguna. A tu cita no le importan tu fimosis ni tus instintos maternales, ni siquiera el cáncer de pecho de tu difunta madre y si finge escucharte es porque quiere quitarte la ropa. Porque por mucho que habléis, si el sexo es un desastre, lo que hay que hacer es salir corriendo y aprovechar la depilación integral.
TEXTO ADAPTADO PARA VELOCIDAD Y COMPRENSIÓN LECTORA
500 palabras
La primera cita
LA PRIMERA VEZ que tuve una cita con un
individuo al que llamaremos Ramón me pasé los 30 minutos de recreo sentada en
un extremo de un banco de piedra de A Xunqueira mientras mi cita permanecía
solemnemente callado en el extremo opuesto del banco. Fueron los 30 minutos más
largos de mi vida, que acabaron felizmente con un beso cuyas babas me
colapsaron la función respiratoria y el inicio de mi primera relación seria y
estable. Durante tres meses Ramón y yo fuimos novios con un único propósito:
pasarnos los recreos morreando. Jamás mantuvimos una conversación y nuestro
sincero amor se cimentó bajo los pilares de la no-comunicación. Cuando por fin
habló, Ramón la cagó, que es lo que suelen hacer los tíos. Un viernes me dijo
que sus padres lo tenían castigado por suspender todas y que no podía venir a
la discoteca de tarde aquel domingo. Eso suponía, de hecho, que yo me quedaba
sin morrear porque Ramón era un vago. Con mis expectativas sobre el amor
romántico hechas trizas, pero con la esperanza de reponerme de aquel golpe que
la vida me había dado con sólo 14 años, disolví la relación y convoqué nuevas
elecciones. Una semana después ya estaba en las escaleras del Amaranto
acompañada de un tal Pedro que era mucho más feo que Ramón y cuya conversación
versaba entorno a la cilindrada de su scooter rectificada. Pedro, al menos, me
llevaba en moto y eso a mis amigas les parecía súper guay. A pesar de mi
desaire, Ramón y yo seguíamos muy enamorados y cual pajarillo enjaulado, juró
llamarme en cuanto le levantasen el castigo. Quiero creer que sigue sin saldo
en el teléfono.
Llevo semanas enganchada a un programa de
televisión cuya premisa es justo la contraria: favorecer la comunicación en el
primer encuentro. First Dates (Cuatro) une a potenciales parejas en citas a
ciegas para que se cuenten toda su vida, obra y penurias en el transcurso de
una sola cena. Los candidatos escogidos durante sesudas entrevistas
psicológicas no podrían tener más cosas en común. Por ejemplo, las gordas van
con los gordos, los frikis con las frikis, los tatuados con las tatuadas, los
padres solteros con mujeres adultas y responsables, las madres solteras con
viejos acabados, y las dependientas del Zara con los del Pull pero jamás con
los del H&M porque esos van con los del Primark. Los gays van con los gays
y punto. El programa lo presenta Carlos Sobera al que algún directivo consideró
el candidato óptimo para ejercer de celestina y lo acompaña una sexy y joven
camarera (¡qué casualidad!) que interrumpe varias veces a los comensales para
servirles más vino hasta que están tan borrachos que quieren follar encima de
la mesa o insultarse vilmente mientras la cámara hace zoom sobre su cara de
asco. También hay un becario igualito a Chris Hemsworth que sirve cócteles en
una barra y por el que cualquier mujer o gay dejaría plantada a su cita.